Benedicto XVI
El obispo, custodio de la alianza de Cristo y la Iglesia Queridísimos hermanos en el Episcopado: Estoy muy contento de encontrarme con vosotros, obispos recientemente nombrados, procedentes de varios países del mundo y reunidos en Roma para el congreso anual promovido por la Congregación para los Obispos. Doy las gracias al cardenal Marc Ouellet por las corteses palabras que me ha dirigido, también en nombre de todos vosotros; y a él deseo dirigirle un augurio especial al inicio de su servicio como Prefecto de este Dicasterio: estoy contento, venerado Hermano, de que usted comience con esta bella experiencia de comunión eclesial entre los nuevos Pastores de varias Iglesias particulares. Saludo cordialmente también al cardenal Leonardo Sandri, Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, y expreso mi reconocimiento a cuantos colaboran en la organización de este encuentro. Según una costumbre muy significativa, habéis realizado ante todo una peregrinación a la tumba del Apóstol Pedro, el cual se conformó a Cristo Maestro y Pastor, hasta la muerte y la muerte de cruz. Al respecto, son iluminadoras algunas expresiones de santo Tomás de Aquino, que pueden constituir un verdadero y auténtico programa de vida para todo Obispo. Comentando la expresión de Jesús en el Evangelio de Juan: “El Buen Pastor da la vida por sus ovejas”, santo Tomás observa: “Él consagra a ellos su persona en el ejercicio de la autoridad y de la caridad. Se exigen ambas cosas: que le obedezcan y que las ame. De hecho la primera sin la segunda no es suficiente" (Esp. su Giovanni, 10, 3). La Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, especifica: "El Obispo, enviado por el Padre de familias a gobernar su familia, tenga siempre ante los ojos el ejemplo del Buen Pastor, que vino no a ser servido, sino a servir (cf. Mt 20,28; Mc 10,45) y a dar la vida por sus ovejas (cf. Jn 10,11). Tomado de entre los hombres y rodeado él mismo de flaquezas, puede apiadarse de los ignorantes y equivocados (Hb 5,1-2). No se niegue a oír a sus súbditos, a los que, como a verdaderos hijos suyos, alimenta y a quienes exhorta a cooperar animosamente con él. Consciente de que ha de dar cuenta a Dios de sus almas (cf. Hb 13,17), trabaje con la oración, con la predicación y con todas las obras de caridad tanto por ellos como por los que todavía no son de la única grey, a los cuales tenga como encomendados en el Señor. El mismo, como San Pablo, es deudor para con todos” (n. 27). La misión del obispo no debe entenderse con la mentalidad de la eficiencia y de la eficacia, por la que se pone la atención ante todo en lo que hay que hacer, sino que es necesario tener siempre en cuenta la dimensión ontológica, que está a la base de la funcional. De hecho, el obispo, por la autoridad de Cristo de la que esta revestido, cuando se sienta en la Cátedra está puesto “por encima” y “ante” la comunidad, en cuanto que él es “para” la comunidad hacia la que dirige su solicitud pastoral (Juan Pablo II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores gregis, n. 29). La Regla Pastoral del Papa san Gregorio Magno, que podría ser considerada el primer ‘directorio’ para los obispos de la historia de la Iglesia, define el gobierno pastoral como "el arte de las artes" (I, 1.4), y precisa que la potestad de gobierno "la detenta bien quien sabe con ella erigirse contra las culpas y con ella saber ser igual a los demás ... y domina sus vicios antes que a sus hermanos" (II, 6). Hacen reflexionar las palabras explicativas del rito de la entrega del anillo en la liturgia de la Ordenación episcopal: "Recibe el anillo, signo de fidelidad, y custodia a la Santa Iglesia, esposa de Cristo, en la integridad de la fe y en la pureza de la vida". La Iglesia es "esposa de Cristo" y el Obispo es el ‘custodio’ (episkopos) de este misterio. El anillo es por tanto un signo de fidelidad: de trata de la fidelidad a la Iglesia y a la pureza de la fe de ella. Al obispo, por tanto, se le confía una alianza nupcial: la de la Iglesia con Cristo. Son significativas las palabras que leemos en el Evangelio de Juan: “El esposo es aquel al que pertenece la esposa; pero el amigo del esposo, que está presente y le escucha, exulta de alegría a la voz del esposo" (3,29). El concepto del "custodiar" no quiere decir solo conservar lo que ya ha sido establecido – aunque este elemento no deba faltar nunca – sino que incluye, en su esencia, también el aspecto dinámico, es decir una perpetua y concreta tendencia al perfeccionamiento, en plena armonía y continua adecuación a las exigencias nuevas surgidas del desarrollo y del progreso de ese organismo viviente que es la comunidad. Grandes son las responsabilidades de un Obispos para el bien de la diócesis, pero también de la sociedad. Está llamado a ser “fuerte y decidido, justo y sereno" (Congregación para los Obispos, Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos "Apostolorum successores", n. 44), para un discernimiento sapiencial de las personas, de la realidad y de los acontecimientos, requerido por su tarea de ser “padre, hermano y amigo” (Ibid., nn. 76-77) en el camino cristiano y humano. Se trata de una profunda perspectiva de fe y no sencillamente humana, administrativa o de cuño sociológico en la que se coloca el ministerio del Obispo, el cual no es un mero gobernante o un burócrata, o un simple moderador y organizador de la vida diocesana. Son la paternidad y la fraternidad en Cristo la que dan al Superior la capacidad de crear un clima de confianza, de acogida, de afecto, pero también de franqueza y de justicia. Particularmente iluminadoras son, al respecto, las palabras de una antigua oración de san Elredo de Rievaulx, abad: “Tú, dulce Señor, has puesto a uno como yo como cabeza de tu familia, de las ovejas de tu redil (...) para que se pudiera manifestar tu misericordia y revelar tu sabiduría. Plugo a tu benevolencia gobernar bien tu familia mediante un hombre así, de forma que se viese lo sublime de tu fuerza, no la del hombre, para que no tenga que gloriarse el sabio en su sabiduría, ni el justo en su justicia, ni el fuerte en su fuerza: ya que cuando estos gobiernan bien tu pueblo, eres tu quien lo rige, y no ellos. Y por ello no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre la gloria” (Speculum caritatis, PL CXCV). Confiándoos, queridos Hermanos, estas breves reflexiones, invoco la protección maternal de María Santísima, Regina Apostolorum, e imparto de corazón a cada uno de vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los seminaristas y a los fieles de vuestras diócesis una especial Bendición Apostólica. |
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