viernes, 10 de diciembre de 2010

Conocereis de Verdad | Castidad - 1º pureza recato pudor sexo virtud aprendizaje del dominio de sí

Conocereis de Verdad | Castidad - 1º pureza recato pudor sexo virtud aprendizaje del dominio de sí: "Friday 10 December 2010 | Actualizada : 2010-12-06
Inicio > Valores > Castidad - 1º pureza recato pudor sexo virtud aprendizaje del dominio de sí
» Inicio
» Presentación
» Aborto
» Apologética
» Apologética - 2º
» Biblia
» Ciencia y Fe
» Filosofía
» Filosofía - 2º
» Familia
» Demonio
» Dolor
» Eucaristia
» Islam
» Islam - 2º
» Leyendas Negras
» Leyendas Negras - 2
» Links católicos
» Magisterio
» María
» Mujer
» Patrología
» Revista
» Revista - 2º
» Temas Católicos
» Temas Católicos - 2º
» Turismo religioso
» Valores
» Valores - 2º



only search Conocereis de Verdad





Contacto



Estamos en línea:
10

“La contemplación de la Eucaristía debe animar a todos los miembros de la Iglesia, en primer lugar a los sacerdotes, ministros de la Eucaristía, a reavivar su compromiso de fidelidad. Sobre el misterio eucarístico, celebrado y adorado, se funda el celibato que los presbíteros han recibido como don precioso y signo del amor indiviso hacia Dios y hacia el prójimo”. En la Homilía de la Clausura del Sínodo de los obispos y del Año de la Eucaristía (23.X.2005) el papa Benedicto XVI –P.M. pronunció esas palabras.

+++





Pudor 1.(Del lat. pudor, -ōris).1. m. Honestidad, modestia, recato.



+++



La vocación a la castidad - 2337 La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.

La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don.

La integridad de la persona

2338 La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas en ella. Esta integridad asegura la unidad de la persona; se opone a todo comportamiento que la pueda lesionar. No tolera ni la doble vida ni el doble lenguaje (cf Mt 5, 37).

2339 La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (cf Si 1, 22). ‘La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados’ (GS 17).

2340 El que quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones debe poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la oración. ‘La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos perdido dispersándonos’ (S. Agustín conf. 10, 29; 40).

2341 La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana.

2342 El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo reiterado en todas las edades de la vida (cf tt 2, 1-6). El esfuerzo requerido puede ser más intenso en ciertas épocas, como cuando se forma la personalidad, durante la infancia y la adolescencia.

2343 La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados marcados por la imperfección y, muy a menudo, por el pecado. ‘Pero el hombre, llamado a vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico que se construye día a día con sus opciones numerosas y libres; por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según las diversas etapas de crecimiento’ (FC 34).

2344 La castidad representa una tarea eminentemente personal; implica también un esfuerzo cultural, pues ‘el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad misma están mutuamente condicionados’ (GS 25, 1). La castidad supone el respeto de los derechos de la persona, en particular, el de recibir una información y una educación que respeten las dimensiones morales y espirituales de la vida humana.

2345 La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual (cf Ga 5, 22). El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo (cf 1 Jn 3, 3).

La integridad del don de sí

2346 La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la castidad aparece como una escuela de donación de la persona. El dominio de sí está ordenado al don de sí mismo. La castidad conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios.

2347 La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad. Indica al discípulo cómo seguir e imitar al que nos eligió como sus amigos (cf Jn 15, 15), a quien se dio totalmente a nosotros y nos hace participar de su condición divina. La castidad es promesa de inmortalidad.

La castidad se expresa especialmente en la amistad con el prójimo. Desarrollada entre personas del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad representa un gran bien para todos. Conduce a la comunión espiritual.

Los diversos regímenes de la castidad

2348 Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha ‘revestido de Cristo’ (Ga 3, 27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad.

2349 La castidad ‘debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o celibatarias’ (CDF, decl. 'Persona humana' 11). Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia.

Existen tres formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras. En esto la disciplina de la Iglesia es rica. (S. Ambrosio, vid. 23).

2350 Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad.

Las ofensas a la castidad

2351 La lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión.

2352 Por masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. ‘Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado’. ‘El uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine’. Así, el goce sexual es buscado aquí al margen de ‘la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero’ (CDF, decl. 'Persona humana' 9).

Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que reducen, e incluso anulan la culpabilidad moral.

2353 La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a la generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando hay de por medio corrupción de menores.

2354 La pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o simulados, fuera de la intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico.

2355 La prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, puesto que queda reducida al placer venéreo que se saca de ella. El que paga peca gravemente contra sí mismo: quebranta la castidad a la que lo comprometió su bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6, 15-20). La prostitución constituye una lacra social. Habitualmente afecta a las mujeres, pero también a los hombres, los niños y los adolescentes (en estos dos últimos casos el pecado entraña también un escándalo). Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución, pero la miseria, el chantaje, y la presión social pueden atenuar la imputabilidad de la falta.

2356 La violación es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. Atenta contra la justicia y la caridad. La violación lesiona profundamente el derecho de cada uno al respeto, a la libertad, a la integridad física y moral. Produce un daño grave que puede marcar a la víctima para toda la vida. Es siempre un acto intrínsecamente malo. Más grave todavía es la violación cometida por parte de los padres (cf. incesto) o de educadores con los niños que les están confiados.

Castidad y homosexualidad

2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados’ (CDF, decl. 'Persona humana' 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.

2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.

2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.



+++

Es de suponer que quien se aventura a atacar a la Iglesia y con Ella a Jesucristo, el Amor hecho hombre que la fundó y la diseñó, no tendrá recelo en arremeter contra aquellos que pueden hacer inviable su programa de odio.

¡Rememos mar adentro! Esa es nuestra respuesta como cristianos:

«Duc in altum» (Lc 5,4) dijo Cristo al apóstol Pedro en el Mar de Galilea.



La pureza exige el pudor. Este es parte integrante de la templanza. El pudor preserva la intimidad de la persona. Designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado. Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza proclama. Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas.



El pudor protege el misterio de las personas y de su amor. Invita a la paciencia y a la moderación en la relación amorosa; exige que se cumplan las condiciones del don y del compromiso definitivo del hombre y de la mujer entre sí. El pudor es modestia; inspira la elección de la vestimenta. Mantiene silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana; se convierte en discreción.



Existe un pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda confidencia íntima. El pudor inspira una manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de la moda y a la presión de las ideologías dominantes.



Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual propia al hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal. Educar en el pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona humana.



La pureza cristiana exige una purificación del clima social. Obliga a los medios de comunicación social a una información cuidadosa del respeto y de la discreción. La pureza de corazón libera del erotismo difuso y aparta de los espectáculos que favorecen el exhibicionismo y los sueños indecorosos.



Lo que se llama permisividad de las costumbres se basa en una concepción errónea de la libertad humana; para llegar a su madurez, ésta necesita dejarse educar previamente por la ley moral. Conviene pedir a los responsables de la educación que impartan a la juventud una enseñanza respetuosa de la verdad, de las cualidades del corazón y de la dignidad moral y espiritual del hombre.



‘La buena nueva de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura del hombre caído; combate y elimina los errores y males que brotan de la seducción, siempre amenazadora, del pecado. Purifica y eleva sin cesar las costumbres de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda, consolida, completa y restaura en Cristo, como desde dentro, las bellezas y cualidades espirituales de cada pueblo o edad’ (GS 58, 4).



+++







En la óptica de la redención y en el camino formativo de los adolescentes y de los jóvenes, la virtud de la castidad, que se coloca en el interior de la templanza —virtud cardinal que en el bautismo ha sido elevada y embellecida por la gracia—, no debe entenderse como una actitud represiva, sino, al contrario, como la transparencia y, al mismo tiempo, la custodia de un don, precioso y rico, como el del amor, en vistas al don de sí que se realiza en la vocación específica de cada uno. La castidad es, en suma, aquella « energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena ».2 El Catecismo de la Iglesia Católica describe y, en cierto sentido, define la castidad así: « La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual ».3

5. La formación a la castidad, en el cuadro de la educación del joven a la realización y al don de sí, implica la colaboración prioritaria de los padres también en la formación de otras virtudes como la templanza, la fortaleza, la prudencia. La castidad, como virtud, no subsiste sin la capacidad de renuncia, de sacrificio y de espera.



+++



Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada». Lucas 1,48 Biblia de Jerusalén.



+++

La Iglesia es pura como lo es su cabeza: Cristo

Pecadores son los hombres y en la Iglesia se salvan.



‘Mostradme vuestras obras sin fe y yo os mostraré las obras que realizo porque tengo fe’.



+++



'No todo lo que es nuevo es verdadero, como tampoco lo es todo lo antiguo. La verdad atraviesa lo antiguo y lo nuevo y a ella debemos tender sin prejuicios'.



+++



Que nuestro modelo sea siempre Jesús: sigamos su ejemplo, sus criterios, sus valores.



+++



«Jesús debe ser el centro de nuestros pensamientos, debe ser el argumento de nuestro hablar, y debe ser el modelo de nuestro vivir». Benedicto PP. XVI. Obispo de Roma 29.06.2008



+++



Benedicto XVI, cuando era conocido como Joseph Ratzinger, en la conferencia titulada “¿Por qué permanezco en la Iglesia?” dijo que “Por eso una iglesia, una comunidad que se hiciese a si misma, que estuviese fundada sólo sobre la propia gracia, sería una contrasentido. La fe exige una comunidad que tenga poder y sea superior a mí y no una creación mía ni el instrumento de mis propios deseos”.



+++



Dice C. S. Lewis, en su Mero cristianismo, que “La felicidad que Dios concibe para Sus criaturas más evolucionadas es la felicidad de estar libre y voluntariamente unidas a Él y entre sí en un éxtasis de amor y deleite comparado con el cual el amor más arrobado entre hombre y mujer en este mundo es mera insignificancia, Y para ello deben ser libres”.



+++





La verdadera pureza



I. La verdadera pureza ha de comenzar por el corazón porque de ahí provienen las acciones. Si el corazón está manchado, el hombre entero queda manchado. La impureza no sólo se refiere al desorden de la sensualidad, aunque este desorden –es decir, la lujuria- deje una huella profunda, sino también al deseo inmoderado de bienes materiales, a la actitud que lleva a ver a los demás con malos ojos, con torcida intención, a la envidia, al rencor, a la inclinación egocéntrica de pensar en uno mismo con olvido de los demás, a la abulia interior, causa de ensueños y fantasías que impiden la presencia de Dios y un trabajo intenso. La verdadera pureza de corazón es la que nos permite ver a Dios en medio de nuestra tarea. Él quiere reinar en nuestros afectos, acompañarnos en nuestra actividad, darle un nuevo sentido a todo lo que hacemos.



II. La pureza del alma –castidad y rectitud interior en los afectos y

sentimientos- tiene que ser plenamente amada y buscada con alegría y con empeño, apoyándonos siempre en la gracia de Dios. Esa limpieza interior, condición de todo amor, se va logrando mediante una lucha alegre y constante, prolongada a lo largo de la vida, que se mantiene vigilante con el examen de conciencia diario para no pactar con actitudes y pensamientos que nos alejan de Dios y de los demás; es también el fruto de un gran amor a la Confesión frecuente bien hecha, donde lavamos el corazón y el Señor nos llena de su gracia. Es nuestra tarea, con la ayuda de la gracia, mostrar, con una vida limpia y con la palabra, que la castidad es virtud esencial para todos –hombres, mujeres, jóvenes y adultos-, y que cada uno ha de vivirla de acuerdo con las exigencias del estado al que le llamó el Señor.



III. Esta exigencia de amor ha de llevarnos con fortaleza y el indispensable sentido común, a actuar con sensatez, a evitar las ocasiones de peligro para la salud del alma y para la integridad de la vida espiritual. La castidad ha sido desde siempre una gloria de la Iglesia y una de las manifestaciones más claras de su santidad. Nosotros, cada uno en su estado, pedimos hoy al Señor que nos conceda un corazón bueno y limpio, capaz de comprender a todas las criaturas y de acercarlas a Dios. Y junto a la petición, un deseo eficaz de luchar para que el corazón nunca quede manchado. Nuestra Madre, nos enseñará a ser fuertes si en algún momento fuera más costoso mantener el corazón limpio y lleno de amor a su Hijo.



Fuente: Colección 'Hablar con Dios' por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre



+++







AMOR VERDADERO Y CASTIDAD



16. Tanto el amor virginal como el conyugal, que son, como diremos más adelante, las dos formas en las cuales se realiza la vocación de la persona al amor, requieren para su desarrollo el compromiso de vivir la castidad, de acuerdo con el propio estado de cada uno. La sexualidad —como dice el Catecismo de la Iglesia Católica— « se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer ».1 Es obvio que el crecimiento en el amor, en cuanto implica el don sincero de sí, es ayudado por la disciplina de los sentimientos, de las pasiones y de los afectos, que nos lleva a conseguir el autodominio. Ninguno puede dar aquello que no posee: si la persona no es dueña de sí —por obra de las virtudes y, concretamente, de la castidad— carece de aquel dominio que la torna capaz de darse. La castidad es la energía espiritual que libera el amor del egoísmo y de la agresividad. En la misma medida en que en el hombre se debilita la castidad, su amor se hace progresivamente egoísta, es decir, deseo de placer y no ya don de sí.

La castidad como don de sí

17. La castidad es la afirmación gozosa de quien sabe vivir el don de sí, libre de toda esclavitud egoísta. Esto supone que la persona haya aprendido a descubrir a los otros, a relacionarse con ellos respetando su dignidad en la diversidad. La persona casta no está centrada en sí misma, ni en relaciones egoístas con las otras personas. La castidad torna armónica la personalidad, la hace madurar y la llena de paz interior. La pureza de mente y de cuerpo ayuda a desarrollar el verdadero respeto de sí y al mismo tiempo hace capaces de respetar a los otros, porque ve en ellos personas, que se han de venerar en cuanto creadas a imagen de Dios y, por la gracia, hijos de Dios, recreados en Cristo quien « os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz » (1 Pe 2, 9).

El dominio de sí

18. « La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado ».2 Toda persona sabe, también por experiencia, que la castidad requiere rechazar ciertos pensamientos, palabras y acciones pecaminosas, como recuerda con claridad San Pablo (cf. Rm 1, 18; 6, 12-14; 1 Cor 6, 9-11; 2 Cor 7, 1; Ga 5, 16-23; Ef 4, 17-24; 5, 3-13; Col 3, 5-8; 1 Ts 4, 1-18; 1 Tm 1, 8-11; 4;12). Por esto se requiere una capacidad y una aptitud de dominio de sí que son signo de libertad interior, de responsabilidad hacia sí mismo y hacia los demás y, al mismo tiempo, manifiestan una conciencia de fe; este dominio de sí comporta tanto evitar las ocasiones de provocación e incentivos al pecado, como superar los impulsos instintivos de la propia naturaleza.

19. Cuando la familia ejerce una válida labor de apoyo educativo y estimula el ejercicio de las virtudes, se facilita la educación a la castidad y se eliminan conflictos interiores, aun cuando en ocasiones los jóvenes puedan pasar por situaciones particularmente delicadas.

Para algunos, que se encuentran en ambientes donde se ofende y descredita la castidad, vivir de un modo casto puede exigir una lucha exigente y hasta heroica. De todas maneras, con la gracia de Cristo, que brota de su amor esponsal por la Iglesia, todos pueden vivir castamente aunque se encuentren en circunstancias poco favorables.

El mismo hecho de que todos han sido llamados a la santidad, como recuerda el Concilio Vaticano II, facilita entender que, tanto en el celibato como en el matrimonio, pueden presentarse —incluso, de hecho ocurre a todos, de un modo o de otro, por períodos más o menos largos—, situaciones en las cuales son indispensables actos heroicos de virtud.3 También la vida matrimonial implica, por tanto, un camino gozoso y exigente de santidad.

La castidad conyugal

20. « Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia ».4 Los padres son conscientes de que el mejor presupuesto para educar a los hijos en el amor casto y en la santidad de vida consiste en vivir ellos mismos la castidad conyugal. Esto implica que sean conscientes de que en su amor está presente el amor de Dios y, por tanto, deben vivir la donación sexual en el respeto de Dios y de su designio de amor, con fidelidad, honor y generosidad hacia el cónyuge y hacia la vida que puede surgir de su gesto de amor. Sólo de este modo puede ser expresión de caridad;5 por esto el cristiano está llamado a vivir su entrega en el matrimonio en el marco de su personal relación con Dios, como expresión de su fe y de su amor por Dios, y por tanto con la fidelidad y la generosa fecundidad que distinguen el amor divino.6 Solamente así se responde al amor de Dios y se cumple su voluntad, que los mandamientos nos ayudan a conocer. No hay ningún amor legítimo que no sea también, a su nivel más alto, amor de Dios. Amar al Señor implica responder positivamente a sus mandamientos: « si me amáis, guardaréis mis mandamientos » (Jn 14, 15).7

21. Para vivir la castidad el hombre y la mujer tienen necesidad de la iluminación continua del Espíritu Santo. « En el centro de la espiritualidad conyugal está ... la castidad, no sólo como virtud moral (formada por el amor), sino, a la vez, como virtud vinculada con los dones del Espíritu Santo —ante todo con el respeto de lo que viene de Dios (« donum pietatis »)—. Así, pues, el orden interior de la convivencia conyugal, que permite a las « manifestaciones afectivas » desarrollarse según su justa proporción y significado, es fruto no sólo de la virtud en la que se ejercitan los esposos, sino también de los dones del Espíritu Santo con los que colaboran ».8

Por otra parte, los padres, persuadidos de que su propia castidad y el empeño por testimoniar la santidad en la vida ordinaria constituyen el presupuesto y la condición para su labor educativa, deben considerar cualquier ataque a la virtud y a la castidad de sus hijos como una ofensa a su propia vida de fe y una amenaza de empobrecimiento para su comunión de vida y de gracia (cf. Ef 6, 12).

La educación a la castidad

22. La educación de los hijos a la castidad mira a tres objetivos: a) conservar en la familia un clima positivo de amor, de virtud y de respeto a los dones de Dios, particularmente al don de la vida;9 b) ayudar gradualmente a los hijos a comprender el valor de la sexualidad y de la castidad y sostener su desarrollo con el consejo, el ejemplo y la oración; c) ayudarles a comprender y a descubrir la propia vocación al matrimonio o a la virginidad dedicada al Reino de los cielos en armonía y en el respeto de sus aptitudes, inclinaciones y dones del Espíritu.

23. En esta tarea pueden recibir ayudas de otros educadores, pero no ser sustituidos salvo por graves razones de incapacidad física o moral. Sobre este punto el Magisterio de la Iglesia se ha expresado con claridad,10 en relación con todo el proceso educativo de los hijos: « Este deber de la educación familiar (de los padres) es de tanta trascendencia, que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, deber de los padres crear una ambiente de familia animado por el amor por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan ».11 La educación, en efecto, corresponde a los padres en cuanto que la misión educativa continúa la de la generación y es dádiva de su humanidad12 a la que se han comprometido solemnemente en el momento de la celebración de su matrimonio. « Los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos, y en este campo tienen una competencia fundamental: son educadores por ser padres.

Comparten su misión educativa con otras personas e instituciones, como la Iglesia y el Estado; pero aplicando correctamente el principio de subsidiaridad. De ahí la legitimidad e incluso el deber de ayudar a los padres, pero a la vez el límite intrínseco y no rebasable del derecho prevalente y las posibilidades efectivas de los padres. El principio de subsidiaridad está, por tanto, al servicio del amor de los padres, favoreciendo el bien del núcleo familiar. En efecto, los padres no son capaces de satisfacer por sí solos todas las exigencias del proceso educativo, especialmente en lo que atañe a la instrucción y al amplio sector de la socialización. La subsidiaridad completa así el amor paterno y materno, ratificando su carácter fundamental, porque cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consenso y, en cierta medida, incluso por encargo suyo ».13

24. La propuesta educativa en tema de sexualidad y de amor verdadero, abierto al don de sí, ha de enfrentarse hoy a una cultura orientada hacia el positivismo, como recuerda el Santo Padre en la Carta a las Familias: « El desarrollo de la civilización contemporánea está vinculado a un progreso científico-tecnológico que se verifica de manera muchas veces unilateral, presentando como consecuencia características puramente positivas. Como se sabe, el positivismo produce como frutos el gnosticismo a nivel teórico y el utilitarismo a nivel práctico y ético... El utilitarismo es una civilización basada en producir y disfrutar; una civilización de las 'cosas' y no de las 'personas'; una civilización en la que las personas se usan como si fueran cosas... Para convencerse de ello, basta examinar —precisa todavía el Santo Padre— ciertos programas de educación sexual introducidos en las escuelas, a menudo contra el parecer y las mismas protestas de muchos padres ».14

En tal contexto es necesario que los padres, remitiéndose a la enseñanza de la Iglesia, y con su apoyo, reivindiquen su propia tarea y, asociándose donde sea necesario o conveniente, ejerzan una acción educativa fundada en los valores de la persona y del amor cristiano, tomando una clara posición que supere el utilitarismo ético. Para que la educación corresponda a las exigencias objetivas del verdadero amor, los padres han de ejercitarla con autónoma responsabilidad.

25. También en relación con la preparación al matrimonio, la enseñanza de la Iglesia recuerda que la familia debe seguir siendo la protagonista principal de dicha obra educativa.15

Ciertamente, « los cambios que han sobrevenido en casi todas las sociedades modernas exigen que no sólo la familia, sino también la sociedad y la Iglesia se comprometan en el esfuerzo de preparar convenientemente a los jóvenes para las responsabilidades de su futuro ».16 Precisamente por esto, adquiere todavía mayor importancia la labor educativa de la familia desde los primeros años: « la preparación remota comienza desde la infancia, en la juiciosa pedagogía familiar, orientada a conducir a los niños a descubrirse a sí mismos como seres dotados de una rica y compleja sicología y de una personalidad particular con sus fuerzas y debilidades ».17



+++





La castidad conyugal



1. A la luz de la Encíclica Humanae vitae, el elemento fundamental de la espiritualidad conyugal es el amor derramado en los corazones de los esposos como don del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5). Los esposos reciben en el sacramento este don juntamente con una particular 'consagración'. El amor está unido a la castidad conyugal que, manifestándose como continencia, realiza el orden interior de la convivencia conyugal.

La castidad es vivir en el orden del corazón. Este orden permite el desarrollo de las 'manifestaciones afectivas' en la proporción y en el significado propios de ellas. De este modo, queda confirmada también la castidad conyugal como 'vida del Espíritu' (cf. Gál 5, 25), según la expresión de San Pablo. El Apóstol tenía en la mente no sólo las energías inmanentes del espíritu humano, sino, sobre todo, el influjo santificante del Espíritu Santo y sus dones particulares.

2. En el centro de la espiritualidad conyugal está, pues, la castidad, no sólo como virtud moral (formada por el amor), sino, a la vez, como virtud vinculada con los dones del Espíritu Santo —ante todo con el don del respeto de lo que viene de Dios ('don pietatis')—. Este don está en la mente del autor de la Carta a los Efesios, cuando exhorta a los cónyuges a estar 'sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo' (Ef 5, 21). Así, pues, el orden interior de la convivencia conyugal, que permite a las 'manifestaciones afectivas' desarrollarse según su justa proporción y significado, es fruto no sólo de la virtud en la que se ejercitan los esposos, sino también de los dones del Espíritu Santo con los que colaboran.

La Encíclica Humanae vitae en algunos pasajes del texto (especialmente 21, 26), al tratar de la específica ascesis conyugal, o sea, del esfuerzo para conseguir la virtud del amor, de la castidad y de la continencia, habla indirectamente de los dones del Espíritu Santo, a los cuales se hacen sensibles los esposos en la medida de su maduración en la virtud.

3. Esto corresponde a la vocación del hombre al matrimonio. Esos 'dos', que —según la expresión más antigua de la Biblia— 'serán una sola carne' (Gén 2, 24), no pueden realizar tal unión al nivel propio de las personas (communio personarum), si no mediante las fuerzas provenientes del espíritu, y precisamente, del Espíritu Santo que purifica, vivifica, corrobora y perfecciona las fuerzas del espíritu humano. 'El Espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada' (Jn 6, 63).

De aquí se deduce que las líneas esenciales de la espiritualidad conyugal están grabadas 'desde el principio' en la verdad bíblica sobre el matrimonio. Esta espiritualidad está también 'desde el principio» abierta a los dones del Espíritu Santo. Si la Encíclica 'Humanae vitae' exhorta a los esposos a una 'oración perseverante' y a la vida sacramental (diciendo: 'acudan sobre todo a la fuente de gracia y de caridad en la Eucaristía; recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el sacramento de la penitencia', Humanae vitae, 25), lo hace recordando al Espíritu Santo que 'da vida' (2 Cor 3, 6).

4. Los dones del Espíritu Santo, y en particular el don del respeto de lo que es sagrado, parecen tener aquí un significado fundamental. Efectivamente, tal don sostiene y desarrolla en los cónyuges una singular sensibilidad por todo lo que en su vocación y convivencia lleva el signo del misterio de la creación y redención: por todo lo que es un reflejo creado de la sabiduría y del amor de Dios. Así, pues, ese don parece iniciar al hombre y a la mujer, de modo particularmente profundo, en el respeto de los dos significados inseparables del acto conyugal, de los que habla la Encíclica (Humanae vitae, 12) con relación al sacramento del matrimonio. El respeto a los dos significados del acto conyugal sólo puede desarrollarse plenamente a base de una profunda referencia a la dignidad personal de lo que en la persona humana es intrínseco a la masculinidad y feminidad, e inseparablemente con referencia a la dignidad personal de la nueva vida, que puede surgir de la unión conyugal del hombre y de la mujer. El don del respeto de lo que es creado por Dios se expresa precisamente en tal referencia.

5. El respeto al doble significado del acto conyugal en el matrimonio, que nace del don del respeto por la creación de Dios, se manifiesta también como temor salvífico: temor a romper o degradar lo que lleva en sí el signo del misterio divino de la creación y redención. De este temor habla precisamente el autor de la Carta a los Efesios: 'Estad sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo' (Ef 5, 21).

Si este temor salvífico se asocia inmediatamente a la función 'negativa' de la continencia (o sea, a la resistencia con relación a la concupiscencia de la carne), se manifiesta también —y de manera creciente, a medida que esta virtud madura— como sensibilidad plena de veneración por los valores esenciales de la unión conyugal: por los 'dos significados del acto conyugal' (o bien hablando en el lenguaje de los análisis precedentes, por la verdad interior del mutuo 'lenguaje del cuerpo').

A base de una profunda referencia a estos dos valores esenciales, lo que significa unión de los cónyuges se armoniza en el sujeto con lo que significa paternidad y maternidad responsables. El don del respeto de lo que Dios ha creado hace ciertamente que la aparente 'contradicción' en esta esfera desaparezca y que la dificultad que proviene de la concupiscencia se supere gradualmente, gracias a la madurez de la virtud y a la fuerza del don del Espíritu Santo.

6. Si se trata de la problemática de la llamada continencia periódica (o sea, del recurso a los 'métodos naturales'), el don del respeto por la obra de Dios ayuda, de suyo, a conciliar la dignidad humana con los 'ritmos naturales de fecundidad', es decir, con la dimensión biológica de la feminidad y masculinidad de los cónyuges; dimensión que tiene también un significado propio para la verdad del mutuo 'lenguaje del cuerpo' en la convivencia conyugal.

De este modo, también lo que —no tanto en el sentido bíblico, sino sobre todo en el 'biológico'— se refiere a la 'unión conyugal en el cuerpo', encuentra su forma humanamente madura gracias a la vida 'según el Espíritu'.

Toda la práctica de la honesta regulación de la fertilidad, tan íntimamente unida a la paternidad y maternidad responsables, forma parte de la espiritualidad cristiana conyugal y familiar; y sólo viviendo 'según el Espíritu' se hace interiormente verdadera y auténtica. 14. XI. 1984



+++



La castidad consagrada en la unión

nupcial de Cristo y de la Iglesia

1. Los religiosos, según el decreto conciliar Perfectae caritatis, «evocan ante todos los fieles aquel maravilloso connubio, fundado por Dios y que ha de revelarse plenamente en el siglo futuro, por el que la Iglesia tiene por esposo único a Cristo» (n. 12). En este connubio se descubre el valor fundamental de la virginidad o celibato con respecto a Dios. Por esta razón, se habla de «castidad consagrada».

La verdad de este connubio se revela a través de numerosas afirmaciones del nuevo Testamento. Recordemos que ya el Bautista designa a Jesús como el esposo que tiene a la esposa, es decir, el pueblo que acude a su bautismo; mientras que él, Juan, se ve a sí mismo como «el amigo del esposo, el que asiste y le oye», y que «se alegra mucho con la voz del esposo» (Jn 3, 29). Esta imagen nupcial ya se usaba en el antiguo Testamento para indicar la relación íntima entre Dios e Israel: especialmente los profetas, después de Oseas (1, 2 ss), se sirvieron de ella para exaltar esa relación y recordarla al pueblo, cuando la traicionaba (cf. Is 1, 21; Jr 2, 2; 3, 1; 3, 6-12; Ez. 16; 23). En la segunda parte del libro de Isaías, la restauración de Israel se presenta como la reconciliación de la esposa infiel con el esposo (cf. Is 50, 1; 54, 5-8; 62, 4-5). Esta imagen de la religiosidad de Israel aparece también en el Cantar de los cantares y en el salmo 45, cantos nupciales que representan las bodas con el Rey-Mesías, como han sido interpretados por la tradición judía y cristiana.

2. En el ambiente de la tradición de su pueblo, Jesús toma esa imagen para decir que él mismo es el esposo anunciado y esperado: el Esposo-Mesías (cf. Mt 9, 15; 25, 1). Insiste en esta analogía y en esta terminología, también para explicar qué es el reino que ha venido a traer. «El reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo» (Mt 22, 2). Parangona a sus discípulos con los compañeros del esposo, que se alegran de su presencia, y que ayunarán cuando se les quite el esposo (cf. Mc 2, 19-20). También es muy conocida la otra parábola de las diez vírgenes que esperan la venida del esposo para una fiesta de bodas (cf. Mt 25, 1-13); y, de igual modo, la de los siervos que deben vigilar para acoger a su señor cuando vuelva de las bodas (cf. Lc 12, 35-38). En este sentido, puede decirse que es significativo también el primer milagro que Jesús realiza en Caná, precisamente durante un banquete de bodas (cf. Jn 2, 1-11).

Jesús, al definirse a sí mismo con el título de Esposo, expresó el sentido de su entrada en la historia, a la que vino para realizar las bodas de Dios con la humanidad, según el anuncio profético, a fin de establecer la nueva Alianza de Yahveh con su pueblo y derramar un nuevo don de amor divino en el corazón de los hombres, haciéndoles gustar su alegría. Como Esposo, invita a responder a este don de amor: todos están llamados a responder con amor al amor. A algunos pide una respuesta más plena, más fuerte, más radical: la de la virginidad o celibato por el reino de los cielos.

3. Es sabido que también san Pablo tomó y desarrolló la imagen de Cristo Esposo, sugerida por el antiguo Testamento y adoptada por Jesús en su predicación y en la formación de sus discípulos, que constituirían la primera comunidad. A quienes están casados, el Apóstol les recomienda que consideren el ejemplo de las bodas mesiánicas: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia» (Ef 5, 25). Pero también fuera de esta aplicación especial al matrimonio, considera la vida cristiana en la perspectiva de una unión esponsal con Cristo: «Os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo» (2 Co 11, 2).

Pablo deseaba hacer esta presentación de Cristo-Esposo a todos los creyentes. Pero no cabe duda de que la imagen paulina de la virgen casta tiene su aplicación más plena y su significado más profundo en la castidad consagrada. El modelo más espléndido de esta realización es la Virgen María, que acogió en sí lo mejor de la tradición esponsalicia de su pueblo, y no se limitó a la conciencia de su pertenencia especial a Dios en el plano socio-religioso, sino que llevó la idea del carácter nupcial de Israel hasta la entrega total de su alma y de su cuerpo por el reino de los cielos, en su forma sublime de castidad elegida conscientemente. Por esta razón, el Concilio puede afirmar que la vida consagrada en la Iglesia se realiza en profunda sintonía con la bienaventurada Virgen María (cf. Lumen gentium, 41), a quien el magisterio de la Iglesia presenta como «la más plenamente consagrada» (cf. Redemptionis donum, 17).

4. En el mundo cristiano una nueva luz brotó de la palabra de Cristo y de la oblación ejemplar de María, que las primeras comunidades conocieron muy pronto. La referencia a la unión nupcial de Cristo y de la Iglesia confiere al mismo matrimonio su dignidad más alta. En particular, el sacramento del matrimonio hace entrar a los esposos en el misterio de unión de Cristo y de la Iglesia. Pero la profesión de virginidad o celibato hace participar a los consagrados, de una manera más directa, en el misterio de esas bodas. Mientras que el amor conyugal va a Cristo-Esposo mediante una unión humana, el amor virginal va directamente a la persona de Cristo a través de una unión inmediata con él, sin intermediarios: un matrimonio espiritual verdaderamente completo y decisivo. Así, en la persona de quienes profesan y viven la castidad consagrada la Iglesia realiza plenamente su unión de Esposa con Cristo-Esposo. Por eso, se debe decir que la vida virginal se encuentra en el corazón de la Iglesia.

5. También en la línea de la concepción evangélica y cristiana, se debe añadir que esa unión inmediata con el Esposo constituye una anticipación de la vida celestial, que se caracterizará por una visión o posesión de Dios sin intermediarios. Como dice el concilio Vaticano II, la castidad consagrada «evoca [...] aquel maravilloso connubio, fundado por Dios y que ha de revelarse plenamente en el siglo futuro» (Perfectae caritatis, 12). En la Iglesia el estado de virginidad o celibato reviste, pues, un significado escatológico, como anuncio especialmente expresivo de la posesión de Cristo como único Esposo, que se realizará plenamente en el más allá. En este sentido pueden leerse las palabras que Jesús pronunció sobre el estado de vida propio de los elegidos después de la resurrección de los cuerpos: «Ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección [resucitados]» (Lc 20, 35-36). La condición de la castidad consagrada, aunque entre las oscuridades y dificultades de la vida terrena, anuncia la unión con Dios, en Cristo, que los elegidos tendrán en la felicidad celestial, cuando la espiritualización del hombre resucitado sea perfecta.

6. Si se considera esa meta de la unión celestial con Cristo-Esposo, se comprende la profunda felicidad de la vida consagrada. San Pablo alude a esa felicidad cuando dice que quien no está casado se preocupa completamente de las cosas del Señor y no está dividido entre el mundo y el Señor (cf. 1 Co 7, 32-35). Pero se trata de una felicidad que no excluye y no dispensa en absoluto del sacrificio, puesto que el celibato consagrado implica siempre renuncias, a través de las cuales llama a conformarse cada vez más con Cristo crucificado. San Pablo recuerda expresamente que en su amor de Esposo, Jesucristo ofreció su sacrificio por la santidad de la Iglesia (cf. Ef 5, 25). A la luz de la cruz comprendemos que toda unión con Cristo-Esposo es un compromiso de amor con el Crucificado, de modo que quienes profesan la castidad consagrada saben que están destinados a una participación más profunda en el sacrificio de Cristo para la redención del mundo (cf. Redemptionis donum, 8 y 11).

7. El carácter permanente de la unión nupcial de Cristo y de la Iglesia se expresa en el valor definitivo de la profesión de la castidad consagrada en la vida religiosa: «La consagración será tanto más perfecta cuanto, por vínculos más firmes y más estables, represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Iglesia» (Lumen gentium, 44). La indisolubilidad de la alianza de la Iglesia con Cristo-Esposo, participada en el compromiso de la entrega de sí a Cristo en la vida virginal, funda el valor permanente de la profesión perpetua. Se puede decir que es una entrega absoluta a aquel que es el Absoluto.

Lo da a entender Jesús mismo cuando dice que «nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios» (Lc 9, 62). La permanencia, la fidelidad al compromiso de la vida religiosa se iluminan a la luz de esta parábola evangélica.

Con el testimonio de su fidelidad a Cristo, los consagrados sostienen la fidelidad de los mismos esposos en el matrimonio. La tarea de brindar este apoyo está incluida en la declaración de Jesús sobre quienes se hacen eunucos por el reino de los cielos (cf. Mt19, 10-12): con ella el Maestro quiere mostrar que no es imposible observar la indisolubilidad del matrimonio -que acaba de anunciar-, como insinuaban sus discípulos, porque hay personas que, con la ayuda de la gracia, viven fuera del matrimonio en una continencia perfecta.

Por tanto, puede verse que el celibato consagrado y el matrimonio, lejos de oponerse entre sí, están unidos en el designio divino. Juntos están destinados a manifestar mejor la unión de Cristo y de la Iglesia. 23.XI. 1994



+++



El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano’ (FC 11).

Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad personal de manera idéntica a uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer, corresponde reconocer y aceptar su identidad sexual.

Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar una vida casta, cada uno según su estado de vida.

La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona. Entraña el aprendizaje del dominio personal.

Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas y las prácticas homosexuales.



+++



La pureza exige el pudor. Este es parte integrante de la templanza. El pudor preserva la intimidad de la persona. Designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado. Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza proclama. Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas.



+++





La castidad conyugal en la doctrina de la Iglesia



La tradición cristiana siempre ha defendido, contra numerosas herejías surgidas ya al inicio de la Iglesia, la bondad de la unión conyugal y de la familia. Querido por Dios en la misma creación, devuelto por Cristo a su primitivo origen y elevado a la dignidad de sacramento, el matrimonio es una comunión íntima de amor y de vida entre los esposos intrínsecamente ordenada al bien de los hijos que Dios querrá confiarles. El vínculo natural tanto para el bien de los cónyuges y de los hijos como para el bien de la misma sociedad no depende del arbitrio humano.7

La virtud de la castidad conyugal « entraña la integridad de la persona y la integralidad del don »8 y en ella la sexualidad « se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer ».9 Esta virtud, en cuanto se refiere a las relaciones íntimas de los esposos, requiere que se mantenga « íntegro el sentido de la donación mutua y de la procreación humana en el contexto del amor verdadero ».10 Por eso, entre los principios morales fundamentales de la vida conyugal, es necesario recordar « la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador ».11

En este siglo los Sumos Pontífices han emanado diversos documentos recordando las principales verdades morales sobre la castidad conyugal. Entre estos merecen una mención especial la Encíclica Casti Connubii (1930) de Pío XI,12 numerosos discursos de Pío XII,13 la Encíclica Humanae Vitae (1968) de Pablo VI,14 la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio15 (1981), la Carta a las Familias Gratissimam Sane16 (1994) y la Encíclica Evangelium Vitae (1995) de Juan Pablo II. Junto a estos se deben tener presente la Constitución Pastoral Gaudium et Spes17 (1965) y el Catecismo de la Iglesia Católica18 (1992). Además son importantes, en conformidad con estas enseñanzas, algunos documentos de Conferencias Episcopales, así como de pastores y teólogos que han desarrollado y profundizado la materia. Es oportuno recordar también el ejemplo ofrecido por numerosos cónyuges, cuyo empeño por vivir cristianamente el amor humano constituye una contribución eficacísima para la nueva evangelización de las familias.



+++



Para que el valor de la sexualidad alcance su plena realización, «es del todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el 'significado esponsal' del cuerpo».(13) La castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la persona. Fruto de la gracia de Dios y de nuestra colaboración, la castidad tiende a armonizar los diversos elementos que componen la persona y a superar la debilidad de la naturaleza humana, marcada por el pecado, para que cada uno pueda seguir la vocación a la que Dios lo llame.

En el esfuerzo por conseguir una completa educación para la castidad, «los padres cristianos reservarán una atención y cuidado especial —discerniendo los signos de la llamada de Dios— a la educación para la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo que constituye el sentido genuino de la sexualidad humana».



+++





Excelencia de la castidad



Agustín comprendía la excelencia de la castidad predicada por la Iglesia católica, pero la dificultad de practicarla le hacía vacilar en abrazar definitivamente el cristianismo. Por otra parte, los sermones de San Ambrosio y la lectura de la Biblia le habían convencido de que la verdad estaba en la Iglesia, pero se resistía todavía a cooperar con la gracia de Dios. El santo lo expresa así: 'Deseaba y ansiaba la liberación; sin embargo, seguía atado al suelo, no por cadenas exteriores, sino por los hierros de mi propia voluntad. El Enemigo se había posesionado de mi voluntad y la había convertido en una cadena que me impedía todo movimiento, porque de la perversión de la voluntad había nacido la lujuria y de la lujuria la costumbre y, la costumbre a la que yo no había resistido, había creado en mí una especie de necesidad cuyos eslabones, unidos unos a otros, me mantenían en cruel esclavitud. Y ya no tenía la excusa de dilatar mi entrega a Tí alegando que aún no había descubierto plenamente tu verdad, porque ahora ya la conocía y, sin embargo, seguía encadenado ... Nada podía responderte cuando me decías: ´Levántate del sueño y resucita de los muertos y Cristo te iluminará . . . Nada podía responderte, repito, a pesar de que estaba ya convencido de la verdad de la fe, sino palabras vanas y perezosas. Así pues, te decía: ´Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo´. Pero ese ´pronto´ no llegaba nunca, las dilaciones se prolongaban, y el ´poco tiempo´ se convertía en mucho tiempo'.



+++





Amar la castidad



I. Mediante la virtud de la castidad, o pureza, la facultad generativa es gobernada por la razón y dirigida a la procreación y unión de los cónyuges en el matrimonio. La virtud de la castidad lleva también a vivir una limpieza de mente y de corazón: a evitar aquellos pensamientos, afectos y deseos que apartan del amor de Dios, según la propia vocación (4). Sin la castidad es imposible el amor humano y el amor a Dios. Si la persona no se empeña por mantener esta limpieza de cuerpo y de alma, se abandona a la tiranía de los sentidos y se rebaja a un nivel infrahumano, como si el “espíritu se fuera reduciendo, empequeñeciendo hasta quedar en un puntito… Y el cuerpo se agranda, se agiganta hasta dominar “(5) y, el hombre se hace incapaz de entender la amistad con el Señor. En cambio, la pureza dispone el alma para el amor divino, para el apostolado.





II. La castidad no consiste sólo en la renuncia al pecado. No es algo negativo: “no mirar”, “no hacer”, “no desear”… Es entrega del corazón a Dios, delicadeza y ternura con el Señor, “afirmación gozosa” (7). Virtud para todos, que se ha de vivir según el propio estado. En el matrimonio, la castidad enseña a los casados a respetarse mutuamente y a quererse con un amor más firme, más delicado y más duradero. La castidad no es la primera ni la más importante virtud, ni la vida cristiana se puede reducir a la pureza, sero sin ella no hay caridad, y ésta sí es la primera de las virtudes y la que da su plenitud a todas las demás. Quienes han recibido la llamada a servir a Dios en el matrimonio, se santifican precisamente en el cumplimiento abnegado y fiel de los deberes conyugales, que para ellos se hace camino cierto de unión con Dios. Quienes han recibido la vocación al celibato apostólico, encuentran en la entrega total al Señor y a los demás por Dios, indiviso corde (9), sin la mediación del amor conyugal, la gracia para vivir felices y alcanzar una íntima y profunda amistad con Dios.





III. La castidad vivda en el propio estado, en la especial vocación recibida por Dios, es una de las mayores riquezas en el mundo; nace del amor y al amor se ordena. Es un signo de Dios en la tierra. Quizá en el momento actual a muchos les puede resultar incomprensible la castidad. También los primeros cristianos tuvieron que enfrentarse a un ambiente hostil a esta virtud. Por eso, parte importante del apostolado que hemos de llevar a cabo es el de valorar la castidad y el cortejo de virtudes que la acompañn: hacerla atractiva con un comportamiento ejemplar, y dar la doctrina de siempre de la iglesia sobre esta materia que abre las puertas a la amistad de Dios. Es posible vivirla si se ponen los medios que la Iglesia ha recomendado durante siglos: el recogimiento de los sentidos, el pudor, la templanza, la oración, los sacramentos, y un gran amor a la Virgen. A Ella, Madre del amor hermoso, acudimos al terminar nuestra oración.

Fuente: Colección 'Hablar con Dios' por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre

Los libros de esta colección puedes comprarlos haciendo click aquí: www.edicionespalabra.es 2003-11-22



+++





Castidad

La virtud cristiana menos popular de todas



Por C.S. Lewis

Hoy quisiera hablar de la moral cristiana respecto a la sexualidad, de lo que los cristianos denominan virtud de la castidad: la virtud cristiana menos popular de todas. Sin embargo, no existe otra alternativa: «o matrimonio con fidelidad total a la pareja o abstinencia total», dice la vieja regla cristiana. Cumplir esto resulta tan difícil y tan contrario a nuestros instintos que, o bien la Iglesia está equivocada, o bien nuestro instinto sexual se encuentra desviado por completo.

A la luz de un ejemplo

Desde el punto de vista biológico, el fin de la sexualidad es la procreación, igual que la razón de ser de la alimentación es la nutrición. Si comiéramos siempre lo que nos apeteciera y cuanto quisiéramos, la mayoría de nosotros lo haría en exceso, aunque no indefinidamente. Una persona puede comer por dos, pero no por diez. Aunque el apetito puede sobrepasar el fin biológico en alguna medida, nunca lo hará desmesuradamente. Pero si un hombre joven lleno de vitalidad, diera rienda suelta su apetito sexual siempre que éste se presentara, creando en cada ocasión una nueva vida, en el transcurso de diez años habría generado fácilmente un pueblo entero. Esto sería un exceso de la función biológica ridículo y contradictorio.

Veámoslo desde otro punto de vista. Resulta bastante fácil llenar un teatro o una sala grande para presenciar un striptease. Imaginemos ahora que vamos a un país en el que se ha llenado de público un teatro con el fin de ver cómo se destapa en el escenario un plato que contiene una chuleta de cordero o un simple filete. ¿No pensaríamos que algo anda mal en el apetito de aquel país? Y una persona que se haya educado en un mundo diferente al nuestro, ¿no pensará que algo falla en el instinto sexual de nuestra sociedad?

He aquí un tercer punto. Es difícil encontrar a una persona que quiera comer cosas que no sean alimento, o hacer con ellos algo que no sea comérselos. En otras palabras, es raro encontrar perversiones en relación con la comida. Pero las perversiones del instinto sexual son abundantes, difíciles de curar e inquietantes. Siento tener que descender a tanto detalle, pero es necesario, porque durante los últimos veinte años se nos han contado muchas mentiras acerca del sexo. Se ha repetido hasta la saciedad que el deseo sexual es igual que todos los demás deseos naturales, y que, si pudiéramos olvidar tabúes obsoletos, todo sería perfecto. Esto es totalmente falso. Al mirar los hechos y dejar a un lado la propaganda, se advierte el engaño.

El sexo: ¿un tabú?

Se dice que el sexo ha caído en un estado caótico porque durante mucho tiempo ha sido considerado como un tabú. En los últimos veinte años ha dejado de ser un tabú, se ha hablado de él hasta el agotamiento y, sin embargo, el desorden continúa. Si considerar el sexo como un tabú hubiera sido la verdadera causa del problema, éste hubiera desaparecido una vez salvado aquel escollo. Pero no ha sido así. Más bien pienso que ha sucedido todo lo contrario. A mi entender, la humanidad soslayó este tema en el pasado para evitar precisamente que se convirtiera en un caos.

Hoy se repite a menudo que «el sexo no es algo de lo que haya que avergonzarse». Esta afirmación puede querer decir dos cosas. La primera interpretación sería la siguiente: «no hay por qué avergonzarse del modo en que el hombre procrea y que además exista un placer en ello».

Si es esto lo que se quiere decir, me parece razonable. Los cristianos dicen exactamente lo mismo. El problema no está en el sexo en sí, ni en el placer que conlleva. De hecho los padres de la Iglesia afirman que si el hombre no estuviera caído por el pecado original, el placer sexual sería aún mayor. Soy consciente de que algún cristiano despistado ha podido decir que para la religión cristiana el sexo, el cuerpo, o el placer eran malos per se. Estaba equivocado. El cristianismo es, prácticamente, la única religión que defiende el valor del cuerpo, que cree que la materia es buena, porque Dios mismo tomó la forma humana y que, incluso, en la vida eterna recibiremos un cuerpo (glorioso) que será parte esencial de nuestro gozo y de nuestra belleza y energía. El cristianismo ha glorificado el matrimonio más que cualquier otra religión. La mejor poesía amorosa del mundo ha sido escrita por autores cristianos. Por tanto, el cristianismo rechaza la afirmación de que el sexo es malo por naturaleza.

En segundo lugar, al decir que «el sexo no es algo de lo que haya que avergonzarse» quizá se quiera decir que «no hay que arrepentirse de que se haya dado rienda suelta al instinto sexual». A mi juicio tal afirmación es una equivocación. No hay nada de malo en disfrutar de la comida, pero sería catastrófico que medio mundo hiciera de la comida su principal objetivo en la vida, y que se pasara días enteros mirando fotos de suculentos manjares mientras la boca se les hacía agua. Con este discurso no trato de decir que individualmente seamos responsables de la situación a la que se ha llegado. Ciertamente nacemos con un cuerpo que está predeterminado en este sentido, y crecemos rodeados de una publicidad que no facilita la castidad. No faltan quienes avivan nuestro instinto sexual con el fin de hacer negocio, ya que es evidente que un hombre presa de una obsesión, es un hombre muy débil frente a la publicidad.

Si quisiéramos curarnos realmente, podríamos. Cuando un hombre intenta vivir de acuerdo con la moral cristiana, y se decide a vivir célibe o a casarse con una mujer y serle fiel, puede que al principio fracase, pero mientras se arrepienta y vuelva a empezar, estará en el buen camino. No se hará daño, y si busca sinceramente ayuda la encontrará. La dificultad está, por tanto, en querer de verdad. En ocasiones es fácil pensar que se quiere algo, cuando en realidad no se quiere. Una vez oí contar a un conocido personaje, que se confesaba católico, que cuando era joven rezaba pidiendo el don de la castidad. Pasados varios años se dio cuenta de que, mientras en voz alta repetía: «Señor, concédeme el don de la castidad», por dentro pensaba: «pero, por favor, no lo hagas hasta dentro de algunos años». Esta oración, algo engañosa, se refiere también a otros muchos asuntos que no siempre tienen que ver con la castidad.

Quisiera añadir otros dos comentarios. No hay que malinterpretar lo que nos dice la psicología a cerca de peligro de reprimir el instinto sexual. Muchos no saben que «represión» es un termino técnico. «reprimir» un instinto no significa tener un deseo y reprimirlo; significa, más bien, que aquel impulso nos aterroriza de tal manera que evitamos hacerlo consciente, y es en el subconsciente donde empieza a causar problemas. Resistir un deseo consciente es algo bien distinto y hasta ahora nunca ha sido perjudicial.

En segundo lugar quiero dejar claro que el sexo no representa el núcleo de la moral cristiana. Es erróneo pensar que el cristianismo considera la lujuria como el vicio más importante. Aunque los pecados de la carne son malos, son los menos malos. Los peores placeres son siempre espirituales: el placer de dejar mal a los demás, el de mandar, el de asumir un aire de superioridad, el de tener como regla general contradecir a todos, los placeres relacionados con el poder y el odio, etc. Y es que hay dos fuerzas dentro de mí que pugnan contra el ser humano que quiero llegar a ser: el «yo animal» y el «yo diabólico». Este último es el peor de los dos. Por ello, probablemente, un hipócrita frío y convencido de sí mismo esté más cerca del infierno que una prostituta. Evidentemente lo mejor es no ser ni lo uno ni lo otro.

Sexualidad y convencionalismo

La virtud de la castidad no se debe confundir con una especie de «convención social», es decir, con lo que la sociedad reconoce como bueno o malo. Este tipo de sentimiento ético determina qué partes del cuerpo se pueden enseñar, qué temas se pueden tratar en una conversación, y qué palabras son las adecuadas de acuerdo con la situación y con los interlocutores.

Mientras que el imperativo de ser castos permanece inalterable para todos los cristianos y a lo largo de todos los tiempos, las «convenciones sociales» pueden cambiar. Una indígena semidesnuda de las islas del Pacífico y una señora de la época victoriana perfectamente cubierta pueden ser igual de decentes según los valores defendidos por sus respectivas sociedades. Algunas expresiones aceptadas en tiempos de Shakespeare, sólo serán utilizadas por mujeres de dudosa reputación en el siglo XIX. Cuando alguien actúa en contra de las reglas sociales para provocar un deseo sensual en sí mismo o en otros, está, al mismo tiempo, actuando contra la castidad. En cambio, si hace aquello inconscientemente, se le acusará tan sólo de mala educación. Con frecuencia una persona puede escandalizar a los demás o ponerlos en una situación incómoda mediante un comportamiento provocativo, pero esto no implica necesariamente una falta de castidad; tal vez sí, una consideración hacia los demás. Qué duda cabe de que es una falta de consideración y cariño divertirse a costa de poner al otro en una situación embarazosa.

Tampoco creo que un concepto de decencia especialmente estricto, incluso exagerado, sea señal de castidad o un medio adecuado para practicarla. En este sentido, me alegra esa cierta liberalización que se ha ido implantando en los últimos años. Sin embargo, todavía existe el inconveniente de que personas de diferentes edades y procedencias no siempre coincidan al señalar lo que está o no permitido. Por eso es difícil tomar una decisión o adoptar una línea de actuación determinada. Mientras reine esta confusión, las personas de más edad o aquellas más próximas a la tradición deberían evitar un juicio precipitado y concluir que la gente joven y emancipada está pervertida, cuando quizá sólo estén comportándose mal. Tampoco los jóvenes deberían tachar de puritanos a los mayores cuando éstos tengan dificultades a la hora de aceptar los comportamientos de hoy en día. La solución de la mayoría de los problemas reside en el recto deseo de pensar siempre bien del otro.

Respecto al ejemplo que puse más arriba, un crítico argüía que si en un país existieran espectáculos de striptease a base de chuletas de cordero, llegaría a la conclusión de que la gente de aquel país se estaba muriendo de hambre. Con ello quería decir que los espectáculos de striptease no son señal de perversión sexual, sino de hambre sexual. Hasta cierto punto le doy la razón. Un striptease de chuleta de cordero puede significar escasez de alimentos. El paso siguiente es analizar el índice de nutrición de aquel país. Si no hubiera hambre, entonces habría que buscar otras razones para el striptease.

Esto mismo se puede aplicar a los espectáculos de striptease de nuestros escenarios: antes de llegar a la conclusión de que responden al hambre sexual es preciso demostrar que la abstinencia sexual es hoy en día mayor que la de épocas en las que no se conocían tales espectáculos. Demostrar esto es, sencillamente, imposible. Los preservativos han «abaratado» el costo de satisfacer el deseo sexual dentro del matrimonio, y han hecho más segura la relación sexual fuera de él. La opinión pública es cada vez más comprensiva con las relaciones extramatrimoniales e incluso con los casos esporádicos de adulterio. Además esta teoría del hambre sólo es una de las muchas explicaciones posibles. Todos sabemos que el deseo sexual, como ocurre con cualquier deseo, aumenta con su satisfacción. El hambriento sueña con una mesa llena de alimentos, pero el que ha caído en la gula también lo hace.

Tres dificultades

Existen tres razones por las que hoy resulta especialmente difícil desear una castidad plena, y más aún, alcanzarla.

En primer lugar nuestra naturaleza caída se alía con los demonios que nos tientan y con toda la publicidad erótica para darnos la impresión de que los deseos que intentamos resistir son tan «naturales», «sanos» y «racionales» que no satisfacerlos es algo perverso y anormal. Posters, películas, novelas, todo ello contribuye a vincular la idea de la satisfacción sexual con el concepto de normalidad, de juventud, de vigor, de animación, etcétera. ¡Esta conexión es falsa!

Como toda mentira, también ésta tiene su parte de verdad, en concreto, la idea de que el sexo en sí, dejando a un lado cualquier tipo de perversiones y exageraciones, es un hecho normal y sano. El error está en afirmar que la satisfacción inmediata del deseo sexual es siempre algo normal y sano. Esto es un contrasentido desde cualquier punto de vista, no sólo desde el punto de vista cristiano. La satisfacción de todos nuestros deseos lleva consigo impotencia, enfermedad, celos, mentiras y farsa: todo lo contrario de salud, buen humor y normalidad.

También en nuestro mundo muchas cosas buenas tienen como precio la abstinencia. Por ello afirmar que cualquier deseo, cuando es muy intenso, es natural y debe ser satisfecho, no tiene ningún sentido. Cualquier persona normal y civilizada debe tener unos principios según los cuales elige qué deseos quiere contener y cuáles quiere satisfacer. Quizá uno actúe guiado por principios cristianos, otro por higiene y un tercero por normas sociales. Es entre estos puntos de vista donde existe conflicto, y no entre el cristianismo y la naturaleza. La naturaleza (en el sentido de «deseos naturales») ha de ser dominada y frenada en muchos momentos si no queremos destrozar nuestra vida. Ciertamente los principios cristianos son más estrictos que los demás, pero si decidimos seguirlos, contaremos con una ayuda que no tendríamos en ningún otro caso.

En segundo lugar, muchos ni siquiera intentan vivir la castidad porque lo consideran imposible. Creo que cuando se intenta conseguir algo no hay que plantearse desde el principio si se puede o no alcanzar. En un examen cabe plantearse si contestar una pregunta opcional o no, pero habrá que dar respuesta a todas las preguntas obligatorias. Una contestación mediocre tendrá más puntuación que dejar la pregunta en blanco. Así hay que actuar en la guerra, al practicar el alpinismo, o cuando aprendemos a patinar sobre hielo, a nadar o a montar en bicicleta. Al final llegamos a hacer cosas de las que nunca nos habríamos creído capaces. Es increíble lo que uno puede hacer cuando no le queda más remedio que hacerlo.

En tercer lugar: para vivir la castidad, como un amor absoluto, se requiere algo más que el simple esfuerzo humano. Es preciso acudir a la ayuda de Dios. Quizá después de pedírsela nos dé la impresión durante mucho tiempo de que no la recibimos o que quizá es poca para la que necesitamos. No debemos desanimarnos. Detrás de cada caída hay que pedir perdón, levantarse y volverlo a intentar. En muchas ocasiones Dios no nos da la virtud misma, sino la fuerza para no rendirnos. Porque si la castidad (la fortaleza, la sinceridad y, en general, cualquier virtud) es importante, mucho más importante es la actitud de quien se empeña en un continuo volver a empezar. Esta actitud nos cura de todas las falsas ilusiones que podamos tener, y nos enseña a confiar en Dios. Aprendemos así que no nos podemos fiar de nosotros mismos, ni siquiera en los mejores momentos y, por otra parte, nos damos cuenta de que no hay motivo para la desesperación, porque nuestros errores están perdonados. Lo peligroso es pactar con nuestra mediocridad.

Publicado en el nº 11 de Atlántida - Traducción: Ana Halbach. - 2003



+++







'El cristianismo no teme a la cultura sino a la media cultura. Teme la superficialidad, los eslóganes, las críticas de oídas; pero quien puede hacer la ´crítica de la cultura´ puede volverlo a descubrir o seguir siendo fiel' JEAN GUITTON –filósofo fr.



+++



La verdad nos hace libres, la mentira nos esclaviza y nos hunde en el rencor. Por eso es imprescindible revisar sin imposturas, todas las falsificaciones que nos han venido sirviendo en estos años los historieteros de turno y charlatanes con poses y mohines.



+++



«La escritura de la historia se ve obstaculizada a veces por presiones ideológicas, políticas o económicas; en consecuencia, la verdad se ofusca y la misma historia termina por encontrarse prisionera de los poderosos. El estudio científico genuino es nuestra mejor defensa contra las presiones de ese tipo y contra las distorsiones que pueden engendrar» (1999).
S.S. JUAN PABLO II



+++



San Agustín (345-430) obispo de Hipona y doctor de la Iglesia Católica
Carta a Proba sobre la oración, 9-10



“Pasó la noche en oración” (Lc 6,12) - Cuando el apóstol dice: Vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no hay que entender estas palabras como si se tratara de descubrir a Dios nuestras peticiones, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, más bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en la oración, sin mostrarlas ante los hombres por vanagloria de nuestras plegarias....
Ni hay que decir, como algunos piensa, que orar largamente sea lo mismo que orar con vana palabrería. Una cosa, en efecto, son las muchas palabras y otra cosa el afecto perseverante y continuado...Pues del mismo Señor está escrito que pasaba la noche en oración y que oró largamente; (Lc 6,12) con lo cual, ¿qué hizo sino darnos ejemplo, al orar oportunamente en el tiempo, aquel mismo que, con el Padre, oye nuestra oración en la eternidad?
Se dice que los monjes de Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta y no se fatigue ni se embote con la prolijidad de las palabras....Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario y urgente con palabras superfluas. Orar, en cambio, prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha. Porque, con frecuencia, la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos que con palabras y expresiones verbales.



+++



El Misterio eucarístico -sacrificio, presencia, banquete- no consiente reducciones ni instrumentalizaciones; debe ser vivido en su integridad, sea durante la celebración, sea en el íntimo coloquio con Jesús apenas recibido en la comunión, sea durante la adoración eucarística fuera de la Misa. Entonces es cuando se construye firmemente la Iglesia y se expresa realmente lo que es: una, santa, católica y apostólica; pueblo, templo y familia de Dios; cuerpo y esposa de Cristo, animada por el Espíritu Santo; sacramento universal de salvación y comunión jerárquicamente estructurada.
Ecclesia de Eucharistia, n. 61



+++



San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África el Norte) y doctor de la Iglesia Católica - Sermón 142



«Nadie va al Padre sino por mí» - «Yo soy el camino, la verdad y la vida.» Con estas palabras Cristo parece decirnos: «¿Por dónde quieres tú pasar? Yo soy el camino. ¿Dónde quieres llegar? Yo soy la verdad, ¿Dónde quieres residir? Yo soy la vida.» Caminemos, pues, con toda seguridad sobre el camino; fuera del camino, temamos las trampas, porque en el camino el enemigo no se atreve atacar –el camino, es Cristo- pero fuera del camino levanta sus trampas...
Nuestro camino es Cristo en su humildad; Cristo verdad y vida, es Cristo en su grandeza, en su divinidad. Si tú andas por el camino de humildad, llegarás al Altísimo; si en tu debilidad no menosprecias la humildad, tú residirás lleno de fuerza en el Altísimo. ¿Por qué Cristo ha escogido el camino de la humildad? Es a causa de tu debilidad que estaba allí como un obstáculo insuperable; es para liberarte a ti que un tan gran médico ha venido hacia ti. Tu no podías ir hacia él; es él quien ha venido hasta ti. Ha venido para enseñarte la humildad, este camino de retorno, porque es el orgullo el que nos privaba de llegar a la vida que nos había hecho perder...

Entonces Jesús, siendo nuestro camino, nos grita: «¡Entrad por la puerta estrecha!» (Mt 7,13). El hombre se esfuerza para entrar, pero la hinchazón del orgullo se lo impide. Aceptemos el remedio de la humildad, bebamos esta medicina amarga pero saludable... El hombre, hinchado de orgullo pregunta: «¿Cómo podré entrar yo?» Cristo nos responde: «Yo soy el camino, entra por mí. Yo soy la puerta (Jn 10,7) ¡por qué buscas en otra parte?» Para que tú no te extravíes, él lo ha hecho todo por ti, y te dice: «Sé humilde, sé dulce» (Mt 11,29)



+++

La ignorancia de ciertos predicadores de sectas, es insondable, inabarcable, inescrutable, inconmensurable, impenetrable, casi de fistol, pero es una ignorancia culta, a ver si nos entendemos. Es decir, que no es que ‘algunos predicadores de sectas’ sean unos burros estructurales, como esos que mueven mucho las manos, hacen mohines ridículos con las cejas y la boca y recurren constantemente a la onomatopeya para hacerse entender. Todo lo contrario: se expresan con cierta corrección, muy en la línea del nivel medio de los venderos de falsas biblias. Lo que pasa es que sus argumentos suelen ser bastante chorras y entran también en la línea habitual de los miembros directivos de las sectas americanistas. ‘Cuando se encasquilla la razón se disparan las sectas’.



«Donde el hombre se hace el amo único no hay justicia; ahí sólo puede dominar la arbitrariedad del poder y de los intereses. La tolerancia que admite a Dios en la vida privada, pero no en la pública, no es tolerancia, sino hipocresía». En un mundo que quiere desterrar a Dios de la vida pública, el relativismo se convierte en dogmatismo. Reconforta escuchar al cardenal Castrillón esta propuesta indispensable: «Urge recuperar el sentido del misterio, de lo sagrado». Reconforta y compensa de tanta insensatez como la de quienes creen –y lo dicen a boca llena– que la Iglesia tiene que adecuarse a los tiempos, y no los tiempos a la Iglesia. Ha llovido lo suyo desde que san Agustín, que tanto sabía de las cosas humanas y divinas, dijo aquello de «Nos sumus tempora». Nosotros somos los tiempos, y hemos de decir, con palabras y con hechos, con testimonios creíbles, cómo han de ser los tiempos, y no al revés. El cardenal Poupard ha dicho en el Sínodo: «La evangelización no es el fruto de la inculturación; es su fuente». 2005.10



+++





Dios creó el mundo para manifestar y comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus criaturas consiste en que tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza.



+++



Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para cada una de las obras de los 'seis días' se dice: 'Y vio Dios que era bueno'. 'Por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden' (GS 36, 2). Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad Infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente.



+++



El orden en el universo

1. La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios.

2. El progreso científico y los adelantos técnicos enseñan claramente que en los seres vivos y en las fuerzas de la naturaleza impera un orden maravilloso y que, al mismo tiempo, el hombre posee una intrínseca dignidad, por virtud de la cual puede descubrir ese orden y forjar los instrumentos adecuados para adueñarse de esas mismas fuerzas y ponerlas a su servicio.

3. Pero el progreso científico y los adelantos técnicos lo primero que demuestran es la grandeza infinita de Dios, creador del universo y del propio hombre. Dios hizo de la nada el universo, y en él derramó los tesoros de su sabiduría y de su bondad, por lo cual el salmista alaba a Dios en un pasaje con estas palabras: ¡Oh Yahvé, Señor nuestro, cuán admirable es tu nombre en toda la tierra! Y en otro texto dice: ¡Cuántas son tus obras, oh Señor, cuán sabiamente ordenadas! De igual manera, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, dotándole de inteligencia y libertad, y le constituyó señor del universo, como el mismo salmista declara con esta sentencia: Has hecho al hombre poco menor que los ángeles, 1e has coronado de gloria y de honor. Le diste el señorío sobre las obras de tus manos. Todo lo has puesto debajo de sus pies.



+++



El misterio de la creación

1. En la indefectible y necesaria reflexión que el hombre de todo tiempo está inclinado a hacer sobre la propia vida, dos preguntas emergen con fuerza, como eco de la voz misma de Dios: '¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?'. Si la segunda pregunta se refiere al futuro último, al término definitivo, la primera se refiere al origen del mundo y del hombre y es también fundamental. Por eso estamos justamente impresionados por el extraordinario interés reservado al problema de los orígenes. No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos y ha aparecido el hombre, cuanto más bien en descubrir qué sentido tiene tal origen, si lo preside el caos, el destino ciego o bien un Ser transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios. Efectivamente, en el mundo existe el mal y el hombre que tiene experiencia de ello no puede dejar de preguntarse de dónde proviene y por responsabilidad de quién, y si existe una esperanza de liberación. '¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes?', se pregunta en resumen el Salmista, admirado frente al acontecimiento de la creación (Sal 8, 5).

2. La pregunta sobre la creación aflora en el ánimo de todos, del hombre sencillo y del docto. Se puede decir que la ciencia moderna ha nacido en estrecha vinculación, aunque no siempre en buena armonía, con la verdad bíblica de la creación. Y hoy, aclaradas mejor las relaciones recíprocas entre verdad científica y verdad religiosa, muchísimos científicos, aun planteando legítimamente problemas no pequeños como los referentes al evolucionismo de las formas vivientes, en particular del hombre, o el que trata del finalismo inmanente en el cosmos mismo en su devenir, van asumiendo una actitud cada vez más partícipe y respetuosa con relación a la fe cristiana sobre la creación. He aquí, pues, un campo que se abre par un diálogo benéfico entre modos de acercamiento a la realidad del mundo y del hombre reconocidos lealmente como diversos, y sin embargo convergentes a nivel más profundo en favor del único hombre, creado —como dice la Biblia en su primera página— a 'imagen de Dios' y por tanto 'dominador' inteligente y sabio del mundo (cf. Gén 1, 27-28).

3. Además, nosotros los cristianos reconocemos con profundo estupor, si bien con obligada actitud crítica, que en todas las religiones, desde las más antiguas y ahora desaparecidas, a las hoy presentes en el planeta, se busca una 'respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana...: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y fin de nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor?... ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?' (Declaración Nostra ætate, 1). Siguiendo el Concilio Vaticano II, en su Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, reafirmamos que 'la Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo', ya que 'no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres' (Nostra ætate, 2). Y por otra parte es tan innegablemente grande, vivificadora y original la visión bíblico-cristiana de los orígenes del cosmos y de la historia, en particular del hombre —y ha tenido una influencia tan grande en la formación espiritual, moral y cultural de pueblos enteros durante más de veinte siglos— que hablar de ello explícitamente, aunque sea sintéticamente, es un deber que ningún Pastor ni catequista puede eludir.

4. La revelación cristiana manifiesta realmente una extraordinaria riqueza acerca del misterio de la creación, signo no pequeño y muy conmovedor de la ternura de Dios que precisamente en los momentos más angustiosos de la existencia humana, y por tanto en su origen y en su futuro destino, ha querido hacerse presente con una palabra continua y coherente, aun en la variedad de las expresiones culturales.

Así, la Biblia se abre en absoluto con una primera y luego con una segunda narración de la creación, donde todo tiene origen en Dios: las cosas, la vida, el hombre (Gen 1-2), y este origen se enlaza con el otro capítulo sobre el origen, esta vez en el hombre, con la tentación del maligno, del pecado y del mal (Gen 3). Pero he aquí que Dios no abandona a sus creaturas. Y así, pues, una llama de esperanza se enciende hacia un futuro de una nueva creación liberada del mal (es el llamado protoevangelio, Gen 3, 15, cf. 9, 13). Estos tres hilos: la acción creadora y positiva de Dios, la rebelión del hombre y, ya desde los orígenes, la promesa por parte de Dios de un mundo nuevo, forman el tejido de la historia de la salvación, determinando el contenido global de la fe cristiana en la creación.

5. En las próximas catequesis sobre la creación, al dar el debido lugar a la Escritura, como fuente esencial, mi primera tarea será recordar la gran tradición de la Iglesia, primero con las expresiones de los Concilios y del magisterio ordinario, y también con las apasionantes y penetrantes reflexiones de tantos teólogos y pensadores cristianos.

Como en un camino constituido por muchas etapas, la catequesis sobre la creación tocará ante todo el hecho admirable de la misma como lo confesamos al comienzo del Credo o Símbolo Apostólico: 'Creo en Dios, creador del cielo y de la tierra', reflexionaremos sobre el misterio que encierra toda la realidad creada, en su proceder de la nada, admirando a la vez la omnipotencia de Dios y la sorpresa gozosa de un mundo contingente que existe en virtud de esa omnipotencia. Podremos reconocer que la creación es obra amorosa de la Trinidad Santísima y es revelación de su gloria. Lo que no quita, sino que por el contrario afirma, la legítima autonomía de las cosas creadas, mientras que al hombre, como centro del cosmos, se le reserva una gran atención, en su realidad de 'imagen de Dios', de ser espiritual y corporal, sujeto de conocimiento y de libertad. Otros temas nos ayudarán más adelante a explorar este formidable acontecimiento creativo, en particular el gobierno de Dios sobre el mundo, su omnisciencia y providencia, y cómo a la luz del amor fiel de Dios el enigma del mal y del sufrimiento halla su pacificadora solución.

6. Después de que Dios manifestó a Job su divino poder creador (Job 38-41), éste respondió al Señor y dijo: 'Sé que lo puedes todo y que no hay nada que te cohíba... Sólo de oídas te conocía; mas ahora te han visto mis ojos' (Job 42, 2-5). Ojalá nuestra reflexión sobre la creación nos conduzca al descubrimiento de que, en el acto de la fundación del mundo y del hombre, Dios ha sembrado el primer testimonio universal de su amor poderoso, la primera profecía de la historia de nuestra salvación.

08 enero 1986 – S.S. Juan Pablo II – Magno.



+++




Dijo Dios: «Produzca la tierra animales vivientes según su especie: ganados, reptiles y bestias salvajes según su especie». Y así fue. Dios hizo las bestias de la tierra, los ganados y los reptiles campestres, cada uno según su especie. Vio Dios que esto estaba bien. Gen. 1, 24-25



+++



“Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones” Biblia. Evangelio según San Lucas Cap.1º vs. 48. La Iglesia, hace XXI siglos fundada por Tu Hijo, te alaba, ¡Oh Madre plena de dicha y felicidad!



VERITAS OMNIA VINCIT

LAUS TIBI CHRISTI.





Gracias de la visita



Recomendamos vivamente: Título: ¿Sabes leer la Biblia? Una guía de lectura para descifrar el libro sagrado-Autor: Francisco Varo-Editorial: Planeta Testimonio-2006



Recomendamos vivamente: COMPRENDER LOS EVANGELIOS.

(Necesidad de la investigación histórica).

Vicente BALAGUER, dr.en Teología y en Filología, profesor de Sagrada Escritura en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Imparte habitualmente cursos sobre los Evangelios y sobre la interpretación de la Biblia. Editorial Eunsa – Astrolabio/Religión -



Recomendamos vivamente: MI QUERIDA IGLESIA SANTA Y PECADORA - Decía José Luis Martín Descalzo que «nuestros pecados manchan tan poco la Iglesia como las manchas al sol». En este espíritu ha escrito Mariano Purroy Mi querida Iglesia, santa y pecadora (Edibesa), una mirada positiva y realista sobre los pecados de los cristianos y el perdón de Cristo.



Recomendamos vivamente:

Título: Históricamente incorrecto. Para acabar con el pasado único
Autor: Jean Sévilla - Editorial: Ciudadela

+


Imprimir | ^ Arriba





- Enviado mediante la barra Google"

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog