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«Sobre los altares es suficiente con que brille la Hostia Sagrada. Sino, como dijo san Hilario, construiríamos iglesias para destruir la fe». Murió el 13 de enero del año 368.
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La Iglesia es una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas" (UR 2). La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios... restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78, 3). La Iglesia es una debido a su "alma": "El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia" (UR 2). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una: ¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes; hay también una sola virgen hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia (Clemente de Alejandría, paed. 1, 6, 42).
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Eucaristía - «Se adora en todo momento del día o de la noche: en la noche más profunda o en la paz del corazón. En la angustia más abismal, en las decisiones importantes, para dar gracias a Dios. Se adora en la fidelidad o en el pecado; ¡póstrate frente a Jesús eucaristía!».
«Sólo en la Eucaristía el evangelizador puede cumplir su cometido. ¿Por qué? Porque la evangelización no es una moral, no es ni siquiera una doctrina. La evangelización esencialmente consiste en encontrarse con una Persona, que es Cristo Jesús» Cardenal + RIVERA. MÉXICO. 2003-06-09
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Es significativo que lo que produce el temor, una actitud de respeto mezclado con amor, no es el castigo sino el perdón. Más que la ira de Dios, debe provocar en nosotros un santo temor su magnanimidad generosa y desarmante. En efecto, Dios no es un soberano inexorable que condena al culpable, sino un padre amoroso, al que debemos amar no por miedo a un castigo, sino por su bondad dispuesta a perdonar.
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Para nosotros, los cristianos, Dios ya no es, como en la filosofía anterior al cristianismo, una hipótesis, sino una realidad, porque Dios "ha inclinado su cielo y ha descendido". El cielo es él mismo y ha descendido en medio de nosotros. Con razón, Orígenes ve en la parábola de la oveja perdida, a la que el pastor toma sobre sus hombros, la parábola de la Encarnación de Dios. Sí, en la Encarnación él descendió y tomó sobre sus hombros nuestra carne, a nosotros mismos. Así, el conocimiento de Dios se ha hecho realidad, se ha hecho amistad, comunión. Demos gracias al Señor porque "ha inclinado su cielo y ha descendido", ha tomado sobre sus hombros nuestra carne y nos lleva por los caminos de nuestra vida. ¡Loado sea Dios que tiene un corazón de carne!
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Eucaristía - Es preciosa la homilía de Benedicto XVI en la apertura del Sínodo sobre la Eucaristía, con su diagnóstico certero sobre el mundo moderno: “queremos poseer el mundo de manera ilimitada, Dios nos estorba y hacemos de Él una simple frase devota, o lo desterramos de la vida pública… Pero donde el hombre se convierte en el único dueño del mundo y en propietario de sí mismo, no puede haber justicia”. Varios medios han tildado esta afirmación, tan evangélica y tan realista, de apocalíptica, cuando se trata de una lectura inteligente de la historia del mundo, y especialmente del siglo que acabamos de dejar atrás. Es una advertencia especialmente adecuada para esta hora que nos toca vivir, aunque provoque sarpullido a los bienpensantes de turno. 2005-10-10
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"En el siglo que acabamos de dejar atrás hemos visto revoluciones, cuyo programa era de no esperar más la intervención de Dios y tomar en sus manos el destino del mundo (...) La verdadera revolución consiste en acercase sin reservas a Dios que es la medida de lo justo y al mismo tiempo del amor eterno. ¿Qué nos puede salvar si no es el amor?", S. S. Benedicto XVI – P.M. - 2005.08
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Por lo tanto, igual que en los tiempos del gulag soviético y de los campos de la muerte nazis, era imposible ignorar los crímenes maoístas en el mismo momento en que se cometían. En aquellos gulag, en los lager como hoy en las celdas ocultas y tenebrosas del comunismo chino, los sacerdotes celebran –cuando pueden- la eucaristía clandestinamente.
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La celebración litúrgica de la Eucaristía La misa de todos los siglos
Desde el siglo II, según el testimonio de S. Justino mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística. Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el santo escribe, hacia el año 155, para explicar al emperador pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos: El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y por todos los demás donde quiera que estén a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros.
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados" y los llevan a los ausentes (S. Justino, apol. 1, 65; 67). La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica: — La reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal; — la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión. Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas "un solo acto de culto" (SC 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21). He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con sus discípulos: en el camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos, "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio" (cf Lc 24,13- 35). El desarrollo de la celebración Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía. El es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente toda celebración eucarística. Como representante suyo, el obispo o el presbítero (actuando "in persona Christi capitis") preside la asamblea, toma la palabra después de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera: los lectores, los que presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo "Amén" manifiesta su participación. La liturgia de la Palabra comprende "los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo Testamento, y "las memorias de los apóstoles", es decir sus cartas y los Evangelios; después la homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que es verdaderamente, Palabra de Dios (cf 1 Ts 2,13), y a ponerla en práctica; vienen luego las intercesiones por todos los hombres, según la palabra del Apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad" (1 Tm 2,1-2). La presentación de las ofrendas (el ofertorio): entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando pan y una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación, pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de su creación" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1,11). La presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo. El es quien, en su sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios. Desde el principio, junto con el pan y el vino para la Eucaristía, los cristianos presentan tambié n s u s d o n e s p a r a compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre de la colecta (cf 1 Co 16,1), siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos (cf 2 Co 8,9): Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha impuesto; lo que es recogido es entregado al que preside, y él atiende a los huérfanos y viudas, a los que la enfermedad u otra causa priva de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una palabra, socorre a todos los que están en necesidad (S. Justino, apol. 1, 67,6). La Anáfora: Con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de consagración llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración: En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras , por la creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo; En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su bendición (cf MR, canon romano, 90) sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu (algunas tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis después de la anámnesis); en el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre; en la anámnesis que sigue, la Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con él; en las intercesiones, la Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con sus iglesias. En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben "el pan del cielo" y "el cáliz de la salvación", el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6,51): Porque este pan y este vino han sido, según la expresión antigua "eucaristizados", "llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él s i no cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo" (S. Justino, apol. 1, 66,1-2).
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¿Por qué la Eucaristía es fuente y cumbre, el centro mismo de la vida cristiana? «Quisiera subrayar el lazo entre la Eucaristía y la caridad. Caridad –en griego, ágape; en latín, caritas– no significa, ante todo, el acto o el sentimiento benéfico, sino el don espiritual, el amor de Dios que el Espíritu Santo infunde en el corazón humano y que lleva a entregarse a su vez al mismo Dios y al prójimo. Toda la existencia terrena de Jesús, desde su concepción hasta la muerte en la Cruz, fue un acto de amor, hasta el punto de que podemos resumir nuestra fe en estas palabras: Jesús, caritas –Jesús, amor–. En la Última Cena, sabiendo que había llegado su hora, el divino Maestro ofreció a sus discípulos el ejemplo supremo del amor, lavándoles los pies, y les confió su preciosa herencia, la Eucaristía, en la que se centra todo el misterio pascual, como ha escrito el venerado Papa Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia.
Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo… Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre…: las palabras de Jesús en el Cenáculo anticipan su muerte y manifiestan la conciencia con la que la afrontó, transformándola en don de sí, en el acto de amor que se entrega totalmente. En la Eucaristía, el Señor se nos da con su cuerpo, con su alma y su divinidad, y nosotros nos convertimos en una sola cosa con Él y entre nosotros. Nuestra respuesta a su amor tiene que ser entonces concreta, y tiene que expresarse en una auténtica conversión al amor, en el perdón, en la recíproca acogida y en la atención por las necesidades de todos. La Eucaristía se convierte de este modo en el manantial de la energía espiritual que renueva nuestra vida cada día y, de este modo, renueva al mundo en el amor de Cristo. Ejemplares testigos de este amor son los santos, que han sacado de la Eucaristía la fuerza de una caridad operante y con frecuencia heroica.
S. S. Benedicto XVI – P.M. - Ángelus del 25 de septiembre de 2005
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«La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es fuente y cima de toda la vida cristiana. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo. Por tanto, la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual se descubre la plena manifestación de su inmenso amor».
Juan Pablo II – P.P. de la encíclica Ecclesia de Eucaristía
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La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. ¿Por qué este tema? ¿No es quizá un argumento descontado, que se da por supuesto? En realidad, la doctrina católica sobre la Eucaristía, definida autorizadamente por el Concilio de Trento, pide ser recibida, vivida y transmitida a la comunidad eclesial de manera siempre nueva y adecuada a los tiempos.
La Eucaristía podría considerarse también como una lupa con la que se puede examinar continuamente el rostro y el camino de la Iglesia, que Cristo fundó para que todo hombre pueda conocer el amor de Dios y encontrar en él plenitud de vida. Por este motivo, el querido Papa Juan Pablo II quiso dedicar a la Eucaristía todo un año, que se clausurará precisamente con el final de la Asamblea sinodal el 23 de octubre 2005, domingo en el que se celebrará la Jornada Misionera Mundial.
Esta coincidencia nos ayuda a contemplar el misterio eucarístico desde la perspectiva misionera. La Eucaristía, de hecho, es el centro propulsor de toda la acción evangelizadora de la Iglesia, como lo es el corazón en el cuerpo humano. Las comunidades cristianas sin la celebración eucarística, en la que se alimentan con la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, perderían su auténtica naturaleza: sólo en la medida en que son eucarísticas pueden transmitir a los hombres a Cristo, y no sólo ideas o valores por más nobles e importantes que sean. (2-X-2005)
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-¿Hay diferencia entre la Misa del domingo y la de los días laborales?
«Todos los días se celebra la Eucaristía. De modo especial, el domingo es el día de la Eucaristía, la Pascua semanal, el día de la Iglesia convocada por el Señor resucitado. Aunque el domingo sea el día más eucarístico de la semana, cada día se celebra la Eucaristía, y se actualiza por lo tanto el misterio pascual de Cristo. De modo magistral lo ha expresado el Papa Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia: La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también de un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad, que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la Humanidad de todos los tiempos.
El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio. Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo: Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón, el sacrificio es siempre uno solo. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces, y que jamás se consumirá».
Juan Javier Flores Arcas, OSB Presidente del Pontificio Instituto Litúrgico 2005
- ¿Por qué es tan importante seguir las normas de la Liturgia?«Siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante, ni de la comunidad en que se celebran los Misterios. El apóstol Pablo tuvo que dirigir duras palabras a la comunidad de Corinto a causa de faltas graves en su celebración eucarística, que llevaron a divisiones y a la formación de facciones. También en nuestros tiempos, la obediencia a las normas litúrgicas y la comunidad que se adecúa a ellas demuestran de manera silenciosa, pero elocuente, su amor por la Iglesia. Precisamente para reforzar este sentido profundo de las normas litúrgicas he solicitado a los Dicasterios competentes de la Curia romana que preparen un documento más específico, incluso con rasgos de carácter jurídico, sobre este tema de gran importancia. A nadie le está permitido infravalorar el Misterio confiado a nuestras manos: éste es demasiado grande para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal».
Juan Pablo II P.P. de la encíclica Ecclesia de Eucharistia
- ¿Cuál es el valor de la diversidad en la celebración de la Eucaristía?
«La celebración del sacramento de la Eucaristía se manifiesta en cada país y continente con notable variedad, que resulta evidente si se considera la variedad de tradiciones espirituales o ritos en la Iglesia católica. La diversidad, lejos de debilitar la unidad, revela la riqueza de la Iglesia en la comunión católica, caracterizada por el intercambio de dones y experiencias. Los católicos de tradición latina perciben tal riqueza en la insigne espiritualidad de las Iglesias orientales católicas, como resulta de los Lineamenta y del Instrumentum Laboris realizados expresamente para el Sínodo de los Obispos, a través de las sugerencias remitidas por las Iglesias particulares de todo el mundo, 113 Conferencias Episcopales, 11 Sínodos de Obispos de las Iglesias Católicas Orientales, 25 dicasterios de la Curia romana, y la Unión de Superiores Generales de Congregaciones y Órdenes religiosas. Análogamente, los cristianos de las tradiciones orientales descubren constantemente el notable patrimonio teológico y espiritual de la tradición latina. Esta actitud tiene también una finalidad ecuménica. En efecto, si la Iglesia católica respira con dos pulmones –y por ello agradece a la Divina Providencia–, también espera el santo día en el cual esa riqueza espiritual podrá ser ampliada y vivificada por una plena y visible unidad con aquellas Iglesias orientales que, aun careciendo de una plena comunión, en buena parte profesan la misma fe en el misterio de Jesucristo Eucaristía».
Nikola Eterovic – 2005-10
- ¿Qué condiciones son necesarias para comulgar?
«El Catecismo de la Iglesia católica establece: Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar. Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal.
La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La Eucaristía, al hacer presente el sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto:”En nombre de Cristo, os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!” Así pues, si el cristiano tiene conciencia de un pecado grave, está obligado a seguir el itinerario penitencial, mediante el sacramento de la Reconciliación, para acercarse a la plena participación en el sacrificio eucarístico».
Juan Pablo II P.P. de la encíclica Ecclesia de Eucharistia
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- ¿Cómo debe iniciarse a los niños en el sacramento de la Comunión?
«Mención particular merece la preparación de los niños a la primera participación eucarística. Esta preparación, que ha de ir precedida de la necesaria catequesis de la Iniciación cristiana, consiste en una verdadera introducción y en un cierto hábito de asistencia a la celebración eucarística, sobre todo del domingo. En efecto, la catequesis sobre la Eucaristía, bien adaptada a la edad y a la capacidad de los niños, debe tender a que conozcan la significación de la Misa por medio de los ritos principales y por las oraciones, incluso en lo que atañe a la participación en la vida de la Iglesia.
Unida a la catequesis sobre la Eucaristía, ha de estar presente también la explicación y la conveniente iniciación en el sacramento de la Penitencia, ya que la experiencia espiritual de la misericordia del Padre forma parte de los elementos gozosos de la preparación de los niños a la Primera Comunión. Cuando se trata de adolescentes que van a recibir el sacramento de la Confirmación, junto al interés por la adecuada formación catequética, es preciso cuidar también que estén incorporados a la vida de la comunidad cristiana, en primer lugar por la participación en la asamblea eucarística dominical de manera habitual. A todos los fieles en general se les debe recordar la íntima relación entre la Eucaristía y la Penitencia, especialmente en lo referente a las disposiciones para acceder a la mesa eucarística».
Conferencia Episcopal Española - de la Instrucción La Eucaristía, alimento del pueblo peregrino
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-¿Sigue el mismo Cristo presente en las especies eucarísticas después de la celebración de la Misa?
«La presencia del Señor en el Sacramento ha sido querida por Él mismo para permanecer junto al hombre y alimentarlo con su Cuerpo y Sangre, para quedarse dentro de la comunidad eclesial. La respuesta del hombre es la fe en la presencia real y substancial. Juan Pablo II, en la Carta apostólica Mane nobiscum, Domine, para el Año de la Eucaristía, proponía esta síntesis de la doctrina de la presencia de Cristo viviente en su Iglesia: Todos los aspectos de la Eucaristía confluyen en lo que más pone a prueba nuestra fe: el misterio de la presencia «real». Junto con toda la tradición de la Iglesia, nosotros creemos que bajo las
especies eucarísticas está realmente Jesús. Una presencia, como explicó muy claramente el Papa Pablo VI, que se llama «real» no por exclusión, como si las otras formas de presencia no fueran reales, sino por antonomasia, porque por medio de ella Cristo se hace sustancialmente presente en la realidad de su Cuerpo y de su Sangre. Por esto, la fe nos pide que, ante la Eucaristía, seamos conscientes de que estamos ante Cristo mismo. La Eucaristía es misterio de presencia, a través del que se realiza de modo supremo la promesa de Jesús de estar con nosotros hasta el final del mundo». del Instrumentum laboris - para el Sínodo de la Eucaristía
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REDESCUBRIR EL SIGNIFICADO DE LA GENUFLEXIÓN
Y subraya la importancia de la adoración
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 7 octubre 2005- El cardenal Jean-Louis Tauran ha invitado a redescubrir el significado de la genuflexión que está perdiéndose entre muchos católicos de occidente. El archivista y bibliotecario de Santa Romana Iglesia, antiguo secretario vaticano para las Relaciones con los Estados, denunció: «Casi no se practica la genuflexión durante la celebración de la misa». Por otro lado, reconoció, «las iglesias están cerradas a menudo entre semana y la visita al Santísimo Sacramento se convierte a menudo en imposible». «Sería bueno que nos acordáramos de la importancia del testimonio cristiano y de las comunidades que no dudan en ponerse de rodillas para testimoniar la grandeza y la proximidad de Dios en la Eucaristía», sugirió en el Sínodo de los obispos, hablando en francés, su lengua. El purpurado ha recordado que es «delante de la Eucaristía que el hombre reconoce que tiene necesidad de Otro que le de nuevas energías para los combates de la vida». En este sentido, reconoció que «un mundo sin adoración» sería un mundo a la sola medida del hombre, un mundo que no sería más que el mundo de la producción se convertiría en una vida irrespirable». En su conclusión, ha afirmado que « un mundo sin adoración» no sería más que un «mundo de la producción», que «pronto se haría irrespirable». «Un mundo sin adoración no es sólo irreligioso: ¡es un mundo inhumano!».
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San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
1er sermón sobre la Epifanía
“Cayendo de rodillas, se prosternaron delante de él” - La intención de Dios no fue solamente la de bajar a la tierra, sino la de ser conocido en ella; no sólo nacer, sino darse a conocer. De hecho, es en vistas a este conocimiento que nosotros celebramos la Epifanía, este gran día de su manifestación. Hoy, en efecto, los magos vinieron de Oriente buscando al Sol de Justicia en su aurora (Ml 3,20), este Sol de quien leemos: “Aquí tenéis a un hombre que se llama Oriente” (Za 6,12). Hoy han adorado el hecho de haber dado a luz, de manera nueva, la Virgen, siguiendo la dirección que les había marcado una nueva estrella. ¿No encontramos aquí, hermanos un gran motivo de gozo, así como en esta palabra del apóstol Pablo: “Ha aparecido la Bondad de Dios y su Amor al hombre”? (Tt 3,4)…
¿Qué hacéis, magos, qué hacéis? ¿Adoráis a un niño de mama, en una choza vulgar, envuelto en mantillas miserables? ¿Acaso éste será Dios? Pero “el Señor está en su templo santo, el Señor tiene su trono en el cielo” (Sl 10,4), y ¿vosotros lo buscáis en un vulgar establo, recostado en el regazo de una madre? ¿Qué hacéis? ¿Por qué ofrecéis este oro? ¿Éste, será acaso, rey? Pero, ¿dónde está su cortejo real, dónde está su trono, dónde la multitud de sus cortesanos? ¿Un establo es un palacio, un pesebre un trono, María y José miembros de su corte? ¿Cómo es posible que hombres sabios se hayan vuelto locos hasta el punto de adorar a un niño pequeño, despreciable tanto por su edad como por la pobreza de los suyos?.
Sí, se han vuelto locos para llegar a ser sabios; el Espíritu Santo les ha enseñado por anticipado lo que más tarde proclamó el apóstol Pablo: “Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces… Como en la sabiduría de Dios el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los creyentes” (1C 1,21)…Se prosternaron, pues, ante este pobre niño, rindiéndole homenaje como a rey, adorándole como a Dios. El que por fuera les guió a través de una estrella, derramó su luz en el secreto de sus corazones.
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Pero, ¿qué fe?: Los santos son los primeros en admitir que, sin el testimonio de fe de la Iglesia –que transmite las palabras y los sacramentos de Jesús–, no podrían dar su propio testimonio. Quienes protestan contra la Iglesia porque no vive de modo suficientemente creíble el testimonio que ofrece en la Palabra y en los sacramentos, no pueden arrancarle ni hacer propio lo que solamente le ha sido confiado a ella. No es su pretendida ortopraxis la que engendra sin más al Señor de la Iglesia en medio de ellos –esto sería magia–; esta ortopraxis sólo puede ser una respuesta obediente a la Palabra preexistente, realzada definitivamente en Jesús y confiada a la Iglesia para que ella la transmita.
La impotencia de nuestra época está en que se ve amenazada con la pérdida de la sensibilidad y el interés por el peso escatológico de la Iglesia, y contentarse con aquello que lleva entre manos. Un síntoma –nada más– de esta impotencia es la incapacidad de los cristianos para valorar lo que efectivamente pierden a causa de las llamadas reducciones críticas del fenómeno cristiano. No comprenden ya la singularidad absoluta de la afirmación: «Jesús es Cristo», con todo lo que ella implica; se inclinan ante una razón universal que engloba esta singularidad y que pretende hacer lógico cuanto se afirma del misterio de Cristo, sujetándolo a leyes no conciliables con el amor de Dios, que se revela en una libertad absoluta y que se humilla hasta el extremo de acompañar al hombre en su estado de perdición. Venden lo específicamente cristiano a precio rebajado, creyendo que así tendrán más compradores, sin ser conscientes de que, en la operación, no sólo han rebajado el precio, sino que lo han dejado sin ningún valor. Sin darse cuenta siguen los pasos del Gran Inquisidor de Dostoyevski, que ha rebajado el cristianismo a nivel de las masas, a las que hay que dar pan y quitar la libertad para inducirles a aceptar la fe. Pero, ¿qué fe? El Gran Inquisidor es un falsificador consciente. Muchos de sus imitadores son inconscientes. Pero no aprenden la lección del Evangelio, que no exige sólo alguna cosa a sus seguidores, sino todo.
Hans Urs von Baltasar - en ¿Por qué soy todavía cristiano? (Ed. Sígueme).- Aceptemos que la felicidad es incompatible con cualquier grado de egoísmo.
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“Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado…que lo maten y que resucite al tercer día.” (Lc 9,22)
Ser hombre significa: ser destinado a la muerte. Ser hombre significa: tener que morir... Vivir en este mundo quiere decir morir. “Se hizo hombre” (Credo), esto significa que Cristo también caminaba hacia la muerte. La contradicción propia de la muerte humana, adquiere en Jesús su agudeza extrema, porque en él que está en plena comunión perenne con el Padre, el aislamiento absoluto de la muerte es un absurdo. Por otro lado, la muerte en él es también necesaria. En efecto, el hecho de estar con el Padre está en el origen de la incomprensión de los hombres respecto a él, está en el origen de su soledad en medio de las multitudes. Su condena es el acto último de la incomprensión, del rechazo de este Incomprendido y su abandono a la zona del silencio.
Al mismo tiempo se puede entrever algo de la dimensión interior de su muerte. En el hombre, morir es siempre a la vez acontecimiento biológico y espiritual. En Jesús, la destrucción de los soportes corporales de la comunicación rompe su diálogo con el Padre. Así que lo que se rompe en la muerte de Jesucristo es más importante que cualquier muerte humana. Lo que le es arrancado en la muerte es el diálogo, eje verdadero del mundo entero.
Pero así como este diálogo con el Padre le volvió solitario ante los ojos de los hombres y que estaba en el origen de la monstruosidad de esta muerte, así también la resurrección de Cristo está ya fundamentalmente presente. Por ella, nuestra condición humana se inserta en el intercambio trinitario del amor eterno. Ya no puede desaparecer jamás. Más allá del umbral de la muerte, se levanta y recrea su plenitud. Únicamente la resurrección desvela el carácter último, decisivo de este artículo de la fe: “Se hizo hombre”.... Cristo es plenamente hombre, lo será para siempre. La condición humana ha entrado, gracias a él, en el ser de Dios. Esto es el fruto de su muerte. S. S. Benedicto XVI – P.M. Der Gott Jesu Christi
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La comunidad sacerdotal actualiza su carácter sagrado y su estructuración orgánica por medio de los sacramentos y de las virtudes. El Bautismo incorpora a los creyentes a la Iglesia, y por el carácter sacramental, al culto cristiano. Por su nuevo nacimiento como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia. El sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fuerza especial del Espíritu Santo. De esta manera, se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras. Al participar en el sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella. De este modo, tanto por el ofrecimiento como por la sagrada Comunión, todos realizan su función propia en la acción litúrgica, pero no todos de la misma manera, sino cada uno en la forma que le es propia. Alimentados en la sagrada Eucaristía con el Cuerpo de Cristo, muestran de manera concreta la unidad del pueblo de Dios, que este Santísimo Sacramento significa tan perfectamente y realiza tan maravillosamente.Constitución Lumen gentium, 11 – VATICANO II
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Charles de Foucauld (1858-1916) ermitaño en el Sahara, declarado “venerable” por Juan Pablo II el 24 de abril 2001
Meditaciones sobre el evangelio, en: Oeuvres spirituelles (Seuil, l958, pag. 174)
¡Oh Dios, cuán divinamente bueno eres! Si hubieras llamada primero a los ricos, los pobres no se habrían atrevido acercarse a ti, se habrían visto obligados a quedar a distancia a causa de su pobreza, te habrían mirado de lejos, dejando que los ricos se acercaran a ti. Pero...tú has llamada a todos: a los pobres, mostrándoles así, hasta el final de los tiempos, que ellos son los primeros, los favorecidos, los privilegiados; a los ricos, porque, por una parte no son tímidos, por otra, empero, depende de ellos de hacerse pobres como los pastores. En un instante, si ellos quieren, si tienen el deseo de asemejarse a ti, si temen que las riquezas los aparten de ti, pueden hacerse perfectamente pobres.
¡Que bueno eres! ¡Cómo sabes reunir entorno a ti a todos tus hijos de una vez, a todos, sin excepción! ¡Y qué consuelo has depositado en el corazón de los pobres, los pequeños, los despreciados del mundo, hasta el final de los tiempos, mostrándoles desde tu nacimiento que ellos son tus privilegiados, tus favoritos, los primeros: los que siempre están llamados a estar contigo, tú que has querido ser uno de ellos y rodeado de ellos desde tu cuna y durante toda tu vida. +++
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) teólogo dominico, doctor de la Iglesia - Opúsculo para la fiesta del Corpus Christi.
El misterio de la eucaristía - El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres. Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.
Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.
¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios? No hay ningún sacramento más admirable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales. Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.
Nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión. Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.
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La Eucaristía, signo eficaz de la paciencia de Cristo
Nadie puede reconsiderar la paciencia de Cristo si no la recibe como alimento participando de la Palabra y del Pan. Tal paciencia no es una virtud moral; es la expresión temporal del amor con el que Jesús ha amado a los hombres hasta el fin.
Al renovarnos sin cesar interiormente, la participación del Pan nos introduce en la acción de gracias de Cristo, que se entrega al amor en el despojo de la cruz; de esta forma nos da la garantía de la victoria decisiva obtenida sobre la muerte. Pero la escucha de la Palabra no es menos necesaria, ya que, penetrándonos con su poder, la Palabra nos modela progresivamente según la imagen de la paciencia de Cristo.
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La misión de la Iglesia consiste en irradiar la belleza de Dios.
Los discípulos, transformados por el Espíritu del Resucitado y participando en la vida de Dios Trinidad, constituyen la Iglesia del amor.
Una Iglesia en misión está llamada a irradiar, en el tiempo, la belleza de la Trinidad, convocando a todas las gentes al encuentro de la salvación que cambia la vida.
Toda la Iglesia está invitada a anunciar todo el Evangelio a todo ser humano, a cada ser humano.
El lugar en el que nace y se expresa la Iglesia es en la Eucaristía.
Vivimos en un mundo que es una muchedumbre de soledades, estamos todos juntos pero no hay unidad. La Iglesia tiene una riqueza inmensa, la unidad que Cristo nos da, el ágape que nos transmite en la Eucaristía; esto es lo que tenemos que anunciar al mundo.
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¿Qué es la Eucaristía?
La Eucaristía es la consagración del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre que renueva mística y sacramentalmente el sacrificio de Jesucristo en la Cruz. La Eucaristía es Jesús real y personalmente presente en el pan y el vino que el sacerdote consagra. Por la fe creemos que la presencia de Jesús en la Hostia y el vino no es sólo simbólica sino real; esto se llama el misterio de la transubstanciación ya que lo que cambia es la sustancia del pan y del vino; los accidente—forma, color, sabor, etc.— permanecen iguales. La institución de la Eucaristía, tuvo lugar durante la última cena pascual que celebró con sus discípulos y los cuatro relatos coinciden en lo esencial, en todos ellos la consagración del pan precede a la del cáliz; aunque debemos recordar, que en la realidad histórica, la celebración de la Eucaristía ( Fracción del Pan ) comenzó en la Iglesia primitiva antes de la redacción de los Evangelios. Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última Cena: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros... Este es el cáliz de mi Sangre..."
. Encuentro con Jesús amor Necesariamente el encuentro con Cristo Eucaristía es una experiencia personal e íntima, y que supone el encuentro pleno de dos que se aman. Es por tanto imposible generalizar acerca de ellos. Porque sólo Dios conoce los corazones de los hombres. Sin embargo sí debemos traslucir en nuestra vida, la trascendencia del encuentro íntimo con el Amor. Resulta lógico pensar que quien recibe esta Gracia, está en mayor capacidad de amar y de servir al hermano y que además alimentado con el Pan de Vida debe estar más fortalecido para enfrentar las pruebas, para encarar el sufrimiento, para contagiar su fe y su esperanza. En fin para llevar a feliz término la misión, la vocación, que el Señor le otorgue. Si apreciáramos de veras la Presencia real de Cristo en el sagrario, nunca lo encontraríamos solo, únicamente acompañado de la lámpara Eucarística encendida, el Señor hoy nos dice a todos y a cada uno, lo mismo que les dijo a los Apóstoles "Con ansias he deseado comer esta Pascua con vosotros " Lc.22,15. El Señor nos espera con ansias para dársenos como alimento; ¿somos conscientes de ello, de que el Señor nos espera el Sagrario, con la mesa celestial servida.? Y nosotros ¿ por qué lo dejamos esperando.? O es que acaso, ¿ cuando viene alguien de visita a nuestra casa, lo dejamos sólo en la sala y nos vamos a ocupar de nuestras cosas.? Eso exactamente es lo que hacemos en nuestro apostolado, cuando nos llenamos de actividades y nos descuidamos en la oración delante del Señor, que nos espera en el Sagrario, preso porque nos "amó hasta el extremo" y resulta que, por quien se hizo el mundo y todo lo que contiene (nosotros incluidos) se encuentra allí, oculto a los ojos, pero increíblemente luminoso y poderoso para saciar todas nuestras necesidades.
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¿Porque la Eucaristía es un sacrificio?
La Eucaristía es por encima de todo un sacrificio: sacrificio de la Redención y al mismo tiempo sacrificio de la Nueva Alianza. El hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio de la novedad pascual de la Redención. Esta restitución no puede faltar: es fundamento de la "alianza nueva y eterna" de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Si llegase a faltar, se debería poner en tela de juicio bien sea la excelencia del sacrificio de la Redención que fue perfecto y definitivo, o bien sea el valor sacrificial de la Santa Misa. Por tanto la Eucaristía, siendo verdadero sacrificio, obra esa restitución a Dios. En este sentido, el celebrante, en cuanto ministro del sacrificio, es el auténtico sacerdote, que lleva a cabo –en virtud del poder específico de la sagrada ordenación- el verdadero acto sacrificial que lleva de nuevo a los seres a Dios. En cambio, todos aquellos que participan en la Eucaristía, sin sacrificar como él, ofrecen con él, en virtud del sacerdocio común, sus propios sacrificios espirituales, representados por el pan y el vino, desde el momento de su presentación en el altar. Efectivamente, este acto litúrgico solemnizado por casi todas las liturgias, "tiene su valor y su significado espiritual". El pan y el vino se convierten en cierto sentido en símbolo de todo lo que lleva la asamblea eucarística, por sí misma, en ofrenda a Dios y que ofrece en espíritu. Es importante que este primer momento de la liturgia eucarística, en sentido estricto, encuentra su expresión en el comportamiento de los participantes. A esto corresponde la llamada procesión de las ofrendas, prevista por la reciente reforma litúrgica y acompañada, según la antigua tradición, por un salmo o un cántico. Todos los que participan con fe en la Eucaristía se dan cuenta de que ella es "Sacrificium", es decir, una "Ofrenda consagrada". En efecto, el pan y el vino, presentados en el altar y acompañados por la devoción y por los sacrificios espirituales de los participantes, son finalmente consagrados, para que se conviertan verdadera, real y sustancialmente en el Cuerpo entregado y en la Sangre derramada de Cristo mismo. Así, en virtud de la consagración, las especies del pan y del vino, "re-presentan", de modo sacramental e incruento, el Sacrificio propiciatorio ofrecido por El en la cruz al Padre para la salvación del mundo.
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Adoración Eucarística: Exposición y bendición
Siendo el pan una comida que nos sirve de alimento y se conserva guardándole, Jesucristo quiso quedarse en la tierra bajo las especies de pan, no solo para servir de alimento a las almas que lo reciben en la sagrada Comunión, sino también para ser conservado en el sagrario y hacerse presente a nosotros, manifestandonos por este eficacísimo medio el amor que nos tiene. En toda forma de culto a este Sacramento hay que tener en cuenta que su intención debe ser una mayor vivencia de la celebración eucarística. Las visitas al Santísimo, las exposiciones y bendiciones han de ser un momento para profundizar en la gracia de la comunión, revisar nuestro compromiso con la vida cristiana; la verificación de cada uno ante la Palabra del Evangelio, el asomarse al silencioso misterio del Dios callado... Esta dimensión individual del tranquilo silencio de la oración, estando ante él en el amor, debe impulsar a contrastar la verdad de la oración, en el encuentro de los hermanos, aprendiendo también a estar ante ellos en la comunicación fraternal.
LA EXPOSICIÓN
La exposición y bendición con el Santísimo Sacramento es un acto comunitario en el que debe estar presente la celebración de la Palabra de Dios y el silencio contemplativo. La exposición eucarística ayuda a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo o invita a la unión más íntima con él, que adquiere su culmen en la comunión Sacramental. Habiéndose reunido el pueblo y, si parece oportuno, habiéndose iniciado algún cántico, el ministro se acerca al altar. Si el Sacramento no se reserva en el altar de la exposición, el ministro, con el paño de hombros lo trae del lugar de la reserva, acompañado por acólitos o por fieles con velas encendidas. El copón o la custodia se colocará sobre el altar cubierto con mantel; mas si la exposición se prolonga durante algún tiempo, y se hace con la custodia, se puede usar el manifestador, colocado en un lugar más alto, pero teniendo cuidado de que no quede muy elevado ni distante. Si se hizo la exposición con la custodia, el ministro inciensa al Santísimo; luego se retira, si la adoración va a prolongarse algún tiempo. Si la exposición es solemne y prolongada, se consagrará la hostia para la exposición, en la Misa que antes se celebre, y se colocará sobre él altar, en la custodia, después de la comunión. La Misa concluirá con la oración después de la comunión, omitiendo los ritos de la conclusión. Antes de retirarse del altar, el sacerdote, si se cree oportuno, colocará la custodia y hará la incensación.
LA ADORACIÓN
Durante el tiempo de la exposición, se dirán oraciones, cantos y lecturas, de tal suerte que los fieles, recogidos en oración, se dediquen exclusivamente a Cristo Señor. Para alimentar una profunda oración, se deben aprovechar las lecturas de la sagrada Escritura, con la homilía, o breves exhortaciones, que promuevan un mayor aprecio del misterio eucarístico. Es también conveniente que los fieles respondan a la palabra de Dios, cantando. Se necesita que se guarde piadoso silencio en momentos oportunos. Ante el Santísimo Sacramento expuesto por largo tiempo, se puede celebrar también alguna parte, especialmente las horas más importantes de la Liturgia de las Horas; por medio de esta recitación se prolonga a las distintas horas del día la alabanza y la acción de gracias que se tributan a Dios en la celebración de la Misa, y las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y por Cristo al Padre, en nombre de todo el mundo. ORACIÓN Oh saludable Hostia
Que abres la puerta del cielo:
en los ataques del enemigo danos fuerza,
concédenos tu auxilio.
Al Señor Uno y Trino
se atribuye eterna gloria:
y El, vida sin término
nos otorgue en la Patria. Amén.
LA BENDICIÓN
Al final de la adoración, el sacerdote o el diácono se acerca al altar; hace genuflexión, se arrodilla y se incoa este himno u otro cántico eucarístico: Canta, lengua, el misterio
del cuerpo glorioso
y de la sangre preciosa
que el Rey de las naciones,
fruto de un vientre generoso,
derramó como rescate del mundo. Nos fue dada, nos nació
de una Virgen sin mancilla;
y después de pasar su vida en el mundo,
una vez esparcida la semilla
de su palabra,
terminó el tiempo de su destierro
dando una admirable disposición.
En la noche de la última cena,
recostado a la mesa con los hermanos,
después de observar
plenamente la ley
sobre la comida legal,
se da con sus propias manos
como alimento para los Doce.
El Verbo hecho carne
convierte con su palabra
el pan verdadero con su carne,
y el vino puro se convierte
en la sangre de Cristo.
Y aunque fallen los sentidos,
baste sólo la fe
para confirmar al corazón
recto en esa verdad.
Veneremos, pues, inclinados
tan gran Sacramento;
y la antigua figura
ceda el puesto al nuevo rito;
la fe supla
la incapacidad de los sentidos.
Al Padre y al Hijo
sean dadas alabanza y júbilo,
salud, honor, poder
y bendición;
una gloria igual sea dada
al que de uno y de otro
procede. Amen
Mientras tanto, arrodillado, el ministro inciensa el Santísimo Sacramento, si la exposición se hizo con la custodia. V. Les diste pan del cielo. (T.P. Aleluya).
R. Que contiene en sí todo deleite. (T.P. Aleluya). Luego se pone en pie y dice: Oremos
Oh Dios, que en este admirable sacramento nos dejaste el memorial de tú Pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amen.
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"La comunidad cristiana tiene que mostrar la belleza del Amor al mundo"
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“El alma sola sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo; antes se irá enfriando que encendiendo” (SAN JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y de amor)
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Algunos piensan, no sin razones que la cultura europea está en decadencia y puede llegar a desaparecer. No es imposible si se toma en el sentido estricto de europeo-occidental, pero en cambio no es posible si se refiere al fondo o núcleo esencial de la misma, el cristianismo, que primero fue judío, luego romano, bárbaro, feudal, europeo, americano y después africano y asiático. El cristianismo no está hecho para lograr una cultura propia, cerrada y perecedera, sino para ser la sal y la luz de cualquiera de las civilizaciones que vayan apareciendo y que quieran llevar en ellas algo de eternidad.
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"El hombre prehistórico también tiene un sitio en la Historia de la Salvación"
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Chesterton: “Estoy orgulloso de verme atado por dogmas anticuados, como dicen mis amigos periodistas, porque sólo el dogma razonable vive lo bastante para que se le llame anticuado”.
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«Sin fe, no nos engañemos, ni hay cultura, ni hay unidad».
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‘La seguridad no es más que dejar que Dios vaya aclarando mis certezas’. ‘En realidad no importa cómo sirvamos a Dios, importa querer e intentar escucharle’. Hermana ROSARIO, Novicia de las Siervas de María-2003
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La fe es la fuente de nuestra alegría. Creemos que Dios nos creó para vivir en profundidad la felicidad humana, que de algún modo experimentamos en la tierra, pero cuya plenitud acontecerá en el cielo. La alegría de vivir, la alegría del amor y de la amistad, la alegría del trabajo bien hecho, etc., expresan, de un modo admirable, lo que todos entendemos por alegría humana. Para nosotros, los cristianos, la causa-fundamento de nuestra alegría no es otra que la causa de la alegría de Jesús: ser plenamente consciente de que Dios, nuestro Padre, nos ama. Este amor transforma nuestras vidas y llena de gozo nuestro corazón. Nos ayuda a comprobar que, realmente, Jesús no vino para imponernos ningún tipo de yugo. Él vino para enseñarnos lo que significa ser plenamente feliz y plenamente hombres. Por tanto, cuando descubrimos la verdad, descubrimos también la alegría: la verdad sobre Dios, nuestro Padre, la verdad de Jesús, nuestro Salvador, la verdad sobre el Espíritu Santo que vive en nuestros corazones.
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«El que no sirve para servir, no sirve para amar». La Madre Teresa lo afirmó y lo vivió.
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"Obras todas del Señor, bendecid al Señor".- “¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8, 2).- “En la grandeza y hermosura de las criaturas, proporcionalmente se puede contemplar a su Hacedor original . . . Y si se admiraron del poder y de la fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su plasmador...; si fueron seducidos por su hermosura, ... debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas”.
“En la grandeza y hermosura de las criaturas, proporcionalmente se puede contemplar a su Hacedor original… Y si se admiraron del poder y de la fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su plasmador...; si fueron seducidos por su hermosura, ... debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas”. Palabras del libro de la Sabiduría.
La fe es como una noche, una noche oscura, diseminada de estrellas. En efecto, San Juan de la Cruz - aquél gran místico de la cristiandad - justamente hablaba de la noche oscura de la fe en la vida espiritual. ¿No es verdad, sin embargo, que durante la noche se ve mucho más? Durante el día, es verdad, vemos con claridad, con más precisión (hasta podemos tocar las cosas, medirlas), a pesar de esto, vemos poco porque vemos lo que nos circunda ya que nuestro campo visivo es muy limitado. Durante la noche, también es verdad que vemos con menos claridad, sin precisión, sin embargo, vemos podemos ver más plenamente, vemos más lejos y podemos ver las lejanas estrellas que están a miles de años luz, así podemos ver nuestra pequeña vida en el contexto del inmenso universo, en el contexto de la totalidad de la creación.
‘Dónde comienza y dónde termina el conocimiento de Dios’ "Dios siempre ha sido, siempre es y siempre será o más exactamente, siempre es. Porque «fue» y «será» significan fragmentos de tiempo, propios sólo de nuestra naturaleza fluyente, en tanto que Dios siempre es y, precisamente, El mismo se otorga este nombre cuando contesta a Moisés en el monte (Cf Ex. 3, 14). Pues todo cuanto existe lo abarca El, que no tuvo principio ni tendrá final, como un mar ilimitado e infinito que excede todo pensamiento sobre el tiempo y la naturaleza, por grande que sea. En nuestro entendimiento nos representamos a Dios, bastante oscura y limitadamente, no concibiendo los atributos que le son propios, sino valiéndonos de los seres que hacen referencia a El. Mas si la imagen de algo se alcanza a partir de otra cosa, se llega solamente a una figura de la verdades que escapa antes de poder retenerla, huye antes de que la comprendamos. Tal figura de Dios ilumina lo mejor de nosotros mismos —con tal de que lo hayamos purificado—, al modo como un fugaz relámpago da luz a los ojos. Sucede esto, según mi parecer para que, por una parte, por aquello por lo cual El puede ser comprendido por nosotros, nos atraiga a Si, pues nadie espera ni pretende conseguir lo que no le es dado conocer en modo alguno. Por otra, por cuanto nos es inasequible, se constituye en objeto de nuestra admiración, para que siendo admirado, sea deseado; deseándolo, nos purifique y purificados, nos haga divinos a fin de tener relación con quienes han sido hechos semejantes a El." ...[…]… San Gregorio Nacianceno, Homilía 38, 7
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Por venir a visitarnos, nuestro agradecimiento. Por la gracia de Dios, en el año del Señor 2007: Anno Domini "In Te, Domine, speravi; non confundar in aeternum!". Mane nobiscum, Domine! ¡Quédate con nosotros, Señor! -.- La Iglesia testimonia el Evangelio por los caminos del mundo, ¡por eso es católica!; desde que Cristo la fundara, hace dos milenios. “El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10). "Marana tha, ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20). -.- Dones y frutos del Espíritu Santo - La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal 143,10).
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17) Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: ‘caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad’ (Ga 5,22-23, vg.). -.- In Obsequio Jesu Christi. -.- A las ‘tres de la tarde’ conmemoramos la muerte de Ntra. Señor Jesucristo. La Hora de la Misericordia - Las Tres de la Tarde (recuérdalo). Oraciones - "Expiraste, Jesús, pero la fuente de vida brotó inmensamente para las almas, y el océano de Misericordia se abrió por todo el mundo. O fuente de Vida, Oh Misericordia Infinita, abarca el mundo entero y derrámate sobre nosotros". "Oh Sangre y Agua, que brotaste del Corazón de Jesús como una Fuente de Misericordia para nosotros, en Vos confío". |
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