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EL ESPIRITU SANTO EN LOS ESCRITOS DE SAN FRANCISCO Y DE STA. CLARA
1. INTRODUCCION
El Espíritu Santo es el don divino que se derrama en los corazones de los fieles, para de pecadores convertirlos en templos de la luz y de la gracia sobrenatural o divina. Su acción está presente en toda alma santa, pues "nadie puede venir al Padre, si no es atraído de lo alto". En este sentido San Francisco y Santa Clara rebosan de la experiencia y comunicación habitual con aquel, y nos es posible reconocer en sus escritos, además de las referencias explícitas al Espíritu Santo, numerosas otras alusiones y testimonios que suponen, por más que tácitamente la realidad de este. Comencemos por reconocer que Francisco y Clara aparecen notoriamente para sus contemporáneos como figuras realmente empapada y resplandecientes de los dones y frutos de lo alto. San Buenaventura caracteriza al primero cual templo viviente del Espíritu Santo:
"Ha aparecido la gracia de Dios, salvador nuestro, en estos últimos tiempos en su siervo Francisco. El Altísimo, en efecto, fijó su mirada en él con efusión de benignidad y condescendencia, que no sólo lo levantó de la vida contaminada del mundo, sino que, convirtiéndole en seguidor, adalid y heraldo de la perfección evangélica, lo puso como luz de los creyentes, a fin de que dando testimonio de la luz, preparase al Señor un camino de luz y de paz en los corazones de los fieles. En verdad, Francisco, cual lucero del alba en medio de la niebla matinal, irradiando claros fulgores con el brillo rutilante de su vida y doctrina, orientó hacia la luz; y como arco iris que reluce entre nubes de gloria, mostró en sí la señal de la alianza del Señor.
Francisco según aparece claramente en el decurso de toda su vida fue prevenido desde el principio con los dones de la gracia divina, enriquecido después con los méritos de una virtud nunca desmentida, colmado también del espíritu de profecía y destinado además a una misión angélica; todo él abrasado en ardores seráficos y elevado a lo alto en carroza de fuego. Viviendo entre los hombres, fue un trasunto de la pureza angélica y ha llegado a ser propuesto como dechado de los seguidores de Cristo. A interpretarlo así nos induce el sello de su semejanza con el Dios vivo impreso en su cuerpo por el admirable poder del Espíritu del Dios vivo" (LM Prólogo).
Similarmente se afirma de Sta. Clara:
"Como había muerto antes de tiempo en la carne, vivía del todo enajenada del mundo y tenía de continuo ocupada su alma en santas oraciones y divinas alabanzas. Había fijado ya en la luz el fervidísimo filo del interior deseo, y, como quién había trascendido la esfera de los estratos terrenos, abría más anchamente el seno de la mente al torrente de las gracias. Dios disponía para la pobre convites de su dulcedumbre, mostrando al exterior, a través de sus sentidos, la mente que la luz verdadera había colmado en la oración. Así, en un mundo frágil, indisolublemente junta a su noble esposo, se deleitaba de continuo en las cosas del cielo; sujeta a la rueda variable de los acontecimientos, pero sostenida por virtud inmutable guardaba como en vaso de arcilla el tesoro de gloria; ciertamente, moraba con el cuerpo en la tierra, mientras con su mente en el cielo" (Leg.S.Cla, 19s).
LENGUAJE TOTAL
Ambos son en realidad personajes que trasuntan su yo o su alma en un lenguaje total; esto es que se irradia a través de todas sus actitudes, talante de alma, figura física, sentimientos, palabras y escritos. En todo ello, también en los escritos, expresan lo que viven. Ellos no son escritores u oradores profesionales, sino personajes de vivencia y franqueza; individuos simples que no pretenden ser originales y llamar la atención, sino sencillamente son auténticos, hasta aparecer lo que dicen como lo único. Es esta la razón por la que sus escritos representan un importante testimonio de su relación y posicionamiento de cara al Espíritu Santo.
Lógicamente afirmar, como en muchos casos suele escucharse, que todo texto escrito no es más que mera teorización abstracta, sin relación a la vida y experiencia existencial, pero que estas últimas en cambio constituyen lo único válido; sería mantener un atavismo arcaico, resabio de ancestros 'agrafos': sin escritura, la nostalgia por raíces analfabetas. El sentido global de cultura que caracteriza al cristianismo y por supuesto a las almas sencillas y trasparentes de Francisco y Clara de Asís incluye al ser humano en todas sus 'expresiones', sin excluir alguna, ni confinarse a sólo un ámbito estrecho y elemental. Francisco y Clara recurren por cierto a todas las formas conocidas en su época de expresión, para sus espíritus rebosantes, como es la escritura. En los escritos de Francisco y Clara podemos pues escudriñar con confianza su experiencia espiritual respecto al Espíritu Santo.
2. LAS ORACIONES DE FRANCISCO
Estas constituyen la más elocuente expresión de su comunicación con Dios. Que es por cierto obra del Espíritu Santo en el hombre, según aquella enseñanza del apóstol: "en nuestra oración no sabemos qué pedir, pero entonces el Espíritu viene en nuestra ayuda, clamando en nosotros con gemidos inenarrables" (Ro 8,26).
Las oraciones de Francisco son testimonio de un alma hondamente enraizada en Dios, que de este vínculo deriva a un insaciable afán de conversión y santificación de todos los hombres. Clara no compuso oraciones, salvo una muy breve que incluye en su Testamento nº 77s.
a) Oraciones que trasuntan la inhabitación del Espíritu en su vida
Estas oraciones reflejan en su contenido un estado de alma que no puede ser otro que el de alguien que se encuentra experimentando una íntima identificación con el tú amado trascendente. Que goza realmente de la comunicación con él, como algo ya anticipado. Con ellas muestra encontrarse ya sumido dentro del mundo de Dios, en el mundo de su alabanza y adoración; más allá de los umbrales o de la 'noche oscura' de la fe, en que el alma vacila entre la creencia o increencia, sino más bien en los hondanares de la misma, cuando el alma se ha abandonado ya y dejado seducir por el bien supremo. Las revisamos, al menos parcialmente, prevenidos que si bien en ocasiones se refieren o mencionan explícitamente al sujeto de nuestro estudio: El Espíritu Santo, de por sí todas ellas están empapadas del mismo y proceden del fuego interior que solo él puede encender. El espíritu del mal, Satanás, aunque puede en ocasiones fingir y disfrazarse de 'ángel de luz' (2Cor 11,14), lo único que no puede es, obrar el bien, glorificar la santidad y el poder de Dios: 'los demonios oyen nombrar a Dios y rechinan los dientes'.
ALABANZAS DE TODAS LAS HORAS
Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Omnipotente, que es, fue y será;
alabémosle y sobreexaltémosle por los siglos.
Digno eres, Señor Dios nuestro, de recibir alabanzas, gloria, honor y bendición;
alabémosle y sobreexaltémosle por los siglos.
Digno es el Cordero que fue muerto, de recibir virtud, y divinidad, y sabiduría, y fortaleza, y honor, y gloria, y bendición; alabémosle y sobreexaltémosle por los siglos.
Bendigamos al Padre, al Hijo con el Espíritu Santo; alabémosle y sobreexaltémosle por los siglos.
Bendecid todas las obras del Señor al Señor; alabémosle y sobreexaltémosle por los siglos.
Decid alabanzas a Dios todos sus siervos y los que a Dios teméis, pequeñuelos y grandes;
alabémosle y sobreexaltémosle por los siglos.
Glorifíquenlo los cielos y la tierra y toda criatura que hay en el cielo
y sobre la tierra, y debajo de la tierra, el mar y las cosas que hay en él;
alabémosle y sobreexaltémosle por los siglos.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; alabémosle y sobreexaltémosle por los siglos.
Así como era en el principio y ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén;
alabémosle y sobreexaltémosle por los siglos.
ORACION
Omnipotente, Santísimo, Altísimo y Sumo Dios, Sumo Bien, todo Bien, entero Bien, que solo eres bueno, tributémoste siempre toda alabanza, toda gloria, toda gracia todo honor, toda bendición y todos los bienes. Amén.
En esta auténtica y genuina composición de Francisco tenemos expresiones sobre Dios, contemplado en su altísima e infinita bondad, características del santo. Estas expresiones revelan su particular sentido de Dios, habida cuenta que cada espiritualidad específica, como es la franciscana, "se distingue por su particular manera de representarse a Dios, de hablar con El, de dirigirse hacia él, de tratar con él. Cada espiritualidad ve los atributos de Dios según lo que más medita, profundiza, le atrae y lo cautiva" (Pío XII a Terc.Fcns. 07/56).
Francisco contempla al Señor como "el Altísimo Bien, todo el bien, como el sumo y perfecto bien". Encontramos a Dios en estas expresiones contemplado y gustado a través de su excelsa, altísima e infinita bondad. Es la espiritualidad que embarga a Francisco y siguen sus auténticos discípulos. Espiritualidad, como la palabra lo dice es actitud, ánimo, talante peculiar del espíritu. Una espiritualidad como la aquí expresada no puede sino ser don y fruto del Espíritu Santo; el que así encontramos tácitamente presente en todo el texto, y explícitamente mencionado dos veces en conjunto con la Trinidad.
ALABANZAS A DIOS
Tú eres Santo, Señor, Dios solo que haces maravillas.
Tú eres Fuerte, tú eres Grande, tú eres Altísimo.
Tú eres Rey Omnipotente; tú, Padre Santo, eres Rey del cielo y de la tierra.
Tú eres Trino y Uno, solo Señor Dios, Todo Bien.
Tú eres el Bien, todo bien, el Sumo Bien, Señor, Dios vivo y verdadero.
Tú eres el Amor, la Caridad, Tú eres la Sabiduría, tú eres la Humildad,
Tú eres la Paciencia, tú eres la seguridad, Tú eres Justicia y Templanza.
Tú eres toda Riqueza suficientísima, Tú eres la Belleza, tú la Mansedumbre,
Tú eres Protector, Custodio y Defensor. Tú eres Fortaleza y Refrigerio, nuestra Esperanza.
Tú eres nuestra Fe, nuestra grande Dulzura. Tú eres nuestra Vida Eterna,
Grande y Admirable Señor, Dios Omnipotente, Misericordioso Salvador.
Este escrito de puño y letra de Francisco que se conserva en el Sacro convento de Asís, de probada autenticidad, contiene la expresión de su ánimo en circunstancias de su estigmatización sobre el monte Alvernia. "Con acento apasionado se muestra concentrado todo en Dios, que le inspira y hace esperarlo todo de él, que lo hace feliz de no poseer nada más que a él" (J.Pablo II). Magnifica un "tú" repetido y sostenido con admiración, adoración y con la convicción de que uno no termina nunca de embargarse en Dios. Los nombres que a El le asigna cantan su Altísima grandeza y su cercanía inimaginable y bondadosa. Si bien explícitamente solo nombra al "Padre Santo, Rey del cielo y de la tierra" el Hijo y el Espíritu Santo aparecen también como objeto de su alabanza al asignarla a la Santísima Trinidad misma y entera, diciendo: "Tú eres Trino y Uno, solo Señor Dios, Todo Bien".
Su admiración se refiere pues tanto al Padre, al Hijo como al Espíritu. Por demás varios de los calificativos de esta apología de Dios son asignados comúnmente y en forma especial al Espíritu Santo. Así los de: santo, fuerte, amor, caridad, sabiduría; protector, custodio y defensor esto es 'Paráclito'; como los de Espíritu de fortaleza y de refrigerio. Los mismos se enumera habitualmente también cual 'dones y frutos del Espíritu Santo'.
CANTICO DEL HERMANO SOL (porción)
Altísimo, Omnipotente, buen Señor, tuyos son los loores, la gloria, el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, corresponden y ningún hombre es digno de nombrarte.
Loado seas, mi Señor, con todas tus Criaturas, especialmente por el hermano Sol,
por la hermana Luna y las Estrellas; por el hermano Viento, y por el Aire.
Por la hermana Agua; por el hermano Fuego y por nuestra hermana la Madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna, y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.
Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y soportan enfermedad y tribulación; dichosos cuantos las soportan en paz.
Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana, la Muerte corporal,
¡dichosos los que aciertan tu santísima voluntad! porque la segunda muerte no les hará ningún mal.
Load y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad.
Este cántico de reconocida autoría de San Francisco contiene una visión y sensibilidad peculiar de su espiritualidad: su mirada en el Espíritu hacia toda la creación; su actitud frente a ella de alabanza a Dios, a impulsos del Espíritu. En virtud de este se encuentra en medio de todas las criaturas como el adorador; embargado por la maravilla del Hacedor divino. De aquí su sentimiento de fraternidad universal hacia todas aquellas. Universalidad que cimienta acaso la calidad poética más alta de Francisco. Se considera esta pieza primicias de la poesía italiana y alta cúspide de la poesía universal; incluso se ha dicho que con ella él ha creado la auténtica lírica cristiana.
El Cántico del Hermano Sol se dirige a Dios Altísimo, hacedor divino, y por tanto todo Dios, la Santísima Trinidad, sin nombrar para nada al Espíritu Santo; pero como en el caso anterior se reconoce en Francisco la inspiración de este. Y además resulta en elogio principal del Espíritu la evocación de actitudes humanas sabida y necesariamente motivadas por inspiración de este. Así, el "nombrar a Dios, de lo cual ningún hombre es digno" de por sí; pero que el Espíritu puede suscitar y suscita en Francisco y sus discípulos, aún a partir de un recorrido por el mapa de las criaturas. También el Espíritu es elogiado aquí en quienes "perdonan por tu amor, y soportan en paz enfermedad y tribulación", puesto que solo él puede suscitar actitudes así. Otro tanto sucede en el caso de los que "aciertan a cumplir tu santísima voluntad"; como en el de cuantos "Loan y bendicen a mi Señor, y le dan gracias y le sirven con gran humildad".
FRANCISCO CANTOR O JUGLAR DE DIOS
Presenta este tipo de composiciones recién reseñadas para ser cantadas al modo heráldico: cual exaltación de la grandeza del gran Rey. El género y fenómeno juglar de trovadores y heraldos aparece entonces, para divulgar de manera efusiva y espontanea gestas, hazañas y héroes, cuando no existen medios de comunicación como los de hoy. Es el juglar de Dios, exponente juglaresco de apasionada vivencia de fe y de amor; el poeta y Orfeo de la edad media que comenzó cantando su camino en el espíritu tras el desheredamiento de su padre y murió cantando; canto que prolongaron al expirar las alondras que llegaron a posarse sobre el techo de Porciúncula. En momentos de especial emoción canta en francés. Sus oraciones son expresión de la más pura poesía religiosa de la vida real. Inspirado realmente en el Espíritu Santo canta en especial en el Himno de la Criaturas por el sufrimiento, por la actitud de quienes perdonan, por la muerte, por Dios mismo. El estilo caballeresco que ensalza a la dama y sus atributos está patente en el Saludo a las Virtudes y en el Saludo a la Santísima Virgen.
Todas estas composiciones trasuntan la inhabitación del Espíritu en su vida, pero hay otras oraciones suyas escritas para ser repetidas más formalmente en la plegaria y varios salmos del Oficio de la Pasión que por su contenido trasuntan esta misma realidad. Podemos enumerar simplemente por ahora:
ADORÁMOSTE SANTÍSIMO SEÑOR JESUCRISTO (TC 5).
TE DOY GRACIAS, SEÑOR Y DIOS MIO (LM. 14,2).
MI DIOS Y MI SEÑOR (LM. 10,4).
OMNIPOTENTE, ALTISIMO, SANTISIMO Y SUMO DIOS (1R 23,1-6).
PARAFRASIS DEL PADRE NUESTRO.
b) Oraciones que expresan su anhelo de embargamiento en el Espíritu.
Francisco dice: "sobre todas las cosas hemos de desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación". Este segundo grupo de oraciones reflejan quizá más que las anteriores el sentido que tiene de sí mismo: el pequeño, el pobre, el pecador. El realmente procura que sus pensamientos, sentimientos, actuaciones y palabras sean fruto de la presencia del Espíritu en su vida. Anda buscando a Dios para que llene su vida y su nada, y sea el todo de esta. No se pone a sí mismo como el centro de sus oraciones; su autovaloración es nula. Todo él es pues entonces "puro anhelo de embargamiento en el Espíritu".
Tal actitud no es por lo demás exclusiva o inusitada en su medio, sino que por el contrario, expresión de los anhelos espirituales de sus contemporáneos: religiosidad penitencial del Medioevo: sentido por el Cristo pobre, humano, de sí mismo cual indigente y del Dios trascendente, espiritual, por contraposición al poder terrenal de la Iglesia. Lo expresa en las siguientes oraciones que pasamos a analizar:
OH DIOS GRANDE Y GLORIOSO, SEÑOR MIO JESUCRISTO,
Ilumina te ruego las tinieblas de mi mente, dame una fe recta, una asegurada esperanza, y un amor perfecto. Haz que te conozca ¡oh Señor! Para que en toda cosa todo lo haga conforme a tu verdadera y santa voluntad. Amén. (Ann.Min.).
Se expresa aquí el sentir propio del penitente, que se siente sumido en tinieblas, por lo que procura anhelante 'conocer' y hacer únicamente la 'verdadera y santa voluntad de Dios'. De esta manera, su sentido de Dios no es otro que el del Dios Altísimo, como vimos arriba expresado en sus Alabanzas a Dios. Pero más específicamente aparece tal sentido de la excelsitud de Dios cual anhelo de embargamiento propio en él en esta oración contenida en la Regla:
RESTITUYAMOS SIEMPRE TODOS LOS BIENES
al Señor Dios altísimo y soberano; reconozcamos que todos son de él, y por todos ellos demos gracias a él, porque de él proceden todos los bienes. A él, altísimo y soberano Dios, el solo Dios verdadero, vuelvan y désele y devuelva todo honor y respeto, todo loor y bendición, toda gracia y gloria: pues de él es todo bien y él solo es bueno. Y nosotros, cuando vemos u oímos maldecir, bendigamos; hacer mal, hagamos bien; blasfemar, alabemos al Señor que merece bendición por los siglos de los siglos. Amén (1Re 17,17ss).
Francisco expresa clara conciencia de que todo lo que hay de bueno tiene sólo su origen y sustentamiento en Dios. Que nosotros vivimos rodeados entre culpas y pecados, que en alguna medida envilecen ya nuestro ser, e intentan capturarnos del todo alguna vez también a nosotros. En sus oraciones no es pues él de ninguna manera el centro, sino el indigente, el necesitado, cuya autovaloración es nula.
OMNIPOTENTE, ALTISIMO, SANTISIMO Y SUMO DIOS
"Ya que todos nosotros, miserables y pecadores, no somos dignos de nombrarte, te suplicamos e imploramos que nuestro Señor Jesucristo tu Hijo amado en quién encuentras todas tus complacencias, juntamente con el Espíritu Santo Paráclito te dé gracias a nombre de todos, como a ti y a él agrada...Amemos todos pues, con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas y energías, con todo el entendimiento... al Señor Dios... que nos ha hecho y nos hace todo bien a nosotros miserables y míseros, podridos y hediondos, ingratos y malos. Ninguna otra cosa pues deseemos, ninguna otra ambicionemos, ninguna nos agrade y deleite, sino nuestro Creador y redentor y salvador, el solo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien y bien total, verdadero y sumo bien; él, que es el solo bueno, piadoso, manso, suave y dulce... Nada pues nos impida, nada nos aparte, nada nos estorbe para confesar, amar, honrar y adorar... al altísimo sumo y eterno Dios..." (1R 23,5.8-11).
Precisamente en la oración se identifica más crudamente que nunca a sí mismo como rastrero y prosaico a la par que invoca la infusión del Espíritu de lo alto, al que nombra en unas ocasiones y en otras deja tácitamente evocado, pues es quién impulsa nuestro ser hacia Dios. Así aparece en las siguientes oraciones de san Francisco y de santa Clara:
¡OH SEÑOR TE RUEGO
que el ardor abrasador y dulcísimo de tu amor tanto absorba mi mente, librándola de todo apego terrenal, que pueda morir yo por amor de tu amor, oh tú que por amor de mi amor te dignaste morir! (Arb.Vitae).
ORACIÓN DE STA. CLARA
"Doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, invocando los méritos de la gloriosa Virgen santa María, su Madre, y del beatísimo padre nuestro Francisco y de todos los santos, para que el mismo Señor, que dio buen principio, dé el incremento y dé asimismo siempre la perseverancia hasta el fin. Amén (Test 77s)".
Francisco y Clara dejan trasparentar en su vida una relación con Dios semejante a la de Jesús. Ellos se han sumergido en Dios, se han adentrado en Dios y le han 'padecido' con indecible amor en su profundidad abismal. Su experiencia de la presencia de Dios tiene como connatural la distinción bien diferenciada de la realidad de la criatura; que justamente, proyectada al trasluz de aquel, puede ser reconocida en toda la contingencia y vicisitud de su ser criatural, limitado e imperfecto. Esto también encontramos en las siguientes oraciones, que bien podemos clasificar en este segundo grupo:
OMNIPOTENTE, ETERNO Y MISERICORDIOSO DIOS (3C. 50-52).
MI DIOS Y MI TODO (Lib.Conform).
SEÑOR MIO JESUCRISTO (Ll 3).
JESUCRISTO, SEÑOR MIO (Ll 1).
3. LAS ENSEÑANZAS DE SABIDURÍA DE FRANCISCO Y CLARA
La gracia del Dios que gratuitamente ha querido revelarse a cuantos le acogen con fe y el gran afán de Francisco y Clara por ajustarse en todo a las luces de lo alto hacen que se manifieste muy especialmente en ellos la inspiración o sabiduría del Espíritu Santo. La recogen con reverente atención al reflexionar la Palabra de Dios. Testimonio de ello son las 596 citas del Evangelio que contienen los escritos de Francisco, y su continua repetición de la frase: "dice el Señor en el Evangelio". Por otra parte, a fin de resplandeciese la sabiduría del Espíritu -la Palabra de Dios- en la predicación de sus hermanos, establece en la Regla: "sean breves y castas (escogidas) sus palabras" (2Re 9,3). Las enseñanzas de sabiduría de Francisco y Clara dan su concepción global de la vida cristiana y aparecen básicamente en sus escritos personales: Cartas, Admoniciones, Reglas y Testamentos.
El Espíritu Santo Vida del Cristiano
SU CONCEPTO ACERCA DEL MUNDO
La Sabiduría del Espíritu Santo consiste para Francisco en querer y preocuparse más de obrar religiosa y santamente en el interior del espíritu, deseando sobre todas las cosas el respeto, sabiduría y amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que de hablar y exhibir una religión externa y aparente. Así dice:
"el espíritu de la carne quiere y se preocupa mucho de hablar y poco de obrar... y busca no religión y santidad interior de espíritu sino externa y aparente. Por el contrario el Espíritu del Señor nos lleva a desear que la carne esté mortificada y a tener sobre todas las cosas el respeto, sabiduría y amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (1Re 17,10-16).
El Espíritu Santo que convence al mundo de pecado, empuja al hombre a obrar sólidamente, con consistencia, y a no hacer de su vida fuegos fatuos. El Espíritu Santo nos lleva a preferir, enseña Francisco, mantener un 'bajo perfil' de lo meramente humano o natural, de la carne. Lo dice él, que encabeza una escuela de humildad, una vida de estable minoridad y rechazo de los ascensos, enriquecimiento, de las hegemonías dentro de la colectividad y del prestigio.
MATERIA Y ESPIRITU
Para Francisco la carne es siempre opuesta a todo lo bueno y pronta a presumir y enorgullecerse por cualquier bien que se manifieste en su persona; en cambio quién ha sido empapado por el Espíritu del Señor, reconoce que en ello va solamente la obra del Señor por medio suyo.
"Podemos conocer si participamos del Espíritu del Señor, si cuando el Señor obra algún bien por medio nuestro, no se engríe por ello la carne, opuesta siempre a todo lo bueno, antes bien, se mira más vil a sus propios ojos y se estima inferior a todos los demás hombres" (Ad 12).
Sobre el escenario de una existencia en la carne, en el mundo, Francisco considera realistamente la dificultad de llevar una vida en el Espíritu, reportándonos a este, a Dios y no envaneciéndonos vana y neciamente en lo que nosotros somos o tenemos. A estas luces, es claro que el mundo, la humanidad, constituye una realidad aún no plenamente redimida , no santa. Y que el espíritu del mundo, de Satanás, procura y tiene la posibilidad de arrastrar al hombre a negar a Dios y vivir a sus espaldas. Pues, como dice Francisco:
"El pecado es deleitoso al cuerpo y amargo el servir a Dios; todos los vicios y pecados están en y brotan del corazón del hombre" (2CtaF 69).
Sobre el mismo concepto acerca de la vida según la carne y el mundo, y la vida en el Espíritu, escribe santa Clara a la beata Inés de Praga, hija del rey de Bohemia, hecha religiosa de claustro:
"A la venerable y santísima virgen, señora Inés, hija del excelentísimo e ilustrísimo rey de Bohemia. Me ha llenado de gozo y de júbilo en el Señor que tú, cuando hubieras podido gozar más que nadie del fausto y de los honores y dignidades mundanas, estando en tus manos desposarte legítimamente con el ínclito emperador, con todo el esplendor de gloria que convenía a tu excelsa posición y a la suya, hayas rechazado todo eso y hayas preferido abrazar con toda el alma y todo el ardor de tu corazón la santísima pobreza y las privaciones del cuerpo, para entregarte a un esposo de más noble alcurnia, el Señor Jesucristo.
Sabes que el reino de los cielos lo promete el Señor solamente a los pobres, ya que cuando se aman las cosas temporales, se pierde el fruto de la caridad. No es posible ambicionar gloria en este mundo y reinar después con Cristo. Por eso te has despojado de las riquezas temporales para no sucumbir ni por un momento en la lucha y entrar en el reino de los cielos por el camino estrecho y la puerta angosta. Magnífico negocio: abandonar lo temporal por lo eterno, ganar lo celestial por lo terreno, recibir el ciento por uno y asegurar por toda la eternidad la vida bienaventurada" (Cl1C).
EL ESPIRITU EN EL MUNDO
Francisco y Clara no son unos 'misántropos', personas que odian relacionarse con la humanidad y demás seres de su condición, o unos 'maniqueos' personas que tienen por mala la materia, la carne y por bueno solo lo incorpóreo. Por el contrario, ellos son cristianos, y como vimos en el "Cántico de las Criaturas", miran el mundo natural con ojos del Espíritu. Francisco ora:
"Padre, te damos gracias porque, por tu santa voluntad, por medio de tu único Hijo y del Espíritu Santo, has criado todas las cosas espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza nos colocaste en el paraíso. Y nosotros por nuestra culpa caímos" (1R 23,1s).
Su mirada embargada a la naturaleza cual obra divina, no ignora la imperfección y limitación de la misma a causa de nuestra deliberada y culpable caída. Sabe que la presencia del Espíritu en el mundo no está intacta como en los orígenes. En su lugar pugna por prevalecer, por la vía de nuestra libre determinación, el príncipe de este mundo, Satanás. Aunque, merced a Jesucristo, en adelante el reinado de Dios y del Espíritu sobrevendrá, bajo la sola condición de nuestra libre adhesión o acogida en la fe.
PUGNA POR EL REINO DEL ESPIRITU
Clara es la más elocuente muestra de esta lucha, la más fiel discípula y tenaz seguidora de la inspiración del Espíritu que le transmitiera Francisco, de quién gusta llamarse "su plantita". Así ella sostiene en el combate de la vida también a sus hermanas, tal como vemos en su 2ª carta a sor Inés de Praga:
"No pierdas nunca de vista lo que te has propuesto, ten siempre ante los ojos el punto de partida; conserva lo que has conseguido; lo que haces, hazlo bien y no cejes; no te detengas, sino más bien avanza confiada y con cautela por la senda de la bienaventuranza, gozosa, alegre, con paso veloz y andar apresurado de modo que no tropiecen tus pies y ni siquiera se te pegue el polvo del camino. Y no te fíes ni prestes atención a nadie que intente desviarte de este propósito o ponerte tropiezos para que no cumplas los votos prometidos al Altísimo, de vivir en la perfección a la el Espíritu del Señor te ha llamado.
Y, para que puedas avanzar con mayor seguridad por este camino, si alguno te dice o sugiere otra cosa que impida tu perfección o que parezca contrario a tu divina vocación, aunque le debas respeto, no le hagas caso, sino abraza a Cristo pobre como virgen pobre" (CL2C).
Francisco y Clara manifiestan una total entereza de alma en la seguridad de ser guiados por el Espíritu de Dios sin equivocarse, en cuanto enseñan por camino espiritual para sus discípulos. Su seguridad llega a parecer de pronto rayana en el fanatismo, requiriendo de estos una certeza, adhesión y fidelidad incondicional hacia su predicamento. Así aparece también en la 'Ultima Voluntad de san Francisco a las Damas Pobres':
"Yo el hermano Francisco, el pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza del Altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin. Y os ruego a vosotras, señoras mías, y os recomiendo que viváis siempre en esta santísima vida y pobreza. Y guardaos muy bien de apartaros jamás de ella en manera alguna por enseñanza o consejo de quién sea"
También en esto francisco y clara son en realidad netamente evangélicos, según enseña el Espíritu por la santa escritura:
"Aunque un ángel llegase a sembrar confusión entre ustedes y anunciarles un Evangelio distinto del que ya han recibido, la maldición de Dios caiga sobre el tal, porque no hay otro camino que el que les señalé" (Gal 1,7ss).
Sea quién fuere que les mande una cosa distinta a la sabiduría del Espíritu que enseñan Francisco y Clara, ellos precisan a los suyos a 'exorcizar los demonios del mundo', no complaciéndose indiscernidamente en personas ni situaciones, por mero interés egoísta. Llaman resueltamente a discernir los demonios de la presunción, orgullo y sensualidad, aborreciéndolos íntimamente vengan de quién vinieren, y a procurar en cambio el reinado de Dios en la verdad, justicia, amor y paz en todos; para bien de cada uno. En realidad, la pertenencia al Espíritu Santo lleva a adorar a Dios y a creer y amarle a él a ultranza, por encima de todas las cosas y personas.
Concepto Acerca del Ser Humano: Antropología
Para Francisco el ser humano es ante todo un ser en relación a Dios, "homo religiosus", que se mide solamente y nada más que por la medida de lo que es ante aquel. "bienaventurado el que no se reputa mejor cuando es engrandecido y ensalzado por los hombres que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, porque cuanto cada uno es delante de Dios, tanto es y nada más" (Ad. 19). El Espíritu de Dios que todo lo ve y todo lo penetra es el único que conoce cabalmente el ser de cada cual. El da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. De que nuestro centro y sentido está en él: "si hijos, también herederos"...
EL MÉRITO Y LA CULPA
Ya veíamos en el párrafo anterior la importancia que tiene para la persona en el mundo, a los ojos de Francisco, el libre albedrío con que ella puede entregarse a Dios. El Espíritu de Dios nos lleva a entender el valor de la persona según su mérito a los ojos de aquel; por su relación al reinado de Dios y por su contribución al mismo: ¡por lo que 'es' ella misma!.
"El Espíritu del Señor que mora en sus fieles, él mismo recibe en estos el santísimo cuerpo y sangre del Señor; otros no participan de ese mismo Espíritu, y temerariamente se comen su propia condenación. No reconocen la verdad y no creen en el Hijo de Dios" (Ad 1,12-15).
La infusión del Espíritu en el ser del hombre establece un nuevo parámetro para valorarle. En este mismo sentido escribe santa Clara:
"Guardémonos de apartarnos en manera alguna del camino del Señor por nuestra culpa, negligencia e ignorancia, para que no hagamos injuria a tan gran Señor y a la Virgen, su Madre, a nuestro padre san Francisco, y a la Iglesia triunfante, y aún a la militante, pues está escrito: malditos son los que se apartan de tus mandamientos" (Clara, Test 74ss).
Cuando Dios ha entrado en nuestra valoración, todo queda supeditado a su primacía cual el absoluto.
SER VERSUS TENER
Ante este parámetro de las personas, no tiene ningún asidero su consideración en base a lo que estas tienen o poseen: su prestigio, su poder, sus títulos, sus funciones, sus influencias, su dinero. Para Francisco y Clara estas cosas quedan del todo desdibujadas y sobrepujadas frente a lo único absoluto: Dios. El hombre se realiza y perfecciona en la medida que en virtud del Espíritu se aproxima a él. Todos estamos llamados a una vida profunda en Dios. Francisco enseña:
"Sepamos que por nosotros mismos nada tenemos, sino vicios y pecados" (1R 17,8). Pero puntualiza: "Ninguna cosa debe disgustar en las personas al siervo de Dios, fuera del pecado" (Adm 11,1).
Nuestra vida ha sido dispuesta para completar la glorificación de Dios, y al unísono con ello, obtenemos realizarnos santificarnos y glorificarnos nosotros mismos. Todo consiste en el dilema de acoger libremente la conducción del Espíritu, el diseño divino, su voluntad, su pensamiento. De tal modo vivimos en el Espíritu, en la sabiduría eterna de Dios, le contemplamos, nos sublimamos y trascendemos de una existencia meramente mundana o carnal. Por lo demás, Francisco enseña que el bien que pueda haber en nosotros no nos pertenece, sino al Espíritu Santo que lo realiza en nosotros:
"Nadie puede decir siquiera 'Señor Jesús' sino movido por el Espíritu Santo" (Ad 8,1). "Nadie debe complacerse en los falsos aplausos que se dan por cosas que igual puede hacer un pecador. Este, decía, puede ayunar, hacer oración, llorar sus pecados y macerar la propia carne. Una sola cosa está fuera de su alcance: permanecer fiel a su Señor. Por tanto, hemos de cifrar nuestra gloria en devolver al Señor su honor y en atribuirle a El, sirviéndole con fidelidad, los dones que nos regala" (LM 6,3).
Precisamente esta es la obra del Espíritu Santo al interior nuestro, cuando nos ha sido infundido; la de aproximarnos a Dios, hacernos empatizar con él y disfrutar de su familiaridad. Recordemos que los demonios, aunque llegasen a 'pronunciar el nombre de Dios, con ello rechinan los dientes'. Pues no pueden tener el Espíritu Santo.
PERSONA VERSUS FUNCIONES
La sabiduría del Espíritu profesada por Francisco y Clara está en plena concordancia con el 'personalismo cristiano'. Pone por fundamento de valoración del sujeto, el hecho de que este porta el rastro y significación de Dios'. Dice Francisco:
"El Espíritu del Señor reposa sobre todos los que practican el bien y perseveran hasta el fin, y en ellos pone su habitación y morada. Estos son hijos del Padre celestial cuyas obras realizan y esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. Esposos cuando el alma se une en el Espíritu Santo a Jesucristo, hermanos cuando cumplimos la voluntad de su Padre que está en los cielos, y sus madres, cuando lo llevamos en nosotros y le damos a luz en acciones santas. ¡Oh qué glorioso y santo y grande es tener en los cielos un Padre! Y qué consolador, amable y tierno tener un tal esposo, hermano e hijo" (1CtaF 48-56).
La valoración de la persona no viene aquí relacionada a su rol social, a su prestancia y ascendiente en el ámbito de la colectividad social; sino a su posicionamiento de cara a Dios, al bien, esto es a la verdad y a la virtud. Santa Clara también lo hace al estimular a la perfección a la Hna. Ermentrudis de Brujas con las siguientes palabras:
"Sé siempre amiga mía y de tu alma y de todas tus hermanas, y sé siempre cuidadosa de guardar cuanto has prometido al Señor" (Cl 5C).
La antropología cristiana establece que cada persona es un 'absoluto-relativo', un fin en sí misma, en vistas al absoluto soberano: Dios. Así señala que la persona humana en su proyección trascendente es el origen, el centro y el objetivo de la vida social, y no así, la institución social o el grupo colectivo. El cristianismo determina como algo elemental e inclaudicable, el justo grado, la dignidad y el derecho de individualidad y subjetividad de cada persona, en cuanto destinada alcanzar su plena realización en Dios. Es así que, en torno a san Francisco se han desarrollado las más variadas personalidades y vocaciones. El no aprecia empíricamente a los individuos, por lo que nos es posible conocer de cada uno; ni hace de ellos meros 'objetos', al servicio del interés colectivo.
El franciscanismo está caracterizado cual inspiración sensible y armónica con todos los seres, por ver y disfrutar en ellos seres buenos, cuyo origen y cuyo destino común sabe que es la glorificación divina. Francisco se siente en medio del universo y la vida cual el Hermano de todos , como expresa muy especialmente en el Cántico de las Criaturas . Su contemporáneo San Buenaventura por ello, lo describe así:
"Degustaba la bondad originaria de Dios en cada una de las criaturas, y su afectuosa bondad lo lanzaba a estrechar en dulce abrazo a todos los seres. Es que la ternura de su corazón lo había hecho sentirse hermano de todas las criaturas" (LM 9,1.4).
"Su afectuosa bondad" le predisponía armónicamente frente al bien latente en todos los seres. Pero primeramente, antes de su conversión manifiesta haber mantenido los mismos criterios del mundo que rigen en nuestra sociedad hoy: 'el hombre vale por las funciones que desempeña, por su poder de mando, por su liderazgo, su relevancia social, por sus posibilidades de arrogarse y ostentar autoridad e impunidad ante los demás'. Dice:
"Mientras me hallaba en pecados, se me hacía muy difícil encontrarme con leprosos. Pero el Señor me condujo entre ellos, y yo practiqué misericordia con ellos, entonces, una vez apartado de los pecados, lo que antes se me hacía muy amargo se me cambió en dulcedumbre del alma y del cuerpo" (Tes 1ss).
La apreciación del pagano repugna y siente asco por la pobreza e irrelevancia de los seres humanos arruinados. De aquí que los mire con absoluto desdén y altanería, se burle y mofe de ellos, y si no manifiestan el elemental amor propio y dignidad que hace valer los propios derechos, no les preste ni la más elemental consideración. Pero Francisco convertido por la infusión del Espíritu Santo en su vida, ya no valora solo codearse con dirigentes, funcionarios importantes; ni sólo pretende ser uno de estos, para escapar a la condición y roce de la plebe y el lumpen. Dice:
"Nada hemos de tener en este mundo; antes hemos de gozarnos de hallarnos entre gente de baja condición y despreciada, entre pobres, débiles, enfermos y leprosos, entre los andrajosos que andan mendigando por los caminos" (1R 9,1s).
Francisco y Clara enseñan a actuar con el entendimiento y la entereza para afrontar la imperfección y limitación natural que hay en el hombre, como también para respetar su dignidad, por más que les disguste. Ellos aman los seres y personas en el Logos, a la luz del Espíritu. No sobrevaloran las personas contemporizando como simplones, tal como -por respeto- tampoco las menosprecian o envilecen la dignidad que poseen. Su bondad personal no cierra los ojos frente al hermano objetivamente imperfecto, sumido en ambiciones y arrogancia, por más que orlado de apostura, esplendor, autoridad, posiciones y galas terrenales. Si no que para ellos simplemente, cada uno es lo que es y vale lo que vale realista y equitativamente, cual criatura y semejanza relativa de Dios; y nada más que en la medida del bien que le es propio.
Francisco y Clara relativizan las galas de la carne y del mundo el activismo, los títulos, las prelaturas eclesiásticas, la juventud... y en su relación fraterna parecen guardar permanente desconfianza de la pecaminosidad humana: "¡hasta el más santo alguna vez puede fallar!" Les vemos precaverse celosamente contra un trato trivial y desinhibido; insisten en la clausura de las clarisas, en la separación y distanciamiento de seglares al interior del convento, como en el recato en las relaciones de cada consagrado. Mientras estimulan a todos con su ejemplo y palabra a aquilatar su existencia de cara a Dios.
El Espíritu Santo ministro general de la orden
El Espíritu Santo está ya presente para Francisco en el inicio de cualquier hermano en la Orden: dice:
"Cuando alguno, movido de divina inspiración, viene a nuestros hermanos con deseo de abrazar esta Vida, sea acogido por ellos con bondad. Vaya este después venda todas sus cosas y procure distribuírselo todo a los pobres, si quiere y puede hacerlo sin impedimento, según el Espíritu le inspirare. Pero si alguno encontrase dificultad en dar sus bienes a los pobres poseyendo la voluntad de actuar según el Espíritu, abandónelos sin más y esto le basta" (1Re 2, 1.4.11).
El Espíritu Santo imprime como rasgo especial en los suyos la marca de la unidad. Su presencia en todos y cada miembro de la orden hace el talante o genio de 'familia peculiar'. Para Francisco es él quién gobierna la vida de cada hermano lo mismo que sobre la orden, y en ello radica el fundamento de la unidad de todos los hermanos. El les ha reunido de proveniencias muy distintas, prescindiendo de su condición o clases social, de su ancestro capacitación o jerarquía cultural, como del escalafón eclesiástico (clérigos y laicos) con que ingresaron o que en ella han conseguido; y excluyendo toda acepción de personas. Es el Ministro general de los menores:
"Quería que la religión fuera lo mismo para pobres e iletrados que para ricos y sabios. Solía decir: en Dios no hay acepción de personas, y el ministro general de la religión que es el Espíritu Santo se posa igual sobre el pobre y sobre el rico. De cuando en cuando Francisco decía al peluquero que le iba a cortar: 'ten cuidado de no hacerme una corona grande (como la de los prelados), pues quiero que mis hermanos simples tengan puesto en mi cabeza`" (2C 193). "Quiso además, prestar ayuda y consejo por sí y por los hermanos a las damas pobres (clarisas), en consideración a que un mismo Espíritu sacó de este siglo tanto a los unos como a las otras" (2C 204).
CONCEPTO ACERCA DE LA ORDEN
A las luces del Espíritu, para Francisco lo que cuenta es la vida religiosa en sí misma; esto es el seguimiento del Evangelio y de la forma de vida de nuestro Señor Jesucristo y de sus apóstoles. Ello es lo fundamental y constitutivo de la orden y no ninguna otra mira. Recordemos al respecto el propósito de la "Universal vocación a la santidad en la Iglesia", del Vaticano II. El objetivo siempre es Dios, la santidad de cada uno y de todos. Aleccionado Francisco por el pasaje del Evangelio que refiere la discusión entre los discípulos sobre quién de ellos seria el mayor y la respuesta de Jesús que conoció lo que pensaban "quién sea menor entre todos ustedes ese es el más grande" (Lc.9,48), "porque todo el que se ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado" (ib.14,11).
"Se propuso desde que entendió esto, que su fraternidad se llamase Orden de Hermanos Menores. Menores que sometidos a todos buscasen siempre el último puesto y tratasen de emplear en oficios que llevaran alguna apariencia de deshonra, a fin de merecer, fundamentados en la verdadera humildad, que en ellos se levantara en orden perfecto el edificio espiritual de todas las virtudes" (lC 38).
Cuantos vienen a los hermanos con deseo de abrazar esta Vida, 'movidos de divina inspiración' han de interesarse, antes que por la búsqueda de cualquier ubicación ventajosa; por un real crecimiento de sí propio y de todos, a los ojos de Dios. Que en cada uno se estructure sólidamente el edificio espiritual de todas las virtudes; una personalidad vitalizada por los dones y frutos del Espíritu Santo. El que por asiento requiere en la persona la humildad: "el temor del Señor es el principio de la sabiduría" (Prov.l,7), "a los humildes Dios da su gracia" (1P 5,5). En igual Espíritu Francisco les aleccionaba:
"En la prelacía acecha la ruina, en la alabanza el precipicio, pero en la humildad del súbdito es segura la ganancia del alma. ¿Por qué pues nos dejamos arrastrar más por los peligros que por las ganancias, siendo así que se nos ha dado este tiempo para merecer?. De ahí que él, ejemplo de humildad quiso que sus hermanos se llamaran menores, a fin de que con tal nombre se percataran que habían venido a la escuela de Cristo humilde. Un día el cardenal Hugolino -luego papa Gregorio IX- preguntó a Francisco si le agradaba que fueran promovidos sus hermanos a las dignidades eclesiásticas. Este le respondió: 'señor mis hermanos se llaman menores precisamente para que no presuman hacerse mayores. Si queréis que den fruto en la Iglesia de Dios mantenedlos en el estado de su vocación y no permitáis en modo alguno que sean ascendidos a las prelacías eclesiásticas'" (LM 6,5).
De los religiosos demanda Francisco una vida de mayor santidad. Dice:
"Los religiosos que renunciaron al siglo están obligados de manera especial a hacer más y mayores cosas que cuantos hacen penitencia, pero sin omitir cuanto se pide a aquellos. Debemos aborrecer nuestros cuerpos con sus vicios y pecados, porque todos estos salen del corazón. Debemos negarnos a nosotros mismos y poner nuestros cuerpos bajo el yugo de la servidumbre y obediencia según lo que cada uno prometió al Señor.
No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino más bien sencillos humildes y puros. Nunca debemos desear estar sobre otros, sino más bien debemos ser siervos. Sobre todos cuantos cumplan estas cosas y perseveren hasta el fin, se posará el Espíritu del Señor y hará en ellos habitación y morada. Y serán Hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan" (2CtaF 36-49).
Aunque Francisco sólo nombra explícitamente al final del párrafo al Espíritu Santo, este queda incluido necesariamente en cuanto dice, por ser la vida religiosa opción fundamental y don divino, de vida en el Espíritu . Se adivina en tales palabras, las del Señor en el Evangelio: "El Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada" (Jn 6,64); esto es: el Espíritu reina en quienes se sobreponen al mundo y a la carne. Así debe ser, de forma muy especial en los religiosos.
MINISTERIO O SERVICIO DE LOS HERMANOS
Francisco no quiso poner 'padres' en la cúspide de la orden, y estableció en la Regla:
"Todos vosotros sois hermanos y a nadie entre vosotros llaméis padre aquí en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el que está en los cielos" (1R 22,33s).
Incluso tampoco tanto, hermanos, sino más bien madres; y esto por poco tiempo, para que todos lo ejercitasen, a no ser que, por ser de tan alta contemplación, se vieran así dispensados de todas las cosas exteriores. Diversos hermanos fueron exonerados de los servicios externos para que atendiesen totalmente a la vida contemplativa, teniendo una especial vocación.
Es significativo al respecto que la Orden de Predicadores, habiendo nacido como una orden de clérigos, según el pensamiento de santo Domingo, había de asignar a los 'hermanos laicos' las responsabilidades materiales (administración y manutención) de los conventos, para que los clérigos pudiesen aplicarse más eficazmente a los estudios y a la predicación. Pero, el asunto encontró la oposición precisamente de los frailes clérigos; que no quisieron dejarse mandar por los hermanos laicos" (M.Sauvage, Fratello, Dicc.Inst.Perf. 4, 768).
Francisco especifica el rol materno del ministro escribiendo a uno de ellos:
"Ama a los hermanos por más que te fastidien, y no pretendas de ellos nada más de lo que el Señor te concede obtener de ellos. Y ámalos tal como son, y no pretendas que sean mejores cristianos contigo.
Que no haya en el mundo hermano alguno que haya pecado todo cuanto puede pecar, si después de haber visto tus ojos, llegue a apartarse de ti sin tu perdón, si te lo pide. Y caso que no te lo pida, sin que tú no se lo hayas ofrecido. Has de mostrarte siempre compasivo con los tales" (CtaM 5-11).
De Clara se dirá:
"Amaba las almas de sus hijas y servía también con admirable celo de caridad sus cuerpos. Muchas veces las recubría del frío de la noche con sus propias manos, mientras dormían; y cuando comprendía que alguna estaba incapacitada para la observancia del rigor común, quería estuviese contenta merced a un gobierno más benigno. Si a alguna le turbaba la tentación o le atacaba la tristeza, conversándole aparte, la consolaba con lágrimas, hasta postrarse alguna vez a los pies de la afectada por la melancolía para aliviar con maternales cariños la intensidad de la pena" (Leg.S.Cl. 38).
Sabemos que Elías y los ministros suplantaron a Francisco como el líder indiscutido que hasta entonces había sido, cambiando su inspiración, reglamentos y la orden misma. "Escribe tu regla para ti, no para nosotros, que no queremos obligarnos a ella" (LP 17), le dirían con todas sus palabras. En este progresivo proceso, Francisco vería arrancársele de las manos el conjunto del grupo; por comenzar a hacer éste su propio camino por la senda de las 'mitigaciones' y convencionalismos de la 'comunidad', deslumbrada por el explosivo aumento de postulantes.
En el clímax de la crisis, Francisco optó por mantenerse 'hermano' y abdicó como 'ministro general', despojándose del mando con entero desasimiento, mientras declaraba: "en adelante estoy muerto para ustedes" (2C 143). En realidad en el nuevo sistema impuesto por quienes se le resistían, Francisco hubo de vivir y terminar sus días 'arrinconado' dentro del grupo; y así, extremadamente enfermo y débil exclamó:
"¡Quienes son esos que me han arrebatado de las manos la religión mía y de los hermanos; pero vivan a su gusto, que al fin es menor daño la pérdida de unos pocos que la de muchos!" (2C 189).
Finalmente, confiaría a quienes le interpelaban de no corregir a aquellos, que:
"Convencido que ni con sus consejos y modo de vivir podía apartarlos de ese camino emprendido, tampoco quería convertirse en verdugo que castiga y flagela, como hacen los poderosos de este mundo. Confío, decía en el Señor que caerán sobre ellos los enemigos invisibles. Temía tanto el escándalo, que transigía en muchas cosas y deseos que iban en contra de su voluntad" (LP 106).
Que la realidad sea una, no significa que de tal modo se esté en lo correcto; pues ello bien es sólo el statu quo magnánimamente 'soportado', en aras del mal menor. La hegemonía sacerdotal en el gobierno de la orden, sin duda ha hincado de rodillas a esta, en una y otra forma frente a sus miras sectoriales.
HERMANOS VERSUS SACERDOTES
"Francisco deseó siempre asegurar entre los hijos el vínculo de la unidad, para que los que habían sido atraídos a la orden por un mismo Espíritu y engendrados por un mismo Padre, se estrechasen en paz en el regazo de una misma madre. Quería unir a grandes y pequeños, atar con afecto de hermanos a sabios y simples, conglutinar con la ligadura del amor a los que de por sí estaban distantes. Incluso quería que el simple, impulsado por el Espíritu Santo, llegase a poder hablar tan fervorosa, sutil y devotamente merced a la inspiración divina, que todos, con asombro, confesasen convencidos: 'el Señor tiene sus intimidades con los simples'. Francisco explicaba: nuestra orden es asamblea numerosísima, como un sínodo general, que reúne de todas las partes del mundo a los que siguen igual forma de vida. En ella los sabios convierten en provecho propio lo que poseen los simples, viendo a los aturdidos impulsados por el Espíritu, buscar con fervor las cosas del cielo, a los iletrados en cuanto hombres, saber gustar las cosas espirituales" (2C 191).
La perfecta igualdad inicial entre clérigos y laicos en el compartir la misma forma de vida y la misma vocación-misión, está claramente atestiguada en los escritos de Francisco. Es un hecho históricamente cierto que Francisco entendió reunir en una única fraternidad a todos los aspirantes a su religión, de cualquier orden social, estado eclesiástico y condición económica que estos fuesen. El se refiere a menudo en sus Reglas y Testamento a sus hermanos "ya clérigos ya laicos", y aunque el binomio indica clases distintas de religiosos al interior de la fraternidad, excluye cualquier forma de clericalismo con la consideración y el trato de cada uno como 'hermanos' y 'hermanos menores'. Esto, ya bien se trate de un ministro o de un estudiante, de un clérigo o de un laico. En la segunda Regla nada ha cambiado, la igualdad es perfecta; incluso entre aquellos que son presbíteros y los que no lo son.
El mismo Francisco siendo aún el fundador carismático y ministro general no deja de ser para los hermanos sino otro hermano. La Crónica de Jordán de Giano relata que en el Capítulo de Sta.Ma. de los Angeles de 1221, estando enfermo habla a través de fray Elías, el que se levanta delante de toda la Asamblea y dice:
"Hermanos, esto dice el Hermano, señalando al bienaventurado Francisco a quién se llama por excelencia el 'hermano' de los hermanos" (nº 17).
Francisco es el 'hermano' (no sacerdote), en pié de igualdad con los demás hermanos (también los sacerdotes); entre compañeros de gran santidad, sabiduría y frecuentemente con mayor ciencia y discreción que él. Sin distinción alguna entonces los hermanos ascienden a todos los cargos: ministro general, provincial, guardián y ejercitan el mandato de predicar penitencia. Por su visión unitaria de la orden es significativo que Francisco en el capítulo de la regla sobre los predicadores se dirija a:
"Todos mis hermanos predicadores, orantes (contemplativos), trabajadores (clérigos o laicos en oficios subalternos), todos, prediquen con las obras y procuren humillarse en todo" (lR 17,5).
Conforme se establece en la Regla, el ministro general, bien sea clérigo como laico, tiene autoridad para autorizar al ministro provincial, sea clérigo o laico, a recibir hermanos a la orden; a examinar a los frailes y a conferirles el oficio de la predicación. Si el provincial no es sacerdote, puede autorizar a cualquier sacerdote de la orden para que absuelva a los frailes de los pecados reservados (2R 7,1s).
"Efectivamente, la naturaleza de la orden es desde los comienzos más propia de laicos y no de clérigos y la preponderancia laical se encuentra en la entraña misma de la historia de sus orígenes como de su inspiración. Lo mismo, el género de vida en todas las reformas, al menos al comienzo (retiro en eremitorios, trabajo manual, abstención de apostolado activo) es más propio de laicos, prescindiendo de los ministerios que pocos o muchos de sus miembros hubieran podido desarrollar en la Iglesia" (Doc.Hist.Jur. OFMcap. Una Orden de Hnos. 11).
Toda la inspiración y estructuramiento original de la orden de menores está caracterizada por la voluntad de seguir las luces del Espíritu Santo. En realidad no parece haber nada más grotesco y ruin, que se quiera valer precisamente de las cláusulas, estructura y de sofismas pseudo religiosos para prosperar y posicionarse personalmente en la vida, dentro de una tal orden. Profanando así, todos sus principios, y haciendo burda injuria a cuantos por mantenerse humildes y fieles, creen poder avasallar con facilidad. Una tal actitud podría considerarse con bastante seguridad como pecado contra el Espíritu Santo; único que sabemos ¡no tiene perdón de Dios!
VIDA APOSTÓLICA ANTES QUE PODER APOSTÓLICO
"Cada uno recibirá su recompensa conforme a su trabajo, que no a su autoridad" decía Francisco (2C 146).
Con ello desvirtúa la presunción de quienes se consideran superiores, relevantes y eficientes dentro de la religión por la autoridad que en ella ostentan o se proponen adquirir. El ministerio pastoral -propio de clérigos- si bien no fue en rigor de términos ignorado en los orígenes de nuestra orden, fue ciertamente un componente accesorio de la vida religiosa. La misión y responsabilidad apostólica desarrollada por Francisco de Asís tuvo origen esencialmente en la voz del crucifijo de San Damián que le dijo "anda y repara mi Iglesia que se desmorona" (2C l0). Pero, para hacerla efectiva él no se preocupó de pedir al Señor ni al Papa un cargo u autoridad jerárquica; sino simplemente, ante un cometido tan absoluto y universal asumió el papel que personalmente podía corresponderle, con entera responsabilidad y plena conciencia; ingeniándose por conciliar con el Papa:
"Vayamos a informar al señor Papa lo que el Señor ha comenzado a obrar entre nosotros" (TC 46).
Pero Francisco, si bien se preocupa de guardar el porte minorítico por 'forma de vida apostólica', no tiene ningún escrúpulo en hacer de la orden el instrumento para la difusión de las enseñanzas, que está cierto el Espíritu le ha señalado. Inculca así a ministros y frailes su impetuoso afán de que difundan sus escritos; que todos ellos se empeñen en propagar su personal descubrimiento y convicción. Les escribe:
"Al ministro general de nuestra orden y a todos los que lo serán después de él, y a todos los custodios y guardianes presentes y futuros les encargo que tengan consigo este escrito, lo pongan por obra y lo conserven cuidadosamente. Les ruego que ahora y siempre, mientras exista este mundo, con diligencia hagan observar lo que dice, según el beneplácito de Dios omnipotente" (CtaO 47s). "Todos los hermanos custodios que reciban este escrito sepan que tienen la bendición del Señor Dios y la mía si lo copiaren y conservan; y hacen sacar copias para los que tienen el oficio de la predicación y el de la custodia de los hermanos, y predicaren todo lo que en el escrito se dice hasta el fin" (1CtaCus 9). "A todos los custodios de los hermanos menores, a quienes llegare esta carta les ruego que hagan llegar a los Obispos y a los demás clérigos la carta que a ellos escribí. Asimismo, les ruego que saquen inmediatamente muchas copias de la carta que les envío para los alcaldes y consejeros y repártanla prontamente a los destinatarios" (2CtaCus 4-7).
Francisco se propuso difundir con todos los medios a su alcance el mensaje del Espíritu del que se siente portador, y está convencido que por su 'profesión' lo mismo han de hacer todos los frailes. Por igual motivo escribe sus cánticos en el idioma del pueblo, precisamente, para que este cante a Dios con él.
Los primeros menores consideraron que las urgentes necesidades de la Iglesia no precisan sólo del 'servicio pastoral propiamente tal', ni imponen deber asumir una autoridad y ministerio jerárquico, que sustrae de la vocación minorítica. Antes, consideraron que el sacerdote que se hace fraile menor, o el fraile que accede al sacerdocio -pastor oficial de la Iglesia- ha de guardar ante todo su calidad sustantiva de fraile; que ha de testimoniar con mayor fidelidad su compromiso primordial de ser menor.
Cosa muy distinta ocurre en el caso de quienes tienen por orgullo ser 'padres o sacerdotes' mientras escurren identificarse como frailes menores; sustituyen el título de fraile menor por el de 'padre capuchino'... Hacen valer su condición de sacerdotes para obtener superioratos, privilegios e intereses muy personales al interior de la orden o fraternidad; desconsiderando y envileciendo toda lealtad para con los hermanos. Y enfrentados a asumir compromisos propios de todo fraile, recurren livianamente a su alternativa siempre atesorada de hacerse sacerdotes del clero. Decía San Francisco:
"vendrá tiempo en que por causa de los malos ejemplos la orden sea difamada hasta el punto de avergonzarse de salir en público. No habrá ninguno que pueda llevar el hábito si no es en la espesura de los bosques. Pero los que llegaren a entrar entonces serán guiados por sola la operación del Espíritu Santo; la carne y la sangre no los mancharán en nada, y serán de verás benditos del Señor" (2C 157. EP 71).
¿Habremos envilecido tanto nuestra profesión minorítica que debamos enmascararla y poner nuestro orgullo en la clericalidad? Es de desear que los que hoy 'entran sean guiados por sola la operación del Espíritu Santo', por más que ostentar el distintivo o el título de fraile menor comporte apocamiento e irrelevancia a los ojos del mundo.
4. FRANCISCO Y CLARA MORADA DEL ESPIRITU EN LAS BIOGRAFÍAS CONTEMPORÁNEAS
Lo que sus contemporáneos dicen de ellos en relación al Espíritu Santo. Apreciaciones de su personalidad.
ESCRITORES DE LA ORDEN
1ª CELANO
La imagen que de Francisco nos da esta biografía escrita en 1228, lo presenta con rasgos de autenticidad, devoción y exaltación de su figura; sin entrar en la polémica por 'mitigar' su influjo en la marcha contemporánea de la orden. Su enfoque es directo y realista. Celano es poeta y de tal modo es sensible para interpretar el alma de Francisco. Es una de las fuentes más seguras, aunque, el trabajo responde al encargo del Papa y del general Elías, quienes desean que Francisco sea modelo del statu quo que dirigen.
"Resuelto Francisco a tomar por esposa a la mujer más noble y bella que jamás se ha visto, la verdadera religión que abrazó, y constituido siervo feliz del Altísimo, confirmado por el Espíritu Santo, secundó el dichoso impulso de su alma; y despreciado lo mundano marchó hacia bienes mejores" (1C 8).
La pobreza aparece como impulso personal del alma de San Francisco, inspiración del Espíritu y renuncia 'suya'. Para la fecha de redacción del texto 1228, Elías y el Papa son partidarios de la permisión respecto a bienes económicos; cosa que el último establecerá oficialmente dos años más tarde, y es el pensamiento predominante en la comunidad. Discrepan los espirituales, que se han aislado más bien en eremitorios, postulando la fidelidad consecuente con la pobreza. En 1317 Roma establecerá que "sólo toca a los superiores definir en lo concreto sobre aquella".
El siguiente texto muestra a Francisco, como el líder que a impulsos del Espíritu percibe lo de cada seguidor: casi omnisciente, y posee un perfil aglutinante de estos.
"Inflamados del fuego del Espíritu Santo en cierta ocasión los hermanos, mientras rezaban el Padre nuestro a media noche, y estando ausente Francisco, entró por la puertecilla de la casa un carro de fuego deslumbrador, sobre el cual había un gran globo semejándose al sol, que hizo resplandeciente la noche. Todos se sintieron iluminados no menos en el corazón que en el cuerpo y por la fuerza y gracia de tanta claridad quedaban patentes las conciencias de los unos para los otros. Comprendieron entonces que era el alma del santo Padre, radiante con aquel inmenso fulgor... El que no pocas veces, sin que nadie se lo contase, sólo por revelación del Espíritu Santo, conoció las acciones de los hermanos ausentes, descubrió los secretos del corazón y sondeó las conciencias" (1C 47).
El influjo ejemplar de Francisco se dirige a las conciencias, al secreto de cada voluntad, pese a que la institución, como grupo, ha preferido pasar por alto muchas directrices suyas. Aquí como en el siguiente texto hay una orientación a la interiorización o a la espiritualidad personal; pese a que la cúpula sostiene una gestión materializante o convencional de la orden.
"Francisco, rebosando de un gozo inmenso, aspiraba por todos los medios a llegar con todo su ser allí donde, fuera de sí, en parte ya estaba. Poseído del Espíritu de Dios, quería sufrir todos los padecimientos del alma y tolerar todos los tormentos del cuerpo, si al fin se le concedía lo que deseaba: que se cumpliese misericordiosamente en él la voluntad del Padre celestial" (1C 92).
El franciscanismo se ha caracterizado por su orientación al encuentro personal con Cristo y la asimilación subjetiva del Espíritu que de él procede; de lo que ha derivado el surgimiento de fuertes personalidades, con un gran sentido de la libertad en la concreción de sus aspiraciones. Este rasgo se nota en el texto siguiente, por la prestancia que demuestra Francisco frente al Papa.
"Saludaba al Papa en las cartas que le escribía, con bendiciones extrañas, y, si bien se mostraba hijo por su devota sumisión, a veces, por inspiración del Espíritu Santo, lo consolaba con palabras de padre, 'para reforzar las bendiciones de los padres hasta que llegase el deseado de los collados eternos'" (1C 100).
LEYENDA DE LOS TRES COMPAÑEROS
Es también de las fuentes más seguras y de primera mano, de tres compañeros de Francisco. Fue escrita en los primeros tiempos, en 1246. Responde a la orden del general de poner por escrito las informaciones fidedignas que los frailes poseyesen. Es pues una obra espontánea, natural y sin retóricas. De estilo testimonial, sencillo, que no teoriza ni sobrenaturaliza, sino que se preocupa de informar interesantes datos. Se inscribe en el círculo de los espirituales, por provenir de la primera comunidad 'heroica' y referir el pensamiento que entonces se vivía junto a Francisco.
"Habiendo desaparecido de Asís el heraldo precursor que iba por las calles saludando 'Paz y bien, paz y bien', dotado de improviso el varón de Dios, Francisco, del espíritu de los profetas, comenzó a anunciar la paz y a predicar la salvación" (TC 26).
Presenta a Francisco bajo el signo de la predestinación del Espíritu. Cual nuevo profeta de Dios. Los autores anhelan que la comunidad actual, que ha clericalizado la orden (desde 1239) y se encamina hacia las mitigaciones, recapacite y asuma la orientación de Francisco. Al año siguiente de difundirse este texto llega a ser general el espiritual Juan de Parma (1247-1257). Ellos establecen un poderoso estímulo a la fidelidad minorítica como se ve en el siguiente texto:
"San Francisco, lleno de la gracia del Espíritu Santo, reunió a sus primeros seis hermanos y les dijo: consideremos nuestra vocación, por la que nos llamó el Señor a ir exhortando a penitencia de los pecados. No se acongojen de parecer pequeños o ignorantes, pues el Señor que venció al mundo, habla con su Espíritu por vosotros" (TC 36).
El gran mal de la orden en los momentos de publicarse este texto es la codicia y usurpación de otros roles ajenos a los menores. El Espíritu Santo aparece como poderosa salvaguardia del talante voluntario de modestia y sencillez de los hermanos de Francisco.
ESCRITORES EXTRAÑOS A LA ORDEN
Este grupo de autores es ajeno a la pugna interna de la orden, por hacer de Francisco el modelo que concretamente se ha de imitar o simplemente hacerlo parte de la corriente contraria; que no convence y de cuyas ideas no hay porqué participar. Presentan a Francisco de modo desprejuiciado y franco. Lo ven como hombre auténticamente inspirado por el Espíritu en lo que hace.
"Hemos sido testigos de cómo el primer fundador y maestro de esta orden, varón sencillo e iletrado, amado de Dios y los hombres, hermano Francisco, se hallaba tan penetrado de embriagueces y fervores de espíritu, que cuando vino al ejército de los cristianos en los muros de Damieta, se dirigió intrépidamente a los campamentos del sultán de Egipto, defendido únicamente por el escudo de la fe, para ofrecerle su predicación de la fe de Cristo" (Jacobo de Vitry, Historia Orientalis c.32).
BIÓGRAFO CONTEMPORÁNEO DE STA. CLARA
Celano, al parecer biógrafo oficial también de Sta. Clara, la presenta al escribir en 1255 como habitación cultivada del Espíritu Santo y su gracia, desde la infancia.
"Clara comenzó a brillar con luz precoz en medio de las sombras del siglo. Recibió de labios de su madre con dócil corazón los primeros conocimientos de la fe e, inspirándole y a la vez moldeándole en su interior el Espíritu, aquel vaso de verdad purísimo se reveló como vaso de gracias" (Leyenda Sanctae Clarae, 3).
PROCESO DE CANONIZACIÓN DE STA. CLARA
Los testigos para este proceso desarrollado en 1253, declaran también que en su vida se manifestó, en diversas circunstancias y modos que el Espíritu Santo actuaba en ella.
"Juan Ventura declaró que él era sirviente de la casa cuando Clara era joven doncella, y que ella ayunaba y oraba y hacía obras piadosas, que él había visto, y que se creía que, desde el principio estaba inspirada por el Espíritu Santo" (Proceso Canonizac. XX Testigo, 5).
"Sor Inés declaró, que Clara gozaba mucho escuchando la Palabra de Dios, y a pesar de no haber estudiado letras, oía gustosamente a predicadores doctos. Durante una plática ella vio que un gran resplandor parecía rodear a la santa madre Clara; un resplandor no material, sino como de estrellas. Después vio otro gran resplandor, no del color del anterior, sino rojo vivo, que parecía despedir chispas de fuego y que rodeó por completo a la Santa y le cubrió toda la cabeza. No sabiendo qué era aquello, se le respondió, no con la voz, pero sí en la mente: 'el Espíritu descenderá sobre ti'" (Proc.Canon X Testigo, 8).
"Sor Bienvenida declaró que tres días antes de la muerte de Clara, esta, de pronto comenzó a encomendar su alma, diciendo: 'vete en paz, pues tendrás buena escolta ; el que te creó, previó antes de ti que serías santificada; y, después que te creó, infundió en ti el Espíritu Santo, y luego te ha cuidado como la madre cuida a su hijo pequeñito'" (Proc.Canon. XI Testigo, 3).
fray Oscar Castillo Barros
Santiago, Julio 1998
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