Viático
Se
desprendió de recuerdos dolorosos con una leve sonrisa, apenas un
ligero movimiento ascendente en la comisura de los labios. Un parpadeo
firme y decisivo me confirmó después que iniciaba la partida. Y sentí
que aceptaba mi presencia inmerecida sin dudarlo, con una certeza
rotunda. Recogí su mano derecha, coloreada caprichosamente durante la
última batalla, entre las mías. Y cerré lo ojos como él, para invocar
con respeto al Amor que ya habita en su alma, ahora grial sagrado que
contiene la savia de la vida. Envuelto él en silencio sublime, sentí su
abandono lentamente y supe, sin mirarle, que lloraba. Suspendido el
pensamiento, las lágrimas purificaron su cuerpo de todo sufrimiento, en
una turbación desconocida que libera el ser de toda atadura. Un llanto
necesario para el viaje, que aligera el peso de la fatiga y la gravedad.
Es como si el agua de sus lágrimas renovase la fragilidad en fortaleza,
desenredando así los vínculos con el mundo. Tras un leve espasmo, sentí
su mano liberada de tensión entre las mías. Se soltó de la vida en un
instante, envuelto en una paz indescriptible. Dejó su cruz plantada en
la cama para resucitar a la Verdad, que se hizo carne para soportar la
nuestra.
César Cid
desprendió de recuerdos dolorosos con una leve sonrisa, apenas un
ligero movimiento ascendente en la comisura de los labios. Un parpadeo
firme y decisivo me confirmó después que iniciaba la partida. Y sentí
que aceptaba mi presencia inmerecida sin dudarlo, con una certeza
rotunda. Recogí su mano derecha, coloreada caprichosamente durante la
última batalla, entre las mías. Y cerré lo ojos como él, para invocar
con respeto al Amor que ya habita en su alma, ahora grial sagrado que
contiene la savia de la vida. Envuelto él en silencio sublime, sentí su
abandono lentamente y supe, sin mirarle, que lloraba. Suspendido el
pensamiento, las lágrimas purificaron su cuerpo de todo sufrimiento, en
una turbación desconocida que libera el ser de toda atadura. Un llanto
necesario para el viaje, que aligera el peso de la fatiga y la gravedad.
Es como si el agua de sus lágrimas renovase la fragilidad en fortaleza,
desenredando así los vínculos con el mundo. Tras un leve espasmo, sentí
su mano liberada de tensión entre las mías. Se soltó de la vida en un
instante, envuelto en una paz indescriptible. Dejó su cruz plantada en
la cama para resucitar a la Verdad, que se hizo carne para soportar la
nuestra.
César Cid
Buena Nueva
Cuando
el alma humana pierde le fe y la esperanza por el devenir de la vida,
el Señor llama a su puerta para sanar su corazón herido. Lo importante
de nuestros acontecimientos cotidianos es invisible a los ojos. Solo los
ojos del alma son capaces de ver la vida que merece ser vivida.
Iluminados por el Señor, son dones para el bien común de todos, no son
para esconderlos, sino para que den fruto abundante. Dios está con
nosotros a cada paso peregrino guiándonos y obrando su Divina Voluntad,
certeza incuestionable pese a nuestra ceguera espiritual. “El Espíritu
del Señor está sobre mi, porque me ha ungido para dar la buena nueva a
los oprimidos, me ha enviado, para vendar las llagas a los de corazón
quebrantado, para proclamar la liberación de los cautivos, para consolar
a todos los que están de duelo y proclamar el año de gracia del Señor
(Isaias 61, 1- 2). Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para
revelarle su destino. El desierto de Jesús representa hoy todo aquello
que va aconteciendo en nuestras vidas, incluyendo las cruces y dolores
que hemos experimentado, sintiéndonos sedientos y hambrientos de la
verdadera justicia, del verdadero amor y la verdadera paz. Jesús se puso
la vestidura de la humanidad, experimentando sus mismas necesidades y
angustias; se hizo verdaderamente uno con nosotros excepto en el pecado,
sabiendo su destino se dejó conducir a ese desierto, que le fortaleció
con para vencer las tentaciones del enemigo, que siempre actúa
sutilmente para diezmarnos la voluntad. Jesucristo entró en la sinagoga,
tomó el rollo de Isaías y leyéndole dijo: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque el Señor me ha ungido”, y pregonó la Buena Nueva. Continue reading →
el alma humana pierde le fe y la esperanza por el devenir de la vida,
el Señor llama a su puerta para sanar su corazón herido. Lo importante
de nuestros acontecimientos cotidianos es invisible a los ojos. Solo los
ojos del alma son capaces de ver la vida que merece ser vivida.
Iluminados por el Señor, son dones para el bien común de todos, no son
para esconderlos, sino para que den fruto abundante. Dios está con
nosotros a cada paso peregrino guiándonos y obrando su Divina Voluntad,
certeza incuestionable pese a nuestra ceguera espiritual. “El Espíritu
del Señor está sobre mi, porque me ha ungido para dar la buena nueva a
los oprimidos, me ha enviado, para vendar las llagas a los de corazón
quebrantado, para proclamar la liberación de los cautivos, para consolar
a todos los que están de duelo y proclamar el año de gracia del Señor
(Isaias 61, 1- 2). Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para
revelarle su destino. El desierto de Jesús representa hoy todo aquello
que va aconteciendo en nuestras vidas, incluyendo las cruces y dolores
que hemos experimentado, sintiéndonos sedientos y hambrientos de la
verdadera justicia, del verdadero amor y la verdadera paz. Jesús se puso
la vestidura de la humanidad, experimentando sus mismas necesidades y
angustias; se hizo verdaderamente uno con nosotros excepto en el pecado,
sabiendo su destino se dejó conducir a ese desierto, que le fortaleció
con para vencer las tentaciones del enemigo, que siempre actúa
sutilmente para diezmarnos la voluntad. Jesucristo entró en la sinagoga,
tomó el rollo de Isaías y leyéndole dijo: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque el Señor me ha ungido”, y pregonó la Buena Nueva. Continue reading →
Seguir sus huellas
En
toda la historia de la humanidad Dios ha dado a cada ser humano la
vocación que necesitaba para colaborar con Él. Es una llamada que
concede al alma para una vida perfecta. No hay que inquietarse si desde
el silencio, no entendemos que quiere de nosotros. Él encuentra la forma
de hacerse entender. En ocasiones desde la Palabra del Evangelio o
mediante las personas que nos pone en el camino de nuestra vida
peregrina. Dios abre caminos entre Él y su criatura dejando una huella
imborrable y perdurable en el alma, haciéndole seguir una estela de luz
que alumbra los pasos. Esto mismo les pasó a los pastorcillos en Belén y
también a sus discípulos, cuando se encontraron con Jesús y le
siguieron después. Ardían de amor, con el corazón esperanzado. En el
camino de la fe, Dios va tejiendo la más perfecta historia de Amor. La
vida peregrina del hombre está llena de encuentros, en los que se nos
invita a discernir la voluntad divina, en el profundo misterio de la
existencia. Si vivimos en actitud de verdadero compromiso la fe que
profesamos, nada de nuestra vida dejará de tener importancia para Dios,
que valorará incluso aquello que nosotros no consideramos importante. Continue reading →
toda la historia de la humanidad Dios ha dado a cada ser humano la
vocación que necesitaba para colaborar con Él. Es una llamada que
concede al alma para una vida perfecta. No hay que inquietarse si desde
el silencio, no entendemos que quiere de nosotros. Él encuentra la forma
de hacerse entender. En ocasiones desde la Palabra del Evangelio o
mediante las personas que nos pone en el camino de nuestra vida
peregrina. Dios abre caminos entre Él y su criatura dejando una huella
imborrable y perdurable en el alma, haciéndole seguir una estela de luz
que alumbra los pasos. Esto mismo les pasó a los pastorcillos en Belén y
también a sus discípulos, cuando se encontraron con Jesús y le
siguieron después. Ardían de amor, con el corazón esperanzado. En el
camino de la fe, Dios va tejiendo la más perfecta historia de Amor. La
vida peregrina del hombre está llena de encuentros, en los que se nos
invita a discernir la voluntad divina, en el profundo misterio de la
existencia. Si vivimos en actitud de verdadero compromiso la fe que
profesamos, nada de nuestra vida dejará de tener importancia para Dios,
que valorará incluso aquello que nosotros no consideramos importante. Continue reading →
Venid a mi
Jesús
nos invita a dejar las cargas a los pies de su cruz. Nuestras cargas
son las heridas del pecado, que solo su perdón puede curar. Son además
las cargas de nuestros fracasos en la vida cotidiana, los sufrimientos y
adversidades en nuestro caminar. Él es el único que puede darnos la paz
del alma, la paz que se deriva de la unión con la Trinidad Santa. Esta
donación exige una responsabilidad por nuestra parte: la humildad de
corazón. Si somos soberbios y orgullosos difícilmente encontraremos la
paz que Dios derrama por su infinita Misericordia. Él nos llama tal como
somos. Acepta nuestra nada, nuestra pequeñez. Estamos llamados a hacer
de nuestra vida un acto de amor con Dios y con nuestros hermanos. “Venid
a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, yo os aliviaré. Tomad
mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso de corazón y
hallaréis reposo para vuestras almas, porque mí yugo es blando y mi
carga ligera” (Mt 11, 28-30). Tomar su yugo revela la voluntad de Dios.
Cumplirla genera en nuestro interior una gozosa paz prometida por el
Señor a los pobres y humildes. Es el amor que llena el alma del Espíritu
de Cristo. La humildad es también esa docilidad interior que nos hace
actuar con rectitud. Él cargó un yugo insoportable con la cruz, nuestras
cargas… Hoy nos pide que aprendamos de Él, de su corazón. Continue reading →
nos invita a dejar las cargas a los pies de su cruz. Nuestras cargas
son las heridas del pecado, que solo su perdón puede curar. Son además
las cargas de nuestros fracasos en la vida cotidiana, los sufrimientos y
adversidades en nuestro caminar. Él es el único que puede darnos la paz
del alma, la paz que se deriva de la unión con la Trinidad Santa. Esta
donación exige una responsabilidad por nuestra parte: la humildad de
corazón. Si somos soberbios y orgullosos difícilmente encontraremos la
paz que Dios derrama por su infinita Misericordia. Él nos llama tal como
somos. Acepta nuestra nada, nuestra pequeñez. Estamos llamados a hacer
de nuestra vida un acto de amor con Dios y con nuestros hermanos. “Venid
a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, yo os aliviaré. Tomad
mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso de corazón y
hallaréis reposo para vuestras almas, porque mí yugo es blando y mi
carga ligera” (Mt 11, 28-30). Tomar su yugo revela la voluntad de Dios.
Cumplirla genera en nuestro interior una gozosa paz prometida por el
Señor a los pobres y humildes. Es el amor que llena el alma del Espíritu
de Cristo. La humildad es también esa docilidad interior que nos hace
actuar con rectitud. Él cargó un yugo insoportable con la cruz, nuestras
cargas… Hoy nos pide que aprendamos de Él, de su corazón. Continue reading →
¿Qué tiempo?
Acompañar
al final de la vida te somete a una inevitable vulneración del tiempo,
respecto de la cotidianidad. Cualquier experiencia vital exige de
nosotros la sensación temporal propia, siempre subjetiva. Durante
situaciones placenteras, el tiempo vuela. Ante circunstancias difíciles,
el reloj se embarra y parece inmóvil. Ante la vida del otro en
situación terminal, el tiempo ejerce de maestro de ceremonias y añade
intensidad emotiva de manera incontrolada. Quizá porque las cuestiones
reveladas son perlas existenciales de incalculable valor, la relación
con el enfermo es una experiencia vertiginosa y trepidante. Conocí a
Raúl (nombre ficticio) unos días antes de morir. Sin embargo me
gratificó la sensación de haber compartido con él momentos esenciales de
su vida. Le acompañé a suavizar las costuras de su vida con respeto y
me permitió firmar algún momento de sonrisas sinceras. Recorrimos juntos
algunos caminos de su memoria, reviviendo situaciones apasionantes. Me
confirmó un amistad irrenunciable, compartida a base de sueños
satisfechos. Me regaló sus miedos nuevos y los ablandamos juntos,
suspirando. Y ascendimos el último tramo, tranquilos y expectantes. Sin
más miradas que la de Dios, Raúl elevó su alma y abandonó el espacio que
habitaba, hacía el lugar que no es lugar. Salió del tiempo aquí medido y
me regaló una década de emociones, vivida en unos pocos días mal
contados. Eternamente. César Cid
al final de la vida te somete a una inevitable vulneración del tiempo,
respecto de la cotidianidad. Cualquier experiencia vital exige de
nosotros la sensación temporal propia, siempre subjetiva. Durante
situaciones placenteras, el tiempo vuela. Ante circunstancias difíciles,
el reloj se embarra y parece inmóvil. Ante la vida del otro en
situación terminal, el tiempo ejerce de maestro de ceremonias y añade
intensidad emotiva de manera incontrolada. Quizá porque las cuestiones
reveladas son perlas existenciales de incalculable valor, la relación
con el enfermo es una experiencia vertiginosa y trepidante. Conocí a
Raúl (nombre ficticio) unos días antes de morir. Sin embargo me
gratificó la sensación de haber compartido con él momentos esenciales de
su vida. Le acompañé a suavizar las costuras de su vida con respeto y
me permitió firmar algún momento de sonrisas sinceras. Recorrimos juntos
algunos caminos de su memoria, reviviendo situaciones apasionantes. Me
confirmó un amistad irrenunciable, compartida a base de sueños
satisfechos. Me regaló sus miedos nuevos y los ablandamos juntos,
suspirando. Y ascendimos el último tramo, tranquilos y expectantes. Sin
más miradas que la de Dios, Raúl elevó su alma y abandonó el espacio que
habitaba, hacía el lugar que no es lugar. Salió del tiempo aquí medido y
me regaló una década de emociones, vivida en unos pocos días mal
contados. Eternamente. César Cid
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