El Viernes Santo
JesúsMarti Ballester
16 julio 2008
Sección: El Calendario litúrgico
Una breve introducción para comprender mejor el sentido de este día en la Semana Mayor
VIERNES SANTO: DIOS SE HA HECHO DEBIL, HASTA MORIR
La muerte de una persona siempre es un misterio incomprensible. A
medida que se va sumergiendo en las aguas del mar de la muerte, su
experiencia se va haciendo más impenetrable: ¿qué siente? ¿qué sufre?
¿que piensa? ¿cuánto pasa? El misterio es mayor en la muerte de Cristo.
Imposible penetrar en su hondura.
El Dios del Antiguo Testamento es un Dios grande, poderoso, vencedor
de sus enemigos. Es el Dios del Sinaí, que viene acompañado de rayos y
truenos, que se manifiesta en la zarza ardiente, y en el monte humeante.
El Dios que arranca los cedros de raiz, que se sienta sobre el
aguacero. El Dios de las plagas de Egipto, que mata a los primogénitos
del país, el Dios que separa las aguas del mar Rojo. El Dios que hace
caer serpientes en el desierto, el Dios que hace brotar agua de la roca.
Pero he ahí que el Dios que los judíos nunca pudieron comprender que
tuviera un Hijo, Jesús, es un Dios débil y humillado, anonadado. Vendido
por Judas, negado por Pedro, juzgado por el sanedrín, por Herodes y por
Pilato. Condenado a muerte, escarnecido en la Cruz, insultado por los
ladrones y por los Sumos Sacerdotes: “Si eres hijo de Dios, sálvate y
baja de la Cruz” (Mt 27,40). Movían la cabeza. No se puede salvar. Jesús
callaba. Dios muere. Su muerte no es una muerte heroica y grande, sino
humillante y dolorosa.
La inspiración del poeta ha intuído la inmensa e infinita angustia del hombre Jesús:
“El subía bajo el follaje gris,
todo gris y confundido con el olivar,
– y metió su frente llena de polvo
– muy dentro de lo polvoriento de sus manos calientes (Rilke).
Se eclipsó en el Hombre Dios.
Cortinas espesas de sangre
oscurecieron la faz del Padre…
El Hombre tirita despavorido…
Debilidad de un enfermo
que, con la fiebre agarrotando
sus miembros temulentos,
tiembla de frío y de miedo
ante un dragón que lo engulle.
Lámpara torturada de sangre
que amanece como rocío
de gotas redondas
que forman ríos desolados y dolorosos
de un planeta hundido
en la soledad sideral.
Desolación inmensa de un océano
de torturas diabólicas
de campos de exterminio.
Presencia mística de todo el pecado
en la imaginación cinematográfica
del Hombre que ve lúcidamente
resquebrajarse horrorosamente
los cimientos del cosmos.
La negra traición disfrazada,
los matorrales espinados del odio,
la cínica hipocresía, el fariseísmo
de todas las inmensas injusticias.
Soledad, silencio, angustia…
Abandono, desolación, sequedades.
Llamada a participar en el trago
amargo del Maestro,
hasta que te haga feliz
ser latido en su estertor.
Jesús aceptó la dureza de lo inevitable. Conocía perfectamente la
suerte de los profetas que le precedieron. No había pasado mucho tiempo
desde que Juan Bautista fuera asesinado por Herodes. Los gobernantes
pretendían escarmentar al pueblo torturando atrozmente y asesinando a
los profetas. Jesús es arrestado y llevado ante el tribunal de la
ciudad. Luego viene el juicio injusto. Testigos falsos, infracción del
derecho de defenderse y, por último, condena a muerte. Todo estaba
preparado de antemano. Por ello, Jesús no insiste en su defensa. Él
sabía perfectamente que su condena estaba decidida con anticipación por
el sanedrín. Después, llevan a Jesús ante Pilato, hombre violento y
precipitado. Como él no podía enemistarse con el sanedrín, el juicio
resulta ser sólo una farsa. Iban a matar a Jesús porque ponía en riesgo
la credibilidad del sistema religioso, político y económico. Luego, le
imponen la cruz y lo empujan, junto con otros dos, hacia el lugar de la
ejecución. Los condenados siempre andaban con paso vacilante porque
habían sido flagelados. El paso vacilante de los condenados a muerte
causaba una fuerte impresión entre los espectadores. Algunos de ellos
percibían la injusticia que se le infligía a Jesús. Ellos sabían que Él
era un hombre que únicamente “pasaba haciendo el bien y sanando a
cuantos estaban oprimidos” (Hch 10, 38). Cae por tierra y es levantado a
fuerza de gritos, insultos y golpes. El camino se desdibujaba ante sus
ojos doloridos. La vía hacia el calvario fue un lento y tortuoso avance
hacia la muerte. La colina del Gólgota o “calavera” es símbolo del
exterminio humillante. Jesús despojados de todo y del todo, incluso de
las ropas que le quedaban. Jesús lo entrega todo hasta el límite.
Sobre la cruz fue colocado un letrero que decía: “Jesús rey de los
judíos”. Y la burla no podía ser mayor. Tenía por trono un patíbulo y
por comitiva dos proscritos crucificados.
La crucifixión era la máxima pena que imponía el imperio. Era un
castigo tan denigrante que estaba reservado únicamente para los
esclavos. Tener algún parentesco, familiaridad o amistad con un
condenado a la cruz era causa del repudio social. Jesús fue condenado a
morir en la cruz, como sedicioso. A la comunidad de seguidores de Jesús
le costó un enorme esfuerzo explicar el sentido de la crucifixión de
Jesús. Ellos proponían como salvador de la humanidad a un hombre que
murió proscrito por la ley. Los discípulos tenían que anunciar al “Dios
crucificado”.
La cruz se convirtió, con el tiempo, en el símbolo de los cristianos.
Ya no tiene el significado de rebeldía y maldición que tenía en el
mundo antiguo. Hoy es inclusive un artículo forjado en metales y piedras
preciosas. Hoy, las cruces ya no son de madera. La cruz es la realidad
cotidiana de dos personas que se atormentan mutuamente sin llegar a
formar un hogar. La cruz es la falta de oportunidades para desarrollarse
como personas. La cruz es la realidad de miseria que inunda calles,
montañas y ciudades como un torbellino incontenible. El paso vacilante
de los emigrantes y de los desplazados por la violencia marca el ritmo
de la civilización occidental. La humanidad ha ganado en derechos y en
conciencia de su acción en el mundo. Pero, también ha multiplicado la
miseria y el sufrimiento. Hoy sigue siendo Viernes Santo.
Juan Pablo II en su visita a la Basílica del Santo Sepulcro, dijo:
Siguiendo el camino de la historia de la salvación, narrado en el Credo
de los apóstoles, mi peregrinación jubilar me ha traído a Tierra Santa.
Desde Nazaret, donde Jesús fue concebido de la Virgen María por el poder
del Espíritu Santo, he llegado a Jerusalén, donde «padeció bajo el
poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado». Aquí, en
la Iglesia del Santo Sepulcro, me arrodillo delante de su sepultura:
«Ved el lugar donde le pusieron» (Marc 16,6). La tumba está vacía. Es un
testigo silencioso del acontecimiento central en la historia de la
humanidad: la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Desde hace casi
dos mil años, la tumba vacía ha sido testigo de la victoria de la Vida
sobre la muerte. Junto a los apóstoles y a los evangelistas, y junto a
la Iglesia en todo tiempo y lugar, nosotros también hemos sido testigos y
proclamamos: «¡El Señor ha resucitado!». Resucitado de entre los
muertos, Él ya no muere más; la muerte no tiene ya dominio sobre Él (Rom
6,9). «Mors et vita duello confixere mirando; dux vitae mortuus, regnat
vivus» El Señor de la Vida estaba muerto; ahora reina, victorioso sobre
la muerte, la fuente de vida eterna para todos los creyentes.
En esta iglesia, «la madre de todas las Iglesias» (san Juan
Damasceno), donde nuestro Señor Jesucristo murió para reunir en uno a
todos los hijos de Dios que estaban dispersos (Jn 11,52), le pedimos al
Padre de las misericordias que fortalezca nuestro deseo por la unidad y
la paz entre todos los que hemos recibido el regalo de una nueva vida
por medio de las aguas salvadoras del Bautismo.
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Jn 2,19). El
evangelista Juan nos dice que después de la resurrección de Jesús entre
los muertos, los discípulos se acordaron de estas palabras, y creyeron
(Jn 2,23). Jesús había dicho estas palabras para que sirvieran como
señal para sus discípulos. Cuando Él y los discípulos visitaron el
Templo, arrojó fuera del santo lugar a los cambistas y vendedores (Jn
2,15). Cuando los presentes protestaron diciendo: «¿Qué señal nos
muestras para obrar así?», Jesús respondió: «Destruid este templo y, en
tres días, lo levantaré». El Evangelista advierte que «Él hablaba del
Templo de su cuerpo» (Jn 2,18). La profecía contenida en las palabras de
Jesús se realizó en la Pascua, cuando «al tercer día resucitó de entre
los muertos». La resurrección de nuestro Señor Jesucristo es la señal
que pone de manifiesto que el Padre eterno es fiel a su promesa y
engendra una nueva vida de la muerte: «la resurrección del cuerpo y la
vida eterna». El misterio se refleja claramente en esta antigua Iglesia
de la «Anástasis», que contiene ambas, la tumba vacía, signo de la
Resurrección, y el Gólgota, lugar de la Crucifixión. La buena nueva de
la resurrección nunca se puede separar del misterio de la Cruz. Hoy, san
Pablo nos dice en la segunda lectura: «Nosotros predicamos a Cristo
crucificado» (1 Cor 1,23). Cristo, se ofreció a sí mismo como oblación
vespertina en el altar de la cruz (Sal 141,2), ahora ha sido revelado
como «el poder y la sabiduría de Dios» (1 Cor 1,24). Y en su
resurrección, los hijos e hijas de Adán participan de la vida divina que
era suya desde toda la eternidad, con el Padre, en el Espíritu Santo.
La resurrección de Jesús es el sello definitivo de todas las promesas
de Dios, el lugar del nacimiento de una humanidad nueva y resucitada,
la promesa de una historia caracterizada por los dones mesiánicos de paz
y gozo espiritual. En la aurora del nuevo milenio, los cristianos
pueden y deben mirar el futuro con una confianza firme en el glorioso
poder del Resucitado, quien hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5). Él
libera a la creación de la esclavitud de la caducidad (Rom 8,20). Con su
Resurrección, abre al camino al descanso del Gran Sábado, el Octavo
Día, cuando la peregrinación de la humanidad llegue a su fin y la
voluntad de Dios sea en todo en todos (1 Cor 15, 28).
Aquí, en el Santo Sepulcro y en el Gólgota, mientras renovamos
nuestra profesión de fe en el Resucitado, ¿podemos poner en duda que el
poder del Espíritu de la Vida nos dará la fuerza para vencer nuestras
divisiones y trabajar juntos en la construcción de un futuro de
reconciliación, unidad y paz? Aquí, como en ningún otro lugar en la
tierra, escuchamos a nuestro Señor decirle de nuevo a sus discípulos:
«No tengáis miedo, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).
“El velo del Templo se rasgó” (Lc 23,45). Ante la debilidad de Dios,
debe rasgarse también nuestro concepto de Dios. Debemos aceptar a un
Dios humillado, que se encarna en la debilidad humana y que quiere ser
el servidor y el que está en los pequeños, en los sin cultura, en los
marginados: “lo que hacéis a uno de mis pequeños, a mí me lo hacéis” (Mt
25,40).
Los personajes que intervienen en la Pasión y Muerte de Jesús, no son
extraordinariamente malos, sino personas normales y corrientes. Y esta
reflexión nos ayuda a aceptar que nos puedan vender, juzgar, traicionar y
crucificar las personas normales que están junto a nosotros.
¿Por qué tanta sangre, Señor? ¡Qué gran amor el tuyo y el de tu
Padre, que te entrega para que participemos de vuestra vida trinitaria y
feliz por siempre! Te adoramos, Cristo y te bendecimos porque por tu
santa Cruz has redimido al mundo.
Jaime Dijo:
Gracias por su ayuda para fomentar y hacer crecer la Fe en Cristo Jesus.
Comentario del día abril 1, 2010 a las 17:16
Jaime Dijo:
Gracias por su ayuda para fomentar y hacer crecer la Fe en Cristo Jesus.
Comentario del día abril 1, 2010 a las 17:16
Jaime Dijo:
Gracias por su ayuda para fomentar y hacer crecer la Fe en Cristo Jesus.
Comentario del día abril 1, 2010 a las 17:16
GALVEZ Dijo:
quiero por favor pedirle que me saque de una duda. Cuantos fueron
crucifacados junto con Jesus, y es lo mismo "malechores que ladrones"
gracias…
Comentario del día abril 6, 2010 a las 19:55
GALVEZ Dijo:
quiero por favor pedirle que me saque de una duda. Cuantos fueron
crucifacados junto con Jesus, y es lo mismo "malechores que ladrones"
gracias…
Comentario del día abril 6, 2010 a las 19:55
GALVEZ Dijo:
quiero por favor pedirle que me saque de una duda. Cuantos fueron
crucifacados junto con Jesus, y es lo mismo "malechores que ladrones"
gracias…
Comentario del día abril 6, 2010 a las 19:55
gabriel perez blanco Dijo:
que grandeza de jesucristo , aceptar el sufimiento de todos y
cada uno de sus hermanos , haciendolo propio ,y como ofrenda , al
padre el hijo del espiritu,es cruxificado, azotado , insultado , tratado
como el ser mas despreciable , de esa epoca aquel que tan solo
hacia el bien a los mas necesitados , imaginense la deseperacion que
sufrio , antes del inicio de este terrible suplicio , y finalmente
resucito al tercer dia reunio a sus asustados apostoles , los calmo ,
y les dijo debo volver a el padre pero el consolador quedara con
ustedes hasta el fin de los tiempos , y el poder mismo de DIOS esta
con todos y cada uno de nosotros .
Comentario del día abril 6, 2012 a las 11:10
Carmen Gloria Dijo:
Muchas gracias por el artículo.me parece interesante que expliquen
de manera tan clara y didáctica este día tan significativo para todos
los cristianos del mundo. A veces las personas no contamos con toda la
preparación necesaria para entender a cabalidad el proceso de entrega y
amor que Jesús nos regaló a las personas.
Gracias por aumentar y potenciar la fe en el mundo y en nuestros
corazones. Que el Señor nos bendiga a todos y cada uno/a de nosotros/as.
Nos quedamos en oración hasta el día maravilloso de la RESURRECCIÓN.
Comentario del día abril 18, 2014 a las 04:12