domingo, 13 de noviembre de 2011

J.M.LORENZO

ARTÍCULOS: "REFLEXIONES DESDE LA DEBILIDAD" PARA ENFERMOS, MINUSVÁLIDOS, ANCIANOS...

AUTOR: JOSÉ MARÍA LORENZO AMELIBIA. AÑO 1999.

APARECIDOS EN LA REVISTA DE LA DIÓCESIS DE PAMPLONA "LA VERDAD". Mi correo electrónico: mistica@jet.es

LOS ENFERMOS PASEAN POR LA CALLE, PERO... – Nº 227

En mis años infantiles, estar enfermo y recluido en casa o en un hospital eran sinónimos. Hoy día, gran parte de los enfermos hacen vida casi normal. Los vemos por los parques en sillas de ruedas, o dando pequeños paseos por la calle, pocos días después de haber sufrido una intervención quirúrgica. Me da la impresión de que hemos evolucionado mucho desde la mitad del siglo XX en el concepto práctico del enfermo.

Sin embargo el problema íntimo del paciente es el mismo ayer, hoy y siempre. Dentro de su alma queda la marca que solo el transcurso del tiempo borrará: "También a mí me ha tocado". Y es hora de convencernos de una vez que ni la enfermedad ni el dolor son algo malo. Dios es quien da sentido a la vida; por consiguiente, el sufrimiento e incluso la misma muerte, no pueden ser la influencia de malignos poderes diabólicos; ni siquiera, el resultado cruel de la naturaleza, ni un castigo personal. El dolor y la enfermedad son más bien expresión de la voluntad de beneplácito de Dios que así lo dispone por designios que nunca acabamos de comprender, y siempre actúan a través de causas segundas. Si nos viene la desesperanza, hemos de exclamar: "En ti, Señor, he esperado; jamás quedaré confundido."

Qué bien lo entendía aquel muchacho grande como un castillo y que, lleno de fe, me decía hace ya muchos años: "Estoy paralizado y no me puedo levantar; pero soy Cristo Redentor sufriendo". Eran épocas en que los enfermos permanecían recluidos, pero tiempos de gran fe.

Hoy, con criterio moderno muy positivo por cierto, no se considera al enfermo no como a un ser aislado, sino como persona normal. Pero no por eso vamos a eliminar el sentido que nos da la fe en torno al dolor.

El sufrimiento y la muerte no pueden significar una fatalidad espantosa para ti. Y menos aún si has llevado una vida activa de persona creyente. Cuanto más molido te sientas por la pena y el dolor, tanto más podrás librarte de egoísmos, de apegos y caprichos, y buscar únicamente a Dios. Y te digo esto no de memoria, como quien lo ha leído en libros de piedad, sino como quien sabe también qué es sufrir; que a todos que peinamos canas nos ha tocado lo nuestro.

- "Desde que tuve aquella bronquitis aguda, no he vuelto a fumar", me decía un amigo. Y yo digo: ¡Cuántos apegos y vicios más fuertes que la nicotina, son vencidos por la enfermedad! Incluso en lo puramente material, también tiene sus ventajas pasar por el crisol del sufrimiento.

UNA ESCUELA DE ORACIÓN. - 228

He asistido a una clase de escuela de oración que dirige un amigo mío. Creo que no hay tiempo mejor empleado que participar en los actos comunitarios de estos talleres del aprendizaje del amor con Dios. Había pocas personas, y todas ellas muy centradas, como absortas en lo que el sacerdote les iba diciendo. Los momentos de silencio impresionaban tanto o más que los de escucha fervorosa. Pero algo que me ha llamado profundamente la atención es el tema del día: el dolor.

Con voz pausada, envuelta en la unción de almas convencidas, mi amigo el sacerdote dejaba desgranar ideas como éstas:

A lo largo de nuestra vida, nos tropezamos con muchos obstáculos que no nos dejan encontrar la paz espiritual. Uno de ellos es el propio sufrimiento. Nos da a todos un poco miedo incluso pensarlo. Al llegar a este mundo, y, sobre todo, a cierta edad, el hombre se encuentra con el telón de fondo que ya nunca desaparecerá de su vista: el dolor; y después la muerte. La única manera de vencer estas dificultades es coger al toro por los cuernos, y a la vez abandonar toda resistencia. Es necesario, sí luchar, pero siempre aceptando la voluntad de Dios que en su providencia va disponiendo para nosotros lo mejor. ¡Se vive una sola vez! Y nos gustaría que nuestra existencia estuviera rodeada de bienestar, placer, paz y bonanza. Nos encantaría pasar a la vida eterna como en un viaje delicioso, como quien, en una excursión placentera, se dirige a una ciudad maravillosa.

Dios en su providencia ha dispuesto el dolor, y ha dejado en la misma naturaleza remedios para la enfermedad, medicinas y médicos, regímenes y tratamientos. Pero estamos en uno de los principales misterios de nuestra existencia, piedra de escándalo de muchas personas. Para abundar más en el misterio y encontrar pistas de solución, nos dice nuestra fe que la cruz y el dolor son grandes regalos que Dios nos otorga para nuestra santificación.

Citaba nuestro amigo el sacerdote fervoroso, después de hacer estas consideraciones, unos textos de Isaías y unos versículos del Evangelio de Jesús en el Huerto de los Olivos, y ayudaba a sus fieles a practicar su oración personal, exhortándoles ponerse en la presencia de Dios, a relajarse, a centrar su mirada en el sagrario, donde el Maestro les espera. Les decía así:

- Centra tu atención en tus actuales dolores y enfermedades, y acéptalos uno por uno. Aunque no tengas ganas, abandónate en Dios, lleno de sabiduría y amor. Dile: Padre, me entrego confiado en tus brazos. Repítelo con suavidad varias veces. Y purifica lo más profundo de ti mismo. Dialoga con Cristo sin prisa.

Permanecieron los fieles largo rato en silencio; al final cada uno expuso en voz alta sus peticiones o sus propios pensamientos.

A mí me gusta repasar de vez en cuando estos apuntes que tomé en aquella sabrosa meditación. Ojalá también a ti te sirvan de algo.

UNA CONCELEBRACIÓN EMOTIVA. – Nº 229

Asistí no hace mucho tiempo a una Misa concelebrada poco común. Era en una residencia de sacerdotes ancianos. Conocía a varios desde hacía tiempo, y con toda sinceridad he de decir, que estos curas han sido para mí ejemplo del buen obrar sacerdotal, de fidelidad y celo pastoral. Comenzaron la ceremonia con aquella melodía siempre recordada: "Vayamos jubilosos al Altar de Dios". Y desfilaban hacia el presbiterio con rostros llenos de paz.

A mí se me hizo un nudo en la garganta, y hube de contenerme, porque se nublaron mis ojos de emoción.

Aquellos hombres fuertes en la fe que habían consolado tantas veces a enfermos, ancianos y moribundos, ahora se encontraban ellos en situación parecida, y sin dramatizar su situación, marchaban jubilosos hacia el altar del Señor.

Cuando el presidente de la Eucaristía tomó en sus manos el pan y el vino para ofrecerlos al Padre, todos miraban con devoción hacia la patena, como diciendo: ahí pongo mis sufrimientos, mis alegrías y mis penas para que sean en tu cuerpo místico aliento y fervor para cuantos lo necesiten. Y bebieron en la comunión el cáliz de la sangre de Cristo que encendía sus corazones en fortaleza para apurar hasta lo último cuanto el Señor dispusiera en días y semanas sucesivas.

Muchos hombres se estremecen ante el dolor y ante la muerte. Jesús ha suprimido este horror y nos consuela y alienta. La muerte, para cuantos creemos, es una antorcha que brilla con claridad hacia la vida eterna. El enfermo que abre los ojos guiado por esta luz, se siente en un camino regio, y sabe que llegará un día en que también para él se renovará el aleluya de la Pascua de Resurrección. Por eso nuestros hermanos los sacerdotes caminaban jubilosos hacia el altar del Santo Sacrificio.

Es preciso que todos nosotros descubramos con gran fe el velo misterioso que oculta el fenómeno del dolor y de la muerte. Entonces miraremos nuestras limitaciones con gran paz. Pero hemos de fomentar la esperanza y el amor a Dios, e intentar hacer el mundo un poco mejor y más cristiano. Dios suele premiar la ancianidad y los últimos años de la existencia terrena de cuantos le han servido, con gran serenidad de espíritu. ¡Esto es ya un poco de la felicidad anticipada del cielo!

UNA LEYENDA NORUEGA. – Nº 230

En una ermita, en Noruega, había una imagen muy venerada de Cristo crucificado. Un anciano pasaba junto a ella muchas horas contemplando a Jesús y le suplicaba la gracia de sobrellevar en su carne los mismos padecimientos de su Maestro. Accedió el Redentor a este deseo del anciano Bernardo, pero le puso una condición: mientras permaneciera en la cruz, había de callar, viera u oyera cualquier cosa, por extraña que fuese. El hombre contemplativo sustituyó a Jesús en su puesto de la ermita.

Calló el anciano Bernardo cuando un rico le pedía dinero, pero se alejó despistado olvidando allí mismo su cartera. Guardó silencio cuando un pobre le suplicaba ayuda, y, ni corto ni perezoso, se llevó la cartera olvidada por el rico. Nada dijo cuando una joven acudió para pedirle felicidad en su próximo matrimonio. Pero no pudo aguantar, y dio grandes voces, en el momento en que el rico regresó a recoger su dinero y golpeó con furia a la muchacha casadera.

Entonces Cristo hizo bajar de la cruz al anciano místico y le dijo: "Bernardo, desciende de la cruz, porque no sabes hacer de Dios ni entiendes sus caminos. Al rico le convenía perder su cartera. El pobre no robó, porque se encontraba en extrema necesidad. A la joven no le convenía casarse con aquel novio; por eso le vino bien la paliza y el deshonor que "obligó" al pretendiente a abandonarla".

Nuestro anciano no supo comprender el significado del dolor, ni los caminos de la Providencia Divina, ¡nada!

Si yo fuera Dios, dicen algunos pretenciosos, no permitiría la guerra ni las extorsiones, ni el terrorismo, ni las calumnias, ni la explotación del pobre, ni la muerte del padre de familia del que dependen unos cuantos hijos pequeños. Y es que no tenemos ni idea. No sabemos entender los designios del Señor. Por eso nos rebelamos cuando nos sentimos maltratados o enfermos o víctimas del infortunio.

Tal vez no nos damos cuenta de que es propio de los creyentes sabios fiarnos de la Providencia Divina. ¿Qué sabemos nosotros de los designios del Señor? No nos pongamos a hacer de Dios como Bernardo el noruego, porque enseguida nos daremos cuenta de nuestro fracaso total. Eso sí; vamos a pedirle con humildad a Jesucristo que aprendamos a sobrellevar nuestras cruces y fatigas, y a ayudar a otros más débiles en el camino de su salvación. Así cumpliremos la ley de Cristo. Importa mucho aprender a sufrir bien.

Tengo leído que un Papa concedió indulgencia plenaria para todos los que sufren. Para ello se necesita ofrecer cada día los dolores en unión con los sufrimientos de Cristo, por la Iglesia. Y me parece muy buena la idea de aquel Pontífice, que solo hizo corroborar el gran mérito del dolor cristiano.

NOTA: (Los datos tomados del libro "Ejercicios Espirituales" de Iparraguire, pág. 858)

SIETE CONSEJOS PARA APRENDER A SUFRIR. – Nº 231

Me gusta leer y después archivar los "decálogos" que aparecen en distintas publicaciones. Suelen ser fuente de sabiduría. Hoy me permito glosar un septenario de consejos que tenía guardado, y que de vez en cuando medito. Son recomendaciones llenas de experiencia, que nos enseñan a sufrir con paz, e incluso a ser feliz cuando el dolor nos acosa. Imagina que es el mismo Jesús quien te lo dice.

Primer consejo: No te aburras. Quien sufre debe evitar el ocio, el no saber qué hacer; cultiva aficiones. Haz algo por los demás; escribe, habla por teléfono, practica algo que te guste, aun cuando te suponga un ligero sacrificio. Cualquier cosa menos contemplar compasivamente tu desgracia. Puedes ir sembrando el bien por todas partes. Aspira a ser mejor. Que no haya de decirte el Señor, "¿Por qué estáis todo el día ociosos? (Mt. 20,6)

Segundo consejo: Habla con Dios. Aunque te quejes a Él no importa. También el santo Job lo hacía. Desahógate con Jesús y con sus mismas palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Sal. 21,2)

Tercer consejo: Dedícate a hacer todos los favores posibles. Ten en cuenta que es mucho mejor dar que recibir, y desde tu condición de enfermo, aunque la ancianidad y achaques te tengan marginado, puedes dar mucho: sonrisas, cariño, comprensión, ejemplo, paciencia, interés por las personas y por las cosas de otros. Habla de ti cuando te pregunten o lo exija la necesidad; solo entonces. "Hay más felicidad en dar que en recibir". (He. 20,35)

Cuarto consejo: Perdona siempre y todo. No guardes rencor ni envidia a nadie. Practica el perdón como Jesús. "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc. 23,4), y procura cuando sientes rabia por algo que te han dicho o hecho, unirte a la pasión de Jesús y evitar represalias. No rumies el desdén.

Quinto consejo: Entrega lo tuyo para los demás. No seas avaro ni de tus propios bienes ni de tus méritos; no los guardes para ti solo. Reparte y comparte. Como Jesús que nos entregó hasta su propia madre al pie de la cruz.

Sexto consejo: Ten alegría y esperanza. "Por la esperanza que tenéis depositada en el cielo" (Col. 1,5) Sí; que no has de poner tu gozo e ilusión ni en la salud ni en la juventud, ni en las riquezas y placeres. Todo esto "se marchita como la flor del heno". Pon tu alegría siempre en lo que nunca cesará.

Séptimo consejo: Vive persuadido de que tu Padre te ama. Échate confiado en el regazo de Dios. Di con San Juan de la Cruz: "Quedéme y olvidéme. El rostro recliné sobre el Amado. Cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado". En Dios vivimos, nos movemos y existimos. ¿Qué nos importa el dolor transitorio y las fuerzas que flaquean?

Ojalá, amigo dediques tiempo a repasar y meditar estos consejos, porque están llenos de sabiduría y de esperanza cristiana.

¿EL CILICIO ES UNA CHUFLA? – Nº 232

En la década de los cincuenta no había confesor o director espiritual que no recomendara a sus penitentes asiduos y dirigidos, utilizar de vez en cuando el cilicio o darse una sesión de disciplinas. No sé por qué ha caído en desuso aquella costumbre, y muchos hoy lo toman a chufla como si se tratara de una práctica masoquista o, cuando menos, de algo extravagante y absurdo. Yo creo que el sufrimiento "reflexivo", de uno hacia sí mismo, no es algo digno de burla, ni mucho menos de vituperio.

En la década de los setenta, la ley del péndulo había dado el impulso hacia el lado contrario. Vi en cierta ocasión, en plena calle, un puestecillo de exposición y venta (?) de cilicios, cadenillas y disciplinas de cuerda. Los vendedores animaban a pararse a los transeúntes para que contemplaran tamaña originalidad. Todo era una chufla irreverente. Por aquel entonces serían pocos los confesores que recomendaban el uso del cilicio.

Yo sigo pensando que es razonable el sufrimiento impuesto a sí mismo, la mortificación sencilla. Ni quito ni pongo el que sea con instrumentos o sin ellos. Pero hay un sin fin de pequeños sacrificios que podemos imponernos sin que se quebrante para nada la salud; más aún, puede quedar robustecida; y sobre todo la fuerza de voluntad quedará potenciada. Incluso los no creyentes que aprecian su formación humana, practican de alguna manera la autodisciplina.

Para el cristiano lo considero de total necesidad. Privarse de algo que gusta puede ser un sacrificio, un homenaje al Creador, sobre todo si ayudamos con él a nuestros hermanos o a nuestra propia educación. Se da uno cuenta de que la privación de un placer está destinada a glorificar a Dios, y doblemente si con ello beneficiamos al prójimo. Basta pensar en los numerosos héroes anónimos que acuden prestos a ayudar a sus hermanos en la desgracia. ¡Y no digamos nada, si deseamos avanzar en los caminos de la vida interior, la importancia que tiene el sacrificio!

Todo puede transfigurarse por medio de Jesús Salvador. Lo mismo que el amor se transforma en obras buenas, y la primavera en frutos, también el sacrificio elegido, y más aún el aceptado, se convierten en obras de redención. Así lo ha dispuesto Jesús. Y no cabe ser un penitente, y luego protestar porque te ha picado una mosca. Es preciso saber aceptar las contrariedades y flaquezas de nuestros prójimos, las inclemencias del tiempo, la enfermedad y quebrantos de fortuna. Eso no quita para nada la lucha pacífica contra el sufrimiento. Lo divino que hay en nosotros tiene tal capacidad de asimilación y consagración, que no se detiene siquiera ante lo que en el orden natural parece una piedra de escándalo: el dolor.

Así pues, el cilicio no es una chufla: ni el de púas, ni el aceptar todas las pejigueras que rondan nuestra existencia.

EL MISTERIO DEL DOLOR. – Nº 226

Hace unos días me decía un amigo muy querido en plan un poco de crítica y broma: "No es lo mismo predicar que dar trigo". Y verdad, pero a quienes nos toca escribir para animar, también nos vienen interrogantes sobre el dolor, también hemos de agarrarnos a la fe como todo hijo de vecino; que no hay nadie más que nadie.

Casi una vez al año aparece en esta columna un título parecido al actual. Y es que el dolor y el mal son las grandes llagas de la existencia humana, el absurdo de este mundo tan desarrollado. Ante estos dos problemas se detienen continuamente filósofos, teólogos, sicólogos y sacerdotes. Los ideólogos no encuentran respuesta adecuada. Los hombres prácticos se contentan con calmar el dolor, ¡que ya es mucho! La religión nos ofrece vías de solución al problema especulativo. Pero ¿quién podrá dar una respuesta completa? Solo Jesús, Dios y hombre verdadero es capaz de conducirnos hacia la solución total. Es cierto que nadie como Él ha podio ofrecer una respuesta más pacificadora. Él además de ofrecernos motivos para la resignación, ha transformado el sufrimiento en camino de felicidad. A través de su doctrina, el dolor se ha convertido en elevación moral; y más aún, en verdadera expiación por nuestros pecados.

A lo largo de nuestra vida, nos ha tocada tratar con personas que nos han cautivado por la manera de afrontar el sufrimiento desde la mística cristiana. Han hallado bajo las espinas, la alegría serena, llena de paz y beatitud: la delicia del amor al amante crucificado. Basta haber leído con asiduidad esta columna de la Hoja Parroquial, para constatar la verdad de esta afirmación.

Cuando presencio la grandeza de alma de algunos cristianos, se me forma un nudo en la garganta. Me viene ahora a la memoria aquel sacerdote que, informado por el médico de que le quedaban dos o tres meses de vida, dijo a las religiosas a quienes celebraba la Misa diaria: "He de comunicaros una gran alegría, tengo cáncer; pronto iré a la casa del Padre".

Y es que hasta la muerte encuentra aliento en las palabras de

Jesús, y se transforma en el comienzo de la vida eterna. Los cementerios cristianos son lugares de paz, donde los justos aguardan la resurrección para la gloria. Vamos, pues, a sufrir con esperanza. Que "los sufrimientos de esta vida no tienen comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros".

EL ABANDONO TOTAL. – Nº 234

¿Te has sentido abandonado del todo alguna vez? A mí me ha ocurrido en dos ocasiones y por breve tiempo: cinco minutos y un cuarto de hora. Pero me parece suficiente para tener experiencia de lo duro que es. Fueron momentos de un dolor físico supremo, torturante. Entonces, si a uno le fuera dado elegir entre morir o aguantar por tiempo indefinido para seguir viviendo, elegiría por puro instinto la muerte, sin que tal vez pudiera intervenir la voluntad. He aquí el abandono total. De nada te sirve la compañía de personas a no ser que sean capaces de quitarte el dolor. Si no lo consiguen, te encuentras del todo desamparado.

En nuestra existencia nos acompañan a veces abandonos parciales. Son también muy sangrantes y producen hastío de vivir. Pero es preciso sobreponerse; mirar a Cristo, gran Maestro, que nos enseña la abnegación como camino de ir a Dios.

Jesús padeció el abandono material. Nos lo dice el Evangelio: Las raposas tienen su madriguera y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reposar sus cabeza" (Mt. 8,20) No es fácil encontrase en esta situación cualquiera de nosotros.

Padeció Jesús el abandono de la autoridad. "Los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se pusieron de acuerdo para apoderarse con engaño de él y hacerlo morir." (Mt. 26,34) También las multitudes le abandonaron y exclamaban: "Suelta a Barrabás... crucifícale." Hasta sus amigos le dejaron solo; incluso el mismo Pedro: "No conozco a ese hombre de que me habláis"

Cuando te llegan, amigo, momentos de soledad imposible, pon tu mirada en Cristo nuestro Maestro y Señor; pero no para consolarnos como los bobos, sino para sacar fuerza de debilidad, que si Él, Dios y hombre verdadero, sufrió y nos dio ejemplo, no puede permitir que sus redimidos quedemos confundidos; nosotros que hemos esperado en Él.

Y Jesucristo sufrió también el supremo desamparo precisamente en los últimos momentos de su vida. ¡El desarraigo total de su pobre ser! Invoca al Padre cuando se ahogaba en la cruz con dolores de suplicio, y se siente abandonado. Es el clímax del dolor, imposible sufrir más; suprema soledad. Y no le valió nada la bondad infinita que había mostrado en su existencia terrenal. Nadie más pobre que Él en esos momentos. Incluso abandonado del Padre celestial: "¡Padre, ¿por qué me has abandonado?"

Ahora, cuando no estamos sintiendo ese supremo abandono, vamos a fijarnos en Jesús, y tomemos fuerza de Él. ¡Y con gran esperanza! Porque las últimas palabras del Maestro fueron éstas: "En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu".

JUBILACIÓN. – Nº 235

Un amigo jubilado me decía: "Cuando amanece, me pongo contento. ¡Un día nuevo para disfrutar! Y aprovecho a tope la veinticuatro horas. A ver si mañana sale igual".

A dos compañeros sorprendí en esta conversación: "Hay que

aprovechar el día; que no todos salen tan buenos". Y contestó el segundo: "¿El día sólo? ¡Cada minuto; cada segundo!

Y así, poco a poco, sin darse cuenta, llegan muchos pensionistas a las puertas de la eternidad. No digo que son personas malas; Dios me libre; pero las considero un poco irresponsables, si organizan de esta forma exclusiva su existencia, que a la fuerza ya a esas alturas es corta.

¡Da gracias a Dios, amigo, por la vida; cada día es un regalo, una nueva oportunidad para acercarte a quien va a ser la meta de tus aspiraciones!

- No necesito mucho para vivir, me explicaba otro compañero también jubilado. Estoy soltero; ya llevo treinta y cinco años trabajando y me jubilaré pronto. Necesito más tiempo para la oración. Y así lo hizo; se retiró de su trabajo y cumple su palabra.

Con este mismo criterio, un sacerdote de setenta decía: Ahora me trasladaré a una residencia aneja a un convento. Llevo ya muchos años hablando de Dios a los hombres; dedicaré el resto de mi vida a hablar de los hombres a Dios.

Y así van pasando los años de todas estas personas. Por cierto; de manera muy distinta. Yo me quedo con la decisión y modo de vida de este segundo grupo. Y repito que no me parece gente mala, ni mucho menos, los del gozar día a día de las oportunidades que les depara la jornada.

¿Te das cuenta, amigo jubilado, que tienes el privilegio de disponer de muchas horas libres? Saldrás a pasear, porque lo necesitas y es una de tus obligaciones conservar la calidad de vida. Da entonces gracias a Dios por la brisa refrescante de la mañana, o por la tibieza del sol de otoño, o por el canto de los pájaros de la primavera. Agradece el trago de agua que tomas en la fuente del camino; alaba al Señor porque te sientes hoy mejor que ayer, o por el niño cariñoso que te saluda con un "¡Hola! Incluso los días grises en que todo parece ir mal, si te habitúas a ser agradecido, encontrarás cosas buenas que te impulsen a alabar al Señor. Cada vez me parece más lógico lo que me decía mi antiguo párroco: "El tiempo más feliz de mi vida es el de la ancianidad". ¡Ojalá sea una realidad

¡AL TAJO! – Nº 236

Cuando escribía hace años mis primeros artículos en una revista, me entretenía tal vez demasiado en preámbulos. Entonces el Director me hizo esta crítica: "Está bien escrito tu original, pero hay que coger el toro por los cuernos; menos introducción, y ¡al tajo!"

¡Pues con relación al dolor, sí que es preciso ir al tajo, porque el sufrimiento es algo siempre urgente: quitarlo si se puede, y ofrecer a Dios todo el proceso, porque es necesario completar lo que falta a la pasión de Cristo.

Tu propio sufrimiento puede aquilatar tu generosidad hacia el Cuerpo Místico de Cristo que lo necesita. Deja que tu enfermedad dilate tu corazón, para influir más en el trabajo apostólico del Reino de Dios. Tu vida es preciosa. No se debe perder nada de ella. Una temporada de baja laboral a causa de tus achaques, puede ayudarte a salir de ti mismo; a dedicar más tiempo a tus seres queridos; a estar más al tajo de tu santificación, y así ser más útil en la Iglesia orante, verdadero motor del apostolado.

El tiempo de recuperación después de un accidente o de una intervención quirúrgica puede fortalecer y enriquecer tu propio carácter. Sé consciente de ello; celébralo con alegría, porque los frutos pronto los vas a comprobar.

Intenta dialogar contigo mismo; estáte siempre en el tajo, y no dejes que asome en ti el tedio existencial. Tal vez hayas de dar un nuevo giro a tu vida. Quizás hayas de tomarla con mayor serenidad y eliminar el estrés que durante años te ha atormentado. Acaso también has de comenzar a tener en más en cuenta tu vida interior de relación con Dios. Puedes decidir vivir ahora más plenamente muchos aspectos de tu existencia humana. Sobre todo no permitas que tu enfermedad te recluya en un encasillado de rutinas y temores. Tu identidad de persona es mucho más rica.

Y no pienses que tu enfermedad es un castigo. Todo lo contrario: es una nueva oportunidad. Todo esto es en verdad ir al tajo. No precisamente lo que decía mi antiguo director, empezar a escribir como de repente, como en un "ex abrupto".

EXTRANJEROS Y PEREGRINOS. – Nº 237

Siempre impresiona ver en televisión campos de refugiados. A causa de una catástrofe o de una guerra, habitan en tiendas de campaña durante largos meses. Pasado el tiempo, todos irán a vivir a sus pueblos respectivos.

La Biblia nos recuerda con frecuencia que estamos de paso por este mundo. Las criaturas no debemos olvidar que somos extranjeras y peregrinas en la tierra. Somos los ciudadanos del cielo, nuestra patria verdadera. Las confortables instalaciones de aquí, son campo de nómadas con un poco lujo.

Esta consideración merece que la hagamos siempre, y más aún si nos visita la enfermedad. Así aprenderemos a dar el verdadero sentido a nuestra vida.

Para el viajero lo importante es partir. Llegar al destino será el resultado de haber salido ya, y de haber caminado durante la peregrinación.

San Luis, Rey de Francia, marchó para las cruzadas; los astronautas parten hacia el espacio, con gran expectación del mundo. El hecho de comenzar una empresa o una carrera, siempre es algo solemne en la historia propia o de una colectividad.

Nosotros todos empezamos el viaje hacia Dios hace ya bastantes años, y rodamos un día detrás de otro; casi siempre sin advertir la trascendencia de este itinerario sin retorno.

Para cuantos somos mayores, la tarde de la vida deberá ser la estación de dar fruto abundante, la hora del desprendimiento en plena madurez. La persona es fruta en sazón que cae en el surco para que su semilla esparcida vuelva a nacer. El anciano, como en el poema de Paul Claudel, extenderá sus brazos en un gesto de ofrenda y gratitud y podrá decir: "¡Ha llegado la tarde! Apiádate, Señor, en este momento de todo hombre, que, habiendo acabado su trabajo, se halla ante ti como un niño al que le examinan las manos. Las mías están libres; acabé la jornada".

Que el Señor, al finalizar el viaje nos pueda decir: "Feliz, siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor". Has trabajado toda tu vida en la heredad del Padre; has comprendido la finalidad de tu existencia. Acepta apagarte en este mundo efímero y te convertirás allá arriba en estrella refulgente.

Es preciso, querido amigo, romper las ligaduras. Tarde o temprano hemos de separarnos de todo cuanto nos rodea. Que tu actitud sea: "Me entregué a Dios, y ahora ha llegado el día del descanso".

LA INCOMPLETA. - Nº 238

Dios Padre me ha creado para que sea santo; Dios Hijo me ha redimido para que yo sea Santo. El Espíritu Santo habita en mí para que yo sea santo. No moriré sin ser santo.Dios Padre me ha creado para que sea santo; Dios Hijo me ha redimido para que yo sea Santo. El Espíritu Santo habita en mí para que yo sea santo. No moriré sin ser santo. Dios Padre me ha creado para que sea santo; Dios Hijo me ha redimido para que yo sea Santo. El Espíritu Santo habita en mí para que yo sea santo. No moriré sin ser santo.

Dios Padre me ha creado para que sea santo; Dios Hijo me ha redimido para que yo sea Santo. El Espíritu Santo habita en mí para que yo sea santo. No moriré sin ser santo.

Dios Padre me ha creado para que sea santo; Dios Hijo me ha redimido para que yo sea Santo. El Espíritu Santo habita en mí para que yo sea santo. No moriré sin ser santo.

No soy músico, pero me gusta escuchar las buenas melodías. Hay una sinfonía de Schubert, que se denomina "La Incompleta". A mí me parece que termina bien, quizás por ser profano en la Ciencia de Orfeo. Y profanos somos casi todos, a la hora de la verdad, cuando nos preocupamos tan poco de otra gran obra, incompleta pero bien acabada, la redención del mundo. Sí; está terminada por parte de Jesús, pero incompleta por parte de los hombres, llamados a cooperar en la salvación propia y en la de nuestros semejantes. Por algo decía San Pablo a los Colosenses: "En este momento encuentro mi alegría en los padecimientos que tolero por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por el bien de su cuerpo que es la Iglesia". (Col. 1,24).

A lo largo de los años son muchos los enfermos que se han complacido en ofrecer sus dolores en unión con Jesús, y gracias a ellos toma mayor vitalidad la Misión de la Iglesia en tierras lejanas y en el propio ambiente. Pienso que la crisis religiosa de nuestro pueblo se debe en gran parte a la mediocridad de muchos líderes religiosos, que a su vez recaban la ayuda de la Iglesia orante y de la Iglesia doliente, pero les llega a cuentagotas. Es preciso romper el círculo vicioso. Hemos de lanzar el S.O.S. hacia los enfermos, hacia los ancianos, hacia los conventos contemplativos y almas sensibles de nuestra Iglesia.

Jesús nos redimió por el dolor. La oración y el sufrimiento aceptado pueden ser los que abran la espita de la gracia. Necesitamos místicos. Nunca se ha trabajado pastoralmente con mayor perfección científica. Los medios empleados son de gran poder de captación, pero "si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles". Nos falta el empuje de los grandes orantes, de almas eucarísticas enamoradas, de enfermos entusiasmados con su misión apostólica. Necesitamos aquel fervor religioso de la primera mitad del siglo XX. ¡Oh si surgieran muchos místicos de la Eucaristía como D. Manuel González, como el P.Nieto, como tantos sacerdotes y catequistas que nos educaron en nuestra niñez!

El sufrimiento, la entrega total en los brazos de Dios aceptando todo y unidos a Él, es vitalidad para el Reino. Y estas verdades debiéramos conocer todos los cristianos, porque de todos es la obra de la salvación de las almas.

Estas afirmaciones son ciertas desde la perspectiva de la fe. Pero la misma razón humana nos demuestra que el sacrificio mata el egoísmo y la pereza, para crear la vida y sembrar el bienestar en todos los órdenes. Por otra parte es demasiado duro padecer y no saber porqué. Y ahora sí, la religión abre ante los creyentes perspectivas de consuelo y esperanza.

SE ESCRIBÍA CARTAS A SÍ MISMA. - Nº 239

Hace pocos días me enteré de una noticia que me ha sorprendido: una anciana culta, bien puesta y que vivía en amarga soledad, cada semana se escribía una carta a sí misma; la franqueaba; la echaba al buzón; y a los dos días la recibía. Enseguida la abría y leía con toda ilusión, como si fuera de una amiga o familiar.

¡Qué dura la soledad para muchas personas!

Existen por fortuna asociaciones para pensionistas en las que se brinda la posibilidad de mutua compañía. El ser humano, salvo limitadas excepciones, está creado para vivir en compañía. Todo cuanto hagamos para favorecer y potenciar las relaciones humanas cordiales será poco. Incluso dentro de los estatutos de este asociacionismo altruista, debiera existir la idea de ofrecer sistemáticamente posibilidad de afiliarse a personas que, por ignorancia o timidez, nunca se acercarían a unos locales extraños para ellas.

Pero también es bueno apreciar el aislamiento relativo e incluso el casi absoluto de los eremitas. Nos enriquecemos dedicando largos ratos al estudio, a la oración, al sosiego íntimo. ¡No temamos tanto la soledad! Los grandes genios y los santos eminentes se han fraguado en horas eternas junto a sus libros o al lado del Sacramento del Amor, la Eucaristía.

Me producía admiración respetuosa el caso de la señora que se escribía a sí misma. Pero ¿has probado alguna vez practicar la oración por escrito? A mí se me había ocurrido hace ya tiempo, aunque de tarde en tarde. Me resultaba un poco extraño; pero desde que leí que el Beato Foucauld durante largas temporadas se dedicaba a este ejercicio de oración escrita, me resulta más familiar y lo hago con mayor frecuencia. Y, a decir verdad, de esta forma parece más fácil mantener la atención en Dios a quien dirigimos unas líneas. Además, como no las echamos al buzón, pues los carteros no llegan hasta el Cielo, y Dios lee los escritos igual que los pensamientos, podemos repasar nuestras plegarias en épocas de aridez. Disfrutamos de nuevo repitiendo una oración que en su día enviamos al Señor.

Por si a algún enfermo, anciano o solitario le sirve de algo, ¡ahí queda eso! La respuesta del Cielo siempre llega, aunque no en forma de escrito, por supuesto.

UN MÉDICO CRISTIANO. - Nº 240

Vi su fotografía en una revista. Era joven, como de treinta y cinco años. Él mismo firmaba con sencillez su testimonio. Se llama Angel Toral. El Evangelio se había convertido para Angel en algo vivo. Intuía a Jesús en cada uno de sus pacientes, y esto le motivó para un cambio radical en la orientación de su profesión médica.

Decía así, como resumen de todo su proceder sanitario: "En todas las actuaciones tengo la oportunidad de encontrar a Jesús en cada enfermo e intentar devolverle ese amor que ha demostrado por mí en la cruz, ofreciéndole mi formación médica, y sobre todo mi compañía y consuelo."

Angel Toral realizaba su trabajo en un centro geriátrico privado. Allí también había personas a jóvenes con graves minusvalías a causa de accidentes. Ninguna de ellas tenía curación posible. Él consideraba una oportunidad ver a Jesús en cada enfermo y así su amor era más a fondo.

Para el profesional de la medicina es duro mostrar cariño a personas a quienes les resulta imposible agradecer incluso con una sonrisa o una mirada. Algunos de estos pobres seres humanos, privados del movimiento, ni siquiera gozan de expresividad en sus ojos. Incluso hay casos en que se encuentran privados de la razón. Cuando un médico atiende también con ternura a estos grandes minusválidos, se transforma el ambiente de las clínicas. Se respira allí como una brisa divina.

Creo que todos cuantos hemos pasado por hospitales, hemos tropezado con personas de esta categoría moral. El agradecimiento por parte del enfermo consciente es algo elemental hacia todos cuantos se ocupan de su salud. No basta decir que para eso cobran. La profesión se puede ejercer de muchas maneras; y cuando nos acompañan una o varias personas sensibles con nuestros problemas, es de bien nacidos mostrar ese reconocimiento.

Así testimonia nuestro Angel Toral: "... Ella murió una tarde en que yo no trabajaba. Cuando llegué al día siguiente, su hijo quiso venir desde el velatorio, para agradecer la atención que había prestado a su madre. Me alentó..." Y es que ¡todos tenemos nuestro corazoncito!

LAS ENFEREMDADES DEL PADRE PÍO. Nº 241

Durante mi infancia y primera juventud, hablar del P. Pío de Pietrelcina, era tema favorito de conversaciones espirituales, entretenidas y llenas de misterio. El P. Pío era un enigma. Ahora que lo han beatificado, el 2 de mayo del año pasado, podemos ver las cosas con más objetividad.

El P. Pío no era un enfermo en el sentido psíquico, como alguien puede pensar, sí sufrió tremendas enfermedades que le torturaban el cuerpo, pero a su alma su alma la iban elevando a grandes alturas místicas, como pocos humanos habrán alcanzado.

Fue dotado este capuchino de una constitución física normal, pero resultó un auténtico enigma para los médicos. Tuvo que incorporarse, siendo ya sacerdote, al servicio militar. Allí casi se les moría, pero nadie encontraba la causa de sus terribles padecimientos. Tomaron los médicos la resolución de licenciarlo del ejército como tuberculoso incurable. A pesar de los reparos que esta enfermedad lleva consigo por el peligro de contagio, fue destinado al convento de San Giovanni Rotondo, donde residían jóvenes estudiantes. El mismo padre Pío aseguró que no existía tal enfermedad ni había peligro de contagio. No era pues un tuberculoso.

Las afecciones gripales le atacaban, y en su edad madura aparecen dolores de artrosis, y junto a ellos, los terribles cólicos nefríticos que todos los años le visitan repetidamente. Las indisposiciones graves eran muy frecuentes en él. Por los años cincuenta se encontró tan mal que pidió los últimos sacramentos y se esperaba que la muerte de un momento a otro. Toda su vida fue un continuo viacrucis.

En la juventud, poco después de su primera Misa, los médicos lo enviaron a su casa paterna, y allí permaneció siete años lleno de dolores. En cuanto volvía la convento, todavía se hallaba peor, de tal manera que habían de nuevo de mandarlo a casa a reponerse.

Murió a los 81 años. Los dos últimos de su existencia terrena sufrió grandes crisis de arritmia con disminución de la presión arterial. El asunto de los estimas y de su hipertermia necesitaría capítulo aparte.

Este hombre, a pesar de sus achaques continuos vivió con una gran paz de espíritu. Su actividad apostólica fue constante. Hubo días en que permaneció más de dieciséis horas en el confesonario. Los grupos de oración deben su existencia a nuestro santo.

Su contemplación divina era elevadísima, y el trato con las personas, lleno de sencillez, vivacidad e incluso con gran sentido del humor.

Cuando nos toque padecer en nuestra vida, hemos de mirar a este hombre que, imbuido en el dolor, supo ser útil, ejemplo para los humanos, y además vivió con esa felicidad relativa a la que todos aspiramos.

LA INTENDENCIA. - Nº 242

Cuando un ejército se mueve en maniobras militares o en acciones bélicas, lleva siempre junto a sí un número considerable de personas encargadas de alimentar y proveer de todo lo necesario a aquellos hombres en acción. Algo de esto necesita nuestra Iglesia, pero en el orden espiritual.

Nos dicen las estadísticas que el "ejército" de sacerdotes y religiosos de España pasa de veinticuatro mil. Rebasa la cifra de cuarenta mil las religiosas de enseñanza, sanidad y otras actividades apostólicas. ¡Nutrido ejército! Y la intendencia es también considerable: más de novecientos conventos de monjas contemplativas, y alrededor de cincuenta monasterios de frailes dedicados a la oración. Y también son muchos los enfermos cristianos, capaces de engrosar las filas de la intendencia apostólica.

Parece que estas líneas se perfilan con aires triunfalistas, pero no es así. Hemos de mirar serenos la realidad.

Muchas veces cuando me dirijo al Señor le pido con fe: "¡Dadnos sacerdotes santos, almas consagradas santas! Y en mi reflexión personal me pregunto: ¿Cuál será la causa de este bajón de nuestro pueblo en cuestión de fe católica, frecuencia de sacramentos y moralidad pública? ¿Será culpa de la "intendencia" que no alimenta con solicitud a nuestros militantes cristianos? No quiero pecar de intrusismo ni de criticón estéril, intentando dar una solución que solo Dios sabe cuál es. Pero sí estoy seguro de que, si la Iglesia orante, enfermos, ancianos, contemplativos y seglares con el carisma de la vida interior, estuvieran a tono, bien pronto se iba a notar una subida en la vivencia cristiana de tantos pueblos que hoy languidecen en una fe rutinaria o en el hedonismo pagano.

Quisiera que todos los creyentes viviéramos en una continua campaña a favor de la santidad de los sacerdotes y de las almas consagradas. Que los hombres y mujeres que han conseguido con la ayuda de Dios ser fieles a su vocación, dispongan en todo momento de la intendencia cristiana. Que nutra su celo, estimule su fervor y aliente en la acción apostólica. Si hoy rezo y ofrezco mis sufrimientos por este fin, algo se va a notar; he dado un empujoncito en el avance del Reino de Dios.

ALEGRÍA DE LA EDAD DE ORO. - Nº 243

Acabo de llegar a esa "tercera edad" tan cacareada, y aunque no sea muy viejo todavía, repito con alguna frecuencia esta frase que escuché hace muchos años a mi antiguo párroco: "El tiempo más feliz de mi vida es la ancianidad". Estas palabras me sirven de estímulo en mi vida interior. Ojalá, querido amigo, puedan ser también para ti acicate. Que los achaques físicos no te dominen de tal modo que constituyan una pesadilla.

No te catalogues como una carga para los demás por el hecho de ser un pensionista que cobra y no trabaja. La Sociedad tiene una deuda moral con las personas mayores. Desde pequeños lo leíamos: "El modo en que los pueblos tratan a los ancianos revela su cultura".

Pero vamos a elevarnos al plano superior. Los cristianos sabemos que esta vida es un paso, camino hacia Dios. Y es así, por mucho que los materialistas se conformen con el terruño que pisan. Después de recorrer ya varias etapas de la existencia, la madurez es la puerta de la eternidad. ¿Puede haber mayor alegría para una persona de fe que estar ya en las puertas de nuestro Reino eterno? Muchos antiguos compañeros de trabajo marcharon de este mundo casi sin enterarse, en pleno rendimiento. A nosotros el Señor nos brinda la gozosa oportunidad de prepararnos despacio, con mucha paz, con serenidad interior.

La etapa que hemos comenzado no es túnel sombrío lleno de fantasmas e ideas turbias. ¡Todo lo contrario! No tiene sentido la amargura de quienes desean la muerte porque ya lo han probado todo, y ¿qué nos puede deparar la existencia sino sufrimiento y desengaño? ¡Ánimo, compañero, que todavía no has hecho lo más importante de tu vida!

Además ocupas un lugar importante en la Sociedad, aunque algunos quieran marginarte. Dentro de la familia, los abuelos comparten el gran tesoro de la experiencia. Los hijos y los nietos nos necesitan, aunque no se lo formulen. Si somos serenos y ponderados, podemos colaborar no solo en el desarrollo humano de ellos, sino también en su salvación eterna. Porque la juventud olvida a menudo que esta vida es de paso. Y nosotros hemos de colaborar en el Reino de Dios para seguir transmitiendo estos valores trascendentes.

Dicen, y es verdad, que una persona mayor con fe total es una joya imprescindible; es una bendición para la familia. ¿Cabe mayor alegría?

CALIDAD DE VIDA. - Nº 244

Cada generación inventa una serie de frases - eslogan que luego todos utilizamos con frecuencia en nuestra conversación diaria; una de ellas es "calidad de vida". Pues, sí señor, es un aforismo logrado. Merece la pena tenerlo en cuenta sobre todo aquellos a quienes ha tocado en suerte una enfermedad crónica, o llegar a la tan deseada jubilación. ¡Calidad de vida!

Enseguida nos sobrecoge el fantasma del alzheimer cuando nuestra edad sobrepasa los sesenta, o la serie de achaques propios de la madurez puede impedirnos continuar con la habitual vida de relación.

Es preciso acostumbrarse a leer algo todos los días, y dentro de las lecturas meter siempre un libro o revisa de espiritualidad. Escribir algo. ¡Benditos ordenadores que tanto estimulan a personas de la tercera edad! El ejercicio de lectura y escribir, mantienen viva la atención y activa la imaginación.

Merece la pena unirse a alguna asociación para relacionarse con personas que tienen intereses comunes; y no olvidar la gimnasia, los paseos largos y la admiración de la naturaleza. Utilizar el teléfono, ayuda a mantener la amistad; y escribir cartas es tan bueno y quizás mejor. Muy conveniente mantener la ilusión por algún viaje. Todo ello además de ser calidad de vida, ayuda a mantenerla y nos aleja el fantasma del alzheimer.

Un amigo decía: "Estupendo todo esto, sí, pero no saco tiempo para ello a pesar de que me parece muy bueno. Es tal el trabajo que llevo encima que solo puedo sacar una hora de paseo, mientras voy y vengo de un quehacer a otro". Y tiene 82 años. Este amigo no caerá en la depresión; es amable pero sin exceso; nunca se lamenta de nada. Servicial para la familia y vecinos en todo cuanto necesitan. Él nunca se lamenta de nada y siempre está contento. Su casa parece un santuario con numerosas imágenes de calidad artística.

Yo nunca me aburro - decía. En casa tengo la mejor compañía y rezo a la Virgen y leo libros buenos. ¡Yo nunca me aburro; yo nunca me aburro!, repetía.

En distintas ocasiones le he visto lo he visto en una iglesia donde hay exposición permanente del Santísimo Sacramento ¡Qué bueno estar junto al Señor largos ratos para orar por quienes no rezan y para reparar por tantos pecados del mundo. También esto es calidad de vida, digo yo.

Admiro y respeto a los sicólogos y conferenciantes que dan consejo a las personas mayores. Además en el aspecto "profesional" lo hacen muy bien. Pero ¡ya lo siento! Nunca les he oído recomendar la vida interior cristiana como un medio maravilloso para la calidad de vida. Espero que si alguno lee estas líneas, tome buena nota de ello. Porque la vida espiritual, además de ser útil para todas las actividades humanas, nos acerca más a Dios, junto a quien estará por siempre la total calidad de vida.

OLVIDAR LOS TRAUMAS. - Nº 245

Dos jóvenes voluntarios en un cuerpo de Ejército sufrieron la misma experiencia desagradable: pocos días después de haber ingresado, llegaron muy tarde a la cena, a causa de haber sufrido una avería en el coche; ambos fueron expulsados del Ejército. Uno de ellos reaccionó bien. Buscó otro trabajó, y quedó relegado el incidente en el baúl del olvido. Pero el otro, nunca consiguió levantar cabeza. Siempre recordaba en sus conversaciones la tremenda injusticia que con él cometieron. Sin ninguna culpa por su parte, le echaron de aquella profesión que había sido el ensueño de su vida. Ni siquiera se molestó en preparar otro porvenir; trabajaba en lo que salía, y su vocación fue de gruñón empedernido. Nunca logró superar el trauma.

Hace unos años, en la sierra Urbasa, un hombre de 76 se perdió en un reducto que él pensaba conocer a la perfección. Le acompañaba su mujer y un hijo, pero no consiguieron encontrarlo. Sólo después de tres días de intensa búsqueda, dieron con él extenuado y sediento y con tres costillas rotas. Lo entrevistó un periodista cuando estaba en el hospital recuperándose. Y me llamaron la atención las últimas respuestas: - ¿Volverá usted a Urbasa? - Sí por supuesto; es que me gusta mucho y voy todos los años desde hace ya más de treinta. Tengo intención de subir como hasta ahora. ¡Claro!, esto no me volverá a suceder. Me fijaré por dónde paso y siempre me acompañará alguien. Y ahora intentaré olvidar.

En nuestra existencia humana nos encontramos todos con situaciones duras que lastiman nuestra alma. Vienen bien para darnos experiencia y ayudan a madurar. Algunas personas fijan demasiado su atención en esas desventuras, y viven traumatizadas, recelosas o con un odio irreprimible contra aquellos que provocaron su desgracia. Se trata de una verdadera enfermedad mental. Y para curarse de este mal es preciso luchar contra esas obsesiones destructivas; no permitir que se apoderen de nuestra alma. Si miramos a la cruz y vemos a Aquél que perdonó a quienes le martirizaban, conseguiremos olvidar nuestras situaciones más dolorosas, bajo todos los aspectos es necesario echar en el saco del olvido todos los eventos traumatizantes.

SI TE VAS A OPERAR, LEE ESTA CARTA. Nº 246

Cuando hace ya casi dos años sufrí tres intervenciones quirúrgicas, recibí de un amigo estas líneas que me dieron ánimo. Las transcribo por si alguien se encuentra en parecidas circunstancias:

"Me parece bien tu decisión de pasar por el quirófano. Benito A. se operó de lo mismo y ha quedado estupendamente. Todos los días veo enfermos que se operan y pronto los mandan a casa. Quiero recordarte lo que decía el poeta Luis Rosales: "Nadie regresa del dolor y continúa siendo el mismo hombre". El dolor aceptado con sabiduría y asumido serenamente, humaniza y hace al hombre más comprensivo y profundo. El dolor posee una fuerza especial de purificación y es capaz de cambiarnos humana y espiritualmente. Cuando el dolor hace acto de presencia en nuestra vida, puede ayudarnos en la sabiduría de la cruz de Cristo que es siempre redentora y salvadora.

La fe en Jesús muerto y resucitado da un profundo sentido al misterio del dolor. Hace que deje de ser un absurdo y se convierta en fuerza salvadora. Ya sabes que el amor a la cruz entre los cristianos tiene una dimensión especial. Todo esto lo has escrito muchas veces en la hoja parroquial, "La Verdad", y ahora el Señor quiere que lo hagas vida de tu vida. Estoy seguro de que tus artículos rezumarán más aún la sabiduría de la experiencia propia, porque te darás cuenta de lo limitados que somos".

Me hizo pensar mucho esta carta. Tenía razón mi amigo. No es lo mismo predicar que dar trigo, y cuando uno se siente tan limitado, solo se le ocurre decir con el corazón: "Señor, aquí estoy; cúmplase en mí tu voluntad". No cabe duda de que un estado de ánimo sereno e incluso relajado, ayuda en todo el postoperatorio.

Cuando llega un mal o un problema humano, lo que menos conviene es lamentarse o autocompadecerse, porque la vida sigue, y además nunca tendrá fin. Lo importante es, como decían en Cursillos de Cristiandad, "vivir en gracia".

FELIZ AUN EN LA ENFERMEDAD. - Nº 247

Hace unos años me asombró una entrevista que leí en "El Diario de Navarra" (1). Se titulaba así: "María me ha demostrado que aun en la enfermedad se puede ser tremendamente feliz".

María Gaztelu tenía 21 años y no podía moverse de su silla de ruedas; no era capaz de escribir, incluso había perdido el habla. Pero esta muchacha con una voluntad de hierro y un corazón de oro se licenciaba con éxito en Pedagogía. Su madre afirmaba: "María tiene una discapacidad tremenda, pero mientras mantenga su mente en perfectas condiciones, es capaz de todo. No sé cómo lo hace, pero ayuda a su hermana pequeña en inglés."

Terminó María con éxito su carrera. Sus compañeras, verdaderos ángeles para ella, le cogían apuntes, y gracias a su madre que la asistía en todo y a la tremenda memoria visual de la propia enferma, todo lo ha asimilado con perfección.

Pocos saben apreciar un rayo de sol, pero ella se contenta con eso. Todo lo que le falta por fuera, lo tiene por dentro. La felicidad se compone de pequeñas cosas que nos llenan: asimilar los libros de estudio, oír música, disfrutar con una buena lectura, dejarse acariciar por el tibio sol de primavera.

Cuando María perdió el habla, preguntó a su madre con la mirada: "¿Por qué antes hablaba y ahora no puedo?" Desde entonces se comunican con los ojos.

No es caso único el que nos ocupa. A lo largo de las semanas he citado en esta misma columna hechos de la vida real de distintos enfermos que saben enfocar con alegría sus dolencias.

A quien está sano le puede parecer insuperable la amargura de verse distinto a los demás, y no poder disfrutar en la vida con algo que antes gozó. Pero la Providencia divina nos va guiando; nos da fuerza e incluso mayor felicidad que la anterior cuando llega la prueba. El dicho, "Unas puertas se cierran y otras se abren", tiene aquí total aplicación.

Nuestra religión católica nos proporciona grandes recursos que nos pueden ayudar a aceptar la enfermedad o encajar lo que vulgarmente se suele llamar una desgracia. Y de una cosa estoy seguro: que Dios es tan Padre y tan Providencia cuando nos salen las cosas bien como cuando en apariencia nos salen mal porque "Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman". (Ro. 8,8)

¡SIEMPRE POSITIVOS! - Nº 248

Descansa, amigo, en la certeza de que te ayuda el amor de Dios y la solicitud de tus hermanos que trabajan por tu salud. La prensa está llena de malas noticias: guerras, terremotos, abuelos abandonados en gasolineras y hospitales... pero saltan a la vista y por eso no se airean, las buenas acciones, eventos de cada día: actos de heroica entrega al prójimo de voluntarios y profesionales en instituciones sanitarias y en domicilios privados.

Me viene ahora a la mente el caso de un anciano ciego. Se quedó viudo y no tenía hijos. Una sobrina se lo llevó a casa hasta el final de sus días. Y no se podía esperar nada a cambio, porque el invidente nada podía ofrecer en compensación, fuera de su sonrisa y buen carácter. Abundan casos similares en la primera mitad del siglo veinte.

Es preciso que el enfermo o quien se ha quedado solo no se desanime. Eso sí, también hay que ayudar a la Providencia. En lugar de encerrarse uno en su caparazón, buscar, exponer cada su propio caso; alguna puerta se abrirá.

Hay que aceptar la incertidumbre del porvenir, lo cual no significa que el futuro ha de ser negro. No puedes conocer todos los detalles de tus años venideros. Piensa en tus temores y acéptalos. Muchos de los que te han precedido han probado tu misma situación. Ellos la superaron, porque confiaron en el Señor. Dios aprieta pero no ahoga.

A veces olvidamos muchas normas fundadas en la experiencia y en la psicología. Es preciso tener en cuenta a los enfermos y saber unir en su favor todos los recursos humanos y espirituales. Esforzarse por ser valiente. Eso no quiere decir que no vamos a sufrir temores, sino que actuaremos a pesar de todas las incertidumbres y angustias.

Intenta ser siempre optimista. Aunque no has elegido tu situación actual, sí puedes responder a ella con espíritu decidido; es cuestión de quererlo de verdad.

Y has de estar seguro de que sea cual fuere la evolución de tus dolencias, está en tu mano, ayudado de Dios, enfocar en un sentido o en otro la respuesta a tu situación. Elige siempre el aspecto positivo, y confía en la ayuda de Dios Providencia que se hace visible por la solicitud de cuantos intervienen en tu conservación.

J.M.LORENZO

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