lunes, 15 de agosto de 2011

Reportaje - www.BETANIA.es 2 Domingo de Pascua- Anunciación


EL PAPA HA MUERTO

El Papa ha muerto a las 21, 37 horas (hora europea). Juan Pablo II espera pasar al Padre. Y con él todo el mundo reza en sufragio por su alma o envia al Vaticano su solidaridad como la reconocimiento de la vida de un extraordinario Pontífice. Nosotros hemos incluido en esta sección de Reportaje el que hace tres semanas publicó nuestro colaborador, Jesús Marti Ballester. Conservamos el Reportaje de la Anunciación que se celebra el Lunes. Los textos, ambos de Martí Ballester, son muy buenos. Y el correspondiente a Juan Pablo II, sirve de repaso biográfico de un gran Papa.


JUAN PABLO II, TOTUS TUUS

Por Jesús Martí Ballester

Apenas se ha despertado de la anestesia. Sale de la nube y dice con un gesto que quiere escribir. “¿Qué me han hecho?”. Así preguntó San Juan de la Cruz al cirujano que le había abierto la pierna en vivo: “¿Qué me ha hecho, señor Licenciado?”- Y a continuación ha escrito: “Totus tuus”. ¿En qué suelo vital arraigan las raíces de un hombre que ha cambiado la historia de Europa, que ha determinado el rumbo de la Iglesia católica durante más de veinticinco años y se ha convertido en una referencia moral para millones de hombres de toda cultura, religión y geografía? ¿De qué fuentes originales ha bebido y en qué manantiales se ha seguido abrevando hasta estos últimos días en los que el dolor y el resuello le agotan hasta el borde del abismo?, se pregunta Olegario González de Cardedal, refiriéndose a la totalidad de su persona. Y apunta sus fuentes: familia religiosa, arraigo en su amor, influencia de San Juan de la Cruz y Max Scheller, de De Lubac y Von Balthasar.

Se comprende que cuando los historiadores o biógrafos o articulistas de periódicos relaten sus orígenes, desconozcan un dato imprescindible, pero los teólogos no pueden ni deben omitirlo, ya que el mismo Juan Pablo lo expresa rotundamente cuando habla del origen de su vocación sacerdotal en “Don y misterio”. En ese libro escrito con motivo de sus Bodas de Oro sacerdotales, nos da una pista inconmensurable, que es el manantial donde nace toda su epopeya apostólica. Allí descubre su dimensión mariana, originada y crecida en la atmósfera familiar, en el ambiente parroquial de Wadowice, en el convento carmelitano y sumergido en el ambiente popular de Cracovia y de Polonia, en cuya dimensión mariana creció, y afortunado a la vez, con la amistad de San Maximiliano Kolbe, del cardenal Wyszynski y del Padre Francisco Blachnicki, prisionero de los nazis y de los soviéticos y Fundador del Movimiento “Luce-Vita. A los diez años le visten los carmelitas el escapulario del Carmen, los salesianos en Cracovia, lo cuentan entre las filas del "Rosario vivo” vinculado a la devoción a María Auxiliadora. Y Tyranowski, el sastre místico, le introduce en el estudio de San Juan de la Cruz y Santa Teresa, donde nace su vocación sacerdotal, en la que por sus estudios y reflexión comprenderá más a fondo la devoción a la Madre de Dios. "Ya estaba convencido - escribe - de que María nos conduce a Jesús, pero en este periodo comencé a comprender que también Jesús nos conduce a su Madre. “Hubo un momento en que en cierto sentido puse en tela de juicio mi devoción mariana por considerar que sobrepasaba exageradamente mi veneración por Cristo mismo".

SAN LUIS MARIA GRIGNON DE MONFORT

Exactamente en ese momento le llega la insuperable ayuda que le proporciona el “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María” de San Luis Maria Grignon de Monfort. “A decir la verdad, el tratado en sí, escribe, puede sorprender a algunos con su exagerado estilo barroco, pero su contenido es precioso, porque proporciona al lector la conciencia de que la mariología está fundada en el Misterio Trinitario y en la verdad de la Encarnación de la Palabra. "Comprendí entonces por qué la Iglesia recita el Ángelus tres veces al día. Entendí por qué las palabras de esta oración eran cruciales. Expresan el núcleo del suceso más grande de la historia de la humanidad”. El lema episcopal y papal de Karol Wojtyla, Totus Tuus, está radicado en la mariología de San Luis María Grignon de Monfort y constituye la abreviación de la fórmula entera de la consagración, que dice “Totus Tuus ego sum et omnia mea tua sunt”, “Soy todo Tuyo y todo lo mío es Tuyo”.

EL SECRETO DE SU FUERZA

“Totus tuus”. Lo lleva en el tuétano. Es su lema personal. Su lema pontifical. Su vida. La que recorre todo su pontificado pastoral. Su entrega total a la Madre de Cristo. Ese “Totus tuus” expresa la dimensión mariana de su vida personal, de su acción sacerdotal y pontifical. Sólo quien se asome a esa espiritualidad dejará de sorprenderse ante la vida y la obra de Juan Pablo; así como será incapaz de comprender nada de su vida íntima quien no tenga sensibilidad y capacidad para entender este embrión fecundo de su fe y de su entrega a María, que bebió en Polonia y reforzó en las lecturas nocturnas de Grignon de Monfort, bajo la tenue luz en la planta química Solvay y que, como Pontífice ha expresado en su Encíclica: “Redemptoris Mater” de 1987 y en la Carta apostólica “Mulieris dignitatem”, en el año mariano 1988. Ambos documentos explicitan la doctrina de la “Lumen Gentium”. Dice San Ambrosio que María es tipo de la iglesia, “typus Ecclesiae”. Como la vocación que une a María con la Iglesia es la maternidad, porque las dos son Madres, entregarse a María es entregarse a la Iglesia, y entregarse a la Iglesia es entregarse a Dios. Así se entiende con luz nueva el lema pontifical de Juan Pablo II, que es el mismo del Obispo joven de Cracovia: “Totus Tuus Mariae”, porque el “Totus Tuus Mariae” equivale a “Totus Tuus Ecclesiae”, y en consecuencia a “Totus Tuus Deo”. Esa es la revelación de la raíz de sus 26 años de pontificado como testigo y maestro de su entrega a Dios con María.

LA CONSAGRACIÓN A MARÍA DE SAN LUIS Mª GRIGNON DE MONFORT

En su obra Tratado de le verdadera Devoción a la Santísima Virgen, leemos: “Nuestra perfección con­siste en estar conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, y pues que María es entre todas las criaturas la más conforme a Jesucristo, cuanto más se consagre un alma a María, más se unirá con Jesucristo. Esta consagración es como una renovación de las promesas del Bautismo en las manos de María.

Consagrarse es entre­garse enteramente a la Santísima Virgen. Sólo aquél a quien el Espíritu Santo revele este secreto, será conducido a tal estado, para progresar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta la transformación en Jesucristo y a la plenitud de su perfección sobre la tierra y de su gloria en el cielo y ser todo de Jesucristo por medio de María. Es menester entregarle nuestro cuerpo con to­dos sus sentidos y sus miembros; nuestra alma con todas sus potencias; nuestros bie­nes exteriores, nuestra fortuna presente y futura; nuestros bienes interiores y espiri­tuales, méritos, virtudes y buenas obras pasadas, presentes y futuras; todo lo que tenemos en el orden de la naturaleza y de la gracia, y todo lo que lleguemos a tener en el futuro de la gracia y de la gloria, sin reserva ninguna, ni de un céntimo, ni un cabello, ni la obra más pequeña, por toda la eternidad, sin pretender ni esperar ninguna otra recompensa de nuestra ofrenda, que pertenecer a Jesu­cristo por María y en María, aunque ella no fuera, la más liberal y reconocida de las criaturas”.

LA CONSAGRACION A MARIA SEGÚN JUAN PABLO II

Consagrarse a María, significa acoger su ayuda, para consagrar el mundo, el hombre, todos los pueblos y la humanidad al que es infinitamente santo. Juan Pablo II ofrece el testimonio de que la consagración a María significa hacerla entrar en la propia vida espiritual. Ello conduce a la comunión de las personas, nos introduce en la profunda relación interpersonal con la Madre del Señor. Como testimonio de este principio, Juan Pablo II, le ha consagrado la Iglesia, todos los países y todos los pueblos, en el umbral del tercer milenio del cristianismo. Incluyendo a todos los que han creído en Jesucristo reconociendo en él su signo conductor en el viaje de la historia y a toda la humanidad, incluso a los que aún buscan a Cristo.

EN JASNA GORA

El 17 de junio de 1999, en el umbral del tercer milenio en Jasna Góra dijo: “Madre de la Iglesia, Virgen Auxiliadora, en la humildad de la fe de Pedro te presento a toda la Iglesia, a todos los continentes, los países y los pueblos que han creído en Jesucristo y lo han reconocido como conductor en el camino de la historia. Te presento a ti, Madre, a toda la humanidad, también a los que aún buscan el camino hacia Cristo. Sé su guía y ayúdales a abrirse a Dios que viene. Te presento a los pueblos del Este y del Oeste, del Norte y del Sur, y a tu materna solicitud consagro a todas las familias de los pueblos. Madre de la fe, de la Iglesia, así como en el cenáculo de Jerusalén rezabas con los Apóstoles de Cristo, permanece con nosotros hoy en el cenáculo de la Iglesia, al final de este segundo milenio de la fe y suplica para nosotros la gracia de la apertura al don del Espíritu Santo”.

MARÍA MADRE AL PIE DE LA CRUZ

La presencia de María al pie de la cruz testimonia su fe estable, en las promesas de Dios, que ha presentido en el día de la Anunciación. Cuando Jesús entrega a Juan su Madre nos dice cómo Dios se entrega a los hombres y cómo los hombres nos hemos de entregar a Dios por María, figura de la Iglesia, en la cual y por la cual María desempeñará el papel de madre. Juan, la Iglesia, la acogió, y confió en Ella. La entrega de la Iglesia a María es, por tanto, una consecuencia de la obra de redención realizada por Dios en Cristo. Es decir, es una consagración a Dios según el ejemplo de María.

El itinerario de la oración de Karol Wojtyla en su infancia, en su adolescencia y como sacerdote y obispo, lo conduce a los "senderos marianos", especialmente a Kalwaria, el mayor santuario de Cracovia, donde irá en peregrinación, para consagrar a Dios las cuestiones de la Iglesia a través de Maria sobre todo durante el régimen comunista.

E1 15 de agosto de 1970, solemnidad de la Asunción, dijo: “Y aquí, en esta colina –Cálvaria--, los senderos de Jesús se interrumpen; se interrumpen en el sepulcro, como si los que los construyeron no hubiesen querido pronunciar la última palabra. Pero la palabra no dicha por ellos fue proclamada en pleno. Para ello fueron indispensables los senderos de la Madre de Dios, su dormición, su entierro y luego la Asunción. Y aquí descubrimos la verdad de la Resurrección de Cristo. Porque su Resurrección se repitió en su Madre y en la Asunción. Aquí en el Calvario vemos de modo evidente este vínculo estrecho entre la vida de Cristo, su Pasión, la muerte, su Resurrección y la vida de María, desde la Inmaculada Concepción hasta la Asunción. Y aprendemos aquí en este Calvario el misterio de María a través de Cristo, para aprender a profundizar el misterio de Cristo a través de María”.

ARZOBISPO DE CRACOVIA

Ya Arzobispo de Cracovia, el 8 de mayo de 1966, en la Catedral de Wawel en el milésimo aniversario del bautismo de Polonia, dijo: “Te consagro; ¡oh Madre!, como pastor de la Iglesia de Cracovia, a toda esta Iglesia como tu propiedad en el presente y en el futuro. Si es tu propiedad no se puede disipar ni perder. Si somos tu propiedad, a pesar de todas las dificultades y obstáculos, Cristo estará y crecerá en nosotros. ¡Oh Madre!, tú eres nuestra confianza, nosotros como tu propiedad y Tú como nuestra confianza. Acógenos Madre como tu propiedad. Acoge nuestra confianza sin límites. Y en su “Totus Tuus” incluía a aquellos a quienes servía. El Santuario Mariano sobre el Calvario para él fue un Santuario Cristocéntrico, en el que el hombre encuentra su lugar al lado de Cristo a través de su Madre. Así lo confirmó en su personal y emotivo discurso: “Veníamos aquí muchas veces desde Cracovia especialmente en los momentos importantes. Sin embargo, a menudo venía aquí sólo y caminaba por los senderos del Señor Jesús y de su Madre, y meditaba sobre sus santísimos misterios. Además de esto consagraba al Señor Jesús a través de María las cuestiones difíciles y los argumentos de responsabilidad, de modo especial en todo mi servicio episcopal. Me daba cuenta de que tenía que venir aquí más a menudo porque las cuestiones de este tipo eran cada vez más y, porque normalmente se resolvían después de mi visita a estos senderos. Os puedo decir hoy, que casi ninguna de las cuestiones que de vez en cuando turbaban el corazón de un obispo, y en cualquier caso despertaban en mí el sentido de las grandes responsabilidades, no habrían madurado sino aquí, a través de la oración ante el rostro de un Gran Misterio de la fe, que el Calvario esconde en sí mismo. Cada vez que venía aquí tenía la conciencia de sumergirme en este depósito de fe, esperanza y amor, que llevaban a esta colina, a este santuario, a todas las generaciones del Pueblo de Dios de la tierra de la que yo provengo y en cuya fuente bebo continuamente. A todos los que vengan aquí en el futuro les pido que recen por uno de los peregrinos del Calvario, que Cristo ha llamado con las mismas palabras con las que llamó a Simón Pedro. Lo ha llamado de alguna manera desde estas colinas, diciéndole.- "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”.

JUAN PABLO II, ELEGIDO PAPA

El 16 de octubre de 1978. Terminado el Cónclave en el que los Cardenales le han elegido Papa, Wojtyla expresó por dos veces una especie de credo mariológico personal sometido a la fe en Cristo Jesús-Señor y Salvador. En aquel momento solemne, cuando el Cardenal Decano, en nombre de todo el Colegio de los electores, pide su consentimiento: ¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?, ante el supremo silencio expectante del Colegio de los Cardenales, respondió: “En la obediencia de la fe hacia el Cristo mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y de la Iglesia - consciente de todas las dificultades – acepto”. Después, desde la logia de San Pedro, en un acto decisivo, insólito y cargado de emoción y de lágrimas, proclamó ante los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro: “Temía aceptar esta elección, pero lo hice en el espíritu de obediencia a nuestro Señor y en la total confianza en su santísima Madre. Hoy estoy ante vosotros para expresar nuestra fe común, nuestra esperanza y nuestra confianza en la Madre de Cristo y Madre de la Iglesia”.

LAS CONSAGRACIONES DE PIO XII Y PABLO VI A MARÍA

Primero fue Pío XII el 31 de octubre de 1942, cuando Europa y el mundo vivían el drama de la segunda guerra mundial. El Santo Padre pedía la conversión de las conciencias, la vuelta de la alegría y de la paz para tantas madres y tantos padres, mujeres, hermanos y niños inocentes y tantos seres humanos cuya vida había sido truncada: ¡Madre de la Misericordia! ¡Pide para nosotros la paz de Dios, pero sobre todo la gracia, que pueda convertir los corazones humanos, la gracia que prepara, facilita y asegura la paz! Reina de la paz, ruega por nosotros y dona la paz al mundo inmerso en la guerra, en la verdad, justicia y amor de Cristo. Le siguió Pablo VI el 13 de mayo de 1967 en Fátima en el 50° aniversario de la primera aparición en Fátima. Entregó la Iglesia y el mundo a la protección de María. La elección de Karol Wojtyla inauguró el proceso de cambios en todo el bloque del Este. El atentado contra su vida del 13 de mayo de 1981, ocurrió exactamente el día del 64° aniversario de la aparición en Fátima. Desde entonces los actos de la consagración a la Madre de Dios constituyen la parte integral de casi todas las peregrinaciones apostólicas del Papa Wojtyla.

SU ÚLTIMA VISITA A POLONIA

Su última visita a Polonia en agosto de 2002, en el Calvario, expresa de nuevo la convicción del carácter teológico especial de este lugar, y la unidad entre la mariología y la cristología. Dijo: este lugar predispone extraordinariamente el Corazón y la mente a la penetración de los misterios de este vínculo, que unía al Salvador en su Pasión y a su Madre Dolorosa. En el centro de este misterio del amor todas las personas que vienen aquí se encuentran a sí mismas, su vida, su cotidianidad, su debilidad y simultáneamente la potencia de la fe y la esperanza en la fuerza que nace de la convicción de que la Madre no abandona a su niño en la necesidad, sino que le conduce al Hijo y lo entrega a su Misericordia.

EN LA BASÍLICA DE SANTA MARIA LA MAYOR

La dimensión cristológica y eclesial constituye la esencia de las consagraciones de Juan Pablo II constituida por el acto de la entrega. El 8 de diciembre de 1978 en la Basílica de Santa Maria la Mayor, consagró a María a todos los que él sirve y a todos los que con él sirven. “El Papa, dijo, al comienzo de su servicio episcopal en la Cátedra de San Pedro en Roma, desea consagrar la Iglesia en especial a Aquella en la que se cumplió la maravillosa y total victoria del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la gracia sobre el pecado, a Aquella de quien Pablo VI dijo que es el comienzo del mundo mejor, la Inmaculada. Se consagra a ella a sí mismo, como el siervo de los siervos, y a todos los que sirve, y a todos os que con él sirven. Le consagra también a la Iglesia romana, como garantía y principio de todas las Iglesias del mundo, en su universal unidad”. Tres años después, en el mismo lugar, el Santo Padre pide la consagración al Espíritu Santo, que en María ha realizado cosas grandes: “En nuestros tiempos junto con la obra del Concilio Vaticano II, renació en la Iglesia la esperanza de la renovación. Cuando esta esperanza sufre diferentes dificultades, cuando el mundo contemporáneo a menudo se resiente del peligro de la guerra, parece que es necesario dirigirse de nuevo al Espíritu Santo a través del Corazón de la Madre de Dios, a la que a menudo el Papa Pablo VI llamaba "la Madre de la Iglesia”.

EN MÉXICO

En México el 27 de enero de 1979, la consagración asume la dimensión trinitaria. Juan Pablo II “pide a María que ayude a la Iglesia a ser la sierva fiel de los misterios divinos y la fortificación de los hermanos en la fe, la Maestra de la verdad anunciada por Cristo y el amor que es el principal mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo, y sensibilizar a los jóvenes a la preparación al servicio de Dios mismo: permite, por tanto, que yo Juan Pablo II, obispo de Roma y Papa, junto con mis hermanos en el episcopado, representantes de la Iglesia en México y en toda América Latina, en este solemne momento te consagremos y te ofrezcamos a ti, Sierva del Señor, toda la herencia del Evangelio, la cruz y la resurrección de la que todos somos testigos, apóstoles, maestros y obispos. Madre, ayúdanos a ser los siervos fieles de los grandes misterios divinos, apóyanos en la enseñanza de la verdad, que proclamaba tu Hijo y ayúdanos a difundir el amor, que es el principal mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a consolidar a nuestros hermanos en la fe, despertar la esperanza en la vida eterna. Madre despierta en las jóvenes generaciones la preparación al total servicio de Dios. Reina de los Apóstoles, acoge nuestra preparación al sincero servicio a la cuestión fundamental planteada por tu Hijo, según el Evangelio, a la cuestión de la paz apoyada en la justicia y en el amor entre la gente y entre los pueblos.

EN TURÍN

Turín, 13 de abril de 1979. Juan Pablo II recordó la eterna elección de María y su inclusión por Dios en la obra redentora del género humano e hizo de la Inmaculada el signo de la esperanza para los que quieran perseverar cerca de Cristo y vencer al mal con el bien. Le consagra a ella la Iglesia para que Ella pueda iluminar las oscuras y peligrosas etapas de los caminos humanos en la tierra: “¡Oh Madre y Señora nuestra! Al comienzo de los tiempos de la salvación, el Padre eterno te quiso y te escogió a ti Inmaculada para Madre del Verbo Encarnado. Y te admitió al comienzo de esta lucha entre el bien y el mal. Así marcó tu humilde maternidad con el signo de la esperanza para todos, que en esta lucha, desean perseverar al lado de tu Hijo y quieren vencer el mal con el bien. ¡Oh Madre! Esta oración es otra forma de entrega que esperamos pueda decirte todo de nosotros. Que pueda acercarnos de nuevo a ti, la Madre de Dios y de los hombres, Consuelo, Auxilio, gran Maestra nuestra, que pueda acercarnos a Ti. No permitas que se pierdan los hermanos de Tu Hijo.

EN FÁTIMA

El 13 de mayo de 1982 Juan Pablo II peregrinó a Portugal, al santuario de Fátima, para agradecer a María el haberle salvado la vida en el atentado, ocurrido el 13 de mayo de 1981, en la misma fecha de 1917 en que comenzaron las apariciones de la Madre de Dios. Juan Pablo II mismo señaló que justo un año después del atentado, el 13 de mayo de 1982, acudió a Fátima. Allí dijo: “He venido aquí porque en este día, el año pasado, en la plaza de san Pedro en Roma, hubo un atentado a la vida del Papa, en modo misterioso coincidía con la fecha de la primera aparición en Fátima. He venido porque en este lugar, predilecto de la Madre de Dios, quiero realizar una acción de gracias a la Divina Providencia. Y por esto, ¡Oh Madre de los hombres y de los Pueblos! Tú, que conoces todos los sufrimientos y esperanzas, acoge nuestro grito dirigido al Espíritu Santo directamente en tu corazón y abraza con el amor de la Madre y de la sierva este nuestro mundo humano, que te entregamos y consagramos, llenos del temor por el temporal y eterno destino de los hombres y los pueblos. Cuando hoy estoy ante ti, Madre de Cristo, deseo junto con toda la Iglesia ante tu Inmaculado Corazón unirme con nuestro Salvador en esta consagración para el mundo y la humanidad, que sólo en su divino Corazón tiene la fuerza de obtener el perdón. Bendita tú eres, más allá de todas las cosas, sierva del Señor, ¡que eres obediente de lleno a esta divina llamada! Ave María, que estás indisolublemente ligada al sacrificio redentor de Tu Hijo”.

¿Podría olvidar que el evento en la plaza de San Pedro tuvo lugar el día y a la hora en que, hace más de sesenta años, se recuerda en Fátima, Portugal, la primera aparición de la Madre de Cristo a los pobres niños campesinos? Porque, en todo lo que me ha sucedido precisamente ese día, he notado la extraordinaria materna protección y solicitud, que se ha manifestado más fuerte que el proyectil mortífero. Durante el tiempo de Navidad de 1983 visité al autor del atentado en la cárcel. Con­versamos largamente. Alí Agca, como dicen todos, es un asesino profesional. Esto significa que el aten­tado no fue iniciativa suya, sino que algún otro lo proyectó, algún otro se lo encargó. Durante toda la conversación se vio claramente que Alí Agca continuaba preguntándose cómo era posible que no le saliera bien el atentado. Porque había hecho todo lo que tenía que hacer, cuidando hasta el último detalle. Y, sin embargo, la víctima designada escapó de la muerte. ¿Cómo podía ser? Se preguntaba qué ocu­rría con aquel misterio de Fátima y en qué consistía dicho secreto. Lo que más le interesaba era esto; lo que, por encima de todo, quería saber. (Juan Pablo II, Memoria e identidad, pg 202).

EN EL PASO AL NUEVO MILENIO

En la medianoche del 31 de diciembre de 2000, Juan Pablo II recordó la figura de Cristo, e imploró la llamada a Él y al testimonio de Él ante el mundo y terminó con la consagración a la Madre de Dios, la centinela de los nuevos tiempos: “Al final de este encuentro de oración, que termina el año 2000, dirigimos nuestra mirada hacia Cristo, Salvador del hombre. Es Él quien con la sabiduría de su Espíritu nos ayuda a afrontar los desafíos del nuevo milenio. Es Él quien nos da la capacidad de sacrificio de la vida por la gloria de Dios y por el bien de la humanidad. Hemos de comenzar de nuevo a partir de Él y ser sus testigos en el futuro que nos espera. Dejémonos llevar por su amor. Os deseo que este nuevo año traiga justicia para todos los pueblos, fraternidad y bienestar. Pienso aquí, en especial, en los jóvenes que son la esperanza del futuro: a fin de que la luz de Cristo Salvador de sentido a su existencia, los guíe por los caminos de la vida y les haga más fuertes en el testimonio de la verdad y al servicio del bien. Entrego estos deseos a la intercesión de la Madre de Dios. Virgen Santísima, centinela de los tiempos nuevos, ayúdanos a mirar con fe a los tiempos pasados y al año que comienza. Estrella del tercer milenio, guía nuestros pasos hacia Cristo, vivo ayer, hoy, y por los siglos de los siglos, y haz que nuestra humanidad, temerosa ante el nuevo milenio, sea cada vez más fraterna y solidaria.

LA REDEMPTORIS MATER

Los textos de la consagración a María de Juan Pablo II, no son solo una innovación teológica propia del Papa Wojtyla, sino la expresión de una fe viva y práctica, que vislumbra en la Madre de Dios el ejemplo de una confianza plena en Él. En la encíclica Redemptoris Mater, realiza un análisis del testamento de Cristo transmitido desde la cruz. Único Salvador, al confiar su Madre al apóstol, lo obliga a cuidarla con filial solicitud y a asegurarle la protección necesaria. Confiando Juan a María, lo introduce en una irrepetible relación interpersonal que constituye el núcleo de maternidad. La palabra consagración significa una especial relación personal que es consecuencia de la respuesta al amor y significa la comunidad de vida que se constituye entre Madre e hijo con la fuerza de las palabras de Cristo, que realiza la obra de la salvación.

JUAN PABLO II TESTIGO Y MAESTRO

Había escrito Pablo VI en la Exhortación apostólica “Evangelli nuntiandi”, que el hombre de hoy escucha más atentamente a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros, los escucha porque son testigos.

Los hombres de hoy escuchan a Juan Pablo II porque es un testigo y un maestro, porque con su vida testimonia lo que enseña. Ahora está hablando desde la cátedra del sufrimiento. “En estos momentos en los que Juan Pablo II no puede pronunciar palabras por la traqueotomía, dice el arzobispo y teólogo Bruno Forte, habla al mundo desde la cátedra del sufrimiento. Bruno Forte, miembro de la Comisión Teológica Internacional, considera que el testimonio del Santo Padre en estos momentos puede tener un impacto mayor que muchas palabras.

El Santo Padre está hablando desde la cátedra indiscutible del sufrimiento, ofrecido por amor y vivido en la fe, afirmó también en Radio Vaticano, el arzobispo de Chieti. “Esta cátedra no tiene necesidad de palabras. El gesto de bendecir a la muchedumbre y después de llevarse la mano al cuello herido por la traqueotomía, hablan de manera elocuente, como diciendo: "No puedo hablar, pero todo lo ofrezco a Dios por vosotros". Creo que esta elocuencia, sin palabras, tiene un impacto en nuestro tiempo mayor que el de las mismas palabras. De este modo, el Papa habla verdaderamente a todos los hombres, a cada hombre, en cualquier lugar, pues habla con un lenguaje que todos pueden ver y comprender, el del sufrimiento y el del amor con que lo ofrece. Visto con los ojos de Cristo, el sufrimiento ofrecido por amor, asume un valor positivo.

Un Papa tiene que sufrir, porque tiene que amar. Es el obispo de la Iglesia que preside en el amor y no hay cátedra más elevada que la del amor y la del dolor ofrecido por amor. Todo esto no tiene un horizonte de exaltación del sufrimiento por el sufrimiento, su horizonte es la felicidad y la salvación. A la luz de Cristo el dolor contiene una promesa de salvación y de felicidad, si se ofrece con Él y si se ofrece por amor a Dios y a los hombres. De San Maximiliano Kolbe se ha dicho que su amor a la Inmaculada, que esperaba ver un día en las cúpulas del Kremlin, alimentado día a día, le había otorgado las fuerzas para ofrecerse a morir de hambre en Auswichz a cambio de la vida de un padre de familia. De ese mismo hontanar saca fuerzas Juan Pablo II para sobrellevar todos sus martirios. Se ha cumplido y se está cumpliendo en él lo previsto y escrito por San Luís Mª Grignon de Monfort: “Quien se consagra enteramente a la Santísima Virgen progresará de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta la transformación en Jesucristo y a la plenitud de su perfección sobre la tierra y de su gloria en el cielo siendo todo de Jesucristo por medio de María”. Esa es la raíz vital de Karol Wojtyla, de Juan Pablo II, el Magno.

2.- LA ENCARNACIÓN DEL VERBO

Por Jesús Martí Ballester

Solemnidad trasladada al 4 de abril, por haber coincidido el 25 de marzo con el Viernes Santo,

Esta fiesta hunde sus raíces en los primeros siglos del cristianismo. Los Padres de la Iglesia creían, demostraban y predicaban que la Madre de Jesús era Madre de Dios. La herejía de Nestorio divulgaba que María sólo era madre de la naturaleza humana de Jesús. Contra este error herético los escritores cristianos escribieron y predicaron la verdad con el objeto de probar en sus escritos y en sus múltiples homilías que en Cristo subsistía la humanidad con la divinidad. María es Madre de Dios, y no sólo Madre de Jesús. El Concilio de Éfeso definirá la verdad de María Madre de Dios, Theotokos, aclamada por los fieles alborozados, que acompañaron a los Padres Conciliares con antorchas en la noche, a la salida del aula conciliar. La literatura aramea había desarrollado el concepto de María como segunda Eva. La virginidad y concepción virginal de María, además, era una verdad que constituía un tema importante de la doctrina cristiana, como lo testimonian Orígenes en “Contra Celsum”; Arístides en su “Apología” dirigida al emperador Adriano en 117, subrayando que Jesús “de una virgen judía tomó y se revistió de carne, y habitó en la hija del hombre”. Y la cuestión era tan importante hasta el punto de creer, según sostiene Ignacio de Antioquia en su Carta a los Efesios 19, 1 que: “Al príncipe de este mundo permaneció oculta la virginidad de María, su parto y la muerte del Señor. Son estos los tres misterios, que se cumplieron en el silencio de Dios"

En el Símbolo de la Fe la Iglesia confiesa que “Jesucristo descendió del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo en María Virgen” según el Concilio Niceno-Constantinopolitano en 381, que se ha convertido en el carné de identidad y de ortodoxia para todas las iglesias orientales y occidentales. Si bien para llegar a esta formulación costó, pues cada iglesia tenia un formulario o Símbolo donde se expresaba brevemente, las principales verdades de la fe, pero todos hacían explícita fe en la Encarnación y la mayoría nombraban a María en su concepción virginal, algunos no nombraban al Espíritu Santo o primero se nombraba a María y después al Espíritu Santo hasta que cuajó en el actual Símbolo “por obra del Espíritu Santo en María la Virgen”. Estos testimonios reflejan la complejidad de las controversias dogmáticas de los primeros siglos.

JUAN PABLO II

«Una sola fuente y una sola raíz, una sola forma resplandece en el triple esplendor. ¡Allí donde brilla la profundidad del Padre, irrumpe la potencia del Hijo, sabiduría artífice del universo entero, fruto generado por el corazón paterno! Y allí relumbra la luz unificadora del Espíritu Santo». Así cantaba en el siglo V Sinesio de Cirene, celebrando, en la aurora de un nuevo día, la Trinidad divina, única en la fuente y triple en su esplendor. Esta verdad del único Dios en tres personas iguales y distintas no está relegada en los cielos; no puede ser interpretada como una especie de «teorema aritmético celeste» sin ninguna repercusión para la vida del hombre, como suponía el filósofo Kant.

La gloria de la Trinidad se hace presente en el tiempo y en el espacio y encuentra su epifanía en Jesús, en su encarnación y en su historia. Lucas escribe la concepción de Cristo a la luz de la Trinidad, según las palabras del ángel dirigidas a María en Nazaret de Galilea. En el anuncio de Gabriel, se manifiesta la presencia divina: Dios, a través de María, entrega al mundo a su Hijo: «Vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Luc 1,31).

EL LAZO CON LA TRINIDAD

En Cristo se unen el lazo filial con el Padre de los Cielos y el lazo con la madre terrena. Pero, en la Encarnación participa también el Espíritu Santo, cuya intervención produce esa generación única: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Estas palabras iluminan la identidad de Cristo en relación con las Personas de la Trinidad. Es la fe de la Iglesia, que Lucas presenta ya en el tiempo de la plenitud salvífica: Cristo es el Hijo del Dios Altísimo, el Grande, el Santo, el Rey, el Eterno, cuya generación en la carne se realizó por obra del Espíritu Santo. Por eso: «Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre» (1 Jn 2,23).

La Encarnación se encuentra en el centro de nuestra fe, en la que se revela la gloria de la Trinidad y su amor por los hombres: «La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Jn 1,14). «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16). «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4,9). A través de estas palabras comprendemos cómo la revelación de la gloria trinitaria de la Encarnación no es una simple iluminación que rompe la tiniebla por un instante, sino una semilla de vida divina en el corazón de los hombres: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios» (Gál 4,4; Rom 8,15). El Padre, el Hijo y el Espíritu están presentes y actúan en la Encarnación para que participemos en su misma vida. «Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos» (LG). Y dice san Cipriano, la comunidad de los hijos de Dios es «un pueblo de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

Y la Evangelium vitae, 37 dirá: “Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde ahora se abre a la vida eterna por la participación en la vida divina. Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo”. “En este estupor y en esta acogida vital tenemos que adorar el misterio de la Santísima Trinidad, que es «el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Y por tanto el manantial de todos los demás misterios de la fe; es la luz que los ilumina” (CIC, 234).

En la Encarnación contemplamos el amor trinitario que se manifiesta en Jesús; un amor que no se queda cerrado en un círculo perfecto de luz y de gloria, sino que se irradia en la carne de los hombres, en su historia; penetra en el hombre regenerándolo y haciéndole hijo en el Hijo. San Ireneo decía, la gloria de Dios es el hombre viviente: «Gloria enim Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei»; no sólo para su vida física, sino sobre todo porque «la vida del hombre consiste en la visión de Dios» («Adv Haer» IV, 20,7). Y ver a Dios es quedar transfigurados en él: «seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2). (Andrés de Creta y Theofhanes de Creta. 1546. Monte Athos).

EL CULTO DE LA ANUNCIACIÓN EN LA PATRISTICA

“Hoy ha llegado la alegría de todos, que absuelve de la primitiva condena. Hoy ha llegado Aquel que está en todas partes, para llenar de júbilo todas las cosas”. “Este es el día de una buena nueva de alegría, es la fiesta de la Virgen; el mundo de aquí abajo se toca con el de ahí arriba; Adán se renueva y Eva se libra de la primitiva aflicción; el tabernáculo de nuestra naturaleza humana se convierte en templo de Dios gracias a la divinización de nuestra condición por El asumida. ¡Oh misterio! El modo del advenimiento de Dios nos es desconocido, el modo de la concepción queda inexpresable. El Angel se hace ministro del milagro; el seno de la Virgen recibe un Hijo; el Espíritu Santo es enviado; desde lo alto el Padre expresa su beneplácito, la unión se realiza por voluntad común; en Él y por medio de Él, henos aquí salvos; unimos nuestro canto al de Gabriel y cantamos a la Virgen: Ave llena de gracia, a través de ti llega la salvación, el Cristo nuestro Dios; la ha tomado nuestra naturaleza y nos ha elevado hasta él. Ruégale por la salvación de nuestras almas.” (Doxasticon)

“Hoy se inicia nuestra salvación y la manifestación del eterno misterio: el Hijo de Dios se hace Hijo de la Virgen y Gabriel anuncia la gracia. Con él decimos a la Madre de Dios: Salve llena de gracia, el Señor es contigo. A ti capitana que por nosotros combates, nosotros, tus siervos, salvados de los peligros, dedicamos el himno de victoria, como canto de agradecimiento, oh Madre de Dios. Pero tú que posees una fuerza invencible, líbranos de todos los peligros, para que podamos cantarte: Alégrate, oh esposa inviolada” (Apolytikion y Kontakion). En la Anunciación es donde “se ha realizado el misterio que sobrepasa todos los limites de la razón humana, la Encarnación de Dios” (Monje Gregorio). Esta fiesta es “el canto proemial de una alegría indecible” (Andrés de Creta).

FIESTA LITÚRGICA

Los primeros testimonios de esta solemnidad litúrgica aparecen en la época del emperador Justiniano, en el siglo VI. En la Iglesia antigua la fiesta de la Anunciación iba asociada a la Navidad. Al aumentar la importancia de la Natividad del Señor, se formó un pequeño ciclo navideño y la Anunciación cobró más autonomía respecto al núcleo primitivo hasta constituirse en fiesta mariana autónoma. El papa Sergio I (687), introdujo esta fiesta en la Iglesia Romana. Se celebraba una solemne procesión a Santa María la Mayor, basílica con mosaicos referidos a la divina maternidad de María, establecida por el Concilio de Éfeso (431). Desde el principio la fiesta se estableció el 25 de marzo, porque Jesús se había encarnado coincidiendo con el equinoccio de primavera, tiempo en el que según los antiguos, fue creado el mundo y el primer hombre, como lo comenta Anastasio Antioqueño (599) en su Homilía sobre la Anunciación.

Ulteriores precisiones de naturaleza teológica son hechas por Máximo el Confesor (662) en la Vida de María, 19. En ambos resuena la concepción de Cristo segundo Adán y la recreación del mundo por parte de Dios en la Encarnación con vistas a la Resurrección, plenitud de todo lo creado. Lo que más llama la atención de esta fiesta es el sentido de alegría profunda de los himnos, oraciones y homilías, en conflicto con la austeridad de la Cuaresma. En la iglesia bizantina se celebra esta solemnidad anticipada al 24 de marzo, con un oficio, himnos y el Canon de Maitines de Teófanes Graptos (845), defensor de los iconos en la época iconoclasta.

LA ICONOGRAFIA

El icono de la Anunciación es colocado en el Iconostasio. Leyendo a Ez. 44, 1-4, se comprende el sentido que alude a la virginidad de María y la gloria del Señor que es ella. Pedro de Argos (922) comenta en una homilía: “Es ella, la Virgen, la puerta que mira a Oriente que llevará en su seno a Aquel que avanza en Oriente sobre el cielo de los cielos y permanecerá inaccesible a nosotros”. El esquema es muy simple: el ángel da su anuncio a una joven muchacha que está hilando la púrpura de pie o sentada. En algún caso tiene entre las manos un aguamanil y está junto a una fuente, esta variante es muy antigua o lee con actitud devota.

La Virgen en los iconos es representada joven pues el monje Epifanio (S. IX), en su Discurso sobre la vida de la Madre de Dios, le calcula años, altura, rostro, color de ojos, piel etc. A menudo la cabeza de la Virgen está inclinada ligeramente para dar cumplimiento al salmo: “Escucha, hija, mira, presta tus oídos, olvida a tu pueblo y la casa de tu padre: al Rey le agrada tu belleza” (Sal. 46,11). Desde lo alto un rayo viene a posarse sobre ella. Representa al Espíritu, en forma de paloma, pero no es un rayo de luz sino de sombra: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. En este icono se combinan en el Angel y la Virgen el color verde, azul, rojo, púrpura y oro, todos de gran simbolismo. La Virgen lleva un manto (maforion) rojo - marrón bordado en oro y túnica verde-azulada. El ángel lleva la misma túnica pero manto púrpura, colores que se repiten en las alas del ángel y los cojines donde esta sentada María. El color rojo del manto virginal simboliza la sangre, el principio de la vida, belleza, juventud, amor. Es el color del Espíritu Santo, fuego. Es símbolo del sacrificio y del amor. El color marrón del manto de la Virgen indica la humildad, la tierra arada que se presta a recibir la semilla. Así lo canta el Akathistos. El manto del ángel es púrpura, de igual color es la lana que María hila y representa a Cristo tejiéndose en su seno. El color púrpura esta reservado a las más altas dignidades y simboliza el mas alto poder. El oro simboliza la divinidad, por ello lleva un brazalete oro en el brazo. La vestidura púrpura es a la vez real y sacerdotal. En el Angel, Dios mismo actúa en María. En algunos iconos el color de las ropas del ángel es blanco, que es el que precede a la luz del alba, que anuncia el nacimiento, la vida. Tiene una banda azul en la manga que se difumina en el blanco y da vivacidad a sus alas. El azul es el color de la inmaterialidad y de la pureza, de algo que viene de un mundo superior, de un mundo espiritual.

Las túnicas de la Virgen y del Angel son verdes, color complementario del rojo, como lo es el agua del fuego. Es el color del mundo vegetal, de la primavera y por tanto de la renovación. Verde y vida son dos palabras conexionadas. Situado entre el azul (frío) y el rojo (caliente), el verde representa el equilibrio perfecto y simboliza la regeneración espiritual. El azul simboliza el despego de los valores de este mundo y el ascenso del alma hacia lo divino, que se encuentra con el blanco virginal. El oro símbolo de la divinidad y la perfección ilumina toda la escena desde arriba, es la vida eterna que con Cristo Luz se hace presente en esta vida caduca. El oro espiritualiza las figuras, las libera de toda limitación terrestre con lo que toda la composición se llena de bella armonía.

Las tres estrellas en el manto en la frente y en los hombros, corresponden al gesto trinitario de la mano derecha del ángel y representan la señal de la santificación de la Trinidad, como Madre de Dios. Ella era virgen antes, en y después del parto, la única siempre Virgen en el Espíritu, en el alma y en el cuerpo. “El Señor era Aquel que de ella nació, por tanto la naturaleza su curso mudó,” según el Akathistos, oda 7ª.

María está sentada sobre un trono y sus pies se apoyan en un pedestal, porque ha sido colocada por encima de la naturaleza angélica. Calza zapatos de color púrpura, el mismo color del manto del ángel, del cojín y del velo que está encima de los edificios. Este color rojo púrpura subraya su carácter regio. Es la Madre del Emperador y Señor del universo. “Salve Reina, Paraíso animado, en cuyo centro brota el Árbol de la Vida: el Señor cuya dulzura alienta a aquellos que tienen fe y que ya estaban sujetos a la corrupción”. Akathistos, oda 5 ª. En la antigüedad el oro y la púrpura estaban reservados al emperador y familiares. Se quiere evidenciar la realeza divina que rodea a la Virgen.

SIMBOLISMO DE LOS COLORES

La simbología de los colores quiere manifestar el misterio de la Encarnación. La Virgen hila la púrpura. Teje místicamente la vestidura purpúrea del cuerpo del Salvador en su interior, que es el Rey Dios y Hombre. Efrem de Siria (373), en su Primer discurso sobre la Madre de Dios pone en boca del ángel estas bellísimas palabras: “La fuerza del Altísimo habitará en ti y uno de los Tres morará en ti conforme a cuanto te he dicho. Del hilo por la trama de la tela que es tu corporeidad, El se tejerá una prenda y la llevará”, refiriéndose al cuerpo de Jesús formándose en María. Según Efrem, el Señor teje la nueva prenda para quitar al hombre y a la mujer las túnicas de piel con las que los había vestido al expulsarlos del Paraíso (Gen 3, 21). “Hoy María se ha hecho cielo y ha traído a Dios, porque en ella ha descendido la excelsa divinidad y ha hecho morada. La divinidad se hizo en ella pequeña para hacernos grandes, dado que por su naturaleza no es pequeña. En ella, la divinidad nos ha traído una prenda para alcanzar la salvación”. Efrén de Siria, en su Segundo discurso sobre la Madre de Dios, expresa: “El Señor ante el que tiemblan los ángeles, seres de fuego y espíritu, está en el pecho de la Virgen y lo ciñe acariciándolo como un niño... ¿Quién vio nunca que el fango se hiciera vestimenta del alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto a si mismo en pañales?” De la literatura apócrifa vienen varias referencias que se plasmarán en representaciones iconográficas como hilar la púrpura. Lucas no habla de la púrpura, mencionada en la literatura apócrifa cuando se le encarga a María hilar con púrpura y carmesí un toldo para el Templo del Señor. Hilando recibe el anuncio de su maternidad. La Virgen al ver “al Luminoso, nada segura, agachó la cabeza y calló” (Romano el Meloda).

El ángel empuña con la mano izquierda un largo bastón, símbolo de autoridad y dignidad del individuo, del mensajero, del peregrino. Pues el ángel responde a estas características. La mano derecha se extiende cual si quisiera poner el anuncio, señal visible de una palabra que pasa de un individuo a otro. Acompaña a la mirada dirigida a María: “Un día la serpiente fue para Eva fuente de luto, y yo ahora te anuncio la gloria”. Himno Akathistos.

Sus dedos se colocan a menudo, no en el típico gesto alocutorio, sino en el gesto de la bendición bizantina y cargada de simbología. Los tres dedos abiertos recuerdan a la Trinidad y que Cristo es una de las tres personas divinas. Los dos dedos replegados recuerdan que en Cristo subsisten dos naturalezas, la humana y la divina, aunque en las representaciones no están visibles, porque el misterio de la Encarnación aun no había comenzado. La figura angélica emana sensación de vitalidad, de movimiento, pero su rostro trasluce una expresión de perplejidad. A veces hay dos ángeles en la escena. Una que representa la reflexión del ángel que “llegado a Nazaret ante la casa de José, se detiene perplejo pensando que el Altísimo quisiera descender entre los humildes y piensa: “El cielo entero no es suficiente para contener a mi Señor ¿y podrá ser acogido por esta pobre joven? ¿Se haría visible en la tierra el Todopoderoso desde ahí arriba? Pero ciertamente será como Él quiere. Luego, ¿por qué me paro y no vuelo y le digo a la Virgen: Salve, Virgen y Esposa?” (Romano el Meloda).

MARÍA NARRA LÍRICAMENTE A JOSÉ EL MISTERIO

El mismo Romano (S. VI) narra como la Virgen refirió a José el encuentro con el ángel: “Se presentó un ser alado y me entregó un regalo de bodas, perlas para mis orejas; puso sus palabras como pendientes (Prov 25,12)...Ese saludo, dicho a mis oídos, me hizo resplandecer, me hizo madre, sin haber perdido mi virginidad...”. Para los sabios antiguos, la vida entra en nosotros a través de los oídos. Los escritores cristianos siguieron esta manera de entender la concepción. Tertuliano en “La Carne de Cristo” habla de la concepción de Eva a través del oído en analogía con la de María: “Como la palabra del demonio, creadora de muerte, había entrado en Eva aún virgen, de modo análogo debía entrar en una virgen el Verbo de Dios, edificador de vida, para que lo que cayó en perdición fuese reconducido a la salvación; Eva había creído en la serpiente; María creyó en Gabriel: el pecado que Eva cometió creyendo, fue borrado por María creyendo... ”La palabra del demonio se entiende como semilla de muerte. La palabra de Dios, Jesús, semilla de vida se sembró en María por las palabras del ángel.

Efrén el Sirio en 373, comenta en el Diatessaron: “La muerte hizo su entrada por el oído de Eva, por tanto la vida entró a través del oído de María”. El oído como símbolo de obediencia a la palabra y aceptación libre de la maternidad mesiánica. Son muchos los escritores orientales y occidentales los que han entendido la concepción virginal de esta forma: Teodoro de Ancira (446) “... María la Profetisa, a través del oído concibió al Dios viviente: pues el paso físico de las palabras es el oído...” Homilía IV sobre la Madre de Dios y Simeón; Pseudo Crisóstomo (446) este sigue con la idea de Teodoro de Ancira en su Homilía sobre la Anunciación de la Madre de Dios. Proclo de Constantinopla (446) “El Emmanuel abrió las puertas de la naturaleza como hombre, pero como Dios no rompió el sello virginal, de esta forma salió del útero como por el oído había entrado; así fue alumbrado, como concebido; sin pasión entró, sin corrupción salió.” Dicen el Pseudo Atanasio y Atanasio Antioqueño (599) “El ángel entonces se alejó, mientras ella concibió a través del oído” (Homilía contra Arrio sobre la Virgen Madre de Dios” del Pseudo Atanasio. Atanasio el Antioqueño sigue con este argumento en su Homilía II sobre la Anunciación.

De igual manera Sofronio de Jerusalén (638) en su Homilía sobre la Anunciación. Andrés de Creta (740), expresa: “Ella acogió en vez del semen, la voz de Gabriel y quedó en cinta” Homilía de la Anunciación. Juan Damasceno (749) “La concepción tuvo lugar a través del oído, mientras el nacimiento ocurrió por la salida usual. No era en efecto imposible salir por la puerta regular sin dañar los sellos de esta”, dice Zenón de Verona (380) “El diablo, insinuándose en el oído con la seducción, había herido y destruido a Eva, Cristo también, a través del oído ha penetrado en María y naciendo de la Virgen ha eliminado todos los vicios del corazón...”. “Dios hablaba por boca del ángel y la Virgen se sentía impregnada en los oídos” dice Fabio Fulgencio (S.V); el mismo concepto en Bloso Emilio Draconcio (S. V). Ambos insisten en la imagen “La concepción tiene lugar a través del casto oído... mediante la palabra fecundante... Dios entra en el seno virginal”. Y Enodio (521) “La Virgen viviendo sola, concibe al Hijo a través de la escucha... lo que la lengua profirió, se hace semen”. Y Alcuino (804) “El Arcángel infundió la palabra en sus oídos y Dios unió íntimamente a sí los miembros humanos; la fe acogió al que la castidad engendró, mientras la antigua maldición fue destruida por la nueva bendición”.

El misal de Estrasburgo: “Alégrate, Virgen Madre de Cristo, que has concebido a través del oído”. El breviario maronita: “El Verbo del Padre entró en el oído de la Bienaventurada” La escena tiene lugar en el exterior de unos edificios. El velo púrpura que a veces cubre a la Virgen y que esta situado sobre los edificios, es una alusión al velo del templo y símbolo del velo del cuerpo del Salvador que estaba sobre ella antes de entrar en ella. Así lo expresa Efrem el Sirio. Ninguna religión antigua puede comprender ni abarcar el misterio de la Encarnación, es algo nuevo. Dios es distinto a todas las concepciones captadas por el hombre hasta ahora. Es Dios y Hombre, el Todopoderoso se despoja de todo poder. El Incorruptible se hace corrupción. Al que el universo entero no puede contener ni abarcar se esconde en el seno de una Virgen. La razón humana nada puede entender, hasta que este misterio sea revelado por Cristo.

El pozo, que en iconos de la Anunciación, situado delante de María y lugar donde esta recibe el saludo del ángel, aparece detrás del estrado donde está sentada la Virgen. El pozo es cuadrado, símbolo de la tierra, de lo creado en general y por tanto puesto en plano distinto respecto al ángel, señalando la superioridad de la naturaleza angélica. El pozo subraya la disponibilidad de lo creado a recibir el agua de la vida: Cristo en María. El pozo en culturas antiguas y en la hebrea, tiene atributos sagrados, pues sintetiza los tres ordenes cósmicos: cielo, tierra, infierno y los tres elementos: agua, tierra, aire. Realiza una escala de salvación que une entre sí los tres planos de lo creado. En hebreo el pozo reviste también el significado de mujer y esposa.

En algunas representaciones, junto a los dos protagonistas, Angel y Virgen, aparece una joven. Puede ser una transposición iconográfica del anuncio a Ana. A veces aparece hilando la púrpura con la Virgen. A veces hay un jarrón de flores, que puede ser el aguamanil que llevaba la Virgen al hombro o un jarrón ornamental con flores. O la imagen del elogio Akatistos “Flor de Incorruptibilidad”, difundido en Occidente por Bernardo de Claraval como “Lirio de castidad inviolada”. Los textos de esta fiesta están influenciados por la tradición bíblica y patrística desde los apócrifos, en especial del Protoevangelio de Santiago. También de tradición apócrifa es el estado viudo y de edad de José, así como la vara florecida de éste, como signo de elección para esposo de María, con la variante de la paloma que sale del bastón de José y se posa sobre su cabeza como elegido. La iconografía parece haber sintetizado las aportaciones de estas tradiciones que tienen una raíz común en el evangelio de Lc 1, 26, en el que está contenida la esencia del Credo de los primeros cristianos sobre la Encarnación: Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y ha nacido de una Virgen.

Sobre el texto de Lucas 1, 26, Santos Padres y escritores espirituales, comentan: por qué el anuncio fue dado a una virgen prometida y por qué la virgen quedó turbada por el saludo del ángel. Orígenes, Ignacio de Antioquia, Sofronio de Jerusalén, Agustín de Hipona defienden que la Virgen había hecho voto de castidad. Beda el Venerable sigue esta línea que es también de Orígenes sobre la meditación que María hacía, representada con un libro entre sus manos. La misma idea remarca Epifanio: “María se dedicaba intensamente al estudio de la Sagrada Escritura, trabajaba la lana, la seda...” María aparece con un libro entre las manos o en el atril con el significado teológico de que ha concebido al Verbo, la Palabra, el Libro de nuestras almas,” afirma el Doxasticon.

Reportaje - www.BETANIA.es 2 Domingo de Pascua- Anunciación

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