viernes, 15 de abril de 2011

CRISTIANDAD Y PATRIA: diciembre 2006

CRISTIANDAD Y PATRIA: diciembre 2006
28 HOMIL�AS PARA EL DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
1-7


1. Is 55, 1-3: HAMBRES/FRUSTRACION: TODA COMIDA-SATISFACCION QUE EL HOMBRE PUEDA OFRECER NO ES OTRA COSA QUE AQUELLO QUE "NO LLENA".

Jes�s encarga a los disc�pulos que no despidan a la gente, sino que ellos mismos le den de comer. Encargo que parece pronunciarse como un mandato a pesar de que tambi�n parezca un sinsentido.

Porque en esa posibilidad los disc�pulos ya hab�an pensado: que cada uno fuera a comprarse lo que necesitara para comer. Por otra parte saben los disc�pulos que ese encargo del Se�or no pueden cumplimentarlo. Pero en el curso de la descripci�n va a quedar claro a qu� se refiere ese irrealizable encargo: el hombre se halla desconcertado frente a la cuesti�n de c�mo podr� solventar ese problema de la satisfacci�n de sus m�s profundos deseos. En una palabra: s�lo Dios puede acallar su aut�ntica hambre. Toda comida que el hombre puede ofrecer, toda satisfacci�n que puede encontrar no es otra cosa que aquello "que no llena": "�Por qu� gast�is dinero en lo que no alimenta -nos dice el profeta- y el salario, en lo que no da hartura?".

Una vez que Jes�s hab�a pronunciado la bendici�n jud�a sobre los cinco panes y los dos peces, los entreg� a sus disc�pulos y �stos los repartieron. La gente comi� de ellos y qued� satisfecha. S�lo Dios puede dar tal alimento que satisface a todos, porque "�l es el pan de la vida y quien se acerca a �l nunca m�s tiene hambre y quien cree en �l nunca m�s tiene sed". Pero este pan que viene del mismo Se�or no pueden los hombres cogerlo directamente: el Evangelio nos dice que Jes�s lo entreg� a sus disc�pulos y fueron �stos -repit�moslo- quienes lo repartieron.

J/ABUNDANCIA: Cuando todos hubieron comido, quedaron todav�a doce canastas llenas de pan. Podemos recordar y recalcar que fueron precisamente doce canastas, el n�mero simb�lico que aparece una y otra vez a lo largo de las Sagradas Escrituras. Pero es, adem�s un signo y una indicaci�n que revela a los creyentes del Nuevo Testamento la maravillosa abundancia de esta comida: un desbordamiento para todos, un desbordamiento que se realiza a trav�s de las doce tribus del Nuevo Israel, s�mbolo de los (doce) creyentes que conocen de cerca a Jes�s y siguen sus pasos para entregarse plenamente como �l a todos los hombres.

Es aqu� la figura de los nuevos tiempos de la salvaci�n lo que se nos presenta, lo que desde anta�o se nos hab�a anunciado y se nos sigue proclamando: "Escuchadme atentos y comer�is bien, saborear�is platos sustanciosos. Inclinad el o�do, venid a m�: escuchadme y vivir�is". Esto es aquello a lo que Jes�s da plenitud en la comuni�n. Dios se hace cercano a los hombres en Jes�s, puesto que s�lo �l puede satisfacer los deseos profundos. Dos cosas se nos hacen patentes con este mensaje: lo poco importante que es si el milagro que nos narra san Mateo de la multiplicaci�n de los panes y los peces se produjo realmente y c�mo se produjo; y, en segundo lugar la realidad de la Palabra de Dios como aquello (aquel alimento) que puede satisfacer los deseos y a�oranzas que anidan en la profundidad del coraz�n humano.

Una �ltima consideraci�n a prop�sito de la proclamaci�n de este evangelio la tenemos haciendo mayor hincapi� en el hambre y la sed de los hombres. Estas, si bien se mira no son m�s que la expresi�n corporal de la honda necesidad de vivir que todos sentimos. Queremos vivir y vivir abundantemente; por eso apetecemos el pan que nos sustenta y el vino que nos alegra. Queremos vivir y vivir humanamente, no como simples animales; por eso tenemos hambre y sed de muchas cosas: de paz y de justicia, de orden y de libertad, de amar y de ser amados... En el fondo sentimos hambre de Dios, de su palabra (porque el hombre no s�lo vive de pan), de su verdad y de su amor. Ahora bien lo que sucede es que a veces andamos despistados y el hambre se pierde sin saber nunca lo que queremos. Sin embargo, por ventura y por gracia Dios no es como los ricos que, para serlo, necesitan el hambre de los pobres. No, porque Dios no vende nada y no necesita clientes. Dios lo da todo gratis: "Venid, comprad sin pagar vino y leche de balde". Adem�s nos da lo que necesitamos y le pedimos, y no otra cosa. Tambi�n en esto difiere de los ricos que nos venden Coca-Cola cuando queremos agua, y desarrollo econ�mico cuando queremos libertad.

Si pedimos a Dios pan, no nos da una piedra; si le pedimos un huevo, no nos da un escorpi�n; y si un pez, no nos da una serpiente...

Dios env�a a su Hijo al mundo para curar a los enfermos y anunciar a los pobres la buena noticia, para liberar a los presos y aliviar a los oprimidos, para dar pan a los hambrientos, para que tengamos vida y la tengamos abundante. Por eso le llamamos salvador: porque nos libera de todas las necesidades y no inventa para nosotros otras nuevas.

EUCARIST�A 1987/37

2. FE. MATERIALISMO. EN NOMBRE DEL ESP�RITU NOS OLVIDAMOS CON FRECUENCIA DEL FUNDAMENTO MATERIALISTA QUE HAY EN LA FE CRISTIANA.

�Que lectura mas materialista acabamos de o�r! No s�, pero quiz� ahora que el ambiente general es de vacaciones (excepto los campesinos, excepto los trabajadores del turismo, excepto los que lo pasan demasiado mal como para tener ambiente de vacaciones), ahora que el ambiente de la mayor�a es de vacaciones, preferir�amos quiz� que se nos hablara de cosas espirituales, de esas cosas que si uno quiere puede contemplarlas desde la barrera, sin que le afecten demasiado. Porque la vida espiritual, si uno se lo toma en serio, afecta muy adentro, es exigente, critica constantemente nuestro modo de vivir. Pero si uno no quiere, si uno se la quiere tomar perezosamente, puede servir a la perfecci�n para evadirse, puede ayudar la mar de bien a pensar que "yo ya cumplo porque rezo mucho".

Pero el caso es que el evangelio que acabamos de escuchar resulta muy materialista. Un materialismo que viene de Dios, un materialismo que Jes�s muestra en su modo de actuar. Jes�s, al enterarse de la ejecuci�n de Juan el Bautista, decide desaparecer de la circulaci�n por si acaso, y se va a un sitio apartado. La gente, sin embargo, se va a buscarlo, porque sigue esperando cosas de �l, porque le interesa lo que Jes�s puede ofrecer. Y Jes�s se los encuentra delante, y les da lo que ante todo esperaban: siente l�stima de ellos y cura los enfermos. Y luego sigue en la misma t�nica: en lugar de mandarlos para casa, �l mismo les da de comer. Y todo eso, la curaci�n de los enfermos, el dar de comer al gent�o, sin hacer ning�n discurso, sin ninguna predicaci�n.

Quiz�, quiz� alguien, viendo esa forma de actuar de Jes�s podr�a decir: �por qu� Jes�s, en lugar de dedicarse a su misi�n, que es la de predicar las verdades de la religi�n, se dedica a esas cosas estrictamente materiales? Jes�s -dir�a alguien quiz�- vino al mundo a hablarnos de Dios, a decirnos lo que hay que hacer para obtener la gloria, a ense�aros los mandamientos de Dios. Y resulta que hoy, en el evangelio, en lugar de hacer eso, va y se dedica a los enfermos, y los cura sin hablarles de Dios, y luego alimenta a la multitud, tambi�n sin predicarles nada.

Simplemente lo hace porque ve que lo necesitan. Y el hacer simplemente esto es ya para Jes�s traer la salvaci�n de Dios.

Para aquella gente -para aquellos enfermos, para aquel gent�o desamparado en el desierto- la salvaci�n de Dios era eso: la curaci�n, la comida. Como ahora. �Qu� es la salvaci�n de Dios para un padre de familia que se le ha terminado el carnet del paro y no sabe c�mo alimentar a sus hijos? Desde luego que para �l la salvaci�n ser� encontrar trabajo. �Y qu� ser� la salvaci�n de Dios para los que viven bajo las dictaduras salvajes de algunos pa�ses de Centroam�rica? Ser� poder quitarse de encima a los explotadores y poder esforzarse en construir un pa�s libre. Y para un enfermo que lleva d�as en cama, �qu� ser� la salvaci�n de Dios? Ser� la curaci�n, o ser� por lo menos el poder vivir su enfermedad en compa��a y con un poco de paz.

S�, todo eso ser� la salvaci�n de Dios. La salvaci�n de Jes�s que en medio del desierto da comida abundante a cinco mil hombres, sin contar mujeres y ni�os. Porque la salvaci�n que Dios quiere para los hombres es que los hombres puedan gozar plenamente de la vida, a cada paso, en cada circunstancia. Y el primer paso para gozar de la vida es precisamente �ste: tener pan para comer, tener trabajo para tirar adelante, tener libertad para poder construirse una vida digna y tener justicia para que esa dignidad sea verdadera, tener el gozo de sentirse atendido y querido en el dolor y en la enfermedad... todo eso son primeros pasos, cuestiones b�sicas. Y por eso empieza por aqu� la salvaci�n de Dios. Y por eso Jes�s comienza por aqu� su anuncio del Reino de Dios.

Y por eso, por tanto, todo lo que sea luchar por esas cosas, todo lo que sea cooperar en su realizaci�n, ser� ya convertir la salvaci�n en realidad: ser�, en definitiva, realizar la obra de Dios.

S�, ya s� que la obra de Dios no es s�lo eso, ya s� que la obra de Dios es mucho m�s: es su vida eterna. Pero cuidado. Cuidado que no nos ocurra que, pensando en ese "mucho m�s", pensando en esa vida eterna, olvid�ramos los primeros pasos de que antes habl�bamos. Es decir, cuidado con que en nombre del esp�ritu no vayamos a olvidarnos del fundamento materialista que hay en la fe cristiana, el fundamento materialista que aparece tan claro en la actuaci�n de Jes�s.

Y cuidado tambi�n con otra cosa. Cuidado con creer que esas actuaciones al servicio de la vida material de la gente s�lo valen cuando se realizan en nombre de Dios, o cuando se hacen para atraer a la gente a la iglesia. No, no. Esas actuaciones, cualquier actuaci�n del estilo de las que hac�a Jes�s (curar enfermos, alimentar a la multitud) es ya, de por s� misma, aunque no se sepa ni se diga, una obra de salvaci�n de Dios. Porque es salvaci�n de Dios todo lo que sea vida para el hombre.

J. LLIGADAS
MISA SPMINICAL 1981/16

3. COMPROMISO/RD: EL PRIMER NIVEL DE VERIFICACI�N DE QUE SE BUSCA EL REINO ES LA LUCHA CONCRETA CONTRA EL MAL QUE OPRIME A LA GENTE.
PATER/PAN: HACE PRESENTE LOS DOS NIVELES DE SENTIDO QUE TIENE ESTE EVANGELIO: PAN MATERIAL PARA TODOS Y PLENITUD DE LA VIDA QUE DIOS QUIERE.

Jes�s, con una multitud de gente que le sigue porque espera cosas de �l, hace un gesto que es una afirmaci�n de su pretensi�n de enviado de Dios: por �l, por medio de su persona, se hace realidad el anuncio de vida abundante y para todos que era, al fin y al cabo, la gran promesa de Dios a su pueblo. Es decir, el Reino de Dios llega, y ser� verdad que todos los hombres podr�n verse liberados de sus limitaciones y podr�n vivir en plenitud; a nadie le faltar� el pan, a nadie le faltar� de lo necesario para poderse sentir lleno de la dignidad de hombre amado por Dios.

A Jes�s, dice el evangelio, cuando se encontr� ante aquella muchedumbre que hab�a llegado a aquel lugar despoblado donde �l se hab�a retirado, "le dio l�stima". Y, por eso, se puso a curar a los enfermos que hab�an llevado. Y despu�s, cuando ya es muy tarde y no tienen qu� comer, Jes�s volvi� a compadecerse y multiplica la poca comida que hay. Jes�s siempre ha actuado as�. El Reino que �l anuncia, la Buena Nueva que proclama, tiene siempre un primer nivel de verificaci�n: la lucha concreta contra el mal material que oprime a la gente. La curaci�n de los enfermos ser� el signo m�s constante y repetido de esta preocupaci�n de Jes�s, y, en la escena excepcional de hoy, lo ser� tambi�n el hacer posible que el pan llegue a todos. La llamada que eso significa para todo cristiano es evidente.

El evangelio de hoy, no obstante, tiene un segundo paso, otro nivel de lectura. Porque, como ya hemos dicho, en la multiplicaci�n de los panes Jes�s quiere hacer un signo de todo lo que �l viene a ofrecer, a anunciar, a proponer. Un signo del Reino de Dios.

RD/QUE-ES RD/BANQUETE El Reino de Dios es la plenitud del ser hombre; es la vida de Dios para todos los hombres. Los profetas hab�an hablado muy a menudo de �l utilizando la imagen del banquete: una comida abundante, que llegar� para todos, en la que todos se sentir�n felices, y que significar� el final de las limitaciones que padecen los hombres en el cuerpo y el esp�ritu.

Jes�s con el gesto de la multiplicaci�n de los panes, est� diciendo que este Reino llega, y est� urgiendo tambi�n a desear este Reino. Porque participar de este banquete implica, por ejemplo, que uno no se encierre en tener m�s y m�s hambres materiales, sino que se sienta hambriento de m�s cosas: hambriento, al fin y al cabo, de Dios, con todo lo que eso conlleva de desprendimiento de uno mismo y de af�n por seguir el estilo de amor que Jes�s ha vivido y ense�ado. La primera y segunda lecturas de hoy ayudan a reflexionar sobre este punto.

-El Domingo y la Eucarist�a.

"Alz� la mirada al cielo, pronunci� la bendici�n, parti� los panes...". El texto recoge, intencionadamente, las mismas palabras de la instituci�n de la Eucarist�a. Y es que la multiplicaci�n de los panes es tambi�n, en �ltima instancia, un signo de aquello que significa la Eucarist�a. Cuando partimos el pan, cuando comemos el pan que es JC, hacemos presentes los dos niveles de sentido que descubrimos en el relato de hoy: la Eucarist�a es se�al de nuestra voluntad de que el pan material llegue a todos los hombres, para que todos puedan vivir la felicidad m�s inmediata y necesaria, como Jes�s quiso; la Eucarist�a es al mismo tiempo signo de la plenitud de vida que Dios quiere para toda la humanidad, es signo del banquete definitivo de todos los hombres, convocados por JC, alimentados por JC, en su Reino para siempre.

En el padrenuestro rezamos: "Danos hoy nuestro pan de cada d�a". Estamos pidiendo que el pan material llegue a todos los hombres, y que el pan de vida que es JC pueda tambi�n ser conocido y deseado por todos.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/15

4.

-Todav�a hay hambre en el mundo: los alimentos no son ilimitados, como no lo es tampoco la energ�a. Por eso hay naciones que se proponen utilizar el trigo como arma estrat�gica, lo mismo que otras han hecho ya con el petr�leo. Sin embargo, no parece que la escasez de alimentos sea el verdadero problema ante el que se sit�a la humanidad en nuestra �poca. El problema est� en el reparto. En efecto, los sistemas de producci�n de alimentos han avanzado mucho y ha crecido la superficie de la tierra cultivada.

Pensemos, por ejemplo, en el pan, en ese pan "fruto de la tierra y del trabajo del hombre", que ha sido durante milenios la base alimenticia principal en nuestra cultura: Antes se sembraba a voleo, se cosechaba con la hoz y se amasaba la harina con las propias manos. La distancia que media entre la hoz y la cosechadora nos permite calibrar el enorme progreso de la agricultura en poco m�s de una centuria. Sin embargo se nos dice, y es verdad, que hay personas que mueren de hambre f�sica y m�s de la mitad de la poblaci�n mundial est� infraalimentada. �Por qu� suceden estas cosas?, �por qu� hay hambre en el mundo?

-Y crece la insatisfacci�n: Hay un hambre natural que nosotros procuramos satisfacer con alimentos adecuados. Y en este sentido, como dec�a Jes�s, ning�n padre bueno da a su hijo una piedra cuando le pide un pan, o una serpiente si le pide un pez, ni un escorpi�n cuando lo que necesita es un huevo. Pero en la sociedad mercantilizada en la que vivimos, hay gentes nada escrupulosas que est�n dispuestas a vendernos cualquier cosa que se parezca a lo que realmente necesitamos. M�s a�n, que nos crean falsas necesidades con tal de vendernos despu�s sus falsos productos. Y as� caemos en la trampa de gastar el salario en lo que no nos satisface: "�Por qu� gast�is dinero en lo que no alimenta?, �y el salario en lo que no da hartura?" El hombre no vive s�lo de pan, pues siente otras necesidades espirituales que no se satisfacen con el pan. Y as� tenemos hambre de libertad, de cari�o y de compa��a, de amor y de comprensi�n, de justicia, de vida eterna... Sentimos hambre de muchas cosas que no podemos producir ni comprar, de aut�nticos valores que s�lo podemos desear y recibir graciosamente.

En uno y en otro sentido, sobre todo en lo referente a las necesidades espirituales, la sociedad del consumo y de la abundancia es, parad�jica- mente, una sociedad de hambre y de carencia, basada en el enga�o y en la constante frustraci�n.

-La vida y la abundancia de la vida: Jes�s vino al mundo para traernos la vida y la abundancia de la vida. Por eso multiplic� el pan y los peces en el desierto, y todos comieron hasta saciarse y sobraron incluso doce canastas. Por eso multiplic� tambi�n el vino en las bodas de Can� de Galilea. El pan y el vino, la vida y la alegr�a de vivir. Pan y vino son lo que compartimos los cristianos en la eucarist�a, que es y debiera llamarse la fiesta de la vida.

El gesto de Jes�s, el milagro de los panes, fue mucho m�s que una multiplicaci�n de los alimentos y una comida. Porque fue, sobre todo, una se�al, un s�mbolo, una palabra: "la palabra que sale de la boca de Dios" y que es el verdadero alimento de la verdadera vida. Al sentarse a comer con los hambrientos de este mundo, al compartir con ellos el pan y los peces, les dio todo lo que necesitaban y todo lo que �l era en persona para los hombres. Los am� hasta el extremo, hasta el colmo, y los puso en relaci�n con el Padre que lo hab�a enviado. Les ense�� a vivir en comuni�n, en fraternidad. Les ense�� a compartirlo todo como se�al de que todos son, por �l y en �l, los hijos amados de Dios.

-El milagro est� en el reparto: Los hombres no necesitan que Jes�s o la Iglesia les multiplique los panes y los peces. Pero s� necesitan, con urgencia, que la iglesia y los cristianos anuncien y vivan el evangelio. El problema del hambre f�sica y de las otras hambres s�lo se resolver� satisfactoriamente cuando los hombres aprendamos a compartirlo todo. Porque el milagro est� en el reparto, en la solidaridad, en el amor entra�able. Sin esa solidaridad, sin esa fraternidad, sin esa comunicaci�n de bienes y sin esa comuni�n en el amor, no es posible la vida y la abundancia de la vida.

Sin el amor a todos los hombres, sin el amor y los sentimientos de Cristo, la eucarist�a que celebramos en su memoria no tiene sentido. No puede satisfacernos, y es una burla a los hambrientos de este mundo.

EUCARIST�A 1981/37

5. Despu�s de una etapa de tres domingos dedicada a la afirmaci�n del Reino, comienza una nueva etapa centrada en la fe en Jes�s, Mes�as del Reino. Una etapa que, despu�s de tres domingos de milagros destinados a reafirmar nuestra fe en Jes�s, culminar�, en el cuarto domingo, con la confesi�n mesi�nica de Pedro en Cesarea de Filipo.

Un camino -del Reino al Mes�as del Reino- que, como escrib�a Gomis a�os atr�s, quiz� sea el �nico v�lido para muchos de nuestros contempor�neos distanciados de la fe cristiana. Si nosotros hemos cre�do en el Reino por haber cre�do en Jes�s y habernos fiado de su palabra, hoy los hombres no llegar�n a creer en Jes�s m�s que a trav�s de una constataci�n de la realidad del Reino, que les lleve a descubrir la presencia viva y operante de Jes�s en el mundo.

-JES�S Y EL PAN VERDADERO: J/PAN-VERO Creo que la narraci�n evang�lica de hoy admite perfectamente dos interpretaciones: una espiritual o teol�gica y otra m�s material. Por una parte, el milagro de la multiplicaci�n de los panes quiere significar que Jes�s es el pan verdadero, el �nico capaz de saciar al hombre. La primera lectura nos orienta hacia esta interpretaci�n: es Jes�s quien da el verdadero alimento. Por otra parte, el evangelio nos dice que Jes�s se compadece de la multitud y le da de comer, en el sentido m�s material de la palabra.

Jes�s, con todo lo que es y representa, es el �nico que puede satisfacer el hambre radical de vivir, con plenitud y para siempre, que todos los hombres llevamos dentro: "venid a m� y os saciar�is". Todo lo dem�s no puede llegar a satisfacer las ansias de vivir que el hombre tiene: "�Por qu� gast�is dinero en lo que no alimenta? �Y el salario en lo que no da hartura?" Solamente Jes�s puede alimentar el amor y la esperanza que necesitamos para superar todas las dificultades y desenga�os y llevar a cabo, sin desfallecer, nuestra obra. Y solamente Jes�s, con todo lo que es y representa para el creyente, puede saciar nuestro insaciable anhelo de felicidad. El es el pan bajado del cielo que contiene toda delicia: "Escuchadme atentos y comer�is bien, saborear�is platos sustanciosos".

Y es esto lo que celebramos sacramentalmente en la Eucarist�a: la certeza de que, en Jes�s, Dios nos ha dado un Pan capaz de saciar nuestra hambre de vida y nuestro deseo de felicidad.

-PAN PARTIDO PARA UN MUNDO NUEVO

Pero, como hemos dicho m�s arriba, la narraci�n evang�lica admite tambi�n una interpretaci�n m�s material. En nuestro pa�s estamos pasando por una situaci�n de crisis. El paro se multiplica d�a a d�a. La necesidad es grave en muchas familias y a veces com�n en ciertas zonas de nuestro pa�s. La gente experimenta no s�lo aquel hambre existencial de vida y felicidad, sino tambi�n, como la multitud del evangelio, el hambre o la indigencia material.

Tambi�n hoy conserva actualidad el mandamiento dado por Jes�s "Dadles vosotros de comer". En estos d�as -cuando escribo estas l�neas- se ha concluido en el Estado espa�ol el acuerdo tripartito sobre el paro. En todo lo que pueda emprenderse cara a solucionar esta situaci�n angustiosa, los cristianos debemos ser los primeros. A�n hay excesivas desigualdades y ego�smos. Y muchas cosas que habr�a que replantear: diferencias excesivas de sueldo, pluriempleo, horas extra, ciertas actuaciones sindicales, inhibici�n patronal, fuga de capital, declaraciones de renta fraudulentas... Cierta- mente, los cristianos no tenemos la soluci�n en el bolsillo. Pero �acaso los cristianos no estamos llamado a infundir, en este nuestro mundo, un esp�ritu nuevo que lo renueve incluso en el aspecto econ�mico y que contribuya al milagro de la multiplicaci�n de bienes, mediante un reparto m�s fraternal? �C�mo pueden armonizarse con el principio de la libre competencia y el m�ximo lucro que rige en el sistema capitalista, el ideal propuesto por san Pablo: "que teniendo siempre lo suficiente, os sobre para obras de caridad" (2 Co 9, 11) y la intimaci�n hecha a los ricos por la carta a Timoteo a mantenerse "abiertos a dar y a compartir" (I Tm 6, 17-19)? Los que nos partimos el pan de la Eucarist�a debemos estar dispuestos a partirnos tambi�n el pan material.

J. HUGUET
MISA DOMINICAL 1981/16

H-6.

Una de las estrofas del salmo responsorial rezaba as�: Los ojos de todos te est�n aguardando, t� les das la comida a su tiempo; abres t� la mano, y sacias de favores a todo viviente.

La asamblea o reuni�n dominical es la expresi�n de que nuestra mirada esperanzada est� en el Se�or. Y que en el tiempo-oportunidad de la celebraci�n lit�rgica recibimos el alimento que nos da vida. Alimento por la Palabra y por la Eucarist�a.

-Venid y comer�is bien

Los jud�os viv�an la amarga experiencia del exilio. Es el s�mbolo de nuestra prueba constante. Hay momentos dif�ciles que nos muestran claramente que muchos de nuestros afanes son in�tiles. Y otros, que vivimos ocupados en cosas que no conducen a ninguna parte o que llevan a un camino equivocado. De vez en cuando, en la lucidez de la gracia, advertimos la necesidad de purificaci�n interior, de dedicarnos a aquello que asegura la verdadera vida.

La llamada prof�tica al pueblo desterrado se vuelve tambi�n exhortaci�n para nosotros. Hay un pan que da la vida, que es bueno y que tiene el mejor de los sabores. Se trata de aproximarse a Dios. El tiene la vida. Hay que entrar en la din�mica consciente de la alianza eterna que Dios ha querido establecer con nosotros desde los inicios de la historia de la salvaci�n.

Nosotros, sabedores que no s�lo de pan vive el hombre; sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, acerqu�monos al Se�or con la mayor de las sinceridades. A su lado encontraremos la fuerza, la alegr�a y la paz. El nos dar� una vida llena de sentido y la capacidad de asumir las dificultades de nuestro exilio temporal.

-Ir a Cristo

En la perspectiva neotestamentaria, sabemos que la vida se encuentra en Cristo. El mismo Jes�s se identific� con la vida cuando dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Cristo que se compadec�a de la gente y que curaba a los enfermos, se mostraba como realidad de vida plena.

S�, los hechos de Jes�s nos revelan la compasi�n misericordiosa de Dios. La misma multiplicaci�n de los panes, en el evangelio de hoy, se convierte en paradigma clar�simo de la acci�n del Se�or. En efecto, Jes�s, dando plenitud a las profec�as, es quien nutre espiritualmente al nuevo pueblo de Dios. El texto evang�lico explica que la gente sigue al Se�or cautivada por sus palabras. En este seguimiento sincero tiene lugar la multiplicaci�n de los panes, evocadora de la Eucarist�a. Notemos la relaci�n entre las palabras de Mateo y las que el sacerdote pronuncia en el momento de la consagraci�n.

El acontecimiento prodigioso nos hace valorar el m�s maravilloso todav�a de la Eucarist�a. Una comida que excede a todo alimento terrenal. �Con qu� alegr�a y qu� delicadeza hemos de recibir el Cuerpo del Se�or! En este sacramento est� la vida. Sabemos que la Eucarist�a, cumbre y fuente de la vida cristiana, es el gran don de Dios. Y, por eso mismo, valoramos la celebraci�n dominical que va fortaleciendo nuestra vida cristiana, semana tras semana.

-Unidos a Cristo

Las palabras del profeta Isa�as y las del evangelista Mateo pueden converger en las de Pablo. �Qui�n podr� apartarnos del amor de Cristo? La respuesta paulina es: nada ni nadie.

La vida de este mundo tiene contratiempos y dificultades. Por eso puede ser comparada a la situaci�n de los exiliados. Inseguridad, miedo, incertidumbre, peligros, persecuciones, hambre, desnudez... y la muerte. En medio de tantas tribulaciones �dejar�amos lo �nico que puede ser nuestra fuerza y el ancla que nos asegura mantenernos en nuestra vocaci�n y dignidad? Mejor dicho, �en quien nos asegura la llegada a buen puerto, la vida eterna, el destino por el cual hemos sido creados y redimidos?

La experiencia del amor de Dios en Cristo es tan obvia y clara que es imposible abandonar nuestra fe. Cada uno sabe lo que Cristo significa para el. Y cada uno tiene muy claro qu� es lo primero en su vida. Todos, de una manera u otra, tenemos una intimidad que nos enraiza vivamente en Cristo. Pero, este domingo, en nuestra meditaci�n y nuestra plegaria, hemos de decir al Se�or que nada ser� capaz de alejarnos de �l, que tanto nos ama. Afirmaci�n que, desde la humildad, se convierte en plegaria de s�plica. Porque a fin de cuentas, es un don del mismo Cristo serle fieles.

El misal ofrece como ant�fona de comuni�n las palabras de la Sabidur�a: Nos has dado pan del cielo, Se�or, que brinda toda delicia y sacia todos los gustos. Que la comuni�n de hoy sea experiencia bien viva del amor de Dios en Cristo que se entreg� por nosotros y que actualiza su entrega en la Eucarist�a.

JOAN GUITERAS
MISA DOMINICAL 1990/15

7.

TU PROBLEMA ES MI PROBLEMA

Hemos o�do comentar frecuentemente el evangelio de hoy. A m�, la escena evang�lica me est� sugiriendo una reflexi�n que no s� si encajar� mucho en el texto y en el contexto, pero me parece que puede ser interesante y de actualidad.

Jesucristo deja la soledad a la que se hab�a retirado y se encuentra con la muchedumbre. Est� rodeado por ella. Es una multitud expectante y fiel que le sigue a pesar de lo avanzado de la hora y del despoblado en el que se encuentran.

Junto a Jes�s, y con �l, y con la multitud, est�n los disc�pulos, que aparecen atentos para detectar una necesidad de esa multitud: van a tener hambre y resultar� imposible satisfacerla, dado el lugar y la hora en que viven. Los disc�pulos intentar�n resolver la necesidad que detectan aplicando su l�gica humana: apuntan a Jes�s que ser� necesario despachar a la muchedumbre para que lleguen en buena hora a un poblado y puedan comer y descansar. Se encuentran con la preciosa sorpresa de que Jes�s resolver� el problema "a lo divino" y ante sus ojos asombrados se multiplicar�n espl�ndidamente las pobres viandas que hay en los alrededores y saciar�n el hambre de todos cuantos estaban con ellos. No contaban los disc�pulos con esta fabulosa sorpresa. y se debieron quedar emocionados.

Pero no es el milagro lo que yo querr�a comentar ahora, sino la actitud de los ap�stoles, una actitud positiva que fuerza el milagro: la de darse cuenta de las necesidades que tienen los que les rodean.

Es una buena lecci�n para nuestro tiempo, en el que existe, evidentemente, una acusada tendencia al individualismo. Con frecuencia pasamos indiferentes hacia los que nos rodean, sin captar, porque no lo intentamos, la problem�tica que puedan tener. Las generaciones nuevas est�n ense�ando un estilo de vida en el que vivir con los dem�s es algo pr�cticamente irrealizable.

Las frases de "vivir mi vida" y "este es su problema" dan quiz� la medida de la actitud que asoma por cualquier rinc�n de nuestro espacio. Y esto es peligroso para la convivencia a nivel humano, porque, aun a nivel humano, no pueden mantenerse posturas que se resuman en las frases dichas sin deteriorar gravemente esa convivencia, que acaba por saltar por los aires, dando paso a la ley de la selva, que es siempre la ley del m�s fuerte. Pero si esto es as� en un nivel meramente humano, desde el punto de vista cristiano tal postura es absolutamente insostenible. Es m�s, es impensable. San Pablo resumir� maravillosamente su postura ante los hombres al decir: ning�n problema humano me es indiferente. El coraz�n de Pablo, lleno del Coraz�n de Cristo lati� al un�sono con cada coraz�n que se cruz� con �l en su ancho y frondoso camino. La frase de Pablo y su postura es la ant�tesis de las comentadas anteriormente. Es la respuesta cristiana a la postura ego�sta de aquellos que han hecho de ellos mismos el centro �nico de la existencia.

Los ap�stoles mostraron con su preocupaci�n que algo se les estaba contagiando de Jes�s, que algo estaban captando de aquel Maestro que jam�s pas� indiferente ante el dolor, la muerte, la angustia, el rid�culo, la pobreza, la ignorancia y la injusticia que sufr�an o soportaban los hombres. Y tampoco pas� indiferente ante la alegr�a, el gozo y el bienestar que disfrutaban los que con El vivieron. Algo se estaban contagiando los disc�pulos de aquel Maestro cuya finalidad era buscar al hombre y encontrarlo.

Tener una especial sensibilidad para captar la necesidad de los que nos rodean deb�a ser uno de los mejores distintivos del cristiano. Estar all� donde el d�bil sufre. Estar all�, para ayudarle, donde el ignorante pregunta, para responderle; donde el anciano llama para acompa�arle; donde el ni�o grita, para socorrerle; donde el hambre aprieta, para remediarlo. Estar all� donde el hombre se ensoberbece, para indicarle, con toda suavidad, que para su Maestro el mayor es el menor y viceversa; donde el hombre mata, para explicarle que para su Maestro el gran don es la vida; donde el hombre odia, para arrancarle esa serpiente que todo lo envenena y cambiarla por el amor que todo lo aguanta, todo lo supera y todo lo disculpa. Estar all� donde el hombre goza, para darle un sentido m�s profundo a su alegr�a; donde el hombre espera, para hablarle de un horizonte sin l�mites para su anhelo. Ee una palabra: estar con el hombre, vivir con el hombre, trabajar con y por el hombre.

Afortunadamente -y lo decimos con orgullo-, a trav�s de los tiempos los cristianos han demostrado con abundancia que este sentido de solidaridad con los hombres est� en la m�dula misma del cristianismo y all� donde el hombre ha sido m�s d�bil y ha estado m�s abandonado, ha estado, a lo ancho y a lo largo del mundo, una mano cristiana que ha ense�ado al que no sabe, y ha curado las llagas del leproso, y ha recogido al hu�rfano, y ha atendido al anciano.

Hoy, a m� me resulta extraordinariamente interesante sentarme un rato tranquilamente en este despoblado, junto a la muchedumbre que segu�a a Jes�s, y pedirle sinceramente al Maestro que aumente en todos los cristianos la sensibilidad para vivir cerca de los hombres, captando sus �ntimas exigencias; pedirle sinceramente que aleje de los cristianos la tentaci�n de decir y hacer, de vivir la filosof�a de aquellos que piensan en s� mismos como �nico objetivo de su existencia, porque los problemas de los otros no son nunca "su problema".

DABAR 1981/43

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