PREPARACIÓN PARA HACER LA CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN MARÍA
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San Luis María Grignion de Montfort nos aconseja que antes de entrar en las tres semanas de ejercicios preparatorios para la consagración empleemos doce días para vaciarnos del espíritu del mundo.
Creemos que serán conformes a su espíritu las meditaciones siguientes, que además de servir para vaciarnos del espíritu del mundo, ayudarán también para entusiasmarnos con la Santa Esclavitud de María.
Meditación sobre el principio del secreto de María
Composición de lugar. Estoy sentado a los pies de Nuestra Señora, como esclavito, y Ella me hace las reflexiones que siguen.
Petición. Que me resuelva de veras a hacerme santo, por medio de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen.
Punto I. “Lo que de ti quiere Dios, alma, que eres su imagen viva, comprada con la sangre de Jesucristo, es que llegues a ser santa, como Él, en esta vida, y glorificada, como Él, en la otra.”
Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación (1 Tes 43). Santificaos y sed santos, porque yo soy el Señor vuestro Dios..., porque yo, vuestro Dios y Señor, soy santo. (1 Pe 1, 16).
“Tu vocación cierta es adquirir la Santidad divina; y todos tus pensamientos, palabras y obras, tus sufrimientos, los movimientos todos de tu vida, a eso se deben dirigir; no resistas a Dios, dejando de hacer aquello para que te ha criado y hasta ahora te conserva.”
Terrible sería para ti esa resistencia, porque, ¿quién puede luchar con Dios y tener paz? (Job 9, 4). Si Dios quiere que seas santo y tú te empeñas en no alcanzar más alto grado de gracia que el que se requiere para entrar en el cielo, ¿no ves que te expones a que Dios te niegue las gracias eficaces que para esto necesitas; y por apuntar al mismo blanco, y no más arriba, como mal tirador, des más abajo y caigas en el abismo? Bien dijo el que dijo:
“Loco debo ser, pues no soy santo.”
Pues ¿no es locura, además de ingratitud, resistir al Todopoderoso y sapientísimo Juez y despreciar la gracia del bondadosísimo Padre? ¿Qué harías tú mismo con un criado, que aunque sólo fuera en cosas pequeñas resistiera de continuo a tu voluntad?
P. II. Por otra parte, la santidad es tan hermosa, tan útil y tan deleitable, que aunque no nos la exigiera Dios, deberíamos nosotros suspirar siempre por conseguirla. Esta es aquella celestial sabiduría, que tanto se alaba en las divinas Letras; aquella perla preciosa y aquel tesoro escondido, por el cual dijo Cristo Señor nuestro que todas las cosas habíamos de vender: tesoro infinito, que en alto grado nos hace participantes de la amistad del Rey del Cielo, con cuya familiaridad todos los bienes se alcanzan: éste es aquel dichoso reino de Dios en el alma, que es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo. Nada tan excelente y hermoso como un alma santa, que es la imagen de Dios más perfecta que entre el barro de esta tierra se puede formar, el trono y el palacio y el templo donde se asienta a su gusto y de continuo el Señor de las virtudes; la esposa querida y regalada de Cristo. Nadie tan útil a la Iglesia de Dios y a todos los hombres como el varón santo, que tanto puede con sus oraciones y sus méritos. El sabio, el artista, el héroe, el político, nada valen en su comparación. El mundo mismo, que no puede entender a los santos, los admira sólo por los resplandores que su santidad a veces despide, que nada valen en comparación de la luz y del fuego que en su interior se oculta: que “adentro es donde está toda la gloria de la hija del Rey Eterno”.
“¡Qué obra tan admirable! ¡El polvo trocado en luz, la horrura en pureza, el pecado en santidad, la criatura en su Criador y el hombre en Dios!”
P. III. “Obra admirable, repito, pero difícil en sí misma y a la naturaleza por sí sola imposible. Nadie sino Dios con su gracia, y gracia abundante y extraordinaria, puede llevarla a cabo; la creación de todo el universo, no es obra tan grande como ésta.”
Locura sería pretender alcanzar la perfección contando sólo con nuestras fuerzas. Sin Mí –dice Jesucristo- nada podéis hacer. Pero, en cambio, con la gracia lo podemos todo: Todo lo puedo en aquel que me conforta. (Filip 4, 13):
“Y tú, alma, ¿cómo lo conseguirás?”
¿Qué medios vas a escoger para levantarte a la perfección a que Dios te llama?
“Los medios de salvación y santificación son de todos conocidos; señalados están en el Evangelio, explicados por los maestros de la vida espiritual, practicados por los santos. Todo el que quiere salvarse y llegar a ser perfecto necesita humildad de corazón, oración continua, mortificación universal, abandono en la Divina Providencia y conformidad con la voluntad de Dios.”
No te desanimes al oír esos terribles nombres de virtudes tan altas, a las que nunca has podido acercarte. Si tan poco camino has andado hasta ahora para la santidad es porque has ido a pie y sin guía, a ciegas y cansado, saltando de una a otra vereda, sin hallar el atajo verdadero. Pero ¡si pudieras encontrar el camino real, corto y seguro, una buena guía, un tren que sin fatiga alguna te llevara!
P. IV. “Todo se reduce, pues, a hallar un medio fácil, con que consigamos de Dios la gracia necesaria para ser santos, y éste es el que te voy a enseñar.
Digo, pues, que para hallar esta gracia de Dios hay que hallar a María.”
Ella es, como dice San Bernardo, la estrella que guía al puerto del cielo a los que navegamos por el mar de este mundo.
“Siguiéndola, no te descaminas; rogándola no te desesperas; pensando en Ella no te equivocas; teniéndote Ella no caes; protegiéndote Ella no temes; guiándote Ella no te fatigas; siéndote Ella propicia llegas (al puerto deseado)”.
¡Oh hermosa estrella mía! Yo quiero siempre seguirte, que tú me alegras y aseguras con tus suavísimos resplandores. No te me ocultes nunca, Señora, porque entonces me perderé. Más todavía: llévame de la mano como una madre a su pequeñuelo; porque madre mía eres, aunque soy indigno de ser tu esclavo. No te desdeñarás de tomar esta mano tan sucia; porque aunque tan limpia, eres madre de pecadores.
Espíritu del mundo
Composición de lugar. Vernos navegando en un mar alborotado y hediondo, con los ojos fijos en la estrella del Norte, María.
Petición. Conocer y detestar el espíritu del mundi, que vive en nosotros, para vaciarnos de él por completo.
El espíritu del mundo es todo lo contrario de la Santa Esclavitud, que nos impone nuestro fin, y que nosotros queremos abrazar de la manera más perfecta al entregarnos como esclavos a Nuestra Señora. San Juan lo define diciendo que es concupiscentia carnis, concupiscentia oculorum, et superbia vitae. Meditemos sobre estas palabras.
Punto I. Concupiscencia de la carne: es decir, deseo de goces sensuales, de todo cuanto dé gusto al cuerpo: en eso cifran su felicidad los infelices mundanos.
¡Cuánto nos aparta de nuestro fin esta inmunda concupiscencia, por la cual no sólo el alma, sino también el cuerpo sacude el yugo de la Santa Esclavitud! ¡Por criaturas tan viles, por pasiones tan sucias, por deleites tan breves, nos apartamos de los eternos amores, de los dulcísimos abrazos de Dios nuestro Criador, nuestro Señor y nuestro Padre!
Pero es tan difícil librarse de esta concupiscencia... ¡Cuántos se hunden en ese mar de cieno! Yo mismo, si no estoy hundido en el profundo, ¿no resbalo muchas veces hasta el borde del abismo? ¿Tengo la voluntad tan sujeta a la ley que en nada prohibido quiera dar gusto a la carne? Si esto ya he conseguido, todavía la esclavitud a que mi fin me sujeta, me induce a no dar gusto a este enemigo de mi alma, ni aun en lo lícito, si no es en caso de que sea lo más conveniente para alabanza y servicio de Dios.
Duro es esto, pero necesario para vestir la librea de esclavo de María; pues su virtud característica es la castidad (por eso la llamamos por excelencia la Virgen), y la castidad debe ser también el distintivo de sus esclavos y de sus hijos, y esa hermosa virtud no se alcanza sin la templanza y la mortificación, aun en las cosas lícitas. Pero no nos desanimemos: todo será para nosotros suave, si nos acostumbramos a vivir por María y con María. Cuando algo nos cueste, levantemos los ojos a mirarla, y luego nos parecerá fácil.
P. II. Codicia de los ojos: amor de las riquezas y comodidades, de los mezquinos bienes de la tierra, del barro de este mundo, que no puede alimentar nuestra alma inmortal y para Dios nacida.
El que se hace esclavo de esta concupiscencia tirana forzosamente se aparta de Dios: porque, como dice Jesucristo: Ningún siervo puede servir a dos señores; porque odiará al uno y al otro amará, o porque se unirá al uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. (Lc 16, 13)
¿Pago yo algún tributo a esa vil concupiscencia? ¡Lejos de mí el amor de los míseros bienes del mundo! ¡Todos mis tesoros a los pies de mi reina María! Hasta mis riquezas espirituales van a ser suyas, ¡cuánto más las temporales! ¿Cómo podría ser esclavo teniendo propiedad, y ser de la Reina del Cielo, teniendo el corazón pegado a la tierra? Tal vez, aun después de haber dejado las riquezas, conservo el corazón pegado a ciertas pequeñas comodidades. ¡Triste cosa que esos hilillos nos aten las alas para no poder volar a Dios! Si no tenemos cadenas tampoco tenemos libertad, y nuestra prisión es tanto más vergonzosa cuanto más fácil de romper. Pero luego romperemos esas ataduras, si nos arrastra la suave cadena de la esclavitud de María.
P. III. Soberbia de la vida: es el sello del espíritu del mundo, que lleva la marca de su padre, el gran soberbio Lucifer; es el sello especialmente del espíritu de nuestro siglo de libertad e independencia, que repite como el ángel caído: Non serviam; no quiero ser esclavo ni de Dios.
¡Cuán difícil es preservarnos del contagio de esta peste que por todas partes se respira! Si tal vez nos creemos libres de ella, ésa será la mejor prueba de que estamos muy inficionados. Examinemos una y mil veces los motivos de nuestros actos, y hallaremos que muchas veces, hasta los que parecen frutos sanos de virtud sólida, están interiormente podridos, porque proceden de la viciada raíz de la soberbia.
Y ¿cómo nos preservaremos? Oponiendo a la desenfrenada libertad la Santa Esclavitud, a la soberbia del mundo la humildad de la Santísima Virgen; al Non serviam, grito de guerra del demonio, el Ecce ancilla Domini, divisa de nuestra humildísima Señora. Acostumbrémonos a obrar por ella y poco a poco nos irá entrando su espíritu de esclava; y con esta dichosa esclavitud alcanzaremos la verdadera libertad de espíritu y la dulcísima paz del corazón.
La vida del mundo y la vida mariana
Composición de lugar. Mirarme a los pies de la Divina Pastora, como una oveja cansada y herida, que no quiere apartarse ya del redil.
Petición. Conocimiento de cuán poco valen los bienes del mundo y cuánto me importa dejarlos para vivir con María.
Punto I. Los bienes del mundo son todos muy breves, pues por largos que sean no pueden ser más largos que nuestra vida, y nuestra vida es muy corta si se compara con la eternidad. ¡Y si al menos duraran cuanto dura la vida! Pero son tan tornadizos y falaces como la experiencia de todos los días nos lo declara. Pues ¿cuántos de la cumbre del honor ruedan a los abismos de la deshonra? ¿Cuántos que abundan en riquezas en su juventud piden limosna en su vejez? ¿Cuántas arraigadas amistades se olvidan con la ausencia y con la muerte? ¿Cuántos vehementísimos amores se tornan odios inextinguibles?
En cambio, el amor de María, de su parte, es eterno; que no nos deja mientras no la queramos dejar nosotros; y aunque la dejemos y la olvidemos mil veces, otras mil volverá a abrirnos sus puertas y a tendernos sus brazos de Madre si nos acercamos a ella. Las riquezas de la gracia que en su servicio ganamos sólo con el pecado mortal pueden perderse, pero recobrada la gracia tornan a recobrarse, y si las conservamos, en el momento de la muerte nos darán eterna gloria y alegría. ¡Oh Señora nuestra bondadosísima! ¿Quién que tenga seso no querrá dejar bienes tan breves y falaces para entrar de veras a servir en tu casa?
P. II. Los bienes de la tierra, como de tierra que son, ensucian, empequeñecen y degradan a nuestra alma espiritual, grande y hermosa, como hija de Dios y nacida para el cielo.
El amor de estos bienes terrenales nos arrastra a cometer multitud de pecados, veniales a lo menos; que no por ser manchas pequeñas deja de poner el alma llena de inmundicias. Cuanto más nos aficionemos a las cosas del mundo, aun a las lícitas e indiferentes, más nos empequeñecemos y degradamos, más esclavos nos sentimos de nuestras pasiones, que tantas veces turban la paz interna, entenebrecen el juicio y encadenan la voluntad.
“Más diferencia hay entre el alma y las demás criaturas corporales que entre un muy caro licor y un cieno muy sucio. De donde así como se ensuciara el tal licor, si le juntara con el cieno, de esta misma manera se ensucia el alma que se ase a la criatura por afición, pues en ella se hace su semejante; y de la manera que pararían los rasgos de tizne en un rostro muy acabado, de esa misma manera afean y ensucian los apetitos desordenados al alma que los tiene; la cual en sí es una hermosísima acabada imagen de Dios.” (San Juan de la Cruz.)
Pobre alma, princesa del cielo, que pasas la vida en un lodazal, cubierta de inmundicias, levanta a tu Señora los ojos, que su amor puede limpiarte y redimirte. Si no aciertas a levantarte a Dios, hermosura infinita para la que has nacido y única que puede llenar tu corazón; si su amor te parece muy espiritual y muy seco para que pueda suplir al de los ídolos que adoras; si tus ojos de topo no pueden resistir la vista del sol porque están acostumbrados a sumergirse en la tierra, acostúmbralos primero a la claridad de la luna y a la templada luz de la Aurora, purifícalos mirando a María, la Reina de los Ángeles.
“Limpia, Señora, con las gotas de Sangre del Corazón de tu Hijo las inmundicias de mis aficiones, y las pésimas manchas de mi corazón; limpia mi fealdad; tú que siempre despides rayos de pureza.” (San José Himnógrafo.)
P. III. Los bienes de la tierra cansan el alma y atormentan al espíritu.
“Cánsase y fatígase el alma que tiene apetitos, porque es como el enfermo de calentura, que no se halla bien hasta que se le quite la fiebre y cada rato le crece la sed; porque como se dice en el libro de Job: Cuando hubiérese satisfecho el apetito quedará más apretado y agravado... Y cánsase y aflígese el alma con sus apetitos, porque es herida y movida y turbada de ellos como el agua de los vientos; y de esa misma manera la alborotan sin dejarla sosegar en un lugar y en una cosa.” (San Juan de la Cruz.)
Así que toda la miel de los goces mundanos viene a convertirse en acíbar, y cuanto más se saborean, más hastío se siente. Dígalo el Sabio, que después de probar de todos los gustos y honores hubo de escribir que “todo es vanidad de vanidades y aflicción de espíritu”.
En cambio, el amar a la Virgen Nuestra Señora y el entregarse del todo a Ella, y el vivir siempre en su compañía como fiel esclavo, trae al alma una paz y un descanso que sólo quien lo siente puede entenderlo, y un contento tan grande, que todos los regalos del mundo no son nada en su comparación. Los mismos sufrimientos y humillaciones, que son fruta tan amarga, se hacen dulces (como dice San Luis María) con este almíbar de la devoción de Nuestra Señora.
¡Oh Señora mía! ¡Cuándo romperé las cadenas de la esclavitud en que ponen mi alma los menguados bienes del mundo para gozar de la dichosa libertad de tus esclavos! Solve vincla reis.
La muerte de los esclavos del mundo y la muerte de los esclavos de María
Composición de Lugar. Verme a mí mismo en el lecho de muerte, momentos antes de expirar, besando por última vez el rosario o el escapulario.
Petición. Que se despegue mi alma de todas las aficiones de la tierra y sienta cuán bien le está dejarlas todas para entregarse a María Santísima.
Punto I. Es cierto que hemos de morir, como nos lo dicen todos los que delante de nosotros van cayendo, como caen las hojas de los árboles en otoño. Lo que no sabemos es cuándo llegará la hora en que este viento de la muerte nos arrebate.
¡Terrible pensamiento es éste para quien en las cosas del mundo tiene puesta su afición! Recordemos aquella parábola del Evangelio (Lc 12,20).
“El campo de un hombre rico dio abundante fruto. Y pensaba él entre sí diciendo: ¿Qué haré que no tengo dónde juntar mis frutos? Destruiré mis paneras y las haré mayores; y allí reuniré todo lo que ha nacido para mí y mis bienes. Y diré a mi alma: alma, ya tienes bienes para muchos años: descansa, come, bebe, banquetea. Pero Dios le dijo: necio, esta noche te arrancarán el alma. Lo que allegaste ¿de quién será...? Así acaece a quien atesora para sí y no es rico delante de Dios.”
Y no menos al que está apegado a las honras y a los amores del mundo. Y no sólo para el pecador, que anda encenagado en sucios deleites, sino aun para el cristiano honrado y piadoso, pero excesivamente aficionado a las comodidades y placeres lícitos y aun a los santos amores de su hogar; porque, como dice San Gregorio, “no se deja sin dolor lo que con amor se posee”. “Espantoso es este pensamiento (dice el P. Grou) para todos los que sirven a Dios por espíritu de interés, que cuidan de su salvación sólo por lo que les importa a ellos, que piensan más en la justicia de Dios que en su misericordia.” En general, es aflictivo para cualquiera que no esté completamente desatado de todas las cosas de la tierra con la práctica de un continuo morir a sí mismo.
Y más aún que por este apartamiento de todas las cosas amadas, es la muerte muy terrible por la incertidumbre de la suerte que tras ella nos espera. ¡Oh!, si como hay seguros contra incendios y naufragios hubiera verdaderos seguros del alma para después de la muerte, que de tal modo pudieran asegurarnos que nos quitaran todo temor, ¡con qué ansia debiéramos asirnos de ellos por mucho dinero que hubiera que pagar!
P. II. Pues hay un verdadero seguro del alma contra la muerte, y es la Santa Esclavitud de María.
La Santa Esclavitud, bien entendida, es un continuo morir a sí mismo. El esclavo de María no tiene que apartarse al morir de los bienes de la tierra, porque ya mucho antes ha renunciado a todos y los ha dejado en manos de su Señora. Lejos de él han de estar todas las aficiones pecaminosas; y las aficiones lícitas, dominadas por el amor de su Reina, ante el cual desaparecen todos los cariños terrenos. La muerte no es otra cosa para él que un pasaporte para entrar libremente en el palacio y en el reino de la Señora a quien ha entregado su corazón y en cuyas manos ha puesto todo su tesoro. ¿Cómo temer la muerte el siervo de María? Al contrario, ¿cómo no desearla?
Pero ¿y aquel “después”, que aun a los santos tanto aterra al acercarse la última hora?
El esclavo de María no tiene por qué temerlo. Está en manos de su Señora, lo mismo que un niño en las de su madre. Y una madre, y tal madre, ¿le dejará caer de sus brazos por impotencia o por desamor? Nadie deja que se pierda una cosa que es propiedad suya, aunque sea un vil animalejo, y ¿va a dejar Nuestra Señora que se pierda un alma, redimida con la sangre de su Hijo, cuando se ha entrado por sus puertas, declarando ser toda propiedad suya?
La devoción a Nuestra Señora es señal de predestinación más o menos probable, según su grado, moralmente cierta a lo menos en su grado sumo, que es la perfecta consagración o esclavitud. ¿De quién sino del verdadero esclavo de María se han de entender las autoridades de los Santos Padres y de los Doctores, que acerca de este punto son tan claras? Si es prenda de salvación llevar el cuerpo vestido con la librea de María, ¿qué será tener el alma vestida de María y compenetrada de María, como deben tenerla sus esclavos? Si tanto vale consagrarla algunos momentos del día rezándola algunas oraciones, ¿qué será consagrarla todo el tiempo y vivir habitualmente en su compañía? “Servir a María, dice Pelbarto, citado y aprobado por San Ligorio, es la Señal más cierta de que se llegará a la eterna salvación.”
Confiemos, pues, en Nuestra Señora.
“Esta es la devoción con que se ponen en seguro las gracias, méritos y virtudes, haciendo depositaria de ellas a María y diciéndola: Toma, querida dueña mía: he aquí lo que con la gracia de tu querido Hijo he hecho de bueno; por mi debilidad e inconstancia, por el gran número y malicia de los enemigos, que día y noche me acometen, no soy capaz de guardarlo. ¡Ay que todos los días estamos viendo caer en el lodo los cedros del Líbano, y venir a parar en aves nocturnas las águilas, que se levantan hasta el sol! Así mil justos caen a mi izquierda y a mi diestra diez mil; pero tú, mi poderosa y más que poderosa Princesa, tenme que no caiga; guarda todos mis bienes que no me los roben; te confío en depósito todos mis bienes. Depositum custodi; scio cui credidi. Bien sé quién eres; por eso me fío por completo de ti. Tú eres fiel a Dios y a los hombres y no permitirás que perezca nada de cuanto a ti se confía; eres poderosa y nadie podrá dañarte, ni arrebatarte de entre las manos lo que tienes.” (Secreto de María.)
El juicio particular
Composición de lugar. Mi cuerpo, en el lecho de muerte, poco después de expirar; y mi alma ante la presencia de Jesucristo Juez.
Petición. Temor del juicio de Dios, que me aparte de los vanos temores del mundo y me sujete más a la Santa Esclavitud de María.
Punto I. Terrible es caer en las manos de Dios vivo para ser juzgado por el Juez que todo lo sabe y todo lo puede, en quien no cabe engaño, ni injusticia ni misericordia tampoco, después que el tiempo de la misericordia pase. Terrible ser juzgado por Jesucristo, Señor nuestro, el que tanto nos ha amado y a quien hemos ofendido tanto. ¿Qué le responderemos cuando nos muestre sus llagas y nos diga: mira lo que yo hice por ti, y responde lo que has hecho por mí?
Aumentará el terror, sobre todo nuestra propia conciencia, en la que se reflejan como en un espejo todos los pecados de la vida.
“La Virgen Santísima en aquella hora no se entremete en este juicio, porque en saliendo el alma del cuerpo se cierra la puerta de la intercesión y del perdón, y se abre la de la justicia rigurosa.” (P. La Puente.) Y ¿qué será de mí si mi única abogada me falta?... Pero no me faltará si soy su esclavo, porque antes del juicio me habrá ella misma presentado al supremo Juez, haciendo constar que soy todo suyo; y entonces me presentará ante la Divina Majestad con grande confianza; aunque también con grande vergüenza y confusión de no haber cumplido mejor con los deberes que la santa Esclavitud me impone.
P. II. ¡Temerosa será la cuenta! ¡Riguroso el examen! Todas las obras, palabras y pensamientos de la vida; todos los beneficios recibidos de Dios, puestos en balanza con lo que hemos hecho para corresponder a ellos; las almas encomendadas a nuestro cuidado que se han perdido por nuestra negligencia (examinen aquí cómo cumplen con sus deberes los sacerdotes, los padres, los maestros, los amos, etc.); las empresas de la gloria de Dios que se han frustrado por nuestro egoísmo; el daño que hemos hecho al bien de la Iglesia y de las almas con las pequeñeces de nuestras pasioncillas indómitas. ¿Quién no temblará por tantos pecados ajenos de que tal vez ha sido causa, aun suponiendo que no tengan mucho que temblar por los propios?
Mas el alma fiel a la práctica interna de la Santa Esclavitud no tiene motivo para estos temores. ¡Ella sí que ha aprovechado bien su tiempo viviendo en compañía de su Señora! La presencia habitual de María le habrá hecho caer en la cuenta de lo que en cada instante debía hacer para la gloria de Dios; le habrá dado luz para conocer sus faltas más ocultas y gracia para irlas enmendando y para dominar sus pasiones, de modo que nunca haga daño a sus prójimos. Sus buenas obras, por imperfectas que en sí sean, tienen, a los menos, no sé qué realce y brillo, no sé qué agradable perfume para Dios, por haber pasado por las manos de María, su queridísima Madre y Esposa. Y por pobre y miserable que a los ojos de Dios se encuentre el esclavo de María, siempre tiene confianza en que los méritos de su Señora serán su suplemento. Esta idea de San Luis María alentaba al gran León XIII momentos antes de morir.
P. III. La sentencia ¿cuál será? ¿De salvación o de condenación? Si de alguna manera he permanecido fiel a la consagración a la Santísima Virgen (aunque no sea con la perfección que en el punto anterior decíamos), de esperar es que mi sentencia será de salvación, por más que mis faltas me expongan a largo y terrible purgatorio. Pero si del todo me he olvidado de que soy esclavo de María, y dejando sus dulces cadenas he vuelto a enredarme en la esclavitud del mundo y del pecado, entonces, ¡ay de mí!, ¿qué puedo esperar?
“Cuidado con cruzarse de brazos, sin trabajar; que mi secreto (es decir, la misma Santa Esclavitud), se convertirá en veneno y vendrá a ser tu condenación.” (Secreto de María.)
No será así, Señora mía, que yo espero con vuestra gracia aprovecharme bien de este tesoro.
“Abridme el Corazón de vuestro Hijo misericordioso. Reformad mi vida tan miserable, para que apoyado en vuestra intercesión comparezca inocente ante el Juez, cuya benevolencia me conciliaréis, y evite así los castigos con que atormenta a los impíos.” (San Efrén.)
El Juicio Universal
Composición de lugar. La escena del Juicio, como se representa en un famoso fresco de Miguel Ángel. En el plano superior está Jesucristo, que con además terrible precipita en el infierno a los condenados. En el segundo plano está María Santísima, que, al ver la cólera de su Hijo, parece decir: Ya no hay remedio. Y sin interponerse entre él y los pecadores, queda detrás, inmóvil.
Petición. Terror de la Divina Justicia y sentimiento de la vanidad del mundo, que me obliguen a arrojarme a los pies de Nuestra Señora, para ser siempre su esclavo.
Punto I. Los preparativos.
“¡Día de ira el día aquel que deshará en cenizas todo el siglo!”. “El sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor y las estrellas caerán del cielo; y en la tierra habrá angustia de las gentes por la confusión del sonido del mar y de las olas, secándose los hombres a causa del temor y expectación de las cosas, que sobrevendrán a la redondez de la tierra: porque las virtudes del cielo se conmoverán. Y entonces se mostrará la señal del Hijo del Hombre (la santa cruz) en el cielo, y entonces se lamentarán todas las tribus de la tierra. Y entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con grande poder, gloria y majestad. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán sus escogidos de los cuatro vientos, de un cabo del cielo al otro...”
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán... Mas el día y la hora nadie lo sabe... Mas como en los días de Noé así será la venida del Hijo del Hombre; porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose, etc., y no conocieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre. Entonces estarán dos en un campo, el uno será tomado y el otro será dejado; dos mujeres moliendo en un molino, la una será tomada y la otra dejada. Mirad, pues; velad y orad, porque no sabéis cuándo será el tiempo, ni a qué hora ha de venir vuestro Señor. Y mirad por vosotros, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los cuidados de esta vida y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de la tierra.”
Empapemos nuestra alma en el santo temor que en ella despiertan estas enseñanzas recogidas por los Evangelistas en los labios del mismo Cristo Señor nuestro. Veamos en qué han de parar todas las cosas del mundo y cuán poco se ha de amar, si se ha de temer lo que tan pronto se ha de acabar. Renunciemos como esclavos de María a todas las pompas y vanidades del siglo, y estaremos siempre preparados para la venida del Juez Eterno.
P. II. El juicio. - ¡Qué vergüenza para mí si ahora mismo se manifestaran todos los pecados de mi vida en forma de asquerosa lepra que cubriera mi cuerpo!... Pues aquel día todos los hombres del mundo los podrán leer en mi conciencia. Y verán mis ingratitudes al comparar mis pecados con las gracias que de Dios he recibido. “Los varones de Nínive se levantarán en juicio contra esta generación, y la condenarán, porque ellos hicieron penitencia cuando le spredicó Jonás y algo más que un Jonás hay aquí.”
“¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotros, hubieran hecho penitencia!” Estas amenazas de Jesucristo a los pueblos que diariamente escuchaban su doctrina caen de lleno sobre mí. ¡Ay de ti, alma favorecida de Dios con tantas gracias, y singularmente protegida por la Reina del Cielo! Los gentiles y los herejes se levantarán contra ti y te condenarán. Ellos no tuvieron madre que les llevara de la mano por el camino del cielo. ¿Qué extraño que erraran y que desfallecieran? Pero tú, que conocías las bondades de nuestra Madre cariñosa, y voluntariamente te arrancaste de su mano, porque quería suavemente alejarte de los peligrosos goces del mundo, ¿qué excusa podrás entonces alegar?
Pero el verdadero esclavo de María, que no dejó de la mano a su Madre y la siguió por el camino de la cruz, ¡qué alegre la verá entonces triunfando majestuosa entre las nubes, y se acercará a Ella para que la presente a su Hijo! “Los que en la vida se conformaron al Crucificado (y a la Reina de los dolores) Se acercarán a Cristo Juez con grande confianza.” (Kempis.)
P. III. La sentencia. –“Al que me confesare delante de los hombres (dice Jesucristo) yo le confesaré delante de mi Padre Celestial; y del que se avergonzare de mí yo también me avergonzaré.” ¡Ay de ti si te avergüenzas de seguir francamente la senda de la virtud, por temor a lo que dirán los mundanos! Duro te será algunas veces despreciar los respetos humanos; pero más duro ha de ser oír aquel día el terrible: “Id, malditos, al fuego eterno.”
¿Qué será ver entonces la mirada amenazadora de Cristo? ¿Qué será ver a la Santísima Virgen (cual la tenemos descrita en la composición de lugar), que contemplando la ira de su Divino Hijo parece decir: Nada hay que le pueda doblegar; ni satisfacción, ni misericordia, ni ruegos. “Lo que mejor expresa las angustias de este último día no es pensar que el mundo se arruina, ni que Dios está airado, es recordar que la dulce voz de María no se hace oír más en favor de los pecadores, y que, aunque quisiera hablar, no se la escucharía.” (Augusto Nicolás.)
El infierno. – Penas de sentido
Composición de lugar. “Ver con la vista de la imaginación la longura, anchura y profundidad del Infierno”.
Y verme a mí mismo resbalando hacia él y la Virgen Santísima dándome la mano para que no caiga.
Petición. “Interno sentimiento de la pena que padecen los dañados, para que, si del amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos el temor me ayude para no venir en pecado.”
Punto I. “Ver con la vista de la imaginación los grandes fuegos y las ánimas como en cuerpos ígneos.”
Si nos consta que algunas personas han perdido el sentido y aun muerto de espanto con la vista o imaginación de algunas cosas temerosas, y a veces la sospecha sola de ellas nos hace erizar los cabellos y temblar, ¿qué será el temor de aquel lago tenebroso, lleno de horribles y espantosas quimeras? Especialmente si consideramos cuán horrible sea la figura del demonio, pues por tan terribles semejanzas nos la representa el mismo Dios en las Escrituras Sagradas: “Alrededor de sus dientes está el temor: su cuerpo es como un escudo de acero, cubierto de escamas...; su estruendo es un resplandor de fuego, y sus ojos bermejean como los arreboles de la mañana. De su boca salen hachas como de teas encendidas, y de sus narices sale humo como de una olla que hierve. Con su resuello hace arder las brasas y llamas que salen de su boca.” (Job.)
P. II. “El segundo, oír con las orejas llantos, alaridos, voces, blasfemias contra Cristo Nuestro Señor y contra todos sus santos.”
“Imagínate que pasases por un valle muy hondo, el cual estuviese lleno de una infinita muchedumbre de cautivos, heridos y enfermos, y que todos ellos estuviesen dando gritos y voces, cada uno de su manera... ¿Qué galera hay en este mundo que de tantos renegados y forzados esté poblada?”
P. III. “El tercero, oler con el olfato humo, piedra azufre, sentina y cosas pútridas.”
“Para sentir algo esta pena, párate a considerar aquel tan horrible género de tormento que un tirano cruelísimo inventó para ajusticiar a los hombres, el cual, tomando un cuerpo muerto, mandábalo tender sobre un vivo, y atando muy fuertemente al vivo con el muerto dejábalos estar así juntos hasta que el muerto matase al vivo con la hediondez y gusanos que de él salían. Pues si te parece muy horrible este tormento, ¿qué tal será aquel que procederá del hedor de todos los cuerpos de los condenados?”
P. IV. “El cuarto, gustar con el gusto cosas amargas, así como lágrimas, tristeza y el verme (gusano) de la conciencia.”
“Ni tampoco faltará a la lengua, ni al gusto regalado su tormento; pues leemos en el Evangelio la sed que padecía aquel rico goloso entre las llamas de sus tormentos y las voces que daba al Santo Patriarca (Luc 26) pidiéndole una sola gota de agua para refrescar la lengua, que tenía tan abrasada.”
P. V. “El quinto, tocar con el tacto, es a saber, como los fuegos tocan y abrasan las ánimas.”
“Es fuego de tan grande ardor y eficacia, que (según dice San Agustín) este nuestro de acá es como pintado si se compara con él. Este fuego atormentará no solamente los cuerpos, sino también las ánimas... Con esta pena se juntará otra contraria a ella, que será un horrible frío, que con ninguno de los nuestros se puede comparar... Y no solamente les atormentará el frío y el fuego, sino también los mismos demonios.”
“Haciendo un coloquio a Cristo Nuestro Señor, traer a la memoria las ánimas que están en el infierno..., y con esto darle gracias porque no me ha dejado caer.”
Y ningún coloquio a Jesucristo será más a propósito para nuestro fin que la preciosa oración que está al fin de El Secreto de María, en que San Luis María le da gracias por la merced que le ha hecho con la Santa Esclavitud, librándole del infierno.
Nota. – Las personas ya acostumbradas a la práctica interior de la Santa Esclavitud es fácil, que al repetir estas meditaciones no puedan sentir los efectos de temor que en ellas se indican, sino mucha paz, por hallarse seguras en brazos de María. Déjense, pues, llevar del afecto de amor y de confianza en esta buena Madre y de celo por salvar las pobres almas que caen en el infierno, porque no la conocen.
Infierno. – Penas interiores
Composición de lugar. “Ver con la vista de la imaginación la longura, anchura y profundidad del Infierno”.
Y verme a mí mismo resbalando hacia él y la Virgen Santísima dándome la mano para que no caiga.
Petición. “Interno sentimiento de la pena que padecen los dañados, para que, si del amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos el temor me ayude para no venir en pecado.”
Punto I. Recordemos brevemente los tormentos que considerábamos en la meditación anterior y reflexionemos lo que todos ellos juntos irritarán la sensibilidad del infeliz condenado, teniendo en cuenta los efectos que en este mundo producen en las almas enfermedades y tormentos, que no son ni sombra de los de allá. ¿Qué efecto hará todo esto en la imaginación del condenado? Tal es la fuerza de esta facultad, que muchas veces duplica las enfermedades y llega hasta producir la muerte. ¿Qué hará en el infierno esta “loca de la casa”, ya no exaltada por vanas aprensiones, sino por la terrible y desesperante realidad? ¿Qué hará todo el ejército de las pasiones, revuelto y desenfrenado, si aun en este mundo desgarra muchas veces el alma con desesperaciones y odios infernales?
La memoria del prófugo esclavo de María recordará los días apacibles que en el mundo pasó bajo la mirada de amor de tan dulce Señora, la ingratitud con que abandonó su devoción, las personas conocidas suyas que, por haber sido fieles a Ella, gozan de su presencia en el cielo. Discurrirá su entendimiento sobre la facilidad con que pudo salvarse, y la irremediable desgracia en que se ve; la voluntad estallará en odio salvaje contra la más amable de las criaturas, querrá, como perro rabioso, despedazar con sus dientes el rosario y el escapulario, que eran en otro tiempo su consuelo y su esperanza, y su lengua vomitará las más impuras blasfemias contra la Reina de los Ángeles. ¡Madre mía!, y ¿será posible que algún día llegue a blasfemar de ti un hijo que tanto te quiere?
P. II. La más terrible de las penas es la de daño. Acá no acertamos a entenderla; pero a los corazones nobles y delicados les puede dar de ella alguna idea aquella eterna despedida que da el condenado, en el día del Juicio, a todos los que en algún tiempo amaba, semejante a un pobre náufrago que tiende sus brazos hacia la playa de donde una ola le arrebata para siempre. Pero el dolor de apartarse de todas las criaturas no valdrá entonces nada comparado con el sentimiento de apartarse de Dios. Hay que entender la fuerza que tiene la voluntad humana cuando concentra todas sus energías en un solo objeto, al que no puede unirse nunca. ¡Cuántos crímenes cometen los hombres arrebatados por una pasión que no pueden satisfacer! Pues si las prendas de una criatura pueden de tal manera arrebatar el corazón, que le arrastren a la desesperación extrema, cuando con ella no puede unirse, ¿qué será la infinita hermosura y perfección de Dios cuando el entendimiento la conozca, libre de los obstáculos que en esta vida le entenebrecen?
¡Oh Hermosura infinita y Amor de los Amores! Quiero ser siempre esclavo de María, para que Ella no me deje nunca apartarme de ti.
P. III. Triste experiencia nos ha enseñado que puede apartarse de Dios un alma que por algún tiempo la amó; y que si en ella no ha echado hondas raíces la devoción a Nuestra Señora puede también perderla y perder con ella la última tabla de salvación en el naufragio. San Ignacio enseña que “del amor del Señor Eterno me puedo olvidar por mis faltas”. Las faltas plenamente deliberadas me arrastrarán fácilmente por el resbaladero de la tibieza al abismo del pecado. Pues para no resbalar necesito asirme bien del manto de Nuestra Señora. Repetiré, por tanto, mil y mil veces: “¡No me dejes, Madre mía!” Pero sobre todo procuraré no dejarla yo a Ella; seguir como fiel esclavo todas las inspiraciones con que me convide a alejarme del mundo para acercarme a Ella.
El Purgatorio
Composición de lugar. Una inmensa caverna llena de llamas, las almas como en cuerpos de fuego; la Virgen Nuestra Señora, dándoles la mano para salir.
Petición. Temor de la Justicia Divina, que nos despoje de los resabios del espíritu del mundo, para entregarnos del todo a la Santísima Virgen.
Punto I. Acerca del purgatorio, la fe sólo nos dice que existe este lugar de expiación para las almas que han muerto en gracia, sin satisfacer toda la pena debida a sus pecados y que estas almas pueden ser aliviadas de sus penas por los sufragios de los fieles y sobre todo por el aceptable sacrificio del Altar. Los teólogos dicen también que en este lugar hay fuego, aunque es lo más probable que no todas las almas pasan por él; y convienen a lo menos en que hay penas en el purgatorio más terribles que todas las de este mundo. Varios Santos Padres aseguran que son mayores estas penas que todos los tormentos de los mártires juntos; y muchos teólogos, y tan autorizados como Santo Tomás y Escoto, llegan a decir que la más pequeña pena del purgatorio es mayor que todas las del mundo. Y aunque esto último no sea más que probable, ¿no es locura exponerse a la probabilidad de pasar por tales penas por faltas que tan fácilmente pudiéramos evitar? ¿Cometeríamos esas faltillas si fuera probable que por ellas nos hubiera de salir un cáncer u otra dolorosa enfermedad?
Cuánto durarán estas penas no lo sabemos; muchas revelaciones particulares (tan bien comprobadas algunas que no parece se puede acerca de ellas dudar) inducen a creer que por leves faltas se padece largo purgatorio.
Y dado que no pasemos por la pena de fuego, harto terrible es la de daño, aunque ahora no acertemos a entenderla. Santa Teresa, que había padecido tantas enfermedades, decía que todas ellas no eran comparables con la pena, que sentía aun en este mundo, por la ausencia de Dios. Pues, ¿qué será la que allá sientan aquellas almas, cuando, alejadas ya de todo cuanto en la vida podía distraerlas, concentran en Dios todos sus anhelos; con ese ímpetu terrible que tiene la voluntad humana cuando se lanza en alas de la pasión; con esa fuerza que tantas veces la arrastra en este mundo a la desesperación y al suicidio?
¡Ay, cuánto hemos de llorar la pereza que ahora sentimos en romper las cadenas, o las redecillas, con que el mundo nos ata las alas del alma para que no volemos a ese sumo y único bien! ¡Oh Señora queridísima, rompednos esas cadenas!
P. II. La Santa Esclavitud alivia sobremanera las llamas del purgatorio. Primero alivia las penas de nuestros prójimos, porque al poner nosotros en manos de la Santísima Virgen nuestros tesoros espirituales Ella los distribuye entre aquellas almas, tal vez ligadas a nosotros por sagrados vínculos. Después aliviará también nuestras penas porque no podrá menos de pagarnos bien Nuestra Señora la generosidad con que nos hemos despojado de todas nuestras satisfacciones para enriquecerla a Ella.
Por otra parte, esta perfecta consagración a Jesús por María nos obliga a vivir con más cautela, como quien vive en presencia de nuestra Señora, nos estimula a hacer mejor nuestras obras, como quien las hace por Ella, nos libra de multitud de faltas, de las que tal vez no hacíamos antes caso; y así por varios modos se disminuye la leña, la paja y el heno de que se ceban aquellas llamas purificadoras.
Preparemos, pues, ahora nuestras almas a una consagración verdadera y completa, purificándolas de todas sus manchas para que sean templo de María Inmaculada; y si esto hacemos, poco encontrará que purificar en ellas la Divina Justicia con el fuego del purgatorio.
Y “tú, inmaculadísima morada de la luz, arroja pronto las tinieblas de mi alma”. (San José Himnógrafo.)
Eternidad
Composición de lugar. Figurarse que la Santísima Virgen me lleva de la mano a un monte muy alto, desde donde miro todas las cosas de abajo muy pequeñas.
Petición. Sentimiento interno de la eternidad, que acabe de despegarme del espíritu del mundo para unirme a María.
Punto I. Procuremos figurarnos lo que es la eternidad para que nuestra misma imaginación se impresione con esta idea. Si cada siglo se destruyera un astro, calculemos cuántos siglos habrían de pasar para que se destruyeran todos. Si pasados todos esos millares de siglos arrastrara una hormiga un grano de arena y pasados otros tantos millares de siglos volviera a arrastrar otro grano, ¿cuántos siglos pasarían hasta arrastrar todas las arenas de una playa y aun toda la tierra del mundo? Pues, pasado todo este tiempo y mil veces más, no se habrán acabado los tormentos del infierno ni los goces del paraíso.
¿Qué locura será estimar tanto las cosas de este mundo, que tan pronto se pasan, en comparación de lo que siempre dura? ¿No tendríamos por loco al que sacrificara la felicidad de una larga vida por el goce de unos momentos? ¿No nos admiramos de Esaú, que trueca la primogenitura por un plato de lentejas?
P. II. “El tiempo es breve; la vida, en comparación de la eternidad, es nada.”
“Resta, pues, que los que tienen mujeres vivan como si no las tuvieran, los que lloran como si no lloraran, los que compran como si no poseyeran, los que usan de (las cosas de) este mundo como si no usaran (de ellas); porque la figura de este mundo pasa”; es como una comedia, que en seguida se acaba y no vale la pena de tomarlo en serio. El hombre que se acostumbra a pensar en la eternidad se ríe del interés con que toman los hombres del mundo los negocios, como se ríen las gentes formales de los juegos de los niños. ¿Qué importan todos los placeres y todos los dolores, todas las glorias y todas las afrentas del mundo miradas desde las alturas de la eternidad?
“No he nacido para las cosas de este mundo, sino para las eternas.” Con esta máxima templó su alma heroica el Benjamín de María, San Estanislao. Con esta idea se forman todos los hombres espirituales y por eso reflejan en toda su vida no sé qué del otro mundo que les hace aparecer como ángeles, con la serenidad imperturbable de quien aquí nada teme y nada espera, mansamente enérgicos y constantes, con la majestad propia de los hijos de Dios.
P. III. La Virgen Santísima tiene en sus manos las llaves de la eternidad, como esposa y madre del Rey inmortal de los siglos. ¿Quién, al contemplarla llena de tanta majestad, no tiene por gran gloria ser esclavo? ¿Quién no se ofrece gustoso a su servicio, sabiendo que es eterno su reinado y quien se una a Ella no puede perecer? “Los que me hallaren hallarán la vida y los que me ilustraren tendrán vida eterna”.
La esclavitud de María, desatándonos de todas las cosas del mundo, imprimirá en nuestra alma ese sello de grandeza propio de los hombres de la eternidad.
La Gloria del Paraíso
Composición de lugar. Ver la Ciudad de Dios, como la describe San Juan (Apoc 12), iluminada por la claridad de Dios y del Cordero, semejante a las piedras preciosas, al jaspe y al cristal.
Petición. Sentimiento interno de los goces del cielo que me ponga hastío de los placeres del mundo y deseo de seguir a Nuestra Señora por el camino de la Santa Esclavitud.
Punto I. ¡La Jerusalén celestial, la ciudad de Dios, la corte divina! ¿Quién podrá entender su grandeza, riqueza y hermosura, aunque con la fantasía junte en un lugar todo lo grande, rico y hermoso que hay en este mundo? Si aun en este lugar de destierro puso Dios tantas cosas que nos parecen hermosísimas, ¿qué será aquella ciudad santa que fundó el Altísimo sólo para regalo de los que ama?
Y ¿qué será gozar de la compañía de todo lo mejor que ha habido en el mundo, tratar como amigos y hermanos a los hombres más grandes y santos que ha habido en la tierra y a los mismos ángeles? ¿Qué abrazos daremos a los santos de nuestra devoción? ¿Con qué cariño besaremos la mano de San José? ¿Qué cosas nos contará el Ángel de la Guarda de la paternal providencia con que el Señor ha enderezado toda nuestra vida?
Pero sobre todo esto, ¿qué será ver a la Reina de los Ángeles? Y ¿qué será estrecharla en nuestros brazos?... Atrevámonos a esperarlo así; que no puede negarnos este favor la que es nuestra Madre. Si tan dulce es acordarse de Ella en la oscuridad del destierro, ¿qué será estrecharla en la intimidad de la patria? Y ¿qué será cuando ella ponga en nuestros brazos a Jesús, fruto bendito de su vientre?... Y todo esto aun es nada en comparación de la dicha de ver y poseer a Dios y eternamente gozarle...
P. II. Veamos cómo la Santísima Virgen explica a su sierva la Venerable Agreda, conforme a la doctrina común de los teólogos, los goces del cuerpo y del alma en la patria celestial.
“Para que ahora, ayudada del discurso, pueda rastrear algo de la gloria de Cristo, mi Señor, de la mía, y de los Santos, discurriendo por los dotes del cuerpo glorioso, te quiero proponer la regla por donde en esto puedas pasar a los del alma. Ya sabes que éstos son visión, comprensión y fruición. Los del cuerpo son los que dejas repetidos, claridad, impasibilidad, sutilidad y agilidad.
A todos estos dotes corresponde algún aumento por cualquiera obra meritoria, que hace el que está en gracia, aunque no sea mayor que mover una pajuela por amor de Dios, y dar un jarro de agua. Por cualquiera de estas mínimas obras granjeará la criatura, para cuando sea bienaventurada, mayor claridad que la de muchos soles. Y en la impasibilidad se aleja de la corrupción humana y terrena más de lo que todas las diligencias y fuerzas de las criaturas pueden resistirla, y apartar de sí lo que las puede ofender y alterar. En la sutilidad se adelanta para ser superior a todo lo que le puede resistir, y cobra nueva virtud sobre todo lo que quiere penetrar. En el dote de la agilidad le corresponde a cualquiera obra meritoria más potencia para moverse que la tienen las aves, los vientos, y todas las criaturas activas, como el fuego y los demás elementos para caminar a sus centros naturales.
Por el aumento que se merece en estos dotes el cuerpo entenderás el que tienen los dotes del alma, a quien corresponden y de quien se derivan. Porque en la visión beatífica adquiere cualquier mérito mayor claridad y noticias de los atributos y divinas perfecciones que cuanto han alcanzado en esta vida mortal todos los doctores y sabios que ha tenido la Iglesia. También se aumenta el dote de la comprensión, o tensión del objeto divino; porque de la posesión y firmeza con que se comprende aquel Sumo e Infinito Bien se le concede al justo nueva seguridad y descanso más estimable que si poseyera todo lo precioso y rico, deseable y apetecible de las criaturas, aunque todo lo tuviera por suyo sin temer perderlo.
En el dote de la fruición, que es el tercero del alma, por el amor con que el justo hace aquella pequeñuela obra, se le concede en el cielo por premio grados de amor fruitivo excelentes: que jamás llegó a compararse con este aumento el mayor afecto que tienen los hombres en la vida a lo visible; ni el gozo que de él resulta tiene comparación con todo el que hay en la vida mortal.”
P. III. ¿Cuál es el camino para subir a esta ciudad de las eternas delicias? No hay más que uno: el que nos enseñó Jesucristo: el camino real de la santa cruz. Áspero, duro y peligroso y por todas partes difícil para quien quiere andarle solo; pero llano y suave, seguro y perfecto para quien le anda en compañía de la Virgen Nuestra Señora, entregándose a Ella para ser siempre su esclavo. ¡Dichosa esclavitud, por la que tan fácilmente alcanzamos la libertad eterna!
Terminemos saboreando en dulce coloquio la Salve, que es el cantar de los desterrados que suspiran por el cielo.
(Repetición de las meditaciones anteriores.)
Composición de lugar. La de San Ignacio en la meditación del pecado, “considerar mi ánima ser encerrada en este cuerpo corruptible, y todo lo compósito (todo el hombre, alma y cuerpo), en este valle, desterrado entre brutos animales”.
Petición. Sentimiento de horror al mundo, que me impulse a huir de él para arrojarme en brazos de María Santísima.
Repasando en conjunto las meditaciones pasadas, cada uno se fijará en los puntos que más le han movido para volver a saborearlos, o bien en los que no le han movido para ver si le mueven ahora.
Punto I. En qué consiste el espíritu del mundo. Véase la meditación del día 2: las tres concupiscencias.
P. II. Cuán miserables son los bienes del mundo. Véase la meditación del día 3 (miserias del mundo) y 4 (muerte).
P. III. Cuántos males se siguen de entregarse a los goces del mundo. Véanse las meditaciones del juicio, del infierno y del purgatorio. Añádase si se quiere la consideración de los males que aun en esta vida traen los goces del mundo, inquietudes, remordimientos, etc.
P. IV. Bienes que se siguen de apartarse del espíritu del mundo. Véase la segunda parte de la meditación del día 3 (felicidad de la vida mariana) y las meditaciones de la gloria y la eternidad.
"Durante la primera semana -dice el Santo- emplearán todas sus oraciones y ejercicios piadosos en pedir el conocimiento de sí mismo y todo lo harán con espíritu de humildad."
"A primera vista - escribe el Padre Lhoumeau-, este período parece confundirse con el precedente; porque ¿cómo vaciarse del espíritu del mundo, sin examinarse y conocerse a sí mismo? Pero mirémoslo más de cerca y veremos cómo los ejercicios de esta semana nos hacen dar un paso adelante, bien que sin salir aún de la vía purgativa." No tratamos ya sólo de convertirnos a Dios, apartándonos del espíritu del mundo, sino de alcanzar la perfección por el seguro camino de la humildad, comenzando por conocernos a nosotros mismos, por palpar nuestra impotencia y nuestra niñez para obligarnos a que nos arrojemos en brazos de nuestra Madre, en quien nos podremos apoyar seguros, para no desvanecernos, con el desaliento al mirar al profundo abismo de nuestras miserias.
Oraciones vocales. Letanías al Espíritu Santo.
Composición de lugar. “Ver con la vista imaginativa y considerar mi ánima ser encarcelada en este cuerpo corruptible y todo el compósito (el hombre, el compuesto de cuerpo y alma) en este valle como desterrado entre brutos animales.”
Petición. “Vergüenza y confusión de mí mismo, viendo cuántos han sido dañados (condenados) por un solo pecado mortal, y cuántas veces yo merecía ser condenado para siempre por mis tantos pecados.”
Punto I. “Traer en memoria el pecado de los ángeles: cómo siendo ellos criados” con tan excelentes potencias intelectuales, que no pueden compararse con las nuestras; con tanto poder natural que uno solo pudiera deshacer todo el mundo; “criados en gracia” y con tantos dones sobrenaturales y tanta hermosura que las Divinas Letras nos los representan en las delicias del paraíso, vestidos de piedras preciosas, como sapientísimo y hermosísimos príncipes: “No se queriendo ayudar con su libertad para hacer reverencia a su Criador y Señor, viniendo en soberbia”, por este solo y primer pecado de pensamiento “fueron convertidos de gracia en malicia”, de luceros de la corte celestial en carbones del infierno. ¡Y eran la tercera parte de los espíritus angélicos, que son numerosos como las estrellas del cielo, millones de millones!
“Traer en comparación de un pecado de los ángeles tantos pecados míos, y donde ellos”, por todos conceptos tan superiores a mí, “por un solo pecado”, y de pensamiento, y el primero que se cometía, “fueron al infierno”, sin que hubiera compasión ni tiempo de penitencia; “¡cuántas veces yo le he merecido por tantos” pecados de pensamiento, palabra y obra, cometidos después de tantos castigos y después de haber muerto por mí el Hijo de Dios! ¡Ay, Reina de Misericordia!, ¿qué fuera de mí, si tú no me hubieras amparado con tu poderosa intercesión? Y ¿qué será de mí, si tú no continúas siendo mi abogada?
P. II. Traer a la memoria cómo Adán y Eva, “siendo vedados que no comiesen del árbol de la ciencia y ellos comiendo y asimismo pecando, fueron lanzados del paraíso y vivieron sin la Justicia original que habían perdido toda su vida en muchos trabajos y mucha penitencia”. Todo esto por un solo pecado, menor acaso que los míos, y, lo que es todavía más, por este pecado “cuánta corrupción vino a todo el género humano, andando tantas gentes para el infierno”. De manera que de este solo pecado vinieron tantos males y todos los hombres del mundo perdieron su felicidad temporal y muchísimos su felicidad eterna. Tan gran castigo merece un solo pecado. Pues ¿qué merecerán tantos míos y cuánto debiera yo padecer?
P. III. Para mejor entender la gravedad y malicia del pecado mortal, considerémoslo en un hombre cualquiera, que haya cometido uno solo, aunque sea de los más ligeros y excusables; por ejemplo, en un niño pagano, que ha cometido un solo pecado mortal de pensamiento. Esto le bastará para arder eternamente en el infierno, si antes de morir no se arrepiente. Y eso a pesar de ser Dios infinita misericordia, que siempre castiga menos de lo que se merece. Y es que la malicia del pecado es muy grande “por ser contra nuestro Criador y Señor”.
Si, pues, yo he cometido, no uno, sino muchos pecados mortales, mucho más maliciosos e inexcusables, debería estar también en el infierno, donde acaso hay muchas almas que han cometido menos pecados y menores que los míos. Y, si tal vez no he tenido la desgracia de cometer ningún pecado mortal, habrá, a lo menos, en el infierno muchas almas que han menospreciado menos gracias que yo; y si yo no estoy allí será porque, a pesar de mi tibieza, el Señor, por un milagro de su misericordia, me ha apartado de la boca del abismo. ¿No será acaso por alguna pequeña devoción que he tenido a la Reina de los Ángeles?
P. IV. Pero la razón última por que a mí me ha perdonado el Padre de las Misericordias será siempre la muerte de su preciosísimo Hijo. En ella sí que he de mirar, sobre todo, los efectos del pecado: que si el Hijo de Dios sufre tan terrible y afrentosa muerte, es porque (como dijo Isaías) “puso en él su Padre las iniquidades de todos nosotros”. ¡Cuán horrenda cosa debe ser el pecado, cuando tanto permite Dios que sufran por él su Hijo inocentísimo, a quien ama con amor infinito, y su Madre Inmaculada, en quien se complace sobre todas las criaturas!
“Imaginando, pues, a Cristo Nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio cómo de Criador es venido a hacerse hombre y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo y lo que debo hacer por Cristo; y así viéndole tal y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se ofreciere.”
Y mirando también al pie de la cruz a la Dolorosa Madre, he de pensar cuántos dolores la han hecho padecer mis pecados y cuán generosamente ofrece sus sufrimientos por mí; y asimismo he de preguntarme “qué he hecho por María, qué hago por María, qué debo hacer por María”. Poco será hacerme esclavo, cuando Jesucristo se ha hecho esclavo y ha muerto como esclavo por mí.
De los pecados propios
Composición de lugar. “Ver con la vista imaginativa y considerar mi ánima ser encarcelada en este cuerpo corruptible y todo el compósito (el hombre, el compuesto de cuerpo y alma) en este valle como desterrado entre brutos animales.”
Petición. “Crecido e intenso dolor y lágrimas de mis pecados.”
Punto I. “El primer punto es el proceso de los pecados, es a saber, traer a la memoria todos los pecados de la vida, mirando de año en año, o de tiempo en tiempo. Para lo cual aprovechan tres cosas: la primera, mirar el lugar y la casa donde he habitado; la segunda, la conversación que he tenido con otros, y la tercera, el oficio en que he vivido”.
P. II. “El segundo ponderar los pecados, mirando la fealdad y malicia que cada pecado mortal tiene en sí, dado que no fuese vedado.”
Es decir, aunque Dios no prohibiera ni castigara el pecado, debería horrorizarme de él porque me rebaja a la condición de los brutos, haciéndome esclavo de las pasiones. Y ¡cuán feos y brutales son singularmente algunos de los pecados que yo he cometido!
P. III. “El tercero, mirar quién soy yo, disminuyéndome por ejemplos: 1) cuánto soy en comparación de todos los hombres; 2) qué cosa son los hombres en comparación de todos los Ángeles y Santos del Paraíso; 3) mirar qué cosa es todo lo criado en comparación de Dios, pues yo solo, ¿qué puedo ser?; 4) mirar toda mi corrupción y fealdad corpórea; 5) mirarme como una llaga y postema, de donde han salido tantos pecados y maldades y ponzoña tan torpísima.”
P. IV. “El cuarto, considerar quién es Dios contra quien he pecado, según sus atributos, comparándolos a sus contrarios en mí, su sapiencia (sabiduría) a mi ignorancia, su omnipotencia a mi flaqueza, su justicia a mi iniquidad, su bondad a mi malicia.”
P. V. Si un esclavillo miserable escupiera y vilipendiara y aun quisiera matar a un gran monarca queridísimo de su pueblo, ¿no se alzarían contra él y querrían destrozarle todos los fieles vasallos? Pues ¿cómo vivo yo, habiendo injuriado con tantos pecados a Dios delante de todas las criaturas?
“Exclamación admirativa con crecido afecto, discurriendo por todas las criaturas cómo me han dejado con vida y conservado en ella: los Ángeles, como sean cuchillos de la justicia divina, cómo me han sufrido y guardado y rogado por mí; los Santos, cómo han sido en interceder y rogar por mí; y los cielos, sol, luna, estrellas y elementos, frutos, aves, peces, animales y la tierra, cómo no se ha abierto para sorberme, criando nuevos infiernos para siempre penar en ellos.”
Aterrado, pues, como si todo el mundo se alzara contra mí, he de arrojarme a los pies de la Santísima Virgen, Refugio y Abogada de los pecadores; he de esconderme como en único lugar seguro entre los pliegues de su manto; y he de declararme esclavo suyo para que por este título se me perdone. ¡Gracias a Ella me ha perdonado y esperado por tanto tiempo la infinita misericordia de Dios! Gracias a Ella espero que me perdonará en adelante.
“Acabar con un coloquio, razonando y dando gracias a Dios Nuestro Señor porque me ha dado vida hasta ahora, proponiendo enmienda con su gracia para adelante.”
Consideraciones sobre el Avemaría, encaminadas al conocimiento propio
Composición de lugar. La Virgen Santísima lavando y curando las llagas de nuestra alma, como se le presentó al Padre Alonso Exquerra, S. J.
Petición. Conocimiento profundo de mis pecados y miserias, para que me persuada de la necesidad que tengo de ponerme del todo en manos de Nuestra Señora.
Punto I. “Llena eres de gracia”. La Virgen Santísima es (está, estuvo y estará siempre) llena de gracia santificante, más que todos los ángeles y santos; y llena de toda suerte de gracias actuales, su entendimiento siempre lleno de divina luz, su voluntad siempre movida a heroicas virtudes.
Y yo estuve lleno de pecados, y estoy todavía lleno de las hediondas llagas que ellos dejaron en mi alma; lleno de aficiones desordenadas, de obscuridad en el entendimiento, de torpeza en la voluntad, y estaré tal vez muy expuesto a nuevas y mayores caídas; tanto más cercano a ellas cuanto mi soberbia me hace creer que estoy más lejos.
P. II. “El Señor es contigo”. El Señor estuvo con su Madre, más que con ninguna criatura, ya presente en sus purísimas entrañas, corporalmente, ya unido a su alma, por contemplación altísima, que, según parece, ni aun durante el sueño se interrumpía.
Y yo, ¡cuánto me he alejado de Dios con mis pecados y cuánto me he expuesto a estar de Él apartado para siempre! Y aun ahora, ¡qué poco disfruto de su presencia! Aunque, según espero en su bondad, estará presente en mi alma por la gracia de este divino sol, las nubes que levantan en ella mis pasiones no me lo dejan ver.
P. III. “Bendita tú eres entre todas las mujeres”. ¡De cuántos dones de Dios, de cuántas bendiciones está llena la Santísima Virgen y cuán bien ha sabido aprovecharlas!
Y yo ¡cuán pobre ando de bienes sobrenaturales y cuán mal sé aprovechar los que tengo! ¡Desventurado entre los hombres, como Ella bendita entre las mujeres; que tal vez los más desventurados y pecadores serían mejores que yo, si tuvieran los dones que yo tengo; aunque el Señor no me haya dado tantos como quisiera, porque ve lo mal que correspondo! ¿Qué sería de este siervo inútil, que esconde su exiguo talento, si no le valiera la intercesión de Nuestra Señora?
P. IV. “Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. ¡Qué dichoso fruto nos trajo la Virgen Santísima, fruto de salvación y de vida para el mundo entero! ¡Y yo cuán poco fruto he logrado para la divina gloria y para bien de mis prójimos! ¡Cuán estériles son mis trabajos, por falta de aliento sobrenatural, que los vivifique!
Después de ver en cada una de estas consideraciones mi fealdad y miseria, que resalta más, contrapuesta a la hermosura y riqueza de mi Soberana, me arrojaré a sus pies, parafraseando en fervoroso coloquio la última parte del Avemaría, insistiendo, sobre todo, en el “ruega por nosotros, pecadores”. Ruega por mí, pecador, para que “sienta interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento de ellos”. Para que penetre con íntimo sentimiento “el desorden de mis operaciones” y aborreciéndolo “me enmiende y ordene”. No permitas, Señora, que un siervo tuyo desdore el honor de tu casa con tales pecados y tal desorden; por tu limpieza inmaculada, por el horror que al pecado tienes, por la compasión maternal que el pecador te inspira, intercede con el Padre para que me presente a Él con la pureza que a un esclavo tuyo conviene.
De la muerte del hombre viejo
Composición de lugar. La Virgen Santísima lavando y curando las llagas de nuestra alma.
Petición. “Que sienta el desorden de mis operaciones, para que aborreciendo me enmiende y ordene.” (San Ignacio).
Punto I. Necesidad de vaciarnos de lo malo que hay en nosotros. Cuando se pone agua clara y limpia en una vasija que huele mal, o vino en un tonel dañado por el mal licor que contuviera, el agua y el buen vino se dañan y toman con facilidad el mal olor. Del mismo modo cuando Dios pone en la vasija de nuestra alma, manchada por el pecado original y actual, sus gracias y rocíos celestiales o el vino delicioso de su amor, estos dones ordinariamente se corrompen y manchan por la mala levadura y el mal fondo que ha dejado en nosotros el pecado; nuestros actos, aun los de las virtudes más sublimes se resienten de ello. Es, pues, de gran importancia para adquirir la perfección, que no se adquiere sino por la unión por Jesucristo, el abandonar lo que hay malo en nosotros; porque si no, nuestro Señor, que es infinitamente puro y aborrece hasta el extremo cualquier mancha en el alma, nos apartará de su vista y no se unirá a nosotros.”
P. II. Qué hay que hacer para vaciarnos de lo malo que hay en nosotros. Para dejar todo lo que hay dentro de nosotros mismos es necesario:
1.º Conocer bien por la luz del Espíritu Santo nuestro mal fondo, nuestra incapacidad para todo bien útil a nuestra salvación, nuestra debilidad en todas las cosas, inconstancia en todos los tiempos, nuestra indignidad para toda gracia y nuestra iniquidad en todo lugar. El pecado de nuestros primeros padres nos ha corrompido, agriado y podrido a todos, como la levadura agria corrompe la masa en que se pone. Los pecados actuales cometidos por nosotros, sean mortales, sean veniales, por más que nos sean perdonados, han aumentado nuestra concupiscencia, nuestra debilidad, nuestra inconstancia y nuestra corrupción, dejando malas reliquias en nuestra alma. Nuestros cuerpos están tan corrompidos, que son llamados por el Espíritu Santo cuerpos de pecado; concebidos en pecado, alimentados en el pecado y capaces de todo pecado: cuerpos sujetos a mil enfermedades, que se corrompen de día en día y que no engendran sino gusanos y corrupción.
Nuestra alma, unida a nuestro cuerpo, se ha vuelto tan carnal, que es llamada carne: “toda carne había corrompido su camino”. No tenemos por herencia sino el orgullo y la ceguera en el espíritu, el endurecimiento en el corazón, la debilidad y la inconstancia en el alma, la concupiscencia, las pasiones revueltas y las enfermedades en el cuerpo. Somos naturalmente más orgullosos que los pavos reales, más pegados a la tierra que los sapos, más tragones que los cerdos, más coléricos que los tigres, más perezosos que las tortugas, más débiles que las cañas y más inconstantes que las veletas. No tenemos nuestro más que la nada, y el pecado, y no merecemos más que la ira de Dios y el infierno eterno.
Después de esto, ¿se puede uno admirar si nuestro Señor ha dicho que el que quiera seguirle debe renunciarse a sí mismo y aborrecer su alma; que el que ame su alma la perderá, y que aquel que la aborrezca la salvará? Esta sabiduría infinita que no da mandatos sin razón, no nos manda aborrecernos a nosotros mismos, sino porque somos grandemente dignos de aborrecimiento: nada tan digno de ser amado hay como Dios, nada tan digno de ser aborrecido como nosotros.
2.º Para dejar todo lo que hay dentro de nosotros mismos es necesario morir a nosotros mismos; es decir, a los actos de pecado de nuestra alma y de los sentidos corporales; es necesario ver como si no se viese, oír como si no se oyese, servirse de las cosas del mundo como si no se sirviese de ellas, lo que San Pablo llama morir todos los días: “Quotidie morior.” Si el grano de trigo, al caer en la tierra, no muere, permanece solo y no da fruto que sea bueno. Si no morimos a nosotros mismos, y si nuestras devociones, las más santas, no nos llevan a esta muerte necesaria y fecunda, no daremos fruto que valga, y nos serán inútiles nuestras devociones; todas nuestras virtudes estarán sucias por nuestro amor propio y nuestra propia voluntad, lo que hará que Dios abomine los más grandes sacrificios y las mejores acciones que podamos hacer; que a nuestra muerte nos encontremos con las manos vacías de virtudes y de méritos y que no tengamos ni un rayo de amor puro; el cual no se comunica más que a las almas muertas a ellas mismas, cuya vida está escondida con Jesucristo en Dios.
3.º Es necesario escoger, entre todas las devociones de la Santísima Virgen, aquella que nos lleve mejor a la muerte de nosotros mismos, como la mejor y la más santificadora; porque no se debe creer que todo lo que reluce sea oro, que todo lo que es dulce sea miel y que todo lo que es fácil de hacer y practicado por el mayor número sea santificante. Como hay secretos en la naturaleza para hacer en poco tiempo, con poco gasto y con facilidad operaciones naturales, lo mismo hay secreto en el orden de la gracia, para hacer en poco tiempo, con dulzura y facilidad, operaciones sobrenaturales, negarse a sí mismo, llenarse de Dios y hacerse perfecto.”
¡Ay! ¡Cuánta falta me hace la maestra del Cielo, que me guíe y enseñe!
Cuánta necesidad tenemos de la tutela de Nuestra Señora
Composición de lugar. Verme como un niño desvalido a quien la Virgen Santísima recoge; como Moisés, en la canastilla, cuando le recogió la hija de Faraón.
Petición. Sentimiento interno de la necesidad que tengo de la Virgen Santísima.
Punto I. (Verdadera Devoción. Cuarta verdad.) “Es más perfecto, porque es más humilde, no acercarnos a Dios por nosotros mismos, sin acudir a un mediador. Estando tan corrompida nuestra naturaleza, como acabo de demostrar, si nos apoyamos en nuestros propios esfuerzos, habilidad y preparación para llegar hasta Dios y agradarle, ciertamente nuestras obras de justificación quedarán manchadas o pesarán muy poco delante de Dios para comprometerlo a unirse a nosotros y escucharnos.
Porque no sin razón nos ha dado Dios mediadores ante sí mismo. Vio nuestra indignidad e incapacidad, se apiadó de nosotros y, para darnos acceso a sus misericordias, nos proveyó de poderosos mediadores ante su grandeza. Por tanto, despreocuparte de tales mediadores y acercarte directamente a la santidad divina, sin recomendación alguna, es faltar a la humildad y respeto debido a un Dios tan excelso y santo, hacer menos caso de este Rey de reyes del que harías de un soberano o príncipe de la tierra, a quien no te acercarías sin un amigo que hable por ti.
Jesucristo es nuestro abogado y mediador de Redención ante el Padre. Por Él debemos orar junto con la Iglesia triunfante y militante. Por Él tenemos acceso ante la Majestad divina y, sólo apoyados en Él y revestidos de sus méritos, debemos presentarnos ante Dios, así como el humilde Jacob compareció ante su padre Isaac para recibir la bendición, cubierto con pieles de cabrito.
Pero, ¿no necesitamos acaso un mediador ante el mismo Mediador? ¿Bastará nuestra pureza a unirnos a Él directamente y por nosotros mismos? ¿No es Él acaso Dios igual en todo a su Padre y, por consiguiente, el Santo de los santos, tan digno de respeto como su Padre? Si, por amor infinito, se hizo nuestro fiador y mediador ante el Padre, para aplacarlo y pagarle nuestra deuda, ¿será esto razón para que tengamos menos respeto y temor para con su majestad y santidad?
Digamos pues, abiertamente con san Bernardo que necesitamos un mediador ante el Mediador mismo y que la excelsa María es la más capaz de cumplir este oficio caritativo. Por Ella vino Jesucristo a nosotros y por Ella debemos nosotros ir a Él.
Si tememos ir directamente a Jesucristo–Dios, a causa de su infinita grandeza y de nuestra pequeñez o pecados, imploremos con filial osadía la ayuda e intercesión de María, nuestra Madre.
Ella es tierna y bondadosa.
En Ella no hay nada austero o terrible, ni excesivamente sublime o deslumbrante. Al verla, vemos nuestra propia naturaleza.
No es el sol que con la viveza de sus rayos podría deslumbrarnos a causa de nuestra debilidad. Es hermosa y apacible como la luna que recibe la luz del sol para acomodarla a la debilidad de nuestra vista.
María es tan caritativa que no rechaza a ninguno de los que imploran su intercesión, por más pecador que sea, pues, como dicen los santos, jamás se ha oído decir que alguien haya acudido confiada y perseverantemente a Ella y haya sido rechazado.”
Ella es tan poderosa que sus peticiones jamás han sido desoídas.
P. II. (Quinta verdad.) “Es muy difícil, dada nuestra pequeñez y fragilidad, conservar las gracias y tesoros de Dios porque:
1º) Llevamos este tesoro, más valioso que el cielo y la tierra, en vasos de barro (2 Cor. 4, 7), en un cuerpo corruptible, en un alma débil e inconstante que por nada se turba y abate.
2º) Los demonios, ladrones muy astutos, quieren sorprendernos de improviso para robarnos. Espían día y noche el momento favorable para ello. Nos rodean incesantemente para devorarnos y arrebatarnos en un momento, por un solo pecado, todas las gracias y méritos logrados en muchos años. Su malicia, su pericia, su astucia y número deben hacernos temer infinitamente esta desgracia. Ya que personas más llenas de gracias, más ricas en virtudes, más experimentadas y elevadas en santidad que nosotros, han sido sorprendidas, robadas y saqueadas lastimosamente. ¡Ah! ¡Cuántos cedros del Líbano y estrellas del firmamento cayeron miserablemente y perdieron en poco tiempo su elevación y claridad!
Y, ¿cuál es la causa? No fue la falta de gracia. Que Dios a nadie la niega. Sino, ¡falta de humildad! Se creyeron más fuertes y poderosos de lo que eran. Se consideraron capaces de conservar sus tesoros. Se fiaron de sí mismos y se apoyaron en sus propias fuerzas. Ceyeron bastante segura su casa y suficientemente fuertes sus cofres para guardar el precioso tesoro y, por este apoyo imperceptible en sí mismos, aunque les parecía que se apoyaban solamente en la gracia de Dios, el Señor, que es la justicia misma, permitió que fueran saqueados, abandonados a sí mismos.
¡Ay! Si hubieran conocido la devoción admirable que a continuación voy a exponer, habrían confiado su tesoro a una Virgen fiel y poderosa y Ella se lo habría guardado como si fuera propio y hasta se habría comprometido a ello en justicia.
3º) Es difícil perseverar en gracia, a causa de la espantosa corrupción del mundo. Corrupción tal que se hace prácticamente imposible que los corazones no se manchen, si no con su lodo, al menos, con su polvo. Hasta el punto de que es una especie de milagro el que una persona se conserve en medio de este torrente impetuoso, sin ser arrastrada por él; en medio de este mar tempestuoso, sin anegarse o ser saqueada por los piratas y corsarios; en medio de esta atmósfera viciada, sin contagiarse.
Sólo la Virgen fiel, contra quien nada pudo la serpiente, hace este milagro en favor de aquellos que la sirven lo mejor que pueden.”
De las falsas devociones a la Santísima Virgen
Composición de lugar. Ver a la Virgen Nuestra Señora como va pasando revista a sus esclavos y reconociendo que algunos no lo son, aunque exteriormente vistan su librea.
Petición. Conocer si es de buena ley la devoción que yo tengo a Nuestra Señora.
Hay, a mi parecer, siete clases de falsos devotos y falsas devociones a la Santísima Virgen, a saber: 1º) Los devotos críticos, 2º) Los devotos escrupulosos, 3º) Los devotos exteriores, 4º) Los devotos presuntuosos, 5º) Los devotos inconstantes, 6º) Los devotos hipócritas, 7º) Los devotos interesados.
Los devotos críticos son, por lo común, sabios orgullosos, engreídos y pagados de sí mismos, que en el fondo tienen alguna devoción a la Santísima Virgen, pero critican casi todas las formas de piedad con las que las gentes sencillas honran ingenua y santamente a esta buena Madre, sólo porque no se acomodan a sus fantasías. Ponen en duda todos los milagros e historias referidas por autores fidedignos o extraídas de las crónicas de las Órdenes religiosas, que atestiguan la misericordia y poder de la Santísima Virgen. Se irritan al ver a las gentes sencillas y humildes arrodilladas, para rogar a Dios, ante un altar o imagen de María o en la esquina de una calle... Llegan hasta acusarlas de idolatría, como si adoraran la madera o la piedra. En cuanto a ellos, así dicen, no gustan de tales devociones exteriores ¡ni son tan cándidos para creer a tantos cuentos e historietas como corren acerca de la Santísima Virgen! Si se les recuerdan las admirables alabanzas que los Santos Padres tributan a María, responden que hablaban como oradores, en forma hiperbólica, o dan una falsa explicación de sus palabras.
Esta clase de falsos devotos y gente orgullosa y mundana es mucho de temer: hace un daño incalculable a la devoción a la Santísima Virgen, alejando de Ella definitivamente a los pueblos so pretexto de desterrar abusos.
Los devotos escrupulosos son personas que temen deshonrar al Hijo al honrar a la Madre, rebajar al Uno al honrar a la Otra. No pueden tolerar que se tributen a la Santísima Virgen las justísimas alabanzas que le prodigaron los Santos Padres. Toleran penosamente que haya más personas arrodilladas ante un altar de María que delante del Santísimo Sacramento, ¡como si esto fuera contrario a aquello o si los que oran a la Santísima Virgen, no orasen a Jesucristo por medio de Ella! No quieren que se hable con tanta frecuencia de la Madre de Dios ni que los fieles acudan a Ella tantas veces.
Oigamos algunas de sus expresiones más frecuentes:
“¿De qué sirven tantos Rosarios? ¿Tantas congregaciones y devociones exteriores a la Santísima Virgen? ¡Cuánta ignorancia hay en tales prácticas! ¡Esto es poner en ridículo nuestra religión! ¡Hábleme más bien de los devotos de Jesucristo! (y, al pronunciar frecuentemente este nombre, lo digo entre paréntesis, no se descubren). Hay que recurrir solamente a Jesucristo: Él es nuestro único mediador. Hay que predicar a Jesucristo: ¡esto es lo sólido!”.
Y lo que dicen es verdad, en cierto sentido. Pero, la aplicación que hacen de ello para combatir la devoción a la Santísima Virgen es muy peligrosa, es un lazo sutil del espíritu maligno, so pretexto de un bien mayor. Porque ¡nunca se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a la Santísima Virgen! Efectivamente, si se la honra, es para honrar más perfectamente a Jesucristo y si vamos a Ella, es para encontrar el camino que nos lleve a la meta, que es Jesucristo.
La Iglesia, con el Espíritu Santo, bendice primero a la Santísima Virgen y después a Jesucristo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús (Lc. 1, 42). Y esto, no porque la Virgen María sea mayor que Jesucristo o igual a Él, lo cual sería intolerable herejía, sino porque para bendecir más perfectamente a Jesucristo hay que bendecir primero a María.
Digamos, pues, con todos los verdaderos devotos de la Santísima Virgen y contra sus falsos devotos escrupulosos: María, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Los devotos exteriores son personas que cifran toda su devoción a María en prácticas externas. Sólo gustan de lo exterior de esta devoción, porque carecen de espíritu interior. rezan muchos Rosarios, pero atropelladamente. Participan en muchas Misas, pero sin atención. Se inscriben en todas las cofradías marianas, pero sin enmendar su vida, sin vencer sus pasiones, ni imitar las virtudes de la Santísima Virgen. Sólo gustan de los sensible de la devoción, no buscan lo sólido. De suerte que si no experimentan algo sensible en sus prácticas piadosas, creen que no hacen nada, se desalientan y lo abandonan todo o lo hacen por rutina.
El mundo está lleno de esta clase de devotos exteriores. No hay gente que más critique a las personas de oración, que se empeñan en lo interior como lo esencial, aunque sin menospreciar la modestia exterior, que acompaña siempre a la devoción verdadera...
Los devotos presuntuosos son pecadores aletargados en sus pasiones o amigos de lo mundano.
Bajo el hermoso nombre de cristianos y devotos de la Santísima Virgen, esconden el orgullo, la avaricia, la lujuria, la embriaguez, el perjurio, la maledicencia o la injusticia, etc.; duermen en sus costumbres perversas, sin hacerse mucha violencia para corregirse, confiados en que son devotos de la Santísima Virgen; se prometen a sí mismos que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión ni se condenarán, porque rezan el osario, ayunan los sábados, pertenecen a la cofradía del santo Rosario, a la del escapulario u otras congregaciones, llevan el hábito o la cadenilla de la Santísima Virgen, etc.
Cuando se les dice que su devoción no es sino ilusión diabólica y perniciosa presunción, capaz de llevarlos a la ruina, se resisten a creerlo. Responden que Dios es bondad y misericordia; que no nos han creado para la perdición; que no hay hombre que no peque; que basta un buen “¡Señor, pequé!” a la hora de la muerte. Y añaden que son devotos de la Santísima Virgen; que llevan el escapulario; que todos los días rezan puntualmente siete Padrenuestros y Avemarías en su honor y, algunas veces, el Rosario o el Oficio de Nuestra Señora; que ayunan, etc.
Para confirmar sus palabras y cegarse aún más, alegan algunos hechos verdaderos o falsos, poco importa, que han oído o leído, en los que se asegura que personas muertas en pecado mortal y sin confesión, gracias a que durante su vida habían rezado algunas oraciones o ejercitado algunas prácticas de devoción en honor de la Virgen resucitaron para confesarse o su alma permaneció milagrosamente en el cuerpo hasta que lograron confesarse o, a la hora de la muerte, obtuvieron del Señor, por la misericordia de María, el perdón y la salvación. ¡Ellos esperan correr la misma suerte!
Nada, en el cristianismo, es tan perjudicial a las gentes como esta presunción diabólica. Porque, ¿cómo puede alguien decir con verdad que ama y honra a la Santísima Virgen, mientras con sus pecados hiere, traspasa, crucifica y ultraja despiadadamente a Jesucristo, su Hijo? Si María se obligara a salvar por su misericordia a esta clase de personas, ¡autorizaría el pecado y ayudaría a crucificar a su Hijo! Y esto, ¿quién osaría siquiera pensarlo?
Protesto que abusar así de la devoción a la Santísima Virgen, devoción que después de la que se tiene al Señor en el Santísimo Sacramento es la más santa y sólida de todas, constituye un horrible sacrilegio: el mayor y menos digno de perdón después de la comunión sacrílega.
Confieso que, para ser verdadero devoto de la Santísima Virgen, no es absolutamente necesario que seas tan santo, que llegues a evitar todo pecado, aunque esto sería lo más deseable. Pero es preciso, al menos (¡nota bien lo que digo!):
1º) Mantenerse sinceramente resuelto a evitar, por lo menos, todo pecado mortal, que ultraja tanto a la Madre como al Hijo.
2º) Violentarse para evitar el pecado.
3º) Inscribirse en las cofradías, rezar los cinco o quince misterios del Rosario u otras oraciones, ayunar los sábados, etc.
Todas estas buenas obras son maravillosamente útiles para lograr la conversión de los pecadores por endurecidos que estén. Y si tú, lector, fueras uno de ellos, aunque ya tuvieras un pie en el abismo... te las aconsejo, a condición de alcanzar de Dios, por intercesión de la Santísima Virgen, la gracia de la contrición y perdón de tus pecados y vencer tus hábitos malos y no para permanecer tranquilamente en estado de pecado, no obstante los remordimientos de la conciencia, el ejemplo de Jesucristo y de los santos y las máximas del Santo Evangelio.
Los devotos inconstantes son los que honrar a la Santísima Virgen a intervalos y como a saltos. Ahora fervorosos, ahora tibios... En un momento parecen dispuestos a emprenderlo todo por su servicio, poco después ya no son los mismos. Abrazan de momento todas las devociones a la Santísima Virgen y se inscriben en todas las cofradías, pero luego no cumplen sus normas con fidelidad. Cambian como la luna. Y María los coloca debajo de sus pies junto a la medialuna, porque son volubles e indignos de ser contados entre los servidores de esta Virgen fiel, que se distingue por la fidelidad y la constancia.
Más vale no recargarse con tantas oraciones y prácticas devotas y hacer menos pero con amor y fidelidad, a pesar del mundo, del demonio y de la carne.
Hay todavía otros falsos devotos de la Santísima Virgen: los devotos hipócritas. Encubren sus pecados y costumbres pecaminosas bajo el manto de esta Virgen fiel, a fin de pasar a los ojos de los demás por lo que no son.
Existen, finalmente, los devotos interesados. Son aquellos que sólo acuden a María para ganar algún pleito, evitar un peligro, curar de una enfermedad o por necesidades semejantes... sin las cuales no se acordarían de Ella.
Unos y otros son falsos devotos, en nada aceptos a Dios ni a su Santísima Madre.
"Durante la segunda semana se aplicarán todas las oraciones y obras de cada día a conocer a la Santísima Virgen. Pedirán este conocimiento al Espíritu Santo. Podrán leer y meditar lo que sobre este punto hemos dicho." (San Luis María.)
Oraciones vocales. Recomienda San Luis María que en esta semana se pida al Espíritu Santo el conocimiento de su Santísima Esposa, y que se rece el Ave Maris Stella y el Rosario (de 15 misterios), o a lo menos, la corona (de cinco).
Grandeza oculta de la Virgen Nuestra Señora
Composición de lugar. La Virgen Santísima en su retiro, en el templo, o en Nazaret.
Petición. Sentimiento interno de la grandeza oculta de Nuestra Señora para que aprendamos a imitarla.
Punto I. Cuán oculta estuvo en su vida la Santísima Virgen. “La vida de María fue oculta. Por ello, el Espíritu Santo y la Iglesia la llaman alma mater: Madre oculta y escondida. Su humildad fue tan grande que no hubo para Ella anhelo más firme y constante que el de ocultarse a sí misma y a todas las criaturas, para ser conocida solamente de Dios.
Ella pidió pobreza y humildad. Y Dios, escuchándola, tuvo a bien ocultarla en su concepción, nacimiento, vida, misterios, resurrección y asunción, a casi todos los hombres. Sus propios padres no la conocían. Y los ángeles se preguntaban con frecuencia uno a otro: ¿Quién es ésta? (Cant. 8, 5). Porque el Altísimo se la ocultaba. O, si algo les manifestaba de Ella, era infinitamente más lo que les encubría.”
¡Qué admirable lección nos da la Providencia Divina en esta vida oculta de Nuestra Señora! La santidad no está en lo que brilla a los ojos del mundo, sino en la gracia santificante y en las virtudes, que son los tesoros que estima Dios. Para llegar a lo más alto de la perfección no es preciso hacer milagros ni hazañas que llamen la atención de los hombres: amar de veras es lo que importa.
P. II. En medio de esta vida oculta, ¡qué grandeza la de la Madre de Dios!
“Dios Padre, a pesar de haberle comunicado su poder, consintió en que no hiciera ningún milagro, al menos portentoso, durante su vida.
Dios Hijo, a pesar de haberle comunicado su sabiduría, consintió en que Ella casi no hablara.
Dios Espíritu Santo, a pesar de ser Ella su fiel esposa, consintió en que los Apóstoles y Evangelistas hablaran de Ella muy poco y sólo cuanto era necesario para dar a conocer a Jesucristo.
la excelsa María es el paraíso terrestre del nuevo Adán, quien se encarnó en él por obra del Espíritu Santo para realizar allí maravillas incomprensibles. Ella es el sublime y divino mundo de Dios, lleno de bellezas y tesoros inefables. Es la magnificencia del Altísimo, quien ocultó allí, como en su seno, a su Unigénito y con Él todo lo más excelente y precioso.
¡Oh qué portentos y qué misterios ha ocultado Dios en esta admirable criatura, como Ella misma se ve obligada a confesarlo, no obstante su profunda humildad: ¡El Poderoso ha hecho obras grandes en mí! (Lc. 1, 49) El mundo los desconoce porque es incapaz e indigno de conocerlos.
Los santos han dicho cosas admirables de esta ciudad Santa de Dios. Y, según ellos mismos testifican, nunca han estado tan elocuentes ni se han sentido tan felices como al hablar de Ella.
Todos los días, del uno al otro confín de la tierra, en lo más alto del cielo y en lo más profundo de los abismos, todo pregona y exalta a la admirable María. Los nueve coros angélicos, los hombres de todo sexo, edad y condición, religión, buenos y malos, y hasta los mismos demonios, de grado o por fuerza, se ven obligados, por la evidencia de la verdad, a proclamarla bienaventurada.
Todos los ángeles en el cielo, dice san Buenaventura, le repiten continuamente: “¡Santa, santa, santa María! ¡Virgen y Madre de Dios!”
Toda la tierra está llena de su gloria, particularmente entre los cristianos que la han escogido por tutelar y patrona de varias naciones, provincias, diócesis y ciudades. ¡Cuántas catedrales no se hallan consagradas a Dios bajo su advocación! ¡No hay Iglesia sin un altar en su honor, ni comarca ni región donde no se dé culto a alguna de sus imágenes milagrosas, donde se cura toda suerte de enfermedades y se obtiene toda clase de bienes! ¡Cuántas cofradías y congregaciones en su honor! ¡Cuántos institutos religiosos colocados bajo su nombre y protección! ¡Cuántos congregantes en las asociaciones piadosas, cuántos religiosos en todas las Órdenes! ¡Todos publican sus alabanzas y proclaman sus misericordias!
No hay siquiera un pequeñuelo que, al balbucir el Avemaría, no la alabe. Ni apenas un pecador que, aunque obstinado, no conserve alguna chispa de confianza en Ella. Ni siquiera un solo demonio en el infierno que, temiéndola, no la respete.
La Santísima Trinidad y la Virgen Nuestra Señora
Composición de lugar. La Virgen Santísima en el paso de la Encarnación.
Petición. Conocimiento de lo que Dios, Nuestro Señor, estima a María Santísima, para que sienta su grandeza y me anime a mejor servirla.
Punto I. “Dios Padre entregó su Unigénito al mundo solamente por medio de María. Por más suspiros que hayan exhalado los patriarcas, por más ruegos que hayan elevado los profetas y santos de la antigua ley durante cuatro mil años a fin de obtener dicho tesoro, solamente María lo ha merecido y ha hallado gracia delante de Dios por la fuerza de su plegaria y la elevación de sus virtudes. El mundo era indigno, dice san Agustín, de recibir al Hijo de Dios inmediatamente de manos del Padre. Quien lo entregó a María para que el mundo lo recibiera por medio de Ella.
Dios Hijo se hizo hombre para nuestra salvación, pero en María y por María.
Dios Espíritu Santo formó a Jesucristo en María, pero después de haberle pedido consentimiento por medio de los primeros ministros de su corte.
Dios Padre comunicó a María su fecundidad, en cuanto una pura criatura era capaz de recibirla, para que pudiera engendrar a su Hijo y a todos los miembros de su Cuerpo Místico.”
Dignidad altísima y, al decir de Santo Tomás, “casi infinita y que toca los límites de la divinidad”. ¿Quién no se siente esclavo de tan gran Reina, a quien escogió el Eterno para Madre de su Hijo y señora de todo?
P. II. “El Hijo de Dios se ha hecho hombre para salvarnos, pero en María y por María. Dios hecho hombre ha hallado su libertad en verse prisionero en su seno, ha hecho brillar su fuerza en dejarse llevar por esta doncellita; ha encontrado su gloria y la de su Padre en ocultar sus resplandores a todas las criaturas de la tierra para no revelarlos más que a María; ha glorificado su independencia y su majestad al depender de esta amable Virgen en su concepción, en su nacimiento, en su presentación en el templo, en su vida oculta de treinta años y hasta en su muerte; a la que Ella debía asistir, para unirse los dos en un mismo sacrificio y para inmolarse Jesús mediante su consentimiento al Eterno Padre, como en otro tiempo Isaac mediante el consentimiento de Abraham a la voluntad de Dios.”
Yo también quiero hallar mi libertad en ser esclavo de esta Señora, mi fuerza en dejarme llevar por Ella, mi gloria en ocultarme a los ojos de los hombres para darla gusto, mi independencia en depender de Ella para todo y de continuo, y todo mi anhelo en inmolarme con Ella en el mismo sacrificio del corazón inmolado por mí en la cruz y en el altar.
P. III. “Dios Espíritu Santo con Ella y por Ella produjo su obra maestra, que es Dios hecho hombre, y produce todos los días hasta el fin del mundo a los predestinados, miembros del cuerpo de esta cabeza adorable.”
“María ha producido con el Espíritu Santo la cosa más grande que ha existido ni existirá jamás, que es Dios hombre, y consiguientemente producirá las más grandes cosas que habrá en los últimos tiempos. La formación y la educación de los grandes Santos que habrá hacia el fin del mundo le están reservadas: que sólo esta singular y milagrosa Virgen puede producir en unión con el Espíritu Santo las cosas grandes y extraordinarias.”
“Cuando el Espíritu Santo su Esposo la encuentra en un alma a ella vuela y entra plenamente y se comunica a ella en tanta más abundancia cuanto ella da más lugar a su Esposa; y una de las grandes razones por las cuales el Espíritu Santo no hace ahora maravillas ruidosas en las almas es porque no encuentra en ellas suficiente unión con su fiel e indisoluble Esposa.”
“Oh Espíritu Santo, dadme mucha devoción y mucha afición a María; que me apoye mucho en su seno maternal y recurra de continuo a su misericordia; para que en ella forméis dentro de mí a Jesucristo al natural; crecido y vigoroso hasta la plenitud de su edad perfecta.”
María, Madre de gracia y Reina de los corazones
Composición de lugar. La imagen de la Reina de los Corazones.
Petición. Conocimiento del dominio que tiene la Santísima Virgen en el orden de la gracia, y consiguiente sentimiento de la necesidad que tengo de su devoción para salvarme y santificarme.
Punto I. “El proceder que las tres divinas personas de la Santísima Trinidad han adoptado en la Encarnación y primera venida de Jesucristo, lo prosiguen todos los días de manera invisible en la santa Iglesia; y lo mantendrán hasta el fin de los siglos en la segunda venida de Jesucristo.
Dios Padre creó un depósito de todas las aguas y lo llamó mar.
Creó un depósito de todas las gracias y lo llamó María.
El Dios omnipotente posee un tesoro o almacén riquísimo en el que ha encerrado lo más hermoso, refulgente, raro y preciso que tiene, incluido su propio Hijo. Este inmenso tesoro es María, a quien los santos llaman el tesoro del Señor, de cuya plenitud se enriquecen los hombres.
Dios Hijo comunicó a su Madre cuanto adquirió mediante su vida y muerte, sus méritos infinitos y virtudes admirables, y la constituyó tesorera de todo cuanto el Padre le dio en herencia. Por medio de Ella aplica sus méritos a sus miembros, les comunica sus virtudes y les distribuye sus gracias. María constituye su canal misterioso, su acueducto, por el cual hace pasar suave y abundantemente sus misericordias.
Dios Espíritu Santo comunicó a su fiel Esposa, María, sus dones inefables y la escogió por dispensadora de cuanto posee. De manera que Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios que quiere que todo lo tengamos por María. Y porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la nada por su humildad. Éstos son los sentimientos de la Iglesia y de los Santos Padres.”
¡Qué dicha la nuestra tener una Madre tan rica! ¿Por qué no nos aprovechamos más de tan gran tesoro, que está Ella deseando de comunicar a sus hijos? “Pidamos gracia y pidámosla por María, que el que la busca la encuentra, y no puede verse frustrado.” (San Bernardo.)
P. II. “La gracia perfecciona a la naturaleza, y la gloria, a la gracia. Es cierto, por tanto, que el Señor es todavía en el cielo Hijo de María como lo fue en la tierra y, por consiguiente, conserva para con Ella la sumisión y obediencia del mejor de todos los hijos para con la mejor de todas las madres. No veamos, sin embargo, en esta dependencia ningún desdoro o imperfección en Jesucristo. María es infinitamente inferior a su Hijo, que es Dios. Y por ello, no le manda como haría una madre a su hijo de aquí abajo, que es inferior a ella. María, toda transformada en Dios por la gracia y la gloria, que transforma en Él a todos los santos, no le pide, quiere ni hace nada que sea contrario a la eterna e inmutable voluntad de Dios.
Por tanto, cuando leemos en san Bernardo, san Buenaventura, san Bernardino y otros, que en el cielo y en la tierra todo, inclusive el mismo Dios, está sometido a la Santísima Virgen, quieren decir que la autoridad que Dios le confirió es tan grande que parece como si tuviera el mismo poder de Dios y que sus plegarias y súplicas son tan poderosas ante Dios que valen como mandatos ante la divina Majestad. La cual no desoye jamás las súplicas de su querida Madre, porque son siempre humildes y conformes a la voluntad divina.
Si Moisés, con la fuerza de su plegaria, contuvo la cólera divina contra los Israelitas en forma tan eficaz que el Señor altísimo e infinitamente misericordioso, no pudiendo resistirle, le pidió que le dejase encolerizarse y castigar a ese pueblo rebelde (cfr. Ex. 32, 10-14), ¿qué debemos pensar, con mayor razón, de los ruegos de la humilde María, la digna Madre de Dios, que son más poderosos delante del Señor, que las súplicas e intercesiones de todos los ángeles y santos del cielo y de la tierra?
María impera en el cielo sobre los ángeles y bienaventurados. En recompensa a su profunda humildad, Dios le ha dado el poder y la misión de llenar de santos los tronos vacíos, de donde por orgullo cayeron los ángeles apóstatas. Tal es la voluntad del Altísimo que exalta siempre a los humildes (cfr. Lc. 1, 52): que el cielo, la tierra y los abismos se sometan, de grado o por fuerza, a las órdenes de la humilde María, a quien ha constituido Soberana del cielo y de la tierra, capitana de sus ejércitos, tesorera de sus riquezas, dispensadora del género humano, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera de su grandeza y de sus triunfos.” ¡Y pensar que tan excelsa Señora es mi Madre!
P. III. “De lo que acabo de decir se sigue evidentemente:
En primer lugar, que María ha recibido de Dios un gran dominio sobre las almas de los elegidos. Efectivamente, no podría fijar en ellos su morada, como el Padre le ha ordenado, ni formarlos, alimentarlos, darlos a luz para la eternidad, como madre suya, poseerlos como propiedad personal, formarlos en Jesucristo y a Jesucristo en ellos, echar en sus corazones las raíces de sus virtudes y ser la compañera indisoluble del Espíritu Santo para todas las obras de la gracia... No puede, repito, realizar todo esto, si no tiene derecho ni dominio sobre sus almas por gracia singular del Altísimo, que, habiéndole dado poder sobre su Hijo único y natural, se lo ha comunicado también sobre sus hijos adoptivos, no sólo en cuanto al cuerpo, lo que sería poca cosa, sino también en cuanto al alma.
María es la Reina del cielo y de la tierra, por gracia, como Cristo es su Rey por naturaleza y por conquista. Ahora bien, así como el reino de Jesucristo consiste principalmente en el corazón o interior del hombre, según estas palabras: El reino de Dios está en medio de ustedes (Lc. 17, 21), del mismo modo, el reino de la Virgen María está principalmente en el interior del hombre, es decir, en su alma. Ella es glorificada sobre todo en las almas juntamente con su Hijo más que en todas las criaturas visibles, de modo que podemos llamarla con los Santos: Reina de los corazones.”
Dentro de los corazones, por lo tanto, ha de ser principalmente honrada con una devoción interior, es decir,
“que parta del espíritu y del corazón, que proceda de la estima que se hace de la Santísima Virgen, de la alta idea que se forma de sus grandezas y del amor que se la tiene”, no de mezquino interés y de superficial sensiblería.
De todo lo dicho se ha de sacar también (como lo hace el Santo) que la devoción a la Santísima Virgen
“no ha de confundirse con las devociones a otros Santos, como si fuera sólo cosa de supererogación y no necesaria”.
Es necesaria para la salvación, como lo prueba el testimonio unánime de multitud de Santos y Doctores, y necesaria para alcanzar la perfección.
“No creo que nadie pueda adquirir unión íntima con Nuestro Señor y perfecta fidelidad al Espíritu santo, sin grandísima unión con la Santísima Virgen y grande dependencia de su socorro.”
¡Oh Reina potentísima y dulcísima de los Corazones, reina de veras en el mío! ¡Oh tesorera de la gracia, ven a llenarme de tus riquezas! ¡Oh tiernísima Madre, ven a alimentarme y a socorrerme, porque no puedo dar paso sin ti por el camino del cielo!
Razones porque ama la Virgen Santísima a sus verdaderos devotos
Composición de lugar. Vernos con Nuestra Señora, disfrutando de su amor, en la forma que más devoción nos diere.
Punto I. “Los ama porque es su verdadera Madre, y una madre ama siempre a su hijo, fruto de sus entrañas.”
Recuérdese lo que dijimos más arriba de cómo es María Santísima verdadera, aunque espiritualmente, nuestra Madre.
P. II. “Los ama con gratitud, porque ellos, efectivamente, la aman como a madre.”
Yo amo a los que me aman. ¿Qué corazón noble y agradecido no devuelve amor por amor? Pues si nosotros, con ser cuales somos, la amamos mucho, ¿no nos ha de amar Ella mucho más, siendo, por naturaleza y por gracia, incomparablemente más noble y agradecida? “¡Ay, Señora (le decía San Alonso Rodríguez), si me amaras tú tanto como yo te amo! -¿Qué dices, Alonso?, le responde; tanto va del amor que te tengo al que me tienes, como del cielo a la tierra.” Y no hay duda, Madre mía, que lo mismo dices a mí. Pues, ¿cómo me amará tu Corazón Purísimo si este corazón de barro tanto te ama?
P. III. “los ama porque, como a predestinados que son, Dios también les ama.
Esaú es figura de los réprobos, y Jacob, el hijo querido de Rebeca, es figura de los predestinados, hijos queridos de María. El Señor, pues, ama a Jacob y aborrece a Esaú; y la Santísima Virgen, cuya voluntad está tan unida con la divina, no puede menos de amar lo que Dios ama. Y Dios ama a los devotos de Nuestra Señora, y en ser tales se conoce que les ama; pues la verdadera devoción a la Reina de los Ángeles es cierta señal de predestinación. Nos ama, por tanto, la Madre de Dios con amor firmísimo y constante, que no se funda, como a veces el nuestro, en veleidades y caprichos, sino en la inmutable y eterna voluntad divina. ¡Qué dicha la nuestra! ¿Qué hemos hecho para merecer tal amor, y qué hemos de hacer para mostrarnos agradecidos a la infinita Misericordia?
P. IV. “Los ama porque se han consagrado del todo a Ella y son su parte y su herencia.
Los ama, pues, no sólo con afecto de gratitud, porque le han demostrado su amor entregándose a Ella, sino también con el afecto que se ama una cosa propia, porque Ella las ha recibido en su casa, y Dios se lo ha encomendado singularmente.
Los ama tiernamente y más tiernamente que todas las madres juntas. Meted, si podéis, todo el amor natural que las madres de todo el mundo tienen a sus hijos, en el corazón de una sola madre, para que con todo ese amor ame a su hijo único. Mucho le amará, por cierto; pero sin duda que María quiere aún a sus hijos más tiernamente que esta madre amaría al suyo.
¡Dichoso yo! ¿Qué me importa que todo el mundo me desprecie, si de esta manera logro que me ame la Reina del cielo? Y no hay duda que lo conseguiré. ¡Basta que yo lo quiera!
Oficios maternales de la Santísima Virgen con sus hijos queridos
Composición de lugar. Vernos con Nuestra Señora, disfrutando de su amor, en la forma que más devoción nos diere.
Punto I. Los alimenta. “Les da de comer los manjares más exquisitos y regalados de la mesa de Dios; les da a comer el pan de vida, que Ella ha formado”. Mis queridos hijos (les dice bajo el nombre de la Sabiduría); llenaos de mis generaciones, es decir, de Jesús, fruto de vida, que traje al mundo para vosotros. Venid, les repite en otro lugar; comed mi pan, que es Jesús; bebed el vino de su amor, que os he mezclado con la leche de mis pechos. Como es Ella la tesorera y dispensadora de los dones y gracias del Altísimo, da de ellas una buena parte, y la mejor, para alimentar y mantener a sus hijos y siervos.”
Mostremos, pues, nuestro amor a tan buena Madre en recibir todos los días el pan del cielo de la Sagrada Comunión; y en estar dispuestos a todas las horas para recibir el alimento celestial de las gracias actuales, que Ella en abundancia nos distribuya. Si nos acostumbramos a vivir con Ella, nos tratará como las madres a los niños mimados que están siempre en su compañía, regalándonos con abundantes ilustraciones e inspiraciones, que de continuo alimenten nuestra alma.
P. II. Los guía. “María, que es la estrella del mar, conduce a sus fieles siervos a buen puerto, les muestra los caminos de la vida eterna, les hace evitar los pasos peligrosos, les lleva de la mano por los senderos de la justicia, los sostiene cuando van a caer, les levanta cuando han caído, les reprende como madre cariñosa cuando faltan y aun a veces amorosamente les castiga.”
¡Oh, cuántos caen por no asirse a Ella! ¡Cuántos se cansan en el camino del cielo como niños débiles y perezosos, por no tener madre que les lleve de la mano. No perdamos nunca por nosotros tan buena guía.
P. III. Los defiende y protege. “María, la buena Madre de los predestinados, les oculta bajo las alas de su protección, como la gallina a sus polluelos. Les llama, se baja a ellos, condesciende con sus debilidades, para librarlos del buitre y del gavilán; se pone alrededor de ellos y les acompaña como un ejército en orden de batalla. ¿Un hombre rodeado de un ejército bien ordenado de cien mil hombres podría temer a sus enemigos? Pues un fiel siervo de María rodeado de su protección y de su poder imperial tiene aún menos por qué temer. Esta buena Madre y poderosa Princesa de los cielos despacharía batallones de millones de ángeles para socorrer a uno de sus siervos, antes que permitir se diga que un fiel siervo de María, que ha confiado en Ella, sucumba a la malicia, al número o a la fuerza de sus enemigos.”
Ahora sí que puedo decir: Si se plantan contra mi campamento no temerá mi corazón, si se levanta contra mí batalla en eso mismo esperaré. Una cosa sola pediré al Señor, y esa sola buscaré (para no tener nunca temor alguno), que todos los días de mi vida habite en la casa del Señor (que es María).
P. IV. “Intercede por ellos con su Santísimo Hijo, le aplaca con sus ruegos y les une a Él y les conserva unidos con muy íntima unión...” Espía las ocasiones favorables para hacerles bien, enriquecerles y engrandecerles. Como Ella ve claramente en Dios las buenas y malas fortunas, las bendiciones y maldiciones de Dios, dispone de lejos las cosas parea eximir de toda suerte de males a sus siervos y colmarles de toda suerte de bienes.
Ipsa procurat negotia nostra, dice un Santo. Examinemos nuestra vida pasada, y si hemos sido devotos de Nuestra Señora, ¡cuántas veces habremos visto intervenir en nuestros negocios su mano y su corazón de Madre! ¡De cuántos peligros nos ha librado su escapulario o su medalla! ¡Cuántos beneficios hemos recibido en los días de sus fiestas, o conseguido con nuestras novenas y devociones! ¡Cuántas veces Ella misma se ha adelantado a favorecernos cuando ni nos acordábamos de pedírselo nosotros!
Y ¿no espiaremos nosotros todas las ocasiones para servirla y hacer que la sirvan todos? ¿La Reina del Cielo procura mis negocios, y no he de procurar yo los suyos? ¿Qué he hecho hasta ahora por Ella? ¿Qué debo hacer?
Virtudes de la Santísima Virgen
Composición de lugar. Ver a Nuestra Señora en el momento de pronunciar el ecce ancilla Domini, palabra en que se reflejan todas sus principales virtudes.
Petición. Conocimiento interno de la Virgen Nuestra Señora, para que más la ame y la imite.
“Debemos examinar y meditar las grandes virtudes que practicó en su vida, particularmente:
Punto I. Su fe viva, con la cual creyó sin dudar la palabra del ángel; creyó fiel y constantemente hasta en el Calvario, al pie de la cruz.
Fe más grande que la de todos los patriarcas, profetas, apóstoles y santos...”
San Luis María nos asegura que cuanto más nos entreguemos a Nuestra Señora, más participaremos de la fe que ella tuvo: “Fe pura, con que no hagas caso apenas de lo sensible y lo extraordinario; fe viva y animada por la caridad, con que no hagas tus acciones sino por motivo de amor puro; fe firme a inquebrantable como una roca, que te hará permanecer firme y constante en medio de las borrascas y tormentas; fe activa y penetrante, que, como llave misteriosa, te dará entrada en todos los misterios de Jesucristo, en los destinos últimos del hombre y en el Corazón del mismo Dios; fe valerosa, que te hará emprender y llevar a cabo cosas grandes por Dios y por la salvación de las almas.
P. II. “Su humildad profunda, que la hizo ocultarse, callarse, someterse a todo y colocarse la última.”
A la luz de esta conducta de la Santísima Virgen examinemos la nuestra y veamos si procedemos en todo con la humildad que supone el nombre y el oficio de esclavos.
P. III. “Su pureza del todo divina, que jamás tuvo, ni tendrá, semejante debajo del cielo.”
Pureza de cuerpo y de alma, de afecto, de intención; limpieza inmaculada de toda sombra de pecado. Con ser Nuestra Señora tan eminente en todas las virtudes, esta de la pureza parece que tiene en Ella particular resplandor, y así, a esta virtud se refieren los más comunes nombres que la damos: la Virgen, la Purísima, la Inmaculada. Esta virtud debe ser también como la librea, que distingue a los hijos de María. “Esté grabada en vosotras como en una imagen la virginidad y la vida de María; de ella, como de un espejo, se refleje en vosotros el ideal de la castidad y el ejemplar de la virtud.” (San Ambrosio, De Vig., 1. 2.)
P. IV. “Finalmente, todas las demás virtudes.”
Muchas meditaciones necesitaríamos para considerarlas. Fíjese cada uno en aquellas virtudes que más necesite; que de todas ellas encontrará modelo acabado en esta Reina de los Ángeles.
Se empleará en conocer a Jesucristo. San Luis María recomienda que se medite lo que acerca de Él ha escrito; y así, nosotros compondremos nuestras meditaciones con fragmentos de sus dos obras, la Verdadera devoción y el Amor de la Sabiduría.
Oraciones vocales. Recomienda el Santo la oración de San Agustín; las letanías del Espíritu Santo y el Ave Maris Stella, ya señalados para las semanas precedentes, y las letanías del Nombre de Jesús.
Jesús en el seno de María
Composición de lugar. La Virgen Santísima recogida después del misterio de la Encarnación.
Petición. “Conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre para que más le ame y le siga.” (San Ignacio.)
Punto I. “La divina María recibió de la Sabiduría eterna tan grandes aumentos de gracia y tan perfecta fidelidad mostró a su amor, que no sólo arrebató de admiración a los ángeles, sino a Dios mismo. Encántale aquella humildad profunda hasta el anonadamiento; le atrae aquella pureza tan divina; le hacen fuerza aquella fe viva y aquellas oraciones tan frecuentes; la Sabiduría Eterna se ve amorosamente vencida por tan amorosas solicitaciones. “¡Oh! –exclama San Agustín-, ¡qué amor el de María, que ha vencido al Todopoderoso!” ¡Cosa estupenda! Queriendo esta Sabiduría descender del seno del Padre al seno de una Virgen y descansar entre las azucenas de la pureza y darse por medio de ella a los hombres, le deputa al arcángel Gabriel para saludarla de su parte y decirla que quiere encarnar en ella, con tal que para esto dé su consentimiento.” (San Luis María de Montfort. Amor de la Sabiduría, p. 2. c. I.)
No de otra suerte (como en varias partes dice el Santo) viene Jesucristo a las almas ahora que como vino entonces al mundo. Los encantos de María le atraen; quiere apacentarse entre las azucenas de los corazones puros a Ella consagrados; cuanto más encuentra a María en las almas, más quiere a ellas venir.
P. II. Jesús y María se nos presentan en este misterio “tan íntimamente unidos, que Jesús está todo en María y María está toda en Jesús: o más bien, Ella no es ya más Ella, sino Jesús todo y sólo en Ella; y fuera más fácil separar la luz del sol que a María de Jesús. De suerte que puede llamarse a Nuestro Señor Jesús de María, y a la Santísima Virgen, María de Jesús.” (Verdadera devoción, práct. 4.)
Ni se rompió esta unión con el nacimiento, que, aunque separara los cuerpos, no pudo separar los corazones, que unidos permanecieron durante toda la vida mortal y gloriosa, y permanecerán por toda la eternidad.
“De la sangre del Corazón de María, que es pura llama, se formó el Corazón de Jesús: no tienen más que un corazón, no tienen más que un alma; al uno en el otro se le debe amar.” (Cantares del Santo.)
Por donde claramente se ve que no podemos conocer el Corazón de María sin conocer el de Jesús, ni amar a María sin amar a Jesús, ni vivir por María, con María, en María y para María sin vivir por Jesús, con Jesús, en Jesús y para Jesús.
P. III. “No se ha desdeñado este buen Señor de encerrarse en el seno de la Santísima Virgen como cautivo y esclavo amoroso. Piérdese aquí el espíritu humano cuando seriamente se reflexiona en este proceder de la Sabiduría Encarnada, que no ha querido, aunque pudiera hacerlo, darse directamente a los hombres, sino por medio de la Santísima Virgen.” (Verdadera devoción, c. IV, a. 2.)
“Y es que Cristo, Nuestro Señor, quiso tener madre (dice el Padre la Puente) para que Ella fuese también Madre y abogada de pecadores; los cuales, si por su pusilanimidad temiesen acudir a Él, por ser no solamente hombre y abogado nuestro, sino también Dios y Juez muy justo, acudiesen confiadamente a su Madre, a quien no pertenece ser juez, sino abogada, y Ella, como Madre de misericordia y piedad, abogase por todos”.
Quiso también enseñarnos que nosotros hemos de hacernos como los niños, para vivir en todo dependientes de María, como un pequeñuelo que no puede vivir sin su madre.
“El incomprensible se ha dejado comprender y tomar por la pequeña María, sin perder nada de su inmensidad, y también por la pequeña María hemos de dejarnos tomar y cautivar nosotros sin reserva alguna.”
P. IV. Mas no por ser cautivo de María dejó de obrar Jesús. No solamente oyó y ofreció su sacrificio en ella como en purísimo altar, sino que, también conducido por ella, fue a salvar almas.
“Santificó a San Juan en el seno de su madre Santa Isabel por la palabra de María; tan pronto como Ella habló, Juan fue santificado, y éste fue el primero y más grande milagro de la gracia que hizo Jesús.”
También nosotros hemos de obrar maravillas de la gracia encerrados dentro de María y viviendo de su vida, dejándonos conducir por Ella. Su dulce esclavitud, en vez de atarnos, nos hace más sueltos para correr en pos de las almas y atraerlas a Jesús.
Jesús en brazos de María
Composición de lugar. El portal de Belén, el templo de Jerusalén, el camino de Egipto.
Petición. “Conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre para que más le ame y le siga.” (San Ignacio.)
Punto I. “María es el trono de la Sabiduría eterna. En Ella es donde hace ver sus grandezas, ostenta sus tesoros y tiene sus delicias.”
Así, pues, en brazos de María quiso ser adorado, en Belén, por San José y los ángeles, por los pastores y los reyes. Todos “hallaron al Niño con su Madre”. Los perfectos como los imperfectos, los sabios como los ignorantes, deben buscar a Jesús con María. ¡Ay de los que creyéndose más sabios que los Magos, y más perfectos que los ángeles, quieren buscar a Jesús sin María!
P. II. Jesús recibe con agrado los regalos que los pastores y los reyes ofrecen por manos de su Madre.
“Cuando uno presenta a Jesús alguna cosa por sí mismo o apoyado en su propia industria y disposición, Jesús examina el presente y a veces lo rechaza al encontrarlo manchado por el amor propio. Pero cuando algo se le ofrece por las puras y virginales manos de su Amada, se le toma por el flaco (si se permite la frase); no considera la cosa que se le da, sino a su buena Madre que se le presenta; no tanto mira de quién viene la cosa cuanto por quién viene. Este es el gran consejo que da San Bernardo a los que quiere encaminar a la perfección: ¿Quieres ofrecer alguna cosa? Ofrécela por manos de María, si no quieres ser rechazado”
P. III. En brazos de Nuestra Señora quiere presentarse en el templo de Jerusalén el Divino Infante, y ofrecerse al Eterno Padre por el rescate de los hombres. Así la Santísima Virgen hace oficio de sacerdote, y el Divino Niño de hostia, para que aprendamos a ofrecernos en sacrificio en manos de María y a semejanza de Jesús.
“Ofrece tú, alma, en esta forma tus ofrendas, desconfiada de tus méritos propios y confiada en los de Cristo, que en unión de sus acciones todas, cualquiera cosa que ofrezcas es grande y será bien recibida. ¡Oh Jesús!, por tu Madre Santísima te suplico que, pues soy tuyo, me recibas en tu casa y servicio; a ti me presento y a ti me ofrezco para perpetuo esclavo tuyo y para ti.” (Fr. Juan de los Ángeles.)
P. IV. En los brazos de su Madre huye el Niño a Egipto. Quiere ser perseguido para que yo tenga modelo en mis persecuciones. Procuraré parecerme a Él cuando me persigan, estando en paz y confiado en los brazos de tan buena Madre. Bien pueden decirme, como a San José, que “tome al Niño y a la Madre, y huya a Egipto”, porque tomando al Niño y a la Madre, a cualquiera parte, la más solitaria, bárbara y enemiga del mundo, puedo ir gustoso; que donde están Jesús y María está toda mi compañía y mi defensa, mi riqueza y mi gloria.
“Admíteme por esclavo tuyo en esta jornada, Reina del Cielo. Admíteme, Jesús bueno, en tu compañía y de tu Madre, y concédeme que en todas mis calamidades y persecuciones a ti sólo acuda, a ti sólo busque, a ti sólo llame; contigo me junte para nunca apartarme de ti.” (Fr. Juan de los Ángeles.)
Jesús en casa de María
Composición de lugar. La casita de Nazaret.
Petición. “Conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre para que más le ame y le siga.” (San Ignacio.)
Punto I. Gloria et divitiae in domo ejus (S. 111, 3). La gloria para Dios y las riquezas para el hombre se encuentran en casa de María, porque en ella mora Jesús. ¿Quién pudiera haber vivido en aquella amabilísima y pobre casilla donde estaba toda la riqueza del cielo? Bien podemos vivir ahora en ella con el espíritu, figurándonos que allí estamos y obrando como si estuviéramos allí. Dondequiera que trabajemos por amor a Dios está el taller de Nazaret, pues Jesús y María nos acompañan y sonríen.
“Los predestinados viven de asiento en esta casa con su Madre: es decir, que se aficionan al retiro, hacen vida interior, se dedican a la oración, pero siempre a ejemplo y en compañía de su Madre la Santísima Virgen, cuya gloria está adentro, y que tanto gustó en toda su vida del retiro y de la oración.”
“¡Qué amables son los tabernáculos, Señor Jesús! El pajarillo ha encontrado su casa y la tórtola su nido, donde ponga sus polluelos. ¡Oh qué dichoso es el hombre que mora en casa de María, donde tú el primero quisiste hacer morada! En esta casa de los predestinados, donde recibe socorro de ti sólo el que ha trazado en su corazón subidas y grados de toda virtud, para elevarse a la perfección en este valle de lágrimas.”
P. II. Obedece a María.
“La Sabiduría infinita, que tenía inmenso deseo de glorificar a su Eterno Padre y salvar a los hombres, no halló para ello más perfecto y más corto camino que someterse en todas las cosas a la Santísima Virgen, no sólo durante los ocho, diez o quince años primeros de la vida, como lo hacen otros niños, sino durante treinta años; y dio más gloria a Dios su Padre durante todo este tiempo de sumisión a la Santísima Virgen y dependencia de Ella, que si empleara los treinta años en hacer prodigios, en predicar por toda la tierra, en convertir a todos los hombres; que si no, ya lo hubiera hecho. ¡Oh cuán altamente se glorifica a Dios sometiéndose a María, a ejemplo de Jesús! Teniendo ante los ojos ejemplo tan visible y de todo el mundo tan conocido, ¿seremos tan insensatos que creamos hallar otro camino más corto y más perfecto para glorificar a Dios que someterse a María, a ejemplo de su Hijo?”
“Los buenos esclavos de María, por grandes cosas que hagan en la apariencia por defuera, mucho más que todas ellas estiman lo que obran en su interior en compañía de la Santísima Virgen; porque allí trabajan en la grande obra de su perfección, con lo cual comparado todo lo demás es juego de niños.”
P. III. Crecía el Niño Jesús a la sombra de Nuestra Señora y en su casa; y, a medida que en la edad adelantaba, mostraba más los tesoros de sabiduría y de gracia de que estaba lleno. Mucho creceremos también nosotros en la gracia y en el don de la sabiduría o sabroso conocimiento de Dios, si, como Jesús, vivimos en casa de María y en su regazo.
En él “los jóvenes llegan pronto a ser ancianos en la luz, santidad, experiencia y sabiduría, y en pocos años alcanzan la plenitud de la edad en Jesucristo”.
¡Oh dulcísima Señora mía!, crezca yo a tu sombra, y florezca como la palma y como el cedro del Líbano, plantado en la casa del Señor y en los atrios del templo de mi Dios.
P. IV. María Santísima, según la comparación predilecta del Santo, es como el molde en que los predestinados han de formarse en Jesucristo. Por eso también vivió Él tanto tiempo a solas con Ella, como el artífice que emplea mucho tiempo en fabricar un buen molde. En este tiempo (como explica larga y hermosamente la Venerable Agreda) depositó en ésta su primera discípula toda la ley de gracia y la doctrina que hasta el fin del mundo habría de enseñar a su Iglesia. Probóla también con severidad en el trato, como en el Evangelio se da a entender, para más acrecentar su mérito y hermosura. Ajustó este molde divino a las apariencias de una vida común y ordinaria para que a todos los cristianos pudiera servir de modelo.
“¡Oh hermosa y verdadera comparación! (esta del molde). Pero ¿quién la comprenderá? Acordaos que no se arroja en el molde sino lo que está bien fundido y líquido; es decir, que hay que destruir y fundir en vosotros al Adán (al hombre) viejo, para sacar el nuevo fundido en María.”
Oh molde de los predestinados, cueste lo que cueste, yo quiero fundir mi alma en ti para salir hermosa imagen de Jesucristo.
Jesús con María en las Bodas de Caná
Composición de lugar. La sala del festín, donde comen el Señor y discípulos y la Virgen Santísima sirve a la mesa.
Petición. “Conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre para que más le ame y le siga.” (San Ignacio.)
Punto I. Veamos cómo en este paso la Virgen Nuestra Señora nos da a conocer el Corazón de Jesús, y nos enseña a tratar con él. Confiada, se acerca a Él para pedirle un milagro, como quien conoce su generosidad y llaneza, y no duda que lo hará por complacer a los que le aman, aunque hasta entonces no hubiera hecho públicamente ninguno. ¿Por qué no me acercaré a Él con esa confianza yo que le veo hacer todos los días tantos milagros, por mi amor, en el Santísimo sacramento?
Sabe muy bien Ella que, a pesar de la llaneza que usa, quiere Nuestro Señor que se le trate con el respeto que como Dios merece, y así le hace aquella tan prudente y respetuosa indicación: “No tienen vino.” Entiende también que a Nuestro Señor le gusta hacerse de rogar y probar la confianza del que pide, haciendo como que niega o dilata, para conceder después; y así, sin desanimarse por la respuesta, en apariencia dura, va a los criados y les dice que hagan lo que su Hijo les mande. Oh Virgen prudentísima y amorosísima Madre, enséñame a conocer la amabilidad del Corazón Divino, a tratar con él con llaneza y con respeto, a confiar en él, aunque me mate (Job 13, 15), y a estar dispuesto para hacer cuanto me diga.
P. II. Los sirvientes “en las Bodas de Caná, por haber seguido el consejo de la Virgen Santísima, fueron honrados con el primer milagro de Jesucristo. Del mismo modo todos los que hasta el fin de los siglos sean honrados con las maravillas de Dios, no recibirán estas gracias sino a consecuencia de su perfecta obediencia a María”.
Resuene, pues, de continuo en nuestro oídos el quodcumque dixerit facite, que dijo entonces Nuestra Señora: “Cualquiera cosa que mi Hijo os dijere, hacedla.” Aquí tenemos un programa completo de vida espiritual. Hacer cuanto Jesús nos diga en su Evangelio; cuanto nos diga por su Iglesia, por nuestros superiores, que están en lugar suyo; por las internas ilustraciones e inspiraciones. Cualquiera cosa que sea lo que nos mande, aunque nos parezca imposible a inútil para el fin que se pretende, como traer agua para remediar la falta de vino. “El obediente cantará victoria.”
P. III. “Por su humilde oración (de María) convirtió (Jesús) el agua en vino, y éste es el primer milagro en el orden de la naturaleza (de que nos da cuenta el Evangelio). Por María ha comenzado y ha continuado sus milagros y los continuará hasta el fin del mundo.”
Confiemos, pues, en la omnipotencia suplicante de Nuestra Señora y esperemos de Ella la restauración de todas las cosas en Cristo, que nos promete San Luis María: los tiempos en que “resplandecerá María, como nunca, por su misericordia, su poder y gracia”, y por Ella reinará el Corazón de Jesús. Y entretanto, esperemos de Ella que nos alcanzará abundantísimas gracias para subir a la cumbre de la perfección, para conocer y amar cada vez más al Corazón de Jesús. Oh amadísima Madre, si pides milagros para que no falte el vino, sin que nadie te lo pida, ¿no los harás, pidiéndotelos con instancia, para que no me falte el amor de tu Hijo?
Bondad encantadora y dulzura inefable de la Sabiduría Encarnada
Composición de lugar. Ver a Cristo, Señor nuestro, que nos muestra su Corazón, diciendo “Venid a mí todos”, y a la Virgen Nuestra Señora, que nos invita a acercarnos a Él.
Petición. Sentimiento de la bondad y dulzura del Corazón Divino.
Punto I. “Si consideramos los principios de donde Cristo (en cuanto Dios y en cuanto hombre) procede, no hallaremos sino bondad y dulzura. Porque es don del amor del Eterno Padre y efecto del amor del Espíritu Santo: “Así como amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito”. Y es nacido de la más dulce, de la más tierna y de la más hermosa de todas las madres, la divina María. ¿Queréis que os explique la dulzura de Jesús? Explicadme primero la dulzura de María, su Madre, a quien tanto se parece su temperamento. Jesús es el hijo de María, y por consiguiente, nada hay en Él de fiereza, ni de rigor, ni de fealdad; pero aún hay infinitamente menos que en su Madre, pues es (por otra parte) la Sabiduría Eterna, la dulzura y la bondad misma.
Los profetas le llamaron oveja y cordero por su mansedumbre, y predijeron de él que no acabaría de romper la caña quebrada ni apagaría la mecha que humea. Que es decir será tanta su dulzura, que al pobre pecador medio quebrantado, ciego y perdido, que tiene ya un pie en el infierno, no le perderá del todo, a menos que se vea obligado.
Juan Bautista exclamó al señalarle con el dedo a sus discípulos: “He aquí el Cordero de Dios.” No dijo, como parece que debiera haber dicho: he aquí el Altísimo, el Rey de la gloria, etc., sino como quien le conocía mejor que hombre alguno, exclamó: he aquí el Cordero de Dios, he aquí la Sabiduría Eterna, que ha juntado en sí toda la dulzura de Dios y del hombre, del cielo y de la tierra.
Y el mismo nombre de Jesús que le distingue ¿qué otra cosa indica sino caridad ardiente, amor infinito, dulzura encantadora? Jesús, Salvador, cuyo es amar y salvar al hombre. ¡Oh!, ¡qué nombre tan dulce al oído y al corazón de un predestinado! Miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón.” (San Bernardo.)
P. II. Tenía el amabilísimo Salvador tan dulce y bondadoso semblante, que encantaba los ojos y los corazones de los que le veían...
A todos ganaba con la dulzura de sus palabras... Todos cuantos le escuchaban sin envidia estaban tan encantados con las palabras de vida que salían de sus labios, que exclamaban: “Jamás hombre alguno ha hablado como éste”. Muchos millares de pobres gentes dejaban sus casas y familias para ir a escucharle a los desiertos, pasando varios días sin beber ni comer, saciados tan sólo con la dulzura de sus palabras. Con ellas, a modo de cebo, atrajo a sus Apóstoles a seguirle, curó a los enfermos más incurables y consoló a los más afligidos. Con sólo decir “María” colmó a la Magdalena de gozo y de dulzura.
Dulce fue, finalmente, en sus acciones y en todo el proceder de su vida. Los pobres y los pequeños le seguían a todas partes como a uno de ellos: hallaban en este nuestro querido Salvador tanta sencillez y benignidad, tanta caridad y condescendencia, que por acercarse a Él se apretaban... Dejad que los niños se acerquen a Mí (decía a sus Apóstoles), y cuando tuvo junto a sí a los niños, les abrazó y bendijo. Los pobres que le veían pobremente vestido y sencillo en todos su modales, no se hallaban sin su compañía, y en todas partes le defendían contra los ricos y orgullosos, que le calumniaban y perseguían. Y ¿quién podrá explicar su dulzura con los pobres pecadores? Con la Magdalena, la Samaritana, la mujer adúltera... ¡Con qué caridad iba a comer en casa de los pecadores para ganarlos! Sus mismos enemigos ¿no tomaron ocasión de su misma dulzura para perseguirle, diciendo que por su suavidad se hacía trasgresor de la ley de Moisés, y llamándole como por injuria el amigo de los publicanos y pecadores? ¡Con qué bondad sobre todo y con qué humildad no trató de ganar a Judas cuando le quería vender, lavándole los pies y llamándole su amigo! ¡Con qué caridad, en fin, pidió perdón al Eterno Padre por sus verdugos, excusándoles por su ignorancia!
“Oh cuán hermoso, dulce y caritativo es Jesús, la Sabiduría Encarnada. ¡Hermoso en su eternidad, porque es el resplandor de su Padre, el espejo sin mancha y la imagen de su bondad, más hermoso que el sol y más brillante que la misma luz; hermoso en el tiempo, pues ha sido formado por el Espíritu Santo puro y sin mancha alguna, y ha encantado durante su vida los ojos y los corazones de los hombres, y es al presente la gloria de los ángeles, y es tan tierno y dulce especialmente con los pobres pecadores, que ha querido venir al mundo visiblemente a buscarles, y ahora les busca invisiblemente todos los días!”
¡Oh dulcísima Madre, muéstranos a Jesús, fruto bendito y dulcísimo que de ti se ha formado!
Jesús con María en el Calvario
Composición de lugar. El Calvario.
Petición. “Dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí.” (San Ignacio.)
Punto I. Quién padece.
Considera la excelencia de la persona, que por ser infinita hace subir de punto infinitamente todo lo que sufrió en su pasión. Que si Dos hubiera enviado un serafín o un ángel de la última jerarquía, fuera sin duda cosa admirable y dignísima de eterno agradecimiento. Pues habiendo venido a dar su vida el Criador del cielo y de la tierra, el Hijo único de Dios, la Sabiduría eterna, en cuya comparación las vidas todas de todos los ángeles y todos los hombres y todas las criaturas juntas son infinitamente menos dignas de cuenta que la vida de un solo mosquito, en comparación de las de todos los monarcas del mundo, ¿quién podrá ponderar el exceso de caridad que este misterio nos descubre y cuál deberá ser nuestra admiración y nuestro reconocimiento?
Si el menor dolor del Hijo de Dios es más estimable y nos debe llegar más al alma que el de todos los ángeles y hombres, si fueran muertos y aniquilados por nosotros, ¿cuál debe ser nuestro reconocimiento y nuestro amor a Él, pues ha sufrido por nosotros cuanto sufrir se puede y con extremado cariño, sin ser a ello obligado?
P. II. Por quiénes padece.
Por “los hombres, viles criaturas de quienes nada tiene que temer ni que esperar. Amigos hay que mueren por sus amigos; pero ¿se hallará jamás otro como el Hijo de Dios que haya muerto por sus enemigos? “Recomienda Dios su caridad con nosotros, porque murió por nosotros cuando aun éramos pecadores”, y , por consiguiente, enemigos.
P. III. Qué padece en cuanto al cuerpo...
“Su cabeza fue coronada de espinas, su barba y cabellos arrancados, sus mejillas abofeteadas, su semblante cubierto de esputos, su cuello y sus brazos apretados con cuerdas, sus espaldas molidas y desolladas por el peso de la cruz, sus manos y sus pies atravesados por los clavos, su costado y su corazón abiertos por la lanza, y todo el cuerpo rasgado sin piedad por más de cinco mil azotes, de suerte que se veían los huesos medio descarnados. Todos sus sentidos fueron anegados en ese mar de dolores.”
P. IV. Qué padece en cuanto al alma.
“Sufrió “en su honor, cargado de oprobio y llamado blasfemo, sedicioso y endemoniado, tenido por ignorante y por impostor y tratado como loco”.
“Sufrió de parte de sus discípulos: el uno le maldice y le traiciona, el primero entre todos le niega y le abandonan los demás. Sufrió de parte de toda clase de personas: reyes y gobernadores, jueces, cortesanos y soldados, pontífices y sacerdotes, eclesiásticos y seglares, judíos y gentiles. Su misma Santísima Madre fue para él terrible cúmulo de aflicciones, cuando la vio presente a su muerte, anegada en un océano de tristeza, al pie de la cruz.”
“Su alma santísima fue muy atormentada por los pecados de todos los hombres: ya por ser ultrajes hechos a su Eterno Padre, a quien infinitamente amaba; ya por ser fuente de la perdición de tantas almas, que a pesar de su muerte y pasión se habían de condenar. Y no solamente tenía él compasión de todos los hombres en general, sino también de cada uno en particular, pues distintamente les conocía. Acrecentó la duración todos estos tormentos, que fue desde el primer instante de la concepción hasta la muerte; porque con la lumbre infinita de su Sabiduría, distintamente veía y tenía presente todos los males que habían de pasar.”
“Añadamos a todos estos tormentos del alma el más cruel y espantoso de todos, que fue su desamparo en la cruz, cuando exclamaba: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
“Con razón la Santa Iglesia nos hace decir todos los días: “mundus eum non cognovit”, que no conoció el mundo a la Sabiduría Encarnada; porque hablando en razón, conocer lo que sufrió Nuestro Señor por nosotros y no amarle ardientemente, es cosa moralmente imposible.”
Terminemos con un coloquio ferviente a Nuestra Señora, para que nos dé a sentir lo que sufrió su santísimo Hijo para que nos encendamos en amor de quien tanto nos ama.
DÍA DE NUESTRA CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN
CÓMO HACER LA CONSAGRACIÓN
Al fin de las tres semanas se confesará y comulgará con la intención de entregarse a Jesucristo en calidad de esclavo de amor, por medio de María, y después de la Comunión recitará la fórmula de consagración, que convendrá escribirla o hacerla escribir, si no está impresa, y firmar el mismo día que la haga. Bueno será que en ese día se pague algún tributo a Jesucristo y a la Virgen, ya por vía de penitencia de la infidelidad a los votos del bautismo, ya para protestar de la completa dependencia del dominio de Jesús y de María. Este tributo será según la devoción y la capacidad de cada cual, como ayuno, una mortificación, una limosna; aun cuando no se diera más que un alfiler, es bastante para Jesús, que sólo atiende a la buena voluntad. Todos los años, el mismo día se renovará la misma consagración, observando estas prácticas durante tres semanas.
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CONSAGRACIÓN DE SI MISMO A JESUCRISTO, LA SABIDURÍA ENCARNADA, POR MEDIO DE MARÍA
¡Sabiduría eterna y encarnada!
¡Amabilísimo y adorable Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo único del Eterno Padre y de María siempre Virgen!
Te adoro profundamente en el seno y en los esplendores de tu Padre, durante la eternidad, y en el seno virginal de María, tu dignísima Madre, en el tiempo de tu encarnación.
Te doy gracias de que te has anonadado, tomando la forma de un esclavo, para sacarme de la cruel esclavitud del demonio.
Te alabo y te glorifico porque has tenido la bondad de someterme en todo a María, tu Santa Madre, con el fin de hacerme, por medio de Ella, un fiel esclavo.
Pero, desgraciadamente, ¡ingrato e infiel como soy!, no he observado los votos y las promesas que con tanta solemnidad te he hecho en mi Bautismo: no he cumplido con mis obligaciones.
No merezco llamarme hijo tuyo, ni tu esclavo; y, como no hay nadie en mí que no merezca tus rechazos y tu cólera, ya no me atrevo a acercarme por mí mismo a tu santa y augusta Majestad.
Por eso he recurrido a la intercesión y a la misericordia de tu Santísima Madre, que me has dado como Medianera para contigo; y es por medio de Ella que espero obtener de Ti la contrición y el perdón de mis pecados, la adquisición y la conservación de la Sabiduría.
Te saludo, pues, ¡María Inmaculada!, vivo tabernáculo de la divinidad, escondida en el cual, la eterna Sabiduría quiere ser adorada por los Ángeles y por los hombres.
Te saludo, ¡Reina del Cielo y de la tierra!, a cuyo imperio todo está sometido, todo lo que está por debajo de Dios.
Te saludo, ¡seguro Refugio de los pecadores!, cuya misericordia no faltó a nadie.
Escucha los deseos que tengo de la divina Sabiduría, y recibe para eso los votos y los dones que mi bajeza te presenta.
Yo,........................................................., infiel pecador renuevo y ratifico hoy en tus manos los votos de mi Bautismo: renuncio para siempre a Satanás, a sus seducciones y a sus obras, y me doy enteramente a Jesucristo, la Sabiduría encarnada, para llevar mi cruz tras El todos los días de mi vida, y para que yo le sea más fiel de como lo he sido hasta ahora.
Te escojo hoy, en presencia de toda la Corte celestial, como Madre y Señora mía.
Te entrego y consagro, en calidad de esclavo, mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y exteriores, y el valor mismo de mis buenas acciones pasadas, presentes y futuras, dejándote un entero y pleno derecho de disponer de mí y de todo lo que me pertenece, sin excepción, según tu agrado a la mayor gloria de Dios en el tiempo y en la eternidad.
Recibe, ¡Virgen bondadosa!, esta pequeña ofrenda de mi esclavitud, en honor y en unión con la sumisión que la eterna Sabiduría gustosamente quiso observar para con tu maternidad; en homenaje al dominio que ustedes, los dos, tienen sobre este pequeño gusano y miserable pecador; y en acción de gracias por los privilegios con los que la Santísima Trinidad te ha favorecido.
Proclamo que desde ahora quiero, como verdadero esclavo tuyo, procurar tu honor y obedecerte en todo.
¡Madre admirable!, preséntame a tu querido Hijo, en calidad de eterno esclavo, para que El, que por Ti me rescató, por Ti me reciba.
¡Madre de misericordia!, hazme la gracia de obtener la verdadera sabiduría de Dios y de colocarme, para eso, en el número de las personas a las que amas, instruyes, guías, alimentas y proteges como a hijos y esclavos tuyos.
¡Virgen fiel!, vuélveme en todo un perfecto discípulo, imitador y esclavo de la Sabiduría encarnada, Jesucristo, Hijo tuyo, Tanto que por tu intercesión y por tu ejemplo yo llegue a la plenitud de su edad en la tierra y de su gloria en los Cielos. Amén.
Lugar..................................................
Fecha..................................................
Firma..................................................
Firma de un testigo....................................
FIESTA DE LA BEATA CRISTINA O AGUSTINA DE SPOLETO (13 DE FEBRERO) | TRIGO DE DIOS
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