lunes, 15 de agosto de 2011

¿La Misa de espaldas a los fieles?

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Llamamiento al Papa Benedicto XVI para volver a un Arte sacro auténticamente católico

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San Fernando ante la Virgen de los Reyes

Los santos y la Misa

Santo Tomás de Aquino: "La celebración de la Santa Misa tiene tanto valor como la muerte de Jesús en la Cruz".

San Francisco de Asís: "El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote".

San Juan María Vianney, el cura de Ars:
"Si conociéramos el valor de La Santa Misa nos moriríamos de alegría".

Padre Pío:
Cuando asistas a la Santa Misa, renueva tu fe y medita en la Víctima que se inmola por ti a la Divina Justicia, para aplacarla y hacerla propicia. No te alejes del altar sin derramar lágrimas de dolor y de amor a Jesús, crucificado por tu salvación. La Virgen Dolorosa te acompañará y será tu dulce inspiración.

Santa Teresa de Jesús:
"Sin la Santa Misa, ¿qué sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio".

San Bernardo :
"Uno obtiene más mérito asistiendo a una Santa Misa con devoción, que repartiendo todo lo suyo a los pobres y viajando por todo el mundo en peregrinación ".

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¿La Misa de espaldas a los fieles?

Una aproximación a la orientación del sacerdote en la oración litúrgica

Por Juan Manuel Rodríguez - (14/01/2008)

El Papa Benedicto XVI ha celebrado, el domingo 13 de enero, una Santa Misa en la Capilla Sixtina, en la que utilizó su altar originario, situándose "ad orientem", con la asamblea tras él dirigida en la misma dirección. El gesto del Pontífice ha levantado no poco revuelo en diversos medios de comunicación -que, lamentablemente, no suelen ser conocidos por su defensa o adhesión a la fe cristiana- acusándolo de "retrógrado" o "involucionista". En los foros de Internet se han sucedido los enfrentamientos entre "defensores" y "detractores" de este gesto del Papa, y algunos, como Enrique Miret Magdalena, presidente de la llamada "Asociación de Teólogos Juan XXIII" han lanzado duras y públicas acusaciones contra el Sucesor de Pedro. Entre sus ataques, Miret Magdalena por ejemplo ha llegado a decir que : "Benedicto XVI no quiere parecer un hombre demasiado avanzado y da pasos hacia atrás, en vez de hacia adelante" y que "parece que se ha olvidado que el Concilio Vaticano II fue un paso importante hacia adelante de la Iglesia Católica".

Es de lamentar que un hombre como Miret Magdalena acuse a quien precisamente fuera Perito del Concilio y quien lo vivió de cerca y participó en él, de no haberse enterado de lo que éste significó, o haberlo olvidado; pero la cosa no pasaría de la mera anécdota si no fuese porque este ataque no ha sido aislado, ya que han salido a relucir, de forma generalizada, grupos que, en el seno mismo de la Iglesia pretenden crear una lamentable división que a nadie beneficia. Sólo con una meditada reflexión y sin acaloramientos, se pueden abordar estas cuestiones, y sólo en una reflexión serena y mesurada, de la que el Santo Padre es ejemplo constante, encontraremos luz que arrojar a estos asuntos.

Este artículo, escrito por un fiel laico que no tiene más bagaje intelectual que el de sus propias lecturas, pretende ser un modesto granito de arena a esa necesaria reflexión, y un acicate para todos aquellos que, desde una mayor autoridad, pueden enriquecer un debate que se hace cada vez más urgente en la Iglesia de hoy, a la vista de los pasos que en materia litúrgica está dando nuestro Papa. Pido pues disculpas por las inevitables omisiones y las posibles imprecisiones en este texto surgido "a la carrera", obligado por los acontecimientos, y que no pretende ser científico sino divulgativo, para animar a fieles cristianos como el que esto escribe a reflexionar sobre cuestiones tan importantes, tan absolutamente centrales para la vida de la Iglesia como lo es la liturgia.

El Concilio y el altar católico

En realidad, la diatriba de Miret Magdalena contra el Santo Padre, acusándolo de infidelidad al Concilio ya la contestó el entonces Cardenal Ratzinger hace algún tiempo y de manera pública, en el prólogo a una publicación, que tenemos reproducida en la página de Una Voce Sevilla ( http://www.unavocesevilla.info/versusratzinger.htm ) :

" Para el católico practicante normal son dos los resultados más evidentes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II: la desaparición del latín y el altar orientado hacia el pueblo. Quien lee los textos conciliares puede constatar con asombro que ni lo uno ni lo otro se encuentran en dichos textos en esta forma. (.)El texto conciliar no habla de la orientación del altar hacia el pueblo. Se habla de esta cuestión en instrucciones posconciliares. La más importante de ellas es la Institutio generalis Missalis Romani, la Introducción general al nuevo Misal romano de 1969, donde en el número 262 se lee: «Constrúyase el altar mayor separado de la pared, de modo que se le pueda rodear fácilmente y la celebración se pueda hacer de cara al pueblo [versus populum]» . La introducción a la nueva edición del Misal romano de 2002 ha tomado este texto a la letra, pero al final añade lo siguiente: « es deseable donde sea posible» . Muchos ven en este añadido una lectura rígida del texto de 1969, en el sentido de que ahora existe la obligación general de construir -«donde sea posible»- los altares de cara al pueblo. Esta interpretación, sin embargo, fue rechazada por la competente Congregación para el Culto Divino el 25 de septiembre de 2000, cuando explicó que la palabra «expedit» [es deseable] no expresa una obligación, sino un consejo. Hay que distinguir -dice la Congregación- la orientación física de la espiritual. Cuando el sacerdote celebra versus populum, su orientación espiritual debe ser siempre versus Deum per Iesum Christum [hacia Dios por Jesucristo]. Dado que ritos, signos, símbolos y palabras no pueden nunca agotar la realidad última del misterio de la salvación, se han de evitar posturas unilaterales y absolutas al respecto. Es una aclaración importante porque evidencia el carácter relativo de las formas simbólicas exteriores, contraponiéndose de este modo a los fanatismos que por desgracia en los últimos cuarenta años han sido frecuentes en el debate en torno a la liturgia. Pero al mismo tiempo ilumina también la dirección última de la acción litúrgica, que no se expresa nunca completamente en las formas exteriores y que es la misma para el sacerdote y para el pueblo (hacia el Señor: hacia el Padre por Cristo en el Espíritu Santo)". 1

En este mismo sentido se han pronunciado liturgistas y expertos de tan diversa procedencia y pensamiento como Uwe Michael Lang, Klaus Gamber, Andreas Jungmann o Louis Bouyer, a quien, como al mismo Papa, nadie puede acusar de no conocer lo que quería el Concilio Vaticano II. Bouyer, renombrado liturgista cuyas obras son ampliamente difundidas en ambientes "renovadores" católicos -aunque curiosamente se suelan obviar sus posturas sobre la orientación litúrgica-, asegura que "estas disposiciones (Instrucción sobre la Constitución conciliar sobre la Liturgia), así como el espectáculo televisado de las primeras misas concelebradas bajo la presidencia del Papa en San Pedro durante el Concilio 2, fueron suficientes para dar a muchas personas la impresión de que la mayor parte -por no decir toda- de la primavera litúrgica depende de la Misa "cara al pueblo". Todo lo que llevamos dicho debería bastar para disipar esta ilusión". 3

En efecto, a raíz del Concilio Vaticano II han proliferado en todo el mundo católico de rito latino los altares exentos, introduciéndose con ello uno de los cambios más significativos, en la celebración "versus populum" (de cara al pueblo) y con el sacerdote, situado detrás del altar, frente a los fieles. Erróneamente se ha llegado a la conclusión generalizada de que el hecho de que el sacerdote se coloque "de espaldas al pueblo" es una característica del rito de la Misa de San Pío V, mientras que la posición del sacerdote "cara al pueblo" pertenece al Novus Ordo de la Misa, de Pablo VI, y por extensión, al Concilio. Pero lo cierto es que la Constitución Conciliar sobre la liturgia "Sacrosanctum Concilium" nada dice de la celebración "cara al pueblo". Y más allá, las rúbricas del Misal Romano del Papa Pablo VI presuponen la misma orientación de pueblo y sacerdote en el núcleo de la liturgia eucarística, al indicar que en el "orate fratres", en la "Pax Domini" y al "Ecce Agnus Dei" el sacerdote debe "volverse hacia el pueblo", y añadiendo que en el momento de la comunión del sacerdote indica "ad altare versus", lo cual sería redundante si el celebrante estuviera situado tras el altar y frente al pueblo 4. Estas rúbricas están mantenidas en la última Editio Typica del Misal Romano, aprobada por Juan Pablo II en el año 2000 y publicada en la primavera de 2002.

¿De dónde viene, pues la confusión? Viene de la Instrucción "Inter Oecumenici" 5 preparada por el Consilium para la puesta en práctica de la Instrucción conciliar sobre la Sagrada Liturgia, en la que hay un capítulo sobre el diseño de nuevas iglesias y nuevos altares, en la que se indica: "Es recomendable que el altar mayor esté exento del muro frontal, de modo que se pueda rodear fácilmente y así llevar a cabo la celebración cara al pueblo", a la que en el año 2000, en la Instrucción General del Misal Romano se añadió "lo cual es muy deseable siempre que sea posible".

La interpretación de este texto originó alguna controversia, pues muchos pensaron que de él se derivaba la obligatoriedad de la celebración "cara al pueblo", mientras que otros, como Andreas Jungmann insistieron en que esa disposición "no se impone, sino que se recomienda" 6 . Desde luego, a lo que no invitaba el texto era a destruir, en muchos casos con "nocturnidad y alevosía", tan rico patrimonio de altares que han venido siendo amputados en iglesias antiquísimas, desfigurando su concepción original, para instalar los exentos en tantas partes del mundo.

Las dudas que pudieron surgir en torno a la interpretación del texto en cuestión quedaron resueltas por la autoridad eclesiástica. Así, la Congregación para el Culto Divino explicitó en el año 2000, en respuesta a una pregunta del Cardenal Schönborn, Arzobispo de Viena, que la celebración cara al pueblo "en modo alguno excluye la otra posibilidad" , y añadiendo que "es claro que sea cual sea la posición del celebrante, el sacrificio eucarístico se ofrece a Dios Uno y Trino y que el Sumo Sacerdote es Jesucristo, que actúa a través del ministerio del sacerdote de manera visible como instrumento suyo(.) Si el sacerdote celebra 'versus populum, lo que es legítimo y a veces recomendable, su actitud espiritual debe estar siempre orientada 'versus Deum per Iesum Christum'" 7.

Queda pues claro, y así lo ha expresado la Iglesia, que no existe obligatoriedad en absoluto de que la Santa Misa se celebre de "cara al pueblo", y que la forma que eligió el Papa para celebrar la Misa del pasado domingo, es tal lícita y, al menos tan "conciliar" -si no más- como la celebración "versus populum". El mismo Joseph Ratzinger, en 1966, ponía el dedo en la llaga:

"No podemos negar por más tiempo que sobre este tema se han insinuado muchas exageraciones e incluso aberraciones, hasta el punto de resultar enojosas e indecorosas. Por ejemplo ¿deberán celebrarse todas las Misas cara al pueblo? ¿Es tan absolutamente importante mirar a la cara del sacerdote que celebra la Eucaristía? O, ¿no será muchas veces extremadamente saludable pensar que también él es un cristiano y tiene todos los motivos para dirigirse a Dios en compañía de sus hermanos congregados en asamblea, y recitar con ellos el 'Padrenuestro'?" 8.

Se podría pensar -y así muchos lo han interpretado desde una concepción plana y, por qué no decirlo, ignorante- que este gesto del Santo Padre obedece a un mero gusto personal, a una adhesión nostálgica a tiempos pretéritos o a un querer volver a la Iglesia "a tiempos pasados", siempre sin especificar qué se quiere decir con esto. Caer en ese error desde una visión superficial es sin duda minusvalorar la capacidad intelectual y el amor a Dios de nuestro Santo Padre, que, desde luego, ni es un "político", ni es un tonto nostálgico, ni parece moverse por otra cosa que no sea por su profunda identificación con Cristo. Pensar que no hay "algo más" detrás de cada una de las acciones de Benedicto XVI es el peor de los desprecios que pueden hacerse a un hombre de su talla intelectual y su profunda espiritualidad.

"El Oriente": la dirección de la oración cristiana

Desde tiempos remotísimos "en la mayor parte de las grandes religiones, tanto la postura que se adopta durante la plegaria, como el equipamiento de los recintos sagrados están definidos por una 'dirección' sacra" 9. En efecto, y aunque no nos detengamos en ello porque no es propiamente tema de este artículo, se puede corroborar este rasgo común a religiones y civilizaciones de todo tiempo y lugar. El hombre se ha dirigido desde siempre para orar hacia un espacio, un lugar, en el que se simbolizaba el más allá. Lo trascendente. Volverse hacia Oriente durante la oración era costumbre en el culto al sol, que dominó el mundo antiguo desde el Mediterráneo hasta la India. Hacia Oriente rezaban los griegos y los romanos 10; "orientados" hacia la Meca oran los musulmanes; y los judíos y las primeras comunidades cristianas (por supuesto, toda la Iglesia hasta tiempos muy recientes) no han sido extraños a este rasgo común. Los judíos de la Diáspora oraban dirigiéndose hacia Jerusalén, en concreto hacia la shekináh , el lugar del Templo llamado el "Sancta Sanctorum" (Santo de los Santos), lugar más manifiesto de la presencia de Dios, y aún después de la destrucción del templo, siguió siendo costumbre en la Sinagoga volverse hacia Jerusalén en la oración: "Así expresaban los deportados judíos su esperanza escatológica en la aparición del Mesías, la reconstrucción del Templo y la reunión del pueblo de Dios disperso en la Diáspora". 11 De este modo, la orientación de la plegaria estaba inseparablemente unida a las expectativas mesiánicas de Israel 12. Martín Wallraf, sostiene que hasta el siglo II, orar mirando a Oriente era tan común en el Judaísmo como orar mirando a Jerusalén 13. No puede causar extrañeza pues, que los primeros cristianos, surgidos precisamente en ese ambiente del judaísmo, realizaran prácticas similares. Hay autores 14 que han descubierto la inevitable conexión entre ambos hechos (entre éste y la oración "ad orientem"), de modo que las primeras comunidades cristianas de la Iglesia local de Jerusalén tenían como costumbre orar en dirección al Monte de los Olivos, donde, con el mismo sentido escatológico esperaban la Segunda venida del Señor, interpretando profecías del Antiguo Testamento 15. Hacia Oriente rezaba San Pablo, según el apócrifo "Hechos de Pablo", compuesto por un presbítero de Asia Menor, hacia el año 180 d.C.: "Entonces Pablo volvió su rostro hacia Oriente, elevó sus manos al cielo y estuvo en oración durante un buen rato".

Santo Tomás de Aquino explica el fin escatológico de la oración del cristiano hacia el Oriente:

"Orar en dirección a Oriente es adecuado, en primer lugar porque la rotación de los cielos, que manifiesta la majestad divina, empieza por el Este. En segundo lugar, porque el Paraíso estaba situado al Este, según la versión del texto del Génesis por los LXX, y nosotros ansiamos volver al Paraíso. Y en tercer lugar, a causa del propio Cristo, que es la luz del mundo, es llamado el Oriente, que sube por los cielos de los cielos hacia el Este , y cuya segunda venida se espera, según el evangelista Mateo, viniendo de Oriente: Igual que el relámpago sale del levante y brilla hasta el poniente, así ocurrirá con la venida del Hijo del Hombre" 16

Por supuesto, también en la misma concepción de carácter escatológico se orientaron físicamente las iglesias cristianas hacia el Este desde su origen y durante siglos. El Este, que además de ser un punto cardinal, era también una dirección espiritual. Por el Este salía el sol, y allí, en el Oriente, se simbolizaba al Cristo Glorioso en su segunda venida, fuertemente aguardada y esperanza de los cristianos de todos los tiempos. Cuando, por imposibilidad física, dejó de usarse la costumbre de construir los templos "orientados" y toda la comunidad reunida ya no giraba hacia donde salía el sol en la oración litúrgica, quedó el ábside, decorado con pinturas que "tenían ante todo un carácter cultual, pues evocaban la presencia del Señor, sentado en su trono, dominando la asamblea" 17 como "Oriente" espiritual, si bien no físico, al que dirigir la oración; como imagen de esa ventana de la Jerusalén celeste que estaba representada en el Templo. Junto a Dios representado en toda su gloria, siempre se situaba la cruz, también centro y Oriente del cristiano, pues "la Cruz, signo de nuestra salvación, se consideraba sobre todo sigo de victoria, el singo del Hijo del Hombre, regresando al fin de los tiempos"18. El Oriente es como una puerta hacia el Cielo que esperamos todos los cristianos. Ese mismo Oriente, y con el mismo sentido escatológico, lo representan los retablos góticos o barrocos, tras sus artísticos altares y a ese mismo Oriente ha dirigido el sacerdote, junto al pueblo y en la misma dirección, su oración y el Sacrificio, durante siglos.

Así, mirando al Oriente se situaron la práctica totalidad de los altares de todos los tiempos del cristianismo, y en esa dirección se celebraba la Misa, sacrificio, oración, acción de gracias.., todos dirigidos en el mismo sentido hacia el Padre Eterno. Lo ha expresado Mons. Klaus Gamber, fundador del instituto Litúrgico de Ratisbona y de quien el entonces Cardenal Ratzinger dijo que era "el único sabio, frente a un ejército de pseudoliturgistas, que habla desde el corazón de la Iglesia": "Como, según la concepción tradicional, la representación en el ábside del Hijo de Dios en Gloria y la Cruz sobre o encima del altar son elementos esenciales de la decoración del Santuario, jamás se puso en duda que la mirada del sacerdote celebrante debía dirigirse durante la ofrenda del sacrificio, hacia el Oriente, hacia la Cruz y la representación de Cristo transfigurado, y no hacia los fieles que asistían a la celebración, como es el caso en la celebración "versus populum" 19

¿De verdad alguien puede pensar que Benedicto XVI actúa tan superficialmente como muchos han querido ver? ¿De verdad que el Santo Padre puede ser tan plano como para pretender simplemente "dar la espalda a los fieles"? ¿Alguien puede pensar que sea casual la elección de la Capilla Sixtina y que tras el enorme crucifijo, apareciese precisamente la escena del Juicio Final? ¿Simples "formas caducas", como algunos han dicho, o redescubrir y recuperar un sentido de la oración litúrgica perdido en los últimos años?

De cara a Dios. Todos en la misma dirección

Dios, y no otro, es centro de la oración litúrgica. Hacia Él se dirige la oración de los cristianos. Frente a esa concepción generalizada de que "antes, el sacerdote celebraba de espaldas al pueblo", son muchos los liturgistas, como por ejemplo Jungmann, que han venido insistiendo en que "el tema de discusión no era el hecho de que el sacerdote diera la espalda al pueblo, sino, al contrario, que estuviera en la misma dirección que el pueblo" 20 . Todos en la misma dirección, de cara a Dios, "Conversi ad Dominum" en palabras de San Agustín.

Joseph Ratzinger lo expresó de manera sencilla y magistral: " La orientación de la oración común a sacerdotes y fieles -cuya forma simbólica era generalmente en dirección al este, es decir al sol que se eleva-, era concebida como una mirada hacia el Señor, hacia el verdadero sol. Hay en la liturgia una anticipación de su regreso; sacerdotes y fieles van a su encuentro. Esta orientación de la oración expresa el carácter geocéntrico de la liturgia; obedece a la monición ´ Volvámonos hacia el Señor' " 21. Y en otro texto, el cardenal, que subrayó el carácter de "éxodo" de la liturgia, añade: " Pueblo y sacerdote no se encierran en un círculo, no se miran unos a otros, sino que, como pueblo de Dios en camino, se ponen en marcha hacia el oriente, hacia el Cristo que avanza y sale a nuestro encuentro"22 .

Klaus Gamber explicó que "En cuanto se coloca ante el altar, el sacerdote no reza en dirección a una pared, sino que todos los que están allí presentes lo hacen conjuntamente en dirección hacia el Señor, tanto más que hasta ahora lo que importaba no era formar una comunidad, sino rendir culto a Dios por intermedio del sacerdote, representante de los participantes y unido a ellos" 23

En este mismo sentido han incidido otros, como el Cardenal Christoph Schönborn, que ha añadido que toda liturgia es una celebración "obviam Sponso", al encuentro del Novio, de manera que los fieles anticipan la Segunda Venida del Señor y se pueden comparar con las vírgenes de las que habla la parábola del Evangelio: "A medianoche se oyó gritar: ¡Que llega el novio, salid a recibirlo!" (Mt. 25,6). El Cardenal de Viena subraya que los signos y los gestos, por ejemplo, la orientación común de la plegaria litúrgica, son vitales para una "encarnación" de la fe. 24.

Frente a este pueblo unido al sacerdote en la búsqueda del Esposo, dirigiendo su plegaria conjuntamente y su mirada hacia el mismo lugar -el Oriente en el que se espera la Segunda Venida del Redentor-, la celebración "versus ad populum" nos presenta una comunidad cerrada sobre sí misma, en la que el sacerdote cobra un protagonismo y una centralidad inusual, y en la que el celebrante se presenta "frente al pueblo", separado de éste por el altar. Se trata del principal problema que han visto los expertos en este tipo de celebración, que además no tiene parangón prácticamente en ningún culto. Ni con el judaísmo, ni con los musulmanes; pero tampoco con otras comunidades cristianas. Así, en todas las liturgias orientales, ortodoxas y católicas, se ha mantenido la oración común de sacerdote y fieles en la misma dirección. En las iglesias ortodoxas de Oriente, donde existen millones de cristianos, tanto para las de rito bizantino (griegas, rusas, búlgaras, serbias, etc) como en las llamadas de rito oriental antiguo (armenia, siriaca, copta). Pero también muchas confesiones protestantes, como los luteranos, han mantenido el mismo sentido de la oración litúrgica, incluso negando el carácter sacrificial de la Misa, y la propia Misa.

Los defensores de la celebración "cara al pueblo" argumentan que de este modo, y como expresión pedagógica, se subraya el carácter de banquete sagrado de la Misa, pero autoridades en la materia, como Reinhard MeBnher insisten en el "significado eminentemente escatológico" de la liturgia, y piensan que la "pérdida casi total de esa tradición litúrgica en la Iglesia romano-católica de hoy es un indicio de déficit escatológico". Andreas Heinz explica que "si desapareciera por completo la orientación común de presidente y congregación hacia Cristo ya exaltado y que aún habrá de venir, eso supondría una pérdida espiritual tremendamente lamentable" 25.

Por otra parte, existe el peligro de que, tratando de "acentuar" el sentido del banquete eucarístico, termine por eliminarse del pueblo fiel la comprensión de la Misa como sacrificio de Cristo y Sacrificio de la Iglesia. No en vano, A. Jungmann afirma que el principio básico de que el celebrante, mientras ora en el altar, tiene que volverse hacia Dios y en la misma dirección que el pueblo, es lo que expresa el significado de la Misa como oblación al Señor. Uwe Michael Lang, por su parte, es explícito:

"La experiencia pastoral de estas cuatro últimas décadas nos puede enseñar que la comprensión de la Misa como sacrificio ha disminuido considerablemente entre los fieles, si es que no se ha extinguido por completo. Al poner tanto énfasis en el 'banquete', complementado con la postura del celebrante cara al pueblo, se ha exagerado excesivamente y no se ha conseguido que la Eucaristía se conciba como 'sacrificio visible'. Interpretar la Eucaristía como 'banquete', más que como 'sacrificio', es un dualismo inventado que desde la perspectiva de la tradición litúrgica resulta claramente absurdo. La Misa es al mismo tiempo y de modo inseparable recuerdo sacrificial en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz y banquete sagrado de comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor" 26.

Y ni siquiera en el caso de los defensores de esa necesidad de acentuación pedagógica del sentido del banquete sagrado (cabría preguntarse, al día de hoy, cuántos fieles aseguran que la Misa es una cena y ponen "cara de poker" si se les explica que es un sacrificio, y consecuentemente plantearse la necesidad de incidir de forma pedagógica en el sentido del sacrificio eucarístico en las formas litúrgicas), hay unanimidad en que la celebración "cara al pueblo" cumpla con las expectativas creadas.

Louis Bouyer, por ejemplo, quien desde su particular visión subrayó que era necesario "recuperar" el sentido de que la Misa es "una comida al mismo tiempo que un sacrificio", comenta al hilo de la celebración "versus populum": "Esto no podía ni puede realizarse más que si el pueblo está reunido de verdad alrededor de la mesa, y no simplemente de pie delante de ella mientras el celebrante permanece solo en el otro lado. Naturalmente ¡nada resulta más extraño en una comida!" 27 . Para Bouyer, esa pedagogía que "era necesaria" hoy no tiene razón de ser más que en casos excepcionales, y "un altar con el sacerdote solo por un lado y el pueblo por otro, en vez de unir a la comunidad centrada en el altar, aumenta la separación entre el clero y los laicos, convirtiéndose el altar en una barrera entre dos castas cristianas" 28.

Benedicto XVI es consciente de las limitaciones que la celebración "versus populum" conlleva, y firme defensor de recuperar el sentido sagrado en profundidad, así como la dimensión escatológica de la liturgia cristiana, de su noción de "éxodo", de camino en búsqueda del Señor, que es el centro de toda acción litúrgica. El Papa es además, como persona sabia, consciente de que la liturgia es algo que no puede inventarse de un día para otro, y que ésta es fruto de un crecimiento continuo, que para que sea fructífera y verdadera tiene que entroncar con la Tradición. La orientación común de fieles y sacerdote durante la Misa, como hemos tratado de explicar en este artículo, es un aspecto central de la liturgia católica (y no sólo católica) que debe ser recuperado. Frente al prevalente antropocentrismo de nuestra época, el "volverse hacia el Señor" puede resultar un eficacísimo correctivo a esa mentalidad. Joseph Ratzinger ya había anunciado la necesidad de hacer la "reforma de la reforma" litúrgica, para que el pueblo de Dios vuelva a salir al encuentro del Señor, y para que la grandeza de la liturgia se manifieste en plenitud. Quizás el gesto del pasado domingo en la Capilla Sixtina, todos hacia el Señor, fue un paso más en ese camino. Posiblemente ha llegado el momento de reflexionar con serenidad sobre estas cuestiones, lejos de apasionamientos, y dar la respuesta que el Santo Padre espera de su pueblo fiel. De volver los ojos a la tradición litúrgica de la Iglesia en lugar de tomar el camino de la ruptura con el pasado. Nosotros, con Andreas Jungmann, repetimos: "no hay que dejar que el viento se lleve las lecciones de la historia".

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NOTAS:

1 Prólogo del Card. Joseph Ratzinger (hoy Papa Benedicto XVI) al libro de Uwe Michael Lang "Volverse hacia el Señor". Ed. Cristiandad. Madrid, 2007

2: N. del A.: debido a la posición del altar mayor en la Basílica de San Pedro, exento, no adherido a la pared.

3 Bouyer, Louis: "Arquitectura y Liturgia" Ed. Grafitte (col. Lex Orandi) Bilbao, 2000

4 Missale Romanum ex decreto Sacrosancti Oecomenici Concilii Vaticani II instauratum auctoritate Pauli PP. VI promulgatum. Editio Typica, 1970.

5 Publicada el 26 de septiembre de 1964

6 Jungmann, A. "El nuevo altar", en "Deer Seelsorger", 1967.

7 Congregatio de Cultu Divino et Disciplina Sacramentorum, "Responsa ad quaestiones de nova Institutione Generalis Missalis Romani", 2000.

8 Ratzinger, Joseph. "El Nuevo Pueblo de Dios: esquemas para una eclesiología". Ed. Herder. Barcelona, 1972.

9 Lang, U.M.: "Volverse hacia el Señor". Ed. Cristiandad. Madrid, 2007

10 Para ampliar conocimientos sobre la orientación en la plegaria y en la liturgia recomendamos los estudios de Frank Joseph Dölger, citados por Uwe Michael Lang en la obra previamente apuntada.

11 Ib.

12 Bouyer, Louis: "Arquitectura y Liturgia" Ed. Grafitte (col. Lex Orandi) Bilbao, 2000

13 Wallraff, M. "La preghiera verso l'Oriente": 468.

14 Georg Kretschmar, citado en Lang, U.M. "Volverse hacia el Señor".

15 Ez. 11,23; 43, 1-2; 44, 1-2; y Zac. 14, 4

16 Tomás de Aquino: Summa Th II-II, q. 84 a.3 ad 3.

17 Gamber, Klaus. "¡Vueltos hacia el Señor!". Ed. Renovación. Madrid, 1996.

18 Íbidem.

19 Íb. (p. 20)

20 Lang. U.M. "Volverse hacia el Señor". Ed. Cristiandad. Madrid, 2007

21 Prólogo del Card. Ratzinger a la obra "¡Vueltos hacia el Señor!" de Klaus Gamber. Renovación. Madrid, 1996.

22 Ratzinger, J: "El espíritu de la liturgia, una introducción". Ed. Cristiandad. Madrid, 2001.

23 Gamber, Klaus: ult. Op. Cit. (p. 40).

24 C. Schönborn: "Leben für die Kirche. Die Fastenexerzitien des Papstes". Herder. Friburgo, 1998. De Lang. U. M. en ult. o p.Cit.

25 Heinz. A: "Ars celebrandi". Questions Liturgiques n. 83. (2002)

26 Lang. U. M.: "Volverse hacia el Señor". Ed. Cristiandad. Madrid, 2007.

27 Bouyer, Louis: "Arquitectura y liturgia". Ed.Grafitte (col. Lex orandi) Bilbao, 2000.

28 Íb. (p. 102)

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Tres imágenes de la Misa "ad orientem" del Papa en la Capilla Sixtina el 13/01/2008

MONS. GUIDO MARINI: EL PAPA NO HA DADO EN LA MISA LA ESPALDA A LOS FIELES

Entrevista en Radio Vaticano con el maestro de ceremonias de las celebraciones liturgicas del Papa, Msr. Guido Marini. Traducción provista por el blog Juventutem de Argentina .

El domingo pasado, la celebración de los bautismo en la Sixtina por parte de Benedicto XVI ha tenido un desarrollo litúrgico distinto del habitual, por la utilización del antiguo altar de la Capilla, se ha visto en algunos momentos volver la espalda a la asamblea. Una nota de la oficina de las celebraciones pontificias había anticipado y explicado esta variante, prevista por la normativa litúrgica actual, y aún, especialmente a nivel mediático, la elección ha sido precipitadamente tildada de "pre-conciliar". Fabio Colagrande ha pedido al Maestro de Ceremonias Liturgicas pontificias, Mons. Guido Marini la exacta interpretación de estos gestos:

R. Creo que es importante, sobre todo, considerar la orientación que la celebración litúrgica está llamada a tener siempre: me refiero a la centralidad del Señor, el Salvador crucificado y resucitado de la muerte. Tal orientación debe determinar la disposición interior de toda la asamblea y, en consecuencia, también la modalidad de celebrar exterior. La colocación de la cruz sobre el altar, en el centro de la asamblea tiene la capacidad de transmitir este contenido fundamental de teología litúrgica. Se pueden, después, verificar circunstancias particulares, en las cuales, con motivo de las condiciones artísticas del santo lugar y de su singular belleza y armonía, se vuelve favorable. Celebrar en el antiguo altar, donde por lo demás, se conserva la orientación exacta de la celebración litúrgica. En la Capilla Sistina, para la celebración de los bautismos ha ocurrido exactamente eso. Se trata de una praxis consentida por la normativa litúrgica, en sintonía con la reforma conciliar.


P. La opinión pública está muy afectada por este gesto que, en parte, el papa ha cumplido en ocasión de la fiesta del Bautismo del Señor: darle la espalda a la asamblea. Hay quien lee en este gesto un retorno al pasado, incluso una cerrazón del celebrante frente a la asamblea. ¿Quiere, al contrario, explicarnos el verdadero significado de este gesto litúrgico?

R.En las circunstancias en las cuales la celebración tiene lugar según esta modalidad, no se trata tanto de volver la espalda a los fieles, cuanto más bien orientarse junto a ellos hacia el Señor. Desde ese punto de vista "no se cierra la puerta a la asamblea" sino que "que abre la puerta a la misma", conduciéndola al Señor. En la liturgia eucarística no nos miramos a nosotros, sino a Aquel que es nuestro Oriente, el Salvador. Pienso que sea también importante acordarse de que el tiempo en el cual el celebrante vuelve la espalda a los fieles es relativamente breve: La liturgia de la Palabra se desarrolla normalmente, con el celebrante vuelto a la asamblea, indicando así el dialogo de la salvación que Dios teje con su pueblo. Así pues, ningún retorno al pasado, sino la recuperación de una modalidad celebrativa que no pone en discusión las enseñanzas e indicaciones del Concilio Vaticano II.

P. Mons. Marini, hay quien, en la estela del debate que ha seguido a la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum ha leído en algunos gestos de Benedicto XVI la voluntad de abandonar la reforma litúrgica conciliar. Qué responde a este tipo de lecturas?

R. Son seguramente lecturas e interpretaciones no correctas, ya sea del Motu Proprio, o de todo el magisterio de Benedicto XVI en ámbito litúrgico. La Liturgía de la Iglesia, como por otra parte toda su vida, está hecha de continuidad: hablaría del desarrollo de la continuidad. Esto significa que la Iglesia procede en su camino histórico sin perder de vista sus propias raíces y su viva tradición: esto puede exigir, en algunos casos, la recuperación de elementos preciosos e importantes que se han perdido durante el camino, olvidados, y que el transcurrir del tiempo ha hecho menos luminosos en su significado auténtico. Me parece que el Motu Proprio vaya justamente en esa dirección: reafirmando con mucha claridad que en la vida litúrgica de la Iglesia hay continuidad sin ruptura. No se debe hablar, pues, de una vuelta al pasado, sino de un verdadero enriquecimiento para el presente, en vista del mañana.

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Otros artículos interesantes sobre el mismo asunto
(recomendamos descargar también la obra ¡Vueltos hacia el Señor! de Mons. Klaus Gamber)

SEMPER IDEM
Por Aurelius Augustinus

¿De espaldas a los fieles o de cara a Dios? - 16/01/2008 -de Germinans Germinabit-

A comienzos de esta semana los noticiarios televisados y los periódicos se han hecho eco de un hecho considerado tan insólito que ha merecido la primera plana: "El Papa celebra la misa de espaldas a los fieles" . De entrada vaya una consideración importante: la Sagrada Liturgia -como insistió Pío XII en su encíclica Mediator Dei - es "el culto público que nuestro Redentor rinde al Padre como Cabeza de la Iglesia, y es el culto que la sociedad de los fieles rinde a su Cabeza, y, por medio de ella, al Padre eterno; es, para decirlo en pocas palabras, el culto integral del Cuerpo místico de Jesucristo; esto es, de la Cabeza y de sus miembros". En esta frase fundamental están contenidos los dos principios fundamentales que caracterizan la acción litúrgica: primero, que ésta es teocéntrica y no antropocéntrica; segundo, que es un culto eclesial y no de personas o grupos particulares. Y para quien pudiera objetar que esto es una doctrina preconciliar, he aquí un par de citas de la constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II: "la Liturgia, por cuyo medio "se ejerce la obra de nuestra Redención", sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia. Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino , lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos" (SC 2) . "Con razón, pues, se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia , cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia" (SC 7). (Los subrayados son nuestros).

Desde la perspectiva que acabamos de señalar la posición del sacerdote en la misa no es indiferente y cobra su pleno sentido la llamada "orientación". Algunos innovadores litúrgicos post-conciliares adujeron a favor de la "revolución de los altares" el hecho de que en las antiguas basílicas romanas el altar se hallaba de manera que el celebrante estuviera "cara al pueblo". ¡Craso error! El punto focal de la dirección del culto era el este u oriente, por donde sale el Sol, símbolo de Jesucristo (recuérdese que la fiesta de Navidad se fijó cristianizando la celebración pagana del Sol Invictus , que celebraban los antiguos romanos el 25 de diciembre). En Occidente, la orientación equivalía, además, a mirar en dirección de Jerusalén, la ciudad santa, donde el Señor padeció, murió y resucitó y desde donde subió a los cielos. El este es también desde donde vendrá en los últimos tiempos para juzgar a las naciones (con lo que la Liturgia adquiere una proyección escatológica, de anticipación del Reino). Todo ello indica que es Cristo y no los fieles el centro de atención: la Liturgia es cristocéntrica. Pero Cristo, a su vez, nos remite al Padre en virtud del misterio de la encarnación. Dice la Epístola a los Hebreos: "Me has dado un cuerpo, aquí vengo para hacer tu voluntad" (X, 5-7). En estas palabras se expresa cómo, entrando en el mundo y en la historia como hombre, el Hijo obedece al Padre para llevar a cabo el plan salvífico que el encomienda. De acuerdo con la doctrina conciliar que acabamos de recordar, la Liturgia es el lugar privilegiado donde "se ejerce la obra de nuestra Redención" , esto es, donde se realiza ese plan salvífico que no es otro que el de reconciliar a los hombres con Dios, mediante la expiación condigna que ofrece el Hombre-Dios que es el Hijo al Padre. La Liturgia se presenta así teocéntrica.

Así pues, no se trata de si el celebrante se ha de colocar cara al pueblo o de espaldas al pueblo, puesto que no es éste el referente de la Liturgia. El celebrante siempre se dirige a Dios, incluso cuando materialmente parece que se dirige a los fieles, como es el caso ya citado de las antiguas basílicas romanas, en las que la orientación o dirección al este, por motivos arquitectónicos y prácticos, no se focalizaba en el ábside, sino en el pórtico. Durante siglos, los Sumos Pontífices han tenido capilla papal en la Basílica de San Pedro celebrando en el altar de la Confesión vueltos hacia la nave central y observando la forma tradicional (hoy llamada extraordinaria) del rito romano. Diríase que celebraban "cara al pueblo", lo que aparentemente sería cierto si no se tuviera en cuenta todo lo que acabamos de exponer. Sin embargo, el crucifijo y los candelabros monumentales puestos sobre el altar, así como los demás elementos propios de una misa papal (como relicarios, estatuas, mitras y tiaras) que se colocaban sobre él, estorbaban la visión de las sagradas acciones a quienes desde la nave seguían la ceremonia, lo que demuestra que no se trataba de celebraciones "cara al pueblo". En ellas, una vez diluido por obra del tiempo el sentido de dirigirse a Oriente, la centralidad se halla en el crucifijo; la razón es clara: los fieles, congregados como Iglesia, se dirigen a Dios por Jesucristo, versus Deum per Iesum Christum .

No tiene sentido, pues, hablar de que el celebrante "da la espalda" a los fieles cuando celebra frente a un altar pegado al muro de la iglesia. Emplear tal lenguaje es quedarse en la mera materialidad del hecho físico, cuando de lo que se trata es de captar el sentido trascendente del simbolismo. De otro modo, caemos en la sinrazón. En efecto, puestas premisas erróneas, se deducen consecuencias absurdas. Así, por ejemplo, cuando se habla de que el celebrante oficia "de espaldas" al pueblo dando a ello una connotación negativa, no se suele caer en la cuenta que lo mismo podría decirse respecto de los asistentes: los de las filas delanteras dan la espalda a los de las filas traseras, de modo que éstos podrían con razón lamentarse. Para hacer que nadie se sintiera desplazado, los fieles deberían disponerse en una sola fila o formando un solo semicírculo, lo cual es impensable y absurdo. En cambio, si nuestro pensamiento está en sintonía con el auténtico espíritu de la Liturgia, podemos perfectamente ver al sacerdote que oficia frente a un altar no exento al guía que nos precede en la peregrinación hacia la Jerusalén celeste, mirando todos en la misma dirección, esto es a Jesucristo, representado en el crucifijo, al Oriente cantado por la Iglesia: "O Oriens, splendor lucis aeternae, et sol justitiae: veni, et illumina sedentes in tenebris, et umbra mortis". Y la plegaria litúrgica -que es la obra de Cristo y de su Iglesia- cobra así todo su sentido salvífico, en tanto misterio por el que "se obra nuestra Redención" .

Estar "cara a Dios" o estar "de espaldas a los fieles" es un falso dilema. Cuando se está cara a Dios nunca se está de espaldas a los fieles. Dios y los fieles no son términos antitéticos. Empleando el lenguaje escolástico, diríamos que Dios es el término ad quem y los fieles constituyen el término a quo de la acción litúrgica. Pero es necesario precisar que cuando se habla de los fieles o del pueblo en el contexto de ésta, no se refiere uno a los fieles tomados como una simple agregación de personas: aquí el todo es mayor que sus partes. Es la Iglesia orante la que está presente a través de sus hijos. Romano Guardini lo expresa muy bien en su inapreciable libro El espíritu de la Liturgia al hablar de la participación del pueblo en las ceremonias sagradas. El pueblo participa en la Liturgia como Iglesia, no como un agregado de mónadas (impermeables unas respecto de otras) ni como un grupo circunstancial o particular reunido por afinidades electivas. Y aquí viene a colación el recalcar que la Sagrada Liturgia es patrimonio común de la Iglesia y no particular de unos cuantos. Ni el sacerdote ni los fieles tienen la propiedad de aquélla, de modo que puedan usarla a capricho invocando una pretendida creatividad.

Desde el punto de vista de las formas externas, la Liturgia cara a Dios ( versus Deum ) o hacia el Oriente ( versus Orientem ) expresa mejor la idea de culto teocéntrico o teo-teleológico (es decir, tendiente a Dios como a su objeto, finalizado a Dios). La disposición física y la corporal constituyen también un lenguaje, no verbal sino gestual, pero más inmediato y, por lo tanto, más intensamente significativo. La posición del celebrante "cara al pueblo" tiende, en cambio, a desplazar el centro y la finalidad de la acción litúrgica hacia el hombre, en una especie de circuito cerrado, que no se abre a la trascendencia y en el que lo que importa es el intercambio dialógico entre el ministro y los fieles, en el contexto de una autocelebración. La asamblea acabará por celebrarse a sí misma en una demostración de autocomplacencia y el sacerdote convirtiéndose en un animador que dirige una suerte de espectáculo interactivo al uso moderno. En este contexto, la celebración se sumerge en un inmanentismo radical. Y no son meras conjeturas. Hay testimonios gráficos que así lo documentan.

Existe un aspecto tocante a la cuestión que nos ocupa que no es suficientemente tenido en cuenta: la Liturgia terrestre como expresión y anticipación de la Liturgia celeste. La Sagrada Escritura nos brinda imágenes muy plásticas de la primera, sobresaliendo el Apocalipsis de San Juan, en el que campea la visión del trono de Dios y de su acatamiento. La idea de la majestad divina lo impregna todo, una majestad ante la cual la criatura sólo puede caer rendida de hinojos, pero que no humilla sino enaltece. La majestad divina expresa la absoluta alteridad del misterio tremendo y fascinante; la discontinuidad de la Liturgia respecto de lo cotidiano, es decir lo que la hace sagrada, es reflejo de esa majestad. Las liturgias orientales con todo su rico simbolismo son mucho más elocuentes en este sentido. Y eso que en el caso de ellas no nos hallamos ante celebraciones "de espaldas al pueblo", sino completamente hurtadas a la visión de los fieles por medio de los iconostasios. Va siendo hora de que en el Occidente latino tomemos ejemplo de la mentalidad de nuestros hermanos del Oriente cristiano. Por lo que se refiere a los ortodoxos el impulso ecuménico sólo puede ir en la dirección de una recuperación de valores litúrgicos que hemos descuidado demasiado tiempo. Lo ha puesto de manifiesto recientemente el Patriarca de Moscú, congratulándose por la liberalización oficial del rito romano extraordinario. Es, además, lo que con pasos prudentes pero firmes está procurando el Santo Padre a través de gestos como celebrar la misa "cara a Dios".

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Conversi ad Dominum
por Terzio

16.01.08 De exorbe.blogspot.com

El Domingo por la noche tuve que aclarar por mail una duda sobre la postura del celebrante en la Misa (rito católico romano), a propósito de los comentarios sobre la Santa Misa celebrada por Benedicto XVI en la Sixtina.

La Sixtina es la Capilla del Papa dentro del recinto de los antiguos Palacios Apostólicos del Vaticano. De sencilla arquitectura, apenas una nave "de cajón" abovedada, con tejado a dos aguas, la manda edificar Sixto IV, que la dedica a la Virgen en el Misterio de su Asunción; un fresco del Perugino representando este misterio de la Virgen Asunta presidió la Capilla hasta la re-decoración del Michelángelo en tiempos de Julio II, el sobrino de Sixto IV, que continuó enriqueciendo la Capilla levantada por su tío, el primer Papa Della Róvere. La Capella Sistina es una prodigiosa condensación del Renacimiento italiano, marcando el tránsito de Florencia a Roma, todo en su extraordinario y sin igual espacio.

En la Sixtina celebraron habitualmente los Papas, y desde tiempos de Pio IX, cuando despojan al Pontífice de sus Estados, la Sixtina resurgió como recinto de los Cónclaves, habidos desde entonces bajo y entre los frescos de Botticelli, Perugino, Signorelli y Michelángelo (los arazzi del Rafaello se perdieron o dispesaron cuando el Sacco).

El Papa Benedicto XV la escogió incluso como lugar de su coronación, en señal de austeridad-recogimiento por la guerra que asolaba Europa. Juan Pablo II también celebró allí en algunas ocasiones, y este pasado Domingo Benedicto XVI la escogió para el Bautismo de algunos niños dentro de la liturgia de la Santa Misa, celebrada en su Altar, al pié del fresco del Giudizio.

Ese Altar ha permanecido tal cual, sin ser retirado del plano del muro del presbiterio de la capilla, por obvios motivos. Cuando los Papas han celebrado en él, lo han hecho según las antiguas rúbricas, versus orientem, vueltos hacia el altar, no hacia la nave. Incluso después de la reforma litúrgica de Pablo VI, cuando se adoptó en el nuevo Misal la postura coram pópulo, si se celebraba en la Sixtina, se seguía celebrando versus orientem, que es la postura tradicional en la Misa del rito católico-romano.

Desde las catacumbas (altares-arcosolios) y las primeras basílicas, esa fue la forma habitual de estar el sacerdote ante el altar, en la postura llamada "versus orientem" (vuelto al oriente-sol naciente) o "coram Dómino/ad Dóminum" (de cara al Señor); la postura "coram pópulo" (frente al pueblo) sólo se adoptaba en los momentos en que se iniciaban las salutaciones o las bendiciones, introducidas con la fórmula "Dóminus vobiscum". Durante toda la recitación del Cánon Missae y otros momentos de la Misa, el sacerdote permanecía en esa orientación, que además indicaba su "presidencia" en la liturgia-oración, seguida tras él (el celebrante) por la asamblea (los participantes).

Cuando la publicación del novus ordo y el Misal de Pablo VI, después del Vaticano II, se prefirió adoptar la forma "coram pópulo", sin descartar la otra que, de hecho, ha estado y sigue estando en práctica en muchos sitios (por ejemplo, en las mismas 4 Basílicas Mayores de Roma, incluída la de San Pedro, donde todas las mañanas las Misas que se celebran en los altares laterales se celebran "coram Dómino"- de espaldas, como dicen vulgarmente-).

Así que la "noticia" es más fruto de desinformación, que de otra cosa. Pero entiendo que los que la han publicado como algo "extraordinario", a parte de no saber, pretendían recalcar las formas tradicionales con cierto descrédito despectivo, tan fuera de lugar como esa misma valoración viniendo de gente que "pasa" de todo eso.

El actual Papa, siendo todavía el Cardenal Ratzinger, prologó un libro del liturgista Claus Gamber en el que escribía esto:

" La orientación de la oración común a sacerdotes y fieles -cuya forma simbólica era generalmente en dirección al este/oriente, es decir al sol que se surge/se eleva-, era concebida como una mirada hacia el Señor, hacia el verdadero Sol. Hay en la liturgia una anticipación de su regreso; sacerdotes y fieles van a su encuentro. Esta orientación de la oración expresa el carácter teocéntrico de la liturgia; obedece a la monición ´ Volvámonos hacia el Señor ´ " cfr. CLAUS GAMBER, ¡Vueltos hacia el Señor! , Ediciones ´Renovación´, Madrid 1996. pág. 7.

En otras obras suyas, del propio J.Ratzinger, sobre temas teológico-litúrgicos, escribe también al respecto:

- " ...hay algo que siempre estuvo claro en toda la cristiandad hasta bien entrado el segundo milenio: la orientación de la oración hacia el oriente es una tradición que se remonta a los orígenes y es la expresión fundamental de la síntesis cristiana de cosmos e historia, del arraigo en la unicidad de la historia de la salvación, de salir al encuentro del Señor que viene. En ella se expresa, tanto la fidelidad a lo que hemos recibido, como la dinámica de lo que hay que recorrer ".

" El hombre de hoy tiene poca sensibilidad para esta ´orientación´. Mientras que para el judaísmo y el islam sigue siendo un hecho incuestionable el rezar en dirección al lugar central de la revelación -hacia Dios que se nos ha mostrado-... ".

" La orientación de todos hacia el oriente no era una ´ celebración contra la pared ´, no significaba que el sacerdote ´ diera la espalda al pueblo ´, en ella no se le daba tanta importancia al sacerdote. Al igual que en la sinagoga todos miraban a Jerusalén, aquí todos miran ´ hacia el Señor ´. Usando la expresión de uno de los Padres de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, J. A. Jungmann, se trataba más bien de una misma orientación del sacerdote y del pueblo, que sabían que caminaban juntos hacia el Señor. Pueblo y sacerdote no se encierran en un círculo, no se miran unos a otros, sino que, como pueblo de Dios en camino, se ponen en marcha hacia el oriente, hacia el Cristo que avanza y sale a nuestro encuentro " . cfr JOSEPH RATZINGER, El Espíritu de la Liturgia, una introducción , Ediciones Cristiandad, Madrid 2001, págs. 97 y 102.

Sólo una indiscreta falta de formación se atrevería a ver "extraña" la celebración de cara al altar, lo que también supondría un desprecio de las formas litúrgicas tradicionales de nuestro Rito Romano, tan vigentes e incluso restauradas en toda la riqueza y solemnidad del Misal de San Pio V, recientemente restaurado por Benedicto XVI.

Personalmente diré que considero la postura "versus orientem" la propia de la celebración, puesto que el acto en sí no es un "diálogo" entre el celebrante y los participantes, sino una plegaria-ofrenda-sacrificio que se hace coram Dómino, tanto por el sacerdote celebrante como por los participantes (co-oferentes con el ministro del altar). En este sentido, hay partes/ceremonias que evidentemente sí se hacen frente al pueblo, como las salutaciones, las bendiciones y la homilía, así como la lecturas y las preces de la oración de los fieles. Pero lo que corresponde a la liturgia del Canon Eucarístico, es más propio que se haga manteniéndose el sacerdote junto con toda la asamblea vueltos hacia el altar.

Contra la innovación tan rápida y acríticamente aceptada, pesa toda la tradición secular, así como las fundadas reticencias de algunos de los más expertos liturgistas y teólogos, que, desde su adopción, mostraron todas sus reservas sobre este y algunos otros particulares del novus ordo. El decurso de los años, después de muchas y lamentables confusiones y desviaciones, parece que vuelve a poner la cosas en su orden.

P.s. A los "escandalizados", tan "fariseos", no sé qué les podrá, en todo caso, importar todo este caso, cuando la mayoría ni son creyentes, ni practicantes, ni cristianos ni católicos. Personalmente, me importa un pito si el el masón jefe de los masones se viste mandilito con compás o peina de teja de carey con mantilla de blonda; y lo mismo si el imán de Marbella se pone en la cabeza un turbante o una fregona; y por igual si la ministra arrugada se deja la máscara al natural o se la empeora con pulpa de papaya y perejil; o si la candidata al re-putado premio de lo que sea se viste de re-putada o de re-putadísima: ¡Lo que me importará a mí!

Pues lo que les importará a esta piara que hagamos las cosas como debemos, como queremos y como tan absolutamente bien las hacemos (que quizá sea eso lo que les pique y provoque prurito: Que nuestras cosas las hacemos muy, muy, muy bien, cada vez mejor, y con facultades para mejorar lo que pudo haberse estropeado un poquito)."

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LA MISA CARA A DIOS (por Jean Fournée)

CAPÍTULO 1

EL SIMBOLISMO DE LA ORIENTACIÓN

En una obra enciclopédica reciente, de la pluma de un conocido liturgista puede leerse esta sorprendente afirmación: " La Iglesia romana no aceptó mucho y ni siquiera comprendió la orientación". Y daba como prueba cierto sermón del Papa San León.

Tal afirmación, muy evidentemente, quiere justificar la pasión actual por la misa cara al pueblo. Lamentablemente, lo que se afirma es contrario a la verdad histórica. Tan bien "aceptó y comprendió la orientación" la Iglesia romana que hizo de ella rápidamente una regla general. En cuanto a San León, no sólo no la condenó, sino que es de aquellos que la purificaron de todo equívoco pagano.

En este estudio quisiéramos hacer presente a quienes la hayan olvidado o la desconozcan esta hermosa tradición de la Iglesia universal: la oración versus ad Orientem .

Quisiéramos recordar sus consecuencias sobre los ritos del altar, los gestos de la asamblea, la elección de los textos sagrados, finalmente, sobre el arreglo y la decoración de los lugares de culto.

Desconcertados por la tendencia moderna a poner en duda sus pruebas, sin embargo incuestionables, o por lo menos a considerarla permitida , quisiéramos mostrar cómo entró esta tradición y se mantuvo en el cristianismo más ortodoxo. Finalmente, a aquellos para quienes el encuentro del hombre con Dios es asunto de pura interioridad y debe prescindir de toda referencia exterior, les quisiéramos decir que la Escritura y la enseñanza de los Padres, los textos y los ritos litúrgicos están llenas de alusiones cósmicas. Tratando de desacralizar al universo, el humanismo moderno desconoce el alma humana, pues la priva del recurso a los símbolos, es decir de un paso esencial en su búsqueda de lo divino y para su acceso a él.

Comencemos por algunas consideraciones históricas y litúrgicas.

SOL INVICTOS

¿Hubo al comienzo contaminación por el culto solar? ¿Se apolonizó el Dios de los cristianos? La cuestión merece ser planteada, a causa de la importancia considerable de ese culto en el imperio romano y de su revitalización bajo la forma del Mitracismo importado de Oriente en el memento del nacimiento de Cristo. Es sabido que persistió paralelamente al Cristianismo; que Constantino mismo, muy adicto a sus "ascendencias" de Apolo , se había hecho representar como dios sol sobre el foro de Constantinopla; y que Juliano el Apóstata puso de nuevo en vigor a Mitra a mediadas del siglo IV . Esto quizás explica, en el siglo siguiente, las reticencias de San LEÓN MAGNO , inquieto al ver que algunos cristianos rendían homenaje al sol naciente (converso corpore ad nascentem salem se reflectant et , curvatis cervicibus , in honorem splendidi orbis ,se inclinant ). Temía que semejante actitud fuese de índole capaz de sembrar el desconcierto entre los nuevos convertidos, que veían que ciertos cristianos se entregaban a una práctica cara al paganismo. San LEÓN tiene a bien admitir que, si el gesto es el mismo, su espíritu es diferente, y que tal homenaje no se dirige a la luz, sino al Creador de la luz. ¡Qué importa! Hay equívoco. Es menester saberlo ( Sermo XXVII , In Nativ . Domini , P.L. 54, col. 218 ).

Para comprender esta advertencia, hay que recordar que un gran número de basílicas romanas, especialmente San Pedro (como el edificio actual), estaban orientadas al revés. Tenían su ábside al oeste, y su fachada y entrada al este. Los fieles, al mirar el altar, daban la espalda al astro naciente, lo que compensaban, antes de ocupar su lugar en la nave, con un saludo ad nascentem solem al subir las gradas incluso del atrio ( superatis gradibus quibus ad suggestum areae superioris ascenditur ). Esta costumbre se mantuvo durante varios siglos.

En suma, la monición de San León prueba que existía entre los cristianos de su tiempo una tradición muy antigua, la que por otra parte durante ese mismo siglo iba a imponer a Occidente lo que ya desde mucho tiempo se hacía en Oriente: la orientación verdadera de las iglesias con ábside al este.

Pero el texto que acabamos de citar permite también pensar que su autor tenía sus razones para insertarlo en un sermón de Navidad. Esas razones se encuentran expuestas en otro sermón de Navidad (Sereno XXII , P.L. 54, 198), en el cual San León pone en guardia a los fieles contra la tentación de escuchar a quienes quisieran hacerles creer que esta fiesta de Navidad no es tanto la de la Natividad de Cristo como la del nacimiento del nuevo sol.

Insensibles a la verdadera Luz, aquellos son lo suficientemente obtusos como para rodear de honores divinos a un simple "pabilo" puesto por Dios al servicio de los hombres.

Así pues, el jefe de la Iglesia se alza contra el culto solar, lo que prueba que, a pesar de la sustitución, entonces bastante reciente, de la fiesta pagana del Natalis solis invicti por la fiesta cristiana de la Navidad , estaba siempre presente el peligro de un retorno del pueblo a los ritos paganos que señalaban el solsticio de invierno.

Sin embargo, esta sustitución, esta cristianización de la fiesta pagana , debían hacer particularmente sensible a los fieles el homenaje que la Iglesia rinde a Aquél en quien ve el verdadero Sol invictus . De hecho, la liturgia de Navidad se halla impregnada de esta mística de la luz. La alegría humana de la renovación, del retroceso de la noche y del retorno victorioso del astro del día, cuyo comienzo indica el solsticio, esta alegría humana la Iglesia la canaliza hacia el misterio de Cristo. El acontecimiento cósmico se torna para ella en una figura, un signo. Esta luz " que las tinieblas no han podido apagar ", ¿cómo no reconocer en ella a la única " luz verdadera ", la que " ilumina a todo hombre "? Liturgia de triunfo, liturgia de esplendor y de iluminación, tal es el oficio de Navidad en todos los retos cristianos. Los Padres no son menos entusiastas en sus comentarios y en el homenaje vibrante, que rinden al único Sol invicto " descendido de las sublimes alturas de le claridades eternas ".

Entre los diferentes comentarios sobre la Adoración de los Magos, hoy uno que merece ser recordado aquí. Es sabido que los Magos han sido considerados como sacerdotes de Mitra, esa personificación del Sol invictus . En los documentos iconográficos más antiguos, llevan su vestimenta y tocado. Viniendo del Oriente, esos sacerdotes del Sol parecían delegados por el astro que adoraban para restituir al Creador el homenaje rendido abusivamente a su creatura . La idea viene de SAN EFRÉN . Se halla expresada en la himnología siria.

AD SOLIS ORTUM

La liturgia de la Epifanía prolonga a la de Navidad en una misma exaltación de la luz: Surge, illuminare , Jerusalem : quia venit lumen tuum et gloria Damini super te orta est ( Epístola del 6 de enero, tomada de Isaías 60, 1). Pero esta victoria anual de la luz, este renacimiento que ritmo los años, esta renovación que todas las religiones han obrado, cada día los trae de vuelta. Cada aurora los recapitula. A la hora en que se borran las tinieblas de la noche, el oficio de Laudes canta el retorno de la luz. Es lo que le da su alegría. Es lo que explica la elección de sus salmos y de sus cánticos, y de los admirables himnos de San Ambrosio y de Prudencio .

¿Cómo entonces, en esté espacio sagrado que es el edificio cristiano, en este microcosmo cuya estructura y ordenación se ordenan, o deberían ordenarse, a la vez como un testimonio y como una referencia, cómo no desear que lo visible busque lo invisible, que lo llame, que sea percibido y recibido como un signo, y que ese signo no tenga solamente valor de guía, sino que se apodere del alma para transportarla hacia la contemplación del misterio y que la ponga en presencia de la realidad sobrenatural de la que no es sino la figura? Bien sinceramente, ¿cómo no experimentar un malestar casi físico, mientras se cantan los versículos de los himnos Splendor paternae gloriae o Lux ecce surgit carea , al dar la espalda a esta claridad matinal que filtra del ábside y llena poco a poco la nave sagrada? ¿Nos hemos vuelto pues insensibles a los símbolos? ¿Para nosotros, creyentes, la creación ha dejado de ser el espejo del Creador? ¿Y en la luz creada, porque hastiados o demasiado sabios, nos hemos vuelto incapaces de contemplar la luz de Dios, la luz de Aquél que dijo: Ego sum lux mundi (Juan 9, 12), ésa luz " suave y delectable " (Eclesiastés 11, 7), que " se alza en las tinieblas " ( Isaías 58, 10) " para iluminar a las naciones " ( Lucas 2, 29) y " al pueblo de los Justos " (Salmo 112, 4)? Cada semana, en Laudes, podemos hacer nuestro este versículo del Salmo 35: et in lamine tuo viciebimus lumen , y cantar, como el oficio a ello nos convida cualquiera sea el día de la semana, los magníficos versículos del Cántico de Zacarías en los que se compara al Mesías a un sol naciente suscitado por el Padre para iluminar a todos aquellos que están sentados en las tinieblas y envueltos por la sombra de la muerte ( Lucas 1, 78/79).

Se estimará quizás que somos exageradamente sensibles al símbolo solar, que también las piedras estaban dadas vuelta hacia el levante en la época de los megalitos, que todas las religiones paganas , desde las más primitivas hasta las más evolucionadas, glorificaron los mitos naturistas y que, incluso si hubiesen cesado de deificarlos , los guardaban como símbolos. Virgilio ( Eneida , VII ) y Ovidio (Fastos, IV ) recomendaban la oración hacia el Oriente con las abluciones rituales de la mañana. Los augures miraban hacia el este. En Roma, como en Atenas , como en el antiguo Egipto , los templos estaban orientados de tal manera y según un eje de una precisión tal que el sol naciente iluminase el rostro del dios o de la diosa el día en que se festejaba a esa divinidad.

De hecho, el cristianismo no abolió la sacralidad antigua. La desmitificó. La liberó. La transfiguró. Invitó al hombre religioso, atento a los símbolos, no a renegar de esos símbolos, sino a darles un nuevo sentido, un sentido acorde con la Revelación. El Sol invictus se convirtió en el Sol Salutis . El Sol-rey se tornó en el Rey del Sol, porque, escribe SAN AGUSTÍN, por Él fue creado el sol ( non est Dominus Sol factus , sed per quem Sol factus est . In Ioanem P. L. 35, 1652 ). Y el Oriente cósmico se iluminó con las promesas radiosas de la Salvación.

El Sol Salutis es también el Sol Iustitiae , del que habla MALAQUIAS (3, 20), signo de poder y de victoria ( cfr . Isaías , 41, 2), al que los Padres griegos y latinos identifican con Cristo.

SIGNUM CRUCIS

Pero he aquí que el Oriente se ilumina con un astro más ardiente que el sol. " Señor, habéis formado en el cielo un signo glorioso entre todos, centelleante con una claridad infinita ": así se expresa un tropero bizantino en los Maitines del 14 de septiembre, mientras el Occidente latino exclama: O Crux , splendidior cunctis asitris !

Hacia ese signo que del Oriente los llamaba a las beatitudes eternas debía dirigirse la última mirada de los mártires. Esa Cruz que exaltaron Justino , Ireneo , Efrén , Paulino de Nola y Juan Crisóstomo , no era el madero ignominioso del Gólgota , sino el testimonio deslumbrante de la gloria de Cristo con la que se iluminará la última aurora cósmica. Esta Cruz salvífica aparecerá en el cielo, nos dice SAN EFRÉN , " como el cetro de Cristo gran Rey... superando el brillo del sol y precediendo la venida del dueño de todas las cosas ". " ¡ Sígno triunfal! exclama San JUAN CRISÓSTOMO , más resplandeciente que el astro de los días "!

En los orígenes del cristianismo se asocia la oración hacia el Oriente con el culto de la Cruz. Y el culto de la Cruz es ante todo un homenaje rendido a la gloria divina.

Pero es también la afirmación de una esperanza. Si el Oriente evoca el Paraíso perdido, es más aun el lugar del Paraíso reencontrado . Allí está la morada del Señor, marcada por la Cruz , signo de reprobación para los malditos, pero signo de reunión para los justos. Cuando, en el interior de su casa, los primeros cristianos trazaban una Cruz sobre el muro oriental y oraban ante ella, expresaban su fe en la permanencia del Señor en los cielos, pero dados vuelta hacia la Cruz , conversi ad Dominum , se enfrentaban al Soberano juez en la espera mística del gran Retorno, esperanza suprema.

Este doble aspecto se une al simbolismo de las Cruces absidales . En la arquitectura bizantina, el ábside representa el espacio celeste al que la Cruz da su significación presente y futura. Él actualiza para los fieles la obra de salvación operada por Cristo y les anuncia su venida gloriosa al fin de los tiempos. La célebre aparición de la Cruz luminosa en el cielo de Jerusalén, en el año 351, que nos cuenta San Cirilo (P. G. 33, columnas 11761177), tuvo sin ninguna duda su incidencia en la decoración de los ábsides y de las bóvedas. Pero, como señala André GRABAR, tal visión " no es imaginable sino en función del culto de la Cruz y como su reflejo " ( Martyríum ,, t. II , p. 276). De ello tenernos pruebas bien anteriores al 351, en las que se afirma el sentido escatológico de ese culto.

Ábside en el este, decorado ya sea con la Cruz triunfal (que será la única figuración permitida en la época de la iconoclasia), ya sea con el Cristo Pantocrator, ya sea con la visión de Ezequiel (el Cristo del tetramorfo), ya sea con el Trono preparado (hetimasia), ya sea con una teofanía de premonición como en San Apolinario in Classe, en Ravena: tal será la regla desde el siglo IV entre los bizantinos, esperando que el Occidente latino la adopte unánimemente, a pesar de algunas disidencias romanas, por otra parte corregidas, como lo veremos, por un ritual de adaptación litúrgica que es un testimonio de primera importancia en favor de la oración orientada.

CONVERSI AD DOMINUM

La deplorable indiferencia de tantos liturgistas modernos ante este simbolismo ¿es un repudio o fruto de la ignorancia? La ignorancia sería muy excusable después de los medulosos estudios de Cirilo Vogel y de algunos otros.

A la pasmosa afirmación de que la Iglesia romana " no aceptó mucho y ni siquiera comprendió la orientación ", he aquí la respuesta de los hechos.

Guillaume DURAND, en su Rationale divinorum officiorum , dice que el Papa Vigilio (537-555) fue quien prescribió que el celebrante oficiara hacia el este. Pero en aquéllas de las primeras basílicas romanas cuyo ábside estaba al oeste y la entrada al este, y en donde, por consiguiente, los fieles miraban hacia el occidente, el sacerdote sí celebraba cara al oriente. Tal disposición acarreaba forzosamente la misa versus populum, pero ésta no era sino una consecuencia y no una disposición ritual querida sistemáticamente. Es pues una afirmación errónea pretender que en la Iglesia primitiva la misa se celebraba cara al pueblo. Es más exacto decir que la celebración estaba orientada, cualquiera fuese la posición de los fieles en el edificio.

Pero cuando éstos, al estar situados frente al altar se encontraban mirando hacia el oeste, les estaba prescrito en ciertos momentos de la celebración, especialmente en la oratio fidelium , volverse hacia el este, y por consiguiente, dar la espalda al celebrante y al altar. Sucedía lo mismo en el llamado del Sursum corda . Estas prescripciones son anteriores al primer Ordo Romano, es decir, a fines del siglo VII. El Ordo Romanos I prescribe la orientación durante el Gloria, la Colecta y la Oratio fidelium, y reitera la obligación para el celebrante de estar siempre mirando hacia el este durante toda la acción eucarística, desde el prefacio hasta la doxología final. Todo esto ha sido establecido de una manera definitiva por los trabajos de Cirilo Vogel.

El mismo sabio autor hace notar que 47 de los sermones de SAN AGUSTÍN terminan con esta exhortación: ¡conversi ad Dominum oremos! Ahora bien, la semántica del verbo convertere implica indiscutiblemente el sentido de: moverse hacia el este.

HIC DOMUS DEI

Había antiguamente en París una iglesia que se llamaba San Benito el " Bétourné ". El origen de este insólito epíteto es el siguiente. El edificio medieval que había precedido a la construcción del siglo XVI estaba occidentado. Esta anomalía había chocado tanto al pueblo que éste había bautizado a la iglesia: Saint-Benoit le Mal Tourné (mate versus) o " Mautourné ". Pero al ser reconstruida y su altar mayor restablecido en el oriente, pasó a ser Saint-Benoit-le-Bétourné (bene versus).

La tradición, sólidamente establecida en toda la cristiandad al menos desde el siglo V, se transmitió, salvo algunas excepciones, de maestro de obra en maestro de obra. En la época en que se pintaban las iglesias, esa tradición ordenaba el programa ornamental y figurativo del coro y de la nave. Dirigía la disposición del altar. Inspiraba hasta el simbolismo de dos llenos y de dos vacíos, en función de los puntos cardinales. El norte se oponía al sur, el este al oeste. Mientras que con el poniente compaginaban con predilección las grandes composiciones del juicio Final, término de la historia del mundo, el levante se ofrecía a los símbolos escatológicos que anuncian el advenimiento de la Jerusalén celeste, de los " nuevos cielos " y de la nueva tierra. El clero y los fieles, dirigidos al mismo tiempo hacia el Oriente, proyectaban su oración hacia la luminosa promesa del Reino eterno.

En la revista " Una Voce " (nº 60, pp. 3/6) denunciamos el error de quienes tienden a reducir la iglesia a un edificio puramente, o ante todo, funcional. Subrayamos muy particularmente el simbolismo del presbiterio. Recordamos los textos litúrgicos dé la fiesta de la Dedicación. estos establecen el carácter sagrado del edificio que sigue siendo ante todo, no imparta lo que se diga actualmente, la Domus Dei , la Casa de Dios en medio de su pueblo. No insistiremos más sobre estas verdades desconocidas o escarnecidas. Su desprecio se encuentra en la raíz de la táctica de desacralización a la que debemos oponernos vigorosamente. Felizmente tenemos de nuestro lado toda la tradición de la Iglesia.

CAPÍTULO II

ORAR HACIA EL ORIENTE

A LA LUZ DE LA ESCRITURA

Al citar al Papa San LEÓN MAGNO, dijimos que no se podría sacar de sus escritos nada más que la condenación de algunos cristianos que, por su actitud equívoca, parecían rendir al sol naciente ( ad nascentem solem ) un culto que no pertenece sino a Dios.

El texto de San LEÓN (1) parece ser eco de una visión del profeta Ezequiel.: "Y he aquí que en la entrada del templo del Eterno... había unos veinticinco hombres que daban la espalda al templo... Se prosternaban hacia el Oriente ante el sol" . (Ezequiel, 8, 16).

Pero cuando el mismo profeta, en otra visión, fue conducido por la mano de Dios a la puerta oriental del templo, ¿qué vio? "La gloria del Dios de Israel avanzaba desde oriente....La gloria del Eterno entró en la casa por la puerta que daba hacia el oriente... Él me dijo: es aquí el lugar de mi trono". (Ezequiel 43-2,4,7).

Un poco más lejos, es la célebre visión de la puerta oriental cerrada: "Y el Eterno me dijo: esta puerta será cerrada... y nadie pasará por ella; pues el Eterno, el Dios de Israel entró por allí. Permanecerá cerrada". (Ezequiel 44, 2).

Al leer el relato profético referente a la nueva Jerusalén se nota que Ezequiel reserva sólo al Templo la colina oriental de la ciudad. Así pues, purificado de cualquier comprometimiento solar idolátrico, el oriente no deja de seguir siendo el lugar privilegiado de la manifestación del Señor.

Del oriente saldrá el Salvador, nos dice el profeta ISAÍAS: "¿Quién ha suscitado del oriente a Éste a quien la salvación llama tras de sí?" (41, 2).

Y JOEL: Cuando el sol "se habrá cambiado en tinieblas", la salvación "estará sobre la montaña de Sión" (3, 4-5) .

El GÉNESIS nos dice que en el oriente se hallaba el Paraíso terrenal: "Luego Dios plantó un jardín en Edén, del lado del oriente, un jardín delicioso, en que colocó al hombre que había formado" (Génesis 2, 8).Y cuando, después de la caída, Adán y Eva fueron expulsados del Edén, Dios "colocó en el oriente del jardín a los querubines con espadas flameantes para guardar el camino del árbol de la vida" (Génesis 3, 24).

LA SEUDOORIENTACIÓN DE LA ORACIÓN JUDÍA

Pero en la época del exilio babilónico, el judaísmo captó en cierta manera el oriente geográfico y lo fijó de una vez por todas en Jerusalén, más precisamente en la colina del templo, hacia donde convergían las esperanzas de los exilados. La oración judía se polarizó hacia Jerusalén, cualquiera fuese el lugar geográfico donde se encontraban los hijos de Israel. En el libro de DANIEL se lee: "...se retiró en su casa. Las ventanas de su cámara alta estaban abiertas en la dirección de Jerusalén, y tres veces por día se ponía de rodillas, orando y confesando a Dios, como siempre lo había hecho" (Daniel 6, 11).

Esta seudoorientación de la oración judía hacia Jerusalén se afirma en el primer libro de los REYES. He aquí algunos extractos de la oración de SALOMÓN: "Si cada uno... tiende las manos hacia este templo, Tú, escucha en los cielos, lugar de tu morada, perdona y obra" (I Reyes 8, 38).

"Si los hijos de tu pueblo parten en guerra contra sus enemigos por el camino donde los habrás enviado, y si rezan a Yahvé, dados vuelta hacia la ciudad que has escogido y hacia la casa que he construido para tu Nombre, escucha en los cielos su oración y su súplica, y hazles justicia" (I Reyes 8, 44-45).

"Si hicieren oración a ti, dados vuelta hacia el país que diste a sus padres, hacia la ciudad que escogiste y hacia la Casa que he edificado para tu Nombre, escucha en los cielos donde resides su oración... perdona a :los hijos de tu pueblo los pecados que han cometido contra Ti" (I Reyes 8, 48-50).

Por otra parte, éstos son, según los exegetas, pasajes agregados después del Exilio. Pero no por eso el Templo dejaba de ser desde siempre el polo que atraía las oraciones de los judíos.

Así en el versículo 8 del SALMO: "Hacia tu Templo santo me prosterno".

En el versículo 2 del SALMO 28: "Escucha la voz de mi oración... cuando alzó las manos hacia tu Santo de los Santos".

En el versículo 2 del SALMO 134: "Alzad vuestras manos hacia el lugar santo".

En el versículo 2 del SALMO 138: "Me prosternaré hacia tu Templo santo".

Por supuesto, este uso, adoptado por los judíos de la diáspora, no hizo sino reforzarse a consecuencia de la caída definitiva de Jerusalén. San IRENEO hace alusión a él a fines del siglo I (cfr. Adv. haer. I ,26, 2). San EPIFANIO (315-403) precisa bien que para los judíos no se trata de rezar hacia el oriente. Esto es para ellos una práctica condenable. Lo que les conviene es mirar hacia Jerusalén, desde donde se encuentren ( sed Hierosolyman versus undequaque prospicere). Así nos dice, quienes residen al este de la ciudad se dan vuelta hacia el oeste, quienes están en el norte miran al sur y los que están en el sur miran hacia el norte, de tal manera que todas las frentes converjan hacia Jerusalén: quod undique Hierosolymitanam in. urbem universorum ora coniecta sint (Ad. h.aer., P.G. 41, 263).

Esta práctica, verdaderamente específica del judaísmo, puede compararse con la del Islam, con La Meca como palo de la oración. Es fundamentalmente diferente de la orientación cósmica de los cristianos, y antes de éstos, de los paganos. En Jerusalén la orientación cósmica no era efectiva sino en el interior del Templo: el Santo de los Santos estaba en el este.

NACIMIENTO DE UNA OPOSICIÓN

Pero, ya antes de Cristo, todos los judíos no se conformaban a este uso. Al lado del judaísmo judaizante, y con frecuencia en conflicto con él, había un judaísmo helenizante, que englobaba más o menos la secta de Qumran y cuyas relaciones con los esenios aparecen como muy verosímiles. Estos helenizantes se opusieron a los otros judíos en un punto esencial: el culto del Templo. Para ellos la oración hacia el Oriente cósmico conservaba su primacía. A ella se acomodaban. El Padre Daniélou ha dejado en claro esta cuestión (2). Contra el uso de la oración versus ad templum hicieron campaña, en los tiempos apostólicos, los helenistas judíos pasados al cristianismo, y especialmente el protomártir San ESTEBAN. Reléanse sobre este punto los textos de los Hechos de los Apóstoles, especialmente 6, 14 y 7, 48/50. Como ya lo hemos destacado, el mayor reproche contra él, el que le valió más odios, fue por cierto su discurso contra el Templo. Por otra parte, nos dicen los Hechos , que después de su rebelión contra lo que debía importar, en modo especial a sus adversarios, tuvo un gesto y unas palabras inspiradas que revisten todo su sentido en relación con su discurso precedente: a saber, su mirada hacia los cielos y su visión del "Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios". Con seguridad, no miraba hacia el occidente, sino por cierto al oriente. Ese "Hijo del hombre" que llega "sobre las nubes del cielo", como lo vio el profeta Daniel (7, 13), y que es invitado por Dios a sentarse a su diestra (SALMO 110, 1), es Aquél que aparecerá en el oriente, anunciando él mismo su venida después de la caída de Jerusalén y la ruina de su Templo. Releamos el discurso escatológico de Cristo, en el capítulo 24 de San Mateo.

Es cierto que la oración hacia el templo de Jerusalén perdió su sentido entre los judíos convertidos; al cristianismo, incluso si no eran de origen esenio, e incluso si no eran, como San Esteban, del grupo de los helenistas. El Padre Danielou se pegunta si los esenios no conferían ya un sentido mesiánico a la oración hacia el oriente. Según, él, daban gran importancia al oráculo de Balaam (Números, capítulo 24), y especialmente a su contemplación del "astro que nace de Jacob" (orietur stella ex Jacob. Números, 24, 17), que interpretaban en forma diferente a dos demás judíos, viendo en ella el anuncio del Mesías. Para ellos, como para dos judeocristianos, orar versus ad orientem era manifestar su fe en el advenimiento de Aquél que vendría a realizar la promesa de la Jerusalén celeste.

EN LA ESPERA DEL GRAN RETORNO

Así se operaba, en ese punto, la separación entre un judaísmo que había permanecido judaizante, que no iba a tardar en concentrar sus esperanzas en la restauración de la Jerusalén terrestre, inmovilizándose en la tradición de la oración hacia el lugar geográfico de esa restauración, y un judeo-cristianísmo que, por un camino diferente, iba a reunirse con el pagano-cristianismo, adoptando como éste la oración hacia el oriente cósmico. Por un lado era en virtud, al menos parcialmente, de una reacción antimilenarista, y por el otro, por la cristianización de un uso pagano. Pero en ambos casos no se trataba sino de .una disposición previa, una especie de paralelo inicial. Perspectivas más altas, más ricas, .más constructivas se ofrecían a esta Lex orandi. Le hacía falta superarse. Para unos, debía haber en ella mucho más que una reacción anti. Para otros, el mito solar estaba ya totalmente abandonado por el símbolo platónico de da luz, al que se trataba de dar un contenido cristológico. tal símbolo iba a insertarse en la historia misma de la Salvación. El oriente evocaba la Ascensión de Jesús, Los ojos fijos en el cielo, allí donde Cristo los había abandonado, los Apóstoles habían oído de dos mensajeros celestes que Él volvería "de la misma manera" (Hechos 1, 9-11). Esta relación entre la partida de Cristo y su retorno la expresaron los escultores de la fachada de Chantres, en la cual la Ascensión y el Cristo de la visión de Ezequiel forman dos temas complementarios, uno al norte y otro en el centro, mientras que en el sur se relata la historia de la primera venida de Jesús, de una manera mucho más teológica que anecdótica.

En suma, lo qué dos nuevos cristianos esperaban ante todo del oriente era el retorno en gloria y majestad de Cristo vencedor y soberano juez. Habían sido preparados para ello por la interpretación de algunos textos del Antiguo Testamento, y sobre todo por la enseñanza de Jesús mismo. El capí­tulo 24 de San Mateo justificaba su vigilante espera. Especialmente en el versículo 27 se encuen­tra la comparación con el relámpago que sale del oriente (3). Agreguemos que este texto viene a aclarar el de Isaías ( 41, 2 ) citado anteriormente.

UNA TRADICIÓN DE FUENTE INCONTAMINADA

En conclusión, puede admitirse y es por cierto la opinión del Padre Daniélou que fue en el ambiente judeocristiano donde nació la tradición cristiana de la oración hacia el oriente verdadero. Esta tradición se establece pues a la vez por reacción contra la oración judía hacia Jerusalén, por adopción de un uso probablemente de origen esenio y por conveniencia específicamente cristiana. Señalemos todavía que él tema, tan decisivo, de la estrella de los Números tiene su equivalente en d relato de San Mateo relativo a los magos, guiados hacia Cristo por la estrella que divisaron en el oriente (Mt 2, 2). Esta estrella oriental, para los primeros cristianos, va a fijarse en el cielo y a convertirse en la Cruz luminosa, signo de gloria y de salvación.

Se comprende por qué los mártires dirigían sus ojos hacia el oriente. En la Pasión de las santas Perpetua y Felicitas se lee: coepimus ferri a quattuor angelis in orientem. (Passio... XI, 2-3) (4). Así estaba dirigida la mirada de San Esteban mientras lo lapidaban.

El uso de la oración hacia el oriente en los medios palestinos no está pues ligado, en cuanto a sus orígenes, a la cristianización del mito solar pagano. Esto probablemente explica que fuera permitido más precozmente que en los medios romanos, y que fuera de entrada más puro porque fundado de entrada sobre la Escritura. No tendrá que ser liberado de algunas contaminaciones paganas o maniqueas del tipo como las que tendrán que eliminar San León Magno o San Agustín. Se difundirá rápidamente en las Iglesias de Oriente, más precoces que dos ambientes romanos en adoptarlo en su liturgia como en la arquitectura de sus santuarios. Habiendo sido disipado todo equívoco lo que fue la tarea del magisterio y de los teólogos ­no podía, sin dejar de justificarse, sino enriquecerse y ,magnificarse abriéndose al simbolismo de la Luz divina, tras las huellas de San Juan.

Notas:

[2] Théologie du ]udéo-Christianisme, París, Desclée, 1957, p. 96.

[3] El Padre DANIELOU hace notar que esta comparación se relaciona " con un contexto judío que nos vuelve a llevar a los esenios " (op. cit., p. 96).

[4] El vidimus lucem immensam de la misma Passio evoca el lux perpetua luceat eis de la misa de difuntos (atestiguado en el siglo IX en una antífona del común de los Mártires del oficio romano). Esta luz inmensa y eterna, en la que descansan las almas bienaventuradas en la contemplación de Dios, toma toda su significación en el contexto cultural de la Antigüedad , en la época en que el universo era concebido según el sistema de Ptolomeo. Lo que para nosotros no es más que una imagen, un símbolo, correspondía entonces a una profunda creencia. Se representaba a las almas atravesando " las esferas planetarias para llegar a esa luz superior a todos los mundos, en la que encontraban la perfecta beatitud " (CUMONT, Lux perpetua, p. 188 ). ¿Acaso no era una de las misiones del arcángel San Miguel escoltarlas en ese viaje a través de los espacios celestes e introducirlas en la luz santa ( sed signifer sanctus Michael repraesentet eas in lucem sanctam )? . Esta lux sancta, que SAN BASILIO denomina luz supercósmica (Hexaem. II, 5; P.C. 29, 41), no debe nada, escribe SAN AMBROSIO, ni al sol, ni a la luna, ni a las estrellas: es la de la única claridad divina: ... sed sola Dei futgebit claritas (De bono mortis 12, 53

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¿La Misa de espaldas a los fieles?

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