viernes, 19 de marzo de 2010

dios

EUCARISTIA: EL MEMORIAL DEL SEÑOR

Fuente y cima

La Eucaristía ha sido siempre el centro de la vida de la Iglesia. Y sigue siendo la “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11). Todos los sacramentos nacen de la fe. Pero, sólo en el caso de la Eucaristía se nos dice, por parte de quien preside la celebración: Este es el sacramento de nuestra fe. Y es que en la Eucaristía convergen, de un modo o de otro, todas las verdades que tiene que creer un cristiano y todo lo que tiene que vivir.

En primer lugar nos centraremos en el aspecto que subraya la asamblea en su respuesta al presidente, después de la consagración: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección; ¡Ven, Señor Jesús!”.
La asamblea confiesa gozosamente que está realizando el memorial del Señor, obedeciendo al mandato de Jesús en su Ultima Cena: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). Aquí tenemos una de las claves fundamentales para penetrar en el sentido del sacramento de la Eucaristía.

La última cena de Jesús con sus discípulos

El comer con sus discípulos y con otras personas no fue para Jesús una cosa puramente funcional, sino un gesto simbólico, expresivo de los contenidos de la salvación que él traía (recordemos sus comidas con los pecadores como Zaqueo, Mateo, la multiplicación de los panes, las comidas en torno a la Resurrección). Y esa carga simbólica de sus comidas se hace todavía más densa en el momento de la despedida, cuando Jesús supo que había llegado su hora. “Se puso Jesús a la mesa con los apóstoles y les dijo: ¡Cuánto he deseado cenar con ustedes esta Pascua antes de mi pasión! Porque les digo que nunca más la comeré hasta que tenga su cumplimiento en el Reino de Dios” (Lc 22,14-16).

Esa fue la última vez que cenaron juntos antes de la muerte de Jesús. ¿Se trató de una verdadera cena pascual? Según los evangelios sinópticos, sí. Tuvo lugar en Jerusalén, donde estaba prescrito comer el cordero pascual, y no en Betania, a donde Jesús acostumbraba retirarse. Se celebró de noche y no a media tarde, que era la hora de la comida principal de los judíos. Y concluyó con el canto de salmos (cf. Mc 14,26), como estaba prescrito para la cena pascual.

Pero las palabras aclaratorias que, según costumbre acompañaban los gestos de la cena, Jesús no las pronuncia sobre el cordero, los ácimos o las hierbas amargas, sino sobre el pan y el vino. “Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición y lo partió y se lo dio a ellos diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo” (Mc 14,22). Era como decir: “Esto soy yo mismo; con este pan me doy a mí mismo”. Y al tomar los discípulos el pan, participan en la auto-entrega de Jesús.
Esta autoentrega de Jesús, expresada en la frase pronunciada al ofrecer el pan partido, se desarrolla en la frase de la copa. “Y tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la pasó y todos bebieron. Y les dijo: Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos”.

La autodonación de Jesús, expresada en la frase sobre el pan, consiste en su muerte ofrecida por todos, tal como señala la frase que acompaña la entrega de la copa. Al comer el pan partido y al beber la copa, los discípulos participan de la entrega que Jesús hace por los demás. Es decir, entran en comunión con él y con su destino y participan de la fuerza reconciliadora de su muerte.

El memorial del Señor

Después de este breve repaso se pueden entender mejor el sentido y los contenidos del “memorial del Señor”.
Para la Biblia “hacer memoria” no es un mero recordar el pasado. Es revivir la fuerza y la eficacia del pasado. Moisés dijo a los israelitas: “Este día será para ustedes memorable, en él celebrarán fiesta al Señor” (Ex 12,14). En este memorial de la Pascua el pueblo no sólo recordaba un acontecimiento del pasado, sino que reactualizaba y revivía el don de la fuerza liberadora de Dios. De este modo, la fuerza salvadora del pasado irrumpía en el presente de las nuevas generaciones como oferta siempre actual de alianza y liberación.

Cuando Jesús dice a sus discípulos: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19) no les está invitando simplemente a repetir un gesto ritual con el pan y con el vino. Les está invitando a revivir existencialmente todo el significado de su vida de autodonación hasta la autoentrega suprema de su muerte.

En el gesto de la entrega del pan y del vino, en el contexto de la cena pascual, Jesús condensa todo lo que ha sido su vida y anticipa el sentido de su muerte inminente; amor a todos, hecho de autodonación hasta el extremo. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Lc 15,13). Y es este estilo de vida, condensado en un gesto, lo que Jesús quiere que reviva en sus seguidores. Hacer su memoria en el rito implica hacerlo presente a través de la propia existencia.

Participar en la Eucaristía

La vida cristiana es la asimilación progresiva del estilo de vida de Cristo por parte del bautizado. Y la síntesis viva (no meramente teórica) del camino de Cristo la encontramos en la Eucaristía, memorial del Señor.
Participar en la Eucaristía es tener la oportunidad de entrar activamente en la dinámica de la existencia de Jesús: de su vida, de su muerte y de su resurrección. El Espíritu del Señor Resucitado va haciendo penetrar la vida del Hijo Único en los hijos de adopción, de manera que éstos también puedan decir “Padre” y que el Padre pueda reconocer en ellos los rasgos de su Hijo.
En la celebración eucarística los bautizados “entran en el juego” de la vida, muerte y resurrección de Jesús.

Los distintos momentos de la celebración tienen en su base otras tantas actitudes fundamentales de la existencia cristiana. Esas actitudes, previamente vividas, dan sentido a los ritos; y los ritos, a su vez, celebran y acrecientan dichas actitudes.

Este proyecto de renovación de la catequesis familiar quiere potenciar la formación de cristianos eucarísticos, es decir, de cristianos que viven en lo cotidiano, todas las actitudes que recordamos y vivimos en la Eucaristía, para llegar a hacer verdad la expresión: el cristiano “otro Cristo”

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