domingo, 13 de noviembre de 2011

J.M.LORENZO

EJEMPLOS DE VIDA. PRIMERA PARTE

PRÓLOGO

La obra "Ejemplos de vida" la he ido elaborando mes tras mes a lo largo de los últimos años para publicarla por capítulos. Me piden los lectores que reuna todos, y los entregue de nuevo a la red. Así lo hago. Mi criterio en la selección de las personas ha sido: principalmente las conocidas directa o indirectamente por mí. En segundo lugar que no estén canonizadas. Algunas de ellas se encuentran adelantadas en el proceso de beatificación. Por fin: no pretendo que estas personas hayan sido ejemplo en todas las virtudes, lo cual es muy difícil, sino en algunas. Es más, a veces tan sólo recuerdo detalles ejemplares e ignoro gran parte de su trayectoria. Como me inspiraron aumento de fe y deseo de perfección, incluyo a estas personas. Todas ellas han traspasado ya la frontera de la vida. ---- De ninguna manera pretendo usurpar la voz de la Iglesia que es la que ha de juzgar sobre la santidad de sus hijos beneméritos. Simplemte son personas que me han estimulado en mi camino hacia Dios, y aquí están por si a algún otro también le pueden hacer bien. Gracias: José María Lorenzo Amelibia.

ÍNDICE DE LA PRIMERA PARTE DE EJEMPLOS DE VIDA:

I- JOSÉ ALBERTO MAS CEBRIAN, SACERDOTE DE GRAN SENSIBILIDAD ESPIRITUAL - HUMANA

II- ALEJANDRO MARÍA MORENO, SACERDOTE FUNDADOR

III- UN TENIENTE DE LA GUARDIA CIVIL AUTODIDACTA: ALFONSO LORENZO GARCÍA

IV- JESUS ANCÍN: EL CURA DE LOS POBRES

V- FÉLIX BELTRÁN, SACERDOTE DE SACERDOTES

VI-CÁNDIDO PÉREZ DE ZABALZA, UN EMPLEADO DE BANCA, SANTO

VII-JOSÉ MARÍA CONGET, EL OBISPO BUENO

VIII- CORNELIO URTASUN: ENAMORADO DE LA EUCARISTIA

IX- CRISTINA KAUFMANN, LA MONJA QUE CONMOVIÓ A ESPÑA POR TV

X- JOSÉ MACÍAS, UN CURA MUY QUERIDO EN VITORIA

XI- JOSÉ MARÍA PÉREZ LERENDEGUI, EL "CURICA", NUESTRO SANTO PREFECTO

XII- CÁNDIDO ARBELOA, DIRECTOR ESPIRITUAL DEL SEMINARIO DE PAMPLONA

XIII- GERMÁN ALDAMA, UN CURA MUY SANTO DE ÁLAVA Y VIZCAYA

XIV- MANUEL GARCÍA NIETO EN LA CRISIS POSTCONCILIAR

XV- MARTÍN LARRÁYOZ , GRAN EDUCADOR MARIANO

XVI- PEDRO LEGARIA, FUNDADOR

XVII- MARÍA GÜELL, FUNDADORA

XVIII- MARÍA ROSARIO LUCAS BURGOS, FUNDADORA

XIX- LA FE DE MIGUEL SOLA, PASTOR BUENO

XX- EL PADRE NIETO, SACERDOTE SANTO Y HUMILDE

I

José Alberto Mas Cebrian

SACERDOTE DE GRAN SENSIBILIDAD ESPIRITUAL

Alberto Mas. Ha sido un sacerdote no sólo digno y ejemplar, sino un verdadero paradigma de la sensibilidad espiritual en el aspecto religioso y en el humano. Es una de esas personas a las que he tratado, pero con quien me hubiera gustado ser amigo íntimo. Lo conocí al final de la década de los 40 del siglo XX; fue prefecto de disciplina del Seminario Menor de Pamplona, en nuestro cuarto curso de humanidades. En mi autobiografía lo cito unas cuantas veces. Así pensaba yo de él; y creo que la mayoría de los compañeros o más bien la totalidad lo consideramos como uno de los mejores educadores que hemos tenido en el Seminario de Pamplona. Así me expreso acerca de él después de las vacaciones del año 49, en que el Señor me convirtió a una vida más ferviente:

FUE NUESTRO PREFECTO DE DISCIPLINA MÁS QUERIDO

Habían nombrado prefecto del seminario menor de Pamplona, en el año 1949, un joven diácono: Don Alberto Mas. Con él charlaba yo frecuentemente en su despacho. Me proporcionaba libros de formación para adolescentes, sobre todo de Tihamer Toth: "El joven de carácter", "El joven de porvenir", "El joven y Cristo". Disfrutaba leyendo en filas aquellos volúmenes, y los asimilaba, procurando vivir según sus directrices.

¡Don Alberto!: Hombre de exquisita sensibilidad; inspirado poeta viviendo la fe. Cuando faltaba un profesor a clase, lo suplía él y nos leía trozos de Tagore; así aprendíamos a ahondar en la delicadeza de sentimientos. Me ayudó mucho en el proceso de mi conversión. ¡Cuánto me he acordado de él siempre! Sin embargo la vida te va alejando de los amigos... queda en el alma un grato recuerdo, que muy a menudo aflora a la conciencia. No me resigno a perder toda comunicación con estas pocas personas que tan positivamente han influido en mi espíritu. En algunas ocasiones les escribo.

Nos animaba a todos y me animaba a mí

Don Alberto me animó indirectamente. El me comentaba detalles de su diario. Me propuse escribirlo hasta finalizar la carrera. Lo conseguí. Después, ya no me parecía útil, y lo dejé. Sabía confiar, daba confianza y se confiaba.

En aquellos años era yo el apuntador para que los chavales se cortasen el pelo y cogí de buenas a primeras la máquina para aprender el oficio. La primera cabeza que se puso bajo mis torpes manos fue precisamente la de Don Alberto. Ante el ejemplo humilde del superior, los amigos me alentaron en el aprendizaje, prestándome sus lucidas cabelleras. Festivamente repetíamos: "Burro trasquilao, a los tres días igualao."

Aquel año de la Sierra Urbasa

Organizaron los superiores para el mes de agosto una acampada en la Sierra de Urbasa. Junto a la fuente de Basaiziturri armamos las escasas tiendas de campaña; el tronco de un frondoso árbol sirvió de retablo del altar; sobre él estaría Dios en figura de pan todas las mañanas. Agua fresca y limpia la de aquel manantial. Su murmullo suave servía de acompañamiento a la plegaria matutina que elevábamos al Señor. Don Alberto, el prefecto amigo, el nuevo sacerdote, celebraba en medio de la naturaleza sus primeras misas con un fervor que a todos nos contagiaba. Tuve la suerte de ayudarle en varias ocasiones. Me parecía un santo. Aquello parecía el Cielo.

DON ALBERTO NOS VISITABA EN EL SEMINARIO

El primero en desfilar, un 23 de noviembre, mi amigo Alberto Mas: el que me acompañó en mis primeros fervores.

Recordaba Don Alberto la frase que un día de Pascua le hizo abrir sus ojos de hombre creyente: "Surrexit; non est hic". No vengáis a buscarme ya entre los muertos; he resucitado con Jesús. Su esbelta figura, su mirada hacia adelante, su amable sonrisa serena, eran espejo de un alma que vivía para Dios. Disfruté mucho con su llegada, después de unos meses de pastoreo espiritual.

- Durante los primeros días de mi estancia en Funes, nos decía, apenas salía de la iglesia. ¡Ocho o más horas a los pies del sagrario! Nos hizo sacerdotes para que estuviéramos con El, y para enviarnos a predicar. Es necesario comenzar saboreando el amor de Jesús que nos ha elegido. Voy rápido a la iglesia. Tengo prisa por llegar, porque allí está El.

A Don Alberto hacía veinticinco años que no lo veía. Él desarrolla su actividad sacerdotal en Cádiz. Hace dos años le envié una larga carta. Y es que pocos días antes tomé en mis manos un libro por él regalado en mi cuarto curso de Humanidades: "El joven y Cristo". Me dio un vuelco el corazón. Me explayé con unas líneas llenas de reconocimiento por su antigua labor educadora. Su carta llegó impregnada de él mismo, de su exquisita finura; conmovido de que después de un cuarto de siglo alguien le recordara.

Este verano le he visitado en Pamplona: algunas canas, un poco más grueso... pero el mismo espíritu. Charlamos largo y tendido. La semilla que en mí sembró ha fructificado en parecida dirección. Y es que la paternidad trasciende a lo meramente fisiológico. El que da lo mejor de sí mismo a los demás, contagia la propia sensibilidad, bondad, fe, entusiasmo, alegría. Felices los que saben pasar por el mundo así. Tenga o no tengan hijos, dejan tras ellos generaciones enteras de descendientes, que les admiran como verdaderos padres de la humanidad.

Mi amigo Paco Macaya me dice algo de él

Me dices que te escriba de Alberto Mas. Yo no soy como tú, un biógrafo. De Alberto me queda un grato recuerdo, como te dije: un hombre cercano, disponible a escuchar y a ayudarte. Se le veía con un gran ideal sacerdotal, estaba verdaderamente ilusionado. Contagiaba su sonrisa y alegría espiritual. Era una persona que te disponía, sin pretenderlo ficticiamente, a confiar en él. A mí me ayudó, en especial, por su "disponibilidad"; siempre dispuesto a ayudarte. Nunca le noté discriminaciones con nadie. En fin, una persona humana, cristiana y sacerdotal.

JUAN DE DIOS REGORDÁN LO ADMIRABA MUCHO

Juan de Dios siempre recuerda los Ejercicios Espirituales que el año 64 recibió de él me mandó un largo extracto de los mismo que he aprovechado para mi meditación. He aquí alguna muestra.

Reflexiones personales sobre los Ejercicios Espirituales dados por el P. Alberto Más. Noviembre de 1.964.

En un ambiente extraordinario he entrado en Ejercicios Espirituales. Estoy en unos momentos de paz muy grande y no tengo miedo al futuro. Me han puesto de nuevo de Prefecto, pero este curso con los latinos mayores. Sigo de Delegado de Misiones dentro del Seminario y me ha dado mucha alegría saber que quién nos da los Ejercicios es el P. José Alberto Más. Puede ser un buen momento para que el equipo de misiones aumente. Él llega y habla lo que vive y vive lo que habla.

El P. Alberto Más ha entrado sonriente en la capilla y me ha dado una palmada en la espalda. Me ha dicho:" después hablamos". Se ha dirigido hacia el altar. De rodillas ha permanecido unos momentos y después se ha puesto a hablar con el Señor en alta voz; ha sido una conversación de tú a tú. Como Director de estos Ejercicios ha puesto todo lo posible para que se entable un diálogo fluido entre los seminaristas teólogos, nosotros, y el Señor. Ha dicho claramente que él pretende ponerse en las manos de Dios y a disposición nuestra. Con mucha serenidad ha mirado al Sagrario, se ha puesto de pie y se ha dirigido hacia la mesa colocada en un extremo del Presbiterio.

1ª Meditación. Con una pequeña libreta sobre la mesa se ha empezado la primera meditación:

  • El hombre es creado para alabar a Dios. ¿ Qué soy yo y para qué soy? Tener una vida sin saber para qué sirve... ( nos ha mirado a todos con ojos vivos y voz dulce y convincente)... Fluían sus palabras con unción, con convicción profunda. Hablaba desde su experiencia de fe…

Después de la meditación me buscó y hemos estado hablando unos veinte minutos sobre el equipo que queremos irnos de misiones. Él lo ve claro y además cree conveniente que lo vayamos madurando durante el curso. Al ver la hora nos fuimos para la capilla a la siguiente meditación.

¿ Salvar el alma...? fue la primera pregunta que nos lanzó el P. Alberto Más después de haber estado unos momentos ante el Sagrario. No con sentido personalista, egoísta. Nuestro destino, nuestro fin es la felicidad. Y ésta no se debe pretender conseguir a costa de los demás. Pero, ¿qué es la felicidad...? Nos invita a que reflexionemos unos momentos.

¡Ay ¡ ¡Qué difícil es que entre un rico en el reino de los cielos! El P. Alberto Más se queda un momento callado, mira hacia la imagen de la Inmaculada y dice: ¡ Quien ama a la Santísima Virgen María se salva...!. Nos mira a todos y con el rostro apacible continúa: " Quien salva (Santiago) a otras almas salva la suya". Celo por la salvación de las almas. Trabajaré y me gastaré en la salvación de las almas.

La Santísima Virgen María y la Eucaristía.

Al enunciar el título de la Meditación, parece que se le ilumina el rostro al P. Alberto Más, como diciendo "estoy en mi terreno, la Virgen es lo mío..."

El P. Alberto Más nos invita al silencio interior, a saber esperar, a que no tengamos prisa al llegar. "Caminar es poner un paso detrás de otro..." Para el P. Alberto Más la Eucaristía es el Centro de la vida, aunque vibra igualmente cuando se dirige a la Virgen María. Une la Eucaristía y la Virgen en el Misterio del Amor. Al P. Alberto Más no le hace falta hablar de la caridad. Él vive la caridad y contagia. Pero al hablar vibra y hace que profundice fácilmente en mi interior. Hasta aquí unos recuerdos de Juan de Dios Regordán.

Me hubiera gustado profundizar más en su vida

Sí; me hubiera gustado escribir una semblanza completa de él, una pequeña biografía, pero me supondría muchísimo trabajo y no me siento con fuerza. Don José Alberto Mas era un cura fuera de serie. Los últimos años de su vida fue en Pamplona el delegado de misiones. Allí estuvo con empeño ayudando a uno de sus grandes amores: las misiones. No nos veíamos mucho. Siempre, sí, nos escribíamos por Navidad. Él tenía entonces, creo, algo más de 65 años. Yo le había escrito para felicitarle. El mismo día en que murió, víctima de accidente, en la recién estrenada circunvalación de Pamplona, recibí su contestación póstuma. Fue una enorme y triste sorpresa: primero leí su esquela; minutos más tarde abrí el buzón y allí estaba su carta. El Señor le dé la felicidad eterna a aquel hombre bueno y recordado con amor por cuantos se relacionó.

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

II

ALEJANDRO MARÍA MORENO, SACERDOTE FUNDADOR DE LAS RELIGIOSAS PRESENTACIONISTAS.

Al atardecer del 20 de octubre del año 2003, tres amigos estábamos perdidos en Albacete. Caminábamos en el coche de Paco hacia la casa de Ejercicios Espirituales donde íbamos a residir cinco días. Se nos echó la noche y no había modo de encontrar este edificio religioso a causa de las obras públicas que había por todos las calles. Eran ya las diez, y llamamos al convento de las Presentacionistas. La hermana Pilar nos acompañó hasta el mismo lugar cercano, pero muy oculto. - "Si no les acompaño - nos dijo - no lo encuentran en toda la noche". Y así hubiera sido.

Al día siguiente lo primero que hicimos fue agradecerle. Allí hablamos un poco de todo lo sucedido. Al marchar me entregó un libro titulado "Devorado por el fuego" de Adolfo Criado. Es la biografía de Alejandro María Moreno, el fundador de estas monjas Presentacionistas. Bueno tenía que ser Don Alejandro a juzgar por su hija espiritual la hermana Pilar. He aquí el testimonio de su vida:

***

Nació Alejandro Moreno García en Briviesca el 21 de septiembre del año 1899. Briviesca es un pueblo encantador, a cuarenta kilómetros de Burgos, pueblo grande y de rancios linajes históricos, de clima relativamente benigno, protegido por los Montes Obarenes y de Oca. Linda ciudad burgalesa donde vio la luz nuestro Alejandro. Froilán y Juana eran sus padres. Froilán cuando nació su hijo, el futuro fundador, regía en la pequeña ciudad una pequeña industria familiar. Se había casado en segundas nupcias con Juana; y fueron cinco los hijos que tuvo en este matrimonio. El mayor de ellos, Alejo, también fue sacerdote, y también fue sacerdote el segundo, Julián. Había otro clérigo en la familia, el tío Antonio González.

Alejandro estuvo muy enfermo de niño; el sarampión se le complicó y faltó poco para que muriese. Pero Dios esperaba de él cosas grandes y superó aquel mal que, a juicio del médico, no tenía remedio humano. En acción de gracias peregrinaron en la siguiente primavera al santuario de Santa Casilda, próximo a Briviesca.

Los trigales de la Bureba daban buen pan. De aquellas mieses salió la harina que formaría la primera Eucaristía de Alejandro. La recibió con fervor; tenía buenos catequistas, buenos sacerdotes, buenos padres que lo educaron en la fe.

Pronto comenzó con la idea de ser sacerdote. Se lo dijo a sus padres una tarde, a la hora del Rosario familiar. Eran los comienzos del verano. Y tres meses después, cuando caían las primeras hojas de los árboles, se despide de la familia para ingresar en el Seminario Menor de San José de Burgos. Tenía doce años. Era estudiante aplicado; de los que sacaban buenas notas. Fue su carrera brillante cuanto cabe: todo sobresalientes. Dicen quienes han registrado su expediente que tan sólo había un notable. Un verdadero talento.

Ya Sacerdote

El 17 de marzo de 1923, se acercó ya al Altar de Dios, al Dios que alegró su juventud, su madurez y toda su existencia humana. Acuden sus padres, por supuesto a la primera Misa: Froilán, de rostro sereno, con el mostacho bien recortado para la ocasión. Juana, con lágrimas de emoción, sus hermanos mayores, Alejo y Julián que ejercen ya el sacerdocio. Aún faltaba a Alejandro medio año para cumplir los veinticuatro y hubo de pedir dispensa de edad para su ordenación. Su primer destino fue cura ecónomo de Quintanaélez.

Sólo pudo disfrutar nuestro párroco nueve meses de la madre que tanto le amó, porque el Señor la llamó a su seno; desde el Cielo velaría por sus hijos, ministros de Dios. En este pueblo diminuto se foguea su espíritu en la lucha contra los vicios y en la conquista sencilla de almas para Dios. Fue trasladado después a Quintanabureba; le acompañó en este lugar su padre viudo. Pero seguía nuestro sacerdote con inquietud intelectual y obtiene el título de licenciado en Teología, en el año 1926. Fueron tres años en los que hubo de compaginar sus estudios con el confesonario, los enfermos, sermones y catequesis de su parroquia.

Allí, en su diócesis burgalesa, le surgió la ocurrencia de escribir un tratado sobre "Urbanidad Eucarística", a finales del año 29. El cardenal Pedro Segura le escribió para felicitarle por esta obra. Es una normativa de nuestro comportamiento con Jesús Sacramentado, lleno de doctrina sólida, de sugerencias, de anotaciones de concilios y de teólogos y moralistas.

Don Alejandro viajaba

No era de los curas que permanecían siempre en su lugar sin ver otros horizontes. Nuestro párroco viajaba para enriquecer su espíritu, ilustrar su mente, y dar descanso a su tensión pastoral que le atenazaba en la parroquia. La mayor parte de las veces sus viajes eran pura necesidad, pero no podemos descartar en ellos su afán de aprender y su necesidad de descanso.

Cuando hubo de emigrar a Valencia

Llegaron los años de la segunda república. Alejandro había sido ordenado con el título de "servicio de la diócesis", pero el Gobierno suprimió toda dotación para el culto y clero, y muchos sacerdotes de Burgos hubieron de emigrar a otros lugares para buscar pan y trabajo por parte de algún obispo benévolo que los recibirá.

Antes de salir a las regiones levantinas tuvo el detalle, de hijo bien nacido que no gusta aprovecharse de sus padres, de entregar a su progenitor lo que éste le fue abonando por razón de convivencia y alimentos. Se despidió de Quintanabureba el 24 de noviembre de 1932 con una hora santa y el canto de la Salve. Después cerró la casa parroquial, saludó al Señor en aquel templo de la luna de miel de su sacerdocio, y dejó a su padre, Froilán, en Salinillas de Bureba, donde se quedaría a vivir con su otro hijo sacerdote, Julián. El arzobispo de Burgos selló esta carta de presentación para entregarla a su nuevo prelado:

"...Desempeñó sus actividades parroquiales con celo e inteligencia y a completa satisfacción... Está libre de impedimentos canónicos que obsten al desempeño de su Sagrado ministerio, y se encuentra en el libre uso y ejercicio de sus licencias ministeriales de confesar, celebrar y predicar".

Un Cura emigrante

Se presenta al Arzobispo de Valencia Don Prudencio Melo, así como a su obispo auxiliar, Mons. Lauzurica. Le consignan la capellanía del colegio "La Pureza" de Alcácer, situado en plena huerta valenciana. Nunca olvidará en el resto de su vida ni este colegio ni este pueblo, lugar hermoso entre naranjos. De allí salieron las pioneras de su Obra. Sus actividades sacerdotales se desarrollan dentro del colegio pero su celo no olvida la parroquia: predica, enseña, dirige Ejercicios Espirituales, vive unido a Cristo y se da a las almas. Todo en él trasciende. Se distingue por su gran fervor.

Colegio de la Pureza

Funda en el Colegio un patronato infantil donde pueden jugar los niños; después acudirán a funciones religiosas. Su ilusión no se cifra en entretener a los pequeños, sino en que amen más a Dios. El celo de la casa del Señor le "devoraba". Teatros, veladas, cine, sí, pero sobre todo el amor al Dios. Su espíritu rebosa de alegría entre catequesis, sermones, Ejercicios Espirituales, confesiones y el trato con la niñez donde desahogaba sobre manera su paternidad espiritual.

En el patronato, en su trato de educación de los niños sigue el método del P. Manjón con quien parece se relacionaba; sabía, como este gran maestro, enseñar deleitando. Fueron muchos los frutos que se recogieron en este apostolado del Colegio. Mucha gente, aun después de tantos años, lo sigue considerando como un gran sacerdote. Lo recuerdan como a un santo que pasaba horas muertas delante del Sagrario.

Poco después de llegar a Valencia los acontecimientos se precipitan. Se oyen amenazas de una gran rebelión. Cunde el terrorismo. En distintas casas se colocan bombas y petardos. Ante el peligro que amenaza, el párroco decide abandonar el pueblo, para ver si ausente de él se calman los ánimos; poco después se marcha también el coadjutor. El único sacerdote que permanece en Alcácer es Don Alejandro. Por eso traslada los sagrados óleos y el Santísimo Sacramento al colegio. Queda la capilla del Centro convertida en parroquia virtual: allí se celebran matrimonios, funerales y bautizos.

Pero se confabulan las fuerzas del mal para hacer salir también al Padre Alejandro: le molestan, aunque se mantiene firme mientras puede. La turba golpea con furia su casa mientras una noche se hallaba cenando, en plan agresivo. La Guardia civil se presentó, pero le dijo que no podían garantiza su defensa, pues ellos están "con las manos atadas", y sería lo más acertado abandonar el pueblo. Él no se decide a "huir" ni a quedarse por propia voluntad y consulta Señor Arzobispo. Le indica el monseñor que mientras las autoridades no le expulsen permanezca en su puesto. Es prudente, pero no se acobarda. Permanece.

Era un hombre de profunda vida interior

"Nosotros - dice a unos sacerdotes alemanes - por mucha actividad que despleguemos, no renovaremos la sociedad; ha de ser Espíritu Santo quien lo haga. "Donde no existe la unción del Espíritu Santo las palabras producen ruido exterior vano" dice San Agustín. Siempre y de una manera especial durante la guerra civil supo unirse del todo a Cristo. De Él sacaba fuerza para trabajar por el Evangelio dentro y fuera de la prisión.

Estuvo preso durante la mayor parte de la contienda

Sabemos, sí, que pudo salir de Alcácer algo antes de la guerra, pero prefirió continuar en el pueblo. El mismo día en que comenzó el conflicto, el colegio es incautado por el comité revolucionario de izquierdas; las religiosas son forzadas a quitarse los hábitos y abandonar el centro docente. Entonces el P. Alejandro opta por salir del pueblo, para ello consigue un salvoconducto. Y entonces empieza su verdadero calvario. Es conducido a comisaría y se le forma expediente. Fue sometido a dos juicios. Se le inculpa de hostilidad y desafección al Régimen. Y se dicta sentencia. Se le absuelve de todos los cargos. Pero aquí viene el contrasentido: después de la sentencia absolutoria, permanece en prisión. Se le incoa otro proceso por falsedad en documento público. Y es condenado a prisión sin que él sepa nunca ni por qué clase de delito, ni por cuánto tiempo ha de permanecer en la cárcel.

Estuvo prisionero con el después cardenal Arturo Tabera. Entre los dos irían formando en la cárcel aquellas células de vivas de fe y acción cristiana, aquellas "misiones de urgencia", buscando animar y nutrir espiritualmente a aquellas gentes que no tenían otro delito que no pensar como sus carceleros. Los dos hombres dejaron el buen olor de Cristo con su actuación. Iban pregonando entre los presos sus ideales, haciendo las veces de capellanes camuflados, en un lugar donde tanto se necesitaba el consuelo de la fe. Incluso llegan a plantear entre los presos "Un mes de oración y penitencia en la cárcel"; en el mes de María y del Corazón de Jesús, proponen con esperanza la paz de España. Hacían y aconsejaban la penitencia de ayunar, no fumar, resignación en la cautividad, limpieza de lenguaje. Todo un plan ascético. Los dos eran exigentes consigo mismos antes que con ningún otro.

Podían ambos decir: "La palabra de Dios no está encadenada" (2 Tim. 2,9). Pero los días de prisión del padre Alejandro fueron 795. El primero de abril de 1935, el día de la victoria, quedaron libres todos los presos políticos: en libertad y sin cargos.

Un fundador mendicante

Una vez terminada la guerra, en el 1939, en Alcácer no queda ni colegio ni parroquia. La capilla del colegio se ha trocado en escuelas, y la parroquia en almacén de economato. Mas poco tiempo permanece allí el P. Alejandro. El Arzobispo le nombra párroco de Cheste; allí le espera dura tarea. Entonces se apodera de él la idea de crear un instituto religioso femenino para ayudar a las parroquias, para custodiar y adorar al Santísimo Sacramento, su gran Amor, para honrar la Santísima Virgen María en su misterio de la Presentación. Esta obra se llamará años más tarde "Hermanas Presentacionistas Parroquiales Adoradoras". Pero prefería el Padre Alejandro comenzar en la misma capital. Por eso se presentó a un concurso de parroquias y le dieron la de Cristo Rey, de nueva creación. Trabaja con ilusión en Valencia y el Arzobispo está de su parte. Son seis años de paz y de creación.

En la parroquia de Cristo Rey

Siguió Don Alejandro con su celo y amor a la Eucaristía sin que nadie le pusiera trabas. No en vano estaba en la Ciudad que vio morir a la heroína del Sacramento y de la Caridad, Santa Micaela. Le encantaba formar verdaderos adoradores de la Eucaristía, y su ejemplo de fe y amor al Sacramento a todos arrastraba.

Funda entonces las cuatro ramas de Acción Católica, la Adoración Nocturna y la Catequesis de Párvulos. La liturgia, el canto religioso, el ornato del templo es obra en gran parte de las Presentacionistas que ya han comenzado a funcionar en la parroquia desde el 11 de mayo de 1943.

Crea también por entonces una piadosa asociación de hombres y mujeres llamada "Corte de honor de Cristo Rey", que tiene por objeto colaborar con las Hermanas Presentacionistas en el apostolado parroquial.

El Arzobispo le conoce bien. Está encantado con la nueva fundación y en 1945 están muy avanzadas las gestiones para dar su aprobación definitiva a la Obra de las Presentacionistas. Mas Mons. Melo falleció en octubre de aquel mismo año. El nuevo Arzobispo, Mons. Olaechea, le cierra el camino para seguir con su obra en Valencia. Tenía otra manera de pensar. En Valencia - decía - hay demasiadas familias religiosas con fines semejantes. Y tras varias visitas, decide disolver entre otras la fundación de don Alejandro, las Presentacionistas. Melo fue como la caricia suave de Dios. Olaechea, como los renglones torcidos sobre los que Dios escribió derecho el destino de la Institución.

Lo providencial de las Presentacionistas

Reza y manda rezar a sus hijas. El resultado final lo envía el Señor lleno de bondad hacia cuantos le aman. Mientras, Olaechea urge a las hermanas para que se dispersen y dejen los hábitos; incluso les aconseja que vayan a otras diócesis. El P. Alejandro, en esos diecinueve meses, emprende una actividad, llamémosla diplomática, para defender su Obra, lleno de respeto para con su Arzobispo, pero a la vez con total esperanza en el éxito de su iniciativa madurada en la oración junto a la Eucaristía. Él siente por una parte la necesidad de obediencia a su obispo, y por la otra la bondad de la obra que ha creado. Se le brinda la oportunidad de seguir con la Institución Presentacionista, sin menoscabo de la obediencia debida a sus superiores.

A casi todos los obispos les parece una obra útil y provechosa para la Iglesia. Y la asume en su totalidad el de Osma - Soria, Don Saturnino Rubio. Don Alejandro traslada entonces su fundación para hacerse cargo del Seminario de Burgo de Osma. El 15 de septiembre de 1950 se instalan las hermanas ene l Seminario y el P. Alejandro con ellas. Allí dará clases de francés a los seminaristas y cuidará de su disciplina. Además fomentará, con celo de verdadera caridad y amor, las obras de piedad: Ejercicios Espirituales, horas santas, retiros... Un año más tarde establece en la misma capital de la provincia una casa de formación para las religiosas que pronto quedará pequeña. Mientras tanto don Alejandro desempeña el cargo de párroco de Las Casas y atiende con paz tanto su fundación como las necesidades de su parroquia, ayudado por las Hermanas.

Se afianza la Obra Presentacionista

El año 53 nace una revista, "Presentata" se llama. Es como el vocero de la Institución que ya está en marcha por completo. Al principio la redactaba nuestro sacerdote en su totalidad; después empezaron a colaborar sus hijas espirituales, profesores del seminario y seminaristas. Podía resumirse con estas tres palabras tanto la revista como su contenido: "Virgen María en su presentación, Parroquia, Eucaristía".

En aquellos años el fundador tiene que viajar por pura necesidad. Y abrirá nuevas casas en otras ciudades españolas, en Francia y en Alemania. Una obra eclesial que estuvo a punto de desaparecer, comienza ahora a prosperar. Y en la década de los sesenta se va haciendo la Obra omnipresente. En Albacete se funda en el 1964. Allí se instala la Casa Madre. Mons. Tabera puso la primera piedra.

Desde el otoño de este año hasta el verano del 67 en que entrega su alma a Dios, su laboreo se intensifica. El año 66 marcha a Alemania a visitar las casas allí fundadas, pero ha de adelantar la vuelta a causa de problemas de salud. Padece un cáncer que resulta inoperable. Su deseo entonces, terminar la casa de formación de Albacete. Sugiere varios modos de conseguir dinero. Sigue celebrando la Eucaristía, aunque precisa ayuda para subir las escaleras de la capilla

Los últimos meses

El 17 de marzo celebra el cuarenta y cuatro aniversario de su ordenación sacerdotal y bajará a la capilla de hospital para celebrar la hora santa. Para él tienen tal atractivo la Misa, el Sagrario y la Pascua de Resurrección que no consigue el cáncer terminal reducirle.

El 31 de marzo de 1967 se encuentra Don Alejandro en el hospital de la Mutual del Clero de Madrid. Ese mismo día redacta su testamento espiritual, el material y el ruego a las hermanas presentacionistas:

Preparar las bodas de plata de la Institución.

Que se responsabilicen más y se sacrifiquen por la Obra.

Atraer nuevas vocaciones.

Dar buena formación a las hermanas.

Adaptar a la mentalidad del Vaticano II la constituciones y reglamento.

Buscar director de la Obra.

Revisar el manual de prácticas piadosas.

En su testamento espiritual da gracias a Dios por tanto beneficio que le ha dado en su vida.

Por haberle creado.

Por haber sido elegido para el sacerdocio.

Por haber iniciado la fundación de las Presentacionistas.

Se entrega ahora en las manos de Dios para que hasta el final se cumpla su voluntad.

Pide perdón a Dios y a cuantos haya podido ofender.

Termina su testamento confiando en la Santísima Virgen María.

En el testamento material poco puede disponer. No tiene dinero. Nada tiene. No percibe nómina. "Lo que manejo no es mío sino de las Religiosas".

Y dice en otro escrito: "Jesús y María bastan, pues nadie es necesario para ninguna obra. Todos somos meros instrumentos en las manos del Señor..."

Sus últimas pláticas son espléndidas y habla siempre desde su propia vivencia espiritual. Habla de la muerte como de un día de fiesta; y quiere infundir tranquilidad a las hermanas. "Los mayores - dice - vemos la muerte más cerca. Los enfermos de gravedad la tenemos más cerca todavía... Hemos de seguir adelante con la fe y esperanza en María. El 22 de junio impone le hábito a dos hermanas. Nunca se quejó de sus dolores aunque los tuvo muchos. Aceptó siempre la voluntad del Señor, y todas sus quejas y lamentos se resumían en esta jaculatoria: "¡Jesús mío, Madre mía!"

A las tres de la tarde el 22 de julio de 1967, a la hora de nona, llevado de manos de María se entregó en los brazos del Padre.

Nosotros no hemos conocido a Don Alejandro, pero conocimos a un grupo de religiosas de su Obra. "Por los frutos los conoceréis", dice Jesús. Merece esta institución de las Presentacionistas un mayor desarrollo en nuestra Iglesia. Desde estas líneas animamos a almas fervientes con ganas de entrega a Dios y a las almas, conocer esta obra apostólica consagrada al Señor. El correo electrónico de ellas es: hppa@planalfa.es

Su dirección postal en la Casa Madre: C/ Morata nº 1.- 02006 Albacete (España)

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

III

UN TENIENTE DE LA GUARDIA CIVIL AUTODIDACTA: ALFONSO LORENZO GARCÍA

ÚLTIMO CAPÍTULO: JUBILADO Y HACIA EL SEÑOR

INTRODUCCIÓN

Siempre he admirado a mi padre por su fuerza de voluntad, valentía, honor, actitud de servicio, humor sano y simpatía. Era solícito con todos, responsable. Tenía todas las virtudes propias del Guardia Civil. He admirado también su evolución psicológica en el terreno religioso. Fue lenta. Sin llegar a ser un místico, podemos considererarlo como un caballero cristiano. No tuvo la educación de una familia, ni de una escuela, ni de una catequesis. Fue autodidacta. He aquí su vida.

Mi padre, Alfonso, no escribió su vida. Mas nos habló tanto de ella, que hoy yo la voy a relatar.

DESDE 1946

Desde 1946 al 58 el autor de este relato se internó en el Seminario Diocesano de Pamplona. Durante el largo paréntesis el contacto con la familia se limitó a los períodos de vacaciones, cuatro meses al año. Las pocas visitas y las cartas mantenían nuestra unión. A pesar de estas circunstancias, mi impresión subjetiva era de intensa comunicación con padres y hermanos. Alfonso, mi padre, me visitaba con relativa frecuencia, aprovechando asuntos a resolver en la ciudad; la madre, muy pocas veces. Los viajes suponían gasto considerable para nuestra economía, y ella, por otra parte, trabajaba demasiado en el hogar. Era del todo imprescindible.

  • Ya me ha dejado entrar el portero, ¡Qué raro es!
  • Sí. Le dan orden de que no permita pasar a nadie, fuera de las horas de visita.
  • Cuando abras el paquete verás pan, magras y dos latas de sardinas. Unos dulces ha preparado tu madre.
  • ¿Y qué hace Pedro Ángel?
  • Está bien. Primero cómete el pan, que se pondrá duro. Luego...
  • ¿Han escrito los de San Sebastián?
  • Todavía no. Te falta un botón en la camisa. - Saca mi padre una navaja, y de un tajo arranca uno de la suya -.
  • ¿Tienes aguja e hilo?
  • ¡Sí. Ya lo sabes.
  • Pues cuando subas te lo coses. No andes así.

En las vacaciones navideñas celebramos una gran fiesta familiar: entronizar al Corazón de Jesús. Acudió a casa el párroco: don Miguel Rázquin. Por cierto, pocas visitas de curas tuvimos en nuestro domicilio, a pesar de que yo me preparaba para sacerdote. La ceremonia, sencilla y emotiva. Nuestro padre recitó la consagración de toda la familia, y él mismo colocó en el lugar más distinguido de la casa la imagen del Sagrado Corazón.

Un problema de tipo religioso tenía que solucionar Alfonso: no había recibido el sacramento de la Confirmación. Yo le animé que lo hiciera. Cuando llegó el señor Obispo a Estella se lo administró en medio de centenares de niños. Pero él no pasó ningún apuro. Era un hombre sin complejos de ninguna clase.

Su vida espiritual se afianzaba cada día más. Con su mujer asistía al Rosario todas las noches, y por la mañana, a la Misa de ocho y media. Aunque, eso sí, dentro del templo cada uno tomaba asiento en distinto lugar: las mujeres a la derecha, los hombres a la izquierda.

Alfonso participaba con mucha atención y devoción en las misiones populares, organizadas cada diez años en la Ciudad del Ega. Vivía a fondo aquellas semanas. Su conversación en estos días era casi de un solo tema: la predicación del misionero. Preparaba su confesión general. Después, el gozo más puro cubría su alma y aumentaba muchos quilates su relación con Dios. Mas el humor nunca desaparecía en aquella naturaleza noble.

No entendía demasiado de curiales, pero nunca se opuso a la formación que daban a su hijo; al contrario. Llegó a decirme:

  • Por falta de dinero no has de dejar los estudios. Antes me pongo a pedir limosna.

¡Y lo hubiera hecho! Pero a la vez comentaba con su esposa:

  • Este hijo ¡qué poco está en casa! Sabe mucho de libros, pero del mundo no conoce nada.
  • En el Seminario los educan para todo.
  • No sé. No sé. Fíjate qué poco sabe de la vida. Cuando bajábamos con él de la novena del Corazón de Jesús en San Miguel, ha visto que un gallo se montaba sobre su gallina. Va por los quince años y preguntaba qué hacían; si jugaban.
  • Es que se conserva muy inocente.
  • No sé. No me gusta. Los tienen con los ojos muy cerrados. Cuando salga...

No criticaba el sistema. Él era ajeno. Pero temía.

  • Yo vi a nuestro primo el cura Julio Coca con los pies en el agua fría rato y rato. ¿Sabes por qué?
  • Para refrescarlos bien.
  • ¡Que va, era invierno! Opino que para vencer las tentaciones. ¡Tiene que ser tan difícil...!

Genio y figura

Podemos considerar a Alfonso, condescendiente; no gustaba imponer su voluntad. Amaba la libertad. Disfrutaba consumiendo largas horas en el campo dedicado a la caza, o simplemente al paseo solitario, acompañado de su espingarda. Esto no le impedía atender a su mujer e hijos; a ellos también dedicaba su tiempo lleno de alegría y paz.

Su virtud familiar más distinguida era la solicitud por todos y por cada uno de los miembros del hogar. Atendía a su esposa con ternura, pero sin muestras externas especiales de cariño. Entraba y salía de casa con mucha frecuencia, para volver con su mujer otras tantas veces y contarle todas sus impresiones o entrevistas. Compartía con ella su vida entera. La madre consagraba el día íntegro al hogar, fuera de tres medias horas de peluquería, misa y rosario.

Solicitud con sus hijos: nos prevenía de los peligros y aconsejaba hasta el detalle nuestro comportamiento en lugares en que nuestra integridad pudiera sufrir menoscabo. El sol, la lluvia, el viento, el agua, los deportes, todo constituía materia de su consejo.

Acusaba siempre su carencia de niñez. ¡Qué emoción le daba escuchar los cuentos por la radio! Disfrutaba igual que un chiquillo. Su humor también aparecía casi siempre envuelto en clima infantil.

En los crepúsculos veraniegos permanecía largos ratos sentado en el alféizar interior del balconcillo. Parecía meditar. ¿En qué pensaría? Tal vez en Dios, en la caducidad de la vida; en su pasada existencia azarosa; en el más allá; en los amigos y conocidos que habían dado ya el paso hacia la eternidad. Y es que su vida se fue transformando en los últimos años. Cada vez más piadoso; más relacionado con Dios. disfrutaba de que su hijo se fuera aproximando hacia el sacerdocio.

  • Te ayudaré a Misa. - Me decía -. Me tienes que enseñar. Aunque, ¿cómo voy a aprender esas oraciones tan largas en latín?
  • No te preocupes. Las puedes leer de un folleto.

No se le oía hablar ahora en tono jocoso del clero. Ni siquiera contaba ya aquellos chistes que nos hacían reír. Comulgaba casi a diario; y admiraba a su hijo Emilio que, después del servicio militar, había dado un cambio en su vida religiosa totalmente positivo.

Leyó en su vida mucho. Sobre todo temas de estudio y de cultura. Pero en los últimos años se quedaba dormido nada más coger el libro.

Nunca se quejaba, ni deprimía su alma, ni mostraba aprensión o temor. Sin embargo era muy consciente de que el médico había acertado en el diagnóstico: soplo al corazón en estado terminal. Su vida peligraba en todos los segundos del día. No tenía más remedio que cuidarse. Pero él era amigo del campo y de la libertad pastoril desde sus tiempos de infancia. ¿Cómo iba a abandonar su escopeta de caza, su espingarda como él la llamaba, las nueces del suelo y los racimos de la viña de su amigo?

Tal vez a los nietos les pareciera que su abuelo era un poco gruñón. Pero se trataba de la solicitud con que acogía a cada uno de ellos, junto al cansancio y la enfermedad que le iban minando. Hombre fuerte y decidido supo enfrentarse con serenidad total con aquella dolencia irremediable que nunca le obligó a guardar cama.

A pesar de ser hombre sincero y comunicativo, estoy seguro de que llevó a la tumba el secreto de sus malos ratos. ¿Qué pensaría cuando, en silencio, contemplaba el crepúsculo veraniego, sentado en el alféizar del balconcillo?

GRANDES ACONTECIMIENTOS

Paseaba yo por el Andén, junto al domicilio del doctor Simón Blasco Salas. Se encontraba junto a la puerta de su dispensario. Me llama.

  • Me alegro de encontrarte. Pronto te ordenarás de sacerdote, pero...
  • ¿Qué pasa? ¿Algo de mi padre?
  • Lo reconocí hace unos días. Se encuentra en fase terminal de su enfermedad de corazón.
  • ¿Tan grave lo ve? Yo observo que duerme en la butaca. Se ahoga. Pero camina por la calle tan tranquilo. Incluso sale al campo.
  • Sí. La enfermedad no le impide esto. Pero el soplo al corazón que padece, cualquier día puede fulminarlo.
  • ¿No llegará siquiera al 22 de Julio, nuestra fiesta grande?
  • Nadie puede saberlo. De todos modos, las emociones fuertes le pueden perjudicar.

Junio de 1958 llegaba a su fin.

Las azucenas habían florecido.

Ni un mes quedaba para mi primera Misa y la boda de Emilio.

Llegaron los días grandes. El 20 de julio mi ordenación sacerdotal, en la parroquia, donde quince años antes había recibido por vez primera la primera Comunión. Alfonso llevó todo con serena alegría. Dos jornadas más tarde celebraba yo mi primera Misa, y Emilio en la misma ceremonia contraía matrimonio. Volteo de campanas, cohetes, órgano y luz, ornamentos de blanco y oro, incienso, vestido nupcial de novia, marcha de Meldhenson. Nuestra madre fue madrina de boda. Y el matrimonio anciano apadrinó la Misa; subieron padre y madre al presbiterio en el momento del lavabo y besamanos. Había llegado el día grande. Alfonso entonó el "Nunc dimittis".

Un día mi padre me ayudó a Misa. Había sido la ilusión de sus últimos años. Lo vi feliz. Me emocionó sobre todo su gran fe: aquel hombre valiente, recio y maduro, arrodillado junto a la Eucaristía, junto al Altar, cerca del hijo a quien engendró.

Entretanto a mí me habían entregado el nombramiento, ecónomo de Arboniés, un pueblecito, distante unos cien kilómetros de Estella. Allí me presenté en septiembre; todavía en las canículas de un largo verano. Necesitaba aderezar la casa parroquial. Se trataba de un inmueble vetusto pero bien conservado. Eran necesarios una mesa de estudio, silla y algunos muebles.

  • ¿Me dejas, padre, la mesa para el despacho del pueblo?
  • Claro que sí. Nosotros mismos iremos a llevarla con una furgoneta.

En la plazuela de tierra y marga del villorrio penetró la camioneta. Mis padres venían con el encargo. Alfonso había dejado a su esposa el mejor lugar, junto al conductor. Él se acomodó entre los muebles; de mala forma. Me sentí feliz y dichoso al verlos junto a mí; al recibirlos en el seno de mi primera parroquia. ¡Qué a gusto los hubiese retenido allí conmigo!

Les enseñé todo.

Nuestro padre hablaba a cuantos encontraba, niños y mayores. Para todos tenía palabras de simpatía. Nos invitaron a merendar en casa de la patrona.

Ya el día declinaba. El sol se escondía, y la campana grande del ángelus tañía su plegaria vespertina.

  • Padre, un abrazo muy fuerte. ¡Hasta que nos veamos por allí. Madre...!

El motor arranca.

Alfonso se asoma a la ventanilla y dice a la gente que rodea la furgoneta:

  • Si yo fuese el Señor Obispo os daría la bendición.

Estas fueron las últimas palabras que escuché de sus labios; la última vez que pude verlo con vida. Así creo recordarlo.

En una nubecilla de polvo, la furgoneta se fue difuminando.

CON CRISTO REINARÁ

Hombre luchador.

Su última batalla la libró con la muerte. Su corazón estaba seriamente vulnerado. Cayó, mas no fue vencido.

Mañana suave de otoño. Sol limpio; naturaleza vestida de galas y belleza; fiesta de Cristo Rey. Había yo madrugado para distribuir el pan eucarístico entre los fieles. Era la primera vez que predicaba sobre la realeza de Jesús. A mediodía me avisa el compañero y amigo Ciriaco Asín:

Tienes que marchar a Estella: tu padre está muy grave.

Sé cuál es la verdad: mi padre ha muerto.

Subí en la parte trasera de su motocicleta y nos dirigimos hacia nuestra pequeña ciudad. El día tibio calentaba nuestros cuerpos. Mi corazón se helaba al pensar que a mi padre no podría abrazarlo vivo.

Hijo, hijo, decía mi madre. Tu padre ha muerto.

Él yacía con uniforme de servicio de la Guardia Civil; como en sus buenos tiempos militares. Sus sienes fueron por mi acariciadas. Como en las noches veraniegas. La última vez.

La prensa, "Hoja del lunes", del día siguiente decía así:

"En Estella falleció ayer, y causó su muerte honda pena, el Teniente de la Guardia Civil retirado, caballero mutilado de guerra por la Patria, Don Afanoso Lorenzo García. Todo el vecindario de aquella ciudad mostró su condolencia, así que la triste nueva fue conocida, ya que don Alfonso Lorenzo era estimadísimo y querido por todos cuantos le conocieron, uniendo a sus grandes virtudes una ejemplaridad y una caballerosidad verdaderamente admirables"

"A su esposa, doña Germana Amelibia, a sus hijos y familiares todos, presentamos el testimonio de nuestra condolencia; al mismo tiempo que elevamos nuestras oraciones y las pedimos a nuestros lectores, por el eterno descanso de su alma. E.p.d. Don Alfonso Lorenzo".

Sesenta y cinco años había cumplido. Vida dura y ejemplar la suya para todos sus hijos y nietos. Difícil igualarle en su tesón, empeño y voluntad. Casi imposible superarle. Amaba mucho la vida, mas en cualquier momento estaba dispuesto a entregarla por una causa grande.

Tal vez porque hasta que se casó no tenía familia, apreciaba más que nadie lo que significa un hogar. Por eso quería con tanta ternura a los suyos. Y por eso nadie le era ajeno. No era demasiado explícito en mostrar sus sentimientos. Pero, a través de sus hechos se veía hasta qué punto amaba a aquel reducto que con su fiel esposa había creado. Y resonaba en mi mente aquello que me dijo en cierta ocasión:

RAÍCES DE MI VIDA,

VOSOTRAS ME HABÉIS DADO LA EXISTENCIA.

CERRAD NUESTRAS HERIDAS,

ABRID NUESTRAS CONCIENCIAS

A UNA AMABLE Y GRATA CONVIVENCIA

FIN DE LA BIOGRAFÍA: ALFONSO LORENZO GARCÍA, TENIENTE DE LA GUARDIA CIVIL

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Sobre don Alfonso Lorenzo en la sección de libros está entera su biografía

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

IV

JESUS ANCÍN: EL CURA DE LOS POBRES

Cantaba su primera Misa Don Jesús Ancín, en su pueblo, Lerate, en el año 1921. En el mismo lugar ejerció, más tarde, el sacerdocio durante cincuenta largos años.

Don Jesús disfrutaba ya en vida de fama de santo, y fue ejemplo vivo de humildad, caridad, y celo sacerdotal. Los mendigos no tenían miedo al invierno. Sabían dónde iban a encontrar calor de hogar, sustento y cama durante todo el tiempo deseado: nadie les pondría límite.

El día en que visité al Padre Ancín en su parroquia, encontré en torno a la casa ocho o diez menesterosos. Unos estaban partiendo leña: otros charlaban tranquilos tomando el sol; otros realizaban algún trabajillo en el portal de la vivienda. - Don Jesús, - le digo - ¿no le causan problemas los mendigos? - Ninguno. Ellos saben las normas: cuando vienen, deben ducharse y ponerse ropa limpia. Si quieren, pueden entretenerse y ayudar algo en las labores de la casa. Rezamos juntos algunas oraciones. Y pueden permanecer aquí todo el tiempo que deseen. Normalmente cuando los días alargan, suelen marcharse a dar su gira por los pueblos. Saben que aquí encontrarán la puerta siempre abierta.

Me lo contaba Don Jesús sin darse ninguna importancia por esta obra de amor, nada fácil y muy sencilla. Todos los días, aun en su edad más avanzada, atendía las tres parroquias a pie: sin miedo a los vientos, al frío o al calor. Al caminar junto al pantano de Alloz, pensaba en las correrías de Jesús a orillas del lago de Genesaret.

Amó Don Jesús mucho a las misiones: quiso trasladarse desde su juventud a tierras lejanas para la conversión de los infieles, y no lo consiguió. Mas en su alma siempre estuvo presente el mundo misionero; y supo nuestro cura ser efectivo. Logró del Concejo de Lerate el usufructo de una finca para enviarlo a la causa de la Propagación de la Fe. Incluso salía a espigar con los críos de la escuela para recaudar más fondos.

No fue el padre Ancín grandilocuente, pero supo amar y vivir en silencio su vida interior y entregarse a todos sin reservas.

El 7 de setiembre de 1990, a los 95 años de edad y setenta de sacerdocio, el Padre le llamó a su regazo. "¡Siervo humilde y prudente, entra en el gozo de tu Señor!"

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

V

FÉLIX BELTRÁN, SACERDOTE DE SACERDOTES

El 18 de diciembre de 1999, dejaba este mundo Don Félix Beltrán. Sacerdote verdaderamente santo a los ojos de muchos, sin que con ello queramos prevenir el juicio de la Iglesia. Quisiéramos calar profundamente en su interior para conseguir transmitir lo que hacia él sentíamos, pero cuando se trata de reflejar la intimidad de una persona con Dios, no es tarea fácil. Don Félix era un enamorado de Dios y de su sacerdocio, y un hombre que trabajó y se deshizo por conseguir un aumento de la santidad en sus compañeros los sacerdotes.

Sus Primeros Años

Nació Don Félix en el pueblo de Hinojosa, provincia de Guadalajara, diócesis de Sigüenza - Guadalajara, el 18 de mayo del año 1919. Sus padres, Aniceto Beltrán Alonso, y Gregoria Pérez García. Era una familia pobre, muy pobre, y a la vez profundamente cristiana. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento en la parroquia de San Andrés; así deseaban sus progenitores, con prisa, que comenzara aquel hijo a serlo también de Dios. Félix tenía cuatro años cuando falleció su querido padre, y la familia entonces se volcó en los abuelos; por eso aquellos niños tuvieron tanta relación con los abuelos, también profundamente cristianos. Con ellos pasó Félix gran parte de su infancia.

A los siete años hizo su primera comunión en el pueblo de su nacimiento. Le prometió entonces a Jesús ser bueno y santo, algo que llevaba siempre dentro de su corazón. Y ese ideal lo mantuvo en el alma durante toda su vida. Sus años de infancia en el pueblo fueron siempre muy cercanos a los dos sacerdotes que en aquellos tiempos había en el lugar; de un modo especial se relacionaba con el párroco, muy querido de todos sus feligreses, don Vicente Torrubiano, y muy pronto fue monaguillo de la parroquia. Era el predilecto de Don Vicente por su modo de ser y por la inclinación que Félix tenía hacia las cosas de la iglesia.

Como decíamos al iniciar este relato, la pobreza imperaba en aquel hogar. La madre, viuda y sin recursos, hubo de marchar a Barcelona a un trabajo que encontró; mientras tanto los abuelos sostuvieron y atendieron a los dos niños pequeños Félix y Jacinto. Prácticamente todo el pueblo era muy pobre, pero el ambiente lleno de fervor espiritual.

En la escuela y en la calle, en todos los lugares, era Félix ejemplar; sobresalía tanto por su capacidad intelectual como por su buen carácter y su afición al estudio; y esto no solo entre los chavales de su edad, también entre los mayores; gozaba de buena fama en todo el pueblo. El maestro lo ponía como ejemplo. Cuando nadie recordaba algún concepto, la referencia en todo era él; mas nadie le tenía envidia; parecía como una evidencia del buen obrar y del buen ser. Por otra parte, su sencillez y el hecho de que todos lo consideraban como amigo, eclipsaba cualquier brote de envidia hacia Félix: era querido de todos y de todos respetado. El trato con el cura párroco, muy frecuente. Se vislumbraba pronto en él una vocación sacerdotal. Y Dios se sirvió de este cura para que Félix ingresara en el Seminario.

Su Vocación Al Sacerdocio

Su hermano Jacinto lo dice textualmente: "Creo que el sacerdocio fue algo innato en él. El Señor se sirvió de Don Vicente, y desde el principio lo inclinó en esta dirección".

Ayudaba a su querido párroco todos los días a Misa; e incluso, cuando era un poco mayor, le acompañaba todas las tardes a hacer la visita al Santísimo. Rezaba el Rosario con él, y también lo rezaba en familia. Incluso le acompañaba al cura a dar algunas tardes el paseo, mientras sus compañeros jugaban o ayudaban en las labores del hogar. Como en casa no había hacienda, poco podía ayudar él a realizar labores...

Pronto comenzó don Vicente a prepararlo para su ingreso en el Seminario; cuando llegó la hora, ya sabía declinar y conjugar en latín. Y mucho sabía también de Religión, Gramática e Historia... Félix fue el primero en desfilar hacia el Seminario de los Santos niños Justo y Pastor de Alcalá de Henares, en el curso 1930 - 31; le siguieron después otros cinco o seis chavales, entre ellos su hermano Jacinto; cuatro del grupo llegaron al sacerdocio. Es de observar que en rigor le correspondía haber ingresado no en Alcalá, sino en Sigüenza, su diócesis, pero fue imposible: la pobreza, el gran fantasma de la familia, era lo que impedía cualquier decisión que supusiera algún gasto. En Alcalá pudo disfrutar de becas. Y la beca la obtuvo el niño mediante dura oposición; llamó la atención del tribunal la sabiduría de aquel muchacho. ¿Los libros?, los conseguía prestados de los alumnos de cursos superiores. Incluso el vestido y el calzado se lo regalaban personas piadosas. Allí estuvo el joven Beltrán cursando uno a uno, con las mejores calificaciones, los cursos de Humanidades y el comienzo de la Filosofía. Allí se santificó y fue ejemplo de sus compañeros hasta el año1936 en que estalló la guerra civil.

Continuará en sucesivos capítulos

Nota 1: Las fuentes de información sobre Don Félix Beltrán están tomadas de su hermano Jacinto, sacerdote, de mi trato con él y de las cartas que el mismo Don Félix me escribió.

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

VI

CÁNDIDO PÉREZ DE ZABALZA

UN EMPLEADO DE BANCA BANESTO SANTO, EN ESTELLA (NAVARRA)

DON CÁNDIDO PÉREZ DE ZABALZA Y OCHOA DE ZABALEGUI

Vivió en Estella (Navarra), desde la década de los 20 hasta los 70 del siglo pasado, un señor verdadero caballero cristiano. Bueno a carta cabal. Era Director de la sucursal del banco Español de Crédito, del hoy Banesto en Estella. Lo conocí en mis tiempos de seminarista. Lo veía en la iglesia muy recogido, muy devoto, y a la vez en la calle muy amable con todos. Algo emanaba de él que llamaba la atención e inspiraba confianza. No recuerdo a ningún hombre seglar de aquellos tiempos con mayor prestigio, bondad, mansedumbre, amabilidad y vida de piedad.

Había nacido en un pueblo próximo a Estella, en Ibiricu de Yerrri en el año 1890. Allí sus padres lo educaron muy bien, en cristiano. En la casa paterna tenían un armonium; en él Cándido aprendió a interpretar cantos de alabanza al Señor a quien amaba de todo corazón desde su niñez. Siendo joven marchó a Filipinas. Estuvo allí trabajando durante once años. De tarde en tarde regresaba a su hogar y hacía escala en Roma para visitar aquellos lugares santificados por los primeros cristianos.

Todo el mundo admiraba en Estella a este santo varón. Cuando yo lo conocí era ya viudo de Felisa Senosiáin. Tenía cuatro hijos, mayores que yo: María Asunción, María Teresa, Miguel Ángel (1) y María Nieves. Nunca quiso volver a casarse. Deseaba consagrar su viudez a Dios y a sus cuatro hijos.

Me he puesto en contacto con las hermanas Pérez de Zabalza para que ellas me digan algo de su padre. ¿Quién mejor? María Teresa hace de portavoz y redactora. He aquí sus impresiones. Entre sus párrafos iré intercalando también alguna opinión mía.

RECUERDOS ENTRAÑABLES DE NUESTRO PADRE

CÁNDIDO PÉREZ DE ZABALZA OCHOA DE ZABALEGUI

"Pienso en mi padre y lo veo como un señor distinguido, como un gran caballero. Sin arrogancias, sencillo, humilde, agradecido, amoroso. Tocaba el piano y el órgano. Le llamaban el viudo interesante. Tenía un alma delicada y una espiritualidad profunda, exquisita".

Era sencillo y humilde. Tan grande su delicadeza que en una ocasión - por un despiste del todo inculpable - pasó un paquete de fuera de Estella sin previo pago al fielato de arbitrios municipales. Cuando fue requerido por el inspector a pagar una multa, se sonrojó. Con gran humildad le dijo: "Vamos, vamos aquí al portal que le pagaré todo. No quiero que lo vea la gente para que no cause escándalo por mi falta".

"Entre sus prácticas religiosas, recuerdo: La Misa diaria. El rosario en familia. Los Trisagios a la Santísima Trinidad. Las visitas al Santísimo Sacramento. Admiraba, adoraba, amaba, compartía con Jesús del Sagrario. Solía decirnos a sus cuatro hijos: "Él nos está esperando". Y lo decía refiriéndose al Señor que día y noche nos aguarda en los tabernáculos de todas las iglesias. Otras devociones eran al Corazón de Jesús, a la Virgen, a San José".

"Desde pequeños nos enseñaba a rezar, a hablar con Jesús que estaba detrás de la cortinilla, en el Sagrario. A saludar a la Santísima Trinidad, representada de una manera artística en uno de los retablos del monasterio de Estella de Santa Clara. Con él visitábamos a la Virgen del Puy. En la explanada de aquel santuario cogíamos violetas y margaritas y las depositábamos después a los pies de la imagen de nuestra Señora".

"Nos recordaba con veneración la leyenda de San Virila: el fraile que escuchando el canto de un pajarito se le pasaron 400 años. Y al volver al convento no conocía a nadie. Y nos decía: "Nunca nos cansaremos de estar con Dios en el cielo ".

¡Qué manera más gráfica y sencilla de inculcar a sus hijos el amor a todo lo trascendente!

"Cuando los cuatro hermanos salíamos del colegio, íbamos a saludarlo a la Oficina del Banco Español de Crédito, y nos obsequiaba con unas figuritas, como: un tren, una campanilla, un pez. Eran unas galletas muy sabrosas que hacían nuestras delicias. Nos preguntaba sobre cómo nos habíamos portado en clase. Por la noche, nos ayudaba a realizar nuestras tareas. Siempre pendiente de nosotros".

EN SU PROFESIÓN DE EMPLEADO DE BANCA

"Era muy responsable en su profesión. Llegaba el primero al Banco y salía el último. Se fiaba de los clientes tan sólo con mirarlos a los ojos, como él mismo decía. La relación entre todos los empleados era muy familiar".

Nunca consideró el banco como una manera de ganarse la vida, ni como un medio para enriquecer a nadie, sino como un servicio, un modo de ayudar a la gente a ahorrar o a recibir un préstamo sin usura. "Gracias a Don Cándido - decía un taxista célebre en Estella - he podido hacerme con este coche. Él me ha facilitado todos los préstamos".

Mucha gente de los pueblos y de la ciudad le pedían consejo financiero. Él lo hacía siempre mirando sobre todo el interés del cliente; le avisaba de los riesgos; le sugería lo mejor para él. Y lo mismo aconsejaba en la oficina que en la calle o en casa.

"Vivía con optimismo. Y aunque era muy consciente de los problemas o dificultades que podrían surgir, decía: "Hay que confiar en Dios cuando todo sale bien y cuando no sale tan bien"".

AMANTE DE LA MÚSICA

"Era muy amante de la música. Nos enseñó a los cuatro hijos a tocar el piano y el armonium. Y él mismo se ofrecía a desempeñar la función de organista siempre que lo necesitasen. Lo hacía sobre todo en la Parroquia de San Juan, siendo Párroco D. Miguel Sola (2). También en Capuchinos y en la capilla del Santo Hospital. Todas las semanas del año se celebraba la práctica entrañable de los "Jueves Eucarísticos". Allí veíamos a Don Cándido tocando el armonium lleno de amor a Jesús. Cuando tenía mucho trabajo en el Banco, le sustituía su hija Mª Asunción. Estos detalles aparecen recogidos en el libro Historia Eclesiástica de Estella de José Goñi Gaztambide".

"Sentía y gozaba tanto con la música que muchas veces le oía exclamar: " En el cielo, ¿qué música escucharemos? "; y continuaba: " Ni el ojo vio, ni el oído oyó" ¿Qué será aquello?"

NOS HABLABA DE NUESTRA MADRE

"Nos hablaba de nuestra madre, de lo buena que era, de que nunca se enfadaba, de lo ordenado que tenia todo, de lo guapa que era. A nuestra abuela materna la llamaba también "madre" con inmensa amabilidad. Lo mismo trataba a un cuñado suyo, que vino a vivir con nosotros cuando murió nuestra madre".

"A su hijo Miguel Ángel (1), el sacerdote, adoraba. ¡Siempre pendiente de él! Siendo párroco de Olite lo llamaba por teléfono muchas veces. Le decía: "¿Cuándo vas a venir? A ver si puedes pronto ". Cuando regresaba nos decía: Dadle lo que necesite: alguna cosa para que lleve; pagadle la gasolina, el viaje ". ¡Estaba orgulloso de él! Respetó mucho su libertad y su intimidad".

ERA MUY ACOGEDOR

"Era muy acogedor. La casa estaba siempre abierta a familiares y amigos. Dispuesto a ayudar a todos. No digamos a los más necesitados, a los que con gran mimo les trataba y ayudaba". Aquella casa parecía una fonda. Parientes, conocidos, amigos, gente sencilla encontraba allí calor y comida. En aquellos años del hambre ninguno que lo necesitara se quedaba sin recibir el alimento, aunque no fuera pariente. Alguien le decía: "¿Pero cómo te fías de que entre cualquiera en tu casa?" Él respondía: "Me basta mirarles a los ojos. Son buenos".

VIVIÓ MUCHOS AÑOS Y SUFRIÓ ENFERMEDADES

"Recuerdo de una manera especial cuando al comienzo de los setenta hubo de internarse en la Clínica de la Cruz Roja de Zaragoza para ser operado de próstata. El Dr. Romero, catedrático en la Facultad de Medicina de Zaragoza, cuando trató a mi padre lo puso de modelo a sus alumnos y pacientes: "Era un hombre sin ninguna exigencia". Al despedirse pedía perdón por si en algo había faltado".

"En sus últimos años de vida, nos necesitaba más y todo cuanto le hacíamos lo recibía con mucha humildad y agradecimiento. "¡Qué seria de mí sin vosotras!". "¡Yo que me iba solo por el mundo entero!".

¿Me traes la Comunión ?". La pedía todos los días cuando él no podía ir a la Iglesia. y se preparaba antes y después daba gracias durante mucho tiempo. Todo giraba alrededor de ese momento. "Gracias, gracias", repetía con mucha fuerza por haberle hecho ese favor".

Así era nuestro padre. Así lo recordamos. Como he dicho antes, lleno de delicadeza y espiritualidad.

SUS HIJAS

(1) De Miguel Ángel Pérez de Zabalza, sacerdote, ha aparecido durante más de un año en esta revista su semblanza sacerdotal. Ahora está su biografía registrada en la sección "Mis libros".

(2) De Miguel Sola Galarza, sacerdote, ha aparecido durante más de un año en esta revista su semblanza sacerdotal. Ahora está su biografía registrada en la sección "Mis libros".

UNAS POESÍAS DEDICADAS A DON CÁNDIDO DE SU HIJA MAYOR

RECUERDO y PRESENCIA

La tarde es luminosa,

llena de paz y armonía.

Hay brisa, perfume,

canto del agua, poesía.

Es igual que aquellas tardes

llenas de amor y de dicha,

de flores y de violetas

que entre la hierba crecían.

Nos hablabas del perfume de las rosas,

de la luz de las estrellas,

del canto de los pájaros...

A todo descubrías su belleza.

Nos enseñabas a gozar

A disfrutar y a sufrir

Nos enseñabas a creer,

a amar, a vivir.

Nos diste tu música,

tu fe, tu alegría.

Nos diste tu amor,

tu esfuerzo, tu vida.

Desde esta tarde tranquila,

gracias por tu fe, por tu amor,

por tu música y tu poesía.

Gracias por tu paz, por tu ayuda.

Como ves,

¡Sigues viviendo en nuestras vidas!

M. A. Pérez de Zabalza Senosiáin

TE FUISTE Y TE QUEDASTE

Te fuiste en aquella noche,

noche serena y callada.

Hasta las mismas estrellas

muy quedo parpadeaban...

Tu mirar era suave, tranquilo,

todo lleno de gran esperanza.

¿Te envolvía, tal vez, una música

en la noche callada...?

Te veo en la luz de las estrellas

y en el perfume de los campos.

Te oigo en el murmullo del viento

y en el piar de los pájaros...

Yo siento tu paz y tu gozo

En la fresca mañana.

Yo palpo tu fuerza y tu ayuda

en la noche callada...

Hace tiempo en la noche te fuiste

para volver cada mañana.

iSigues siendo, siempre, el reflejo

de la Luz y el Amor que no acaban. ..

M.A. Pérez de Zabalza

A NUESTROS PADRES

Vuestro recuerdo,

es fragancia

y caricia de alborada.

Vuestro recuerdo,

es fontana

de los prados

y llanadas.

Vuestro recuerdo,

es cantata.

Es, presencia

Para el alma...

M. A. Pérez de Zabalza

José María Lorenzo y hermanas Pérez de Zabalza Senosiáin: María Teresa, María Asunción y María Nieves.

Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

VII

JOSÉ MARÍA CONGET, EL OBISPO BUENO

DATOS BIOGRÁFICOS

Nació en el año 1926 en Tauste (Zaragoza, España); su vida casi toda ella se realizó en Navarra. Vivió de niño en Pitillas. Estudió en el Seminario de Pamplona. Primera Misa en el año 1951. Coadjutor de Estella con el gran párroco de San Juan, don Miguel Sola. Director de la Casa de Ejercicios del Puy en Estella, donde tuvo la iniciativa de los "Coloquios" para la juventud. Fue llamado a Madrid por la Conferencia Episcopal para desempeñar un cargo nacional de Acción Católica de jóvenes. Más tarde se le designa como párroco en las de San Fermín y San Miguel de Pamplona. Asimismo distintos cargos diocesanos. A sus sesenta y tres años es consagrado obispo de Jaca; doce años más tarde, el 18 de octubre del año 2001 entrega su alma al Señor.

UN PREFECTO DE DISCIPLINA SIN IGUAL EN EL SEMINARIO DE PAMPLONA

Conocí a José María Conget en 1950. Él contaba entonces 24 años; la flor de la juventud. Cursaba cuarto de Teología en el Seminario Conciliar de Pamplona; decían que era muy listo. Ojos azules, estatura media, como de 1,75, pelo negro, facciones angulosas, mirada hacia delante, decidida y sincera. Se adivinaba en él un gran corazón. Llevaba gafas. Le habían nombrado los superiores del seminario subprefecto de Filosofía, o sea ayudante del prefecto, educador diríamos hoy. Venía ordenado de subdiácono, con sotana y coronilla. Se le encomendaba sobre todo la custodia de los alumnos de quinto curso, muchachos de dieciséis años: unos adolescentes muy alborotados, a los que era preciso hacer reflexionar, y él iba a realizar esta labor con nosotros.

En aquel curso 50-51, mitad del siglo XX, se había ya superado el hambre en España, la economía iba mejor, pero todavía quedaba mucho por mejorar; al menos ya no pasábamos hambre los alumnos, pues abundaba el pan. En lo espiritual se veía como pionero el Seminario de Vitoria. Los seminaristas líderes lo sabían y mantenían contacto con aquel emporio de santidad sacerdotal. Yo no sé cuándo ni cómo "se convirtió" Conget, pero venía ya del todo convertido y con la única ilusión de hacer que diéramos la vuelta todos los estudiantes. Por la gracia de Dios yo me "había convertido" a mejor hacía un año largo. Por eso en mí iba a encontrar un buen colaborador.

Éramos entonces casi cuarenta compañeros los que recibíamos con cordialidad a D. José María Conget. Decían que era muy "potente". Esta palabra en el léxico de los seminaristas significaba un conjunto de cualidades muy sacerdotales: gran celo por la salvación de las almas, listo, buen orador, cumplidor de la normativa eclesial, carácter afable y decidido, espíritu de conquista, convertidor, dialogante, y muy buena persona con don de gentes; santo de cuerpo entero, pero santo alegre. Eso y algo más que no acierto a definir significaba el vocablo "potente". Y después de haberlo tratado durante todo nuestro quinto curso de humanidades, llegamos al convencimiento unánime de que sería imposible en lo sucesivo tener ningún otro superior en el Seminario más potente que Conget. Y así fue. Ni hubo antes, ni entonces, ni después ningún otro de la talla espiritual y humana de él. Nosotros así lo apreciamos y comentamos durante el resto de la carrera. Suponemos que en un futuro próximo tampoco habrá otro igual. Y ojalá me equivoque; ojalá acceda al seminario uno de su talla para que se logre lo que en nosotros consiguió aquel joven con madera de santo.

La gracia de Dios por medio de él hizo maravillas en nuestro curso, hasta entonces alborotado y muy poco unido. Estábamos llenos de vida y de ilusión pero, en la mayoría, la ilusión se traducía en afición por los deportes, leer muchas novelas, charlar a tiempo y a destiempo de cosas baladíes pero entretenidas. Nada más. Algunos que habíamos dado el paso a la entrega Jesucristo sufríamos. Cambiamos impresiones con D. José María y le apoyamos. Él no contó su plan, pero comenzó actuar.

Yo acudía algunas veces a su habitación para hablar de temas espirituales. Yo no hablaba casi nada; más bien escuchaba. Me daba gusto oírle y se enardecía mi espíritu. Tomaba en sus manos el Nuevo Testamento y lo abría en las epístolas de San Pablo. Nunca he oído a nadie comentar al Apóstol de manera semejante. Me quedaba absorto, emocionado con aquellas ideas que brotaban de su alma llena de fe y amor y eran capaces de incendiar el mundo entero. ¡Con qué énfasis pronunciaba las frases del Apóstol! Fui corriendo la voz entre los amigos que comenzaron a desfilar también por su cuarto, y todos salían de allí como ardiendo. Yo no recuerdo qué frases eran, mas para nosotros tenían tal fuerza que parecía un encuentro directo con Cristo. Hasta entonces Jesús había sido para nosotros el semi - desconocido. Nos sucedía algo así como a los dos de Emaús cuando Cristo les interpretaba las Escrituras. Conget para todos nosotros fue un verdadero padre en la fe. Siempre le hemos admirado por su fe total, firme, sin fisuras.

Todavía, es verdad, no habíamos madurado. Poníamos en él y en algunos otros superiores nuestro fundamento de fe. Más tarde nos dimos cuenta de que el cristiano no apoya su fe en ningún hombre, sino sólo en la palabra de Dios. "Sé bien de quién me he fiado". Pero hay unos momentos en la vida en que nuestra fe se apoya en el testimonio vivencial de unas personas que ya han madurado. Este gran oficio hizo D. José María para nosotros. Y por eso fue nuestro padre en la fe.

¿Cuál era su plan? Nos convocó a los alumnos todos una tarde, durante uno de aquellos largos estudios en los que la mayoría los pasaba charlando por los pasillos, al aula para hablarnos. Era la primera vez. En lo sucesivo esas charlas se repetían todas las semanas. Tomaba en sus manos el Nuevo Testamento, y comenzaba a hablar con ritmo rápido, como si tuviera prisa, pero a la vez con firmeza, contundente, con suma claridad. Sus golpes de fe religiosa y vivida llegaban al corazón. Era la palabra de Dios en sus labios como espada de dos filos que cortaba donde estaba el mal y abría surcos para sembrar la divina semilla de la gracia. Semana tras semana, comenzó a notarse el efecto. La encuesta estilo HOAC con el ver, juzgar y actuar era el complemento de aquella predicación, que a nosotros se nos antojaba como diálogo amistoso. l

El quinto curso de humanidades del año 1950 - 51 en el Seminario de Pamplona fue el primer campo serio de apostolado de aquel joven que iba a ser un hombre de Dios, un sacerdote ejemplar. El Señor le bendijo en aquel su primer ministerio, y nos bendijo también a todos, porque la mayoría se convirtió a lo San Pablo. La acción de don José María podíamos calificarla de acoso santo, de invitación a la conversión, de estímulo para la entrega generosa.

Hasta entonces la generalidad de aquellos adolescentes vivía un ambiente divertido, ligero, distraído, sin fundamento, aunque nunca al estilo mundano. Nunca advertí conversaciones impuras, ni siquiera de amoríos con chicas. Pero, eso sí, no había fundamento para el estudio. Los ratos dedicados al trabajo intelectual eran los de mayor entretenimiento para muchos. Gente que estudiara en serio, solo cinco o seis de entre los cuarenta. Recuerdo que un día tuve que acudir a los servicios durante el estudio. Allí encontré a doce compañeros charlando amigablemente y fumando. Una vez más habían perdido el tiempo de trabajo. Todo esto era normal en los primeros meses de curso. Vigilaba bastante el prefecto, don Manuel Unzu, pero era imposible corregir aquellos abusos, porque no se cortaba la raíz que era precisamente la falta de vida espiritual.

Efectos del ambiente que supo crear Conget fue el cambio que se operó entre todos los alumnos. Poco a poco se fueron entregando casi todos. Después de las charlas que nuestro querido prefecto impartía, después de las encuestas que realizábamos, algo se notaba. Hasta entonces no habíamos reparado en muchas frases de San Pablo que entonces cobraban para todos nosotros su significado auténtico.

UN DIÁCONO QUE SERÍA OBISPO

Nos impresionó mucho cuando nuestro subprefecto recibió la orden del diaconado. Acudimos a la capilla y vimos cómo el obispo imponía la mano derecha sobre su cabeza. Casi veíamos al Espíritu Santo descender sobre el alma de aquellos ordenandos. Desde aquellos momentos Conget tenía ya un cierto poder sobre el Cuerpo de Cristo. En la primera plática que nos dio le preguntamos sobre su experiencia de los primeros días de diácono. Él nos dijo: "Es algo inexplicable. Abres el Sagrario y te encuentras de pronto cara a cara con Cristo". Se nos grabó de tal manera a nosotros en el alma este detalle, que lo hemos recordado año tras año y lo hemos vivido y seguimos viviéndolo muchas veces cuando nos toca abrir el Sagrario. Merece la pena actualizar la fe con la viveza con que lo hacía aquel santo seminarista próximo al sacerdocio.

Luego le vimos en muchas ocasiones abril el Sagrario para la exposición o para dar la comunión. Siempre lo hacía con gran reverencia. También en los años posteriores de sacerdocio. La genuflexión era sincera y total; se oía el ruido al golpear de la rodilla con la tarima.

Desde su ordenación de diácono parece que se fue intensificando su actuación pastoral junto a nosotros. Pienso que éramos aquel grupo su tema preferido de diálogo con Jesús, cuando abría la puerta del Sagrario o cuando practicaba la oración, la visita al Santísimo o incluso en sus jaculatorias. Vivía aquel hombre a tope todo cuanto a nosotros nos sugería.

Gustaba Conget de repetir, junto con los textos epistolares estas dos frases suyas: "¿Para qué es la vida sino para darla?" "Es preciso entregarse". Y claro, la entrega era a Cristo. Después de sus pláticas, después de las encuestas, poco a poco iban pasando por la habitación del subprefecto los alumnos. No sé cómo Conget pudo aprobar aquel curso con tan buenas notas en las asignaturas, porque decenas de horas tenía que emplear en cada uno de los conversos. Poco tenía que dormir; a la noche, se veía la luz de su habitación encendida hasta altas horas. Los líderes de la indisciplina comenzaron a convertirse. Marchaban varias veces a conversar con don José María; después se apreciaba en ellos un cambio radical: vida de piedad muy cuidada; afición y entrega al estudio; disciplina, hasta en los más pequeños detalles. En corrillos todos comentábamos: "Ya se ha entregado X". Días más tarde el comentario sobre la conversión se refería a otro sujeto. Los últimos meses del año escolar estaba garantizado en nuestro ambiente el comportamiento, la formalidad y el éxito en los estudios.

Desde entonces se vivió en el curso un ambiente de fe, de esperanza y también de caridad entre los compañeros. Caridad que partía del gran amor que se despertó en todos los alumnos hacia Jesucristo. La gracia de Dios se sirvió de aquel joven levita que muchos años más tarde llegaría a ser obispo. Cuando llegaron los exámenes finales, el hervor era extraordinario. Y al fin, las vacaciones de quinto a sexto curso. Yo recuerdo al líder número uno de nuestros compañeros: era Andrés Delcoso. Un chico inteligente, de alma despierta, lleno de simpatía. En el verano fomentó la correspondencia epistolar entre todos los condiscípulos. Delcoso me escribió una carta de dieciséis cuartillas por ambas caras. En ellas se explayaba a gusto sobre cómo teníamos que amar a Dios, cómo habíamos de permanecer unidos... Nos hinchamos de escribirnos unos a otros, y todos a Don José María Conget, que no sé cómo dirigía también en el verano a aquel grupo de su primer amor apostólico. Aquello fue madurando a mejor.

El problema de la perseverancia de aquellos alumnos parecía ya asegurado. Pienso que ahora, medio siglo más tarde, sigue en nosotros fluyendo aquella misma fe que entonces profesamos. Es verdad que nos ha tocado vivir una evolución postconciliar en un sentido menos piadoso que antes. No obstante la decisión nuestra en tiempos de Conget fue sincera, y pienso que queda mucho de aquella maravillosa entrega. El problema posterior, por supuesto, ha sido la ausencia de un liderazgo al estilo de nuestro subprefecto. ¡Lástima que no se hubiera dedicado para siempre don José María a mantener en el fervor entre los seminaristas y sacerdotes!

Son, sí, recuerdos lejanos, pero fueron de tan intensos, y se grabaron de tal manera en nuestras almas, que ahora los estoy rememorando como presentes. Estoy seguro de que cualquier compañero, cuando esto lea, lo vivirá de nuevo con la misma emoción.

Supo Conget ganarnos a todos; cada día que pasaba era mayor el entusiasmo que se despertaba en nosotros. Sabía acomodarse a nuestra psicología adolescentes de una manera total. Era nuestro líder. Supo aguantar tonterías e incluso impertinencias de aquellos mozalbetes. También celebrábamos sus acontecimientos de una manera humana. Poco después de las vacaciones de Navidad, su madre le mandó un cajón de magdalena. Y allí fuimos todos los del cursos a gustar de aquel dulce manjar. Él disfrutaba con nosotros.

SACERDOCIO

Poco a poco fue pasando el curso 1950 - 51 en el seminario de Pamplona; allí, Josemari Conget era nuestro joven prefecto y a la vez diácono, a punto de cantar Misa. Nosotros cada vez más fervientes, y él cada día con mayor ilusión, porque se avecinaba el momento de acercarse al Altar de Dios, al Dios que alegraría su juventud. Nos enseñaba todos los preparativos: la cinta con que serían atadas sus manos simbólicamente, después de la unción con el santo óleo; el cáliz con que celebraría su primera Misa; los recordatorios, con aquellas bellas fotografías relativas a la Eucaristía que se estilaban por aquellos años. Era el 1951, y aquel joven fervoroso iba a subir las gradas del Altar.

En el recordatorio había grabado una frase de San Pablo en latín: "Yo de muy buena gana me gastaré y desgastaré por vuestras almas". (2 Cor. 12,15) Éste iba a ser el lema de su sacerdocio, y a fe que de verdad. Lo cumplió a lo largo de toda su existencia.

Cantó su primera Misa en el pueblo donde vivía, Pitillas. No pude asistir a ella, pero sé del acontecimiento en el lugar que se recordó mucho tiempo. Lo mejor viene ahora. Cuando alguna semana más tarde aparecieron en el boletín los nombramientos de los nuevos sacerdotes, a Conget le correspondió coadjutor de la parroquia de San Juan de Estella, con don Miguel Sola. Mayor alegría no podían haberme dado. Aquel líder religioso de primera magnitud iba a estrenar su sacerdocio en mi ciudad, en mi misma iglesia. Para mí fue como si me hubiera tocado el gordo de la lotería, como un mimo, como u regalo de Dios; y lo mismo para mis compañeros de tierra Estella.

COADJUTOR DE SAN JUAN DE ESTELLA

Tenía yo un buen ambiente en el Seminario y en las vacaciones aún mejor. ¡Cuánto agradecí a Dios aquello y qué regalo! En Estella, en el mes de agosto de aquellas vacaciones del 51 entró en la parroquia. Se presentó en la Misa de 12. A aquella hora iba normalmente la gente que no solía comulgar. Todavía no había llegado la permisión de Pío XII por la que se podía recibir al Señor con tan solo tres horas de ayuno; por eso en aquella misa de doce ni siquiera se distribuía el pan eucarístico. Pues bien, allí debutó. Fue su primer sermón como todos los demás; al estilo de las pláticas que nos dirigía a los seminaristas. Lleno de entusiasmo, de unción, de celo devorador. Y en aquellas misas, llena la iglesia hasta la puerta, la mayor parte de la gente de pie, allí nuestro sacerdote predicó en lo sucesivo. Todo el mundo en profundo silencio, no se escuchaba más que un susurro de fondo del celebrante que pronuncia la Misa; el sonido de la campanilla anunciaba la consagración, y entonces todos se arrodillaban y dejaba de hablar el sacerdote, para continuar breves minutos hasta el momento de la comunión. Salía la gente encendida; solo se comentaba el sermón del nuevo cura.

Conget no predicaba como los muy ilustres señores de campanillas. Lo hacía con firmeza, sin retóricas, pero sin ninguna vulgaridad. Decía de sí mismo que el pensamiento siempre le iba por delante de la palabra. Por eso peroraba de prisa, pero con una emisión de voz del todo nítida. Todo el mundo le entendía y nadie se distraía. Su rostro era como espejo donde se reflejaban los ojos de los oyentes. Había una total intercomunicación con los fieles sin que fuera necesario el diálogo. Muchos de aquellos domingueros comenzaron a cambiar. Muchos, gracias a esta lluvia de gracia entraron en contacto con el Centro Parroquial y con los distintos grupos de apostolado dirigidos por él y por otros compañeros en el sacerdocio.

Pastoreaba aquel templo en función de párroco Don Miguel Sola. Buen dúo entre ambos sacerdotes, pero tampoco eran nulos los otros coadjutores. Supo rodearse Don Miguel Sola de buenos colaboradores, y también aprovechó la influencia de los sacerdotes ancianos anteriores a su venida. Entre todos hago mención especial, además de don José María Conget, que en el ardor de su juventud era para Estella como un huracán de celo apostólico, otro, muy distinto, el anciano D. Alejandro Zuza, el gran predicador de la Virgen María que a todos nos subyugaba; era también el cura de los niños. Supo imbuirnos el amor a nuestra Madre del Cielo y el amor a la Eucaristía.

Los grupos parroquiales de San Juan Bautista llegaron a tomar fama gracias a aquella pastoral guiada por nuestro párroco y por Conget y todo el equipo maravilloso de coadjutores, que eran seis: HOAC, JOC y Acción Católica en todas las ramas, acción pastoral juvenil, grupos de catequistas, conferencia de San Vicente de Paúl, ropero parroquial, auroros, orfeón, oratorio festivo y otras muchas asociaciones católicas estaban organizadas y funcionaban debidamente. El catecismo escolar era bien atendido por los maestros, pero acudían de vez en cuando los sacerdotes a echar una mano. Con ocasión de los primeros viernes todos los niños éramos llevados a confesarnos a la iglesia. San Juan era en aquellos tiempos un de las parroquias pioneras de Navarra.

Sí; era la de San Juan Bautista verdadera parroquia piloto en Navarra: el fervor religioso y la organización pastoral perfecta hacían de ella espejo donde se reflejaba el buen hacer del fervor católico. El equipo de coadjutores jóvenes llenos de entusiasmo llenaba al pueblo de admiración. Reflejaban ellos el cenit de formación sacerdotal a que había llegado el Seminario de Pamplona. La catequesis, la música, los grupos diversos de Acción Católica y un largo etcétera estaban funcionando a la perfección en aquel reducto sagrado.

Se distinguieron como sacerdotes llenos de celo en aquel entonces además del párroco y de nuestro José María Conget, su amigo del mismo nombre, Osés; Lino Otano, organista, lleno de celo pastoral no sólo en el aspecto de la música. Jesús del Castillo y José Cruz San Juan que dirigía el pequeño orfeón. Todos ellos, y algunos más, unidos al gran párroco, levantaron el ambiente religioso a alturas que, tal vez, nunca se habrán superado en toda la historia de la Ciudad del Ega. Pero a Conget todo el mundo lo consideraba un poco como el líder; muy semejante al párroco y a la vez muy distinto. Un dúo verdaderamente dinámico.

Buen Director Espiritual

Pasaba todos los días varias horas en el confesonario en Estella. Era éste un apostolado muy practicado entre los curas celosos. Sabía recibir con gran misericordia las miserias humanas, y la gente salía del todo confortada del tribunal de la penitencia. Y fueron los jóvenes, chicos y chicas, quienes acudían a él en gran número, para orientar sus vidas. No se contentaban con la acusación de sus pecados, también se encaminaban por los senderos de la vida interior, y en este sentido, don José María Conget era verdadero maestro.

Yo siempre me confesaba con él durante los períodos que pasaba en Estella; me recibía con afecto sereno en todas las ocasiones. Así era con todos. Él tan enérgico en la predicación, cuando estaba sentado en el tribunal de la penitencia parecía un San Francisco de Sales en joven. Jamás se impacientaba. Un día llegó a aquel confesonario, próximo al altar de San Francisco Javier, con un catarro nasal de campeonato. Se le había olvidado el pañuelo. Cuando salió de allí me lo cuenta así: "No he tenido otro remedio que sacar el borde de la camisa entre la sotana..." Y se reía.

Era un poco como el director espiritual de moda, pero eso no quiere decir que fuese blando y poco exigente. Al contrario. Durante seis meses, en el curso 1953 -54, tuve que estar en Estella por enfermo y desde entonces fue un verdadero padre en la fe para mí. Él me dirigía, aconsejaba y animaba en mis dificultades. Esa temporada asistía yo a la catequesis parroquial; me levantaba tarde; comulgaba a las 11, que me administraba Don José María. Usaba del privilegio de los enfermos, desayunar líquido antes. Intimé mucho con él.

Conget me dejaba libros de espiritualidad. En aquellas vacaciones largas me prestó la Historia de Cristo de Papini, precisamente en la tarde de Noche Buena. Lo fui leyendo con calma al calorcillo del hogar y con alma esponjada de gozo. Aquel año, y los siguientes, después de la Misa de Gallo, los dos curas jóvenes, Don José Mª Conget junto y Don José Cruz San Juan organizaban una fiesta de Acción Católica llena de alegría: guitarra, canciones, chistes, juventud y vida hasta las dos y media de la mañana. Dormir y... la campana repica a Misa Mayor. Allí no faltaban ni curas, ni seminaristas, ni nadie que la noche anterior había estado en la fiesta de la alegría.

Me quedo admirado de los niños que acuden a la novenica; emociona escuchar el rezo de quinientas o más voces finas y delicadas. Salen después envueltos en sus abriguitos; algunos con bufandas tan grandes que amagan acariciar el suelo. Cantando villancicos se despiden hasta el día siguiente. "En Belén tocan a fuego; desde aquí se ven las llamas..." Yo pensaba en mi futuro no lejano. También he de procurar que los mozos y los niños vivan en gracia de Dios. aquellos sacerdotes sabían hacerlo.

Ya en verano, una noche me llama Conget una noche. Y me pregunta si quiero dar clases de latín a unos estudiantes de bachiller que han sacado suspenso. Estaba en todo; se preocupaba por proporcionarnos a los seminaristas cualquier cosa que pudiera beneficiarnos. Y acepto muy contento; tenía ganas de ganar algo dinero, aunque sea para cubrir gastos personales.

El día 8 de julio aprendí a nadar. Alguna vez venían con nosotros los curas jóvenes; pocas; íbamos a unos remansos del río Urederra. Cuando pasaba alguien por la orilla nuestros curas jóvenes se tapaban la coronilla para no llamar la atención.

Nunca vi enfadado a don José María, ni siquiera con los críos del catecismo. A lo sumo se ponía serio y mostraba energía al pronunciarse. Se barruntaba en Conget un temperamento colérico, pero muy controlado. Cuando nos quejábamos de un sacerdote de la parroquia por el mal genio que tenía, se limitaba a decir: "Eso es defecto de formación".

Conget nos visitaba con frecuencia en el seminario. Algunas veces nos hablaba a los del curso de sus actividades parroquiales. Nosotros le escuchábamos con embeleso. Estábamos deseando de que volviera, porque exponía de tal manera su acción pastoral, que nos parecía todo de lo más sencillo y agradable. Luego nos dimos cuenta de que no es tan fácil. Para hacerlo con tal gozo y fruto en las almas, es necesario vivir muy unido a Dios por la oración.

Cuando me ordené de diácono me ofreció algo que me llenó de alegría: exponer todos los días el Santísimo en las monjas del Servicio Doméstico. Para mí esto ya era un gran premio. Pensaba lo mismo que él cuando le tocó esta dicha: "Abres la puerta del Sagrario y te encuentras frente a frente con Cristo". Pero además de este regalo me entregó un libro de espiritualidad. Sabía ser generoso. Pocos meses más tarde me acompañó en mi primera Misa, predicando en ella. Fue su sermón como de un enamorado del sacerdocio. Así vivió siempre en la Ciudad del Ega: enamorado de su sacerdocio.

Mis Últimos Contactos

Aquí propiamente daría fin la semblanza que de este hombre de Dios he redactado. Después, por desgracia para mí, por imposición de la geografía, nos fuimos separando; yo había de atender otras parcelas de la viña del Señor. Oía de él comentarios siempre positivos; algunas veces acontecía un encuentro casual; poco puedo decir, fuera de lo común que todo el mundo sabe. Fue elegido para Director de la casa de Ejercicios Espirituales de Estella. Él la estrenó. Los carteles anunciaban continuamente tandas dirigidas por Conget y sobre todo los chicos y las chicas llegaban a aquel lugar contentos y felices; salían encantados de la experiencia cristiana, y de la transformación que se había obrado en ellos. Sé que disfrutó mucho en este ministerio, porque palpaba como más cercana la gracia de Dios.

Con carácter siempre innovador, siempre inquieto, ideó una actividad pastoral, que se hizo famosa en toda España, "Los Coloquios". Nunca pude asistir a estas reuniones, pero el comentario que se hacía de ellos era extraordinario; muy a propósito para la juventud; calaban profundamente.

Lo llamaron a Madrid para que dirigiera una rama de juventud de Acción Católica a nivel nacional. Volvió años más tarde a la diócesis para ser párroco de San Fermín y de San Miguel así como delegado del clero en Pamplona. Don Miguel Sola, con una frase muy gráfica me decía cómo desempeñaba el cargo: "Lleva la parroquia de San Miguel con un dedo". Y aquella parroquia fue pionera en Navarra; lo mismo que la de Estella en otros tiempos.

Después lo hicieron obispo de Jaca. Era ya mayor: sesenta y tres años. Pienso que tardaron demasiado en este nombramiento. Si hubiera llegado al episcopado veinte años antes, su influjo se hubiera notado en España.

Cuando le faltaban unos meses para jubilarse, a los 75 años sin cumplir, Dios le llamó. Fue un cáncer rápido el que le atacó en el verano del 2001. Había predicado la novena de la Gracia de San Francisco Javier en el mes de marzo. Nadie hubiera dicho entonces, cuando iba a comenzar la primavera, que en el otoño caería en el surco como las hojas del árbol. Su muerte, ejemplar, como su vida. Dos obispos navarros, Javier Osés y él, puerta con puerta en la clínica, entregaron su alma al Señor con tan solo dos días de diferencia. Era el 18 de octubre llamó el Señor a Conget. Que él nos bendiga desde el Cielo. Fue buen sacerdote, buen obispo, una persona buena.

José María Lorenzo Amelibia Mi correo electrónico mistica@jet.es APARECIÓ EN EL PERIÓDICO DESPUÉS DE SU MUERTE

Llevaba meses esperando la buena muerte en la Clínica universitaria de Navarra. José Mª Conget Arizaleta, obispo de Jaca, murió de cáncer el 18 de octubre. Su despedida de la vida fue larga y dura, y , en los últimos días, su mirada siempre amable, pedía a gritos en encuentro definitivo con el Dios al que tanto quería. Hace unas semanas le mandó por un familiar una notita al obispo de Huesca, monseñor Osés. En ella ponía: "Javier, nos veremos en el Cielo".

José María Conget fue siempre, desde niño, casi por naturaleza, un hombre bueno: una buena persona, un buen cristiano, un buen párroco y un obispo bueno. Todo el mundo que le trató y le conoció reconocía en él una persona de carácter afable y talante jovial y cercano. Se solía decir que fue de los obispos a los que no se le subió la mitra a la cabeza.

Había nacido en 1926 en Tauste (Zaragoza) pero desde niño vivió en Pitillas y en Pamplona, y allí permaneció gran parte de su labor pastoral: coadjutor de Estella, director de la casa de Ejercicios Espirituales, vicerrector del Seminario, párroco de San Fermín y San Miguel y vicario episcopal de la ciudad de Pamplona.

El Papa le nombra obispo de Jaca en 1990, cuando ya no esperaba "las mieles y las hieles" del episcopado. Llegó a Jaca y se metió la diócesis en el bolsillo. La gente y los curas le querían como a un padre, sobre todo por su palabra constructiva, por su disposición al servicio, y en los últimos tiempos por su abnegado ofrenda en la enfermedad.

En su corazón, además de Dios, hubo tres amores: Jaca, Manos Unidas y la Acción Católica. Y a los tres entregó su vida. Fue presidente del comité rector de la ONG de la Iglesia desde 1991 a 1998 y en ella cosechó éxitos innegables y sufrimientos callados. Pero quizás donde más a gusto se sentía es con la gente de Acción Católica. El antes "brazo largo de la Iglesia española" sigue siendo una cantera de miles de cristianos militantes comprometidos. A la Acción Católica dedicó los mejores años de su vida de cura joven y, después, de obispo siguió siendo la niña de sus ojos.

Dulce y afable, pero también profeta cuando había que serlo. Por eso, el día en que Eta mató a su amigo Manuel Giménez Abad, pronunció una homilía breve y contundente: "A Eta y su entorno les llamamos con palabras bíblicas, Caín. Porque tienen el corazón y las manos teñidos con la sangre de su hermano. Quienes colaboran con Eta no merecen el nombre de cristianos". Y concluía: "El corazón nos dice que en el horizonte está la paz, porque la necesitamos, porque así no se puede vivir, porque somos más y tenemos limpio el corazón y las manos". Palabras esperanzadas de un obispo bueno.

José Manuel Vidal. "El Mundo" 22-10-01

Nota: Javier Osés, su amigo y compañero, obispo de Huesca, fallecía el día 22 de octubre en la misma Clínica Universitaria.

En próximas ediciones, dentro de varios meses, tenemos intención de ampliar datos edificantes del Obispo bueno José María Conget Arizaleta, al que considero como uno de mis padres en la fe. Josemari Lorenzo.

II

Después de 50 años de fructífero ministerio sacerdotal, desde 1990 como obispo de la Diócesis de Jaca, el pasado jueves 18 de octubre falleció en Pamplona, a la edad de 74 años Monseñor José María Conget Arizaleta. Nacido en Tauste (Zaragoza), desde niño vivió en Navarra, donde desarrolló la mayor parte de su vida y de la que se sintió siempre hijo.

Se ordenó sacerdote en Pamplona en 1951, fue coadjutor en la parroquia de San Juan de Estella, capellán de la Casa de Ejercicios El Puy y promotor de los coloquios para chicas y mujeres en la ciudad del Ega. Tras varios años en Madrid, como Consiliario nacional de Acción Católica Femenina, regresó a Navarra como consiliario diocesano de este movimiento y capellán del colegio del Sagrado Corazón de Pamplona. En 1974 fue

nombrado párroco de San Fermín, en el barrio de la Milagrosa, y en 1979 de la de San Miguel, hasta su marcha a Jaca como Obispo. De 1987 a 1990 fue también vicario episcopal de Pamplona.

En su trabajo apostólico ocuparon un lugar especial el impulso de la Acción Católica, el movimiento Manos Unidas o, en 10 referente a Navarra, las Javieradas. En los últimos 40 años, pocas veces había faltado a las citas de marzo en Javier, lanzando el Viacrucis con su «En marcha, a Javier», y con su estación sobre las Vírgenes de Navarra, proclamada en la parte más alta del camino. A comienzos de los años 60 él fue uno de los impulsores de la javierada femenina.

También eran frecuentes sus visitas a Navarra para impartir conferencias, participar en cursillos, etc. Entre las últimas visitas, cabe destacar su participación en los actos de San Juan de Ávila, el pasado 10 de mayo, con motivo de sus Bodas de Oro sacerdotales, o la ponencia pronunciada en las jornadas diocesanas sobre la Acción Católica, en diciembre de 1996.

"De él se pueden destacar muchas cosas, pero yo me quedaría con la imagen del pastor, que se preocupa por las personas, que está siempre cercano y atento a todas las necesidades. José María Conget fue un buen párroco, aquí en Pamplona y después en Jaca, donde él solía decir que se sentía en una parroquia un poco grande", recuerda Ángel Echeverría, párroco de San Miguel de Pamplona, donde el pasado lunes se celebraba una misa funeral por su eterno descanso.

Semblanza

Se me pide una semblanza de D. José Mª Conget desde mi punto de vista de feligrés y amigo. Tendría que decir que era íntegra y coordinadamente bueno. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que era bueno en todo; conocemos a santos que han destacado por su caridad, o por la defensa de la justicia, o por su defensa de la fe. Don José María no ha destacado por nada porque en todas las facetas era igual de brillante y en ninguna deslumbraba. No ha sido un eminente teólogo pero nos ha hecho comprender los entresijos de la divinidad con más claridad que nadie. No ha sido el héroe que ha entregado su vida en los suburbios, pero ha predicado la austeridad con el ejemplo. ha ejercido la caridad en su derredor permanentemente, y la ha contagiado. No ha destacado como

publicista. pero sus escritos, casi siempre apuntes de su destilan amor a Dios ya los hombres, sus amigos. sus cercanos, su prójimo; no sus feligreses predicación o cartas del amigo, que además era cura o además era obispo, transmiten doctrina y parroquianos o diocesanos. ¿Por qué atraía y arrastraba tanto su predicación? ...porque no predicaba; hablaba; abría su corazón y explicaba su vivencia.

Los que hemos sido sus feligreses. Los que hemos sido sus amigos, tenemos el gran don de haber experimentado en nuestras vidas la caricia y la huella del amor de Dios a través del trato con Mons. Conget. Por ello, demos gracias a Dios y conservemos la presencia en nuestras vidas de este hombre de Dios y de los hermanos.

Luis Gallego (La Verdad 27-10-2001 p. 7)

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

VIII

CORNELIO URTASUN: ENAMORADO DE LA EUCARISTIA

AQUEL DON CORNELIO DELSEMINARIO

Cuando ingresé en el Seminario de Pamplona, en el año 1946, terminaba su mandato de educador Don Cornelio Urtasun joven y carismático sacerdote. No llegué a tratarlo, pero recibí el impacto de su persona de una forma indirecta.

Se hablaba en corrillos del tan Don Cornelio y su obra: Un grupo de seminaristas mayores, dirigidos suyos, eran modelo de buen comportamiento. Se reunían algunos días por la noche para adorar juntos a Jesús en la Eucaristía; todos ellos guiados por aquel santo educador estaban enamorados del divino prisionero del Sagrario y difundían por doquier aquella gran amistad.

Caí yo en cama en el mes de mayo del 49, y me visitaba el seminarista diácono S.Zubieta que era enfermero. Me subyugaba su conversación de joven entusiasmado con Jesús. Me contaba sus ratos de intimidad con el Señor Sacramentado. Me causaba santa envidia. Todo aquel amor se había fraguado en las vigilias nocturnas dirigidas por el santo don Cornelio.

Marché convaleciente a las vacaciones y gracias a aquel buen ejemplo y a otras circunstancias mi vida se transformó.

¿Por qué yo no podía vivir este amor grande de Jesús como lo vivían tantas personas santas?

En la penumbra de la Iglesia de San Juan permanecí una tarde largas horas. La lamparilla roja del Sagrario centelleaba cual corazón joven lleno de amor. Se percibían lejanos y tenues los trinos de las golondrinas. Un rayo de sol posaba delicado en el Sagrario haciendo más dorado el cariño de Jesús. Arrodillado en reclinatorio miraba yo aquel centro de Amor. Ojos fijos, húmedos, serenos a la vez. Sentía en mi alma la voz del Amado que me decía: "Espero de ti cosas grandes. Las vas a hacer. Acuérdate de esta tarde de intimidad. Desde hoy la pureza no va a ser problema. Vencerás. Te espero junto a mí todas las tardes en la Eucaristía. Acuérdate de estos momentos. No los olvidarás." ¡Y nunca los he olvidado!

Sembrador de aquella felicidad, inductor de conversiones de este tipo era D. Cornelio Urtasun. Pero creo que no se llegó a comprender por parte de algunos a aquel hombre de Dios. Llamaban peyorativamente "cátaros" a los seminaristas modelo, llenos de amor eucarístico, hambrientos de Dios, líderes del celo de la gloria del Altísimo, ansiosos de hacer el bien a las almas.

D. Cornelio era un místico profundo; pionero de la reforma litúrgica ya en los años cuarenta. Marchó en 1949 a Valencia con el Arzobispo Olaechea, donde fue nombrado director del Convictorio sacerdotal. Allí ayudó a santificarse a muchos sacerdotes que salían también encendidos en Cristo. No contento con esta labor, amplió su campo de acción a jóvenes y matrimonios. Dondequiera que actuaba aparecía el sello de la santidad y el fervor espiritual.

De vuelta a Pamplona en el año 1957 se dedicó a asentar las bases de una fundación de mujeres religiosas en un Instituto Secular llamado "Vita et Pax". Hoy está extendido por más de quince países del mundo. Se distinguen por su cordialidad y fervor eucarístico.

Era también nuestro sacerdote un intelectual. Desde 1968 al 83 participó como consultor de la comisión para la reforma del Código de Derecho Canónico; también influyó poderosamente en la creación de la conferencia Española de Institutos Seculares, a la que asesoró y casi engendró. Y toda su labor iba teñida del silencio y humildad de los verdaderos hombres de Dios.

Es un comentador extraordinario de las oraciones del Misal. Tiene publicaciones al respecto.

El 1 de abril del presente año 1999, entregó su alma al Señor. Eran las ocho de la tarde del día de Jueves Santo: su fiesta favorita, porque Jesús en ese día instituyó la Eucaristía. ¡Qué abrazo tan total e íntimo se habrá dado con Jesús!

Dadnos, Señor, sacerdotes santos de la talla de éste Don Cornelio Urtasun.

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

IX

CRISTINA KAUFMANN

Es la monja que impresionó a toda España una noche por televisión. La presentaba Mercedes Milá. Habló de Dios, de la oración, de la vida contemplativa, de lo fácil que resulta hablar con Dios y llevar una vida interior. Creo que a todo el mundo le pareció entonces posible la oración y relacionarse con su Señor. Y muchos se pusieron a orar. Llamaba de ella la atención su sencillez y espontaneidad. Era el 12 de mayo de 1984. Después no oí hablar más de ella. Un buen día vi un librito sobre la Virgen María, redactado por Cristina. Lo leí y lo guardé. Me gustó, pero no tanto como cuando la escuché de viva voz.

Cristina Kaufmann nació en Baden (Suiza); eran siete hermanos. Recibió una esmerada educación cristiana y le enseñaron a convivir con protestantes, judíos y por supuesto con sus hermanos en la fe, los católicos. Siendo joven sintió la llamada de Dios e ingresó en el Carmelo, en el monasterio de la Inmaculada Concepción de Mataró. Era el año 1964. Mujer cristiana y religiosa observante; con una profunda paz que convidaba a confianza y serenidad. Sabía que no había errado en el camino señalado por Dios. Esto nos dice de ella su compañera de orden Virtudes Parra.

Su lema era "vivir en obsequio a Jesucristo", según expone la regla del Carmelo. "Era sencilla en el trato, como buena hija de Santa Teresa de Jesús, amable y cercana a todo sufrimiento, dolor o alegría; creadora de relaciones fraternas y de fascinación por Dios. Tenía además un sentido del humor muy rico y que sabía transmitir muy bien" – afirma Virtudes Parra –.

Su físico también era atrayente e inspiraba virtud: alta, rubia, de ojos azules que elevaba al Cielo con frecuencia. Sabía conversar en cinco idiomas y era cultísima. Sus grandes aficiones: el diálogo ininterrumpido con Dios, el convivir con las hermanas, y la música. Cuando hubo de hablar de sí misma dijo: "Durante una época escribí poesía. Procuro vivir entregada cada momento del día... Soy feliz".

No he leído pero me consta que escribió un libro de título muy original: "El rostro femenino de Dios". Ayudó a su orden carmelitana, en la medida de sus posibilidades, a "avanzar con prudencia y coraje, con creatividad y fidelidad. De sus escritos se deduce que se siente "hija de la Iglesia dentro del Carmelo, en Jesús, y por Jesús". Su ilusión era "entrar en el castillo interior y gozar de la presencia de Dios" como quería Santa Teresa".

Nos dice su hermana de religión, Elena: "Ha muerto como ha vivido, dulce y silenciosamente. Antes de morir nos dijo: "Os quiero mucho, quisiera deciros muchas cosas, pero no tengo fuerzas. Os dejo una sola palabra: Dios es amor. Soy muy pobre, me siento pobre, pero tengo a Dios y os doy a Dios".

Nació el 19 de octubre de 1939 y murió el 18 de abril 2006.

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

X

JOSÉ MACÍAS, UN CURA MUY QUERIDO EN VITORIA

JOSÉ MACÍAS ORTIZ DE BARRÓN

Lo conocí siendo yo adolescente; su rostro se me quedó entonces grabado para siempre: menudo de estatura, joven, muy sonriente, desempeñaba el cargo de educador en la preceptoría - seminario menor diocesano - de Laguardia, Álava. Me llamó la atención, aunque no recuerdo haber hablado con él.

Más tarde, a mis cuarenta y tatos años, me paré con Don José un momento en la calle Ramiro de Maestu en Vitoria. Se animó la conversación, le invité a subir a casa, y allí hablamos largo rato. Me cautivó aquella conversación llena de humanismo, espiritualidad, fe y fervor en todo lo que decía. Lo he recordado después durante el resto de mi vida, aunque no nos hayamos detenido mucho rato en nuestras conversaciones posteriores. La conversación con los santos siempre cautiva.

Me enteré de su muerte un tanto trágica. Era el comienzo del verano del año 1998, el 15 de julio. Había él marchado con algunos compañeros a unas convivencias en la provincia de Alicante. En un rato de asueto, se descalzó y marchaba caminando por la orilla del mar en una playa. No había ningún peligro, las olas eran muy suaves, pero de manera súbita, allí mismo cayó para aparecer en la presencia de Dios en la eternidad, del Dios Padre que le robó el corazón desde su niñez.

El funeral se celebró en la catedral nueva de Vitoria. Lo iban a hacer, como todos en la cripta. Vicente Martínez de Cañas es el párroco de esta comunidad. Y él mismo me dice: "Por la mañana se celebró el entierro. Yo no pude acudir. Me avisó el vicario y me dijo: "Vicente, tendrás que preparar no la cripta, sino la catedral misma, porque abajo no van a caber. Son tantos los asistentes al sepelio que barrunto será una multitud quienes acudan al funeral esta tarde". Me resistí un poco, porque nunca - fuera de los casos de muerte por terrorismo - se había utilizado la planta alta del templo para un oficio de difuntos. El vicario me insistió y ya no dudé. Todo quedó dispuesto".

Yo acudí a aquella Misa. No era fácil entrar en la iglesia y hube de permanecer de pie. Era impresionante el gentío, a pesar de ser sábado y una soleada tarde de julio, no muy calurosa, que invitaba a no encerrarse en un templo.

SEMBLANZA

Había nacido José Macías en Basabe, el 25-3-1920. Sacerdote desde el año 1943. Canónigo de la catedral de Vitoria, responsable diocesano de la pastoral para sordomudos, capellán también del convento de la presentación, capellán los últimos años de la clínica Álava. Pero la mayor parte de su vida la dedicó a los seminaristas, como prefecto o educador.

Su vocación al sacerdocio brotó desde su más tierna infancia. Vivió su infancia en Tuesta (Álava); a la sombra de la parroquia románica más bella de la provincia. Cuentan que una tarde, correteando por las calles del pueblo se cayó e hirió en la lengua de tal manera que pensaban en lo peor. Entonces la madre le dijo al Señor: "Te lo ofrezco para sacerdote si se cura". Y sanó muy pronto. Y no hubieron de forzarle para ingresar en el Seminario, porque él mismo de una manera decidida y generosa eligió a esa edad tan temprana consagrarse al Señor. Fue seminarista bueno, movido, simpático, estudioso y muy piadoso. Lo suyo eran las cosas de Dios.

YA SACERDOTE

Y después de doce largos años de estudio celebró su primera Misa con fervor y marchó capellán a África. Más tarde a la parroquia de Villabuena y a Salvatierra. Pronto vieron su gran preparación y temperamento como educador de niños y jóvenes y se le asignó la grata tarea de formador en la preceptoría de la Laguardia. Era chiquillero. Gozaba hablando o jugando con los chavales. Era un artista. Y era un gran pedagogo. Ponía unas imágenes llenas de vida y colorido. Muy ocurrente, de muchos recursos. Sabía utilizar explicando la palabra exacta. Ninguno se le distraía. Atender en sus clases resultaba casi un recreo. Piadoso y cariñoso: todo en una pieza. Hombre de Dios y padre para los niños. La acogida de don José estaba llena de afecto. El joven cuando era atendido por el sacerdote José Macias, se sentía del todo importante, como con su madre o su padre.

Con los compañeros era leal, confiado, participativo. Los sacerdotes decían de él que emanaba algo como de santidad, de profunda humanidad. No sé qué tiene este hombre, decían. Sabía llegar al corazón de cuantos le trataban. Todos le querían por su sencillez.

El párroco de la catedral, Don Vicente, habla de Don José Macías con cariño, con ilusión, sin parar: "Era amigo para todos y sabía mantener toda amistad. Se llevaba a la gente de calle. Cuantos le trataban le admiraban; conectaba enseguida con cualquiera. Y qué gusto daba oírle predicar; siempre concreto, siempre desde su experiencia de fe y amor a Dios. Venía a celebrar a esta cripta, durante muchos años, los domingos por la tarde. ¡Cómo le atendía toda la gente! Y hay que tener en cuenta el poco caso se suele hacer a los sermones. Siempre comenzaba con un hecho de vida. Con esto ya había cautivado arrebatado la imaginación de los oyentes. Iba sacando conclusiones del Evangelio. Yo le escuchaba sin pestañear. Me gustaba su predicación. Su temperamento era muy vivo a pesar de la edad; siempre parecía joven".

Fue capellán o director espiritual de los sordomudos de Vitoria. Aprendió el alfabeto de ellos y lo manejaba de maravilla. Muchos años lo hemos visto celebrar estas misas llenas de devoción. Gozaba con ellos; era como uno más. Su virtud era la sencillez suma y el espíritu de servicio. Con ellos solía varios años peregrinar a Lourdes.

TESTIMONIO DE UN MAESTRO

Otra persona que admiraba mucho a Don José era Mariano Romero, porfesor de EGB. Así me decía: "Estuvo en mi colegio muchos años viniendo a explicar religión. Los chavales esperaban su clase con verdadera ilusión. Él agradecía que yo estuviera presente en el aula mientras explicaba. No se sentía coaccionado sino su espontaneidad era la misma que si hubiera estado solo. Todo los niños le atendían muy bien. Daba gusto oírle hablar de Dios. ¡Y qué agradecido era a todos los maestros! Dentro de la explicación, en cualquier momento me decía: "Mariano, ¿me echas una mano?" Sobre todo lo hacía cuando quería decir algo y no le venía la palabra o no se acordaba de algún detalle".

Preparaba a todos los niños muy bien para el cumplimiento pascual. Se veía que vivía lo que enseñaba porque lo hacía con mucho colorido, con mucha fe, con mucha unción - nos dice Mariano. Escribían su pecados los chavales en un papel para no olvidar nada. Luego lo leían cuando se confesaban uno por uno. Después eran quemados los papeles. Los niños se daban así cuenta de que el perdón de Dios era total.

Cuando hablaba de la humildad lo hacía de un modo muy gráfico: "... Si no se me ve... si soy como un borrón negro dentro de la humanidad..."

Servicio, abnegación, pasar siempre sin darse ninguna importancia. Siempre uno más. Alababa todo lo bueno que hacíamos. Siempre uno se sentía importante junto a él.

Su voluntad estaba puesta en Dios y su corazón en el Cielo. No hemos podido profundizar en su vida interior. Hubiese sido muy interesante. Pero una persona como él, a la fuerza ha de llevar una comunicación con Dios diaria en la oración. Yo lo veía todos los años, sin dejar uno, en la procesión del Corpus; muy recogido; muy consciente de la presencia de Jesús entre nosotros. Que desde el Cielo ahora interceda al Señor por la santidad para su compañeros los sacerdotes. Nosotros desde aquí también lo pedimos ayudados de su intercesión. Señor, dadnos sacerdotes santos, obispos santos, almas consagradas santas; te lo pedimos por medio de tu Hijo y que haga también desde el Cielo palanca don José Macías. Tenemos la gran esperanza de que está con el Señor.

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

XI

JOSÉ MARÍA PÉREZ LERENDEGUI

Hace pocos días todavía, y de forma repentina, el 30 de mayo del 2006 entregaba su alma al Señor con casi 88 años, Don José María Pérez Lerendegui. Lo conocimos por los años cincuenta, cuando joven todavía, accedía al Seminario de Pamplona como prefecto de disciplina de la facultad de Filosofía. Siempre sonriente, su rostro inspiraba bondad y confianza. Pronto nos ganó a todos los alumnos. Se nos hacía imprescindible. Le llamábamos con cariño "El Curica".

Nació el 19 de septiembre de 1918 en Pamplona. Fue ordenado sacerdote por don Marcelino Olaechea el diez de junio de 1943. Tuvo pocos nombramientos parroquiales: Urzainqui y Olagüe; después Muniáin de la Solana. El año cincuenta y uno vino al Seminario de Pamplona. Después fue canónigo y capellán de monjas.

Durante el tiempo de formación ha sido, a mi manera de ver y de otros muchos, el mejor entre los mejores, y esto teniendo en cuenta que casi todos nuestros formadores eran personas de categoría humana y espiritual.

De él afirma Francisco Macaya "Que era un poco miedoso, puede ser, pero poseía un gran amor a todos nosotros y se preocupaba, no sólo de palabra, sino de obra. Hemos perdido a un santo sacerdote. Que el Señor lo tenga en su gloria". De él asegura José María Buzunáriz: "Tuve la suerte de haber estado con Don José María hace poco más de un mes. Me pidió permiso para fumar un cigarrillo, y me dijo que fumaba tres diarios. Lo vi físicamente muy bien, por eso su muerte me ha sorprendido pero sobre todo me ha apenado. Tú y yo lo quisimos mucho y él quiso a todos. Practicó sobre todo el amor evangélico. Considero su existencia más que útil en el mundo moderno del sacerdote que va por la vida repartiendo amor, consuelo y esperanza".

Él nos abrió los ojos a toda la reforma litúrgica que estaba ya pujante en la década de los cincuenta. Gozaba con la liturgia, gustaba de la liturgia, amaba la liturgia porque nos pone en contacto muy íntimo con la Divinidad. Era un intelectual en el mejor sentido de la palabra. No se dedicó a escribir libros, pero la lectura espiritual era el gozo de su alma y sabía contagiarnos esta sana afición. Nos infundió siempre el amor a Jesús. Le quería mucho y apreciaba de una manera especial la humanidad de Jesucristo al estilo de Teresa de Jesús. Nos inculcaba siempre las virtudes humanas, no sólo las cristianas.

Se distinguía por su humildad y vivía esta virtud como algo espontáneo, como sin esforzarse, pero sus trabajos le tuvo que costar el verse en ocasiones semi marginado por algunos que debieran haber aprendido de él.

Cuando nos angustiaba cualquier problema nos acercábamos a Don José María para desahogar nuestra alma. Siempre estaba dispuesto a escucharnos; nos acogía con total amor, como un padre, como el hermano mayor. Oía, oía sin pestañear y luego hablaba con una bondad y comprensión tales que uno pronto se olvidaba de sus cuitas y salía de su despacho reconfortado. Cada uno de nosotros cuando estábamos con él nos daba la impresión de ser nosotros lo más importante, el hijo muy amado. Nos sentíamos queridos y comprendidos. Mucho se sacrificó por solucionar innumerables problemas de tipo psicológico y económico en aquellos años en que todavía no había comenzado el plan de desarrollo.

Pasó a acompañarnos también a la Facultad de Teología. Gozaba mucho cuando nos veía acercarnos a las Órdenes Sagradas. Sufría cuando algunos abandonaban los estudios en los últimos años, pero nunca se interfirió en sus conciencias ni pretendió "barrer para casa". Era muy respetuoso y comprensivo. Incluso me consta que a más de uno ayudó después a hacer frente a la vida. Yo creo que todos acudíamos a él para pedirle consejo, para desahogarnos, para confiarle nuestros problemas de todo tipo.

Tuvo que sufrir mucho, cuando en tiempos postconciliares lo trasladaron del Seminario. Porque para don José María era el seminario no sólo su hogar, sino sobre todo su familia. Se acomodó muy pronto al nuevo género de vida. Llevó por vías del espíritu a cantidad de jóvenes seglares y de la Milicia de Santa María. Fue para todos el director espiritual genuino. Aunque no he llegado a conocer a fondo esta época de su vida, sí me consta que fue altamente productiva para la viña del Señor. El Arzobispo en aquella época, como para premiarle tanto desvelo a favor de los seminaristas lo nombró canónigo de la Santa Iglesia Catedral. Tuvo el cargo de Chantre. Trabajó mucho para ir dignificando más el culto en la misma. Incluso escribió el Misal Romano de la Iglesia en Navarra.

Durante toda su existencia sacerdotal luchó entre dos tendencias que llevaba muy en su corazón: la vida contemplativa y la vida activa. Es verdad que cumplió siempre a la perfección aquello de "entregar a otros el fruto de las cosas contempladas", pero quiso más: probó su vocación entre los benedictinos y los cistercienses. A todos nos parecía que ya estaba decidido el nuevo rumbo que iba a tomar su vida: el císter. Pero después de varios meses de prueba de permanencia en la Oliva, regresó de nuevo a su vida apostólica en su ciudad de Pamplona.

En esta nueva etapa fijó su domicilio en la residencia sacerdotal del Seminario. Allí parecía estar en su gloria. Recordaba los años pasados en esta mansión clerical, pero ya sin añoranza, porque la vida contemplativa podía realizarla allí, sin olvidar nunca la actividad siempre fecunda. Desde aquella atalaya evangelizaba de una manera muy sencilla. Eran muchísimas personas quienes dirigían su espíritu con él, de viva voz o por escrito. Fue un buen consejero y líder religioso que predicaba con el ejemplo. Por aquellos tránsitos y claustros del Seminario lo veíamos pasear con el rosario en la mano en pleno recogimiento. Su modesta habitación era como un lugar sagrado y gozo de su vida; por algo nos solía decir "cella continuata dulcescit". Y el Sagrario de la capilla era también sitio donde dedicaba horas a la oración. Yo lo visitaba de vez en cuando y siempre lo encontraba leyendo algún libro enjundioso de Teología desde donde elevaba su oración a Dios.

Su funeral, el 1 de Junio en la Catedral Metropolitana, fue muy concurrido de sacerdotes, pues era muy apreciado como hombre de Dios. Hace un mes, me habló para interesarse por mi salud, y yo tenía intención de visitarle en el mes de Julio; no ha podido ser. Dispuso lo enterraran en La Oliva; su ideal era ser monje del císter. También dejó al monasterio su biblioteca, en gran parte de espiritualidad. Dedicaba al día muchas horas a la oración y lectura espiritual. Lo encomendamos, pero sobre todo que él pida desde Allí al Señor por nosotros.

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

XII

EL PADRE CÁNDIDO ARBELOA

Se trata de un jesuita del siglo XX. Para hacer una semblanza de este hombre santo no acudo a ninguna fuente. Tan solo a mis recuerdos de los años cuarenta, cuando todavía yo no llegaba a ser adolescente. Todos le llamábamos, el P. Arbeloa. Era el director espiritual del Seminario Mayor de Pamplona, o sea de los Filósofos y de los Teólogos. Tenía fama de santo entre todos.

Su porte exterior me sobrecogía; daba la impresión de que siempre caminaba en la presencia de Dios. La veneración de los seminaristas hacia él era grande. Se le escuchaba con suma atención porque vivía lo que predicaba.

Escribió varios libros para el servicio de almas creyentes y devotas. Sus dos grandes amores eran la Eucaristía y la Virgen María. Entre los seminaristas pequeños y las almas sencillas calaban los "Sábados Populares". Fomentaban el amor y la confianza en María. No sé de dónde pudo sacar tantas narraciones de milagros y gracias obtenidas a través de la oración a Nuestra Madre la Virgen. Otro libro suyo también muy leído era "Domingos eucarísticos". Lleno de amor a Jesús Sacramentado tanto en la Misa y Comunión como en el Sagrario.

Era muy amigo de la lectura espiritual. Solía decir que a su juicio llegaban a la santidad las personas tanto o más por la lectura espiritual que por la misma oración. Y lo razonaba: la lectura espiritual lleva y alimenta la misma oración.

Cuando lo conocí era ya anciano. No me tocó como padre espiritual en mi estancia del seminario mayor. A pesar de ello lo considero como un sacerdote ejemplo de vida cristiana, lleno de celo y amor a Dios. Hizo mucho bien directa e indirectamente. Falleció en la década de los cincuenta. Su memoria perdura en todos los sacerdotes de la diócesis de Pamplona de aquella generación.

José María Lorenzo Amelibia . Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

XIII

GERMÁN ALDAMA

I.- SU MISA

UNOS DATOS BIOGRAFICOS DE DON GERMAN

Conocí a D. Germán Aldama y le oí predicar. Tenía fama de santo en vida. Fue coadjutor en Sestao cuatro o cinco años. Lo enviaron de párroco a Apellániz, como desterrado en 1952, y permaneció allí diecisiete años como otro cura de Ars. Cuando yo estaba párroco en Galbarra se oía allí su fama de santo y le visitaban muchísimos para pedirle consejo o confesarse. Eran famosas las excursiones desde Sestao con numerososos autobuses a lo largo del año. Desde 1968 hasta su muerte, en 1994, permaneció en Begoña, la mayor parte del tiempo como coadjutor. La gente le apreciaba como santo. En su confesonario había siempre personas esperando turno. Era el hombre de la sonrisa y del amor. Nació en Vitoria en 1918. Murió en Bilbao en mayo de 1994.

Solamente recuerdo un contacto personal con él. Hacia 1974, acudí al funeral de un pariente en "Las Hermanitas de los pobres" de Vitoria. No sabía quién lo celebraba. Yo nunca había oído ni después he oído predicar así. Le dije a mi madre y a mi esposa: este hombre es un santo o un comediante de primera. Voy a felicitarle. Y entré en la sacristía. Pregunté allí a una monja quién era. Me contestó que Don Germán Aldama. - ¡No me extraña, le repuse, por algo tiene fama de santo. Estuve con él dos o tres minutos. Le felicité. De verdad que noté algo sobrenatural en él. Le dije quién era yo con el temor de que no me hiciera caso por ser sacerdote secularizado. El me abrazó; me dijo que fuera algún día por Begoña que hablaríamos. Luego entró a la capilla a dar gracias. Han pasado veinticinco años desde entonces y me sigue impresionando su figura, su misa, su predicación. Nunca he oído hablar así.

SU MISA ERA LA DE UN SANTO

He leído recientemente la biografía "Germán Aldama, un nuevo cura de Ars". Impresiona su vida llena de entrega A Dios y a todos cuantos entraban en contacto con él. Me fijo ahora en su fervor eucarístico. Son varios los testimonios de quienes le conocieron y trataron:

- Fue para él la Eucaristía fuente y cima de vida cristiana. Simplemente el participar en su Misa ya sobrecogía de fervor. Cuando decía: "Ten misericordia de nosotros", lo pronunciaba de tal manera que miraba a la gente y todos quedaban como bajo el perdón y misericordia de Dios.

- Diciendo la Misa parecía que no era de este mundo... No parecía terrestre.

- La celebraba con tal fervor que elevaba y unía al Señor, pues hasta su voz potente te ayudaba a recogerte.

- Transmitía su vivencia eucarística. Hasta me atrevo a afirmar que se transfiguraba, se "gastaba", se "desvivía". Jamás caía en la rutina. Su estar en el Altar, su mirada, su eterna sonrisa y su finura al distribuir la Sagrada Comunión comunicaba a los fieles una fe desbordante, un alegría íntima, una paz que dejaba a todos embelesados. Se daba todo entero, en cuerpo y alma, desde que salía de la sacristía hasta que regresaba.

En 1991 nos dice un joven sacerdote que estuvo en una Misa de Don Germán en la Parroquia de San Miguel de Vitoria durante las fiestas de La Blanca: - Aún más que su predicación me ha llamado la atención su manera de celebrar la Misa. Yo no pensaba que se podía decir la Misa así. Ha sido impresionante. Nunca he visto a un sacerdote celebrar la Misa como a Don Germán. No exagero; parecía que estaba viendo al Señor en la Eucaristía. Miraba a la Sagrada Forma con un cariño infinito. Al terminar la Misa estaba sudando. Yo creo que ponía un esfuerzo enorme para celebrar la Misa tan bien.

- No solía pasar de media hora. ¡Qué hermoso verle celebrar! Si a mí me dijeran que Don Germán veía al Señor, mientras celebraba la Misa, diría: No me extraña.

- Dejó huellas santas en nosotros. No recuerdo a ningún cura que diera la Comunión como lo hacía D. Germán.

- El Sagrario atraía a Don Germán de una manera irresistible. Recuerdo los grandes ratos que permanecía a solas con el Santísimo, arrodillado en un reclinatorio, a veces con los brazos en cruz, después de un día de actividad intensa y sensiblemente agotado, al punto que en ocasiones se quedaba dormido en esa postura.

- Nunca descansaba hasta después de una larga oración en silencio y soledad. Permanecía ante el Sagrario hasta altas horas de la noche.

- Respirar a Dios era para Don Germán una necesidad vital. El mismo decía algunas veces: "Estar uno delante de Dios es la felicidad".

Estas notas están tomadas del libro "Germán Aldama. Un nuevo cura de Ars", de Antonio Villarejo. BAC popular.

II .- PRIMEROS AÑOS DE SACERDOCIO de Don Germán

RECORRIENDO EL CAMINO DE DON GERMÁN ALDAMA

Pensamos que D. Germán Aldama puede ser el tercer santo de la parroquia de San Pedro de Vitoria. Estudió la carrera sacerdotal en el Seminario de su misma ciudad con notas justas; no era una lumbrera; le costaban los estudios, pero pasaba bien los cursos. Ya desde joven se le veía con carácter efusivo, humilde y nada amigo de grandezas. Se preparó para ser el servidor de todos. Nunca se enfadaba. Era un alma angelical. Cumplidor fiel del reglamento durante sus años de formación. Piadoso, pero sin ñoñerías. Siempre tenía sobre su mesa una fotografía de su padre.

El 27 de junio de 1943 fue consagrado sacerdote. Parece que le pusieron alguna pega antes de ordenarle; él le dijo al obispo que deseaba ser cura para ayudar a los pobres; cosa que cumplió durante toda su vida, ¡y de corazón!

Su primer destino fue Lezama, con los agregados de Inoso y Astobiza, en Alava cantábrica. Estaba allí de coadjutor. Pasaba ya en su primera parroquia muchas horas en presencia de Jesús sacramentado, de rodillas. Abría muy temprano la iglesia. Practicaba la penitencia cruenta de cilicios y disciplinas. Visitó en su único año de estancia todos los numerosos caseríos. Hacía el recorrido mansamente y en silencio, en íntima conversación con Dios, autor de aquella naturaleza de montes frondosos.

Afirmaban los vecinos del pueblo que su hermana no le podía comprar unos calcetines, porque desaparecían al día siguiente. Germán los daba a cualquier familia necesitada. Era inútil comprarle un par de zapatos, porque no le duraban en casa 24 horas. Su hermana - dicen - solía afirmar que resultaba muy difícil vivir con un santo. Era de todos querido y admirado. Lo recuerdan como un sacerdote que pasaba mucho tiempo rezando en la iglesia; se quedaba sin ropa porque la daba; se desprendía de todo; hasta de las sábanas.

FUE NOMBRADO COADJUTOR DE SAN PEDRO DE DEUSTO

El segundo año de su sacerdocio fue trasladado a Deusto. Todos los chavales eran amigos de él; tenía un carácter alegre. Lo recuerdan como un cura lleno de paz y siempre sonriente. Les dio mucha pena cuando lo mandaron a Sestao. Le hicieron un homenaje al salir. "Rece por nosotros, le decían, porque lo necesitamos".

SESTAO IMPRIMIO CARACTER EN DON GERMAN

Tenía 27 años y todo el vigor de su juventud cuando entró en esta parroquia obrera como coadjutor. Por aquel entonces había en el lugar pobreza en abundancia, e incluso miseria en algunas partes. Pronto conoció a la numerosa feligresía; a todos llamaba por su nombre. No había rincón ni portal, ni callejuela o barrio que él no conociera. Vieron en él un hombre de fe y coraje; lleno de fuerza interior y de personalidad. Al mismo tiempo de oración profunda y de total compromiso.

Enseguida advirtió las enormes tensiones que allí había, producidas por la gran penuria económica de los habitantes. Se puso desde un principio junto a los más pobres y débiles. En los bares se hablaba de él; llamaba la atención su sonrisa y su acercamiento a todos. A todos saluda; se paraba a hablar con la gente. Parecía hombre conocido desde el principio. Se enteran de que es el mayor de nueve hermanos; de su educación y de sus estudios.

Estas notas están tomadas principalmente del libro "Germán Aldama. Un nuevo cura de Ars", de Antonio Villarejo. BAC popular.

III .- GERMAN ALDAMA

VARÓN DE DOLORES

VARÓN DE DOLORES

Aprendió en su carne que, cuando el dolor llama a la puerta de la vida, la casa debe estar abierta de par en par. De salud siempre anduvo mal, pero nunca estuvo en cama por ello. Tenía muchos dolores que muchas noches no le dejaban dormir. Cuando le decía alguien que iba a pedir al Señor que se los quitara, le replicó Germán: "Pídele que no pierda el sentido del humor".

- ¿Qué tal, don Germán?

- Fastidiado pero contento (respondió).

En sus años jóvenes sufrió mucho del oido. Hubieron de operarle; hacerle la trepanación, que tanto asustaba en aquellos tiempos. Y nunca se curó del todo; siempre le causó sufrimiento el oído.

Vivía alegre y feliz en medio de sus desgracias que fueron muchas.

Las enfermedades le acompañaron siempre. No pudo ir al funeral de su madre Valentina por hallarse por hallarse ingresado en el hospital de Vitoria.

De hernia le operaron seis veces. En su ancianidad, de corazón; de joven le hicieron la trepanación para curarle el oído, pero no lo consiguieron, pues le dio problemas durante toda su vida.

Tuvo siempre una caligrafía excelente, pero a raíz de un infarto perdió su posibilidad de escribir. Su salud fue precaria durante toda su vida, pero en sus últimos años todavía se resintió más. Se planteó la necesidad de ser operado del corazón; y siempre estaba sonriente. Nunca se se le oyó quejarse de su situación dolorosa.

Experimentó la cruz en forma de calumnias, enfermedades, disgustos, incomprensiones no exentas de ramalazos irónicos; pero él aceptó su realidad sin amargura.

Llama la atención e impresiona la aceptación y paz con que asumía todas las pruebas que la Providencia le enviaba. Durante sus estancias en clínicas y hospitales mostró actitud solidaria con todos los enfermos.

SU MUERTE SANTA

En mayo de 1993 ingresó en "Las Hermanitas de los Pobres" junto con Lucía y Marta, sus dos fieles. Fue por entonces cuando dijo: "Quiero, en estos últimos años de mi vida, mostrar a todos la bondad de Dios". Permaneció en aquella casa alrededor de un año. En una carta había dicho: "El día feliz de mi muerte seré examinado en la asignatura del amor. Tengo miedo a todos los exámenes de este mundo. En aquél estoy deseando examinarme. Y sacaré sobresaliente".

Y aquel año fue como el noviciado que le preparó para entrar en la casa del Padre. Los últimos días de su vida no pudo hablar, pero estuvo atendido hasta sus últimos momentos en que entregó su alma al Señor. El 16 de mayo de 1994 a las 5,30 de la tarde.

Esta oración la repetía Germán con mucha frecuencia; la llevaba en el breviario en un funda de plástico: "Señor, estoy viendo a muchos morir, sin saber que se mueren. El accidente, los infartos, las anginas de pecho van proliferando. Claro está que hace tiempo acepté, de una vez para siempre, la muerte y su forma de presentarse. No sé cómo me llegará, pero sí sé que un día, no tan lejano, llegará. Pero déjame pedirte un favor: saber que me muero. No te pido una muerte retorciéndome de dolor. Quizá no sea valiente. Pero quisiera renovarte mi ofrenda, que te vengo haciendo cada mañana y más veces cada día. Quiero poderte decir, a sabiendas de que te lo digo: "Hágase en mí, según tu palabra", de tu Madre y mía, y el "a tus manos entrego mi vida con que te despediste de tu vida mortal.

De todas formas te lo digo ahora para cuando mis labios callen sin fuerza para hablar, y mi corazón entre en el más profundo de los silencios afectivos: quiero amar desde ahora a quien me ofende, o me hiere, por si en el último momento no puedo repetir tus palabras de perdón.

Quiero sufrir ya hoy con alegría, por si en el último trance no acierto a sonreír... Pero si es posible, Señor, dame la gracia y el consuelo de poderte decir: "Aguardaba este momento, todo está cumplido". Mal que bien, más mal que bien, pero "a tus manos, Señor, confío mi vida"; y entregarte mi existencia terrena a conciencia de que es así como se debe hacer. Y si aquel día he de confiarte mi vida, déjame confiarte mi muerte, Señor. Amén. Aleluya".

"La muerte es el dulce carro que viene por mí para llevarme a casa". "Ven, Señor, para llevarme a Casa en el dulce regazo de la muerte."

Estas notas están tomadas principalmente del libro "Germán Aldama. Un nuevo cura de Ars", de Antonio Villarejo. BAC popular.

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

Nota 2. Tan sólo he incluido aquí tres capítulos de Don Germán Aldama de los que salieron en "Mística" en su tiempo que fueron nueve.

XIV

MANUEL GARCÍA NIETO EN LA CRISIS POSTCONCILIAR

Tan sólo aquí incluyo este capítulo del P. Nieto que está completo en mi sección de libros

DATOS BIOGRAFICOS

El padre Manuel García Nieto nació en Macotera (Salamanca - España) el año 1894. A los 14 años ingresó en el Seminario de Salamanca. Ordenado sacerdote en 1920, ejercitó durante seis años el ministerio parroquial en Cantalapiedra y en Santa María de Sando, imitando en su oración, penitencia y celo al Cura de Ars. Desde su entrada en el Noviciado de los Jesuitas en 1926, su alma se imbuyó en un amor ardiente a la persona de Cristo. Fue destinado a ser Padre Espiritual de los seminaristas de Comillas, donde pasó su vida religiosa hasta su muerte en 1974. Su alma vivía durante el día unida a Dios con una oración que se prolongaba durante buena parte de la noche junto al Sagrario. Mereció que le llamaran el padre de los pobres, porque vivía para sus seminaristas y para sus pobres. Extremadamente duro consigo mismo, penitente al estilo de San Pedro de Alcántara, era acogedor y comprensivo con todos. Muchos definen al P. Nieto como uno de los mayores santos del siglo XX.

NIETO EN LA CRISIS POSTCONCILIAR

Nos parece inseparable la marginación del P. Nieto y la crisis postconciliar. Es verdad que muchos, la gran mayoría a la hora de la sinceridad, aunque no le seguían, le admiraban. Pero preferían que se empolvase en el desván de los santos. Nieto pedía el auxilio del Señor. ¡Qué altura de miras! Muchos hubieran querido de él en aquellos años de crisis tan profunda que se hubiera pronunciado más claramente en contra del modo de interpretación que se estaba haciendo del Vaticano II. El prefirió callar, y nunca tomó parte en las públicas protestas de aquel sector del clero. En este terreno nadie lo marginaba. El mismo se automarginó. Afirmaba la gran esperanza que mantenía en el futuro de la Iglesia.

Por aquellos tiempos decía en plan confidencial: "Existen muchas reuniones pastorales, pero luego no se habla con Dios ni antes, ni después. No hacen oración. Para él la crisis era doble: de fe y de amor. Y aseguraba: "Fe aún queda algo; pero ¿amor a Dios? Hoy está en baja por falta de oración y trato íntimo con Dios. El Señor permite este confusionismo para un bien mayor." Supo mantener el optimismo en la esperanza de la asistencia de Dios que vela por su Iglesia.

Los años finales de su vida le tocó de lleno vivir la crisis posconciliar de España. Aquel que en Comillas fue durante más de seis lustros el Director Espiritual que santificó a centenares de seminaristas, a constelaciones de santos, fue marginado en su máxima ilusión de forma diplomática.

Habló con el Padre Arrupe, General de los Jesuitas, y le llegó a decir: "Son muy hermosos los documentos de la Compañía y los de usted, pero si los superiores no vigilan y urgen su cumplimiento, todo será papel mojado."

No dudó en firmar un documento dirigido al Papa, en el que se le pedía que interviniera como superior máximo de la Orden para solucionar conflictos internos dentro de la Compañía de Jesús.

Se supuso que de él era un artículo escrito en la revista "¿Qué pasa?", donde se denunciaban abusos litúrgicos cometidos por algunos sacerdotes durante los cursos de verano de Comillas. El afirmó que no era el autor. Pero dijo estas palabras: "Yo creo que cuando hay alguna cosa que no está bien, es una obligación el acudir al superior e insistir. Pero estas publicaciones, y toda especie de manejos eso no es conforme al espíritu; una vez que uno ha puesto los medios legítimos, hay que dejarlo en manos de Dios, pero nunca emplear medios como éstos; eso no es del buen espíritu".

No debemos olvidar que lo realmente importante a la hora de la verdad, es poner todos los abusos en conocimiento del superior legítimo. Es un deber de conciencia.

Nieto murió de forma parecida a Jesús: en la noche del Viernes al Sábado Santo, con el mismo ahogo del crucificado: en profunda soledad.

El recuerdo de estos hechos del Siervo de Dios produce en el alma tal emoción que hasta deseamos a veces encontrarnos marginados para parecernos más a Cristo.

Hoy la causa de su beatificación avanza. Y el P. Nieto desde el cielo bendice e impulsa la campaña nacional en favor de la santidad de los sacerdotes. Lo que fue la ilusión de su vida en este mundo ha de llegar con su ayuda e intercesión ante Dios.

Nota: Las fuentes de información sobre el P. Nieto las tomo principalmente del libro "El P. Nieto" de Benigno Hermández y del testimonio de antiguos alumnos de Comillas.

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

XV

MARTÍN LARRÁYOZ GRAN EDUCADOR EN EL AMOR A LA VIRGEN

Algunos datos biográficos

El 20 de abril del año 1991, a los 74 años, dejaba este mundo Don Matín Larráyoz Zarranz. Sacerdote muy virtuoso y gran ejemplo de educadores en la fe a los ojos de muchos. Hombre que trabajó y se deshizo por conseguir un aumento de la santidad y de cualidad humana en los futuros sacerdotes; durante loa años 1947 a 1955 desempeñó el cargo de Vicerrector del Seminario de Pamplona. Creo que nunca habrá habido otro vicerrector con mayor prestigio. Más años siguió como profesor. Era un hombre intelectual y virtuoso, un gran corazón dentro de una formación rígida que entonces se estilaba. Había nacido el 13 de abril de 1918. Disfrutaba de una inteligencia poco común y de una memoria excelente. Su dedicación principal fue la formación de la juventud, sobre todo de seminaristas. Los últimos años de su vida, cuando la mayor parte de las personas disfrutan de una merecida jubilación, fue párroco de una diminuta feligresía próxima a Pamlona, Sarasa.

DON MARTIN LARRAYOZ EDUCADOR EN EL AMOR A LA VIRGEN

El pasado día 20 de abril dejaba esta vida el sacerdote de Pamplona Don Martín Larráyoz: Don Martín, por antonomasia, para todos cuantos fuimos sus discípulos.

Fue vicerrector del Seminario de Pamplona en los mejores años de la diócesis. Mucho sabía él de todo. Hombre inteligente, intelectual, educador y sobre todo hombre de fe recia.

Su prestigio personal y su sabiduría hacían que todos le mirásemos como modelo a imitar. Un consejo suyo en materia de formación nunca caía en saco roto, porque él nos lo había enseñado primero con el ejemplo.

De él partió la iniciativa de los sábados de mayo como obsequio a la Virgen en el seminario menor.

Nos reunía al atardecer en torno a una imagen de Santa María la Real en la amplia sala contigua a la capilla o en el jardín, si el tiempo era agradable. Allí intervenían tres seminaristas: uno recitaba la poesía a la Madre, otro nos comunicaba hechos de amor a la Señora, el tercero contaba algún ejemplo admirable, para que todos aprendiéramos a confiar en la Virgen. Después, en aquel grupo de más de doscientos adolescentes, venían las intervenciones voluntarias para sugerir obsequios y pequeños sacrificios en honor de nuestra Señora. Siempre decía Don Martín las últimas palabras. Siempre calaban muy hondo en nosotros.

Estoy seguro de que entre aquellos seminaristas, hoy sacerdotes o padres de familia, ninguno ha olvidado el amor a la Virgen. Todos lo seguimos inculcando en nuestra relación con los hijos o feligreses. ¡Don Martín, tu antorcha mariana la has dejado en buenas manos!

Estimulaba también nuestro vicerrector el afecto a la Virgen por otros cauces: nos convertíamos en mayo, gracias a él, en pequeños trovadores de nuestra Señora. Cada uno, libremente, redactaba poesías, que luego eran expuestas en la cartelera junto a estampas de advocaciones marianas. Era tal la ilusión despertada en nosotros, que el panel quedaba muchos días desbordado y habían de aparecer nuestros poemas por la pared, ocupando varios metros cuadrados.

No se reducía al mes de mayo su influencia mariana. Durante todo el curso y en las vacaciones nos animaba hacia el amor de la Madre. El oficio parvo era recitado, gracias a su consejo, por gran parte de los alumnos. Y los primeros sábados de mes y el rosario mientras marchábamos en filas, también fueron práctica nuestra y consejo de nuestro vicerrector.

Bendito Don Martín que supo inculcarnos una devoción entrañable a la Virgen desde aquellos años lejanos.

Largo sería recorrer otros aspectos de su tarea educadora ejemplar. Desborda las posibilidades de un artículo breve. Baste decir que nos hemos quedado en un pequeña introducción de la labor educativa de este hombre de Dios y de María. Ojalá podamos en otra ocasión volver sobre ello.

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Únicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

XVI

PEDRO LEGARIA, FUNDADOR

Siempre he admirado a Don Pedro Legaria, aunque no lo conocí personalmente. Durante el tiempo de mi sacerdocio ministerial con frecuencia impartí Ejercicios Espirituales en las casas de oración de las Esclavas de Cristo Rey, fundadas por don Pedro Legaria. A juzgar por el fervor de estas religiosas, pienso que su fundador había de ser un hombre fiel y santo. De él quisiera ocuparme.

Así escribía él a sus 27 años, cura recién acuñado: "El día 24 de marzo de 1906 será para mi alma de recuerdos imborrables. Solo, pero con el corazón henchido de gozo, después de contemplar las lágrimas de cariño que mi ancianita madre vertía, salí camino de Murchante, mi querido pueblo, más querido que ningún otro. Forjaba planes por el camino; anhelaba con todo mi corazón trabajar mucho por llevar las almas al Corazón de Jesús, a la sagrada Eucaristía, a la Inmaculada. Éstas eran, aparte de otras, mis ilusiones más queridas. Gocé mucho en el camino, solito con mi Dios. ¡Cuánto quiero quererlo!"

Cuánta paciencia, perseverancia y cuánto amor habría de necesitar. Y don Pedro Legaria supo ser fiel al Señor que le robó el corazón.

Había nacido en Tudela de Navarra, España, el 2 de julio de 1888. Poco antes de Navidad del 1902 era ordenado sacerdote; después de unos años de coadjutor es promovido como párroco a Murchante, y el 1915 comienza a dar los primeros pasos como fundador de las Esclavas de Cristo Rey. Inaugura en Tudela el año28 la primera casa de Ejercicios Espirituales. Y hasta 1942 sigue en su querido pueblo, fecha en que se traslada definitivamente a su fundación en Tudela. Muere allí en 1956 a los 68 años, cargado de virtudes.

Don Pedro Legaria siempre trató de imitar a San Pío X que también fue varios años cura de pueblo. Seguía con alegría las directrices de este gran Papa. Todavía se conserva el retrato del Papa Sarto en la habitación que don Pedro ocupaba en Tudela.

Toda la actividad del P. Legaria queda resumida en esta frase que él mismo escribió como su ideal de vida: "Consumirme, agotarme en todo mi ser físico, intelectual y moral por la gracia de Dios y la salvación de las almas". En poco terreno, en la superficie que diseña un diámetro de cinco o seis kilómetros, se desenvolvió toda su vida sacerdotal. Un santo no necesita mucho terreno para santificarse; sí mucho amor.

El proceso diocesano de su causa de canonización está ya concluido...Tenemos intención de ir ampliando en otras ocasiones la semblanza de este gran hombre de Dios.

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

XVII

VENERABLE MADRE MARÍA GÜELL

No conocía a la madre María Güell, pero me pareció que merecía la pena conocerla. ¿Por qué? En el mes de mayo de este año 2001 estuve residiendo unos días en la casa sacerdotal de Cuenca (España). Me fijé de inmediato que aquellas religiosas tenían un "algo" de vida de piedad que traslucía profundidad, sencillez y simpatía; invitaba el ambiente, sin que echaran sermones, a ser piadoso, generoso y a preocuparse por nuestros semejantes. Un grupo de unas doce servían a una residencia de más de quince sacerdotes y más de treinta señoras, hermanas, madres y familiares de curas, que habían consumido en el servicio de ellos los mejores años de su vida. El nombre de la Comunidad: "Congregación de misioneras Hijas del Corazón de María".

¿Quiénes son estas religiosas? Son el producto de una vida santa y la unión después de muchas vidas santas. La fundadora, MARÍA GÜELL.

Nació María en 1848 en Valls, provincia de Tarragona. Contaba 14 años cuando tomó posición personal frente al porvenir. Una mañana, deja la casa paterna y marcha a Reus para hacerse religiosa de la Caridad, pero las hermanas creen que no es prudente su ingreso. Y ha de volver a su casa, acompañada de su padre.

Pasan el tiempo, y persiste su deseo de entrega al Señor, y a los 25 años profesa como religiosa de la Caridad. Desempeña su apostolado en el hospital Cerrera en Lérida. Pero la Providencia fue guiándola por otros caminos. Ayudada por el P. Francisco Naval, superior de los Misioneros del Corazón de María, funda lo que iba a ser la gran ilusión de su vida: Las Misioneras Hijas del Corazón de María. Tenía entonces 51 años.

En toda su existencia terrena, la madre Güell no tuvo otro deseo sino amar a Dios y transmitir ese ideal de amor a las personas que vinieron a formar parte de su familia religiosa. Y lo consiguió con la gracia de Dios, su ejemplo y estímulo. De tal manera que un siglo más tarde, en medio de la disipación y languidez de bastantes institutos religiosos, estas hermanas siguen siendo unas enamoradas de Jesús y de su misión en el mundo.

Siguió la madre Güell en el hospital de Cervera; inmoló su vida sirviendo y ayudando a los pobres y a los enfermos. Su ideal, aliviar el dolor humano en cualquier forma que se presentase; se detenía donde lo encontrara. Se daba cuenta de que lo que hacía con cualquiera, con Jesús lo hacía.

Una breve, pero dolorosa enfermedad paralizó su vida. Dios reclamaba para sí aquella alma justa. Su lucidez era perfecta, y cuando le llevaron al Señor en forma de viático exclamó: "Creo Jesús mío que estáis en el Santísimo Sacramento, tan lleno de gloria y de majestad como estáis en el Cielo. Os amo con todo mi corazón". Nueve días de sufrimiento agotador la llevaron al seno de Dios; tenía 69 años. Había dejado una semilla fecunda: las misioneras Hijas del Corazón de María. En sus últimos momentos exclamó: estoy contenta de haber consagrado mi vida a Dios y a la caridad".

MARÍA GÜELL NOS HA DEJADO UN CARISMA

Vivir el Evangelio en el ejercicio de la caridad con sencillez total, con humildad plena y a la luz y el ejemplo de la Virgen María. Ella solía decir: "Podemos y debemos hacer participar a los demás del don de la fe y dar instrucción cristiana".

EXPANSIÓN DE LA CONGREGACIÓN

El espíritu de la Congregación persiste vigoroso: amor a Dios y amor al prójimo. Y esto hecho con naturalidad y sencillez. Esta fundación se ha extendido no solo por Cataluña sino por otras regiones de España, de Europa y llega hasta Brasil.

PARA ENTRAR EN RELACIÓN CON ESTAS RELIGIOSAS:

Casa Madre: Misioneras Hijas del Corazón de María: c/ Mayor 107 25200 Cervera (Lérida) Tfno. 973. 530855 y Avda. Reyes Católicos 23 - 25 Tfno. 969. 220721 e-mail casasacer@arrakis.es

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

XVIII

MARÍA ROSARIO LUCAS BURGOS

María Rosario del Espíritu Santo

Hace pocos meses visité junto con dos amigos sacerdotes la Catedral de Cuenca con su museo. Entramos en él y pudimos admirar una colección de custodias ricamente ornamentadas. Al verlas nos vino este pensamiento: "¿No es una pena espiritual contemplar estas custodias con el viril vacío?" Todas ellas fueron creadas por orfebres para ser portadoras del Santísimo Sacramento. No sé durante cuánto tiempo, pero ahora no ostentan ya al Señor, sino sólo el arte.

Por la tarde del mismo día en el recorrido de la Ciudad, entramos en la iglesia de un convento de clausura, "Las esclavas del Santísimo Sacramento y de la Inmaculada". Allí permanecía expuesto Jesús en la custodia. Una religiosa de rodillas adoraba al Señor. Nos informaron después de que el Santísimo está allí las veinticuatro horas del día, y siempre hay una monjita en adoración.

La Fundadora De La Congregación De La Esclavas Del Santísimo Sacramento Y De La Inmaculada

Me interesé por esta congregación religiosa, desconocida hasta entonces para mí y me dirigí al torno. Allí me atendió una religiosa que trascendía amor eucarístico. Ella me habló algo de la fundadora, María Rosario del Espíritu Santo Lucas Burgos y del sacerdote jesuita P. Aldama que le ayudó en la fundación. Hoy me ocupo de María Rosario, esta gran alma loca por la Eucaristía, al estilo de Santa Micaela del Santísimo Sacramento, del P. Nieto, del beato Don Manuel González y de otros santos de gran talla. Fundó la congregación de la Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Inmaculada; uno de esos conventos, el que visitamos está en la Ciudad de Cuenca, en España.

"¡Mis ojos están fijos en el Señor!" Esta frase del salmo 122 podía resumir la vida de nuestra María Rosario Lucas.

Nació en Almería en febrero de 1909, poco después sus padres la llevaron a Melilla, donde su razón se abrió muy pronto a Dios. Ella dice que a los tres años "el Señor sembraba en su corazón la semilla de la vocación eucarística; disfrutaba desde su más tierna infancia cuando veía incensar al Santísimo Sacramento. Pero fue el día de su primera Comunión, a los 10 años, cuando obsesionó su espíritu el ver los sagrarios abandonados. Las ideas de don Manuel González daban fruto abundante en esta alma privilegiada. En los recreos del colegio visitaba a Jesús, pues "Él estaba solo y tenía que irse a sus pies".

Se Hace religiosa

En Málaga hizo sus estudios de enseñanza media, y a los trece años tomó la firme resolución de ser religiosa para adorar noche y día al Señor. Años más tarde busca Instituto donde poder realizar su vocación, y ninguno responde al ideal que Él ha puesto en su corazón. Aconsejada por el Director Espiritual del Colegio, opta por ingresar en las R R. de la Sagrada Familia donde se educaba, con la esperanza de ser destinada a la Casa de las Solitarias en Burdeos, donde tienen el Santísimo Expuesto en acción de gracias por un milagro ocurrido allí al principio de la fundación. Ingresa como Postulante en Hortaleza - Madrid, el 1 .o de marzo de 1928. Toma el Hábito el 26 de septiembre del mismo año. Hace los primeros Votos en 1929, y la Profesión perpetua en 1932.

Mas, los designios de Dios sobre ella son otros. Pasados unos años, en los que se suceden diversos acontecimientos que van marcando otros caminos, no sin antes reflexionarlo serenamente ante el Señor y debidamente aconsejada, deja la Congregación de la Sagrada Familia, a la que, no obstante, guardará siempre inmenso agradecimiento y cariño.

FUNDADORA LLENA DE AMOR EUCARÍSTICO

A finales del año 1943 da en Málaga los primeros pasos para la fundación de una Obra dedicada a la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento. Es aprobada como Pía Unión en 1944 por el Sr. Obispo de Málaga, que, nombrado Arzobispo de Granada en 1946, en el aprecio y estima que profesa a la Madre ya la Obra, desea se establezca en su nueva diócesis la pequeña Comunidad. La Madre accede a su deseo y petición; y en 1947 se trasladan a Granada todos los miembros de la Pía Unión, donde quedará erigida como Congregación Religiosa de Derecho diocesano mediante decreto de 15 de septiembre de 1948, celebrándose solemnemente el acto de la erección canónica el 7 de octubre, fecha en que hacen públicamente los votos religiosos perpetuos la Madre Fundadora y los primeros miembros del Instituto de Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Inmaculada.

Atraídas por el ideal contemplativo, en su doble aspecto de Eucaristía y esclavitud mariana, se multiplican las vocaciones, y muy pronto se suceden nuevas fundaciones por el trabajo incansable de la Madre: Cuenca en 1949; Cáceres en 1951; Gerona y Salamanca en

1952; Orense en 1955; Jaén en 1956; Ferrol en 1958; y Córdoba 1959, última fundación que realizó la Madre.

Breve Semblanza De María Rosario

Dotada por Dios de cualidades naturales sobresalientes, formó su carácter entero, recto y sencillo en la meditación constante del Santo Evangelio. En él forjó lo mejor del espíritu de su Instituto, cuyo lema "Amor Inmolación" fue el compendio de su vida.

Profesó una devoción profunda a Nuestra Señora, gozándose siempre en su entrega filial a Ella.

El dolor y la cruz, que ya desde su infancia y adolescencia empezó a experimentar la M. Rosario y le dieron ya en aquellos primeros años hondura y profundidad, seguirán marcando su vida, y muy especialmente los años en que lucha y trabaja para llevar a cabo

y salvar entre dificultades y sufrimientos, la Obra que el Señor le había encomendado en la tierra.

Dio siempre ejemplo de heroicas virtudes, sobresaliendo el espíritu de fe, la confianza ciega, el amor ardiente a Dios, la caridad maternal para con todas sus hijas y la extraordinaria fortaleza de ánimo en todas las pruebas y sufrimientos que el Señor le enviara, ya pesar

de las gravísimas enfermedades que siempre le aquejaron

El Padre Aldama le ayuda

Dificultades serias surgidas desde fuera en los primeros años de la fundación, en referencia al carisma del Instituto, mueven a la Madre a buscar en la Compañía de Jesús, a la que siempre profesó gran estima y veneración, algún Padre que la orientara y guiara. Con este motivo visita al Padre Provincial en Andalucía el 18 de julio de 1951.

Este le señala al Padre José Antonio de Aldama y Pruaño, quien, obedeciendo a su Superior, toma bajo su responsabilidad el asunto encomendado y se entrevista con la Madre dos días después, 20 de julio. Ya en este primer encuentro ambos se compenetran plenamente. Ambos, sin saberlo, habían sido preparados por Dios para realizar esta Obra en la Iglesia. En ambos existía desde antiguo la ilusión de un Instituto que diera culto de adoración al Santísimo Sacramento en unión íntima con la Virgen Inmaculada. Ayuda a la Madre con su orientación segura y, viendo se trata de un designio providencial de Dios, se une a ella para resolver las dificultades que amenazaban de momento y que impedían al Instituto desarrollar su vida en la Iglesia. La Madre, ya en este primer encuentro con el Padre, verdaderamente providencial, ve en él la ayuda que Dios le da para llevar adelante la Obra comenzada, según el carisma que el Señor le inspirara. Pone la Congregación en manos del Padre y lo reconoce Fundador con ella del naciente Instituto.

A Los Cincuenta años coronó su vida

Sus últimos días en la tierra llevan un marcado sello. De sufrimiento y dolor, tanto físico como moral, que ella acepta y lleva con admirable paciencia, y con la alegría, serenidad y paz propias de un entrega alma que ha vivido en una constante a la voluntad de su Señor.

En esta paz y gozo entrega su vida en manos del Creador el 5 de enero de 1960, a los 50 años de edad. Sus restos mortales reposan en la Capilla de las Esclavas del Santísimo y de la Inmaculada en Córdoba.

Mi Reflexión última en Cuenca

¡Qué distintas las custodias del museo y la del convento de las Esclavas! Aquéllas tan solo son miradas por los ojos fríos del turista, mientras que ésta es contemplada con amor de esposas enamoradas del Sacramento. Si supieran hablar las custodias catedralicias, seguro que nos dirían que tienen depresión; por el contrario la del convento se expresaría con voz radiante, con buena salud.

Acaban de beatificar a Don Manuel González, el obispo del Sagrario abandonado. Como existen Sagrarios abandonados, también Custodias abandonadas, y no solo en los museos, sino en los armarios de nuestras iglesias y parroquias. Están esperando que una mano sacerdotal ponga en su viril la Hostia Santa y los cristianos puedan entonar el "Cantemos al amor de los amores... Dios está aquí, venid adoradores, adoremos..."

Tenemos que descubrir en este Jesús ignorado el porqué de su presencia real; hemos de preguntarnos por qué pasa los días y las noches solo; mas a pesar de esto, Jesús no se aleja de los Sagrarios y Custodias. Este amor no se parece a ningún otro. La Madre Rosario Lucas lo entendió bien. Sus hijas velan día y noche a Jesús en la custodia.

Francisco Macaya y

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

XIX

La Fe De Don Miguel Sola

Ver el libro completo de Don Miguel Sola en la sección "Mis libros" de esta revista

Estando junto a don Miguel se hacía más fácil creer; todo parecía evidente. Desde la mañana hasta la noche organizaba su jornada con perspectiva sobrenatural. Nunca vi en su intencionalidad miras humanas, a pesar de ser una persona profundamente comprensiva y humanitaria.

Tuvo suerte don Miguel; siempre permaneció en el candelero de la diócesis, a pesar de que no intentaba medrar; su ilusión era una parroquia de pueblo pequeño. Lo conocí a y traté como párroco de San Juan de Estella. Había venido un poco a la fuerza porque se encontraba muy a gusto en su primer destino, Aibar. Y entró en la ciudad del Ega hacia el año 1947, en los tiempos del racionamiento y del hambre de la postguerra civil.

Pronto se centró del todo en el ministerio, y pronto se ganó a toda la feligresía, a pesar de ser sucesor de otro gran sacerdote, don Pedro Alfaro.

Su fe la revalidó en la fidelidad a la oración; a Dios daba el primer lugar en su intención y en su jornada. Acudía al templo muy pronto, pero antes, en su casa, practicaba la oración mental largo rato y rezaba el breviario. Pero en cuanto el sacristán abría las grandes puertas de la parroquia, aparecía don Miguel para comenzar en el confesonario su jornada apostólica; y a todos trataba con el cariño mismo de Jesús; todos, cuando estaban junto a él se sentían personas como un poco mejores. Su fe la transmitía en el acto.

No me puedo considerar yo como uno de sus predilectos, pero siempre me sentí muy a gusto junto a él, y a la vez lo miraba como a una persona muy santa. Por eso al ser un poco nuestro padre en la fe, esta virtud teologal junto a don Miguel parecía algo fácil, imprescindible y casi natural; estábamos como endiosados junto a aquel hombre de Dios.

Por aquellos años los viáticos se llevaban cuando anochecía, en procesión por las calles. Casi siempre era don Miguel quien los administraba. Rodeado por cincuenta y más hombres, portadores de cirios encendidos, caminaba él, cubierto por el paño humeral y con la pixis eucarística sobre su pecho; su andar era pausado, su vista baja, mirando el santo envoltorio que llevaba en sus manos; la atención entera en el gran misterio escondido junto a su corazón. Un ángel no podía caminar con mayor compostura, atención y devoción. Se traducía en todo su semblante la fe total en aquello que hacía, en el Señor a quien sostenía con unción. Le acompañé muchas veces en este santo ministerio, y siempre me cautivó. Por su fervor siempre nuevo parecía un sacerdote recién ordenado al celebrar Misa, dar la Comunión o administrar un sacramento.

El sepelio de sus fieles difuntos también era para este santo cura una manifestación de su profunda fe. En mi juventud, un tanto contestatario, le dije un día ex abrupto: "Don Miguel, ¿por qué celebra así los entierros? Resulta macabro el paseo de un difunto por las calles; en este mes ya van diez". Él me contestó con mansedumbre: "No sería bueno cambiarlo por el coche fúnebre; de esa manera se disimula la muerte. Esta clase de entierros es una predicación a los que vienen a la iglesia y a los que no vienen: la vida se acaba, es breve; y existe el más allá. Y hay que estar preparados. Continuaremos así". Estas ideas las vivía don Miguel con gran paz.

En una ocasión le acompañé a visitar a don Corpus Garín, un sacerdote mayor que estaba en el asilo de San Jerónimo. También don Corpus era hombre de gran fe; él había sido el organizador en Estella del Oratorio Festivo para los niños. Don Miguel le dijo:

- Ahora, don Corpus, retirado de sus actividades apostólicas, a prepararse para la eternidad. Y el anciano sacerdote le contestó:

- Me he echado el mejor amigo; Jesús del Sagrario; paso con Él muchas horas.

Gustaba nuestro párroco que en el templo se guardara el verdadero respeto. No toleraba las conversaciones o murmullo en la iglesia ni siquiera a los niños; se ponía muy serio cuando se faltaba al silencio. Tampoco cedía a la moda que se iba imponiendo en las mujeres de entrar a la iglesia sin cubrirse la cabeza con el velo o mantilla. Fomentó mucho las visitas al Santísimo Sacramento, mas, para que ninguna señora o señorita entrara a practicar este piadoso acto sin cubrirse la cabeza, colocó junto a la puerta unas casillas de madera que contuviera cada una su correspondiente mantilla. A las horas del atardecer siempre encontrabas en el templo veinte o treinta personas visitando a Jesús; y todas las mujeres tocadas del velo litúrgico.

Los conventos de monjas eran lugar de sus preferencias. En las primeras horas de la tarde, cuando la actividad parroquial está más paralizada, se veía a don Miguel en días alternos, recorrer los distintos conventos. Allí dirigía a las monjas pláticas espirituales o escuchaba sus confesiones; allí les pedía a ellas que fueran el motor de su apostolado. Y de verdad se notaba el fruto: florecía en aquel pueblo el interés por Jesucristo. Hasta veinticuatro seminaristas llegó a tener la parroquia, sin contar las decenas de niños y niñas que ingresaban en colegios apostólicos.

En los años de su senectud, cuando ya se acercaba a los 90, me decía: "Ahora echo mucho de menos al P. Nieto; era tan grande su apoyo..." Este santo jesuita, cuya causa de canonización está ya en marcha, era motor y animador de don Miguel. Con él practicaba los Ejercicios Espirituales todos los años que podía.

- He tenido la suerte, me solía decir, de que me ha tocado tratar con dos santos: el P. Nieto y el P. Nazario Pérez; los dos de la Compañía de Jesús. Creo que pocos santos habrá habido en todos los tiempos de la Iglesia como el P. Nieto.

Tal vez por su enorme admiración y contacto con estos dos santos jesuitas, algunos tildaban la piedad de don Miguel de jesuítica. Pero ¡ojalá tuviéramos muchos hombres en nuestra Iglesia con esta piedad!

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

XX

El PADRE NIETO, SACERDOTE SANTO Y HUMILDE

(El resto de la biografía de este hombre santo se encuentra en la sección "Mis libros" de esta revista digital)

MANUEL GARCIA NIETO

DATOS BIOGRAFICOS

El padre Manuel García Nieto nació en Macotera (Salamanca - España) el año 1894. A los 14 años ingresó en el Seminario de Salamanca. Ordenado sacerdote en 1920, ejercitó durante seis años el ministerio parroquial en Cantalapiedra y en Santa María de Sando, imitando en su oración, penitencia y celo al Cura de Ars. Desde su entrada en el Noviciado de los Jesuitas en 1926, su alma se imbuyó en un amor ardiente a la persona de Cristo. Fue destinado a ser Padre Espiritual de los seminaristas de Comillas, donde pasó su vida religiosa hasta su muerte en 1974. Su alma vivía durante el día unida a Dios con una oración que se prolongaba durante buena parte de la noche junto al Sagrario. Mereció que le llamaran el padre de los pobres, porque vivía para sus seminaristas y para sus pobres. Extremadamente duro consigo mismo, penitente al estilo de San Pedro de Alcántara, era acogedor y comprensivo con todos. Muchos definen al P. Nieto como uno de los mayores santos del siglo XX.

SACERDOTE SANTO Y HUMILDE

Me emociona leer la vida del padre Nieto. Tomar su libro en mis manos, ya se puede decir que es una gracia actual. Lo repaso al menos una vez al año. Hoy me han impresionado estos tres rasgos de su vida:

Siempre tenía una obsesión serena: la propia santidad y la santidad de los sacerdotes. Cuando se ordenó decía más o menos: quiero tener la capacidad meditar cien años seguidos sin interrupción, sin distracción sobre esta realidad: "soy sacerdote". Y vivió siempre enfrascado en este pensamiento.

Jesús desde el pesebre traía un programa de perfección muy original: pobreza, abandono, desprecios, mortificación, sacrificios. Me admira en este sentido la vida del Padre Nieto. El llegaba a pedirle al Señor como un privilegio: padecer y ser despreciado por Cristo. Y lo vivió en la práctica. Supo aceptar correcciones e incluso intemperancias. Llegó a decirle a un seminarista: "Cuando recuerdes mis defectos, anótalos para que no se te olviden". Encomendaba de una manera especial en la misa a todos los que le molestaban, despreciaban o injuriaban o a los que se le hacían antipáticos.

El practicaba de tal manera la indiferencia ignaciana que llegaba a decir: " Si yo supiera que para ser santo era necesario dejar de ser Jesuita, o que el serlo dificultaba la consecución de esa meta, ahora mismo me salía de la compañía." Y cuánto amaba él ser religioso...

Nota: Las fuentes de información sobre el P. Nieto las tomo principalmente del libro "El P. Nieto" de Benigno Hermández y del testimonio de antiguos alumnos de Comillas.

José María Lorenzo. Mi correo electrónico: mistica@jet.es

Nota: Con nuestros puntos de vista no queremos prevenir el juicio de la Santa Iglesia sobre esta persona. Unicamente nos fijamos en varias características de su vida por las que nos parece verdadero modelo de nuestros tiempos.

J.M.LORENZO

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