miércoles, 17 de marzo de 2010

dios

Poder y debilidad de Dios
Erramos buscando explicaciones que hagan compatible el amor de Dios con el mal. Él es vida incluso en situaciones de muerte
17.03.10 - 00:49 -
EMILIO J. SORIANO |

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Emilio J. Soriano es miembro de las Comunidades Cristianas de Base de la Región de Murcia
Dios no existe», «Si existe es un sádico». Éstas expresiones, u otras similares, las hemos escuchado y leído como reacción al seísmo que ha asolado Haití truncando miles de vidas. Ciertamente estas catástrofes sobrecogen por su dramatismo e injusticia al afectar casi siempre a los más pobres. Es comprensible que algunas personas se rebelen con expresiones de este tipo. Rebeldía que deviene del atributo «todopoderoso» que otorgamos a Dios. Pues si Dios lo puede todo, incluida la realización de actos sobrenaturales que podrían evitar las calamidades que asolan a la humanidad, por qué las permite. Si el todo poder que atribuimos a Dios estuviese bien explicado, ésta no sería la causa para rechazarle o negar su existencia.
Erramos buscando explicaciones que hagan compatible el amor de Dios con el mal. Él es vida incluso en situaciones de muerte, fuerza que ayuda a superarlas en un horizonte de esperanza. Produce cierta tristeza que los cristianos, después de veinte siglos, no hayamos transmitido al mundo la verdadera imagen del Dios de Jesús de Nazaret, superadora de concepciones paganas del judaísmo y del A. Testamento.
Numerosos teólogos y expertos en Sagrada Escritura sostienen que Dios es omnipotente, pero en el amor. Dios es todo amor, éste es todo su poder. El ya desaparecido profesor emérito del Pontificio Instituto Oriental de Roma, Juan Materos, traductor de la Nueva Biblia Española y reconocido exegeta, explica que la omnipotencia de Dios es una fuente inagotable de amor sin término. Amor sin reserva que ofrece a todos para compartirlo, creando así espacios de fraternidad que transformen la Tierra en el Paraíso que Él sueña para la humanidad. Si aún no se ha logrado es porque el amor sólo es eficaz si es aceptado. Nuestro rechazo, egoísmo y ceguera lo impide. Si amásemos a nuestro prójimo como Jesús nos enseñó, el reino de Dios sería una realidad en la Tierra.
Aunque pueda parecer absurdo podemos decir con palabras del teólogo Gonzáles Faus que «Dios está a merced del hombre», no porque el hombre sea más fuerte, sino porque Él se entrega a la humanidad y se funde con lo más débil de la condición humana y con los pobres. Debilidad manifestada en la pasión de su hijo Jesús al que no libera de la Cruz, sufrimiento que lo identifica con las víctimas. No es Dios el llamado a evitar el sufrimiento humano, sino que es el hombre el responsable de evitar el dolor de Dios en la Historia. Nuestro rechazo trunca su proyecto para la humanidad, y Él es víctima con las víctimas: «tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, estaba enfermo y no me visitasteis»&hellip «Cuando Benedicto XVI fue a Auschwitz exclamó ante los lugares del holocausto «Dios, ¿dónde estabas?» La respuesta era fácil: allí, con las víctimas. Igual que estuvo junto a la Cruz de Jesús. La «ausencia» de Dios en la Historia no es pasividad o lejanía, sino cruz solidaria con el necesitado. Nos ha creado con total autonomía para poder elegir el bien o el mal. El devenir de la Historia es responsabilidad de los hombres no de Dios, de lo contrario seríamos marionetas a su capricho. Somos seres racionales, libres, capaces y responsables. Autonomía que no excluye la presencia de Dios en nuestras vidas, la posibilidad de vivir abiertos a su acción benefactora, o de encontrarlo en el prójimo. No es un Dios solución ni un Dios remedio, pero sí es el Dios compañero, el Dios que nos capacita para amar y hacer el bien, para asumir nuestra responsabilidad de hacer un mundo más justo, fraterno y en paz.
Dios no es responsable de las calamidades. La hambruna mundial, las guerras, la marginación, la pobreza, la violencia, los accidentes&hellipson consecuencia de la acción injusta e irresponsable de los hombres. La inteligencia nos permite atajar las enfermedades a través de la medicina, redistribuir los recursos naturales para alimentar a toda la humanidad y cuidar el planeta respetando el equilibrio ecológico. Asimismo, los avances de la ciencia y de la técnica nos permiten eliminar o paliar las consecuencias de las catástrofes naturales. Si Haití no fuese un país subdesarrollado, empobrecido y regido por gobiernos corruptos, se podrían haber tomado medidas preventiva (al igual que en otros países como Japón) para que el seísmo no causara tanta destrucción. En este drama resulta gratificante el movimiento de solidaridad mundial y la generosidad de tantas personas que han llevado una ayuda indispensable. Pero no es suficiente, podemos y debemos llegar a más con políticas encaminadas a la erradicación de la pobreza, la exigencia del cumplimiento de los objetivos del milenio y la denuncia del desarrollo armamentístico.
Las tragedias naturales afectan mayoritariamente a los más pobres, víctimas de este injusto orden social. Podemos decir que Dios ha sido una víctima más en Haití. Con estas bellas palabras lo expresa el obispo Casaldáliga. «Versión de Dios»: Sus manos y sus pies de tierra llenos/ rostro de carne y sol de lo Escondido/¡ versión de Dios en pequeñez humana!

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