martes, 10 de mayo de 2011

Comunidad de los hijos de Dios

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MENSAJE- TESTAMENTO DEL PADRE PARA LA COMUNIDAD
- Leído durante los solemnes funerales del 21 de febrero -

¡TENED CONFIANZA!

¡Tened confianza! La muerte no me da miedo. Una prueba de mi comunión con Él la he vivido ya a través de aquellos a quienes he amado. ¡Tened confianza! Dios no faltará. No os preocupéis porque sois pocos. Lo importante es que estéis unidos. Recordad que la vida religiosa es un compromiso de fe en Dios que está presente y que es el Amor infinito. Pero justamente por lo infinito que es su amor, Él no nos puede dar prueba de ello mientras vivimos en el cuerpo. Los consuelos de este mundo no son sino una ayuda para que vivamos en la fe la adhesión a su voluntad. Por esto os pido fe, una fe sencilla, pura, pero grande. Dios no os faltará. Os entregasteis a Él y Él os acogió: le pertenecéis para siempre. Es algo muy secundario que la muralla del cuerpo nos impida vivir juntos. La unión con Él no se halla en la experiencia sensible, sino en Cristo, quien nos unió a Sí mismo y nos quiso como un solo Cuerpo con Él.
Amad a la Iglesia, el sacramento visible de la presencia de Dios aquí en esta tierra.
Estad ciertos y seguros de vuestra vocación y defendedla.
A todos - y especialmente a los de la vida común - quiero dirigir mi último saludo, mi agradecimiento más férvido, más vivo, mi promesa de no abandonar a ninguno. Recomiendo sobre todo a los consagrados desde hace más años que seáis un ejemplo de vida, que permanezcáis firmes en la fe, seguros de que la Comunidad es una obra querida por Dios, obra que, sin embargo, a vosotros os toca realizar, con sencillez pero con perseverancia, con humildad pero con la convicción de responder a una precisa llamada del Señor. Os recomiendo la concordia entre vosotros y la obediencia a los superiores legítimos.
Dejando esta vida me siento deudor hacia innumerables almas que me ayudaron con su ejemplo y con su amor. Iluminaron mi senda, me sostuvieron con sus consejos, tuvieron paciencia conmigo.
Pido que la Virgen quiera recibirme como hijo suyo, junto con Aquel a quien traté de amar más que a todos, Jesús bendito. Ella saldrá a mi encuentro, ya habrá obtenido el perdón de todos mis pecados y de mis innumerables infidelidades. Pero con Jesús y la Virgen espero que saldrá a recibirme también la muchedumbre de almas a las que en el tiempo el Señor quiso unirme con un vínculo de paternidad y, a veces, de dependencia filial. Volveré a ver a mis hermanos de sangre, a papá, a mamá. Pero es cierto que la unidad más verdadera, la más grande en el amor y en mi unión con Cristo será la que seguiré teniendo con todos mis hijos. Sé que falté mucho para con ellos, pero al mismo tiempo sé que todo se me perdonó. No recibí sino amor. Solamente Dios podría pagar a cada uno todo lo que me dio. ¡Cuántas grandes almas en la Comunidad a la que Dios quiso que perteneciéramos! Almas sencillas, humildes, pero también almas grandes. Lo que he sido para ellos sólo Dios puede decirlo. De todos modos sé que debiera de haber sido infinitamente más imagen viva de Aquel a quien representaba. ¡Qué inmensa comunión de amor será la nuestra en el cielo! Pero no me apartará de la que mantengo con quienes dejo en la tierra. Y la comunión será con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo: en el seno de la Trinidad Santísima, no seremos sino un único himno de alabanza, agradecimiento y amor.

Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Amarás a tu prójimo como a ti mismo.


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