sábado, 30 de octubre de 2010

Háblales de Jesús: Diablo

Háblales de Jesús: Diablo: "Háblales de Jesús

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domingo 4 de abril de 2010
El gambito de rey






Los amantes del ajedrez saben que existe un tipo de jugadas -los gambitos- que consisten en el sacrificio de una de las piezas. Son jugadas espectaculares, porque el enemigo las puede confundir con un error o con un signo de desesperación. No hay nada de eso. Se sacrifica una pieza y gracias a ese sacrificio la partida queda planteada de manera muy favorable al jugador arriesgado.

Se conoce como gambito de rey una apertura (es decir, un modo de comenzar la partida) con que las blancas ofrecen en sacrificio el peón del alfil de rey. No puede existir un gambito de rey propiamente dicho, puesto que en el ajedrez el rey no puede morir sacrificado: si muere, la partida está perdida. El gambito de rey es lo mismo que perder.

Las cosas que suceden en el mundo pueden ser vistas como una partida de ajedrez en la que los jugadores son Dios y el diablo. Por lo general no es bueno plantear la vida como una batalla de esta naturaleza. Por lo menos, por parte de Dios no hay ningún intento de pelear ni de hacer la guerra. Pero sí es verdad que el demonio lleva toda la vida intentando deshacer las cosas que Dios hace en el mundo. Él realmente está en guerra contra Dios y contra los hijos de Dios. Así que, vistas las cosas desde este punto de vista, sí podemos decir que Dios ha realizado una auténtica proeza. Ha ganado la partida de ajedrez que juega contra el diablo de la manera más sorprendente e increíble: ha realizado un gambito de rey, entendiendo por tal no la apertura o comienzo de la partida, sino el sacrificio del rey, es decir, de la pieza principal del juego. Con ese gambito, todo parece indicar que la partida será ganada por el diablo. El rey se ofrece en sacrificio por sus tropas. ¡Si el rey muere, la partida esta perdida! 'Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas', dicen las Escrituras.

Ahí está la sorprendente habilidad de Dios, que siendo todopoderoso y Creador de todas las cosas, no es esclavo de las leyes por Él creadas. El sacrificio de Cristo ha sido 'necesario' (aunque en realidad no se puede hablar de necesidad en Dios, que es libre) para que los hombres, que éramos esclavos del pecado, del demonio y de la muerte, hayamos alcanzado la salvación. En eso consiste este singular gambito de rey: entregándonse en nuestro favor, como es entregada una pieza de ajedrez en manos del enemigo, la muerte está vencida definitivamente.

Cuando Jesús pedía la salvación en el Huerto de los olivos, estaba pidiendo la vida. Parece que su Padre no le escucha puesto que lo entrega en manos del enemigo. Parece que todo está perdido. Pero es sólo apariencia. Dios gana de una manera prodigiosa y realmente ha escuchado a su hijo.

¿Por qué le ha escuchado si acabamos de decir que le ha entregado en manos de su enemigo, como se permite que el contrincante arrebate la pieza del gambito y la saque del tablero? Porque realmente le concedió lo que había pedido, pero de una manera superior y definitiva.

En las Sagradas Escrituras se advierten varias ocasiones en las que los hombres piden la vida al Señor, cuando se sienten perdidos:

1. El rey Ezequías, que padecía una enfermedad mortal, pidió la vida al Señor y Éste le concedió quince años más de existencia. (2 Re 20, 6).

2. Lázaro estaba muerto y sus hermanas pidieron a Jesús que le resucitara. Jesús le devolvió a la vida, resucitándolo, pero esa vida no era definitiva. Lázaro volvería a morir en su momento.

3. Jesús le pide a Dios que le salve, pero al mismo tiempo le dice que acepta plenamente su voluntad. Así se realiza esa maravilla. Dios le resucitó al tercer día dándole una Vida definitiva, una Vida eterna y comunicándosela también a todos los que crean en Él.

¡Felices Pascuas! Dios es el mejor jugador de ajedrez. Éste es el verdadero gambito de rey.


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Etiquetas: ajedrez, Cristo Rey, Diablo, gambito de rey, Sacrificios
lunes 29 de marzo de 2010
El plan de la Creación y el de la Redención

Ya hemos visto anteriormente que Dios tenía un Plan desde antes de la Creación. Iba a establecer una alianza con las personas por Él creadas −ángeles y hombres− y además se encarnaría, es decir, sería un hombre en carne y hueso. Éste era el plan de la Creación: que el Hijo de Dios se hiciera hombre y que los hombres nos hiciéramos hijos de Dios.

Hemos visto también que este plan puso furioso al diablo, que se rebeló contra Dios y engañó al hombre para que se uniera a su rebelión diabólica.

Hemos visto, por último, que Dios quiso continuar con su Plan.

Dios es siempre fiel. Cuando se compromete, siempre cumple con su palabra.

Dios es fiel porque es amor. El Padre ama eternamente a su Hijo, gratuitamente, y el Hijo le devuelve ese amor, agradecido. El amor que une al Padre y al Hijo −y procede de ambos− es el Espíritu Santo.

Dios es fiel y quiso continuar su Plan.

Y el diablo estaba furioso.

Mucho más furioso todavía.

− ¿Cómo puede ser −se decía para sus adentros− que Dios siga con su plan, cuando el hombre está irremisiblemente perdido?

Y la verdad es que es una buena pregunta.

¿Cómo iba a hacerse la redención de los hombres, si éstos no quieren ser salvados?

Este es un misterio que se llama el «misterio de la iniquidad», el misterio de la maldad. Los que siguen el camino del mal se vuelven esclavos del mal. A ratos, desearían recuperar la libertad verdadera. Pero fácilmente se dejan engañar por el diablo y prefieren esa esclavitud.

Ahora te voy a pedir que hagas un esfuerzo de imaginación. Ponte en lugar de Dios y piensa un plan −una estrategia diríamos aquí en la Tierra− para salvar a los hombres.

¿Cómo deberíamos hacer para que el hombre reconozca que es un pecador, se arrepienta de sus pecados, pida perdón a Dios y a los demás, y se deje abrazar por Dios Padre, estando dispuesto a ir a la Casa del Cielo?

− ¡Ya sé! −Me dirás−. Haría que el Hijo de Dios naciese en una ciudad imperial... Como Roma, por ejemplo. Podría ser un gran orador o político que convenciese a todos.

− Bueno, Jesús fue un gran orador y convencía a los que le escuchaban. Sin embargo, le acabaron crucificando.

− Es verdad. Entonces haría que el Hijo de Dios se encarnase en un militar o en un rey que obligase a todos los ciudadanos a portarse bien.

− Pero date cuenta de que de lo que se trata es de curar los corazones de la gente. Si empleas policías o soldados, los hombres quizá no cometerán delitos, pero su interior estará lleno de temor y de odio.

− ¡Pues no sé cómo se podría hacer!

− Eso mismo le pasaba al diablo. Daba vueltas y más vueltas y no sabía cómo se iba a encarnar el Hijo de Dios. Pero Dios le había dicho que del linaje de Eva iba a salir el Mesías salvador. Es decir, que Dios estaba empeñado en que su Hijo se encarnase.

De vez en cuando, en los momentos de mayor preocupación, el diablo salía a pasear por la tierra y contemplaba sus dominios. La Tierra era suya. Él, el padre de la mentira y príncipe de las tinieblas, dominaba todos los ámbitos del mundo de los humanos. Los hombres eran sus esclavos. En el mundo se cometían muchos pecados. Y eso, al diablo, le daba una gran alegría.

Seguía habiendo motivos de preocupación.

Dios intentaba mantener su estúpida alianza −estúpida según el diablo, ¡claro!− con esos miserables humanos. Esos granujas a los que llaman santos. Gente incorruptible, a quienes los engaños y las tretas no surtían efecto. Adán y Eva −a los que tan fácilmente había engañado− después de su pecado ya no caían en sus tentaciones y eran fieles a Dios. Y su hijo Abel. Y Noé. Y Abraham.

Nada realmente preocupante para el diablo. Un puñado de personas que se mantenían fieles a Dios. Es cierto que Dios le prometió a Abraham un pueblo más numeroso que las estrellas del cielo y que las arenas de las playas, en el que nacería el Mesías. Pero ese pueblo era un pueblo que daba más alegrías al diablo que a Dios. Continuamente estaban traicionándole. En más de una ocasión, Dios estuvo a punto de dejarlos, hasta tal punto eran desobedientes e idólatras.

¿Cómo podría Dios enviar a su Hijo a la Tierra para que se encarnara en un Pueblo tan indómito y terco? Un pueblo que mataba a los profetas que Dios le enviaba para indicar el camino. Si Dios se llegaba a encarnar, sería señal de que Dios se habría vuelto loco. Ese pueblo nunca le aceptaría.

Pero Dios se había vuelto loco.

Porque lo último que pensaba el demonio es que el Hijo de Dios pudiese salvarnos como lo hizo: naciendo pobremente en un pesebre y dando su vida por nosotros, al morir en la Cruz, como un forajido o malhechor.

El Hijo de Dios se ha hecho hombre. Ha nacido en un pueblecito pequeño de Judea, llamado Belén. Ha vivido la mayor parte de su vida en una pequeña aldea de la Galilea, como carpintero o artesano. Ha llevado una vida muy normal, como la de cualquier otro. A la edad de treinta años ha predicado la llegada del Reino de Dios.

Ha sido pobre.

Ha sido humilde.

Ha dado su vida por todos los hombres.

Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

Fíjate bien. Él no obliga a nadie a creer. La fe es un regalo que Jesús nos ofrece gratuitamente.

Tampoco obliga a nadie a que le quiera. Jesús ofrece su vida por todos los hombres, también por los grandes pecadores. Nos ofrece el perdón de nuestros pecados. Éste es otro gran regalo de Jesús.

Pero el principal regalo que Jesús nos hace es éste: gracias a Él somos hijos adoptivos de Dios. Nos ha dado un Padre en el Cielo y, sentado a la derecha de su Padre, nos ha enviado el Espíritu Santo. Nos hacemos hijos de Dios a través de los sacramentos: el primero de ellos es el bautismo y el principal de todos la Eucaristía.

La redención es un regalo que se nos ofrece. Sólo se salva quien cree que Jesucristo es el Salvador.

El diablo −y nuestros primeros padres− habían querido ser dioses (es el pecado de orgullo o soberbia), no habían querido obedecer el plan de Dios y fueron egoístas. Jesús en cambio ganó la batalla contra el diablo mediante la humildad, la obediencia y el amor. Dios nos redime −nos perdona los pecados− si somos humildes y obedientes como Él y si nos decidimos a ser sus discípulos amando al prójimo como Él nos ha amado.

En definitiva, Dios ha continuado su Plan. En la Creación Dios manifestó su amor a los hombres.

En la Redención obrada por Jesucristo Dios nos manifiesta su misericordia. La misericordia es el amor más grande. Es el amor de Dios que perdona al pecador y borra sus miserias y pecados, convirtiéndole en hijo suyo.

* * * * *

Vocabulario

Redención: Jesús es el salvador del mundo. Es también nuestro Redentor, porque nos ha salvado al precio de entregar su vida en la Cruz. La deuda que todos los hombres teníamos con Dios ha sido pagada por Cristo. La redención es un acto de justicia. Es nuestra justificación.
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Etiquetas: Alianza, Creación, Diablo, Historia sagrada, Redención
miércoles 24 de marzo de 2010
La caída de Adán y Eva

Si Adán y Eva eran tan felices en el Paraíso terrenal, (ver entrada anterior) ¿cómo es posible que ofendieran a Dios?

Porque escucharon al diablo y se dejaron engañar por él. (Ver la envidia del diablo)

Las Sagradas Escrituras nos lo cuenta así.

La serpiente (que representa el diablo) dijo a Eva:

− « ¿Con que Dios os ha dicho que no comáis de todo árbol del huerto?».

Eva hubiera tenido que alejar a la serpiente. Como se aleja de un manotazo a la mosca molesta. Pero quiso escuchar las mentiras de la serpiente. El diablo es el padre de la mentira.

− « Del fruto de los árboles del jardín podemos comer» − respondió la mujer− «pero del fruto del árbol que está en medio del paraíso dijo Dios: 'no comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis'».

¿Dónde está la mentira del diablo?

¿La prohibición de Dios se refería a un solo árbol o a todos los árboles?

El diablo quiere que tú sospeches de Dios y de los demás.

¿Sabes qué significa diablo? Diablo significa «el que divide». Te insinúa: Tu padre y tu madre no te quieren, porque te prohíben esto y aquello, porque te castigan. Si le escuchas, empiezas a sospechar (de Dios, de tus padres, de tus profesores, de tus hermanos, de tus amigos) y te separas de los demás. Te quedas tú solo, con la mentira con que te ha engañado el diablo.

Eva comenzó a hablar con la serpiente, y la serpiente la fue enredando con sus mentiras, como hacen las boas con sus víctimas: las van enrollando con su cuerpo hasta que las dejan inmovilizadas, sin capacidad de reacción.

− «No moriréis, sino que sabe Dios que el día que comáis del árbol se abrirán vuestros ojos, y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal» − dijo la serpiente.

¿Sabes cuáles son las peores mentiras? Las medias verdades.

Las mentirotas gordas, sin mezcla de verdad, no se las cree nadie. No sirven para engañar.

En cambio, las medias verdades pueden pasar por verdades enteras. ¿Cuáles eran las medias-verdades del diablo?

Primero: que existía una prohibición (una sola prohibición, fíjate lo bueno que era Dios).

Segundo: que si comían serían conocedores del bien y del mal.

¿Dónde estaba la falsedad o engaño?· Le dijo que Dios no les quería bien, que no era bueno con ellos. Le dijo que Dios no era un buen padre.· Que iban a ser como Dios.

«Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos y codiciable para alcanzar la sabiduría; y comió de su fruto; y dio también a su marido, el cual también comió».

Al cometer el pecado, el hombre y la mujer conocieron realmente el mal. En eso el diablo había dicho media-verdad. Hasta ese momento, en el Paraíso no existía el mal. Todo era bueno. El hombre y la mujer eran felices y sólo hacían cosas buenas y santas.

Pero oyeron a la serpiente. Y entró el mal en el mundo.

En primer lugar, el mal entró en el corazón de nuestros primeros padres. Hubo como un apagón. La luz se fue y su corazón quedó en tinieblas. Ya no eran amigos de Dios. Fíjate bien: el primer fruto del pecado no es algo que hizo Dios, sino algo que habían buscado ellos. Querían conocer el bien y el mal, para ser como Dios. Conocieron el mal. Pero no eran Dios. Seguían siendo hombre y mujer. Pero ahora estaban lejos de Dios. Pero ahora eran deformes, monstruosos, sucios. Pero ahora estaban tristes, apenados. ¡Habían ofendido a Dios!

Empezaron a comprobar lo que es el sufrimiento. Descubrían de repente que las piedritas del suelo se clavaban en las plantas de los pies. Y más tarde sabrían también lo que es la muerte.

Supieron también lo que es la vergüenza. Hasta ese día habían estado desnudos y no pasaba nada. En sus ojos había habido luz y sus corazones habían estado limpios. Ahora, en cambio, se avergonzaban de estar desnudos. Necesitaban buscar algo para taparse.

Hasta ese día, lo que más gustaba al hombre y a la mujer era mirarse a los ojos y ver el amor que se tenían. En sus miradas se reflejaba el amor y la alegría. Ahora, en cambio, no podían mirarse a los ojos. Sentían remordimientos. Había tensión. Se echaban la culpa el uno al otro.

En definitiva, Adán y Eva habían perdido:

(a) La gracia santificante, es decir, la amistad con Dios que les hacía ser santos y participar de la vida divina

(b) Los llamados dones preternaturales. (Intenta recordarlos)

(c) La armonía interior de cada uno con sus potencias y facultades: ahora eran conocedores del mal. A veces hacían lo que no querían o no tenían fuerza para hacer lo que debían.

(d) La armonía entre el hombre y la mujer. A partir de ese momento, las relaciones entre hombres y mujeres son difíciles. Parece que hablen idiomas distintos y no se comprenden sin un especial esfuerzo.

(e) La armonía con la naturaleza: ya no eran los señores indiscutidos del mundo. Ahora dominar el mundo cuesta esfuerzo. A veces no se consigue. Otras veces, sí se consigue, pero se hace mal: el hombre destruye la naturaleza, ensucia los mares, contamina la atmósfera, etc.

Cuando Adán y Eva pecaron, el diablo se puso muy contento. Había conseguido lo que quería: asociar a los hombres a su rebelión contra Dios.

Pero lo que más alegría le daba al diablo era pensar que había destruido para siempre el plan de Dios para la Creación. La Obra de Dios estaba destrozada. Era como un juguete roto, que ya no funciona. El hombre, que era la cumbre de la Creación visible, había sido destronado. Ya no era Señor de la Creación. Ya no era Hijo de Dios. Ahora el demonio tenía poder sobre el hombre.

* * * * *

Seguiremos la historia en la próxima sesión. Ahora quiero que distingas algo que se suele confundir.

El pecado de nuestros primeros padres: se trata de un verdadero pecado de orgullo y desobediencia, por el que perdieron la amistad con Dios.

El pecado original: no se trata de un verdadero pecado, sino que consiste en el estado de privación de la santidad y justicia originales con que nacemos todos los descendientes de Adán y Eva.

Imagínate un hombre muy rico, muy rico.

De repente, comienza a arriesgar su patrimonio, a jugar en los casinos, a hacer operaciones financieras arriesgadas.

Cuando sus hijos se quieren dar cuenta, toda la riqueza de su padre se ha esfumado, ya no existe. Sólo quedan las deudas.

Este ejemplo te puede servir para comprender qué es el pecado original. Los hijos no tienen culpa de lo que ha hecho su padre con el dinero. Pero, aunque no tengan culpa, se han quedado sin herencia. De todos modos, no pienses haberlo entendido del todo, porque se trata de un misterio. Podemos entenderlo sólo un poquito. Y quizá este ejemplo te sirve.
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Etiquetas: Adán y Eva, Diablo, pecado original, Serpiente
miércoles 17 de marzo de 2010
Ángeles, hombres y diablos

En la Creación existen muchos seres. Son muy variados y distintos. Todos han sido creados de la nada. Todos son fruto de la libertad, de la omnipotencia y del amor de Dios.

Hay muchas maneras de clasificar esos seres. Minerales, vegetales, animales... Pero la principal distinción es ésta: en el universo hay personas y seres impersonales. Al crearlas, Dios ha querido las personas por sí mismas. Los seres impersonales, en cambio, han sido creados para algo: en realidad nos los ha querido regalar a los hombres.

La fe cristiana nos enseña que existen tres tipos distintos de personas.

Están las Personas divinas, que viven un misterio de comunión de amor: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Están también las personas angélicas, es decir, los ángeles.

Y, por último, están las personas humanas, es decir, los hombres y las mujeres que vivimos en la Tierra.

¿Quiénes son más importantes o perfectos? ¿Los ángeles o los hombres?

Desde un punto de vista, son más perfectos los ángeles, porque son espíritus puros, sin composición de materia. Una vez creados, no tienen tantas limitaciones como tenemos nosotros los hombres. Ellos no tienen dolores de cabeza, ni de muelas. No les puede atropellar un coche.

Pero desde otro punto de vista, el hombre es más perfecto que los ángeles.

¿A que no sabes por qué?

Lo deberías saber, si has leído atentamente las entradas anteriores anteriores: Una historia maravillosa... de la que tú eres protagonista, unas bodas muy especiales.

Cuando Dios creó a las personas, las creó para entregarse a ellas, para vivir una comunión eterna de amor. A los ángeles los creó muy perfectos, espirituales, semejantes a Dios que es Espíritu. A los hombres los creó a su imagen y semejanza, es decir, con la capacidad de vivir en la carne (es decir, en el cuerpo) una comunión semejante a la de Dios. Ya por esto los hombres y los ángeles somos distintos.

Ellos, los ángeles, son muchos, millones y millones, pero no son una sola carne (porque no tienen cuerpo).

Nosotros, los hombres y las mujeres, tenemos la posibilidad de ser una sola carne. Cuando un hombre y una mujer se entregan para crear una familia, ya no son dos sino que son una sola carne. Dios les une y los transforma en una familia, imagen de la Familia divina.

Pero todavía hay una diferencia más importante.

El Hijo de Dios no se hizo ángel.

El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros (San Juan, 1, 14)

Hacerse carne no significa solamente que tomó un cuerpo y una naturaleza humana, exactamente igual a la nuestra excepto en el pecado.

Significa también que en Él podemos ser una sola cosa, a pesar de ser muchos.

Esta es la envidia del demonio.

¿Y quién es el demonio? ¿Y de quién tuvo envidia?

El demonio (o los demonios, que son muchos) es un ángel caído. Lucifer, el más bello de los ángeles, no aceptó el plan de Dios. Se rebeló contra Él.

¿Por qué lo hizo?

No lo sabemos con certeza. Hubo un pecado de soberbia (la soberbia nos hace pensar que somos más importantes que los demás). Eso seguro.

Pero también, probablemente, un pecado de envidia. (La envidia consiste principalmente en ponerse triste al ver el bien de los demás).

Lucifer, no podía soportar que los hombres fuesen más perfectos que él. Serían más perfectos, porque el Hijo de Dios sería un hombre.

No podía soportar el pensamiento de que un día debería adorar al Hijo del hombre (porque el Hijo de Dios también es Hijo del hombre, desde el momento en que se ha encarnado).

− ¿Y por qué Dios no se ha hecho un ángel? − se decía Lucifer, enfurecido por dentro.

− ¿Por qué ha tenido que rebajarse a ser un hombre? Los hombres son como hormigas que se arrastran por el suelo. − se repetía continuamente.

Lucifer no le decía nada a Dios. Dentro de sí comenzó a tramar la rebelión diabólica.

¿Sabes en qué consiste la rebelión diabólica? En ir contra los planes de Dios. En intentar que las cosas salgan como uno quiere, en vez de como quiere Dios. Así Lucifer le plantó cara a Dios.

Y le dijo: «No te serviré».

Fue algo terrible. Con esas tres palabras entró el mal en el mundo. Fue el primer pecado. Un montón de ángeles repitieron las mismas palabras. Y −¡al decirlas!− se convirtieron en diablos. Ya no quisieron ser ángeles de Dios (la palabra ángel significa «enviado») sino diablos. En vez de servir a Dios, prefirieron luchar contra Él, por eso dejaron de ser ángeles: ya no querían ser enviados.
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Etiquetas: Diablo, Encarnación, Verbo hecho carne, ángeles
viernes 5 de marzo de 2010
El pecado de Adán y Eva y sus consecuencias

Si Adán y Eva eran tan felices en el Paraíso terrenal, ¿cómo es posible que ofendieran a Dios?

Porque escucharon al diablo y se dejaron engañar por él.

Las Sagradas Escrituras nos lo cuenta así.

La serpiente (que representa el diablo) dijo a Eva:

− « ¿Con que Dios os ha dicho que no comáis de todo árbol del huerto?».

Eva hubiera tenido que alejar a la serpiente. Como se aleja de un manotazo a la mosca molesta. Pero quiso escuchar las mentiras de la serpiente. El diablo es el padre de la mentira.

− « Del fruto de los árboles del jardín podemos comer» − respondió la mujer− «pero del fruto del árbol que está en medio del paraíso dijo Dios: 'no comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis'».

¿Dónde está la mentira del diablo?

¿La prohibición de Dios se refería a un solo árbol o a todos los árboles?

El diablo quiere que tú sospeches de Dios y de los demás.

¿Sabes qué significa diablo? Diablo significa «el que divide». Te insinúa: Tu padre y tu madre no te quieren, porque te prohíben esto y aquello, porque te castigan. Si le escuchas, empiezas a sospechar (de Dios, de tus padres, de tus profesores, de tus hermanos, de tus amigos) y te separas de los demás. Te quedas tú solo, con la mentira con que te ha engañado el diablo.

Eva comenzó a hablar con la serpiente, y la serpiente la fue enredando con sus mentiras, como hacen las boas con sus víctimas: las van enrollando con su cuerpo hasta que las dejan inmovilizadas, sin capacidad de reacción.

− «No moriréis, sino que sabe Dios que el día que comáis del árbol se abrirán vuestros ojos, y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal» − dijo la serpiente.

¿Sabes cuáles son las peores mentiras? Las medias verdades.

Las mentirotas gordas, sin mezcla de verdad, no se las cree nadie. No sirven para engañar.

En cambio, las medias verdades pueden pasar por verdades enteras. ¿Cuáles eran las medias-verdades del diablo?

· Primero: que existía una prohibición (una sola prohibición, fíjate lo bueno que era Dios).

· Segundo: que si comían serían conocedores del bien y del mal.

¿Dónde estaba la falsedad o engaño?

· Le dijo que Dios no les quería bien, que no era bueno con ellos. Le dijo que Dios no era un buen padre.

· Que iban a ser como Dios.

«Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos y codiciable para alcanzar la sabiduría; y comió de su fruto; y dio también a su marido, el cual también comió».

Al cometer el pecado, el hombre y la mujer conocieron realmente el mal. En eso el diablo había dicho media-verdad. Hasta ese momento, en el Paraíso no existía el mal. Todo era bueno. El hombre y la mujer eran felices y sólo hacían cosas buenas y santas.

Pero oyeron a la serpiente. Y entró el mal en el mundo.

En primer lugar, el mal entró en el corazón de nuestros primeros padres. Hubo como un apagón. La luz se fue y su corazón quedó en tinieblas. Ya no eran amigos de Dios. Fíjate bien: el primer fruto del pecado no es algo que hizo Dios, sino algo que habían buscado ellos. Querían conocer el bien y el mal, para ser como Dios. Conocieron el mal. Pero no eran Dios. Seguían siendo hombre y mujer. Pero ahora estaban lejos de Dios. Pero ahora eran deformes, monstruosos, sucios. Pero ahora estaban tristes, apenados. ¡Habían ofendido a Dios!

Empezaron a comprobar lo que es el sufrimiento. Descubrían de repente que las piedritas del suelo se clavaban en las plantas de los pies. Y más tarde sabrían también lo que es la muerte.

Supieron también lo que es la vergüenza. Hasta ese día habían estado desnudos y no pasaba nada. En sus ojos había habido luz y sus corazones habían estado limpios. Ahora, en cambio, se avergonzaban de estar desnudos. Necesitaban buscar algo para taparse.

Hasta ese día, lo que más gustaba al hombre y a la mujer era mirarse a los ojos y ver el amor que se tenían. En sus miradas se reflejaba el amor y la alegría. Ahora, en cambio, no podían mirarse a los ojos. Sentían remordimientos. Había tensión. Se echaban la culpa el uno al otro.

En definitiva, Adán y Eva habían perdido:

(a) La gracia santificante, es decir, la amistad con Dios que les hacía ser santos y participar de la vida divina

(b) Los llamados dones preternaturales. (Intenta recordarlos)

(c) La armonía interior de cada uno con sus potencias y facultades: ahora eran conocedores del mal. A veces hacían lo que no querían o no tenían fuerza para hacer lo que debían.

(d) La armonía entre el hombre y la mujer. A partir de ese momento, las relaciones entre hombres y mujeres son difíciles. Parece que hablen idiomas distintos y no se comprenden sin un especial esfuerzo.

(e) La armonía con la naturaleza: ya no eran los señores indiscutidos del mundo. Ahora dominar el mundo cuesta esfuerzo. A veces no se consigue. Otras veces, sí se consigue, pero se hace mal: el hombre destruye la naturaleza, ensucia los mares, contamina la atmósfera, etc.

Cuando Adán y Eva pecaron, el diablo se puso muy contento. Había conseguido lo que quería: asociar a los hombres a su rebelión contra Dios.

Pero lo que más alegría le daba al diablo era pensar que había destruido para siempre el plan de Dios para la Creación. La Obra de Dios estaba destrozada. Era como un juguete roto, que ya no funciona. El hombre, que era la cumbre de la Creación visible, había sido destronado. Ya no era Señor de la Creación. Ya no era Hijo de Dios. Ahora el demonio tenía poder sobre el hombre.

* * * * *

Seguiremos la historia en la próxima sesión. Ahora quiero que distingas algo que se suele confundir.

El pecado de nuestros primeros padres: se trata de un verdadero pecado de orgullo y desobediencia, por el que perdieron la amistad con Dios.

El pecado original: no se trata de un verdadero pecado, sino que consiste en el estado de privación de la santidad y justicia originales con que nacemos todos los descendientes de Adán y Eva.

Imagínate un hombre muy rico, muy rico.

De repente, comienza a arriesgar su patrimonio, a jugar en los casinos, a hacer operaciones financieras arriesgadas.

Cuando sus hijos se quieren dar cuenta, toda la riqueza de su padre se ha esfumado, ya no existe. Sólo quedan las deudas.

Este ejemplo te puede servir para comprender qué es el pecado original. Los hijos no tienen culpa de lo que ha hecho su padre con el dinero. Pero, aunque no tengan culpa, se han quedado sin herencia. De todos modos, no pienses haberlo entendido del todo, porque se trata de un misterio. Podemos entenderlo sólo un poquito. Y quizá este ejemplo te sirve.
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Etiquetas: Adán y Eva, Diablo, pecado original, Serpiente
martes 22 de septiembre de 2009
El Espíritu Santo convencerá al mundo de juicio

Terminamos las catequesis acerca de la misión del Espíritu Santo: de qué tiene que convencer al mundo.

Mientras que para la justicia habrá que esperar al final de los tiempos - en eso consiste la esperanza cristiana, en confiar en que Jesús 'dará a cada uno lo suyo' - el juicio tiene lugar aquí en el tiempo.

Jesús nos enseñó que el Espíritu Santo debe de convencer al mundo de tres cosas: de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, porque no han creído en El. De justicia, porque Él ya ha subido al Padre. De juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido condenado.

Son palabras un tanto misteriosas, pero muy consoladoras cuando se entienden bien. El Espíritu Santo es el Consolador, por lo que si nos dejamos convencer sentiremos el alivio y el consuelo. Jesús no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores; no ha venido a condenar al mundo, sino a que éste se salve por medio de la fe. El juicio es algo que se realiza en todo momento.

Así se lo explicaba Jesús a Nicodemo: 'Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna. Pues no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Quien cree en él no es juzgado: pero quien no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo Unigénito de Dios'. El nombre del Hijo es Jesús, que significa 'Dios salva'. Ya vimos en la anterior entrada cómo actúa Jesús para salvarnos.

Está a nuestro alcance aceptar la mano que Dios nos tiende o rechazarla. En este segundo caso, somos nosotros mismos quienes nos condenamos, siguiendo los pasos del príncipe de este mundo (el Diablo y sus demonios) de quienes sabemos con certeza que ya han sido condenados. Todos lo hijos de Adán vivimos en la esperanza de la salvación. Nosotros no somos quien para condenar a ningún hijo de Dios al infierno, por muy malas que hayan sido sus obras. Incluso podemos esperar la salvación de aquella persona a la se dirigió este epitafio en su propia tumba : 'Aquí yace (fulano de tal). El bien que hizo hizo mal. El mal que hizo hizo bien.' Palabras aterradoras, pero que son distintas del juicio de Dios. La mano de Dios está permanentemente tendida a cada uno de nosotros, hasta el último instante de nuestra existencia.

El juicio de las personas está reservado a Dios. Por esta razón nosotros no debemos de juzgar a nadie, absolutamente a nadie. Podemos juzgar las obras exteriores, pero no está en nuestras manos juzgar las intenciones profundas de los actos humanos. Eso puede hacerlo únicamente Dios.

Esta distinción es muy importante, porque los cristianos estamos obligados a ejercer el profetismo en el mundo. No juzgamos a las personas, pero debemos denunciar las obras del demonio, las estructuras del pecado que son escándalo para tantos hijos de Dios.

Jesús nos dio ejemplo de ello. Con todo el mundo tuvo palabras cariñosas y misericordiosas, excepto con aquellos que tenían el deber de ser guías del pueblo. Le vemos arrojando a los cambistas que habían convertido el templo de Jerusalén en un comercio. Así también en nuestras palabras y en nuestros gestos debe brillar siempre la caridad, pero eso no es obstáculo para que empleemos palabras duras y afiladas para denunciar las estructuras de pecado que existen en nuestro tiempo. Esa fue la tarea de los profetas del Antiguo Israel. Ésa es la que nos compete a nosotros, los seguidores de Jesús, porque mediante el Bautismo participamos de su triple ministerio: sacerdotal, real y profético.

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Etiquetas: Diablo, Espíritu Santo, Estructuras de pecado, Juicio
miércoles 9 de septiembre de 2009
El Espíritu Santo convencerá al mundo de justicia
(Entrada precedente: El Espíritu Santo convencerá al mundo de pecado)

“El Espíritu Santo convencerá al mundo de justicia..., porque me voy al Padre y ya no me veréis” (Jn 16, 8-9).

El que habla es Jesús, el Cristo, y lo hace precisamente en su calidad de Cristo, el Ungido de Dios, portador y dador del Espíritu Santo a todos cuantos crean en Él. De eso nos deberá convencer el Paráclito de que, creyendo en Él, ya estamos salvados y un día moraremos junto a Él a la diestra del Padre. Jesucristo ha venido al salvar al mundo, no a condenarlo: “Quien cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no cree en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece en Él” (Jn 3, 16).

La cosa parece sencilla, pero tampoco en esta ocasión lo es. El Espíritu Santo encuentra mucha oposición en el mundo. Quienes viven en el mundo y son de él aspiran siempre una justicia que es de este mundo. Una tras otra, las generaciones cristianas reciben la misma tentación del maligno: “si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes” (Mt 4, 3). Jesús rechazó esa insidia del padre de la mentira respondiendo: “Escrito está: 'No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios” (Mt 4, 4). Creer en Jesucristo es abandonarse totalmente en Él, dejando en sus manos la justicia última de este mundo.

Jesús venció esa primera tentación del diablo, pero en sus discípulos la victoria no está asegurada. Son muchas las ocasiones en las que el diablo sigue planteando las cosas del mismo modo y lo hace con éxito: las ideologías del siglo XX o las teologías liberacionistas son sólo ejemplos de esta tentación en la que la Humanidad cae una y otra vez.

Creer que él está ya a la diestra de Dios Padre y que allí nos espera supone decidirse a vivir el espíritu de las bienaventuranzas: el Reino de los cielos es de aquellos que “son pobres en el espíritu”, “lloran”, “son mansos”, “tienen hambre y sed de justicia”, “son misericordiosos”, “son limpios de corazón”, “trabajan por la paz” y “padecen persecución por causa de la justicia” (Mt 5, 2-10). Jesús les anima a que se sientan y se consideren bienaventurados, esto es, inmensamente gozosos y felices, porque “de ellos es el reino de los cielos”, “serán consolados”, “heredarán la tierra”, “verán a Dios”, “serán llamados hijos de Dios”.

Tanto los pobres en el espíritu como los que sufren persecución por causa de la justicia reciben una misma promesa: “de ellos es el reino de los cielos”. Adviértase que se se les invita a estar gozosos ahora. Hay quien no entiende bien las bienaventuranzas y piensa que Jesús se limita a prometer la felicidad gozosa para el más allá. Precisamente porque creemos en Jesucristo debemos dejarnos convencer de la justicia: el dolor, la persecución, las injusticias que suframos aquí en la tierra serán ocasión ya ahora de un gozo inmenso, porque vivimos de una esperanza cierta.

La esperanza que vivimos es “performativa”, es decir, nos transforma y nos lanza a la construcción de un mundo mejor. Nos sentimos hermanos de los demás hombres en la edificación de este mundo nuestro, pero lo hacemos en el espíritu de las bienaventuranzas, buscando la paz y rechazando todo medio violento. No nos desentendemos de este mundo, pero tampoco ponemos en él nuestra esperanza. El trabajo por el “reino de los cielos”, que llevó a la muerte a Jesucristo, podrá acarrearnos también a nosotros muchas desgracias e injusticias, pero deberemos soportarlas con la alegría de ser por ello corredentores con Cristo.

¿Cómo secundar la labor del Espíritu Santo en los hijos?

Hay que hablar a los hijos del verdadero éxito. Si se inculca en ellos un afán por obtener las mejores calificaciones académicas o por destacar en este o aquel deporte o arte, se corre el peligro de alejarles de la senda de la verdadera felicidad. Se convertirán en personas que buscan la justicia en este mundo y que creerán que es posible conseguirla por sus propias manos. Se creerán con facilidad “salvadores” del mundo.

Como se puede advertir fácilmente, se trata de apuntar hacia el verdadero objetivo: enseñar a los hijos a hacer el bien siempre, con independencia de las consecuencias. Tan injusto es alcanzar metas altas con medios ilícitos como no esforzarse por alcanzarlas por temor al esfuerzo que conllevan. De esta manera, los padres no deberían limitarse a juzgar el trabajo de sus hijos por el resultado aparente. Ni deberán castigar en forma automática a sus hijos por haber obtenido malas notas, cuando en realidad han podido esforzarse mucho, ni tampoco les alabarán por el mero hecho de haber alcanzado muy buenas calificaciones, cuando en realidad detrás de ellas no ha habido esfuerzo alguno. Enfadarse o alegrarse en función exclusiva de las calificaciones académicas puede ser un signo de que no se está buscando el verdadero bien de los hijo. Conocí a un chaval cuyo padre le castigaba cuando no obtenía la máxima calificación. Durante el colegio y la carrera universitaria obtuvo en la mayoría de las asignaturas un 10. Cuando eso no ocurría, era castigado. Este muchacho padeció trastornos psíquicos, aunque logró superarlos.

Cuando un padre ve a su hijo estudiar con esfuerzo y denodadamente, hará bien en decirle que el resultado que obtenga es totalmente secundario: para él – y para Dios probablemente – lo importante es que haya santificado ese tiempo de estudio y que haya puesto los medios para conseguir la máxima calificación. Eso es lo importante. En definitiva, trabajar “saboreando las cosas de arriba”, como nos enseñó san Pablo, donde está sentado Jesús a la diestra de Dios Padre.

Esta entrada esta relacionada con otras dos que la preceden:

1. ¿De qué tiene que convencer el Espíritu Santo al mundo?
2. El Espíritu Santo convencerá al mundo de pecado

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Etiquetas: Diablo, Educación moral, Esperanza, Espíritu Santo, Justicia
jueves 16 de julio de 2009
El diablo no tiene rodillas

Una vez oí decir que, en la antigüedad, al diablo se le representaba sin rodillas.

Es verdad que el diablo no tiene rodillas, pero no por ser un espíritu, sino porque tampoco las querría emplear en el caso de disponer de ellas. Si las tuviera tendría que arrodillarse ante Dios y ante los hombres. Ante Dios porque ese es el modo de representar la adoración debida al Creador por parte de una criatura. Ante los hombres, porque en la medida en que estamos unidos a Jesucristo nos convertimos en hijos de Dios y tenemos mayor dignidad creatural.

Fijaos bien. No tenemos mayor dignidad porque ellos sean demonios y nosotros estemos en comunión con Dios. No. También tenemos mayor dignidad que los ángeles, porque nosotros estamos unidos a Dios a través de la Persona del Hijo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Al estar bautizados, hemos sido incorporados a Cristo y ya somos para siempre hijos de Dios. Si vivimos de acuerdo con esa dignidad de cristianos somos superiores a los ángeles y, con mucha más razón, también a los diablos. Es más, entre las señales que caracterizarán a los cristianos se cuenta la de expulsar los demonios:

'Regresaron los setenta y dos (discípulos) llenos de alegría, diciendo: 'Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre'... Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en los cielos' (Lc 10, 17.20).

Desde el momento en que Jesús se ha hecho hombre, todos nosotros -los humanos- hemos sido enaltecidos con una dignidad superior: hemos sido divinizados. Esta dignidad nuestra es la principal causa de enfado del demonio. Es superior a sus fuerzas.

Pero me preguntarás por qué razón sigue actuando el diablo en el mundo, si los hombres tenemos mayor dignidad que él. ¿Cómo es que todavía tiene poder sobre los hombres? ¿Acaso Jesús no nos ha librado definitivamente de él?

Jesús no nos ha librado del demonio, sino del poder del demonio. Puede parecer un juego de palabras, pero no lo es. San Pedro compara al diablo con un perro furioso y rabioso atado a una cadena. Si nosotros le dejamos ladrar y no nos acercamos a él, nada podrá hacernos. En cambio, si nos acercamos o entramos en tratos con él, corremos serios peligros. Mientras nos mantengamos decididamente lejos de sus asechanzas nada tenemos que temer.

Pero quizá me preguntarás también por qué razón hay santos que han tenido que sufrir los ataques del demonio. ¿Significa eso que no se mantuvieron lejos de él? No. Los santos son personas predilectas de Jesús y quieren identificarse con Él, es decir, quieren imitarle en todo. De la misma manera que Jesús fue tentado, también lo son los santos. Pero nunca deje que sean tentados por encima de sus fuerzas. Los santos son tan buenos y fuertes que no pierden la fe y la esperanza en Dios a pesar de que el diablo pueda estar fastidiándoles con todo tipo de trapacerías.

Esta es una importante enseñanza: Jesús nos ha librado del demonio, del pecado y de la muerte. Pero eso no significa que no seamos tentados, que no pequemos ya o que no muramos. De lo que nos libra Jesús es del poder de estas tres realidades, de manera que podemos ya vivir sin temor. Si queremos, podemos caminar con la alegría de los hijos de Dios. Generalmente nos tentará el diablo. Algunas veces, caeremos en su trampa y pecaremos, pero podemos levantarnos inmediatamente pidiéndole perdón a Jesús. Y caminaremos así hasta el momento de nuesta muerte, que tampoco nos debe de preocupar, porque para nosotros es el comienzo de la Vida.

El diablo no tiene rodillas, pero nosotros sí. Y las utilizamos entre otras cosas para arrodillarnos ante el sacerdote implorando la absolución de los pecados. Para mucha gente el arrodillarse es un gesto de sumisión impropio de una persona libre. Sin embargo, el hijo de Dios que es consciente de haber ofendido a su Padre Dios se arrodilla para pedirle el mayor de los regalos: el perdón. (Hago notar que la palabra perdón significa eso mismo: super regalo, superdón). Es algo tan grande e inmerecido que nos disponemos a humillarnos para obtenerlo.

Decía Juan Pablo II que en ningún otro momento tiene el pecador mayor dignidad que cuando se arrodilla para pedir el perdón de sus pecados. Se cumplen ahí las palabras de Jesús: 'el que se humlla será exaltado'.

Si no queremos ser como el demonio, que no tiene rodillas, nosotros deberemos emplearlas a menudo y no sólo para andar, correr o hacer deporte. ¿En qué ocasiones?

* Cuando adoramos a Dios en la Iglesia o también cuando nos disponemos a rezar nuestras oraciones antes de acostarnos en la cama.
* cuando mostramos nuestro arrepentimiento ante el sacerdote, a quien confesamos nuestros pecados.
* cuando servimos a nuestros hermanos, como hizo Jesús en la Última Cena al lavarles los pies o siempre que se reclinaba sobre los enfermos para curarles de sus enfermedades.
* cuando pasamos ante un sagrario siempre podemos hacer una genuflexión, es decir, doblar la rodilla de manera elegante, reconociendo que allí se encuentra sacramentalmente presente nuestro Señor Jesucristo.

Este deporte nos mantendrá siempre en el camino del bien. Quienes no se arrodillan nunca corren el peligro de encaminarse por la senda de la soberbia diabólica.

Entradas relacionadas:

1. Fue llevado por el Espíritu al desierto
2. La envidia del diablo

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Etiquetas: Adoración, Diablo, Encarnación, Genuflexión
sábado 7 de marzo de 2009
Fue llevado por el Espíritu al desierto

Cuentan los Evangelistas que Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo.

Cuando Dios fue expulsado del Paraíso el mundo, que hasta ese momento era un auténtico vergel, se convirtió en un desierto inhabitable para un hijo de Dios; todo el cosmos (todo lo creado) se desordenó; el árbol de la vida fue talado y quedó sólo un leño destartalado y el Diablo puso su trono como Rey de este mundo.

Cuando Jesús fue bautizado en el río Jordán, comenzó la obra de nuestra Redención de manera oficial y pública. Jesús oyó la voz de Dios Padre -éste es mi Hijo amado- y el Espíritu Santo se posó en forma de paloma sobre su cabeza. En ese momento la Vida de Jesús es también nuestra vida. Nosotros somos bautizados y también se oye sobre nuestras cabezas la voz del Padre que nos asegura su amor fiel y en nosotros se derrama el Espíritu Santo.

Jesús fue llevado por el Espíritu para vencer al diablo y destronarlo. No esperó a que él viniera, sino que se 'metió en la cabeza del lobo', fue a buscarle y a vencerle en su propio terreno. Eso es lo que significa la expresión 'para ser tentado por el diablo'. Fue allí desarmado. No se presentó ante el diablo bajo el aspecto del Hijo de Dios sino con el de un hijo del hombre, es decir, con su sola humanidad. El que venció al demonio en el desierto fue Jesús, el Hijo del hombre.

De esta manera, Jesús comienza a reinar en el mundo. El diablo le tienta, pero sus artimañas y seducciones no consiguen nada. Y los bautizados nos llenamos de esperanza porque el diablo ya no tiene fuerza sobre nosotros siempre que sepamos emplear las mismas armas de Jesús: la humildad, la mansedumbre, la fe y confianza en el Amor que Dios nos tiene.

Pero estas deberán ser otras de las catequesis: cada una de las tentaciones en las que Jesús vence al maligno es una lección para nosotros los cristianos.
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Etiquetas: Desierto, Diablo, Redención, Sufrimiento, Tentaciones
jueves 5 de marzo de 2009
La envidia del diablo

'Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza; mientras tú le herirás en el talón' (Gn 3, 15)



El libro de la Sabiduría nos transmite unas enseñanzas importantísimas:

'Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su
misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y
la experimentan los que le pertenecen' (Sab 2, 23-24)


No sólo se nos explica que Dios no ha sido el inventor de la muerte -¡y no es poca enseñanza!- sino que nos indica además el origen de la muerte y del pecado. La rebelión diabólica encuentra su causa en la envidia del diablo. ¿Envidia de qué o de quién?
Hace unos días hice esta pregunta a un grupo de alumnos de quinto de primaria (11 años). ¿De qué o de quién tenía envidia el diablo para tentar a Adán y a Eva? Las respuestas fueron variadas:

- Del hombre, respondió uno.
- De Dios, contestó otro.
- Pero, ¡por qué va a tener envidia de Dios? -volví a preguntar yo- El diablo no envidioso pero no tonto. ¿Por qué va a sentir envidia del hombre, si para él nosotros somos como gusanos, seres hechos del polvo y que por la tierra nos arrastramos?
Hubo un silencio y un niño levantó la mano. Quizá porque no le quedaban muchas salidas, respondió: ¡tenía envidia de Jesús!
-Muy bien contestado, les señalé. El diablo tuvo envidia de Jesús y, por lo tanto, la tuvo tambiéndel hombre. Sólo veo un problema: ¿cómo puede ser que tenga envidia de Jesús, si todavía no existía?
Aquí ya no supieron seguir, como es lógico. Les expliqué que, efectivamente, esta es la única explicación coherente. Aunque Jesús no había nacido todavía como hombre, sin embargo, sí existía como Hijo eterno de Dios. Dios pudo desvelar por un momento el misterio escondido durante siglos, es decir, su designio amoroso para con el hombre, su Encarnación al llegar la plenitud de los tiempos.
Un amigo mío - Ricardo Piñero, El olvido del diablo, Salamanca 2006, pp. 16- explica que los Padres de la Iglesia así lo entendieron. San Ireneo sostenía que el diablo sintió celos del hombre; un sentimiento parecido al del hermano mayor ante el nacimiento de un hermanito. Y le siguieron el razonamiento san Cipriano, san Justino y san Gregorio de Nisa.
Aunque estos Padres de la Iglesia entendían que los celos se dirigían al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es quizá más creíble que la envidia se deba al hecho de que Dios hubiera decidido encarnarse, es decir, hacerse hombre. Así el hombre estaría unido a la divinidad hasta el punto de ser 'una sola carne' con Dios, sería familia de Dios, sería hijo en el Hijo. Nos introducimos aquí en lo que podríamos denominar 'primera alianza' de Dios con los hombres. Esta primera alianza coincide con la creación misma del hombre en Cristo. Es decir, desde toda la eternidad, Dios ha decidido emparentarse con los hombres y por eso los crea a su imagen y semejanza y les llama a un vida de comunión con él.
Pero este tema lo dejamos para la próxima entrega. Ahora sólo queremos mostrar cómo el diablo tuvo envidia...¡ de la familia! Hizo honor a su nombre y sembró la discordia y la división. Diablo es el que divide. Dios construye la familia y él la destruye.


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Etiquetas: Creación, Diablo, Encarnación, Envidia
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