martes, 11 de octubre de 2011

Devotos de Santa María Reina

«Fue ensalzada por el Señor como Reina universal»

En palabras de quien que tanto amó a Nuestra Madre Excelsa, el Santo Padre Juan Pablo II, en su Redemptoris Mater –fechado el 25-III-1987, en su punto n. 41– descubrimos aquel mensaje que nos referencia al reinado de Santa María:

«María, por su mediación subordinada a la del Redentor, contribuye de manera especial a la unión de la Iglesia peregrina en la tierra con la realidad escatológica y celestial de la comunión de los santos, habiendo sido ya «asunta a los cielos».107 La verdad de la Asunción, definida por Pío XII, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II, que expresa así la fe de la Iglesia: «Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemeje de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte».108 Con esta enseñanza Pío XII enlazaba con la Tradición, que ha encontrado múltiples expresiones en la historia de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente.

(…) En el misterio de la Asunción se expresa la fe de la Iglesia, según la cual María «está también íntimamente unida» a Cristo porque, aunque como madre-virgen estaba singularmente unida a él en su primera venida, por su cooperación constante con él lo estará también a la espera de la segunda; «redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo»,109 ella tiene también aquella función, propia de la madre, de mediadora de clemencia en la venida definitiva, cuando todos los de Cristo revivirán, y «el último enemigo en ser destruido será la Muerte» (1 Co 15, 26).110

A esta exaltación de la «Hija excelsa de Sión»,111 mediante la asunción a los cielos, está unido el misterio de su gloria eterna. En efecto, la Madre de Cristo es glorificada como «Reina universal».112 La que en la anunciación se definió como «esclava del Señor» fue durante toda su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera «discípula» de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28). Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, «sirviendo a Cristo también en los demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar»,113 Y ha conseguido plenamente aquel «estado de libertad real», propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar!

«Cristo, habiéndose hecho obediente hasta la muerte y habiendo sido por ello exaltado por el Padre (cf. Flp 2, 8-9), entró en la gloria de su reino. A El están sometidas todas las cosas, hasta que El se someta a Sí mismo y todo lo creado al Padre, a fin de que Dios sea todo en todas las cosas (cf. 1 Co 15, 27-28)».114 María, esclava del Señor, forma parte de este Reino del Hijo.115 La gloria de servir no cesa de ser su exaltación real; asunta a los cielos, ella no termina aquel servicio suyo salvífico, en el que se manifiesta la mediación materna, «hasta la consumación perpetua de todos los elegidos».116 (…) Así en su asunción a los cielos, María está como envuelta por toda la realidad de la comunión de los santos, y su misma unión con el Hijo en la gloria está dirigida toda ella hacia la plenitud definitiva del Reino, cuando «Dios sea todo en todas las cosas».

Coronación de María (Murillo)

De esta manera, una vez celebrado el dogma de la Asunción, desde la fiesta de la Realeza de María, se nos confirma que Nuestra Señora, una vez finalizado su transitar en su vida terrena, por voluntad divina, fue asunta al Cielo en cuerpo y alma para ser ensalzada y coronada por la misma Santísima Trinidad como Reina y Señora Universal de la Creación con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cfr. Apoc 19, 16). Y esta verdad ha sido conocida y afirmada por cientos de años por el amor y la devoción piadosa de sus subditos hacia quien es Nuestra Madre y la Iglesia así lo ha querido transmitir a través de su Magisterio.

¡Cuántas veces hemos recurrido a Nuestra Madre así reconociéndola: “Salve, Regina, mater misericordiae”! ¡En cuántas ocasiones hemos acudido a Ella aseverando su realeza, “Regina coeli, laetare, alleluia”! Y de esta forma, en cada meditación del quinto glorioso del Santísimo Rosario, hemos reconocido su Majestad Celestial.

Así, como nos alentara el Papa Pío XII cuando instituyó la fiestas de la Realeza de María acerquémonos a ese glorioso «trono de gracia y de misericordia de nuestra Reina y Madre para pedirle socorro en las adversidades, luz en las tinieblas, alivio en los dolores y penas». y siempre, siempre, rindamos «un vasallaje constante, perfumado con la devoción de hijos.» Y a esa, Nuestra Señora Inmaculada, dediquémosle cada día y siempre nuestro fervor y devoción agradecidos a la que siendo tan grande Reina, nunca se olvida de serlo tanto como es grande Madre.

«Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día, alma vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía. Amén.»

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