sábado, 30 de octubre de 2010

"San Juan María Bautista Vianey
El Santo Cura de Ars
Párroco Año 1859



Santo Cura de Ars:
'Pide a Dios que nos envíe siempre
buenos párrocos como tú.'

Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido
San
Juan Vianey, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo
que dijo San Pablo: 'Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del
mundo, para confundir a los grandes'.

Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el
8
de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución
Francesa
que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que
él y su
familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en
celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no
se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se
atrevieran a practicar en público sulreligión. La primera
comunión la
hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna,
a
escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos
de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto
de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote,
con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.

Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba
perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en
el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos
tiempos
tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó
reclutar
todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército.
Y uno
de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el
cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se
perdió del gurpo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se
enfermó y
lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se
repuso
ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se
fuera
por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un
hombre
que le dijo. 'Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir'. Lo
siguió y
después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un
desertor
que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos
del
batallón.

Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a
contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara
del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al
joven
en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo
trabajando
escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y
escondiéndose
muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí
grupos
del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de
desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa
a
todos los que se habían fugado del ejército, y Vianey pudo
volver
otra vez a su hogar.

Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y
duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: 'Es muy
buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada'. Y
lo echaron.

Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San
Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su
ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró
volverse más
inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las
dificultades.

El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño
seminario y
allí recibió a Vianey. Al principio el sacerdote se desanimaba
al ver
que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le
enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su
buena
voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo
posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.

Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos
los días,
el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso
total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores
tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera
ordenado de sacerdote.

Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo
llevó
a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven
estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta
de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de
conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y
varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al
oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianey es de
buena
conducta? - Ellos le repondieron: 'Es excelente persona. Es un modelo
de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más
santo' 'Pues si así es - añadió el prelado - que sea
ordenado de
sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga
santidad, Dios suplirá lo demás'.

Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven
que
parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio,
y
que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4
días
después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los
primeros tres
años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran
amigo y
admirador.

Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: 'El Sr. Obispo lo
ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque
¿a
dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?'.

Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e
infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos
no
asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó
escrito: 'Las gentes de esta parroquia en lo único en que se
diferecian de los ancianos, es en que ... están bautizadas'. El
pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará
Juan
Vianey de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo
transformará
todo.

El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para
cambiar
a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse
lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi
nadie iba a
la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando
horas
y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el
altar.
¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el
párroco
se dedicó a las más impresionantes penitencias para
convertirlos.
Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas
papas
cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran
hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo
cual se
alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las
cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su
parroquia,
pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche
rezando
por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la
artillería
de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo
sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere
perderlos.

Cuando el Padre Vianey empieza a volverse famoso muchas gentes se
dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga
sus
sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador.
El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.

El prelado le pregunta: '¿Tienen algún defecto los sermones del
Padre
Vianey? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy
largos.
Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los
mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el
infierno y el cielo'. - ¿Y tienen también alguna cualidad estos
sermones? - pregunta Monseñor-. 'Si, tienen una cualidad, y es que
los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más
santa
de la que llevaban antes'.

El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: 'Por esa última
cualidad se
le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos'.

Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas
leyendo y
estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego
escribía.
Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole
su
sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo.
Después
se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en
el
altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y
sucedió
muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que
había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba
impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes
de
predicar.

Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el
demonio como San Juan Vianey. El diablo no podía ocultar su
canalla
rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo
atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató
de
prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos
espantosos. Una vez le gritó: 'Faldinegro odiado. Agradézcale a
esa
que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al
abismo'.

Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes
dijeron
que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre
Vianey. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el
dormitorio
donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron
los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos
huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar
al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo
tomaba con toda calma y con humor y decía: 'Con el patas hemos
tenido
ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches'. Pero no
dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.

Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote,
escribieron: 'Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar,
porque no tiene ciencia para ese oficio'. Pues bien: ese fue su
oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí
tenían
mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las
iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que
nos
infla y nos llena de tonto orgullo.

Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el
invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había
que
apartar turno con tres días de anticipación. Y en el
confesionario
conseguía conversiones impresionantes.

Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de
distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote
Vianey. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a
Ars
fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde
se
hospedaban los que iban a confesarse.

A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía
sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a
confesar.
A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de
larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco
después de
las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a
prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En
los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la
mañana se
tomara una taza de leche.

De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de
catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo.
Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los
oyentes.

A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se
afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que
él
costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle
la
gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.

De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en
la
confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados
en su
pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado
sin
decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.

En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se
iba a
congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente.
Pero
seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: 'El
confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando
todavía
vivo'. Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en
favor de
las almas.

Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo
levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.

Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió
solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron
muchas cantinas y bailaderos.

En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un
párroco tan
santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en
domingo
y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los
campos
los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.

Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus
obras o
éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le
escribió
una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el
hubiera
sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un
distintivo
elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno
nacional
le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar.
Decía con
humor: 'Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que
desertó del ejército'. Y Dios premió su humildad con
admirables
milagros.

El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.


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