«Laudes como oración matutina y Vísperas como oración vespertina, según la venerable tradición de la Iglesia, son el doble quicio sobre el que gira todo el Oficio cotidiano» (SC 89a).

En toda la historia de la liturgia de las Horas, e incluso en su antecedente judío, como vimos más arriba, destacan Laudes y Vísperas como las Horas legítimas, es decir, establecidas por la Iglesia, para que la comunidad cristiana se reúna con Cristo en la alabanza y la súplica. En tanto que el Oficio de los Monasterios comprendía, además de Laudes y Vísperas, varias horas diurnas y otras nocturnas, el Oficio de las Iglesias, catedrales o parroquiales, congregaba a los fieles en asamblea de oración al comienzo y al final de la jornada. El Concilio Vaticano II, al renovar el Oficio Divino, tuvo esto muy en cuenta, y también los posteriores documentos sobre liturgia:

«Los Laudes y las Vísperas…se deben considerar y celebrar como las Horas principales (+SC 89a,100)» (OGLH 37). «La oración de la comunidad cristiana deberá consistir, ante todo, en los Laudes de la mañana y las Vísperas: foméntese su celebración pública y comunitaria, sobre todo entre aquellos que hacen vida común. Recomiéndese incluso su recitación individual a los fieles que no tienen la posibilidad de tomar parte en la celebración común» (40).

1. El simbolismo de la luz y las tinieblas

El progreso moderno ha alterado en buena parte la relación entre el hombre y la naturaleza, entre el ritmo de la vida humana y las cadencias naturales del mundo. Y los efectos negativos de tales distorsiones en la salud psico-somática han suscitado actualmente en muchos hombres un deseo de volver a lo natural, de sumergirse más fielmente en la respiración misma del cosmos.

Por otra parte, el hombre actual guarda viva su sensibilidad ante la belleza del mundo visible. Los fenómenos naturales, el renacimiento primaveral de los campos, la oscuridad silenciosa de la noche, la alegría de la luz mañanera, siguen conmoviendo el corazón humano como hace miles de años. La diferencia está en que la emoción religiosa del hombre ante la naturaleza, entendida ésta como manifestación formidable de la belleza de Dios, se hace en el hombre actual secularizado simple emoción estética.

En todo caso, el lenguaje del mundo: el día, que habla de luz y calor, de energía y vida; la noche, que sugiere frío, sueño y muerte, sigue siendo más o menos inteligible para el hombre moderno, casi analfabeto para el lenguaje simbólico. Día y noche, vida y muerte, luz y tinieblas, tendrán siempre una elocuencia dialéctica capaz de conmover profundamente el corazón humano.

Por lo que se refiere a los cristianos, cuyo mundo mental ha de ser la Biblia, sabemos hasta qué punto en el Antiguo y en el Nuevo Testamento tienen importancia simbólica la luz y las tinieblas. Desde el Génesis, que entiende la creación como un triunfo del cosmos sobre el caos, y como una victoria de la luz sobre las tinieblas (Gén 1,3s), hasta el Apocalipsis, en que el mismo Dios es la luz única de los cielos nuevos y de la nueva tierra (Ap 21,23), toda la historia humana, entendida como historia de salvación, es un lucha dramática entre la luz y las tinieblas. Por eso Cristo, en la plenitud de los tiempos, por su encarnación y por su resurrección, surge en este mundo como «luz verdadera», como «luz del mundo», como «luz de los hombres» (Jn 1,4.9; 8,12; 9,5; 1Jn 1,5); y si hay hombres tenebrosos que rechazan esa luz y se cierran en sí mismos (Jn 1,11; 3,19), también hay fieles que, recibiéndola, vienen a ser «hijos de la luz» (12,36). Pues bien, la oración eclesial que se celebra al comenzar y al finalizar el día halla en este simbolismo una de sus claves fundamentales.

2. La oración de la mañana y de la tarde

Hemos de recordar ahora algunos datos que consideramos ya en el capítulo 2º al exponer la historia de la Oración de las Horas. De las tres oraciones diarias acostumbradas en Israel, son dos, la oración matutina y la vespertina, las que pasan desde el principio a la tradición orante de la Iglesia. Son Horas que se celebran en forma comunitaria, como lo vimos por los testimonios de Plinio el Joven, Clemente, Tertuliano e Hipólito. Para Clemente, en la oración de la mañana, es Cristo el que surge como un sol, para disipar las tinieblas de la ignorancia. Tertuliano, como vimos, calificaba de legítimas las oraciones comunitarias realizadas en Cristo «al salir el sol y al caer la tarde». Hipólito, por su parte, ofreciéndonos la más antigua oración de bendición de la lámpara, esboza una preciosa teología de la oración de Vísperas.

Posteriormente, estos dos tiempos de oración cobrarán cada vez mejor forma y mayor importancia eclesial. A partir del siglo V, las diversas liturgias occidentales, romana, ambrosiana, galicana e hispánica, en sus colecciones de oraciones compuestas para los Oficios de mañana y de tarde, nos ofrecen la fuente más importante para conocer la significación teológica y litúrgica de estas Horas. Por eso, la Liturgia de las Horas hoy renovada, ha restablecido el uso de estas oraciones vespertinas y matutinas en las ferias del Tiempo Ordinario. Las hallamos al final de los Laudes y de las Vísperas feriales de las cuatro semanas, exceptuados los domingos. A ellas acudiremos, pues nos permiten conocer el sentido tradicional de estas horas en el Oficio Divino. Ahora, pues, para las páginas que siguen, convendrá que el lector tenga a mano el texto de las cuatro semanas de salmos, para poder consultar sus oraciones correspondientes.

3. Los Laudes como oración de la mañana

La Oración eclesial de la mañana tiene dos significaciones fundamentales: santifica el día en su comienzo, y hace memoria gozosa de la resurrección del Señor.

a) Los Laudes santifican el comienzo del día.

«Los laudes matutinos están dirigidos y ordenados a santificar la mañana, como se ve claramente en muchos de sus elementos. San Basilio expresa muy bien este carácter matinal con las siguientes palabras: “Al comenzar el día oramos para que los primeros impulsos de la mente y del corazón sean para Dios, y no nos preocupemos de cosa alguna antes de habernos llenado de gozo con el pensamiento en Dios, según está escrito: ‘‘Me acordé del Señor y me llené de gozo’’ (Sal 76,4), ni empleemos nuestro cuerpo en el trabajo antes de poner por obra lo que fue dicho: ‘‘Por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa, me acerco y te miro (Sal 5,4-5)”» (OGLH 38a).

Por la oración de Laudes, los fieles, antes de iniciar las actividades de la jornada, hacen a Dios el ofrecimiento anticipado de todas sus labores, y buscan potenciar toda su capacidad humana creativa con el impulso santificador de la gracia divina:

«Señor Dios, rey de cielos y tierra, dirige y santifica en este día nuestros cuerpos y nuestros corazones, nuestros sentidos, palabras y acciones, según tu ley y tus mandatos, para que, con tu auxilio, alcancemos la salvación ahora y por siempre» (Or. Lunes II; +Lunes III).

Todo lo que es el hombre, cuerpo, corazón y sentidos, todo lo que él produce, pensamientos, palabras y acciones, todo ha de estar dedicado al Señor durante la jornada, de modo que su gracia sea el impulso continuo de la actividad humana. Es el sentido de la famosa oración Actiones nostras, tan concisa y tan bella: «Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin» (Lunes I; +Viernes IV).

En esa oración, como en muchas otras, se ve la importancia que la espiritualidad del trabajo, entendido éste como una colaboración con el Creador, tiene en la oración de Laudes:

«Oh Dios, que encomendaste al hombre la guarda y el cultivo de la tierra, y creaste la luz del sol en su servicio, concédenos hoy que, con tu luz, trabajemos sin desfallecer para tu gloria y para el bien de nuestro prójimo» (Lunes IV).

«Dios todopoderoso, de quien dimana la bondad y hermosura de todo lo creado, haz que comencemos este día con ánimo alegre y realicemos nuestras obras movidos por el amor a ti y a los hermanos» (Martes III).

Por otra parte, al comienzo del día, cuando el corazón se alegra al pasar de la obscuridad a la luz, la alabanza cristiana a Dios se alza poderosa en los fieles, y se hace liturgia en los Laudes. Lo que en ellos se pide es «que nuestro espíritu y toda nuestra vida sean una continua alabanza» al Señor, y que «cada una de nuestras acciones esté plenamente dedicada» a él (Sábado II). Más aún, en los Laudes se pide a Dios que «del mismo modo que hemos cantado tus alabanzas en esta celebración matutina, así las podamos cantar eternamente, con la asamblea de tus santos, por toda la eternidad» (Viernes II; +Martes IV).

b) Los Laudes hacen memoria de la resurrección del Cristo, y lo celebran como Luz del mundo.

«Esta Hora, que se tiene con la primera luz del día, trae además a la memoria el recuerdo de la resurrección del Señor Jesús, que es la luz verdadera que ilumina a todos los hombres (Jn 1,9), y el sol de justicia (Mal 4,2) que nace de lo alto (Lc 1,78). Así se comprende bien la advertencia de San Cipriano: “Se hará oración a la mañana para celebrar la Resurrección del Señor con la oración matutina”» (OGLH 38b).

La Pascua de Jesús, que se celebra anualmente en la Vigilia pascual, y semanalmente cada domingo, se conmemora y actualiza diariamente en la eucaristía y en Laudes. Esta es la hora en que Cristo pasó de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida, de la hora del poder de las tinieblas a la luz gloriosa del Reino celeste. La luz del nuevo día no sólo disipa las tinieblas de la noche, sino que en la liturgia de los Laudes se hace epifanía de Cristo resucitado, pues la Iglesia celebra en esa hora al Primogénito de los muertos (Col 1,15.18; Ap 1,5), al Esposo que sale del tálamo (Sal 18,6), a la Primicia de una nueva humanidad (1Cor 15,20).

Estos grandes temas de la fe, que la Iglesia celebra en la Navidad, en la Epifanía y en la Pascua, son evocados cada día en las oraciones feriales de Laudes con una gran variedad de matices y relaciones.

En primer lugar, al comenzar el día, los Laudes hacen contemplar a Dios como luz, fuente de toda luz: «Dios es luz y no hay en él tiniebla alguna» (1Jn 1,5):

«Humildemente te pedimos, Señor, que eres la luz verdadera y la fuente misma de toda luz, que meditando fielmente tu ley, vivamos siempre en tu claridad» (Jueves II; +Sábado IV).

Ahora bien, en la perspectiva bíblica, y especialmente en los escritos sapienciales y joaneos, la Sabiduría divina se identifica con la Palabra, que es el Hijo, Jesucristo, luz del mundo, luz de los hombres, precisamente manifestado como luz en su resurrección gloriosa. Gracias a Cristo, «el pueblo que habitaba en las tinieblas vió una gran luz» (Mt 4,14 = Is 9,2). Por eso, al salir de la noche, pedimos:

«Dios todopoderoso y eterno, humildemente acudimos a ti al empezar el día, a media jornada y al atardecer [+Sal 54,18; Dan 6,10], para pedirte que, alejando de nosotros las tinieblas del pecado, nos hagas alcanzar la luz verdadera que es Cristo» (Jueves I; +Viernes I, Jueves III).

«Te pedimos, Señor, que la claridad de la resurrección de tu Hijo ilumine las dificultades de nuestra vida; que no temamos ante la oscuridad de la muerte, y podamos llegar un día a la luz que no tiene fin» (Sábado I).

En la hora luminosa de los Laudes, son frecuentes las oraciones en que los fieles piden ser iluminados por la claridad divina que nos trajo Cristo:

«Señor, infunde en nuestras almas la claridad de tu luz, y pues con tu sabiduría nos has creado y con tu providencia nos gobiernas, haz que nuestro vivir y nuestro obrar estén del todo consagrados a ti» (Miércoles III; +Martes I, Viernes III).

Señalemos, finalmente, que siendo Cristo «Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero», también la liturgia de los Laudes invocará directamente a Jesucristo: «Señor Jesucristo, luz verdadera que alumbras a todo hombre [Jn 1,9] y le muestras el camino de la salvación…» (Martes II).

4. Las Vísperas como oración del final del día

Tres son los grandes temas que la OGLH considera fundamentales en la segunda gran oración del día: la acción de gracias, la memoria de la Redención y la esperanza de la vida eterna.

a) La acción de gracias del día.

Las Vísperas se celebran a la tarde, cuando ya declina el día, «en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto» (OGLH 39a).

Si en Laudes pedimos a Dios luz y fuerza para las labores de la jornada, es ahora, al terminar el día, cuando sube a Dios la ofrenda de nuestro trabajo, convertido en sacrificio espiritual de acción de gracias: «Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso, porque has permitido que llegáramos a esta noche; te pedimos quieras aceptar con agrado el alzar de nuestras manos como ofrenda de la tarde [+Sal 140,2]» (Martes I; +Lunes II).

Hipólito de Roma, a comienzos del siglo III, nos ofrece el más antiguo texto de oración lucernaria que conocemos, la plegaria de bendición de la lámpara que se encendía al declinar la luz solar, y nos da así la clave de la oración de Vísperas:

«Te damos gracias, Señor, por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, por medio del cual nos iluminas, revelándonos la luz que no tiene ocaso. Cuando completamos la duración de la jornada y nos acercamos al comienzo de la noche, llenos de la luz del día que creaste para nuestra satisfacción, puesto que ahora, por tu gracia, nos falta la luz de la tarde, te alabamos y te glorificamos por tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor, por el cual a ti la gloria, el poder y el honor, con el Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos» (Traditio apostolica 25).

Con la oración agradecida de la tarde -bendición ascendente-, se pide a Dios también que continúe enviándonos su ayuda -bendición descendente-: «Nuestra oración vespertina suba hasta ti, Padre de clemencia, y descienda sobre nosotros tu bendición; así, con tu ayuda, seremos salvados ahora y por siempre» (Martes III).

En fin, con la acción de gracias, también la Iglesia en esta hora de la tarde pide perdón por los pecados y deficiencias del día transcurrido: «Dios todopoderoso, te damos gracias por el día que termina e imploramos de tu clemencia para que nos perdones benignamente todas las faltas que, por la fragilidad de la condición humana, hemos cometido en este día» (Jueves III; +Miércoles III).

b) Evocación del Misterio Pascual.

«También hacemos memoria de la Redención por medio de la oración que elevamos “como el incienso en la presencia del Señor”, y en la cual “el alzar de las manos” es “oblación vespertina” (Sal 140,2). Lo cual “puede aplicarse también a aquel verdadero sacrificio vespertino que el Divino Redentor instituyó precisamente en la tarde en que cenaba con los Apóstoles, inaugurando así los sacrosantos misterios, y que ofreció al Padre en la tarde del día supremo, que representa la cumbre de los siglos, alzando [en la cruz] sus manos por la salvación del mundo” (Casiano, De instit. caenob. 3,3)» (OGLH 39b).

Si los Laudes evocan el momento de la resurrección del Señor, la Iglesia, citando en este texto las bellas palabras del abad Casiano, contempla la oración litúrgica de las Vísperas como el sacrificio espiritual en el que la comunidad cristiana revive las actitudes de Cristo en la hora de la Cena y de la Cruz.

Esta misma relación entre las Vísperas y el Misterio Pascual aparece muy hábilmente expresada en una oración que, ambientada en la escena de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-32), no menciona explícitamente la muerte de Cristo, pero sí dispone a los orantes en el contexto pascual y eucarístico de la tarde del día de la resurrección:

«Quédate con nosotros, Señor Jesús, porque atardece; sé nuestro compañero de camino, levanta nuestros corazones, reanima nuestra débil esperanza; así nosotros, junto con nuestros hermanos, podremos reconocerte en la Escrituras y en la facción del Pan» (Lunes IV).

Las Vísperas de los viernes de las cuatro semanas expresan, en cambio, con profunda inspiración bíblica, claras alusiones a la pasión y muerte del Redentor. Merece la pena que transcribamos las cuatro, consignando sus referencias a la Sagrada Escritura:

«Te pedimos, Señor, que los que hemos sido aleccionados con los ejemplos de la pasión de tu Hijo estemos siempre dispuestos a cargar con su yugo llevadero y con su carga ligera» (Viernes I; +Mt 11,29-30).

«Oh Dios que, de una manera admirable, has manifestado tu sabiduría escondida con el escándalo de la cruz, concédenos contemplar con tal plenitud de fe la gloria de la pasión de tu Hijo que siempre nos gloriemos confiadamente en la cruz de Jesucristo» (Viernes II; +1Cor 1,21-24; Gál 6,14).

«Señor, Padre Santo, que quisiste que Cristo, tu Hijo, fuese el precio de nuestro rescate, haz que vivamos de tal manera que, tomando parte en sus padecimientos, nos gocemos también en la revelación de su gloria» (Viernes III; +1Pe 1,18; 4,13; 2Cor 1,5.7).

«Dios omnipotente y eterno, que quisiste que tu Hijo sufriese por la salvación de todos, haz que, inflamados en tu amor, sepamos ofrecernos a ti como hostia viva» (Viernes IV; +Rm 12,1; Ef 5,2).

En estas grandiosas oraciones se comprende que la oración de Vísperas va identificándonos con el Misterio Pascual de Cristo, que en esta Hora se ofrece con nosotros al Padre para la salvación del mundo: su voz resuena en nuestras palabras, y sus brazos, abiertos en la cruz, se alzan ahora con nuestra oración suplicante.

En la historia del Oficio, esta conmemoración de la pasión del Señor en las oraciones de las Vísperas feriales de las cuatro semanas, es nueva. Y adviértase también que, junto al recuerdo piadoso de la cruz, se alude en ellas a la gloria de la resurrección.

c) Hacia la luz que no tiene ocaso.

En la oración de Vísperas, «para orientarnos con la esperanza hacia la luz que no conoce ocaso, “oramos y suplicamos para que la luz retorne siempre a nosotros, pedimos que venga Cristo a otorgarnos el don de la luz eterna” (S. Cipriano, De orat. dom. 35)» (OGLH 39c).

De nuevo el tema de la luz, ahora contemplado al declinar el día, y al avanzar las primeras sombras de la noche. Si en Laudes contemplábamos al Señor como origen de toda luz, ahora en Vísperas lo recordamos como luz sin ocaso. Es la hora en que se encienden las lámparas. Actualmente esto apenas tiene significación especial, sea porque ya durante el día se estaba trabajando con luz artificial, sea porque ésta se enciende instantáneamente, con solo apretar un interruptor. Pero antiguamente el momento de encender la lámpara tenía sin duda una gran fuerza simbólica. Para nosotros hoy, en todo caso, sigue siendo la hora en que es preciso iluminar las tinieblas, la hora del descanso, y de la reunión familiar. Continúa, pues, siendo una Hora importante, propicia para la oración privada o comunitaria.

En Vísperas es el momento de pedir al Señor del día y de la noche que nos guarde e ilumine. «Si en tinieblas estoy, el Señor será mi luz» (Miq 7,8). No le pedimos que ilumine nuestra noche, sino nuestra mente y nuestro corazón. Y no le pedimos iluminación sólo para nuestra vida presente, sino que le suplicamos la luz eterna del cielo.

«Dios todopoderoso y eterno, Señor del Día y de la noche, humildemente te pedimos que la luz de Cristo, verdadero sol de justicia, ilumine siempre nuestras vidas, para que así merezcamos gozar un día de aquella luz en la que habitas eternamente» (Martes III; +Mal 4,2; Lc 1,78; 2,32; Jn 1,5.9; 8,12; 2Cor 4,4; +Miércoles I, Jueves I, Lunes III).

Esta misma perspectiva escatológica, por la que las Vísperas se orientan hacia la luz eterna del cielo, puede también apreciarse en otras oraciones que emplean palabras del Magnificat (+Lunes I, Miércoles II).

5. Estructura de la celebración de los Laudes y de las Vísperas

Ambas celebraciones son casi idénticas. Analicemos su estructura y su dinamismo interno peculiar.

a) Apertura de la celebración.

La invocación «Dios mío, ven en mi auxilio» (Sal 69,2), con el Gloria y el Aleluya, abre la Hora. No hay aquí un saludo, como al inicio de la misa, sino únicamente una llamada al Espíritu Santo que ha de «orar en nosotros con gemidos inefables» (Rm 8,26). En efecto, la oración litúrgica «nos viene grande»: al ser la voz del Espíritu de Jesús, excede indeciblemente la mísera voz de nuestro propio espíritu. Por eso invocamos el auxilio divino…

El Gloria a la Trinidad divina, que ya en esta primera invocación aparece, es oración que ha de ser muy apreciada. Marca continuamente la meta del Oficio Divino, que es precisamente la glorificación de la Trinidad. La doxología trinitaria del Gloria, en Laudes y Vísperas, concretamente, se encuentra en la invocación, como hemos visto; suele darse también en la última estrofa del himno; está en la salmodia, al final de cada salmo o cántico; después de la lectura, en el responsorio; y al final del Cántico evangélico. Podríamos decir que es el norte que permanentemente orienta la Liturgia de las Horas.

El himno, como el canto de entrada de la misa, «está situado de forma que dé a cada Hora una especie de colorido propio, y también, sobre todo en la celebración con pueblo, para que el comienzo resulte más fácil y se cree un clima más festivo» (OGLH 42; +173). Los himnos, dada su índole lírica y musical, son cantos que alaban a Dios, y terminan con una doxología trinitaria (OGLH 174). Situados al inicio de cada Hora, introducen a la celebración, y le dan un colorido propio (42; 58, 62).

Los himnos son cerca de 300 en la edición típica latina del actual Oficio Divino. La edición española de las Horas los ha conservado en apéndices, pero ha incorporado 270 himnos en lengua castellana. Para elaborarlos se siguieron los siguientes criterios: Traducir, en versiones más o menos libres, himnos latinos tradicionales, y a veces recrearlos, partiendo de sus temas. Seleccionar poesías religiosas en castellano, antiguas o actuales; en cuya selección han predominado los autores de los siglos XVI-XVII. Incorporar cantos religiosos de lengua hispana de aceptación universal, y especialmente queridos por el pueblo. Y por último crear himnos nuevos -cerca de un centenar-, expresamente destinados a la Liturgia de las Horas.

Durante la introducción del Oficio los fieles y quien les preside están de pie. Si un ministro ordenado preside, él se hace signo visible de Cristo, que es quien realmente preside esa oración. Si falta, el signo de esta presencia de Cristo es simplemente la misma asamblea reunida en su nombre.

b) Salmodia.

La asamblea, sentada, entra en la salmodia, que es, con la lectura de la Palabra, la parte central del Oficio. En Laudes la salmodia comprende un salmo, un cántico del Antiguo Testamento, y otro salmo de alabanza; cada uno con sus antífonas respectivas. En Vísperas hay dos salmos y un cántico tomado de las epístolas o del Apocalipsis. Esta ordenación responde a la antigua tradición romana.

Los salmos y los cánticos, con toda la variedad de sus actitudes y sentimientos, expresan la voz de Cristo y de su Iglesia. En las Horas romanas ya se empleaban siete cánticos del Antiguo Testamento. Hoy han sido añadidos otros doce, más los siete del Breviario de San Pío X, y nueve del Nuevo Testamento.

c) Lectura breve.

«La lectura breve [o extensa, +46] está señalada de acuerdo con las características del día, del tiempo y de la fiesta; deberá leerse como una proclamación de la Palabra de Dios, que inculca con intensidad algún pensamiento sagrado y que ayuda a poner de relieve determinadas palabras a las que posiblemente no se presta toda la atención en la lectura continua de la Sagrada Escritura» (OGLH 45; +79-80, 88, 156-158). Las lecturas breves, llamadas capitula, son fragmentos selectos de la Sagrada Escritura, en forma de sentencia o de exhortación (156), que destacan pasajes que pueden pasar inadvertidos dentro de lecturas más largas. En el actual Oficio Divino hay 561 lecturas breves. Cuatro series nuevas se distribuyen en las cuatro semanas del Salterio. Y otras series son propias para Adviento-Navidad, Cuaresma, Pascua, solemnidades y fiestas (OGLH 157).

Por otra parte, «hay libertad para hacer una lectura bíblica más extensa, principalmente en la celebración con el pueblo, tomándola o del Oficio de lecturas o de las lecturas de la misa. Y nada impide que se elija algunas veces otras lectura más adecuada al caso» (46; +248-249, 251). La lectura puede ir seguida de una homilía (47), de un silencio (48), y en todo caso del canto-respuesta o responsorio, que está formado con frases de la Escritura. De este modo, la asamblea recibe la Palabra de Dios, y responde con palabras también divinas. Los responsorios, en efecto, ayudan a la meditación orante del texto leído, dan su interpretación litúrgica y su clave cristológica y son una contemplación genérica de la Palabra de Dios.

c) El Cántico evangélico.

El Benedictus, en Laudes, y el Magnificat, en Vísperas, «que la Iglesia Romana ha empleado y ha popularizado a lo largo de los siglos, expresan la alabanza y acción de gracias por la obra de la Redención» (OGLH 50). Son, en efecto, una síntesis preciosa de la historia de la salvación, culminada en Cristo. Deben cantarse de pie, pues son evangelio proclamado.

Las antífonas del cántico de Zacarías y del cántico de María tienen, entre todas las antífonas del Oficio, una importancia y dignidad muy especiales. Son el lazo principal que une el Oficio Divino con la fiesta del día o el tiempo litúrgico. Cuando son propias, están tomadas muchas veces del evangelio de la misa. Por eso en los domingos del Tiempo Ordinario cuenta cada uno en el Oficio con tres antífonas, que corresponden a los tres ciclos del Leccionario Dominical.

e) Las preces.

Con este nombre «se designan tanto las intercesiones que se hacen en Vísperas, como las invocaciones hechas para consagrar el día a Dios en los Laudes matutinos» (OGLH 182). Cantadas ya las alabanzas del Señor, es un momento muy importante, equiparable al de las preces de la misa (cf. OGLH 180), de interceder y suplicar «por todos los hombres» (+1Tim 2,1-6). En la oración cristiana, modelada en la oración bíblica, la petición no anda lejos de la alabanza y de la acción de gracias, y a veces fluye de éstas (OGLH 179). En Laudes las preces consagran el día al Señor, y en Vísperas suplican por las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo. Y «en las preces que tienen lugar en las Vísperas, la última intención es siempre por los difuntos» (186).

El Oficio Divino actual ofrece cerca de 2.000 intenciones, que muchas veces son preciosas paráfrasis de textos de la Escritura. Pero además cada formulario queda abierto a otras intenciones personales o locales (188). Las preces, que permiten tanto la celebración comunitaria como la recitación por uno solo (189, 191), se distribuyen en los Laudes y Vísperas de las cuatro semanas, así como en solemnidades, fiestas, oficios comunes, y en todos los días de Adviento, Cuaresma y Pascua (183).

d) El Padrenuestro.

La oración dominical es sin duda la síntesis y el culmen de toda oración cristiana privada o litúrgica, y así, según antigua tradición, «se dirá solemnemente tres veces al día: en la Misa, en los Laudes matutinos y en las Vísperas» (OGLH 195). Es la oración más alta que la Iglesia puede rezar, y la más grata al Padre. Es la oración de los hijos que, reunidos con el Primogénito, ofrecen al Padre común, nuestro, en un solo Espíritu (+Ef 4,4-5).

e) Final.

La oración conclusiva, sea propia o tomada del curso ferial, tiene en Laudes y Vísperas una gran belleza y profundidad de contenido, como hemos podido comprobar al estudiar la significación peculiar de estas Horas.

Por último, el ministro ordenado, que preside en el nombre de Cristo, bendice a la asamblea y la despide, es decir, la envía (+Mt 6,46). (No tiene, pues, sentido que, alterando la fórmula y diciendo «descienda sobre nosotros», el ministro oculte al Cristo que él debe expresar en la asamblea litúrgica, y cambie así la bendición en mera súplica). Si no hay presidencia ministerial, la asamblea se despide a sí misma con una fórmula apropiada.

Ficha de trabajo

1. Textos para meditar:

  • Salmo 63 (62): Oración de la mañana.
  • Salmo 141 (140): Oración de la tarde.
  • Is 60,1-6: La luz del Señor amanece sobre ti.
  • Jn 1,1-14: La Palabra es la luz de los hombres.
  • Liturgia de la Vigilia pascual: Lucernario o pregón pascual.

2. Textos para ampliar:

  • J.A. GOENAGA, Significado de las estructuras de la Liturgia de las Horas, en La celebración en la Iglesia, 3, Salamanca 1990, 429-509.

3. Para la reflexión y el diálogo:

  1. ¿En que se nota que los Laudes y las Vísperas son el doble quicio sobre el que gira toda la celebración del Oficio Divino?
  2. Nuestras celebraciones de Laudes y de Vísperas, especialmente los domingos, solemnidades y fiestas, ¿reflejan la importancia que tienen estas horas de plegaria?
  3. ¿Qué hacemos para dignificar y mejorar estas horas: en los himnos, en la salmodia, en las lecturas breves, en las preces?
  4. ¿Tratamos de incorporar al pueblo a la celebración, por menos de las Vísperas los domingos y fiestas?
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