viernes, 8 de octubre de 2010

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Mons. Frassia - Toma de posesión del P. Ercolino



TOMA DE POSESIÓN DEL P. GUSTAVO ERCOLINO



Homilía de monseñor Rubén Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en la misa de toma de posesión del padre Gustavo Ercolino, como párroco de la Catedral diocesana Nuestra Señora de la Asunción (14 de marzo de 2010)



Queridos hermanos y hermanas

Las lecturas del día de hoy son tan fuertes y tan profundas que no podemos dejar de hacer hincapié en el amor misericordioso de Dios y las actitudes del hijo menor y de su hermano, el hijo mayor. ¡Cómo cuesta entender al padre!, ¡cómo cuesta entender el mismo amor de Dios!

Cada uno de los hijos, con sus intereses particulares, con sus mezquindades, toma una posición. Luego, el menor se arrepiente y vuelve, quizá no por intereses profundos, sino por necesidades; y el hermano mayor que no entiende ni al hermano menor ni al amor y la misericordia del padre.

Quiero decir que el criterio de Dios se manifiesta en el misterio de la Iglesia; y todos nosotros tenemos que hacer un esfuerzo para poder entender y poder vivir el amor misericordioso de Dios. Dios nos llama a todos, nos toca a todos, nos involucra a todos, también se nos da y se nos comunica a todos. En la Iglesia nosotros no seguimos a las personas, seguimos al Señor.

Cuando el Obispo toma la decisión de hacer un cambio de pastores, de una comunidad a otra, por distintas razones y distintas necesidades de la Iglesia, sabe perfectamente qué es lo que afecta y quiénes están involucrados.

La comunidad de la Catedral es evidente que siente el alejamiento del Padre José, a quien agradezco profundamente su presencia y todo su ejercicio ministerial en esta Iglesia Catedral; al Padre Marcelo Quintana, que se queda, al Padre Pablo Balario lo destiné a la parroquia del Carmen; y cada uno de ellos en su ejercicio, en su trabajo de equipo, han hecho un buen trabajo pastoral. Si la comunidad de la Catedral se siente afectada por la partida de su pastor, ni les cuento la comunidad de Santa Faz. Esta comunidad siente de profunda manera el alejamiento y la partida de quien ha sido su pastor, el Padre Gustavo Ercolino.

De alguna manera, pero de forma real, todos nosotros estamos siendo exigidos, de una forma o de otra, para convertirnos a la realidad. Y la realidad significa que no seguimos a personas sino queremos buscar y hacer la voluntad de Dios. Lo que Dios nos pida está bien, aunque nos cueste. Lo que Dios nos dice está bien, aunque no comprendamos totalmente. Donde Dios nos envía está bien, porque allí nosotros tenemos que hacer su voluntad.

En la Iglesia, en nuestra Iglesia diocesana, queremos vivir en la fe y en espíritu sobrenatural. Por eso, haciendo la voluntad de Dios, ninguno de los componentes puede permanecer cerrado en su dolor. Todos nosotros tenemos que experimentar ese sentimiento, y quizás también ese dolor tenemos que entregarlo y dar un paso hacia delante, un paso de madurez y de plenitud.

Los hijos tienen que crecer, tienen que volar y tienen que seguir confirmando. Los sacerdotes tendrán que seguir enseñando, en el nombre de Jesucristo, el amor misericordioso de Dios nuestro Padre.

Dios no quita los dolores pero sí da fuerzas, da sentido y nos dice de nuevo ¡pongámonos en marcha!, ¡pongámonos de pie!, ¡hagamos que nuestra Iglesia sea una Iglesia abierta, que sigue buscando denodadamente la voluntad de Dios! Porque Dios quiere que, en su nombre, sigamos echando las redes y que sigamos dando frutos y frutos en abundancia. Esa es la Iglesia que Dios, quizás, quiere de nosotros, y esa es la Iglesia que nosotros pensamos que Dios quiere de nosotros. Queridos hermanos, confiemos en el Señor y vivamos en la fe.

Que Dios bendiga al Padre José en su nuevo destino, la parroquia San Pedro Armengol. Que Dios bendiga al Padre Ercolino en esta comunidad de la Iglesia Catedral. ¡Ayudemos a los sacerdotes! ¡Ayudemos a nuestros sacerdotes, que sigan siendo padres de muchos y no padres de pocos! Pues el carácter ministerial del sacerdote es el corazón que tiene que abrirse a todos sus hijos.

Querido Pueblo de Dios, ayuden a sus sacerdotes para que cumplan con su misión.

Se lo pedimos a la Virgen, a quien le entregamos nuestro dolor pero también le entregamos la ilusión y la alegría de seguir trabajando en el Señor. Este misterio de la misericordia de Dios nos hace vivir en su Iglesia, en la Iglesia.

Que la Virgen interceda ante Dios por todos nosotros.

Que Santa Teresa nos de esa “pasión loca” por la Iglesia.

Que San José nos ayude a vivir la virtud de la fe en nuestra Iglesia.

Que así sea.



Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús

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