sábado, 24 de septiembre de 2011

Testimonios3


XIII


La sonrisa de Karl Leisner

Se llamaba Carlos; debió llamarse Esteban. Carlos Leisner. Pero de llamarse Esteban, Saulo hubiera sido la Gestapo. Carlos era un diácono de la diócesis de Münster, regida por aquel león obispo llamado Clemente-Augusto von Galen. La historia de Carlos repite las páginas bien conocidas donde se cuenta lo que ocurrió entre un joven diácono, Esteban, y un perseguidor furibundo que fue Saulo y más tarde llamamos, san Pablo.

Carlos, ídolo de los chicos católicos de Münster, era ardiente, divertido. En 1939, la Gestapo le consideró peligroso, lo encerró, lo envió al campo de Dachau.

Su entrada en Dachau trajo una corriente de aire fresco a los esqueletos resecos de los detenidos. Carlos pidió que le permitieran entrar su libro de rezos y su guitarra. Las canciones de la juventud católica alegraban la entrada de la noche en las barracas. Carlos sabía componérselas para que le permitieran los guardianes acompañar a los enfermos. Repartía secretamente dinero, que nadie sabía dónde encontraba. Decía frases de consuelo. Animaba.

Los sacerdotes de Münster le admitían a la reunión secreta que ellos consideraban «sínodo diocesano», donde leían cartas de unos y otros y rezaban en común por von Galen. Cuatro mil sacerdotes había encerrados en el campo de Dachau.

Entre ellos circuló una noche la noticia triste: Carlos ha caído enfermo. Tuberculosis galopante. No había que pensar en que los médicos del campo se enternecieran y salvaran al enfermo. Carlos estaba condenado a muerte y quedaría sin cumplir el único deseo de la vida de Carlos: la primera misa. Cuatro mil sacerdotes comenzaron aquella noche una plegaría desconcertante: «Señor, que sea detenido un obispo y lo condenen a Dachau». No podía fallar.

En septiembre de 1944 el obispo francés de Cler-mont-Ferrand, monseñor Gabriel Piquct, fue traído prisionero. Los sacerdotes de Dachau dijeron: «Gracias, Señor, por tu hijo Carlos». La esperanza de la primera misa encendió de gozo aquellos cuerpos miserables, roídos de hambre y de piojos.

El obispo Piquet se ofreció a ordenarle sacerdote. Los esbirros de Hitler no podían sospechar qué juego misterioso se traían entre manos los fantasmas de Dachau porque los prisioneros, más que personas, parecían sombras.

Hubo que conseguir sigilosamente los instrumentos. Primeramente, el permiso canónico del obispo de Carlos, Clemente von Galen, lo que llaman los clérigos las dimisorias: «Doy feliz el permiso, pero pongo la condición de que procedáis cuidadosamente a cumplir el rito y que así pueda en el futuro demostrarse sin dudas la ordenación». Mujeres de Dachau y de Munich sirvieron de enlace secreto con el cardenal de Munich, aquel otro titán que fue Faulhaber.

Llevaron los óleos santos, el libro pontifical. Los prisioneros recortaron una mitra, tallaron en madera de encina un báculo con la inscripción «Víctor in vin-culis» (Vencedor en las cadenas), ajustaron un pectoral, un anillo. Todo de puntillas. Hasta tuvieron ensayo general.

Domingo «gaudete» del adviento de 1944. En la habitación número uno del grupo veintiséis las primeras luces han sorprendido una ceremonia que los guardianes hubieran creído una farsa, pero que los ángeles contemplaron atónitos.

El obispo vestía capa y mitra. Los sacerdotes y el seminarista, andrajos. Sólo ancianos fueron invitados, de los cuatro mil sacerdotes, por no levantar sospechas. Y treinta estudiantes de teología también presos del campo supieron aquel amanecer la grandeza de la misa. La contemplaron en un cuerpo frágil vestido a rayas de preso. «Ven, oh Espíritu Santo», susurraron entre lágrimas los asistentes mientras el obispo imponía las manos sobre la cabeza de Carlos, consagrado para siempre. Ven, Espíritu Santo mientras le ungía las manos; ven, y le confería el poder y la gloria. El abrazo. La bendición.

Desayunaron de fiesta lo guardado de días anteriores: un ágape, un almuerzo de amor.

El día de san Esteban el sacerdote de Jesucristo y prisionero número tal de Hitler, Carlos Leisner, celebró en una barraca de Dachau su primera y última misa. Ultima en el mundo, que no en los cielos. Carlos quedó aniquilado, quince días tumbado en su rincón. Venían a verle como se venera el sepulcro de los mártires.

Moribundo le alcanzó la liberación del campo el 4 de mayo de 1945. En los bosques bávaros, sanatorio de Planegg, esperó la muerte, rodeado de sus padres y hermanos. Murió el doce de agosto. Lo enterraron revestido de casulla roja y rojas eran las rosas, verdes las palmas de victoria. En la última línea de su diario está escrito: «Altísimo Señor, bendice también a mis enemigos».

José-María Javierre.

El Juego de las ventanas de Jorge Sans Vila pág. 110 y ss

El Papa Juan Pablo II proclamó a Karl Leisner beato el 23 de junio de 1996,

Un esposo y cinco hijos


Fuente: www.buenas-noticias.org

Autor: Marco Antonio Batta, L.C.


«Si pudiera volver a empezar, me buscaría un marido que trabaje y me dedicaría a nuestros cinco hijos». A esta conclusión llegó Eva Herman, una bella y famosa presentadora de televisión alemana. El problema es que su vida ha sido casi lo opuesto: cuatro esposos y un hijo.

Eva Herman fue hasta hace poco la conocidísima conductora del noticiero transmitido por ARD, el canal público más importante de Alemania. Inteligente, rubia, de ojos azules, era para muchos y muchas el modelo de una mujer moderna plenamente realizada. Aún no tenía 30 años cuando ya dirigía el noticiero más importante de todo el país.

Por ello su libro «El principio de Eva. Por un nuevo feminismo» publicado por la editorial Pendo Verlag ha despertado una polémica en el país. Su tesis llama la atención, sobre todo, porque parece contradecir sus propias opciones de vida. El libro se ha convertido en un incómodo interrogante para quienes veían en ella un modelo a imitar.

El mensaje central de «El principio de Eva» podríamos resumirlo así: «Queridas amigas: ¿vale la pena sacrificar lo más nuestro, es decir, nuestra maternidad y nuestra capacidad para hacer del hogar un lugar cálido y acogedor, con tal de llegar a una presunta realización profesional?». Su respuesta tiene dos letras: no.

Alemania es uno de los países con más baja tasa de natalidad en Europa y algunos, entre ellos Eva Herman, acusan a las mujeres de este hecho.

Mientras tanto Eva, surfeando sobre la polémica, precisa su pensamiento: «Es completamente equivocado –dijo mientras presentaba su libro en Berlín– reducir mi tesis a simplemente “volvamos todas a la cocina”». Sin embargo ha reiterado: «la mujer debe volver a ser mujer, y no una fea imitación del hombre».

Según un sondeo hecho sobre mil personas, el 75% de los entrevistados considera anticuada su postura. Resultado enigmático, pues el libro se vende como pan caliente. A lo mejor mintieron los entrevistados… o quizás Eva Herman está diciendo algo que nadie se atreve a reconocer públicamente.

Con información de Il Corriere della Sera, 3 de septiembre de 2006.

Ultimo retiro

Bienaventurada Isabel de la Trinidad (1880-1906), carmelita descalza


«María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra»

«Vuestra fuerza está en el silencio» (cf Is 30,15)… Mantener la fuerza en el Señor, es hacer la unidad en todo su ser a través del silencio interior, es recoger todas sus fuerzas para ocuparlas únicamente en el ejercicio de amar ; es tener esa mirada simple que permite que la luz se derrame (Mt, 6,22). Un alma que entra en discusión con su yo, que está ocupada en sus sensibilidades, que discurre pensamientos inútiles, un deseo sin importancia, esta alma dispersa sus fuerzas, no está del todo ordenada a Dios… Todavía hay en ella cosas demasiado humanas, hay una disonancia.

El alma que todavía guarda en su reino interior alguna cosa, que todas sus fuerzas no están «concentradas» en Dios, no puede ser una perfecta «alabanza de gloria» (Ef 1,14); no está en estado de cantar sin cesar el «cántico nuevo», el gran cántico del que habla san Pablo porque la unidad todavía no reina en ella; y, en lugar de continuar su alabanza a través de todas las cosas con sencillez, precisa, sin cesar, reunir las cuerdas de su instrumento un poco desperdigadas por todos lados.

¡Cuán indispensable es para el alma que quiere vivir ya aquí la vida de los bienaventurados, es decir, de los seres simples, de los espíritus, esta bella unidad interior! Me parece que el Maestro se refería a esta mirada cuando hablaba a María Magdalena del «único necesario». ¡Cómo lo comprendió la gran santa! La mirada de su alma iluminada por la luz de la fe, había reconocido a su Dios bajo el velo de la humanidad, y, en el silencio, con sus fuerzas unidas, «escuchaba la palabra que él le decía»… Sí, no sabía nada fuera de él.

La lista de Sendler

La polaca que salvó a más de 2.500 niños y jóvenes judíos en Varsovia


t Irena en sus años juveniles.
Se ha publicado, en Alemania, bajo el titulo: “La madre de los niños del Holocausto. Irena Sendler y los niños rescatados del gueto de Varsovia”, un libro de la periodista y escritora polaca Anna Mieszkowska. Se narra la vida de una valiente mujer que arriesgó su vida para salvar a miles de niños de la muerte. Este es un fragmento del artículo que el diario católico alemán Die Tagespost dedica al libro. Quien calla ante este asesinato se convierte en cómplice del asesino. Quien no lo juzga, está de acuerdo con él; esto escribió la escritora Zofia Kossak- Szczucka (1890-1968) tras la llamada Gran Acción, en la cual, entre julio y septiembre de 1942, fueron deportados 300.000 judíos del gueto de Varsovia a Treblinka, para morir después asesinados.

Y esos pensamientos motivaron a Zofia Kossak-Szczucka, en diciembre de 1942, a dar vida a una organización clandestina con el nombre de Zegota. La organización asumió en Varsovia la dirección del Consejo de Ayuda a los judíos, que socorría a los judíos que vivían ilegalmente fuera del gueto. El Consejo de Ayuda a los Judíos les llevaba, mediante intermediarias, ayuda en forma de alimentos y dinero.


En diciembre de 1942, con el objetivo de coordinar acciones conjuntas, Julián Grobelny, dirigente de Zegota, se reunió con una mujer joven que, ya en los meses previos, desde que se había erigido el gueto, había sacado clandestinamente a más de 2.000 niños y jóvenes de la zona prohibida. Se llamaba Irena Sendler.

Irena Sendler nació en febrero de 1910 en Varsovia, hija de un médico católico. Su padre, miembro del partido socialista, trataba principalmente a pacientes judíos pobres. Sus ideas tuvieron una gran influencia en la joven Irena. Cuando, en la noche del 15 al 16 de noviembre de 1940, el gueto de Varsovia fue bloqueado herméticamente, se encontraban allí unas 350.000 personas. La cifra de los habitantes del gueto se elevó mas tarde incluso hasta los 500.000. Irena Sendler encontró un camino para alcanzar la zona prohibida.


Ella misma lo explica: Conseguí, para mí y mi compañera Irena Schultz, identificaciones de la colonia sanitaria, a cuyas tareas pertenecía la lucha contra enfermedades contagiosas. Mas tarde tuve éxito en conseguir pases también para las otras intermediarias. Como los alemanes invasores tenían miedo a una epidemia de tifus, toleraban que los polacos controlaran el recinto. Irena Sendler se puso en contacto con familias, a las que ofreció guiar a sus hijos fuera del gueto. Pero no podía ofrecer garantías de éxito. Sin embargo, a lo largo del año y medio siguiente, hasta la evacuación del gueto en el verano de 1942, consiguió rescatar a más de 2.500 niños y jóvenes del gueto por distintos caminos.

Primero Irena Sendler tuvo que conseguir papeles falsos, y una familia de acogida o un hogar para los niños. Para ello, ayudaron las parroquias, que expidieron certificados de nacimiento, así como varias Órdenes religiosas, que acogieron a los niños. ¡Ningún sacerdote o monja, dice, me negaron nunca ayuda para el rescate de niños judíos! Al contrario, ayudaron hasta el final de la guerra, arriesgando su vida y la de los de su entorno. Ningún convento me negó nunca la acogida de un niño judío. Sendler recuerda, de forma especial, a una monja que iba a Varsovia cada vez que un niño tenia que ser sacado de la ciudad: «La hermana Witolda llevaba a esos niños con ella a Turkowice, viajaba con ellos por ese tramo largo, horrible, dominado por los militares, hasta la frontera».


En octubre de 1942, Irena Sendler fue detenida y encerrada en la prisión de la Gestapo. Había formado, en tiras estrechas de papel de seda, un fichero para establecer después de la guerra la identidad de los niños rescatados. Pero no reveló nada, y fue condenada a muerte. Sin embargo, el Consejo de Ayuda a los Judíos sobornó a un hombre de las
SS que la dejó escapar.


Según la autora del libro, Anna Mieszkowska, Irene Sendler, que hoy tiene 96 años, es un monumento viviente de la Historia, un monumento viviente de la Memoria.


Michal Glowinski, profesor del Instituto de Investigación Literaria de la Academia Polaca de la Ciencias, escribe en el prólogo: ¡La lista de los judíos salvados por la polaca Irena Sendler tiene muchas mas entradas que la lista de aquellos que salvó el industrial alemán Oskar Schindler!.

José García

¡Jesús, confío en Ti!

En la cárcel, Irena Sendler encontró, dentro de un colchón, una estampa ajada con el escrito: “Jesús, confío en Ti”. Con motivo del primer viaje a Polonia de Juan Pablo II, le envió la estampa. Juan Pablo II le escribió en octubre de 2003 una carta, en la que ensalzaba sus acciones extraordinariamente valientes durante la ocupación alemana, “cuando usted, sin atender a su propia seguridad, salvo a muchos niños del exterminio”. (De "Alfa y Omega nº 515)

La sonrisa de Madre Teresa
La Razón / Álex Navajas

Unos periodistas le dijeron en una ocasión a la Madre Teresa de Calcuta que su trabajo con los pobres estaba muy bien, pero que no iba a la raíz del problema. Se limitaba, argumentaban, a repartir comida y a acoger enfermos, pero que sería más eficaz si encontraba las causas del hambre en el mundo y actuaba directamente sobre ellas. La religiosa les miró con una sonrisa y les respondió: «Mientras ustedes buscan esas causas, yo me voy a dar de comer a mis pobres».

Me ha venido a la cabeza esta anécdota mientras leía estos días la noticia de la concesión del Nobel de la Paz a Muhammad Yunus, el impulsor de los microcréditos. Algunos periodistas han alabado -con total justicia- la labor de Yunus, pero han aprovechado también para recriminar a la Iglesia su «actitud caritativa en el Tercer Mundo, que no consigue más que un alivio puntual sin solución de continuidad».

Yo no sé qué pensará el creador de los microcréditos sobre la acción caritativa de la Iglesia, pero estoy seguro de que, siendo un hombre absolutamente volcado en la lucha contra la pobreza, todo lo que sea sumar esfuerzos le parecerá estupendo. Tanto su labor como la de la beata Teresa de Calcuta -también Premio Nobel de la Paz, por cierto- han dado excelentes frutos en todo el mundo.

El problema es que, tal vez, muchos crean que la labor de los misioneros se limita a repartir pan y a cruzarse de brazos hasta que llegue el siguiente cargamento de ayuda. Cualquiera que haya visitado una misión, sin embargo, se habrá quedado sorprendido de todo lo que han conseguido los religiosos: escuelas, pozos de agua, dispensarios, tendido eléctrico, mediar en conflictos locales, etc. Esto no tiene nada de «alivio puntual».

Mientras algunos siguen devanándose los sesos para hallar las causas de la pobreza en el mundo, Yunus y miles de misioneros se las ingenian para sacar a millones de hombres de la pobreza. Yo, desde luego, me quedo con esta segunda actitud.

¡Es la hora de la Misericordia!

En marzo de 1893, cuando la Hermana María del Sagrado Corazón acababa de redactar un folleto para divulgar el "Reloj de la Misericordia", llegó al Monasterio de Bourg una carta del de Annecy, en la que se relataba la conversión de un pecador encomendado al Sagrado Corazón ocurrida en Nueva York y que había sido contada por la misma madre del joven a una postulante de la Visitación. Fue como la firma con que el Corazón de Jesús rubricó el folleto.

Un joven de veinte años llevaba tan mala vida que el mismo día que salió de la cárcel, fue herido gravemente en una pelea. La policía, no pudiendo hacer nada, lo condujo a su casa, donde su madre muy pobre no tenía ni donde acostarlo y lo tendieron en el suelo; su expresión infundía miedo.

La madre, muy piadosa, al ver el estado de su hijo, le dijo: "vas a morir; es tiempo de que pienses en tu alma", pero, por respuesta no obtuvo más que injurias y malos tratos. Viendo ella que sólo Dios podía mudar semejante monstruo, pegó en la pared una estampa del Sagrado Corazón y corrió a la iglesia a oír una misa. La única oración que podía articular era: "Señor, acuérdate de mi hijo en tu reino y no me lo dejes morir eternamente". Lo repitió muchas veces y cuál no fue su sorpresa cuando al regresar a casa vio a su hijo tan cambiado que parecía que un ángel había venido a ocupar su lugar.

"Mamá (esta fue la primera vez que desde su infancia la llamaba así), mamá, dijo señalando el lugar donde estaba la estampa del Sagrado Corazón, se me ha aparecido y me ha dicho: Hoy estarás conmigo en el paraíso".

Una transformación tan repentina no admitía dudas. "¿Quieres que venga un Sacerdote?", le preguntó la madre. "Sí", respondió el hijo con alegría.

Inmediatamente llamó a un sacerdote que oyó su confesión, lo absolvió y le administró el Santo Viático.

Momentos después llegó el padre, que era digno de tal hijo; siempre que los dos se encontraban se peleaban. A la madre le pareció prudente advertirle que el hijo se estaba muriendo. Al aproximarse a él, se quedó asombrado al ver la expresión angélica de su rostro y la dulzura con que le dijo, mostrándole el Sagrado Corazón:

"Hoy estarás conmigo en el paraíso. Invócale, papá, y Él te salvará".

Inmediatamente el padre comenzó a orar arrepentido de su vida criminal: Murió el hijo en paz y el padre continuó viviendo de un modo completamente distinto, se condujo como buen cristiano, preocupado por su familia, y fue un modelo para sus vecinos.

Revista Cor Jesu – Octubre–Diciembre 2006 – Nº 149

«Somos pocos los escritores católicos y nos ponen trabas»

La Razón

María Vallejo-Nágera, autora de la novela «Un mensajero en la noche», asegura que sus libros quieren «ser un instrumento al servicio de la fe»

«Cada vez estoy más unida a mi fe católica. Creo que existe Dios, que existe Jesucristo e intento seguirle desde mi mediocridad. Cristo es mi gran guía. Tanto que ya no podría vivir sin fe. Aunque mi familia me quiere y tengo unos hijos y un marido maravillosos a los que adoro, no hay nada comparado con sentirse cerca de Dios. Y eso es algo que yo encuentro en la Iglesia católica». Así de simple y así de contundente se expresa la escritora María Vallejo-Nágera, una de las novelistas católicas de mayor éxito en nuestro país.

Con cinco libros a la espalda y un sexto a punto de dar el salto a las librerías, esta joven autora madrileña se ha revelado como uno de los referentes de la cultura católica española. Y lo ha hecho a pesar de las dificultades encontradas, precisamente, por confesar su fe en público. «He tenido muchos problemas a causa de mi fe. Hay pocos escritores católicos, y a los pocos que somos nos ponen trabas. Yo he perdido muchos lectores porque me han encasillado en el cliché de “escritora beatorra”, aunque me da igual. Sólo pretendo que el público disfrute con mis libros, que se enriquezca con ellos y que mis obras sean un regalo para su fe», afirma. Y a juzgar por el éxito de algunas de sus novelas -lleva 19 ediciones de «Un mensajero en la noche» (Belacqua)- parece que consigue sus objetivos.

Sin embargo, esta mujer de mirada penetrante y pluma ágil no ha sido siempre persona de fe. «Hasta el año 2000 yo era una ignorante del catolicismo. Tenía muchísimas dudas, y aunque estaba bautizada y confirmada, era una “paleta” en mi fe», recuerda. Fue entonces cuando viajó al pueblo bosnio de Medjugore. «Según me dijeron, allí había apariciones marianas y me llevó la curiosidad. Conviví con los franciscanos que investigan las visiones desde hace 25 años y que dicen ver a la Virgen cada día. Yo no vi nada, pero sí vi cómo rezaba la gente, sobre todo la gente joven», asegura. «Me deslumbró ver a personas del mundo entero orando de verdad y con una fe enorme. Ver así a los jóvenes me cambió los esquemas». Y a partir de ese momento decidió poner su pluma al servicio de Dios. «No soy yo quien elige los temas de mis libros. Soy una persona de oración y es en la oración donde surgen las ideas. No es que Dios me hable, pero sí noto que algunas historias pueden hacer mucho bien», sostiene.


Por eso no es extraño que defina sus libros como «un instrumento al servicio de la fe». «Siento un placer infinito cuando la gente me dice que un libro mío les ha ayudado a creer», comenta. «Siempre hablo con Dios antes de escribir. Le digo que, o me ayuda Él, o a quién voy a ayudar yo. Entonces es Él quien se encarga de que surjan las ideas. Sé que cuando escribo algo que llega a la gente, el Señor está detrás».
Valor y alegría

En todo caso, María Vallejo-Nágera es una mujer con los pies en la tierra. Lejos de tener una visión simplista de la Iglesia, la escritora reconoce que «estamos en un momento muy difícil para vivir nuestra fe. Los católicos tenemos que ser más valientes que nunca y dar ejemplo de paz, perseverancia y valor. Las personas que critican a la Iglesia olvidan el papel del sacerdocio misionero y la labor social de la Iglesia y debemos recordárselo». «Tenemos que vivir la fe con alegría, ser más cercanos y tener más frescura», asevera. Eso sí, en sus palabras no se encuentra ni sombra de los tópicos anticlericales más frecuentes: «Creo que el Papa lo está haciendo muy bien, lo considero mi gran pastor. He aprendido a valorar lo sabia que es la Iglesia, porque nos lleva 2000 años de ventaja».

Y es que María Vallejo-Nágera es una persona sin dobleces. Tan clara y concisa como su propio estilo literario. Como ella misma reconoce, «mi público no son personas de gran nivel. Intento escribir para la gente sencilla, en especial para los estratos más bajos». ¿La razón? Simple: «Son ellos quienes más necesitan conocer la alegría de Cristo».

Signo del amor de Dios

La Razón / David Amado

«Supe que tenía que casarme con ella cuando me preguntó si su vestido combinaba con el chaleco salvavidas del avión». Enseguida me di cuenta de que el argumento no admitía réplica y que Ernesto había acertado. Es lo que tiene el matrimonio: preocupación por minucias pero certeza sobre lo esencial. Llegará un momento en que se aprovechará el banquete de boda para comerse a los novios. Hasta que eso pase hay que reconocer que si se hace fiesta es porque sucede algo bonito.

El amor de un hombre y una mujer que se unen no justifica la felicidad que se irradia a su alrededor. Hay algo más, que tiene el poder de un signo. Me di cuenta el otro día, de nuevo, en el matrimonio de Cristina y Álex. Me preocupa la gran cantidad de libros que hablan de salvar la pareja. El recetario se hace infinito, y tanto antibiótico acaba por dejarnos sin defensas. No entro en los artículos que publican algunas revistas que no son más que terrorismo sentimental, auténticas barrenadas en plena línea de flotación.

Cuando alguna pareja me pregunta qué deben leer les indico la cartelera de los cines. Intelectualizar el matrimonio hace daño y con eso no digo que no se hayan escrito cosas muy interesantes. A mí me entusiasma la novela «Los novios» de Alejandro Manzoni. Sirva o no como cursillo prematrimonial, lo cierto es que desborda sentido común y apertura a lo sobrenatural. Mi amigo Luis les aconseja que vean juntos la película «El hombre tranquilo». Si ella se ríe pueden seguir adelante.

El matrimonio es un signo del amor de Dios a los hombres, es algo tremendo lo que Dios hace con los esposos cuando ellos, libremente, se entregan el uno al otro. Toma su consentimiento y lo eleva a signo de sí mismo y de su amor. Quizás también por ello tantos ya no quieran verlo y hasta lo repudien. Porque bajo aquella humanidad herida, de dos personas que se saben débiles pero se aman, resplandece un amor más grande que nos interpela a todos nosotros. El matrimonio tiene el gusto de lo incorruptible y definitivo: hace entrar en el mundo una palabra que no duda ni se quiebra: «Hasta que la muerte los separe». Él dice: «Te quiero», y lo mismo responde ella. Saben que, con Dios, lo podrán todo.

Desde el perdón

La Razón / Álex Navajas - 24.10.06


Nuestro presidente del Gobierno nos ha pedido que hagamos memoria histórica. Pues vamos a ello. El historiador Vicente Cárcel, en su libro «La gran persecución» (editorial Planeta+Testimonio), refiere que Diego Ventaja, obispo de Almería, y Manuel Medina, el de Guadix, fueron conducidos en la noche del 29 de agosto de aquel fatídico 1936 al Barranco del Chisme, en Almería, donde fueron fusilados. Sus cuerpos inertes fueron rociados con gasolina y quemados. Los restos permanecieron varios días bajo el sol abrasador, hasta que alguien se atrevió a enterrarlos.

Florentino Asensio era el administrador apostólico de Barbastro. Dos días después del inicio de la contienda, fue arrestado, golpeado y apaleado. «Pero después tuvo que sufrir una tortura todavía más primitiva y horrible, que tiene sus raíces en el canibalismo», explica Cárcel. Entre risotadas, los milicianos le cortaron los testículos. Después tuvo que andar hasta el cementerio, donde fue fusilado. A pesar del disparo, no murió, y la agonía se prolongó despiadadamente. Llegaron a arrancarle los dientes de oro. Todo esto ocurrió antes de que falleciese.

En la iglesia barcelonesa de las salesas, algunos descerebrados abrieron los ataúdes y desparramaron los cadáveres momificados por el suelo.

En Madrid, la religiosa Rita Dolores Pujalte fue arrestada el 20 de julio de 1936. Tenía 83 años, era diabética y estaba casi ciega, pero eso no arredró a sus verdugos. Apenas pudo bajar del camión que la llevó a la muerte. Nada más poner sus pies en el suelo, fue acribillada a balazos.

Monseñor Cruz Laplana fue llevado ante un pelotón de fusilamiento. Al levantar la mano para bendecir a sus asesinos y tras pronunciar las palabras «Yo os perdono y desde el cielo rogaré por vosotros», una bala le atravesó la palma y se le incrustó en la sien. Murió en el acto. Esto es lo grandioso de los cerca de 8.000 mártires católicos que dejó la Guerra Civil: que murieron perdonando. Si ellos perdonaron, nosotros no podemos más que hacer lo mismo. Ésa es, señor presidente, nuestra forma de hacer memoria histórica: desde el perdón.

Las chicas que buscan una celda


Así describe el cotidiano italiano Avvenire del 15.10.06 el creciente número de vocaciones a la vida religiosa, concretamente a la vida contemplativa, no obstante la crisis general de los institutos. Dios sigue llamando.

En el Viejo Continente muchas chicas han dejado todo para ir en busca no de una celda, sino de una persona: Cristo.


Él las ha invitado, cautivado, y ellas, por amor, le han respondido con un sí generoso.


Tan sólo en Italia han habido 9 nuevas fundaciones y se han registrado 300 vocaciones más que el año pasado.

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