miércoles, 10 de noviembre de 2010

San Agustín - Réplica a Maximino, obispo arriano

San Agustín - Réplica a Maximino, obispo arrianoRéplica a Maximino, obispo arriano
Traductores: PP. José María Ozaeta, OSA y Teodoro C. Madrid , OAR
Libro primero

Sobre los dos dioses

1. A lo que afirmaste acerca de los dos dioses, responderé con tus mismas palabras. Dijiste que vosotros adoráis a un solo Dios. A esto dije: "Por consiguiente, o no adoráis a Cristo o no adoráis a un solo Dios, sino a dos". Intentaste responder a mi deducción hablando en demasía y sosteniendo que también adoráis a Cristo Dios. Y aunque no negaste que adoráis a dos dioses, tampoco te atreviste a confesarlo. Te percataste que los oídos de los cristianos no podían soportar el tener que escuchar que hay que adorar a dos dioses. ¡Oh cuán en breve te corregirías si temieras creer lo que temes decir!

Pues, como proclama el Apóstol: Con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación. Si piensas que para la consecución de la justicia pertenece lo que crees, ¿por qué no reconoces que para la salvación se necesita la confesión oral? Porque si se admite que para la salvación no es preciso adorar a dos dioses, sin duda alguna tampoco será necesario creerlo para conseguir la justicia. Luego tú, que no quieres condenar a tu boca con semejante confesión, ¿por qué no cambias tu corazón, apartándole de tal creencia? Sostén con la Católica que el Padre no es el Hijo y que el Hijo no es el Padre; que Dios es Padre y que Dios es Hijo; y, sin embargo, ambos simultáneamente no son dos dioses, sino uno. Sólo de este modo podrás adorar al Padre y al Hijo.

Y no digas que los adoras como a dos dioses, y no como a uno, no sea que tu conciencia se sienta herida por el delito de impiedad, cuando suenen en tus oídos los dichos divinos: No hay más que un único Dios 1; Escucha, Israel: el Señor, tu Dios, es un único Señor 2; y cuando oigas: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo servirás 3. Puedes estar seguro que no sólo al Padre, sino también al Hijo se debe dar el culto, que únicamente se tributa al único Dios. Recuerda, pues, que no respondiste a lo que te objeté, a saber: que vosotros no adoráis a un solo Dios, sino a dos.

Sobre los contagios humanos

2. En segundo lugar traté contigo de aquellas palabras tuyas que decían: "Dios Padre no descendió a los contagios humanos". Según esto, Cristo, al asumir la carne, se vio afectado por ellos. Te advertí en qué sentido se suele entender el término "contagio"; es decir, en relación con algún vicio. Y sabemos que Cristo estuvo inmune de toda clase de vicios. Tampoco a esto pudiste responder. Pues los divinos testimonios que citaste no te sirvieron para tu propósito, ya que no pudiste probar que Cristo estuvo contaminado con el contagio humano.

Adujiste el texto del Apóstol: Porque Cristo, no siendo pecador, se hizo pecado por nosotros. Léelo con más atención. Y no sea que tuvieras entre las manos un códice equivocado o el intérprete latino hubiera errado, recurre al griego, y en esa lengua comprobarás que Cristo no se hizo pecado por nosotros, sino que Dios Padre hizo pecado al mismo Cristo, esto es, le hizo sacrificio por el pecado. Pues dice el Apóstol: Os suplicamos en nombre de Cristo, reconciliaos con Dios; a quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros 4. Porque no se hizo él mismo pecado, sino Dios le hizo pecado por nosotros, a saber, y como ya dije, le hizo sacrificio por el pecado. Pues si recuerdas o repasas, encontrarás en los libros del Antiguo Testamento que se llaman pecados los sacrificios por los pecados.

También la semejanza de la carne de pecado, en la que vino a nosotros, se denomina pecado: Envió Dios a su Hijo en la semejanza de la carne de pecado, y del pecado condenó el pecado en la carne 5; es decir, de la semejanza de la carne de pecado, que era la suya, condenó el pecado en la carne de pecado, que es la nuestra. Por esto, también se dice de él: Porque lo que murió al pecado, murió una sola vez; mas lo que vive, vive para Dios 6. Pues murió una sola vez al pecado, porque murió a la semejanza de la carne de pecado, cuando al morir se despojó de la carne; significando por este misterio que los que son bautizados en su muerte, mueren al pecado para vivir para Dios.

Del mismo modo, por la carne se hizo en favor nuestro objeto de maldición 7, pues, colgado en un palo, la muerte, que venía por una maldición de Dios, fue clavada en la cruz. Así, nuestro hombre viejo fue con él crucificado 8, para que no se entienda equivocadamente aquel dicho de la Ley: Maldito todo el que está colgado de un madero 9. ¿Qué quiere decir maldito sino que eres tierra y volverás a la tierra? 10 ¿Y qué significa todo sino que también el mismo Cristo, siendo la vida, padeció una verdadera muerte, no fingida? Si entendiereis estos misterios, también entenderíais que no son contagios. Pero ¿qué nos importa si, según tu modo de hablar, acaso quisiste llamar contagio al contacto con los mortales, mientras que admitas con nosotros que el Señor Jesús no tuvo pasado ni en el espíritu ni en la carne?

Sobre el Dios invisible

3. En tercer lugar, tratando del Dios invisible, te exhorté a que creyeras que era invisible, no sólo el Padre, sino también el Hijo, según la divinidad, no según la carne, en la cual ¿quién negará que apareció visible a los mortales? Más adelante discutí de esto en otro lugar. Pero tú, sometiéndote a la verdad evidente, consentiste en afirmar que el Hijo es invisible y, en consecuencia, rechazaste lo que habías afirmado, esto es, que "el único invisible es el Padre".

Pero después asustado por tu concesión, según la cual el Hijo es también invisible, te atreviste a decir que lo menor es visto por lo mayor, mientras que lo mayor no puede ser visto por lo menor. Así, los ángeles son vistos por los arcángeles, las almas son vistas por los ángeles, pero los ángeles no son vistos por las almas. De aquí deduces que Cristo, según la sustancia de su divinidad, no es visto ni por los hombres ni por las virtudes celestes. Y por eso sostuviste que sólo el Padre es invisible, puesto que no hay otro ser superior que le pueda escrutar. Dinos, te lo ruego, ¿cuándo te indicaron los arcángeles que ellos ven a los ángeles y que no son vistos por éstos? ¿Conociste, por revelación de los ángeles, que ellos ven a las almas y éstas no les ven? ¿De quién oíste esto? ¿En dónde lo aprendiste? ¿En dónde lo leíste? ¿Por ventura no sería preferible que concentraras tu atención en los Libros Divinos, pues en ellos leemos que los ángeles fueron vistos por los hombres cuando quisieron y como quisieron ser vistos, ordenándolo y permitiéndolo el Creador de todos?

Sin embargo, tú, que afirmaste que "sólo el Padre" podía ser llamado "invisible, porque no tenía otro ser superior que le escrutase", después confesaste que es visible al Hijo, aduciendo contra ti mismo el testimonio evangélico, en el que el Hijo dice: No porque al Padre le haya visto alguien, sino el que es de Dios, ése ha visto al Padre 11. Aquí se ve clarísimamente que la verdad te vence; pero tú no quieres ser librado del error, no quisiste ser vencido saludablemente. Pues, citando contra ti mismo el testimonio evangélico, según el cual aparece claro que el Padre es visto por el Hijo, ya que el mismo Hijo lo dice: El que es de Dios, ése ve al Padre, después, añadiste de tu propia cosecha: "Pero vio al incomprensible".

Entre tanto te perdió lo que habías dicho, a saber: que sólo el Padre es invisible, pues no tiene otro ser superior; pero, vencido por la verdad, confesaste que el Padre es visto por un inferior. Pues sostuviste, obligado por el testimonio del Hijo, que vosotros afirmáis que el Hijo es inferior al Padre, y sin embargo le ve.

Más adelante hablaremos del incomprensible para que también entonces la verdad te venza. De todos modos, la cuestión que se ventilaba entre nosotros no era sobre el comprensible e incomprensible, sino sobre el visible e invisible. Y en esta cuestión te verás vencido, si reconoces que tú mismo eres visible para ti.

Sobre el Dios inmortal

4. En cuarto lugar traté contigo de la inmortalidad de Dios, aplicada también al Hijo. Porque tú querías que aquello que dice el Apóstol: El cual solo tiene la inmortalidad 12, se entendiera como si únicamente del Padre hubiera sido dicho; cuando Pablo no dijo esto del Padre, sino de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Demostré, consecuentemente, que también el Hijo tiene la inmortalidad según la sustancia de su divinidad; pues, según la carne, ¿quién negará que fue mortal? Pero tú, queriendo responderme a este lugar, te viste obligado por la evidencia a confesar que también Dios Hijo tiene la inmortalidad. Así fuiste vencido por lo mismo que sostenías: que el Apóstol tan sólo atribuía al Padre la inmortalidad.

Sin embargo, tampoco conseguiste romper los vínculos de la verdad al decir que "el Hijo tiene ciertamente la inmortalidad, pero recibida del Padre". No se trataba de dónde la tenía, sino si la tenía. Tú quieres que se entienda únicamente del Padre lo que está escrito: solo él tiene la inmortalidad 13. El Padre tiene la inmortalidad sin recibirla de otro; también el Hijo tiene la inmortalidad, pero recibida del Padre. Sin embargo, tanto el Padre como el Hijo tienen la inmortalidad. Por lo demás, si el Hijo no la tuviere, sería o porque el Padre no se la hubiera dado, o porque el Hijo, una vez recibida, la hubiera perdido. Pero el Padre se la dio y el Hijo no la perdió. El Padre no perdió al dar lo que dio, engendrando. Por tanto, el Padre y el Hijo tienen la inmortalidad; ésta no es exclusiva del Padre. Así, te viste en la necesidad de confesar que no sólo se había dicho del Padre: El cual solo tiene la inmortalidad, pues ya te habías visto obligado a reconocer que también el Hijo tenía la inmortalidad. La inmortalidad únicamente la tiene Dios, que no sólo es el Padre, sino que también el Hijo y el Espíritu Santo de ambos son un solo Dios.

Pero por qué de solo Dios se diga que tiene la inmortalidad, siendo así que el alma, a su modo, es inmortal, lo mismo que otras criaturas espirituales y celestes, esto lo veremos más tarde. Ahora nos basta saber que a lo que te dije fuiste incapaz de responder y no te quedó más remedio que confesar que no sólo el Padre tiene la inmortalidad, sino también el Hijo, aunque la haya recibido del Padre.

En qué sentido el Padre es mayor

5. En quinto lugar mostré por qué el Padre es mayor que el Hijo. No porque, en cuanto Dios, sea mayor, pues el Hijo es coeterno a él, sino porque el Hijo se hizo hombre en el tiempo. Con ese motivo cité el testimonio apostólico: Porque, siendo de condición divina, no consideró usurpación el ser igual a Dios 14. En efecto, era igual a Dios por naturaleza, no por usurpación. A esto respondiste: "¿Quién negará que el Hijo existe en la forma de Dios? Creo que ya he expuesto por extenso que el Hijo es Dios, que es Señor, que es Rey. Y que no juzgó usurpación el ser igual a Dios nos lo enseña Pablo, y nosotros no decimos que lo usurpara". Tus palabras no demuestran nada en contra de nuestra tesis; es más, parece que están a favor nuestro. Pues si confiesas que el Hijo tiene la forma de Dios, ¿por qué no confiesas sin tapujos al Hijo de Dios igual a Dios? Sobre todo teniendo en cuenta las palabras del Apóstol: No consideró usurpación el ser igual a Dios. Te fue imposible encontrar respuesta a favor de tu interpretación. Y puesto que no pudiste negar que el Apóstol enseñase esto, por eso dijiste que "tampoco nosotros decimos que él lo usurpara"; como si fuera lo mismo no usurpó la igualdad con Dios que no la tuvo, Y así, se dijo: No consideró usurpación el ser igual a Dios, esto es, no consideró que la igualdad con Dios tenía que usurparla, porque carecía de ella. Porque el que se apodera de lo ajeno es un usurpador. Como si el Hijo, pudiendo, no quisiese usurpar la igualdad con Dios. Ya ves cuánta necedad aflora aquí. Luego entiende por qué el Apóstol dijo: No consideró usurpación el ser igual a Dios, pues no consideró que le fuera ajeno ser lo que le pertenecía por nacimiento.

Sin embargo, y aunque consideró que la igualdad con Dios no le era ajena, sino propia, se humilló 15, no buscando su interés, sino nuestro bien. Sabiendo tú que esto es así, presta atención cómo llega el Apóstol a esta enseñanza. Pues cuando mandó a los cristianos la humildad de la caridad: Considerad los unos a los otros como superiores, buscando cada cual no sus ventajas, sino las de los otros; a continuación dijo, para exhortarles con el ejemplo de Cristo a no buscar o procurar lo propio, sino lo de los demás: Cada uno de vosotros tenga los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, pues le era propia, no consideró usurpación, es decir, no consideró que le era ajeno el ser igual a Dios. Pero, buscando nuestro bien y no el suyo, se humilló, no perdiendo la forma de Dios, sino tomando la forma de siervo 16. Pues la naturaleza divina no es mudable, para que pudiera rebajarse perdiendo lo que era, sino que asumió lo que no era; tampoco disipó lo que le era propio, sino que tomó lo nuestro.

Por fin, tomando la forma de siervo, en cuanto hombre se hizo obediente hasta la muerte de cruz. Por lo cual, Dios le exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre 17, etc. Esto se lo concedió al hombre, no a Dios. Porque, existiendo en la forma de Dios, era excelso, y ante él debía doblarse toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos. Sin embargo, cuando se dice: Por lo cual, Dios le exaltó, aparece suficientemente claro por qué le exaltó: por su obediencia hasta la muerte de cruz. Luego fue crucificado en la forma de siervo y en la misma fue exaltado, recibiendo el nombre que está sobre todo nombre, para que, con la misma forma de siervo, sea llamado Hijo Unigénito de Dios. Así, pues, no hagas a la forma de Dios desigual a Dios. Ni siquiera entre los hombres puede afirmarse esto, porque, cuando se dice, este hombre existe en la forma de aquel otro, todos entienden que son iguales.

Acaso no quieres que interpretemos lo dicho: Existiendo en la forma de Dios, de modo que en la forma de Dios Padre se entienda al Hijo, cuando sólo se pretende establecer la igualdad de ambos; en cambio, pensarías que en la forma de Dios se había de entender su propia forma, ya que también es con toda certeza Dios. No me preocupa gran cosa si prefieres esta interpretación. Porque el crecimiento en edad no le proporciona la plenitud de la forma, sino que, por generación divina, ha nacido Hijo perfecto. No cabe la menor duda de que si la forma del Hijo no es igual a la forma del Padre, no es verdadero Hijo. Así está escrito: Para que seamos en el verdadero Hijo suyo, Jesucristo 18. Pues la forma del verdadero Hijo no puede ser desigual a la forma de Dios Padre. En consecuencia, tampoco a este punto de mi exposición, en el que corroboré con las palabras del Apóstol la igualdad del Hijo y del Padre, pudiste responder algo en favor de vuestro intento.

Sobre los verdaderos hijos d los animales

6. En sexto lugar, a fin de manifestarte que el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre, objeté contra vuestro absurdo error, recurriendo también al parto de los animales, para así acusar a vuestro espíritu, ya que negáis que Dios Hijo sea de la misma naturaleza que el Padre, aunque no neguéis que sea verdadero Hijo. Como el mismo Dios concedió a los animales que pudieran engendrar seres iguales a ellos, por eso llamé hijo no sólo al hombre nacido de otro hombre, sino también al perro engendrado por otro perro. Esto no lo afirmé por equiparación a la generación divina, sino para confusión de los que rebajan al Hijo de Dios. Estos, viendo que las naturalezas corruptibles y mortales tienen la unidad de naturaleza con sus padres, sin embargo no quieren admitir que el Hijo tiene en común con el Padre la misma naturaleza, pues es inseparable del Padre, e incorruptible y eterno con el Padre.

Por eso, también dije que, según vuestro sentir, la condición humana era mejor, pues puede crecer, y creciendo, los hijos pueden llegar a la perfección de sus padres. Pero el Hijo de Dios, conforme decís y enseñáis, es engendrado menor que el Padre y así permanecerá, de modo que no le es posible llegar a la forma del Padre, no le es posible crecer. A lo dicho, para que se vea el inmenso peso de la verdad que te oprime, no pudiste responder absolutamente nada, sino que como aquel que anhela el aliento por carecer de él, juzgaste que yo debía ser amonestado, diciendo que tan baja comparación, esto es, la del hijo de un hombre y la de un perro, no debía ser aplicada a tan excelsa inmensidad.

¿A esto se llama responder o, mejor, manifestar la carencia de respuesta? Como si yo hubiera propuesto estos ejemplos de las naturalezas terrenas, para igualar la corrupción a la incorrupción, la mortalidad a la inmortalidad, lo visible a lo invisible, lo temporal a lo eterno; y no, principalmente, para que vosotros, que erráis en las cosas grandes y sublimes, os convenzáis por medio de las cosas pequeñas e íntimas, pues no os parece bien que el Creador sumamente bueno concediera también a las criaturas últimas y despreciables, que distan abismalmente de lo que él es, el poder engendrar lo que ellas son.

Ni os fijáis en la infamia que sostenéis, pues como los hombres y los perros y otros seres parecidos tengan verdaderos hijos, a los que ellos, engendrando, la verdad ha creado, no admitís que el verdadero Hijo de Dios sea la misma verdad. Porque si, obligados por la Sagrada Escritura, concedéis que sea verdadero Hijo, os rogamos que no permitáis que sea un degenerado. ¿Cómo sería un degenerado? Escuchen los católicos de qué tienen que avergonzarse los herejes. Al hijo de un hombre robusto, si carece de fortaleza, se le llama degenerado, y, sin embargo, es hombre, lo mismo que su padre; y aunque tenga un modo de vida desemejante a su padre, no tiene una sustancia distinta de él. Pero vosotros queréis que el Hijo Unigénito de Dios sea de tal modo un degenerado, que le negáis la misma sustancia de su Padre. Alardeáis de que nació menor y permanece menor; no le concedéis edad alguna para que pueda crecer, no le dais la misma forma por la que pueda ser igual al Padre. Quitáis tanto de su naturaleza que me admiro con qué cara podéis llamarle verdadero Hijo, a no ser que penséis, conforme a vuestro miserabilísimo error, que sólo se puede llegar a la gloria del único Padre por la afrenta del único Hijo.

Sobre la grandeza del Hijo

7. En séptimo lugar dije: "Hasta tal punto reconocemos al Hijo gran Dios, que le proclamamos igual al Padre. Así, sin razón alguna, quisiste probarnos con testimonios y mucha palabrería lo que nosotros confesamos con energía". A estas palabras mías añadí una exposición, en la que daba razón de por qué el Hijo, que es igual al Padre, sin embargo le llama Dios suyo. En este sentido dice: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios 19. Pues recordaste este testimonio evangélico, pensando que con él probabas que el Hijo no era igual al Padre. Yo, en respuesta a tu interpretación, dije que el Padre es Dios Unigénito, en cuanto que éste se hizo hombre y nació de una mujer. Y esto responde a lo que dice el salmo, que predijo lo que acontecería en el futuro: Tú eres mi Dios desde el vientre de mi madre 20; en donde se manifiesta que el Padre es su Dios, ya que el Hijo se hizo hombre. Porque como hombre nació del seno de una madre y en cuanto Dios hecho hombre nació de una virgen para que no sólo fuera Padre suyo el que le había engendrado de sí mismo, sino que también fuera su Dios el que le había creado hombre del seno de una madre. Queriendo responder a esto, hablaste mucho y adujiste muchos testimonios, que en nada te favorecían. Pues de ningún modo pudiste descubrir por qué se dijo: Tú eres mi Dios desde el vientre de mi madre, aunque recordaste las mismas palabras de la Sagrada Escritura.

Por qué citaste en el mismo lugar el testimonio de otro salmo, a saber: Contigo el principado en el día de tu poder, en los esplendores de los santos, te engendré del seno antes de la aurora 21, en absoluto lo veo, pues no es la persona del Hijo la que dice desde tu seno o desde tu vientre tú eres mi Dios. Si a aquella divina generación también se la puede designar con la expresión "desde el seno del Padre", esto significa que Dios engendró a Dios de sí mismo, es decir, de su propia sustancia: como cuando nació del seno de su madre el hombre engendró al hombre.

Así, podemos entender que en ambas generaciones no son distintas las sustancias del que nació y de los que lo engendraron. Ciertamente es distinta la sustancia de Dios Padre y del hombre-madre; pero no es diversa la sustancia de Dios Padre y de Dios Hijo, como no es diversa la sustancia del hombre-madre y del hombre-hijo. De todos modos escucha lo que dice este Hijo en la profecía: Tú eres mi Dios desde el vientre de mi madre 22. No pretendas oscurecer con muchas palabras innecesarias para el tema lo que está más que claro. El que, desde su seno, es Padre del Hijo, es su Dios desde el vientre de una madre y no desde el suyo. En absoluto pudiste responder a esto.

Sobre la sujeción del Hijo

8. En octavo lugar te contesté a lo de la sujeción por la que el Hijo está sometido al Padre. Pues dijiste: "Con su sometimiento indica la existencia de un solo Dios". Te respondí que puede entenderse correctamente que el Hijo, en cuanto hombre, esté sujeto al Padre. No hay por qué admirarse de esto, puesto que se lee con toda claridad que, según la forma de siervo, estuvo sujeto a sus padres. También de él estaba escrito: Le hiciste algo inferior a los ángeles 23. A todo esto tú, como si intentaras dar una respuesta, dijiste que me había expresado muy bien, pues, en la forma de siervo, también estuvo sujeto a sus padres. Después, como queriendo inclinar a tu favor lo que veías que estaba en contra tuya, y así poder engañar a los incautos y a las personas poco atentas que esto leyeren; como si te obligara a responder, cuando nada tenías que decir, añadiste: "Si se presenta sometido a sus padres, que los había creado, ya que todo fue creado por él, porque no conocemos al Hijo engendrado por el Padre después de los tiempos, sino antes de los tiempos: si, pues", repites, "estuvo sometido a sus padres, conforme a la autoridad de la Sagrada Escritura, que lo proclama con la máxima claridad, ¿cuánto más estará sometido a su Padre, que le engendró tan grande y de tanta categoría?" Así lo dice Pablo: Cuando todas las cosas estuvieren sometidas al Hijo, entonces el mismo Hijo también estará sometido a aquel que le sometió todas las cosas 24. Estas palabras tuyas puede parecer que fueron dichas por mí, y sin duda me serian atribuidas si no fuera porque los presentes las oyeron cuando las pronunciaste, y luego, al leerlas, aparece con claridad que tú las dijiste. Pues ¿quién creerá que podéis consentir con nosotros en afirmar que Cristo estuvo sujeto al Padre según la forma de siervo, pero no según la forma de Dios?

Si el Espíritu Santo adora al Padre

9. En noveno lugar pretendíamos que nos mostraras por las Sagradas Escrituras, si eras capaz de ello, si el Espíritu Santo adora al Padre. Pues esto afirmaste. Pero como tu misma exposición, a la que respondí, lo indica suficientemente, no lo probaste. Ve, por tanto, qué respondiste a mi pregunta con tu posterior explanación. Porque dijiste cuanto quisiste sobre el juicio del Hijo, lo cual nosotros creemos fielmente, y sobre su sujeción, que no negamos que, según la forma de siervo, el Hijo debe al Padre.

Después pasaste a probar que el Padre es adorado por el Espíritu Santo, recurriendo a aquellos gemidos, sobre los que ya te había respondido según el uso de las Sagradas Escrituras, en las que se dice: Y el mismo Espíritu ruega con gemidos inenarrables 25. No vayamos a creer que el Espíritu Santo nunca puede existir sin gemir, pues no se encuentra ningún día, ninguna hora, ningún instante, en que los santos no dirijan oraciones a Dios en todas partes, unos aquí y otros en aquel lugar. Ahora bien: como no hay tiempo sin que los santos oren, puesto que tanto de día como de noche no faltan ciertamente los que oran movidos por el deseo santo, mientras otros comen y beben, otros hacen otra cosa y otros duermen; así sucedería que el Espíritu Santo, que en todas partes asiste a todos, no podría por un breve rato dejar de gemir, lo cual es la máxima miseria, ya que cualquier persona que desee orar le obligaría a gemir. A no ser que rogar con gemidos inenarrables se entienda como yo lo dije, a saber: que el Espíritu Santo hace rogar a los santos con gemidos de deseos santos, pues él infunde el pío afecto de la gracia espiritual.

Pero como expliqué que se dan semejantes modos de expresarse, cuando por la causa eficiente se significa el efecto producido, por ejemplo, cuando llamamos al frío perezoso, porque nos vuelve perezosos, y al día triste o alegre, porque nos hace estar tristes o alegres. También recordé lo que nos enseñan las Sagradas Escrituras. Así, dice Dios a Abrahán: Ahora conozco 26, que no es otra cosa sino decir: "Ahora hago que conozcas". Pues no se puede admitir que entonces conociese, cuando lo que antes de ser hecho jamás pudo ignorarlo. Respecto a estos modos de hablar, que tomé de la Palabra Divina, no encontraste otra posible interpretación. Por eso, de ningún modo debiste recurrir de nuevo a los gemidos. Pues nadie siente así del Espíritu Santo, sino los carnales, pero no los que entienden según el espíritu.

Y aunque se te concediera lo que tú sientes, esto es, que el Espíritu Santo ruega de esa manera en favor de los santos, has de saber que una cosa es rogar u orar y otra adorar. Todo el que ora, ruega; no todo el que adora, ruega; ni todo el que ruega, adora. Recuerda las costumbres con los reyes: muchas veces son adorados, y no se les pide nada; algunas veces se les pide algo, y no se les adora. Por lo dicho, bajo ningún concepto pudiste demostrar que el Padre es adorado por el Espíritu Santo.

Cómo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios

10. En décimo lugar disputé contigo para que entendieras cómo la Trinidad, de la que decimos que es de una sola sustancia, por aquella inefable unión, es un único Dios. Porque también encontramos diversas sustancias que forman un ser. Así, el espíritu del hombre y el espíritu del Señor, en virtud de la unión del hombre con Dios, forman un solo espíritu, según enseña el Apóstol: El que se une al Señor se hace un solo espíritu con él 27. Respondiendo tú a esto, o mejor, no callando, pretendiste demostrar cómo el Padre y el Hijo sean uno: no por la unidad de la naturaleza, sino por la unidad de la voluntad. Pues acostumbráis decir esto. pero sólo cuando se os objeta con aquel dicho del Señor: Yo y el Padre somos uno 28.

Sin embargo, no quise probar con este texto que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno, lo cual creemos fielmente y con toda certeza, en virtud de la unidad de la sustancia, sino que la misma Trinidad es un único Dios. Porque una cosa es son uno, y otra es un solo Dios. Distingue entre es y son. El Apóstol no dijo: "Los que se unen al Señor son uno", pues entre ellos la sustancia es distinta, sino: El que se une al Señor es un espíritu con él. Ahora bien: si vosotros, cuando de dos se afirma que es uno (en masculino) y que se especifica qué sea ese uno, como dice el Apóstol: es un espíritu, pensáis que es lo mismo que cuando de dos se dice que son uno (en neutro) y no se explica qué sea ese uno, conforme a la afirmación del Salvador: Yo y el Padre somos uno, ¿por qué no decís que el Padre y el Hijo son un solo Dios? ¿Por qué cuando oís: Escucha, Israel: el Señor, tu Dios, es un único Señor 29, pretendéis que se refiera exclusivamente al Padre? Puesto que el Padre es Señor Dios y el Hijo es Señor Dios, ¿por qué para vosotros no son los dos un solo Señor Dios, como para el bienaventurado Apóstol el espíritu del hombre y el Espíritu del Señor son un solo espíritu? ¿Qué aprovecha a vuestra causa que digáis que esto se realiza por la conformidad de la voluntad? Es cierto que se da esa conformidad.

Pero sólo donde hay diversidad de naturalezas, como diversas son las naturalezas del hombre y del Señor, se puede decir: el que se une al Señor, ciertamente por la conformidad de la voluntad, es un espíritu con él. Por consiguiente, si no queréis afirmarlo por la unidad de la sustancia, afirmadlo por la conformidad de la voluntad. Decid alguna vez, decid de algún modo, que el Padre y el Hijo son un único Dios. Sin embargo, no lo decís, no sea que os veáis obligados a confesar lo que nunca quisisteis admitir: que se dijo de los dos, y no sólo del Padre, Escucha, Israel: el Señor, tu Dios, es un único Señor 30.

Y porque no queréis aceptar que el Espíritu Santo sea Dios, tampoco queréis confesarle como Señor. Decid, os lo repito, en qué razón os fundáis para profesar que el Padre y el Hijo son un único Señor Dios, a fin de que, sirviendo al Padre y al Hijo, no sirváis a dos dioses y a dos señores, contra el precepto de Dios, sino a un solo Señor. Sobre esta cuestión ya se ha dicho más que suficiente. Pienso que, cuando leas esto, si depones la rivalidad, no negarás que no pudiste responder nada al texto del Apóstol que cité: El que se une al Señor es un espíritu con él 31.

Sobre el templo del Espíritu Santo

11. En undécimo lugar demostré que el Espíritu Santo es Dios con el testimonio del Apóstol sobre el templo del Espíritu Santo, que somos nosotros: ¿Ignoráis que sois templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros? 32 Y en otro lugar: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, y habéis recibido de Dios? 33 A esto no respondiste absolutamente nada. Pero sí dijiste: "Admito el texto que has presentado: ¿Ignoráis que sois templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros?" Y añadiste: "Dios no habita en un hombre si antes no ha sido santificado y purificado por el Espíritu". De este modo quisiste dar a entender que el Espíritu Santo no debe llamarse Dios, y que nosotros no podemos ser templo suyo, sino de Dios, pues en este sentido se dijo: Sois templo de Dios. Y cuando se añade: El Espíritu de Dios habita en vosotros, es para significar que el Espíritu Santo purifica el templo de Dios, no el suyo; y sólo, una vez limpiado, habitará Dios en ese templo.

Ahora no pretendo exponer los absurdos que se siguen de tu interpretación. Pero sí debo manifestar que, hablando sin parar, nada dijiste sobre el tema. Pues dejaste de lado la cuestión y pasaste a las alabanzas del Espíritu Santo que expusiste copiosamente en contra tuya. Y digo que fueron expuestas en contra tuya, ya que no quieres llamarle Dios, y, sin embargo, te viste obligado con tanta alabanza a confesar su divinidad. Porque afirmaste que es único, que está presente en todas partes, que no falta a nadie para santificarle; que se manifiesta en cualquier parte que alguien quiere ser cristiano y desea rogar a Dios, asistiendo simultáneamente a todos los que han de ser bautizados en Cristo, ya sea en Oriente o en Occidente. Esto también lo decimos nosotros. Pero lejos de nosotros el negar la divinidad al que aplicamos tales y tantas alabanzas. También se demuestra lo mismo con prontitud y facilidad por medio de lo dicho sobre su templo, que somos nosotros mismos, ya que si no fuera nuestro Dios, no podíamos ser su templo.

Tú, para ocultarlo y con tu exposición apartar las mentes de los hombres de la luz de la verdad, no quisiste que se entendiera del Espíritu Santo todo lo que dijiste del templo de Dios. Callaste por completo lo dicho sobre el templo del Espíritu Santo, lo cual había quedado demostrado con toda evidencia. Pues como te citara dos testimonios del apóstol Pablo: uno, ¿No sabéis que sois templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros? 34; y el otro, ¿Ignoráis que vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, que está en vosotros? 35, ¿por qué actuaste tan arteramente que citaste uno: Sois templo de Dios, y omitiste el otro: Vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, que está en vosotros? Te ruego que me expliques por qué hiciste esto. ¿No será porque de ningún modo podías argumentar que quien nos tiene de templo no podía menos de ser Dios? Pues no cabe la menor duda que le reconoceríamos como Dios si la Sagrada Escritura nos ordenara construirle un templo de madera y piedras.

Sobre aquello según lo cual el Padre y el Hijo son uno

12. En duodécimo lugar te advertí que manifestaras, si te era posible, qué autoridad divina dijo que sean uno (en neutro), cuando las sustancias son diversas. Tú, queriendo responder a mi pregunta, no pudiste presentar ningún argumento. Pero te atreviste a afirmar, obligado por enormes agobios, que los apóstoles son uno con el Padre y el Hijo. Esto de ningún modo lo dijo Cristo. Así, pues, fue dicho por ti que el Padre y el Hijo y los apóstoles son uno. Porque Cristo no dijo: "Para que ellos y nosotros seamos uno", sino: Para que sean uno, como también nosotros somos uno.

Voy a citar las mismas palabras del Evangelio. Cristo dijo Padre santo, guarda en tu nombre a los que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. ¿Acaso dijo: "Para que sean uno con nosotros", o: "Que ellos y nosotros seamos uno?" Poco después prosigue: No ruego sólo por ellos, sino por todos los que han de creer en mí por medio de su palabra, para que todos sean uno. Tampoco aquí dijo: "Para que sean uno con nosotros". Luego añadió: Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros. Aquí tampoco dijo: "Que seamos uno", o "Que sean uno con nosotros", sino: Que sean uno en nosotros, para dar a entender que los que son uno por naturaleza, puesto que son hombres, también sean uno en el Padre y en el Hijo, pero no sean uno con el Padre y el Hijo, es decir, no para que éstos y aquéllos sean uno. Aún añade: Para que el mundo crea que tú me enviaste, y yo les di la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad 36.

Habiendo repetido tantas veces: Que sean uno, no dijo en parte alguna: "Para que ellos y nosotros seamos uno", esto es, que sean uno con nosotros, sino que dijo: en nosotros o como nosotros, a saber: ellos en conformidad con su naturaleza y nosotros según la nuestra. Puesto que quería que ellos, que son uno por naturaleza, en cuanto que eran uno fuesen perfectos. Pues no porque dijo: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto 37, quería que ellos, por la unidad de naturaleza, estuvieran unidos a Dios, como si ellos y él tuvieran una e idéntica naturaleza; pero quiere que sean perfectos en su naturaleza, como Dios es perfecto en la suya, aunque ambas sean diversas y no una Porque si no estamos en él, no podemos en modo alguno existir. Y no como en él están todos, porque él contiene todo lo que creó, por lo cual se dijo de él: No se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos 38; sino, como en él están aquellos de quienes se dijo: Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor 39. Asimismo se puede aplicar aquel otro pasaje: El que quiera, que se case, pero sólo en el Señor 40.

No pudiste responder sobre lo que se dijo: "Son uno", de los que tenían no una, sino diversa sustancia; sin embargo, en un lugar oscuro quisiste insinuar que los apóstoles son uno con el Padre y el Hijo: como si los apóstoles, el Padre y el Hijo fuesen uno, cuando es claro que la sustancia de los apóstoles es distinta de la sustancia del Padre y del Hijo. Pero como jamás Cristo empleó las expresiones: "Para que ellos y nosotros seamos uno", o <"Sean uno con nosotros", resulta evidente que no pudiste respondernos y pretendiste engañar.

Sobre el testimonio que el Padre dio del Hijo

13. En decimotercer lugar te advertí que el Padre no es mayor que el Hijo porque diera testimonio de éste. Pues te recordé que también los profetas dieron testimonio de él, y no puedes sostener que ellos fueron mayores que el Hijo. Porque dijiste que Padre dio testimonio del Hijo, lo cual puede ser entendido como si quisieras probar con esto que el que da testimonio de uno es superior a éste. Pero, como en tu ulterior exposición omitiste por completo esto, interpreté tu silencio como si asintieras a mi postura.

Aunque también puede suceder que dijeras que el Padre dio testimonio del Hijo para probar de aquí que el uno y el otro son distintos, y no que el uno sea mayor que el otro. Es un dogma, común a vosotros y a nosotros contra los sabelianos, que uno es el Padre y otro el Hijo, pues el Padre no es el mismo que el Hijo. Los sabelianos enseñan que no son distintos personalmente, sino que el mismo Hijo es el Padre. Pero nosotros sostenemos que el Padre y el Hijo son dos personas distintas, aunque lo que es el Padre por naturaleza también lo es el Hijo.

Sobre el amor del Padre y del Hijo

14. En decimocuarto lugar, a lo que dijiste: "Leo amado y creo que el Padre es el que ama y el Hijo el que es amado", respondí: "De aquí deduces que entre el Padre y el Hijo hay diversidad de naturaleza, porque el Padre ama y el Hijo es amado; como si pudieras negar que el Hijo también ama al Padre". Esto en verdad dije, para que no negarais que los dos poseen una sola naturaleza, cuando afirmaste que uno ama y el otro es amado. En tu respuesta admitiste ciertamente que también el Hijo ama al Padre, pero no quisiste reconocer que también es de la misma naturaleza. Como si el Hijo amara al Padre del mismo modo que la criatura ama a su Creador, y no como el Unigénito ama al que le ha engendrado; pues queréis que el Hijo sea un degenerado por la diversidad de sustancia respecto a su Padre.

Sobre la invisibilidad de la Trinidad

15. En decimoquinto lugar dije, igualmente, que la Trinidad es invisible, y no sólo el Padre. Pero sólo el Hijo, en la forma de siervo, se apareció visiblemente, y por tener dicha forma pudo afirmar: El Padre es mayor que yo 41. Ahora bien: puesto que la divinidad se mostró a los padres, por eso sostuve que esa manifestación se realizó sirviéndose de una criatura, y no por su propia naturaleza, en virtud de la cual la Trinidad es invisible. Y para probarlo cité a Moisés, que le decía a aquel con quien hablaba cara a cara: Si he hallado gracia delante de ti, muéstrate claramente a mí 42; para que entendieras cómo veía a aquél, al cual deseaba ver con mayor claridad. Pues, en verdad, si hubiera visto a Dios en la misma sustancia por la que es Dios, ciertamente no le hubiera rogado que se le manifestara claramente.

También dije que Cristo es creador de lo visible e invisible, para probar que él no es visible en su propia sustancia, ya que por él fueron creadas no sólo las cosas visibles, sino también las invisibles. A esto intentaste responder, pero los que te lean verán que dijiste muchas cosas que no se referían al tema planteado. Tampoco te atreviste a decir nada sobre el caso de Moisés, que hablaba con Dios y, sin embargo, quería que se le manifestara claramente, lo cual resulta absurdo si veía su naturaleza o sustancia. Y aun no dejaste de afirmar que el Hijo es creador de lo invisible y que, antes de asumir la forma de siervo, fue visible en la forma de Dios, pero con anterioridad habías confesado que el Hijo, invisible en la sustancia de su divinidad, pudo ser visto en la forma de siervo.

Sobre el único Dios sabio

16. En decimosexto lugar, porque mantuviste que únicamente del Padre dijo el Apóstol: Al solo Dios sabio 43, yo repliqué: "Luego solo el Padre es Dios, sabio, y no es sabio la misma sabiduría de Dios que es Cristo, del cual dice el Apóstol: Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios" 44. A continuación añadí: "Sólo falta que digáis (¿cómo no os atrevéis?) que es ignorante la sabiduría de Dios". A esto respondiste: "El bienaventurado apóstol Pablo sólo llama sabio al Padre, cuando dice: Al solo Dios sabio. Pero hay que averiguar la razón en virtud de la cual se denomina al Padre el solo sabio, pues Cristo también es sabio".

Luego proseguiste y añadiste cómo confiesas que también Cristo es sabio. Pues, después de trenzar algunas cosas, que no se referían a la cuestión, para de ese modo alargar tu intervención y el tiempo, introdujiste entre tus palabras lo siguiente: Pero solo el Padre es verdaderamente sabio. Como si el Apóstol hubiera dicho, "Al solo Padre sabio", cuando dijo: Al solo Dios sabio. Pues Dios es también el Hijo, lo cual vosotros admitís; y Dios es también el Espíritu Santo, aunque no lo queráis reconocer. Y esta Trinidad es el solo Dios sabio, que jamás pudo ni podrá ser ignorante; y no participa de la sabiduría por gracia, sino que es sabio por la inmovilidad e inmutabilidad de su naturaleza.

Pues si te dijere, oh hombre, que te glorías del nombre cristiano, ¿cómo Cristo es sabio, de forma que no sea verdaderamente sabio?; ¿luego Cristo, que es verdadero Dios, no es verdaderamente sabio? ¿Acaso no te turbarías con estos interrogantes, para responderme de inmediato que Cristo es verdaderamente sabio? ¿Pues qué es lo que dijiste: "el verdaderamente sabio es el Padre?" Seguramente que ya te has dado cuenta adónde llegaste a parar y de qué enorme blasfemia te debes retractar.

Sobre el Dios increado

17. En decimoséptimo lugar disputé contigo sobre el Hijo increado. También éste, y no sólo el Padre, es increado, a saber: no hecho. Pues dijiste que vosotros precisamente proclamáis un solo Dios, porque uno es por encima de todo no nacido, increado. De este modo respondí a tu audacia: "¿Por ventura afirmas que el Padre es increado, de modo que el Hijo, por quien todo fue hecho, sea creado?" Seguidamente añadí "Sabed que el Hijo fue creado, pero en la forma de siervo. Pues en la forma de Dios no puede ser creado, ya que por él todo fue hecho. Si, en consecuencia, él fue hecho, por él no fue creado todo, sino lo restante". A esto tú, con todo lo prolijo de tu exposición, no encontraste nada que replicar, de manera que enmudeciste por completo, como si no hubieras oído nada de este asunto.

Sobre el Padre ingénito

18. En decimoctavo lugar también creí que tenía que discutir contigo sobre el Padre no nacido, esto es, ingénito, pues tú habías hablado de ello. Por eso dije: "No afirmo ciertamente que el Hijo sea ingénito, sino que el Padre es el que engendra y el Hijo el engendrado. Pero el Padre engendró lo que él mismo es, de lo contrario, el Hijo no sería verdadero Hijo, si lo que el Padre es no lo es el Hijo. En este sentido hemos hablado antes de los partos de los animales". Tampoco a esto pudiste decir algo, ya fuera verdadero o falso.

Sobre la igualdad del Espíritu Santo con el Padre

19. En decimonoveno lugar, puesto que me pediste que te demostrara que el Espíritu Santo es igual al Padre, te manifesté "¿Sabes lo que pides? Que te demuestre que el Espíritu Santo es igual al Padre, como si tú hubieras demostrado que el Padre es mayor que el Espíritu Santo. Pudiste demostrar esto del Hijo por la forma de siervo que asumió; pues sabemos que se ha dicho que el Padre es mayor que el Hijo, porque el Hijo existió en la forma de siervo, y aún existe en la forma humana, que elevó al cielo. Por eso se ha dicho de él que también ahora ruega por nosotros 45. Y esta misma forma inmortal será eterna en el reino, por lo cual se dijo: Entonces también el mismo Hijo estará sometido a aquel que le sometió todo 46. Pero en relación al Espíritu, que no asumió criatura alguna en la unidad de su persona, aunque también él se dignó manifestarse visiblemente por medio de las criaturas, ya sea en figura de paloma o en lenguas de fuego, nunca se dijo que el Padre fuese mayor que él; nunca se dijo que el Espíritu Santo adorase al Padre; nunca se dijo que el Espíritu Santo fuese mayor que el Padre". A esto trataste de responder, pero en realidad no lo conseguiste. Pues no pudiste demostrar que en alguna parte se dijera del Padre que era mayor que el Espíritu Santo; como el Hijo, por la forma de siervo, pudo decir: El Padre es mayor que yo 47.

Y habiendo dicho yo que el Espíritu Santo no había asumido criatura alguna en la unidad de su persona, tú, en cambio, sostuviste que el Espíritu Santo se apareció en la paloma o en el fuego, del mismo modo que Cristo se manifestó en el hombre. Como si la paloma y el Espíritu o el fuego y el Espíritu fuesen una persona, a la manera que el Verbo y el hombre son una persona. Porque aquellas figuras, que mostraban de modo visible al Espíritu Santo invisible, fueron pasajeras, para significar por la paloma el amor santo, y por el fuego, la luz y el fervor de la caridad. Y habiendo cumplido su oficio de significar, aquellas figuras corporales desaparecieron, y con posterioridad no se volverían a dar; como la columna de la nube, oscura durante el día y luminosa por la noche.

Por último, nunca se lee que el Espíritu Santo se apareciese más tarde de semejante manera, para que no se pensara que la paloma o la llama de fuego pertenecían a la sustancia del Espíritu Santo, o que la naturaleza de tan grande majestad se había convertido en esos seres visibles, o que el Espíritu Santo los había asumido en la unidad de su persona. Cristo, que no asumió pasajeramente la figura humana, en la que se apareció a los hombres, para luego dejar esa forma, sino que la asumió en la unidad de su persona, permaneciendo en la forma invisible de Dios, tomó la forma visible de hombre. No sólo nació en ella de un hombre-madre, sino que también creció en ella, y comió y bebió y durmió en ella, y fue matado en ella, y resucitó en ella, y ascendió al cielo y está sentado a la derecha del Padre en ella, y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos en ella, y en su reino estará sometido en ella a aquel que le sometió todo.

Expliqué esto, expuesto brevemente en mi respuesta, y que ahora la explayo para ver si así lo entiendes. Pues no quisiste atender ni reflexionar, cayendo en la abominable blasfemia de sostener, ¡qué horror!, que la naturaleza divina de Dios y del Espíritu Santo es transformable y mudable. Pues éstas son tus palabras: "Todo lo que he expuesto sobre la invisibilidad del Dios omnipotente, también tú lo afirmaste con otras palabras y con otra finalidad; a saber, que el Espíritu Santo fue visto en figura de paloma y de fuego; que el Hijo ciertamente fue visto en la forma de hombre. Pero el Padre ni fue visto en figura de paloma ni en la forma de hombre. Ni alguna vez se convirtió en tales formas, ni tampoco podrá convertirse en ellas. Por eso, de él está escrito: Yo soy el que soy, y no cambio" 48. A continuación añadiste: "El Hijo, ya constituido con toda certeza en la forma de Dios, como tú afirmaste, tomó la forma de siervo, que no tomó el Padre; igualmente, el Espíritu Santo tomó la figura de paloma, que no tomó el Padre. Luego has de saber -concluías- que uno es el invisible, y también uno dl incomprensible y el inmenso".

¿Por ventura hubieras dicho esto si hubieras pensado lo que decías según el espíritu y no según la carne? Porque eres un hombre, que lees en las Sagradas Escrituras: Yo soy el que soy, y no cambio. Y como estas palabras se refieren no sólo al Padre, sino a la Trinidad, que es un solo Dios, tú, aplicándolas exclusivamente al Padre, opinas que el Hijo es mudable. ¡Crees que es mudable el Unigénito, por el que todo fue hecho! ¡Crees que es mudable aquel de quien dice el Evangelio: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios; y también: Todo fue hecho por él! 49

Ahora, ¿qué diré sobre el Espíritu Santo, cuando a aquel que confiesas verdadero Hijo de Dios y verdadero Dios crees que es mudable? Esto, ciertamente, no lo creerías si creyeras como católico que la forma de siervo fue asumida por la forma de Dios, y no que la forma de Dios fue cambiada en forma de siervo. Y pensarais, no según la carne, sino según el espíritu, que, asumiendo al hombre visible, permaneció Dios invisible. No desconfiarías rivalizando, sino que lo verías reconociéndolo.

También podrías ver fielmente que el Espíritu Santo, permaneciendo en su naturaleza invisible, de ningún modo se cambió o convirtió en aquellas figuras de fuego o de paloma, sino que, cuando quiso, se manifestó visiblemente, sirviéndose de tales criaturas. De todos modos, recuerda que no pudiste demostrar en contra de mi exposición con testimonios divinos que el Padre sea mayor que el Espíritu Santo y que sea adorado por el Espíritu Santo.

Aunque el Padre sea ingénito, sin embargo el Hijo es igual a Él

20. En vigésimo lugar, porque habías dicho del Hijo: "Si es igual al Padre, ciertamente es idéntico; y si es idéntico, ciertamente es no nacido", te respondí. Pero dices del Hijo, "si es igual, ciertamente es idéntico"; esto es, "porque no es ingénito, no parece que sea idéntico. Podías decir que no fue hombre el engendrado por Adán ya que Adán no fue engendrado, sino creado por Dios. Pero si Adán, no siendo engendrado, pudo engendrar lo que él mismo era, ¿cómo es que no quieres que Dios pueda engendrar a Dios igual a sí mismo?"

No me admira que no encontrases respuesta a esto. Es más, te alabo porque ni siquiera intentaste responder. ¡Ojalá siempre hubieras hecho lo mismo! En ninguna parte de nuestra discusión pudiste hallar algo válido para responderme, y, sin embargo, no quisiste callar prácticamente en ninguna. Pero como en otros lugares te extendías muchísimo, no aportando lo preciso al tema que nos ocupaba y consumiendo el tiempo con tu verborrea, por eso hay que estarte agradecido, pues, cuando veas que no te era posible refutar alguno de mis argumentos, preferiste ignorarlo con un silencio absoluto.

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