jueves, 11 de agosto de 2011

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HOMILÉTICA: Una Predicación Cristocéntrica
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NOTAS
Introducción

Estoy constantemente abrumado por la responsabilidad y la obligación que posee el predicador de la Palabra de Dios. Todos miramos con indignación al abogado o al juez que, a raíz de la búsqueda de riquezas particulares, distorsionan la verdad al atacar la reputación y las posesiones personales de la gente, a medida que las reducen a la pobreza Respondemos con una indignación parecida ante el médico farsante que, por incompetente, pone en peligro la salud y la vida de alguien en busca de ganancias financieras. Esas personas merecen ser consideradas como criminales; el dolor y la pérdida de sus víctimas justamente debería atribuirse a ellos.

Ofrecerse uno mismo como consejero o sanador para ocuparse de alguien durante un tiempo de crisis, y luego, por negligencia, incapacidad o codicia egoísta destruir sus vidas, es algo que revela falta de razón. Las asociaciones médicas y legales han establecido medidas para intentar prevenir tal negligencia.

Pero ¿y qué de mí como suministrador de la verdad de Dios, el médico del alma? ¿Acaso no soy responsable ante Dios por cualquier perversión de la verdad, independientemente de cuan Ponta sea, y también por mi negligencia e incapacidad? ¿Qué asociación terrenal me regula? ¿Acaso no es cierto que yo, que predico la Palabra de Dios confronto una corte mayor que el foro legal o cualquier tribunal médico? Santiago dijo «No os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación» (Stg. 3.1)

Ninguna profesión tiene un potencial tan alto de responsabilidad como la del predicador de la Palabra de Dios. Este juzgará a cualquier predicador en base a la precisión y a la certeza de su predicación. Cualquier falla como vocero de Dios no sólo ocasiona vergüenza (2 Tí 2.15) sino juicio El Espíritu Santo ha escrito que todo pastor del rebano de Dios debe «dar cuenta» (Heb 13.17). Vendrá el día en el cual el predicador tenga que rendir cuentas. Entonces sólo una cierta clase de hombre tiene derecho a ser considerado como abogado, juez o médico. El patrón es significativa-mente mayor para el predicador.

¿Qué es lo que equipa a un hombre a fin de calificar para la responsabilidad de la predicación? Podría argumentar con los siguientes elementos: reverencia ante Dios, respeto por la dignidad del deber pastoral, buen sentido, sano juicio, una manera de pensar clara y profunda, amor por la lectura, dedicación diligente al estudio y la meditación. Una buena memoria, un buen dominio de las palabras, saber cómo piensa la sociedad, todas estas características son esenciales. Es necesario un talento poco común y mucho esfuerzo para explicar los pasajes oscuros de la Escritura, así como para resolver las complicadas aplicaciones de la Palabra a las vidas y para defender la verdad en contra de sus opositores, todos estos son deberes que están en el corazón de la vida y el ministerio del predicador.

Una cantidad mínima de conocimiento y habilidad jamás capacitarán al predicador para enseñar doctrina, exponer las cosas profundas de Dios, convencer la mente terca, capturar los afectos y la voluntad o iluminar las realidades oscuras para eliminar las sombras de confusión, ignorancia, las objeciones, el prejuicio, la tentación y el engaño.

Pero por encima de todo, y a través de todo, el predicador debe ser hábil en el uso de la Palabra para detectar los errores de aquellos que le escuchan, para liberar hombres de sus fortalezas de ignorancia, convencer sus conciencias, tapar sus bocas y cumplir su responsabilidad de proclamar todo el consejo de Dios. La Palabra es la única arma del predicador, la poderosa espada de doble filo que es la única que corta hasta lo más profundo del alma y el espíritu.

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NOTAS

Si creemos que Dios ha preparado al expositor con la capacidad mental, la disciplina diligente y el don del Espíritu para predicar, el éxito todavía requiere un conocimiento profundo y una proclamación fiel de la Palabra. Sobre todo, el predicador debe llegar a ser como Esdras, que «había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar[...] sus estatutos y decretos» (Esd 7.10) o como Apolos, que era «poderoso en las Escrituras» (Cha 18.24).

Ningún texto de la Escritura afirma de forma más poderosa este llamado a usar toda
nuestra capacidad para exponer la Palabra como el potente mandato de 2 Timoteo 4.1-4:

Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.

La seriedad de la comisión del predicador se expresa en el versículo 1: «Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo» El predicador está bajo el escrutinio de Dios y de Jesucristo, quienes juzgarán a todos algún día.

Pablo, el envejecido guerrero, procuró enfrentar a su hijo menor en la fe con un sentido de esta pesada responsabilidad. Ese peso lo debe haber sentido John Knox cuando fue obligado a predicar y en anticipo de ello, se encerró en un cuarto y lloró por días porque temía la seriedad de ese deber.

El juez perfecto juzgará perfectamente la calidad, la precisión, el celo y el esfuerzo del predicador. El asunto es complacer a Dios y a Jesucristo, no agradar a los hombres. El juicio de estos es imperfecto y eternamente inconsecuente. El de Dios, perfecto y eternamente consecuente, es el único veredicto que importa.

El tema de la comisión del predicador se expresa en el versículo 2: «que prediques la palabra». La predicación de la Palabra de Dios es el mandato. No sólo hemos de retener la sólida Palabra (2 Ti 1.13), para usar de forma precisa la Palabra (2.15), para guardar la Palabra (1.14), sino para proclamarla.

Pablo lo dijo de manera sucinta en Colosences 1.24-25: «La iglesia; de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios».

La predicación expositiva, la expresión exacta de la voluntad del glorioso Soberano, deja
que sea Dios quien hable, no el hombre.
La predicación expositiva conserva los pensamientos del Espíritu, lleva al predicador a un
contacto directo y continuo con la mente del Espíritu Santo, autor de la Escritura.
La predicación expositiva libera al predicador para que proclame toda la revelación de
Dios, produciendo un ministerio saludable e íntegro.
La predicación expositiva promueve el conocimiento bíblico y produce un abundante
conocimiento de las verdades redentoras.
La predicación expositiva implica autoridad divina definitiva, comunicando la voz misma de

Dios.
La predicación expositiva transforma al predicador, lo cual a su vez lleva a congregaciones
transformadas.

Además del tema de la comisión del predicador, en 2 Timoteo 4.2 también se declara su alcance: «Que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina». El predicador siempre está listo a predicar, sea conveniente hacerlo

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NOTAS

o no. Está ansioso de exponer el pecado y promover el comportamiento justo. Lo hace con paciencia y no con irritación, amargura o desaliento. Su predicación siempre es doctrina sólida que le muestra al pueblo el verdadero patrón de Dios.

La urgencia de la comisión del predicador se expresa en los versículos 3 y 4: «Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas».

Los pecadores no tolerarán las verdades inquietantes. Eso es de esperarse. Por otra parte, querrán escuchar mentiras agradables. Ellos podrán buscar lo sensacional, lo entretenido, lo que les edifique el ego, que no los amenace y que sea popular. Pero lo que nosotros predicamos es dictado por Dios, no por las muchedumbres que enfrentemos. El siquiatra y escritor cristiano John White ha escrito algunas palabras precisas que necesitan ser escuchadas:

Hasta hace unos quince años los cristianos veían a la sicología como algo hostil al evangelio. Permítase que alguien que profesa el nombre de Jesús bautice la sicología secular y la presente como algo compatible con la verdad de la Escritura, y la mayoría de los cristianos se sentirán felices tragándose una cicuta teológica en forma de «intuiciones sicológicas».

Durante los últimos 15 años las iglesias han tendido a depender más y más de los consejeros pastorales entrenados[...] Para mí esto parece indicar debilidad en o indiferencia hacia la predicación expositiva dentro de las iglesias evangélicas[...] ¿Por qué tenemos que recurrir a las ciencias humanas? ¿Por qué? Porque por años no hemos expuesto el todo de la Escritura. Porque debido a nuestra débil exposición y nuestras charlas temáticas superficiales hemos producido una generación de ovejas cristianas sin pastor, Y ahora nos estamos maldiciendo a nosotros mismos más profundamente que nunca por haber recurrido a la sabiduría del mundo.

Lo que hago como siquiatra y lo que mis colegas sicólogos hacen en sus investigaciones o en su consejería es de valor infinitamente menor para los cristianos con problemas que lo que Dios dice en su Palabra.

Pero los pastores, como las ovejas a las cuales guían, están siguiendo (si se me permite cambiar la metáfora por un momento) a un nuevo flautista de Hamelín que los está llevando hacia las oscuras cavernas del hedonismo humanista.

Algunos de aquellos que estamos profundamente involucrados en las ciencias humanas nos sentimos como voces clamando en un desierto ateo de humanismo, mientras que las iglesias se tornan hacia la sicología humanista como sustituto para el evangelio de la gracia de Dios.

El predicador que lleva el mensaje que el pueblo más necesita escuchar casi siempre será el que menos les guste escuchar. Pero cualquier cosa menor que el compromiso del predicador para con la predicación expositiva reducirá sus ovejas a un rebaño débil, vulnerable y sin pastor.

Para aquellos que desean predicar la Palabra de forma precisa y poderosa porque entienden la responsabilidad de no hacer nada menos; para aquellos que desean enfrentar al juez en el día del juicio y experimentar el agrado del Señor por su esfuerzo; para aquellos que están ansiosos de permitir que Dios hable su Palabra directamente por su medio de forma poderosa y desafiante, así como Él la dio; y para aquellos que deseen ver a las personas transformadas radicalmente y llevando vidas consagradas, sólo existe la predicación expositiva.

John MacArthw, Jr.
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NOTAS
LECCIÓN UNO
LA PREDICACIÓN
LA IMPORTANCIA DE LA PREDICACIÓN

1. Donde está Cristo, allí está su Iglesia, pues su promesa es, "donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mateo 18:20). A esta iglesia, que goza de la seguridad de su presencia, y en virtud de su autoridad, él encomendó una misión para el mundo. "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra, por tanto, id, y doctrinad a todos los gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." (Mateo 28:18- 20).1 Pablo, el más grande de los apóstoles, no equivocó su misión al subordinar el mandato simbólico a la proclamación del evangelio, y declaró intrépidamente: "Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el evangelio" (1 Corintios 1:17). Cuando la Reforma, las iglesias protestantes, en oposición a la católica romana, definieron cuidadosamente la naturaleza y funciones de la Iglesia. Juan Knox, en su Scots Confession (Confesión de Fe Escocesa) del año 1560, declara: "Creemos, confesamos y declaramos que las señales de la verdadera iglesia de Dios, son: primero, la predicación verdadera de la Palabra de Dios, en la que él se nos ha revelado; segundo, la administración correcta de los sacramentos, que deben estar unidos a la palabra y promesas de Dios para sellarlas y confirmarlas en nuestro corazón y, finalmente, la disciplina eclesiástica administrada con justicia, como lo ordena la Palabra de Dios, donde se reprime el vicio y se exalta la virtud". En la Confesión de Augsburgo de 1530, Lutero y los reformadores sajones, definieron a la Iglesia como "la congregación de los santos (o asamblea general de los fieles), donde se enseña con verdad el evangelio, y los sacramentos se administran debidamente". El Artículo XIX de Los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia de Inglaterra, dice así: "La Iglesia visible de Cristo es la congregación de hombres fieles donde se predica la palabra pura de Dios, y se administran los sacramentos de acuerdo a las ordenanzas de Cristo, en todas aquellas cosas que, necesariamente, son un requisito de la misma". Acercándonos a nuestra época, la descripción de la iglesia, según Ritschi es, "que se la reconoce como la comunidad de los santos por la pro-clamación del evangelio y la administración de los sacramentos, en concordancia con su institución, por ser éstos los canales distintos de la actividad santifícadora de Dios".2 En todas estas afirmaciones, la predicación del evangelio, no sólo ocupa el primer lugar en el orden, sino también en importancia; porque los sacra-mentos tienen significado y valor únicamente como símbolos y canales de la verdad y la gracia que el evan-gelio ofrece. La disciplina, de que habla Knox, también depende de, se expresa en, y se aplica por la predicación de la Palabra de Dios.

2. Hoy se pone en tela de juicio el concepto de que la predicación sea el primer deber de la iglesia de Cristo. Por una parte, se da más énfasis a la adoración que al sermón y, por otra, se afirma que la práctica es de mucho más valor que la doctrina.

Relacionado con lo que antecede, algunas veces se cita el texto de Pablo, "el reino de Dios

no consiste en palabras, sino en poder" (1 Corintios 4:20), como sí para él la predicación de Cristo crucificado no hubiera sido el poder y la sabiduría de Dios (1 Corintios 1:24). Si el sermón es sola- mente un ensayo literario o un despliegue de oratoria, en que el motivo principal es el estilo acabado o la gracia y la fuerza con que se lo presenta, y donde el modo del verbo tiene más importancia que el contenido espiritual, entonces la predicación deberá ceder el primer puesto a la adoración o a la actividad. Si el predicador, consciente y voluntariamente, no es el embajador de Dios; si no da de gracia a los hombres aquello que de gracia recibe de Dios, por la iluminación de su espíritu; si no puede alegar con humildad y con-fianza que forma parte de la sucesión de los profetas y apóstoles, sino que cumple su misión por vanagloria y como asalariado, y predica únicamente sus propias

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