jueves, 11 de agosto de 2011

Pido la Palabra

julio 25, 2011

Sacrificio de Niños


Sacrificio de Niños
Pasado y presente



Milton Acosta, PhD

¿Qué razón tendría un padre o una madre de familia para quemar un hijo o una hija como sacrificio a un dios (Dt 12:32)? Una práctica de estas hoy nos parece abominable, inaceptable y hasta increíble. Uno se pregunta cómo podía la gente de la antigüedad ser tan bruta como para hacer semejante cosa. Pero si uno lo piensa, existe la posibilidad de que no fueran más brutos que nosotros.
Lo primero que hay que decir es que en la antigüedad el sacrificio de niños a los dioses sí existía; en todo el territorio cananeo era una práctica relativamente común. Dos razones se han sugerido para el sacrificio de niños: control del crecimiento de la población y como rito religioso en situaciones de emergencia (2R 3:26–27). Existe evidencia de que en la América indígena también se practicaba el sacrificio de niños.[1]
Lo segundo es que Israel estuvo tentado a hacerlo y probablemente lo hizo (2R 23:10)[2], no porque el hecho fuera particularmente bonito, sino porque suponían que recibirían beneficios de Dios.[3] Uno de los casos más conocidos es el de Jefté, quien ofrece su hija como sacrificio si Dios le da la victoria en una batalla; gana la batalla y ofrece a la hija en el fuego. Este sería un caso típico de sincretismo, según el cual se adora a Dios con creencias y prácticas de dioses paganos.[4]
En tercer lugar, nos preguntamos si existe tal cosa hoy y de qué manera. Seguramente no tenemos coincidencias exactas en términos de creencias y ritos, pero hoy también existen formas de entregar los niños y jóvenes a la muerte porque así se obtiene algún beneficio. Junto con el tráfico de niños, muchos niños y jóvenes son entregados hoy a diversas actividades con tal de garantizar por medio de ellos la supervivencia y prosperidad de la familia o grupo al que pertenecen.
Recordemos la obra de Jonathan Swift.[5] La esencia de esta obra es que la injusticia económica y social es una forma de matar gente sistemáticamente, especialmente los niños. Como la gente no lo cree, entonces Swift propone un sistema “muy humano y racional” de engordar niños para la venta en el mercado y el consumo humano.
En América Latina hay madres que entregan a sus hijos a la muerte. El delito y la prostitución, por ejemplo, se convierten para algunos en formas de supervivencia. La mayoría de los delincuentes lo son a sabiendas de sus familias. Muchos de estos jóvenes son sacrificados diariamente en nuestras grandes y no tan grandes ciudades. Pero sería injusto cargar toda la culpa en las madres. ¿No son entregados por la sociedad a la muerte cuando quedan acorralados sin otras opciones de vida?
Resultaría inmoral proponer el engorde de niños para practicar tiro al blanco con balas reales; pero eso es lo que estamos haciendo cuando vemos tantos jóvenes optar por la delincuencia con el estímulo y complacencia de su grupo familiar, sólo para terminar abatidos en las calles de nuestras ciudades. Estas muertes poco o nada le duelen al resto de la sociedad.
Nos creemos muy civilizados y desarrollados, pero desde el punto de vista humano, parece que no hemos avanzado mucho. Hoy no sacrificamos niños a Moloc, porque no creemos en Moloc; pero seguimos sacrificando niños. ¿En quién o en qué creemos los que seguimos indiferentes, viendo como “males ajenos” las muertes de tantos niños y jóvenes diariamente en nuestras ciudades? ¿Podemos todavía llamarnos cristianos? ©2011Milton Acosta


[1] Luis Alberto Reyes y Arturo Andrés Roig, El pensamiento indígena en América (Editorial Biblos, 2008), 206.
[2] Jer 7:31–32; 19:2–6; 32:35. Junto con la prostitución cúltica, fueron dos grandes y notorios males antes del exilio. Mario Liverani, Israel’s history and the history of Israel (Equinox Pub., 2005), 177, 208.
[3] Los hijos también eran entregados como esclavos para pagar deudas (2R 4:1–7).
[4] Ed Noort, “Child Sacrifice in Ancient Israel: The Status Questionis,” en The strange world of human sacrifice (Peeters Publishers, 2007), 103–125.
[5] Jonathan Swift, Modesta propuesta, trad. Adriana Arrieta (Verdehalago, 2002).

junio 09, 2011

Mi Predicador Favorito: La Secuela [2]


Regalos costosos
Milton Acosta, PhD



La solución de Pablo al tema tarifario genera otro problema en su relación con los corintios; ellos se ofenden y lo tiene por menos; creen que le falta amor y los ha menospreciado;[1] en consecuencia, le pagan con la misma moneda. Siempre se considera una grosería rechazar la generosidad de otro. Así, la humillación de Pablo se convirtió en ofensa.
Es muy sabroso recibir regalos generosos y disfrutarlos; pero no siempre se puede recibir todo, ni de todos, sea usted predicador o no. Si a mi me regalaran un Lamborghini, no podría aceptarlo; o gustoso lo aceptaría, pero tendría que correr a venderlo sin siquiera prenderlo. No es sólo el mantenimiento del carro, sino el seguro, la ropa que habría que ponerse para manejarlo, el garaje que habría que tener y la casa en que vivir para no hacer el ridículo. Sería un regalo demasiado costoso de mantener. Así son algunos regalos, un encarte; vivimos para mantenerlos.
En la Biblia hay varios casos de individuos que rechazaron la generosidad de otros cuando percibieron que si aceptaban los regalos quedaban empeñados. Abraham prefirió pagar un precio alto por un terreno para enterrar a Sara, antes que recibirlo regalado de los hititas;[2] el profeta Eliseo rechazó los regalos que le ofreció Naamán al ser sanado de la lepra, a pesar de que él y los demás profetas pasaban necesidades (2R 2–8).[3]
Da la impresión que estas personas percibieron que al recibir la generosidad de otros estaban vendiéndoles su alma y su independencia de pensamiento. Hay personas que hacen favores para luego cobrarlos. El problema es que nunca hay pago que les satisfaga. Siempre les deberás.
¿Cometemos errores al aceptar ciertos favores? No, porque no siempre es posible conocer las intenciones de las personas. Hay muchos casos en la Biblia donde las personas aceptan gustosas la generosidad de otros. Abraham recibió regalos, Eliseo también lo hizo; Jesús mismo recibió donaciones para su ministerio; Pablo también.
La decisión de Pablo con los corintios fue entonces fruto de su discernimiento. Su conclusión fue: de esta gente no se puede recibir plata, así les sobre y así se ofendan.
Ahora mire usted lo que son las cosas; mi amigo pastor del que les contaba, decidió no invitar al predicador con sermones de distinta tarifa; y mi amigo predicador que no fue invitado por no tener una tarifa, a raíz de la experiencia decidió poner una modesta tarifa. ¿Cuál de los dos te parece que actuó bien? ©2011Milton Acosta Fin


[1] David E. Garland, 2 Corinthians (B&H Publishing Group, 1999), 478.
[2] Gn 23. No se sabe cuáles hititas son estos, pero es probable que Efrón se aprovechó de la situación de Abraham al verlo encartado con su muerta y le vendió, no sólo la cueva, sino todo el terreno, el cual quizá ni siquiera era suyo. Kenneth Kitchen, On the reliability of the Old Testament (Wm. B. Eerdmans Publishing, 2003), 325–328. No estoy tan seguro, como dicen Kessler y Deurloo, que sea tan importante comprar el terreno por su significado para el cumplimiento de la promesa de la tierra, puesto que en todo el Pentateuco la tierra es don de Dios; no es tierra que Israel compra. Martin Kessler y Karel Adriaan Deurloo, A commentary on Genesis: the book of beginnings (Paulist Press, 2004), 136–137. Aunque el terreno no es barato, el que Efrón se lo ofrezca como regalo “en presencia de todos ellos”, en esa cultura implica que Efrón enriquece a Abraham, y que toda su vida le deberá el regalo.
[3] Milton Acosta, “The role of the poor and marginal characters in the book of Kings: A rhetorical Analysis of 2 Kings 2-8 and 13:14-21” (Ph.D., Trinity Evangelical Divinity School, 2004).

mayo 24, 2011

Mi Predicador Favorito: La Secuela [1]


La iglesia como casa de empeño
Milton Acosta, PhD



En una ocasión, un amigo pastor me contó de su interés en invitar a la iglesia a cierto predicador internacional. El famoso predicador le envió por email la lista de los sermones que podría predicar con el precio al lado de cada título. Unos sermones costaban más que otros. Ninguno era barato.
En otra ocasión, un predicador internacional, me contó de una invitación que le hicieron para predicar en una iglesia en otro país; le preguntaron que cuánto cobraba. Él respondió “yo no cobro por predicar; lo que ustedes quieran darme estará bien.” ¿Cuál de los dos predicadores te parece que actuó bien?
Un predicador en la Biblia que enfrentó esta misma situación fue el apóstol Pablo en su relación con la iglesia de Corinto. En el mundo greco-romano donde vivió Pablo, había una expectativa sobre el pago al predicador. El problema es que la iglesia de Corinto pensaba como el primer predicador y Pablo como el segundo.
Para los corintios, las marcas de un predicador son: la elocuencia, la imagen, el pedigrí, los milagros y la tarifa (2Cor 10–13). No parece muy distinto de lo que vemos hoy en día, pero apenas tenemos espacio para hablar de la tarifa en este momento.
“Si un predicador no tiene una tarifa,” le decían a mi amigo sin tarifa, “es porque no valora lo que hace; y si ese es el caso, no nos interesa.” Los corintios, por su parte, tienen a los predicadores en tal pedestal que “Aguantan incluso a cualquiera que los esclaviza o los explota, o se aprovecha de ustedes, o se comporta con altanería, o les da de bofetadas” (1Cor 11:20). Para ellos el predicador puede tratarlos como sea y cobrar lo que quiera; le pagan lo que pida o lo que la cultura dice que se le paga a un orador. Según parece, llegaron a soportar el abuso y el maltrato.
Ante esto Pablo se pregunta “¿Es que cometí un pecado al humillarme yo para enaltecerlos a ustedes, predicándoles el evangelio de Dios gratuitamente” (2Cor 11:7). El choque entre Pablo y la iglesia de Corinto se produce por la diferencia en las expectativas y por la sensibilidad cultural.
Los honorarios generosos no ofenden a nadie. Pero el predicador debe recordar que es humano, y quienes lo invitan también. Se puede predicar sermones “que gusten” para que generen más ingresos, o sólo ir donde pagan bien; y la iglesia puede pagar predicadores según su gusto. Así, la predicación no está determinada por el mensaje del evangelio, sino por las ambiciones del predicador, la capacidad económica de la iglesia y los gustos de la época.
Sin embargo, tenemos que preguntar, ¿no come también el predicador? ¿no tiene derecho a una vida digna? Si Pablo mismo dice que “el obrero es digno de su salario” (1Cor 9; 1Ti 5:18), como lo dice el evangelio (Mt 10:10), ¿por qué no recibe dinero de los corintios? Me parece que no lo hace por su sensibilidad cultural y espiritual en una situación particular.
Pablo no quiere parecerse a los predicadores explotadores ni quiere que lo confundan con ellos. Está dispuesto a aceptar contribuciones de las iglesias pobres de Macedonia (2Cor 11:9), pero rechaza el dinero de la iglesia rica de Corinto. La decisión es mala para la economía personal, pero indispensable para la salud espiritual tanto de la iglesia como del predicador.
El asunto es complejo porque los corintios son generosos; están dispuestos a darlo todo (2Cor 12:13–14). Pero Pablo percibe que esa generosidad viene de la actitud malsana del “patrón” que han heredado de la cultura. No es fácil ver la raya entre la generosidad cristiana sincera y la generosidad de compra-venta. Como en las casas de empeño, el predicador da y recibe, pero queda empeñado. Con esta actitud Pablo aparentemente empeoró las cosas y por eso tiene que escribir estas famosas Cartas a los Corintios. ©2011Milton Acosta
Continuará …

mayo 04, 2011

Mi Predicador Favorito [3]


Tres imágenes para recordar



Milton Acosta, PhD

El tercer recurso retórico que Pablo utiliza para contrarrestar las divisiones al interior de la iglesia causadas por los gustos oratorios consta de tres imágenes: el agricultor en el campo, el constructor y su edificio y el templo de Dios (1Cor 3:5–17).
Los predicadores son diferentes y realizan funciones complementarias. En otras palabras, no se puede esperar que todos los predicadores sean iguales, ni que cumplan los mismos propósitos, ni que uno solo lo haga todo. Para afirmar esto, el apóstol Pablo se vale de una imagen sencilla, común e incontrovertible: “Yo sembré, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento... y ustedes son el campo de cultivo de Dios” (vv. 6 y 9). Esto es arte retórico exquisito: decir mucho en pocas y claras palabras.
El predicador no debe ser tan modesto como para decir que no ha hecho nada, ni tan arrogante como para pensar que hace crecer la iglesia. La imagen de la Palabra de Dios como semilla y de quienes la escuchan como terreno de siembra es común en el Nuevo Testamento. Como en la agricultura, hay tareas que dependen del agricultor y otras que están fuera de su control.
Los líderes en la iglesia hacen diversas tareas: predicar, enseñar, discipular, aconsejar, exhortar. Sin embargo, ninguno puede hacer crecer a los creyentes ni a la iglesia. El crecimiento de la iglesia es obra de Dios por su Espíritu Santo. Así, el predicador es diligente como el agricultor, pero no sufre de úlceras numéricas; el crecimiento lo da Dios. Esta es una verdad liberadora y comprometedora.
La segunda imagen que usa Pablo es paralela a la primera: “yo, como maestro constructor, eché los cimientos, y otro construye sobre ellos (v. 10). Esta imagen subraya la responsabilidad del predicador y maestro del evangelio. El cimiento es Jesucristo. El material de construcción no son ladrillos, sino dos alternativas: oro, plata y piedras preciosas o madera, heno y paja. Cuando el Nuevo Testamento habla de crecimiento al referirse a la iglesia, no está hablando de crecimiento numérico solamente. Por eso, deberíamos distinguir entre “incremento numérico” y “crecimiento de la iglesia”.
La tercera imagen apunta a la unidad y la indivisibilidad de la Iglesia de Jesucristo. Los cristianos necesitamos una concepción más grande de la Iglesia. Mal hacen los líderes que mantienen a sus feligreses en la oscuridad, haciéndoles creer que su iglesia, congregación o denominación es la Iglesia de Jesucristo, que fuera de ésta no hay más, y que Dios sólo se ocupa de ellos. La iglesia es una, es sagrada, ha existido por más de dos mil años, está esparcida por todo el mundo y no tiene santa sede. Esto lo hace posible Dios porque su Espíritu habita en los creyentes. La unidad de los creyentes es tema central en la predicación de Jesús.
A medida que avanzan las imágenes va avanzando la seriedad. El agricultor trabaja diligentemente y espera el crecimiento. El constructor usa sus conocimientos para construir, pero permanecerá lo que haya edificado con los mejores materiales; si no, su obra será destruida. La iglesia es templo de Dios y cualquiera que atente contra ella será destruido por Dios mismo.
Dos reflexiones para terminar. En primer lugar, el predicador necesita de la gracia de Dios para hacer su tarea. No puede sembrar ni construir de cualquier forma. Debe poner a Jesucristo como cimiento y construir con los mejores materiales, es decir, enseñanza basada en toda la Biblia.
En segundo lugar, la iglesia se fragmenta por causa de los predicadores y de los seguidores con mentalidad de farándula. Pablo señala (1) que los creyentes no deben subir a los predicadores a un pedestal que los ponga a competir unos con otros y mucho menos con el lugar de Cristo; y (2) que los predicadores tampoco deben permitir que los suban en tales pedestales, por muy beneficioso que les resulte. Todos los predicadores están en el mismo nivel delante de Dios; el criterio que los rige es la fidelidad: a Dios, al mensaje y a la iglesia. Una señal de la madurez de una iglesia y de testimonio para otros es cómo piensa y habla de sus predicadores. ¿Cuál es su predicador favorito? Fin
©2011Milton Acosta
Pido la Palabra

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog